domingo, 16 de septiembre de 2018

Domingo 24 de tiempo ordinario; ciclo B


Domingo de la semana 24 de tiempo ordinario; ciclo B


Jesús dio la vida por mí, y yo tengo que darla por Él y por amor los demás.
«Salió Jesús con sus discípulos hacia las aldeas de Cesarea de Filipo. Y en el camino preguntaba a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que soy yo?». Ellos le respondieron: «Unos que Juan el Bautista, otros que Elías y otros que uno de los profetas». Entonces él les pregunta: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Respondiendo Pedro, le dice: «Tú eres el Cristo». Y les ordenó que no hablasen a nadie sobre esto. Y comenzó a enseñarles que el Hijo del Hombre debía padecer mucho, ser rechazado por los ancianos, por los príncipes de los sacerdotes y por los escribas, y ser muerto, y resucitar después de tres días. Hablaba de esto abiertamente. Pedro, tomándolo apane, se puso a reprenderle. Pero él, volviéndose y mirando a sus discípulos, increpó a Pedro y le dijo: «¡Apártate de mí, Satanás!, porque no sientes las cosas de Dios, sino las de los hombres». Y llamando a la muchedumbre junto con sus discípulos, les dijo: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que perdiera su vida por míy por el Evangelio, la salvará». (Mc 8, 27-35)
1. En el Evangelio vemos a Jesús que hace una encuesta, “preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que soy yo?» Ellos le contestaron: «Unos, Juan Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los profetas.» Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy?» Pedro le contestó: «Tú eres el Mesías.»”, el enviado por Dios, el ungido, el que viene a salvarnos. Es una expresión hermosa de nuestra fe, la que hace Pedro. Pero todavía es débil. Lo que pasa es que pensaban entonces que quería decir un guerrero, por eso se inventa un nombre (el “hijo del Hombre”) para que piensen que viniendo de Dios, era también el “siervo de Yavhé” sufriente, y les dice Jesús: “«El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días.»”
Les dice dos cosas: que era el Hijo de Dios de la profecía de Daniel (que venía del cielo) pero que tenía que sufrir, y esto provoca la protesta del jefe de filas: “Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Jesús se volvió y, de cara a los discípulos, increpó a Pedro: «¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!» Después llamó a la gente y a sus discípulos, y les dijo: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará.»”
-El Hijo del Hombre sufriente: Comienza una nueva revelación, que ha de morir en la cruz por nosotros, y que nosotros también hemos de tomar la cruz de cada día, pequeñas mortificaciones, no ser caprichosos, levantarnos puntuales, cosas que ayuden a los demás como hacer pequeños servicios o encargos en casa, obedecer a la primera, hacer los deberes o estudiar cuando toca, sonreír cuando nos cuesta, y ofrecer esas pequeñas cosas, como un sacrificio. A veces nos costará tener buen carácter, dejar los problemas del trabajo fuera de la casa, como aquel que se imaginaba que los colgaba de un árbol que tenía en el jardín, para estar con la familia con  buen humor. Hoy te pido, Señor, tener la mortificación de la sonrisa. Que no me enfade, o me desenfade enseguida, con la sencillez del niño, que olvida enseguida los enfados para volver a sus juegos, porque a veces me quedo como “encasquillado”, primero me enfado y luego al darme cuenta de la tontería me enfado por haberme enfadado. Quiero arreglar las faltas de amor con actos de amor, sin darle vuelta a las cosas... Unidos al sacrificio de Jesús, eso tiene mucho valor, que podemos meter en el banco de la comunión de los santos, que es como un banco de sangre espiritual, para ayudar a los que están sufriendo en tantos lugares del mundo, o para interceder para que no haya guerras, o no mueran de hambre, o las almas del purgatorio vayan al cielo…
