Domingo
de la 25ª (B). Los que obran la justicia sufrirán persecución, como Jesús. No
hemos de querer mandar, sino servir.
1. Jesús, hoy no te entienden los apóstoles cuando les dices: -«El Hijo del hombre va a ser entregado en
manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días
resucitará.» No saben cómo decírtelo, pues “les daba miedo preguntarle”. Por eso, al llegar a Cafarnaúm, en
casa, les preguntaste: -«¿De qué
discutíais por el camino?» Nos dice el Evangelio que “ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el
más importante”. Entonces tú te sentaste, llamaste a los Doce y les dijiste:
-«Quien quiera ser el primero, que sea
el último de todos y el servidor de todos.» Y, acercando a un niño, lo
pusiste en medio de ellos, lo abrazaste y les dijiste: -«El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí; y el que
me acoge a mí no me acoge a mí, sino al que me ha enviado.»
Por segunda vez, revelas a tus discípulos tu
muy próxima pasión, y siempre que hablas de sufrir dices que es necesario para
entrar en el Reino. Además, es preciso estar disponible como un niño, es decir,
ser sencillo y no pretender los primeros puestos. Dentro del Reino es preciso
hacerse el servidor de todos y ofrecer nuestro amor a los más pequeños. Jesús,
has bendecido a los niños para que aprendamos la lección, quieres que tus
discípulos se parezcan a los niños en aceptar la dependencia de los otros: no puedo
salvarme solo. He de pensar en los demás, no basta que me porte bien con
los demás en el trabajo, en clase o con los amigos y en casa sea un desastre y
con mal humor. No basta que sea aplicado cuando me miran y luego en el tiempo
libre sea un perezoso adicto a la tele o cualquier otro aparato, y no obedezca o
no esté atento a los de la familia o no sepa ayudar cuando me lo pidan… ser
cristiano no es rezar avemarías sino ayudar como lo haría Jesús. Por eso, te
pedimos, Señor, aprender a servir, no ser prepotentes, no marginar a nadie y no
dejar de lado a nadie en los juegos, como a nosotros nos gustaría que hicieran.
No queremos entender lo de ser servidores de
los demás: el evangelista nos
hace ver que los que oyen a Jesús están hablando de lo contrario de lo que
acaban de oír: "Por el camino
habían discutido quién era el más importante". Así somos: queremos ser
más que los demás, ser los primeros, ocupar los mejores puestos, "salir en
la foto", prosperar nosotros, y pasar de los demás. Jesús nos enseña a
desear ser los últimos, disponibles, servidores y así somos felices, alegres
como Jesús, que "no ha venido a ser
servido sino a servir", que ayuda a todos y no pide nada, y que al
final entrega su propia vida por la vida de los demás. Cada vez que comulgamos
en la Eucaristía, comemos "el Cuerpo entregado" y le pedimos a Jesús
una vida llena de amor, y para esto vivir libres, con corazón de niños: en la
confianza en su padre (el niño pequeño se abandona plácidamente en los brazos
de su madre, o de su padre, en paz); viviendo el momento presente sin agobios
por el qué pasará ni qué pasó (a los niños no les angustia el futuro, ni
tampoco viven anclados en su pasado angustiados, lo que han vivido o tendrán
que vivir no les preocupa, sencillamente viven el momento presente)…
Disfrutar del presente, como los niños, que se
acercan a lo que santa Teresa del Niño Jesús decía: «La santidad es vivir amando
en el momento presente». Por último, los niños son sencillos. Conforme se van
haciendo mayores, comienzan las eternas complicaciones y vergüenzas. El
Evangelio es para los sencillos, pues los razonamientos complicados nos alejan
de Dios: el Señor ama a los niños porque confían. Viven el momento presente y
no son enrevesados ni complicados. Viven con gozo el Evangelio.
2. El Libro de la Sabiduría dice que los malos se meten con el bueno, que
les resulta incómodo: porque el que se porta bien “se opone a nuestras acciones, nos echa en cara nuestros pecados, nos
reprende nuestra educación errada”; es como una bofetada para su mala vida,
y ellos lo atacan con la excusa de a ver si Dios se pone a ayudarle: “veamos si sus palabras son verdaderas, comprobando
el desenlace de su vida. Si es el justo hijo de Dios, lo auxiliará y lo librará
del poder de sus enemigos; lo someteremos a la prueba de la afrenta y la
tortura, para comprobar su moderación y apreciar su paciencia; lo condenaremos
a muerte ignominiosa, pues dice que hay quien se ocupa de él.» No
tienen bastante con disfrutar de los placeres de los que son esclavos, los
malvados, sino que hacen la vida imposible al “hijo de Dios”.
El Salmo
reza: “El Señor sostiene mi vida”. “Oh
Dios, sálvame por tu nombre, sal por mí con tu poder. Oh Dios, escucha mi
súplica, atiende a mis palabras”. A veces nos vemos en peligro: “Porque unos insolentes se alzan contra mí,
y hombres violentos me persiguen a muerte, sin tener presente a Dios”, como
en la primera lectura, nos quieren hacer daño: “Pero Dios es mi auxilio, el Señor sostiene mi vida”, y damos gracias a
Dios: “Te ofreceré un sacrificio voluntario, dando gracias a tu nombre, que es
bueno”. Poniendo este salmo en labios de Jesús encontramos un sentido de la
Misa, que se ofrece por nosotros y nos salva: Jesús "dio gracias"
(=Eucaristía) al Padre por su Alianza en el gran combate contra su enemigo
principal, la muerte, y nos consigue la verdadera liberación, la resurrección.
3. Santiago nos pide que dejemos “envidias
y rivalidades”, “desorden y toda clase de males. La sabiduría que viene de
arriba ante todo es pura y, además, es amante de la paz, comprensiva, dócil,
llena de misericordia y buenas obras, constante, sincera. Los que procuran la
paz están sembrando la paz, y su fruto es la justicia. ¿De dónde proceden las
guerras y las contiendas entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, que
luchan en vuestros miembros? Codiciáis y no tenéis; matáis, ardéis en envidia y
no alcanzáis nada; os combatís y os hacéis la guerra. No tenéis, porque no
pedís. Pedís y no recibís, porque pedís mal, para dar satisfacción a vuestras
pasiones”. Quiere que dejemos todo egoísmo y lo pidamos en la Eucaristía,
la escuela de Cristo, para ir asimilando, esta sabiduría de Dios. El "deseo",
siempre querer más, incluso a costa de los demás; es acabar en continuas
insatisfacciones porque siempre queremos más, y acabamos en guerras.
Llucià Pou Sabaté
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