Jueves de la semana 24 de tiempo ordinario
El perdón acompaña al amor: se nos perdonan los pecados si amamos, y amamos si acogemos el perdón
“En aquel tiempo, un fariseo rogaba a
Jesús que fuera a comer con él. Jesús, entrando en casa del fariseo, se
recostó a la mesa. Y una mujer de la ciudad, una pecadora, al enterarse
de que estaba comiendo en casa del fariseo, vino con un frasco de
perfume y, colocándose detrás junto a sus pies, llorando, se puso a
regarle los pies con sus lágrimas, se los enjugaba con sus cabellos, los
cubría de besos y se los ungía con el perfume. Al ver esto, el fariseo
que lo había invitado se dijo: -«Si éste fuera profeta, sabría quién es
esta mujer que lo está tocando y lo que es: una pecadora. » Jesús tomó
la palabra y le dijo: -«Simón, tengo algo que decirte.» Él respondió:
-«Dímelo, maestro.» Jesús le dijo: -«Un prestamista tenía dos deudores;
uno le debla quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían con
qué pagar, los perdonó a los dos. ¿Cuál de los dos lo amará más?» Simón
contestó: -«Supongo que aquel a quien le perdonó más.» Jesús le dijo:
-«Has juzgado rectamente.» Y, volviéndose a la mujer, dijo a Simón:
-«¿Ves a esta mujer? Cuando yo entré en tu casa, no me pusiste agua para
los pies; ella, en cambio, me ha lavado los pies con sus lágrimas y me
los ha enjugado con su pelo. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde
que entró, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza
con ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por
eso te digo: sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho
amor; pero al que poco se le perdona, poco ama.» Y a ella le dijo: -«Tus
pecados están perdonados.» Los demás convidados empezaron a decir entre
sí: -«¿Quién es éste, que hasta perdona pecados?» Pero Jesús dijo a la
mujer: -«Tu fe te ha salvado, vete en paz» (Juan 7,36-50).
1. –“Un fariseo invitó a Jesús a comer con él”... Tres veces (Lc 7,36; 11,37; 14,1). Veo como aceptas la invitación, Señor.
–“En esto una mujer, conocida como
pecadora en la ciudad... llegó con un frasco lleno de perfume... se
colocó detrás de Jesús junto a sus pies, llorando, y empezó a regarle
los pies con sus lágrimas; se los secaba con sus cabellos, los cubría de
besos y se los ungía con perfume”... El fariseo era un "puro". La escena le choca profundamente: "Si este hombre fuera un profeta sabría quién es esa mujer que lo toca: ¡una pecadora!"
Efectivamente, se trataba de una pecadora, y todo induce a creer que
era una prostituta. Pecados, los que había acumulado... hasta el hastío
de sí misma y de los demás. Seguro que sin vergüenza de acercarse a ti,
Señor, ella pensó: "¡Si solamente él, el profeta Jesús, pudiera
salvarme!" Y allí está, por el suelo, a los pies de Jesús. ¿Sollozaba?
No sabemos más que cubre de besos los pies de Jesús y su perfume
embriagador llena la sala del banquete. Señor, la escena es curiosa:
¿cuál es el mensaje importante que quieres transmitirnos? Pienso en mis
propios pecados, y en la sucia marea de todos los pecados del mundo: Tú
debes estar habituado, Señor, desde que hay hombres sobre la tierra; en
tu genealogía las cuatro mujeres que aparecen están en una situación
irregular, y una de ellas es prostituta.
Lucas describe muy bien algunos detalles,
como la diferente actitud de Simón, que ha invitado a Jesús a comer, y
aquella mujer pecadora que sabe intuir detalles de amor hacia Jesús. Me
gusta verte, Señor, anunciar el amor y perdón en casa de un fariseo. El
argumento parece fluctuar en dos direcciones. Tanto se puede decir que
se le perdona porque ha amado ("sus pecados están perdonados, porque
tiene mucho amor"), como que ha amado porque se le ha perdonado ("amará
más aquél a quien se le perdonó más"). Me gustaría saber ser como tú,
Jesús, dar ánimos a los “pecadores”, y no dedicarme a hundirlos más con
rigideces. Ayúdame a ser como un padre, y no como el hermano mayor del
hijo pródigo o como este Simón y los otros convidados, que no saben ser
benévolos y amar. Quisiera tener tu corazón, Señor, para levantar a la
mujer adúltera, acoger a Zaqueo el publicano, y tener esas palabras de
ánimo para esta mujer que hoy entra en la sala del banquete y te unge
los pies.