2. Isaías cantaba un poema del siervo de Yahvé, imagen de Jesús, desterrado y azotado, escupido y abofeteado, que supo obedecer, supo aguantar como Jesús ante Pilato: “yo no resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos. El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado. Tengo cerca a mi defensor… el Señor me ayuda, ¿quién me condenará?” Así hemos de hacer cuando sentimos las violencias físicas, podemos completar lo que falta a la pasión de Cristo. Y en medio del sufrimiento el siervo experimenta la ayuda de Dios, que lo hace más fuerte que el dolor. Por eso practica la no resistencia a través del sufrimiento: confía sólo en Dios, que está con él. "...A quien te golpee la mejilla... ofrécele la otra..." como hizo Jesús, «siervo de Dios»: «porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos».
Hoy cantamos el Salmo que los judíos cantan al acabar la comida de Pascua, pues recuerda la liberación de la esclavitud de Egipto. Cómo Dios los ayudó a  escapar del grave peligro: Israel era prisionero en las redes del terrible faraón, sin ninguna libertad, se sentía muy "pequeño y débil" y "gritó". Y Dios lo escuchó y lo liberó a Israel, y lo hizo entrar en la "tierra del reposo", "la tierra de los vivos"... en que se vive a gusto: “Caminaré en presencia del Señor en el país de la vida”, pero podemos pensar que es el cielo, porque “Amo al Señor, porque escucha mi voz suplicante, porque inclina su oído hacia mí el día que lo invoco”.
Y así podemos rezar cuando nos vemos en peligro nosotros, Dios viene y nos saca del pozo: “Me envolvían redes de muerte, me alcanzaron los lazos del abismo, caí en tristeza y angustia. Invoqué el nombre del Señor: «Señor, salva mi vida»”. Y es que “El Señor es benigno y justo, nuestro Dios es compasivo; el Señor guarda a los sencillos: estando yo sin fuerzas, me salvó. Arrancó mi alma de la muerte, mis ojos de las lágrimas, mis pies de la caída.” Por eso me propongo desde hoy: “Caminaré en presencia del Señor en el país de la vida”.
Jesús cantó la tarde del Jueves Santo este salmo al instituir la Eucaristía: "Amo al Señor... Me envolvían redes de muerte, me alcanzaron los lazos del Abismo, caí en tristeza y angustia. Invoqué el nombre del Señor: `¡Señor, salva mi vida!'» y es que Jesús se preparaba a morir por mí… Me acerco a este salmo con profunda reverencia…
3. Santiago dice: “¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras?” Está claro,  es como al ver un perro que se mueve, sabemos que está vivo. “¿Es que esa fe lo podrá salvar? Supongamos que un hermano o una hermana andan sin ropa y faltos del alimento diario, y que uno de vosotros les dice: «Dios os ampare; abrigaos y llenaos el estómago», y no les dais lo necesario para el cuerpo; ¿de qué sirve? Esto pasa con la fe: si no tiene obras, por sí sola está muerta” O sea que si yo no tengo amor a los demás mi fe es como si estuviera muerta… entiendo que si no me ocupo de un necesitado y digo que amo a Dios es que es todo de boquilla pero no de verdad... “Alguno dirá: «Tú tienes fe, y yo tengo obras. Enséñame tu fe sin obras, y yo, por las obras, te probaré mi fe.»” Es aquello de que por sus frutos los conoceréis…
Virgen Santa, Madre mía, ayúdame a que mi fe sea viva, llena de amor y esperanza. Ayúdame a rezarle ahora de corazón esta oración a tu Hijo:
Señor, ayúdame a servir
Jesús,
quiero seguir tu camino.
Vivir alegre y dispuesto
para servir a mis hermanos.
En el lugar que me pidas.
En mi familia,
con mis amigos,
en la escuela,
en el club o en el barrio.
Quiero vivir atento
a las necesidades de los demás.
En especial muy atento
a todas las personas que sufren.
Quiero ser como Tú,
servidor de todos.
Ayúdame a lograrlo.

