viernes, 19 de julio de 2013

Viernes de la 15ª semana de Tiempo Ordinario (impar): Jesús, Señor del sábado, quiere nuestro bien

“Un sábado de aquéllos, Jesús atravesaba un sembrado; los discípulos, que tenían hambre, empezaron a arrancar espigas y a comérselas. Los fariseos, al verlo, le dijeron: -«Mira, tus discípulos están haciendo una cosa que no está permitida en sábado.» Les replicó: -«¿No habéis leído lo que hizo David, cuando él y sus hombres sintieron hambre? Entró en la casa de Dios y comieron de los panes presentados, cosa que no les estaba permitida ni a él ni a sus compañeros, sino sólo a los sacerdotes. ¿Y no habéis leído en la Ley que los sacerdotes pueden violar el sábado en el templo sin incurrir en culpa? Pues os digo que aquí hay uno que es más que el templo. Si comprendierais lo que significa "quiero misericordia y no sacrificio", no condenaríais a los que no tienen culpa. Porque el Hijo del hombre es señor del sábado»” (Mateo 12.1-8).

1. El diálogo entre Cristo y el fariseo, en torno a la observancia del sábado, es importante. A partir de pequeños acontecimientos de la vida corriente, vas formando a tus apóstoles, Jesús: -“Por aquel entonces, un sábado, iba Jesús por los sembrados; los discípulos sintieron hambre y empezaron a arrancar espigas y a comer”. Comer algo que se toma con la mano, está permitido entre los judíos.
Los apóstoles han violado una de las reglas de la Mischna sobre el Sabbath sobre las actividades prohibidas en ese día. Tú, Jesús, les haces ver que la ley que prohíbe arrancar las espigas en sábado no es más que un documento de comentaristas de la ley; por el contrario, la misma ley autoriza claramente a comer el pan sagrado cuando se tiene hambre (1 Sam 21,2-7).
-“Tus discípulos hacen lo que no está permitido en sábado”. Lo primero que indicas, Señor, es que David viola un día una disposición litúrgica porque tenía hambre. Y lo apruebas, mostrando que conservar la vida tiene, para Dios, más importancia que las leyes cultuales.
También dices que los sacerdotes encargados del servicio del Templo, hacen toda clase de trabajos corporales el día del sábado, para preparar los sacrificios o limpiar los utensilios del culto.
Y con el Profeta Oseas, que hemos leído estos días, recuerdas que Dios nos dice: "Quiero amor y no sacrificios" (Os 9,13), mostrando la verdadera jerarquía de valores: ¡lo que Dios quiere es nuestro corazón! «Prefiero las virtudes a las austeridades, dice con otras palabras Yavé al pueblo escogido, que se engaña con ciertas formalidades externas.
-Por eso, hemos de cultivar la penitencia y la mortificación, como muestras verdaderas de amor a Dios y al prójimo» (J. Escrivá, Surco 992). Podemos concretar algunos sacrificios en el trabajo cuidando las cosas pequeñas, en la cordialidad en el trato o en la comida, etc.
Pero vas más lejos, afirmando que tú eres "Señor del sábado" y "más importante que el templo". Tienes plenos poderes. Eres "Hijo del hombre" y el "Señor del sábado", Dios legislador que nos muestra la auténtica Ley, el Mesías esperado que modificase la legislación (Maertens-Frisque).
-“Hay aquí alguien que es mayor que el templo”. En el Templo no habita Dios, pero en ti, Jesús, Dios se hace carne. No derogas la Ley del Sábado, sino que la interpretas desde el interior, y le insuflas un soplo nuevo (Noel Quesson). El día de la creación, con la nueva creación que es tu Resurrección, Jesús, pasará a ser el día del Señor –“diez dominus”, domingo- aunque en algunas lenguas sigue llamándose el “día del Sol”, pues tú eres la luz que nos iluminas. Así, el "primer día de la semana", el domingo, pasa a ser el día de la Eucaristía.
