Jueves de la 34ª semana de
Tiempo Ordinario (par).
El final del mundo no es algo malo sino una boda con el Cordero, Jesús,
en el mundo pleno y verdadero, el cielo, la Jerusalén celestial
“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -«Cuando veáis a Jerusalén
sitiada por ejércitos, sabed que está cerca su destrucción. Entonces, los que
estén en Judea, que huyan a la sierra; los que estén en la ciudad, que se
alejen; los que estén en el campo, que no entren en la ciudad; porque serán
días de venganza en que se cumplirá todo lo que está escrito. ¡Ay de las que
estén encinta o criando en aquellos días! Porque habrá angustia tremenda en
esta tierra y un castigo para este pueblo. Caerán a filo de espada, los
llevarán cautivos a todas las naciones, Jerusalén será pisoteada por los
gentiles, hasta que a los gentiles les llegue su hora. Habrá signos en el sol y
la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, enloquecidas
por el estruendo del mar y el oleaje. Los hombres quedarán sin aliento por el miedo
y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues los astros se
tambalearán. Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran
poder y majestad. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza: se
acerca vuestra liberación»” (Lucas
21,20-28).
1. Lucas
seguramente escribió su evangelio después de la destrucción de Jerusalén, del
70; se ve que pasó lo que Jesús dijo: -“Cuando
veréis Jerusalén sitiada por los ejércitos”... Marcos y Mateo decían:
«Cuando veréis la abominación de la desolación» (Mc 13,14; Mt 24,25). Era sin
duda lo que, de hecho, había dicho Jesús, repitiendo una profecía de Daniel 11,31.
Lucas «traduce» con mayor concreción.
-“Sabed que está cerca su devastación.
Entonces los que estén en Judea, que huyan a la sierra; los que estén en la
ciudad que se alejen; los que estén en el campo, que no entren en la ciudad”.
Después de un siglo de ocupación romana la revuelta que se estaba incubando
terminó por explosionar, en los alrededores del año 60. Los Zelotes, que habían
tratado de arrastrar a Jesús a la insurrección, multiplicaron los atentados
contra el ejército de ocupación. El día de Pascua del 66, los Zelotes ocupan el
palacio de Agripa y atacan al Legado de Siria. Todo el país se subleva.
Vespasiano es el encargado de sofocar la revolución. Durante tres años va
recuperando metódicamente el país, y aísla Jerusalén. Reúne fuerzas enormes: la
Vª, la Xª; y la XVª legión. Luego el emperador deja a su hijo, el joven Titus,
el cuidado de terminar la guerra. El sitio de Jerusalén, fortaleza considerada
inexpugnable, dura un año, con setenta mil soldados de infantería y diez mil a
caballo. El 17 de julio del 70, por primera vez después del exilio, cesa el
sacrificio en el Templo. Desde entonces no lo ha habido nunca más.
El historiador
judío, Flavio José, habla de un millón cien mil muertos durante esta guerra, y
noventa y siete mil prisioneros cautivos.
-“¡Ay de las que estén encinta o criando en
aquellos días! porque habrá una gran calamidad en el país y un castigo para ese
pueblo. Caerán a filo de espada, los llevarán cautivos a todas las naciones, y
Jerusalén será pisoteada por los paganos”... Tus palabras, Jesús, son de
dolor. Es emocionante verte llorar por las pobres madres de ese pueblo que es
el tuyo.
-“Jerusalén será pisoteada por los paganos...
hasta que la época de los paganos llegue a su término”. Jesús parece
anunciar un tiempo para la evangelización de los paganos. A su término, Israel
podrá volver a Cristo a quien rechazó entonces. Esta es la plegaria y la
esperanza de san Pablo (Rm 11,25-27) compartida con san Lucas (Lc 13,35)
¿Comparto yo esa esperanza?
-“Aparecerán señales en el sol, la luna y las
estrellas. En la tierra se angustiarán las naciones por el estruendo del mar y
de la tempestad. Los hombres quedarán sin aliento por el miedo, pensando en lo
que se le viene encima al mundo, porque hasta los astros se tambalearán”. Los
tres grandes espacios: cielo, tierra y mar... serán trastornados. El caos se
abate sobre el universo (ver Is 13,9-10; 34,3-4).
-“Entonces verán al Hijo del hombre venir en
una nube con gran poder y majestad”. Ya no hay culto del Templo... pero sí el
culto verdadero en torno al Cuerpo de Cristo, en la Iglesia, nuevo Templo de
Dios (Noel Quesson).
Se mezclan al parecer
dos planos: la caída de Jerusalén y el final del mundo, la segunda venida de
Cristo, precedida de signos en el sol y las estrellas y el estruendo del mar y
el miedo y la ansiedad "ante lo que
se le viene encima al mundo". Pero la perspectiva es optimista: "entonces verán al Hijo del Hombre venir con
gran poder y gloria". El anuncio no quiere entristecer, sino animar:
"cuando suceda todo esto,
levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación".
Jesús, creo en
que tú vienes a salvar. Nos dices: “Levantaos, alzad la cabeza”. Hay mucho que
trabajar para bien de la humanidad, llevando a cabo la misión que tú iniciaste,
Señor, y que luego nos encomiendas a nosotros. Tú ya inauguraste los cielos
nuevos y la tierra nueva (J. Aldazábal).