Así lo explica San Josemaría: “Le rogó uno de los fariseos que fuera a comer con él. Y habiendo entrado en casa del fariseo, se puso a la mesa.
Llega entonces una mujer de la ciudad, conocida públicamente como
pecadora, y se acerca para lavar los pies a Jesús, que según la usanza
de la época come recostado. Las lágrimas son el agua de este conmovedor
lavatorio; el paño que seca, los cabellos. Con bálsamo traído en un rico
vaso de alabastro, unge los pies del Maestro. Y los besa.
”El fariseo piensa mal. No le cabe en la cabeza que Jesús albergue tanta misericordia en su corazón. Si éste fuese un profeta -imagina-, sabría quién es y qué tal es la mujer. Jesús lee sus pensamientos, y le aclara: ¿ves
a esta mujer? Yo entré en tu casa y no me has dado agua con que se
lavaran mis pies; y ésta los ha bañado con sus lágrimas y los ha
enjugado con sus cabellos. Tú no me has dado el ósculo, y ésta, desde
que llegó, no ha cesado de besar mis pies. Tú no has ungido con óleo mi
cabeza, y ésta sobre mis pies ha derramado perfumes. Por todo lo cual,
te digo: que le son perdonados muchos pecados, porque ha amado mucho.
”No podemos detenernos ahora en las
divinas maravillas del Corazón misericordioso de Nuestro Señor. Vamos a
fijarnos en otro aspecto de la escena: en cómo Jesús echa de menos todos
esos detalles de cortesía y delicadeza humanas, que el fariseo no ha
sido capaz de manifestarle. Cristo es perfectus Deus, perfectus homo,
Dios, Segunda Persona de la Trinidad Beatísima, y hombre perfecto. Trae
la salvación, y no la destrucción de la naturaleza; y aprendemos de El
que no es cristiano comportarse mal con el hombre, criatura de Dios,
hecho a su imagen y semejanza”.
¿Dónde quedamos retratados, en los
fariseos o en Jesús? No se trata de que lo aprobemos todo. Como Jesús no
aprobaba el pecado y el mal. Sino de imitar su actitud de respeto y
tolerancia. Con nuestra acogida humana, podemos ayudar a tantas personas
-drogadictos, delincuentes, marginados de toda especie- a
rehabilitarse, haciéndoles fácil el camino de la esperanza. Con nuestro
rechazo justiciero les podemos quitar los pocos ánimos que tengan. Claro
que, para ser benévolos en nuestros juicios con los demás, antes
tendremos que ser conscientes de que Dios ha empleado misericordia con
nosotros. Se nos ha perdonado mucho a nosotros y por tanto deberíamos
ser más tolerantes con los demás, sin constituirnos en jueces prestos
siempre a criticar y a condenar. Dios es rico en misericordia. Lo ha
demostrado en Cristo Jesús. Y lo quiere seguir mostrando también a
través de nosotros (J. Aldazábal).
Jesús, quieres que aprendamos de tu enseñanza, por eso le dices al fariseo: -"Simón,
tengo algo que decirte: Un acreedor tenía dos deudores... Uno le debía
una gran suma, la deuda del otro era muy pequeña... Se las perdonó a los
dos. ¿Cuál de ellos le amará más?" Los acreedores humanos no se
comportan de ese modo, habitualmente. ¡Pero Dios sí! Es El quien lo
dice. Y nos pide que nos portemos también así: "perdónanos nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores". Si te colocas sobre ese terreno, Señor, entonces es mejor ser Magdalena que Simón...
-“¿Ves a esta mujer...? Y Jesús
hace su elogio. Habla de ella con respeto, la valora. Subraya todo lo
que ha hecho bien. Había sufrido mucho. Señor, ayúdame a ver a los
pecadores con tu propia mirada llena de bondad y misericordia. Dame el
don de saberlos rehabilitar a sus propios ojos. Que todas mis palabras y
mis actitudes digan ¡cuán bueno eres, Señor!