(Marcelo Muría)
Llucià Pou Sabaté

San Cornelio, papa, y san Cipriano, obispo, mártires

San Cipriano era africano, cartaginés. Tuvo como maestro a Tertuliano. Pero a diferencia del maestro, duro polemista, Cipriano buscaba siempre la armonía y la paz. Es una gran figura de la Iglesia occidental. Como escritor es inferior a Tertuliano. Su objetivo es convencer, exhortar.
Había nacido de una familia pagana. Estudiaba para triunfar. Pero era un alma noble y vio que el paganismo no le satisfacía. Entonces se dedicó a estudiar la doctrina cristiana. El Evangelio fue para él una revelación. El sacerdote Cecilio le instruyó y se bautizó como Cecilio Cipriano.
Su conversión fue radical. Repartió sus bienes a los pobres e hizo voto de castidad. Tenía un talento excepcional y una gran integridad de vida. El pueblo se fijó en él y fue nombrado obispo de Cartago.
Un edicto de Decio desencadenó la persecución. La cristiandad del norte de Africa era floreciente - unos cien obispos - pero le faltaba madurez. Apenas publicado el edicto, muchos acudieron al Capitolio para ofrecer sacrificios a Júpiter. Incluso obispos y sacerdotes claudicaron.
Hubo también muchos cristianos generosos que se mantuvieron fieles en los tormentos. Otros muchos huyeron. Cuando la multitud se juntaba en el anfiteatro, muchos gritaban: "Cipriano a los leones". Cipriano también huyó. Parecía que así podría defender mejor a su grey, que lo necesitaba.
Cuando volvió a su sede, se encontró con un grave problema: Que hacer con los lapsi o apóstatas y con los libeláticos que querían volver? Los libeláticos eran los que se procuraban un libelo de apostasía, como si hubieran sacrificado, para liberarse de la persecución.
Había un partido de intransigentes, encabezados por Novaciano, que luego se hizo elegir antipapa contra Cornelio. Otros en cambio eran demasiado indulgentes, capitaneados por Donato y Felicísimo. En un concilio reunido en Cartago se dieron normas con soluciones firmes e indulgentes.
Tuvo algún conflicto con el Papa Esteban, pues Cipriano se negaba a que los obispos libeláticos Basílides de Astorga y Marcial de Mérida, que habían sido depuestos, volvieran a sus sedes. También defendía Cipriano que había que rebautizar, a los herejes que se convertían. Poco después se reconciliaba con Sixto II y moría mártir. Por lo demás, siempre defendió la unión con Roma, con la cátedra de Pedro: "No puede tener a Dios por Padre, quien no tiene a la Iglesia por Madre". Así se cerraba el "caso cipriánico" y se le puede llamar "el defensor de la romanidad".
Una nueva persecución fue promovida por Valeriano. En su nombre le interrogó Paterno. Cipriano fue desterrado a Curubis. Luego Galerio Máximo le hizo volver a Cartago para tenerlo más cerca y vigilarlo mejor Cipriano sigue solícito la vida de sus fieles y a la vez está atento a los sucesos de la Iglesia universal. Se cartea con el clero de Roma, defiende a Cornelio, influye en las Galias, interviene en las Iglesias ibéricas.
Es un modelo de gobernante y pastor. Les pide prudencia en la persecución. Cuando iba a ser ejecutado muchos cristianos le siguieron. Cipriano se arrodilló y se puso a rezar. Dispuso que diesen 25 monedas de oro al verdugo, y recibió el golpe mortal. Era el 14 de septiembre del 258.
San Cornelio, de origen romano, fue elegido Papa el año 251, en plena persecución de Decio, para suceder al Papa mártir San Fabián. Dos años después muere San Cornelio en Civitavecchia, desterrado por Cristo, el mismo día, aunque no el mismo año, que San Cipriano, como dice San Jerónimo.

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