Lunes
de la 15ª semana de Tiempo Ordinario (impar): Jesús nos enseña a dar la vida
por él y los demás, pues la vida cuando se da se encuentra
“En
aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: -«No penséis que he venido a la
tierra a sembrar paz; no he venido a sembrar paz, sino espadas. He venido a
enemistar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su
suegra; los enemigos de cada uno serán los de su propia casa. El que quiere a
su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; el que quiere a su hijo o
a su hija más que a mí no es digno de mí; y el que no coge su cruz y me sigue
no es digno de mí. El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida
por mí la encontrará. El que os recibe a vosotros me recibe a mí, y el que me
recibe recibe al que me ha enviado; el que recibe a un profeta porque es
profeta tendrá paga de profeta; y el que recibe a un justo porque es justo
tendrá paga de justo. El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua
fresca, a uno de estos pobrecillos, sólo porque es mi discípulo, no perderá su
paga, os lo aseguro.» Cuando Jesús acabó de dar instrucciones a sus doce
discípulos, partió de allí para enseñar y predicar en sus ciudades” (Mateo 10,34-11,1).
1. Termina hoy el «discurso de la misión» de
Mateo. Jesús, escucho las grandes paradojas:
-“No
penséis que he venido a traer paz a la tierra... he venido a traer espada... Porque
he venido a enemistar al hombre con su padre, a la hija con su madre”... Jesús, estás afirmando es que seguirle a
él comporta una cierta violencia: espadas, división en la familia, opciones
radicales, renuncia a cosas que apreciamos, para conseguir otras que valen más.
No es que quieras dividir: pero a los creyentes, la fe les va a acarrear, con
frecuencia, incomprensión y contrastes con otros miembros de la familia o del
grupo de amigos. Hay muchas personas que aceptan renuncias por amor, o por
interés (comerciantes, deportistas), o por una noble generosidad altruista (en
ayuda del Tercer Mundo). Los cristianos, además, lo hacen por la opción que han
hecho de seguir el estilo evangélico de Jesús. Ya se lo había anunciado el
anciano Simeón a María, la madre de Jesús: su hijo sería bandera discutida y
signo de contradicción. Y lo dijo también el mismo Jesús: el Reino de Dios padece violencia y sólo los «violentos» lo consiguen.
La fe, si es coherente, no nos deja «en paz», aunque nos da una paz que el
mundo no puede dar. Nos pone ante
opciones decisivas en nuestra vida. Ser cristianos -seguidores de Jesús- no es
fácil y supone saber renunciar a las tentaciones fáciles en el tener, o en
el poder, o en el placer.
-“El
que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí”. Atender
y amar a nuestros padres es muy importante, y tiene que traducirse en actos
concretos de ayuda mutua y de justicia (Mc 7,11). El hijo egoísta está
desnaturalizado, y quien se despega demasiado de los padres luego eso paga
factura, pues va contra la naturaleza, y también nos impediría amar
sinceramente a los nuestros o a aquellos con los que convivimos. Pero si hay
que escoger, seguir a Jesús es más importante, y te pido hoy, Jesús, que estés por encima de todos los
lazos terrestres, aun los más sagrados, como los de la familia; hay que amarte
más a ti que a mis padres: «amar a Dios sobre todas las cosas» (J.
Aldazábal).
-“El
que conserve su vida, la perderá. Y el que pierda su vida "por mí... la
conservará”. Otra vez ponemos en segundo lugar lo más importante: la "vida"
es el mayor bien. Jesús afirma aquí una de las leyes fundamentales de la
existencia: no hay que estar pendiente de la propia vida, no tratar de poseerla
para sí en una especie de ansia egoísta... Hay que salir de sí mismo, ir más
allá, superarse. Pero es cuando nos “damos” que nos “encontramos”, en el olvido de sí mismo es donde se halla
la verdadera "vida", la verdadera felicidad, el verdadero crecimiento
y plenitud. La Palabra de Jesús no tiene pues ningún aspecto negativo, ni
triste ni punible: es una palabra de luz y de alegría. "Dando" su propia vida, como Jesús, uno "encuentra la
vida" y esta vida, que se encuentra de nuevo es mucho más valiosa que la
simple vida terrestre: "Yo he venido para que tengan vida y la tengan en
abundancia" (Jn 10,10).
Cada misa es el memorial y la renovación del
don que Jesús hizo de Sí mismo antes de pedirnos que esta actitud sea también
la nuestra: "He aquí mi vida
entregada por vosotros, he aquí mi cuerpo y mi sangre entregados por
vosotros...". ¿Cómo voy, desde HOY, a entregar mi vida?
-“El
que recibe a vosotros, me recibe a mí, y el que me recibe a mí recibe al que me
ha enviado. Y cualquiera que le dé a beber aunque sea un vaso de agua fresca a
uno de esos humildes... no perderá su recompensa”. ¡La acogida! ¡Ser
acogedor! Es la forma sonriente del amor. Es el don más sencillo y el que con
más frecuencia se puede practicar siempre, incluso cuando se es muy pobre y no
se tiene otra cosa que dar. A lo menos, siempre se puede hacer esto: cuidar que
sean siempre acogedores y amables nuestro trato y nuestras relaciones humanas. Jesús
ha evocado tres clases de miembros de la comunidad: los profetas -los que
tienen una responsabilidad en la comunidad-; luego los justos -los que no
tienen más que su vida justa y honrada a ofrecer como modelo-..., en fin, los
pequeños -los que no tienen ninguna responsabilidad en la comunidad. Es la cima
y la conclusión de todo ese discurso apostólico de Jesús (Noel Quesson).
