Jueves de la 14ª semana de
Tiempo Ordinario (impar): Dios está junto a nosotros, en nuestro trabajo, en nuestro
corazón, y nos pide que seamos misioneros de su reino de paz, amor y
misericordia.
“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: -«Id y proclamad que el
reino de los cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad
leprosos, echad demonios. Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis. No
llevéis en la faja oro, plata ni calderilla; ni tampoco alforja para el camino,
ni túnica de repuesto, ni sandalias, ni bastón; bien merece el obrero su
sustento. Cuando entréis en un pueblo o aldea, averiguad quién hay allí de
confianza y quedaos en su casa hasta que os vayáis. Al entrar en una casa,
saludad; si la casa se lo merece, la paz que le deseáis vendrá a ella. Si no se
lo merece, la paz volverá a vosotros. Si alguno no os recibe o no os escucha,
al salir de su casa o del pueblo, sacudid el polvo de los pies. Os aseguro que
el día del juicio les será más llevadero a Sodoma y Gomorra que a aquel pueblo»”
(Mateo 10,7-15).
1. El estilo misionero
tiene entre sus características la pobreza. Tus discípulos, Jesús, se ponen a disposición gratuitamente (su fe, su
tiempo, su amistad), dan gratis lo que gratuitamente han recibido. Es lo
que nos has enseñado, Señor: todo lo que hay en nosotros es don; por eso hemos
de darlo y darnos. Y nos enseñas a contentarnos con lo estrictamente necesario.
Y la tarea que nos das no es imponer la verdad sino una propuesta clara y
convincente porque va atestiguada con nuestras vidas, y luego dejarla a la
libertad del hombre (Bruno Maggioni).
-“Jesús recomendaba a los doce apóstoles”...
Jesús, abres la boca y hablas. Trato de imaginar algo del tono de tu voz... de
la atención te prestan los apóstoles... Les dices lo que llevas en el
corazón... tus recomendaciones...
-"Proclamad que el Reino de Dios está aquí."
Se busca, a veces a Dios "demasiado lejos": ¡de hecho está
"aquí"! cerca de nosotros, como insistía san Josemaría: “Es preciso
convencerse de que Dios está junto a
nosotros de continuo. -Vivimos como si el Señor estuviera allá lejos, donde brillan las estrellas, y no
consideramos que también está siempre a nuestro lado.
”-Y está como un Padre amoroso -a cada uno de
nosotros nos quiere más que todas las madres del mundo pueden querer a sus
hijos-, ayudándonos, inspirándonos,
bendiciendo... y perdonando.
”-!Cuántas
veces hemos hecho desarrugar el ceño de nuestros padres diciéndoles, después de
una travesura: ya no lo haré más! -Quizá aquel mismo día volvimos a caer de
nuevo... Y nuestro padre, con fingida dureza en la voz, la cara seria, nos
reprende..., a la par que se enternece
su corazón, conocedor de nuestra
flaqueza, pensando: pobre chico, qué esfuerzos hace para portarse bien!
”-Preciso es que nos empapemos, que nos
saturemos de que Padre y muy Padre nuestro es el Señor que está junto a
nosotros y en los cielos” (Camino).
Señor,
ayúdanos a descubrir que estás próximo, junto a nosotros. Un Dios próximo, un
Dios amoroso. No estoy nunca solo, incluso cuando me siento abandonado o
solitario. Para poder proclamar a los demás la bondad, la proximidad de la
presencia de Dios... primero hay que haber hecho la experiencia en sí mismo,
personalmente. ¿Cómo podría decir a los demás: "el Reino de los cielos, la
felicidad de los cielos esta aquí"... "Dios esta junto a ti"...
si yo mismo no creyera en ello? ¡Ayúdanos, Señor, a creer que tu Reino ha
comenzado!
«La Iglesia ha
nacido con este fin: propagar el reino de Cristo en toda la tierra para gloria
de Dios Padre, y hacer así a todos los hombres partícipes de la redención
salvadora, y por medio de ellos ordenar realmente todo el universo hacia
Cristo. Toda la actividad del Cuerpo místico, dirigida a este fin, recibe el
nombre de apostolado, el cual la Iglesia lo ejerce por obra de todos sus
miembros, aunque de diversas maneras» (Vaticano II.- A. A.-2).
Dices: "Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad
leprosos, echad demonios." Resumes en estas cuatro frases todos los
beneficios que los apóstoles deben aportar a sus hermanos, los hombres. Es lo
que tú has hecho, Señor: curar, dar la vida, limpiar a pobres leprosos, liberar
a los pecadores de sus pecados. El
apóstol es el que distribuye beneficios... el que hace crecer a sus hermanos...
el que les aporta luz, paz y alegría... Te pido, Señor, ser fiel a tus
palabras: ¿Cuál será mi manera de ayudar, de servir, de curar?
-“De balde lo recibisteis, dadlo de balde. No
os procuréis oro, plata ni moneda... ni alforja, ni dos túnicas, ni sandalias
ni bastón... pues el bracero merece su sustento”. Tu simplicidad de vida es
difícil de entender, Señor. Veo que ahí está mi verdadero crecimiento. Cuanto
más se tiene, más se quiere... no se está nunca contento. Por lo contrario, el
que sabe reducir al mínimo sus necesidades, encuentra una alegría y una
libertad mayores: se contenta con poco.
-“Al entrar en una casa, saludad. Si la casa
se lo merece, la paz que le deseáis se pose sobre ella. Si no se lo merece,
vuestra paz vuelva a vosotros. Si alguno no os recibe, salid de esta casa”...
Me das instrucciones para mi apostolado, sin imponer… tú nos dejas libres. Ofrecer
la paz. Ofrecer la alegría. Dar aliento. No hay que sorprenderse si uno no
tiene éxito, si no es aceptado: hay que conservar la paz y el gozo interior.
