Jueves de la 25ª semana de
Tiempo Ordinario. Jesús no es un gran hombre, sino Dios encarnado. Y el hombre
solo se realiza cuando se abre a Dios
“En aquel tiempo, el virrey Herodes se enteró de lo que pasaba y no
sabía a qué atenerse, porque unos decían que Juan había resucitado, otros que
habla aparecido Elías, y otros que habla vuelto a la vida uno de los antiguos
profetas. Herodes se decía: -«A Juan lo mandé decapitar yo. ¿Quién es éste de
quien oigo semejantes cosas?» Y tenía ganas de ver a Jesús” (Lucas 9,7-9).
1. La
fama de Jesús se extiende y llega a oídos de Herodes Antipas, tetrarca de
Galilea y Perea, el asesino de Juan el Bautista. Este Herodes era hijo de
Herodes el Grande, el de los inocentes de Belén. Su actitud parece muy
superficial, de mera curiosidad. Está perplejo, porque ha oído que algunos
consideran que Jesús es Juan resucitado, al que él había mandado decapitar.
Este Herodes es el que más tarde dice Lucas que amenaza con deshacerse de Jesús
y recibe de éste una dura respuesta: "id y decid a ese zorro..." (Lc
13,31-32). En la pasión, Jesús, que había contestado a Pilato, no quiso, por el
contrario, decir ni una palabra en presencia de Herodes, que seguía deseando
verle, por las cosas que oía de él "y esperaba presenciar alguna señal o
milagro" (Lc 23,8-12; cf J. Aldazábal).
-“Herodes, príncipe de Galilea, se enteró de
lo que pasaba acerca de Jesús. Y
estaba perplejo. Porque unos decían: "Es Juan Bautista que ha resucitado
de entre los muertos." Otros decían: "Es Elías que ha aparecido de
nuevo." Y otros: "Es uno de los antiguos Profetas que ha vuelto a la
vida."” El afán de algo extraordinario hacía que los judíos esperaran
un nuevo Moisés, un nuevo Elías (Noel Quesson).
-“Y Herodes decía: "A Juan yo le hice
decapitar. ¿Quién es éste de quien oigo semejantes cosas?"” Parece que
tenía la inquietud de la conciencia intranquila, del peso del crimen cometido.
Hay una luz interior: "cuando los paganos, que no tienen Ley hacen
espontáneamente lo que ella manda, aunque la Ley les falte, son ellos su propia
Ley... y muestran que llevan escrito en su corazón el contenido de la Ley
cuando la conciencia aporta su testimonio" (Rom 2,14).
-“Y tenía ganas de ver a Jesús”. Parece
que Herodes no sigue esa luz interior de su conciencia, por el crimen cometido
(«A Juan le corté yo la cabeza»), y
se pregunta por la identidad de Jesús: «¿Quién
es éste de quien oigo semejantes cosas?» Es fácil suponer que tiene miedo,
y necesita cierto control de las cosas que hace. Hay una contradicción en todo
esto, pues si bien «tenía ganas de verlo» se nos dirá más tarde que lo «quería
matar» (13,31).
En una vida
llena de miedos ante la incertidumbre de un futuro amenazante, muchos se
abandonan en sectas y falsas seguridades. Herodes quiere espectáculo, tiene
curiosidad por todo lo sobrenatural, como vemos hoy día en algunos. Lo maravilloso
y mágico es siempre algo que interesa a la imaginación, y tenemos mucha
literatura de leyendas fantásticas, cuentos en los que lo mágico se funde con
lo real. La Edad Media, como también la época romántica, fueron tiempos en los
que proliferaban esas historias y cuentos. En la época pop se quiso un Jesús "superstar", o un gran hombre, o un
admirable maestro. Pero Jesús no es solo un hombre, es Dios encarnado. Sólo los
que se acercan a él con fe y sencillez de corazón logran entender poco a poco
su identidad como enviado de Dios y su misión salvadora. Señor, yo creo, pero
dame tu fuerza para ayudar a los demás, a buscarte, a encontrarte, pues sólo tu
eres la respuesta plena a todas nuestras búsquedas.
Veo que en épocas pasadas, en la Iglesia,
también hemos empobrecido tu mensaje, Señor, al mostrar un Dios “impasible”
demasiado metafísico (pues estás encarnado), y la fe se nos ha llenado de definiciones
sin alma. Cuando estudié teología estaba ilusionado, pero luego me sentí
defraudado al encontrarme con explicaciones de dogmas fríos y secos. La fe no
es solo creer en cosas, sino seguirte a ti, Jesús. La fe es asombro, que
compromete a arriesgarse en tu aventura divina, Señor, en un encuentro de
experiencia contigo, en un deseo de tenerte en plenitud.