2. Empezamos hoy la lectura del Libro del
Éxodo, seguimos con la historia del pueblo elegido, 400 años después de que José
concluyera la era de los patriarcas. Estamos en el siglo XIII antes de Cristo.
-“Se
alzó en Egipto un nuevo rey que nada sabía de José”. El Faraón -¿Ramsés II?-
ya no recuerda los favores que deben a José. Israel es un pueblo numeroso que
provoca recelos, y además a los egipcios les interesa poder disponer de mano de
obra abundante y barata. HOY en mi vida propia, y en la vida de mis hermanos a
mi alrededor, abriré bien los ojos sobre las situaciones en las que se sufre.
-“Israel
es reducido a cruel servidumbre”... Esclavitud laboral y orden de eliminar
a los niños que vayan naciendo (las comadronas a veces no obedecen, un hermoso
caso de «objeción de conciencia»). Ahí es cuando empieza la historia de Moisés,
que es también la historia de un Dios que ha decidido liberar a su pueblo. Capataces
brutales... Vida insoportable... HOY todavía hay situaciones de ese tipo:
trabajos penosos impuestos... genocidio... siguen habiendo muchos «oprimidos»,
«despreciados», «aplastados», gente cuya vida «es demasiado dura», categorías
enteras de «los sin voz». Miro a mi alrededor y pongo nombres concretos, quizá
algunos rostros, sobre estas «Palabras de Dios» relatadas aquí.
-“Los
hijos de Israel, gimiendo bajo la servidumbre, clamaron al cielo y su llamada
de ayuda subió hasta Dios, desde el fondo de su servidumbre. Dios escuchó sus
gemidos”. Dios se revela aquí como el «Dios de los pobres» Dios oye el
grito de los pobres. Escucha los gemidos de los que sufren. ¿Y yo? Descubrir
esto, afirmar que "Dios es salvador" y no comprometerse al servicio
de los pobres, sería una mentira. Jesús, siglos más tarde, nos repetirá que
Dios está de parte de los que gimen, para liberarlos: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados» (Mt 11,
28; Noel Quesson).
3. Entendemos por qué Israel y nosotros cantamos
con gratitud: «Si el Señor no hubiera
estado de nuestra parte, nos habrían tragado vivos... Bendito el Señor que no
nos entregó en presa a sus dientes. Nuestro auxilio es el nombre del Señor»:
hemos sido liberados por el nuevo Moisés, Cristo Jesús. Con su muerte -su
«éxodo»- nos ha hecho salir de la esclavitud y nos ha hecho miembros del nuevo
pueblo de Dios, la Iglesia. Podemos rezar con pleno sentido: «si el Señor no hubiera estado de nuestra
parte...». Antes se apelaba al pueblo que vivió el primer éxodo: «que lo diga Israel». Ahora somos
nosotros los que podemos dar gozoso testimonio: «que lo diga el pueblo de los liberados por Cristo Jesús». ¿Tenemos
experiencia de «liberados» por Cristo, de reconciliados por él, de salvados?
También podemos reflexionar desde otra perspectiva. Las situaciones de
injusticia continúan a lo largo de la historia. Situaciones de opresión
económica y humana. Situaciones de genocidio en diferentes partes del mundo, de
las que nos enteramos, día tras día, por los medios de comunicación, y no nos
tendrían que dejar indiferentes. A Dios le sigue doliendo el sufrimiento del
pobre y del débil, y busca las personas para la liberación de los oprimidos. Lo
mismo que entonces a Moisés, ahora nos encarga a nosotros -a los cristianos y a
todos los de buena voluntad- que luchemos contra la injusticia. Siempre podemos
aportar algo para solucionar los grandes problemas del mundo, con ayuda
económica o trabajo personal. Pero, además, hemos de colaborar en nuestro mundo
más cercano. Ante todo, no creando nosotros mismos situaciones de injusticia.
Y, luego, denunciando, si es el caso, los atropellos de los derechos humanos, y
trabajando nosotros en la mejora de la vida de los más pobres, en el terreno de
la educación, de la sanidad, de la atención social y, naturalmente, en la
evangelización cristiana, factor fundamental para la liberación integral de la
persona humana.
S. Agustín comenta así este salmo de
esperanza: "También a nosotros nos sostiene una segura esperanza, y
cantaremos con júbilo. En efecto, para nosotros no son extraños los cantores de
este salmo... Por tanto, cantemos todos con un mismo espíritu: tanto los santos
que ya poseen la corona, como nosotros, que con el afecto nos unimos en la
esperanza a su corona. Juntos deseamos aquella vida que aquí en la tierra no
tenemos, pero que no podremos tener jamás si antes no la hemos deseado". Los
santos pensarán: “como habría sido difícil conseguir la liberación si no
hubiera intervenido la mano del Liberador para socorrerlos, llenos de alegría
exclaman: "Si el Señor no hubiera
estado de nuestra parte". Así inician su canto. Era tan grande su júbilo,
que ni siquiera han dicho de qué habían sido librados". En Jesús se manifiesta
mediante los milagros que “Dios estaba
con él” (Hch 10,38) y cómo Dios lo libra de los lazos de la muerte con la
resurrección: “danos, Señor, tu ayuda en la tribulación (…) fortaleza para
luchar en los combates, y míranos propicio (…) en esta hora de la prueba” (S.
Eulogio de Córdoba).
Llucià Pou Sabaté
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