Nuestra buena tentativa ha sido para el Señor (Noel Quesson).
Jesús nos
habla de misión y de confianza: «En las empresas de apostolado está bien -es un
deber- que consideres tus medios terrenos (2+2=4), pero no olvides ¡nunca! que
has de contar, por fortuna, con otro sumando: Dios +2+2...» (J. Escrivá, Camino 471).
2. La historia
de José llega a la escena culminante del reencuentro y la reconciliación con
sus hermanos, una de las páginas más bellas de la Biblia, tanto en el aspecto
literario como en el humano y religioso.
-«¿Viven todavía vuestros padres?»
preguntó José. «Tenemos un padre anciano
y un hermano pequeño, nacido en los días de su vejez; el hermano de éste murió,
por lo tanto a su madre le queda sólo este hijo ¡y nuestro padre le ama!» -Dijo José: "Traédmelo, que puedan
verlo mis ojos." Se trata de Benjamín, el pequeño y el último, el
verdadero hermano de José, nacido de la misma madre: Raquel murió al dar a
luz... esto explica el afecto muy particular de Jacob por esa mujer... y la
ternura muy particular de José por "éste" que entre los restantes hijos
de Jacob le recordaba las facciones de su propia madre. “¡Que puedan verlo mis ojos!” En medio de las rudezas de la época,
contemplamos la maravilla del amor que ilumina todo lo que toca. “Dios es amor. El que ama, conoce a Dios”,
dirá san Juan. Y en todo verdadero amor humano ¿sabemos reconocer a Dios?
Como se acabó
el trigo, tuvieron que hacer un segundo viaje, y tienen que llevar al pequeño.
“Jacob dijo: «Sabéis que mi mujer sólo
me dio dos hijos. Uno lo perdí y dije: "¡Fue despedazado como una
presa!" y hasta el presente no lo he vuelto a ver. Si ahora apartáis a
éste de mi lado y le sucede alguna desgracia, haríais bajar penosamente mi
vejez a la mansión de los muertos.” El amor paterno es una de esas
maravillas que nos habla de Dios, como una verdadera participación en la
paternidad de Dios «de quien toda
paternidad toma nombre» (Ef 3, 15).
En este segundo
viaje, José retiene a Benjamín. Cuando Judá le cuenta el disgusto del padre por
la venta de José y pide que no le quiten ahora en su vejez al pequeño, José no
puede ya contenerse más y, entre lágrimas, se da a conocer a sus hermanos: -“Entonces José no pudo contenerse, hizo
salir a todo el mundo y cuando quedaron sólo los hermanos se dio a conocer a
ellos y se echó a llorar a gritos”. Vencido por la emoción, José deja que
lo reconozcan.
-«¡Soy José, vuestro hermano!» Sin duda
el niño José Roncalli había oído esa emotiva historia de reconciliación cuando
asistía al catecismo en su pueblo. Adulto, debió de meditar esa página de
perdón fraterno. El caso es que siendo ya el Papa Juan XXIII, al recibir en
audiencia a un grupo de judíos, con los brazos abiertos les dijo: «Yo soy José,
vuestro hermano.»
«Yo soy José, vuestro hermano, al que
vendisteis a los egipcios». Y les perdona: «acercaos a mí». Y añade: -“Ahora
bien no os pese más ni os enoje haberme vendido aquí: pues para salvar vuestras
vidas me envió Dios delante de vosotros”... ¡Si por lo menos, Señor, todos
los hermanos separados, todos los hombres en pugna por conflictos... llegasen a
tener esa misma visión de una historia que progresa hacia el encuentro fraterno
y el amor! Y que Tú diriges, ¡oh Padre! (Noel Quesson). Nos hablas de Jesús,
entregado por los suyos a la cruz; mientras él pide perdón al Padre por a sus
verdugos, muestra que la salvación de Dios también actúa a través del mal y del
pecado de las personas. Nosotros tendríamos que aprender, sobre todo, a
perdonar a los que nos han ofendido. Difícilmente nos harán un mal tan grande
como el que los hermanos de José o los discípulos de Jesús les hicieron a
ellos. Ellos perdonaron. ¿Yo sé perdonar? ¿Hubiéramos tenido nosotros, en su
lugar, la grandeza de corazón que aquí muestra José?, ¿y Cristo en la cruz?,
¿facilitamos que se puedan rehabilitar las personas, dándoles un voto de
confianza, a pesar de que hayan fallado una o más veces? Aunque nos cueste,
¿sabemos perdonar?
3. El
salmo comenta y desarrolla esta misma idea: «Recordad las maravillas que hizo el Señor. Llamó al hambre sobre
aquella tierra... por delante había enviado a José, vendido como esclavo».
Los planes de Dios son admirables. El va llevando a cumplimiento su promesa
mesiánica por caminos que nos sorprenden. Este salmo, que sigue al que alaba la
obra creadora de Dios, ensalza la obra que el Señor realiza en su redención con
Israel su pueblo, y si en el anterior se refleja la gloria de Dios eternamente,
eternamente en éste se proclama la Alianza divina con el pueblo elegido: Dios,
que domina toda la tierra, cuida de todas sus criaturas, dio la tierra de
Canaán a su pueblo y llena de alegría a sus elegidos, y si bien muchos de ellos
pecan no por ello deja de favorecerlos con su bondad. José prepara la ida a
Egipto que será luego con la opresión una ocasión de la pascua profética del
Mesías, al igual que la tierra prometida es profética del cielo, Jerusalén de
la ciudad celestial e Israel de la Iglesia… A la luz de la providencia divina y
del cumplimiento de la palabra del Señor vemos toda la historia del mundo y
personal nuestra.
Llucià Pou
Sabaté
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