Dios de eterna
juventud, / aviva en nosotros la sed de conocerte / y el deseo de descubrirte.
// Haznos sentir curiosidad por tu palabra: / que ella nos inicie en tu
misterio / sin agotar el gozo del encuentro siempre nuevo, / incluso en los
siglos sin fin (Dios cada día, Sal
terrae).
2. Este libro
del Eclesiastés ("el predicador", traducción griega del título
original, Qohelet) nos dice que el hombre está insatisfecho, busca el sentido
de la vida…
-“Vanidad de vanidades, ¡todo es vanidad!”
El autor de estas palabras decepcionantes, vivía hacia el siglo III a. de J.C.
en una época de brillante civilización: el Helenismo, en que, muchos de sus
contemporáneos se lanzaban ávidamente a la facilidad, al confort, incluso al
lujo de la civilización griega.
Nada puede
«satisfacer» totalmente al hombre: ni el placer, ni la riqueza, ni el trabajo,
garantizan al hombre su felicidad. Todo es «vano»... vacío... hueco...
insatisfactorio.
-“¿Qué saca el hombre de toda la fatiga con
que se afana bajo el sol?” Si en la vida no hay más luz que la del sol, lo
terreno, entonces no hay más que "vanidad", aparece el desencanto,
aburrimiento, peso de la condición humana, la aparente absurdidad de la vida y
de la muerte... Sólo Dios puede colmar al hombre.
-“Sale el sol y el sol se pone... Sopla el
viento y gira al norte... Todos los ríos van al mar y el mar nunca se llena...
Todo es «fastidioso»... Nadie puede decir que se cansa el ojo de ver, ni que el
oído esté harto de oír”. Se tiene la impresión que nada avanza un paso, que
todo se repite indefinidamente; y nada es más deprimente para un hombre que
esta impresión de inutilidad, de ese estar haciendo algo que no sirve para
nada. El carácter «cíclico» de la vida nos da precisamente esta sensación de
estar «encerrados en un círculo», dando siempre vueltas en él, y esto puede
agobiar, como la película “El día de la marmota”, en la que un reportero que
cubre un servicio de la fiesta de la marmota que celebran en el pueblo, ve que
todo se repite indefinidamente en una triste monotonía, está atrapado en el
tiempo y no pasa nunca un día que se repite una y otra vez, hasta que el amor
desbloquea ese infierno…
¿Quién romperá
ese círculo? ¿Tiene el hombre una «salida»? El autor sabe por experiencia que
la salida no se halla en la saciedad carnal: nuestros ojos y nuestros oídos y
todos nuestros sentidos no están nunca saciados... el deseo renace.
La historia de
la salvación no es cíclica puesto que sabemos a dónde vamos, y con quien vamos.
El sentido del hombre está lleno de optimismo (Sal 103/104, Job 38-40) sobre el
mundo. Es el tiempo de Dios. Pero en este libro llamado de Qohelet vemos
también lo que hoy, una sociedad sin Dios. No es que Dios no exista, pero al no
mirarlo estamos tristes, dominados por la angustia y el pensamiento de que todo
es absurdo. Los desengaños de ciertas filosofías siempre vienen de una idea de
universo material que no ve más allá de sí mismo (Maertens-Frisque).
-“Nada nuevo hay bajo el sol... Si alguien
dice: «¡mira, eso es nuevo!» Aun eso ya sucedió; pero no hay recuerdo de las
cosas de antaño”. Cuando el hombre cree descubrir algo nuevo, su memoria le
falla.
Danos, Señor,
esa lucidez necesaria para que se agudice en nosotros el deseo de Ti (Noel
Quesson).
3. Lo único
que no pasa es Dios. Por eso el salmo nos hace decir: "Señor, tú has sido nuestro refugio de
generación en generación... mil años en tu presencia son un ayer, que pasó".
Juan XXIII decía que este salmo tenía el secreto para ver con sabiduría el
discurrir de la historia: "enséñanos
a calcular nuestros años para que adquiramos un corazón sensato". Fija
la mirada en Dios, que no cambia y da sentido a todo.
Llucià Pou
Sabaté
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