El sábado, que estaba pensado para liberar al hombre, lo convertían algunos maestros en una imposición agobiante. Lo mismo podría pasar con nuestra interpretación del descanso dominical, por ejemplo, que ahora el Código de Derecho Canónico interpreta bastante más ampliamente que antes: «se abstendrán de aquellos trabajos y actividades que impidan dar culto a Dios, gozar de la alegría propia del día del Señor o disfrutar del debido descanso («relaxationem») de la mente y del cuerpo» (CIC 1247).
Jesús, nos enseñas a ser humanos y comprensivos, y nos das tu consigna: no es el hombre para el sábado, sino el sábado para el hombre. Pones ahí el acento de que el bien del hombre es el camino de la Ley, y en el fondo, “el pecado ofende a Dios lo que perjudica al hombre” (Santo Tomás de Aquino); si algo es bueno para el hombre, no es pecado pues la Ley va dirigida a nuestro bien. Esto significa que las leyes han de estar puestas para bien de las personas, y no poner en nombre de Dios cosas que perjudican la persona. Serán en todo caso apreciaciones humanas, que han de ir dirigidas a ese fin y si no se pueden cambiar.
Todo rito, como la asistencia a la santa Misa, debe ir acompañados por la unión interior contigo, Jesús: «El sacrificio exterior para ser auténtico, debe ser expresión del sacrificio espiritual. “Mi sacrificio es un espíritu contrito...”. Los profetas de la Antigua Alianza denunciaron con frecuencia los sacrificios hechos sin participación interior o sin relación con el amor al prójimo. Jesús recuerda las palabras del profeta Oseas: “Misericordia quiero, que no sacrificio”. El único sacrificio perfecto es el que ofreció Cristo en la cruz en ofrenda total al amor del Padre y por nuestra salvación. Uniéndonos a su sacrificio, podemos hacer de nuestra vida un sacrificio para Dios» (CEC 2100).
2. Vemos a Moisés, que con la ayuda de Dios, condujo en la salida de Egipto. Empieza el éxodo. No leemos todos los pasos de esta historia. Por ejemplo, las plagas con que Dios fue castigando a Egipto para que dejara salir a los judíos (plagas que, en principio, podían ser fenómenos naturales catastróficos, que los judíos interpretaron como castigo de Dios): sólo leemos la décima y última, la muerte de los primogénitos de las familias egipcias, o la muerte del primogénito del Faraón, que llenó de consternación a todo Egipto. La pascua probablemente era en su origen una fiesta de pastores que en primavera, cuando nacen los corderos y se inicia la trashumancia hacia los pastos de verano, ofrecían el sacrificio de una res recién nacida, y con su sangre realizaban un rito especial para impetrar la preservación y fecundidad de los rebaños, pero desde ahora quedará cargada de un significado y una fecundidad profundas, cada rito se carga de sentido: la cena de despedida está descrita con los ritos que luego se harían usuales: la reunión familiar, el sacrificio del cordero con cuya sangre marcan las puertas, la cena a toda prisa, con panes ácimos, sin acabar de fermentar...
Todo es imagen de Jesús, que atravesó las aguas de la muerte para entrar en la nueva existencia, a la que, como nuevo Moisés, nos conduce a todos sus seguidores. De esta Pascua -acontecimiento irrepetible, su muerte y resurrección-, se nos hizo partícipes ya el día de nuestro Bautismo (Rm 6,3-4). En la misa, celebramos al Cordero cuya Carne nos alimenta, cuya Sangre nos salva. He ahí la ceremonia ritual de la «cena pascual» por la cual, de generación en generación, los judíos conmemoraron su Liberación. Los simbolismos son muy expresivos. Al meditarlos HOY nosotros, los que creemos en Cristo, no olvidemos: - de una parte que Jesús, como fiel judío, vivió esos ritos cada año, al celebrar la Pascua... - de otra parte que Jesús transformó esos ritos introduciendo su propio sacrificio eucarístico. En efecto, toda liberación humana es el signo y el anuncio de la única liberación definitiva, la «resurrección» que nos libra de las opresiones más temibles: el pecado y la muerte.