-“Quedan perdonados sus muchos pecados porque muestra un gran amor... A quien poco se le perdona poco amor muestra”... Esas dos frases contienen una de las mayores revelaciones sobre el "pecado":
- el amor provoca el perdón: Tú le perdonas sus pecados porque ama...
- el perdón provoca el amor: cuanto más
perdonado se ha sido, tanto más se siente uno llevado a amar. ¡Gracias,
Señor! El amor es la causa y la consecuencia del perdón. Quizá es por
esto que, después de todo, Tú permites, Señor, nuestros pecados... ¡para
que un día se transformen en amor! Cada uno de mis pecados, ¡qué
misterio! podría llegar a ser una ocasión de amar más a Dios: instante
este maravilloso en el que tomo conciencia de la misericordia... en el
que adivino "hasta dónde" me ama Dios... Es el instante del perdón, el
instante del mayor amor. ¿No vale la pena de celebrarlo en el sacramento
de penitencia o reconciliación? (Noel Quesson).
Muchos de los contemporáneos de Jesús
querían alcanzar la salvación por medio del estricto cumplimiento de la
ley. Por eso, evitaban todo contacto con las personas que eran
consideradas impuras: extranjeros, enfermos y pecadores; llevaban
rigurosamente el descanso del sábado: no cocinaban, no comerciaban, no
caminaban. Esta manera de actuar les creaba la falsa seguridad de que ya
estaban salvados. Jesús permanentemente cuestionaba esta forma de vivir
la experiencia de Dios. Para él, lo más importante era el amor al
hermano, al pecador e, incluso, al enemigo. Las verdaderas personas de
Dios eran aquellas personas capaces de convertirse en fuente de vida
para los demás.
Vemos hoy que Simón es uno de ellos, y tú
Jesús le propones una parábola: la generosidad de un hombre que perdona a
sus deudores. El que le debía más es quién debe manifestar mayor
agradecimiento. Señor, te pido no ser yo de los radicales que se
consideraban a sí mismos los hombres justos, que negaban con su actitud
el perdón de Dios a los demás, que se creían salvados. Nos dices que la
rígida disciplina religiosa no sirve de nada, sino el amor y el
agradecimiento (servicio bíblico latinoamericano).
No sabemos de qué mujer se trata, y se ha
confundido con la Magdalena. Lo que sí sabemos son los detalles que
manifiestan que descubre en Jesús el amor de su vida y está dispuesta a
dejarlo todo. Se desprende su cabello. Cubre de besos los pies de Jesús.
Derrama sobre sus pies un frasco de perfume… Es una escena de un
profundísimo y sorprendente amor. Jesús, acogido por esta mujer con un
amor, que no había sido capaz de mostrarle su anfitrión, se hace
hospitalidad que perdona, acoge y transforma. Hoy me sorprendo al ver
que María de Betania, más tarde, imitará paso a paso los detalles de
amor de esta pecadora... quién sabe qué pasaría por su corazón…
La experiencia del vacío de la vida es
-frecuentemente- la mejor condición para encontrar el sentido de la
vida. Profundicemos en nuestro interior. Veamos cuántas cosas nos llenan
de verdad, y cuántas nos defraudan, nos dejan insatisfechos. Busquemos
el sentido y lo encontraremos. Jesús está resucitado. Sigue en medio de
nosotros. Es posible encontrarlo. Mejor todavía, ¡nos sale al encuentro!
(Pepe: cmfxr@planalfa.es)
También te pido, Señor, la virtud del
agradecimiento, no así como el fariseo que está convencido de que se ha
ganado a pulso la salvación. La seguridad personal que podemos tener en
el mero cumplimiento es insegura, además de que impide experimentar
plenamente la gratuidad de la salvación. La mujer pecadora, en cambio,
que ha tocado fondo, tiene mucha más capacidad que el otro de percatarse
de la novedad que comporta el mensaje de Jesús y de la nueva e
incomparable libertad que ha experimentado al acogerlo. Vemos la actitud de acogida de la persona de Jesús por parte de la pecadora y cómo contrasta con las omisiones del fariseo.
En un sermón sobre la preparación para
recibir al Señor, exclama San Juan de Ávila: «¡Qué alegre se iría un
hombre de este sermón si le dijesen: “El rey ha de venir mañana a tu
casa a hacerte grandes mercedes”! Creo que no comería de gozo y de
cuidado, ni dormiría en toda la noche, pensando: “El rey ha de venir a
mi casa, ¿cómo le aparejaré posada?”. Hermanos, os digo de parte del
Señor que Dios quiere venir a vosotros y que trae un reino de paz». ¡Es
una realidad muy grande! ¡Es una noticia para estar llenos de alegría!
Cristo mismo, el que está glorioso en el
Cielo, viene sacramentalmente al alma. «Con amor viene, recíbelo con
amor». El amor supone deseos de purificación –acudiendo a la Confesión
sacramental cuando sea necesario o incluso conveniente–, aspirando a
estar el mayor tiempo posible con Él.
Jesús desea estar con nosotros, y repite para cada uno aquellas memorables palabras de la Última Cena: Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros... (Lc 22,15).
«La posada que Él quiere es el ánima de cada uno; ahí quiere Él ser
aposentado, y que la posada esté muy aderezada, muy limpia, desasida de
todo lo de acá. No hay relicario, no hay custodia, por más rica que sea,
por más piedras preciosas que tenga, que se iguale a esta posada para
Jesucristo. Con amor viene a aposentarse en tu ánima, con amor quiere
ser recibido» (San Juan de Ávila), y haremos como esta mujer, que cuida los detalles. Te pedimos, Señor, este sentido de lo sagrado: Señor
Jesús, bondadoso pelícano, límpiame a mí, inmundo, con tu Sangre, de la
que una sola gota puede liberar de todos los crímenes al mundo entero (Himno Adoro te devote).
2. Pablo nos habla de “la «buena
nueva»... El evangelio... Lo habéis recibido, y en el cual permanecéis
firmes, por el cual también sois salvados si lo guardáis tal como os lo
anuncié... Si no, habríais creído en vano...” El evangelio es una
alegría, un gozo, es algo «bueno». No se inventa: se «recibe». No se
deforma, se toma «tal cual es». Es «salvador», restaura al hombre, lo
reconstruye.
-“Os he transmitido lo que yo mismo he recibido”. Profunda humildad del apóstol, es el primero en someterse al mensaje que ha de transmitir.
-“Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras... Fue sepultado... Resucitó al tercer día según las Escrituras...”
Es un acto de fe o uno de las primeras redacciones del Credo, basado en
la muerte, la sepultura, la resurrección de Jesús, anunciados en todo
tiempo por las «escrituras». La fórmula repetida, «conforme a las
Escrituras» muestra que la muerte y la resurrección de Jesús eran unos
hechos esenciales en el plan de Dios para la salvación del mundo, "por
nuestros pecados"...
-“Se apareció a Pedro, a los doce, luego a quinientos hermanos, y a mí el más pequeño de los apóstoles. Mas
por la gracia de Dios soy lo que soy, y la gracia de Dios no ha sido
estéril en mí. He trabajado penosamente... Pero no yo, sino la gracia de
Dios que está conmigo”. Es la vida nueva en que cada uno "ha muerto a su pecado" y ha "resucitado", por así decir, con Cristo.
La fórmula algo embarazosa de Pablo es muy
reveladora: ni yo solo, ni Dios solo, sino Dios y yo... en una unión
indivisible. Admirable expresión de la «gracia» que no trabaja sin
nosotros pero con la cual hacemos mucho más de lo que lograríamos con
nuestras solas fuerzas (Noel Quesson).
3. Quiero entrar en la oración del salmista, Señor: “Dad
gracias al Señor porque es bueno, / porque es eterna su misericordia. /
Diga la casa de Israel: / eterna es su misericordia”.
Quiero alabarte, Señor, por el perdón y
la misericordia que nos das con tu vida: "La diestra del Señor es
poderosa, / la diestra del Señor es excelsa." / No he de morir, viviré /
para contar las hazañas del Señor. // Tú eres mi Dios, te doy gracias; /
Dios mío, yo te ensalzo.”
Llucià Pou Sabaté
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