La visión profética
trata de descubrir también en el desarrollo de la historia las oportunidades de
salvación que se presentan a lo largo del tiempo. Cristo Rey del universo, en su
Reino eterno y universal, de la verdad y la vida, de santidad y gracia, de
justicia, de amor y de paz (prefacio de la Misa), en su debilidad va avanzando
en la historia, desde nuestros primeros padres que quisieron ser como dioses,
pero "sin Dios, antes que Dios y no según Dios" (S. Máximo) y siguen
repitiendo aquella frase del Evangelio: “No
queremos que éste reine sobre nosotros” (Lc 19,14).
¿Qué Reino es
el que vino Cristo a predicar? Es un Reino que hay que preparar con penitencia,
como dijo Juan Bautista: “Haced penitencia, porque está al llegar el
Reino de los Cielos” (Mt
3). Y “comenzó Jesús a predicar y a decir: Haced penitencia, porque está al
llegar el Reino de los Cielos” (Mt. 4). Y para entrar en él,
hay que cumplir con la Voluntad de Dios: “No todo el que me dice: Señor, Señor,
entrará en el Reino de los Cielos; sino el que hace la voluntad de mi Padre que
está en los Cielos” (Mt 7).
La humildad es
la puerta de entrada y condición indispensable para pertenecer a este Reino. “En
verdad os digo: si no os convertís y os hacéis como los niños no entraréis en
el Reino de los Cielos. Pues todo el que se humille como este niño, ése es el
mayor en el Reino de los Cielos” (Mt 18, 3-4).
No caben, por
tanto los que no sigan la ley de Dios, y en especial, los soberbios, pues la
soberbia está en la raíz de todo pecado. “¿Acaso no sabéis que los injustos
no heredarán el Reino de Dios? No os engañéis: ni los fornicarios, ni los
idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los sodomitas, ni los
ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los rapaces
heredarán el Reino de Dios” (1 Cor 6,9-10).
Y habrá
pecadores arrepentidos, que han creído en el Hijo de Dios y han actuado en
consecuencia con su fe. “Díceles Jesús: En verdad os digo que los
publicanos y las meretrices os preceden en el reino de Dios. Porque vino Juan a
vosotros por el camino de la justicia, y no habéis creído en él, mientras que
los publicanos y las meretrices creyeron en él. Pero vosotros, aun viendo esto,
no os habéis al fin arrepentido, creyendo en él” (Mateo 21,30-34).
Pero nos
debemos preguntar: ¿dónde debe reinar Cristo Jesús? Debe reinar, primero en
nuestras almas. Debe reinar en nuestra vida, porque toda tiene que ser
testimonio de amor. ¡Con errores! No os preocupe tener errores.... ¡Con
flaquezas! Siempre que luchemos, no importan. ¿Acaso no han tenido errores los
santos que hay en los altares? (san Josemaría). Pero es necesario esforzarse
para poder entrar:“Desde los días de Juan el Bautista hasta
ahora, el Reino de los Cielos padece violencia, y los esforzados lo conquistan”
(Mt 11,12).
3. –“Cayó «la gran Babilonia»”... San Juan
se dirige pues personas atribuladas. El Apocalipsis se escribió para dar
respuesta a esa trágica situación. Y la respuesta es ésta: el mal dura un
tiempo, Dios le pone un límite…
-“Después oí en el cielo una voz potente, como
la de una gran muchedumbre que proclamaba: «¡Aleluya! ¡La salvación, la gloria
y el poder son de nuestro Dios!»” Estallan gritos de alabanza, con
aclamaciones seguramente litúrgicas. Muchedumbres que exultan y cantan «con voz
potente». Esto nos anima a cantar con tono festivo en nuestra misa. Los
jóvenes, sobre todo, desean desarrollar ese aspecto de fiesta, en que la voz,
los instrumentos y el cuerpo entero participan de la alegría de haber sido
«salvados».
-«Porque Dios ha juzgado a la gran
prostituta, la que corrompía la tierra... Y ha vengado en ella la sangre de sus
siervos...» En la humanidad vemos tanta miseria, corrupción… Perdón, Señor,
por nuestra pobre humanidad. Ten piedad de nosotros.
-“Un ángel me dijo entonces: "Escribe: ¡Dichosos
los invitados al banquete de bodas del Cordero!"” Un banquete será el
final de todo, una alianza nupcial: el fin del mundo será la celebración
definitiva de las bodas de Cristo con la humanidad. Pero esta boda ya ha
comenzado. Estoy invitado a esa boda divina: "¡Dichosos los invitados al
banquete de bodas!" Cada una de las misas a las que participo es el
anuncio y el comienzo de ese banquete nupcial que celebra "la Alianza
nueva y eterna". "Tened vuestras lámparas encendidas, despertaos, ¡he
aquí el Esposo que viene!..." "Y las que estaban preparadas entraron,
con El, en la sala del banquete de bodas". ¡Ven, Señor, Jesús! Consérvanos
vigilantes hasta el día en que Tú aparecerás (Noel Quesson).
3. El ángel
dice: "dichosos los invitados al
banquete de bodas del Cordero". Y el Misal en latín también lo dice,
aunque nosotros digamos en misa: "la cena del Señor", o simplemente
"la mesa del Señor". No sólo estamos invitados a esta Eucaristía,
sino porque esta Eucaristía es la garantía y la pregustación de un banquete más
definitivo al que también estamos invitados: el banquete de bodas del Cordero,
Cristo Jesús, con su Esposa, la Iglesia, en el cielo. Es lo que el salmo nos ha
hecho repetir, intercalando esta bienaventuranza, "dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero",
entre las estrofas del salmo: "aclama
al Señor, tierra entera, servid al Señor con alegría, entrad en su presencia
con vítores" (J. Aldazábal).
Llucià Pou
Sabaté
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