-“El primero de los meses... el décimo cuarto día del mes”... Nuestra vida de Fe se inscribe en un calendario, en el tiempo, día tras día, año tras año. ¿Tengo el sentido de ese itinerario por el que Dios me conduce?
-“Un cordero por casa... y si la familia fuese demasiado reducida invitará al vecino más cercano”... Rito comunitario vivido «en familia» y «en vecindad»... La Fe no puede vivirse en solitario, sino con los hermanos.
-“Una vez degollado el cordero tomarán la sangre y untarán con ella las dos jambas y el dintel de la casa”... Signo de la sangre, símbolo de la vida, portador de la energía vital. «Esta es la copa de mi sangre, la sangre de la alianza nueva y eterna que será derramada por vosotros y por todo el mundo para la remisión de los pecados
-“La sangre será vuestra señal en las casas. Cuando yo la vea pasaré de largo y no habrá para vosotros plaga exterminadora cuando yo hiera el país de Egipto”. ¡La sangre que protege del mal! Jesús se presentó como el «Cordero verdadero» (Jn 13,1;18,28), que por su sacrificio sangriento aporta la liberación total y decisiva... que por el don de su vida nos libra de la influencia del pecado... que nos arrastra a seguirlo, peregrinos en camino, hacia la verdadera Tierra Prometida, cerca de Dios. ¿Soy consciente de ese carácter «pascual», liberador, de cada misa? ¿Aporto al Señor todos mis esfuerzos para liberarme y para liberar a mis hermanos? ¿Pienso que estoy en camino? ¿Cuál es la finalidad de mi vida?
-“Comerán la carne aquella misma noche”... No se trata de un rito exterior. Hay que asimilarlo, nutrirse verdaderamente de él. La liberación no es, en primer lugar, un «recuerdo» del pasado, es un acontecimiento actual que me concierne personalmente y en el que me he de comprometer. Hay que comer. No basta con «asistir» a la misa. Hay que comulgar en ella. Ritualmente comiendo el Cuerpo del Señor y realmente comprometiéndome en la liberación de todo mal.
-“Con panes sin levadura... De pie, ceñida la cintura, calzadas las sandalias, el bastón en la mano... comeréis de prisa”. Sí, es una comida antes de partir. No nos reunimos por reunirnos, sino para partir hacia... Cada misa me devuelve a mi vida cotidiana, a mis trabajos y compromisos. ¿Hay un enlace entre mi vida y los ritos? (Noel Quesson).
3. Esta celebración, repetida cada año, será para Israel un memorial, «un día memorable para vosotros, y lo celebraréis como fiesta en honor del Señor para siempre». Pascua significa “alegría”, “alegría festiva”, “salto ritual o festivo”, y su misma raíz equivale a “pasar por encima de” (1 R 18,21.26; Is 31,5), de ahí que sirva tanto como castigo-azote como salvación-protección, claramente aquí significa “el paso del Señor”: «mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles», dice el salmo de hoy. Pero su amor y su poder divino hacen lo que parecía imposible. Y dice S. Agustín: “¿Quién te dio la copa de salvación, de suerte que tomándola e invocando el nombre del Señor, le retribuyas por todo lo que a ti te retribuyó? Quién sino Aquel que dice: ¿Podéis beber el cáliz que yo te de beber? ¿Quién te otorgó imitar sus padecimientos sino Aquel que primeramente padeció por ti? Por tanto, preciosa es delante del Señor la muerte de sus santos. La compró con su sangre, que primeramente derramó por la salud de sus siervos, para que sus siervos no dudasen en derramarla por el Nombre del Señor”.
Llucià Pou Sabaté


No hay comentarios: