miércoles, 28 de diciembre de 2011
Navidad, 28 de Diciembre: Los Santos Inocentes, mártires que profesan su fe con su silencio
Navidad, 28 de Diciembre: Los Santos Inocentes, mártires que profesan su fe con su silencio
Primera carta del apóstol san Juan 1,5-2,2. Queridos hermanos: Os anunciamos el mensaje que hemos oído a Jesucristo: Dios es luz sin tiniebla alguna. Si decimos que estamos unidos a él, mientras vivimos en las tinieblas, mentimos con palabras y obras. Pero, si vivimos en la luz, lo mismo que él está en la luz, entonces estamos unidos unos con otros, y la sangre de su Hijo Jesús nos limpia los pecados. Si decimos que no hemos pecado, nos engañamos y no somos sinceros. Pero, si confesamos nuestros pecados, él, que es fiel y justo, nos perdonará los pecados y nos limpiará de toda injusticia. Si decimos que no hemos pecado, lo hacemos mentiroso y no poseemos su palabra. Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero, si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. Él es víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por os nuestros, sino también por los del mundo entero.
Salmo 123,2-3.4-5.7b-8. R. Hemos salvado la vida, como un pájaro de la trampa del cazador.
Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte, cuando nos asaltaban los hombres, nos habrían tragado vivos: tanto ardía su ira contra nosotros.
Nos habrían arrollado las aguas, llegándonos el torrente hasta el cuello; nos habrían llegado hasta el cuello las aguas espumantes.
La trampa se rompió, y escapamos. Nuestro auxilio es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra.
Texto del Evangelio (Mt 2,13-18): Después que los magos se retiraron, el Angel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma contigo al Niño y a su madre y huye a Egipto; y estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al Niño para matarle». Él se levantó, tomó de noche al Niño y a su madre, y se retiró a Egipto; y estuvo allí hasta la muerte de Herodes; para que se cumpliera el oráculo del Señor por medio del profeta: «De Egipto llamé a mi hijo».
Entonces Herodes, al ver que había sido burlado por los magos, se enfureció terriblemente y envió a matar a todos los niños de Belén y de toda su comarca, de dos años para abajo, según el tiempo que había precisado por los magos. Entonces se cumplió el oráculo del profeta Jeremías: «Un clamor se ha oído en Ramá, mucho llanto y lamento: es Raquel que llora a sus hijos, y no quiere consolarse, porque ya no existen».
Comentario: A. comentario mío de 2007: :Junto a José, que es el hombre del santo encogimiento de hombros, le que acepta en todo la voluntad divina, vemos a los inocentes que sufren el mal, la injusticia, y reclaman una reparación. También ante las injusticias que vemos en nuestras vidas, pensamos que tiene que haber algo más allá, un “lugar” o “tiempo” donde aquello se arregle. En las noches de José, las visitaciones de los ángeles en sueños son oración reparadora, que le da fuerzas e ilusión para superar todo tipo de dificultades. Aquí el ángel no le dice su presentación habitual: “no temas”. José no tiene miedo. Intuye que la ley del temor quedó con Jesús sustituida por la del amor, aunque se pierda la vida: el temor es ya “amor de hijo, que no quiere disgustar a su Padre”, dice San Josemaría Escrivá: añadía que es un camino de amor: “No entiendo otro temor que no sea el del hijo que sufre porque ha disgustado a su padre: no tememos de otro modo a Dios, que es nuestro Padre” (Letter, 29-IX-57, citado en http://horatio.uap.edu.ph/opusdei/opusdei_chapter3.html). Esta es “la ciencia de la salvación para el perdón de sus pecados” que proclamó Zacarías en su cántico: “por las entrañas de misericordia de nuestro Dios… para iluminar a los que yacen en las tinieblas y en sobra de muerte, y guiar nuestros pasos por el camino de la paz” (Lc 1, 78-79), y pienso en ese camino de sustituir el temor servil por el filial, por el amor al Esposo, ese amor que es más fuerte que la muerte, porque es Amor eterno, Amor por el que se ha dado la vida y se sigue entregando.
¿Hay mártires, hoy día? Cada año docenas de misioneros, sacerdotes, cristianos normales, son asesinados por su fe. Es curioso ver a ese Dios que todo lo puede –“porque para Dios no hay nada imposible”: Lc 1, 37- con esa aparente impotencia de Dios. También María pudo ver como ante las cosas incomprensibles Dios tiene una solución, como el anuncio de que siendo virgen sería también madre, sabe ir por esos senderos del misterio, por donde no cae, aunque no vea nada anda segura. ¿Cómo arregla Dios esa injusticia de esos primeros que mueren por Jesús? Tampoco lo sabemos, pero los celebramos en el cielo, sabiendo que de lo malo el Señor saca algo bueno, y ¡tan bueno!: como darles la vida eterna. Esto nos hace pensar en tantos inocentes, abortados en el lugar donde más seguro tendría que estar un hijo, en el vientre de su madre: “no son mis pensamientos vuestros pensamientos, ni mis caminos son vuestros caminos, dice Yahvé. Cuanto son los cielos más altos que la tierra, tanto están mis caminos por encima de los vuestros y por encima de los vuestros, mis pensamientos” (Isaías 55, 8-9). Ya vimos al hablar de la genealogía de Jesús, que entre sus antepasados había pecadores, y que el Señor nos da la lección de que nos acepta sin más, como somos, y cuando vamos a él todo lo pasado no cuenta, hace nuevas las cosas, podemos siempre rehacer nuestra vida, rectificar, pues la vida espiritual es eso, volver a empezar una y otra vez.
Así Dios se sirve de todo para que coopere al bien (cf. Rom 8, 28). Hemos leído la versión de esta cita paulina en el sentido de que “todo es para bien, para los que aman a Dios”, pero podemos tener la duda al pensar “¿amo a Dios, para que sea todo para bien?” Nos consuela el sentido más literal, y que nos da más paz, y es éste: “todo es para bien, para los que Dios ama”, o bien “para los que Dios concede su beneplácito, los predestinados”... es decir que como somos todos objeto de su amor, esto nos consuela, basta dejarse llevar por esa corriente de amor. Esta misma traducción la vemos en el “gloria” de la Misa, que con acierto se ha cambiado: ya no es “y en la tierra paz a los hombres que aman al Señor” sino “que ama el Señor”. Dios tiene su imaginación para sacar de lo malo bueno, y es que el amor es imaginativo, nos los dice Juan Pablo II: «En efecto, son muchas en nuestro tiempo las necesidades que interpelan a la sensibilidad cristiana. Es la hora de una nueva imaginación de la caridad, que se despliegue no sólo en la eficacia de las ayudas prestadas, sino también en la capacidad de hacernos cercanos y solidarios con el que sufre». Esta imaginación la tiene María, que va con alegría a servir a quien intuye que necesita su ayuda, su prima Isabel. Ella nos llevará a adivinar las necesidades de los demás, como recuerdo que nos decía en Roma el siervo de Dios Álvaro del Portillo.
Son muchas las cosas que se podrían decir de ese derramamiento de sangre de los santos inocentes, pero podemos acabar con una reflexión sobre su actitud silenciosa, que nos puede ayudar a valorar esa forma de diálogo que es el silencio, ese espacio de indeterminación pero que abre un mundo invisible, de riqueza incalculable. El sabio escucha y no dice por decir, pues eso nos limita, determina y muchas veces no se puede definir lo indefinible, excepto si se dice en poesía, y el silencio es una forma de poesía: “sin ataduras, sin confines, libera un desaforado caudal de significación en lo no significado, conserva en su interior la potencia de todo lo no dicho”. Dicen que eres dueño de tu silencio y esclavo de tus palabras. Tomo prestada la cita que sigue de un correo de Internet, que habla de ese silencioso hablar que tiene uno cuando mira y calla: “El arte de callar”. “Muchas veces basta una mirada. Una mirada sostenida. Tus ojos sobre los ojos del otro. Adivinar el significado de los brillos. Leer el futuro inmediato más allá de la pupila. Quieres decir muchas cosas, pero aguántate las ganas. Aprieta los labios. Permite que las ideas circulen sin que salgan al exterior. Alarga el espacio entre las preguntas y las respuestas. Deja que los músculos se dibujen en el rostro. Espera una señal de alerta. Mantén la respiración. Piensa que el otro también piensa. Analiza. Espera.
La economía de las palabras: Una virtud que no es exclusiva de las monjas de clausura. Un juego que practican los que saben hacerse los locos. Los que entienden que no todos los interrogantes necesitan una respuesta. Que la solución no siempre llega al abrir la boca. ¿Por qué decirlo todo? ¿Por qué no conservar en el interior una dosis de lo que se piensa? ¿Por qué no convertir en secreto algunas de las ideas que hacen su aparición sin previo aviso, al menos con la ilusión de que el tiempo las madure y las transforme en ideas más duraderas? ¿Por qué no entender, de una vez, que la palabra jamás logrará ser tan rápida como el cerebro? ¿Y que no todo lo que cruza por la mente puede convertirse en palabras? Entender que también se puede hablar con el gesto. Que… el silencio a veces grita. Se guarda silencio en los hospitales, en las salas de velatorios, en los actos solemnes… Se guarda silencio por pudor, por respeto, por dolor... Se guarda silencio por el dolor que es incapaz de convertirse en llanto. Silencio cuando el llanto se agota, y agota al que llora… Habría que aprender a callar... Callar para escuchar. Callar para mirar. Callar para aprender... Para saber si el eco existe... Para comprender que el silencio es el antifaz de los sonidos más hermosos… Manejar el silencio es más difícil que manejar la palabra (Clemenceau)”
B. comentario tomado de textos de mercaba.org en 2009. - Como el día de san Esteban, nuevamente hoy contemplamos la dureza del camino de Jesús. La fuerza de mal que hay en el mundo envuelve a Jesús desde el comienzo de su vida, y acabará clavándolo en la cruz. - La actuación de Herodes muestra el daño que puede hacer la defensa del propio poder sin pensar en nada más, y las tragedias que eso provoca en los que están a merced de la voluntad incontrolada de los poderosos: "¡Un grito se oye en Ramá, llanto y lamentos grandes!".
- Pero lo que más destaca en la fiesta de hoy es la fuerza del Dios que es más fuerte que todo el mal que los hombres podamos hacer: los Inocentes, sin saberlo, han compartido la muerte de Jesucristo y ahora comparten por siempre su gloria. En Dios, todo es gracia. Y al final del camino humano está su vida.
Caminar en la luz de Dios, realizar el proyecto de vivir en comunión con El no está al alcance de solos los medios del hombre: el pecado obstaculiza continuamente su caminar en la luz y le extravía constantemente por entre las tinieblas. Un sano realismo debe convencerle de ello. El cristianismo no se confunde con las sectas pneumáticas que niegan la condición pecadora del hombre y a las que Juan alude probablemente (v 8). El único verdadero pecado es el orgullo de considerarse sin pecado: esta actitud se cercena a sí misma de toda iniciativa salvífica de Dios para replegarse sobre sí misma: aparta de toda comunión con Dios: la verdad no habita ya "en el hombre".
La confesión de los pecados, por el contrario, mantiene al hombre en la luz y en la comunión con Dios, puesto que la actitud misma por la que confiesa sus pecados es una llamada al perdón de Dios (v 9), recurso a nuestro abogado cerca de Dios (v 1), confianza en el poder propiciatorio de la muerta de Cristo (v 2), acciones todas ellas que preparan la comunión con Dios.
Caminar en la luz de Dios y vivir en comunión con El no constituye, por tanto, tan sólo un estado adquirido de una vez para siempre; se trata, por el contrario, de un caminar ("caminar en la luz", v 7) y de un incesante paso de las tinieblas a la luz por la conversión y la confesión de los pecados. El pecado es, pues, una ocasión de comunión con Dios mediante la invitación al perdón que puede provocar. Sólo la pretensión de estar sin pecado priva de esa comunión, puesto que niega la intervención salvífica de Dios y hace incluso de Dios un mentiroso, ¡a El que quiere venir a perdonarnos! (v 10).
La confesión de los pecados a que se refiere San Juan (v 9) es una confesión pública y no una confesión en el secreto del corazón: la palabra griega exomologesis supone, en efecto, una acción exterior, y nos permite creer en la existencia de una liturgia penitencial desde finales del siglo primero, lo que vendría a confirmar la doctrina de Juan de que toda comunión con Dios supone una comunión con los hermanos (1 Jn 1,7; 1 Jn 2,9-11; Maertens-Frisque).
El escrito se propone restablecer la comunión plena de la Iglesia, maltrecha por la herejía gnóstica. Para conseguir este objetivo, Juan se propone, según sus propias palabras, "desvelar" el mensaje de Cristo, no porque lo desconozcan los destinatarios de la carta, sino porque deben ahondar cada vez más en sus exigencias. ¿Qué hay que hacer para estar en comunión con Dios? Caminar en la luz (1, 5-2,2) y guardar el mandamiento del amor (2, 3-11).
Así pues, hay en el punto de partida una exigencia fundamental de verdad; de una verdad, por lo demás, siempre por hacer. Hay que empezar por denunciar las ilusiones alimentadas por los gnósticos, los cuales dicen estar sin pecado y en comunión con Dios. El autor apuntaba probablemente a la pretensión de los herejes de vivir una moral superior que, de hecho, no era más que una especie de amoralismo sin pecado. Se sabe, en efecto, que despreciaban la "carne", no la licencia sexual, ante la que cerraban los ojos, sino simplemente lo cotidiano de la vida, empezando por el amor fraterno.
A esta actitud catastrófica, puesto que negaba la verdad, opone Juan el auténtico comportamiento cristiano, que consiste en una conversión constantemente renovada, que se expresa en la confesión de los pecados. Quien actúa de este modo obra la verdad en sí mismo: camina en la luz y realiza la comunión con Dios. Mejor aún: está sin pecado, pues el creyente es salvado por Cristo (Sal terrae).
-El anuncio que le oímos a Jesús es éste: Dios es luz... No hay tiniebla alguna en El... La «luz». Una imagen de Dios. Habitualmente, me aprovecho de la luz sin darme cuenta. Trato de considerar mejor lo que la luz es: contemplo una fuente de luz: una lámpara, el sol, mi ventana... Dejo que me deslumbre... luego cierro los ojos y me hundo en las tinieblas. Trato de imaginar lo que sería el mundo sin luz. Miro mi mano, por ejemplo. De noche, en la tiniebla, no la vería por muy cerca que estuviera de mis ojos. Sin luz, los ojos resultan inútiles. No sirven para nada. «Dios es luz» El pone de manifiesto todo lo restante. Sin El todo sería tiniebla... inexistente.
-Si caminamos en las tinieblas, nuestra conducta no es sincera. El tema de la luz en san Juan está ligado al de la verdad. Dios es «verdadero». Dios es transparencia, Dios es sinceridad, Dios es luz. En El no hay ningún desfase entre "lo que dice o muestra"... y «lo que verdaderamente es». En nosotros, por el contrario, existe a menudo ese desfase mentiroso: llevamos una especie de máscara, no dejamos al descubierto nuestro verdadero rostro... «no actuamos según la verdad»... «somos mentirosos».Vivir «según la verdad», es «vivir según Dios». Es en primer lugar una exigencia de lucidez, de santidad, de verdad.
-Cuando nos movemos en la luz somos solidarios unos de otros. No nos esperábamos ese final de la frase, esperábamos más bien «si nos movemos en la luz = vivimos en comunión con Dios». Ahora bien, san Juan inmediatamente apunta al amor fraterno. ¡Vivir «en la luz» es vivir en «comunión con los demás», en el servicio a los demás, en la apertura unos de otros! Seres que están en común-unión los unos con los otros. Trato de dar un contenido concreto a esa expresión. Evoco algunas experiencias de «comunión» entre personas, momentos más logrados de comunicación, de participación, de unión; si bien todos esos términos humanos son demasiado pobres para expresar esa realidad. La «vida» de Dios es una inefable experiencia continua de «comunión». El proyecto de Dios es una inmensa empresa de «comunicación» entre personas. Es el mandamiento nuevo del amor. Amémonos.
-Y la sangre de Jesús nos limpia de todo pecado... Si decimos no tener pecado, la verdad no está en nosotros... Si reconocemos abiertamente nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, perdona nuestros pecados y nos purifica de toda injusticia. Pecar... es caminar en las tinieblas. Hay en nosotros algo tenebroso, una parte de nosotros mismos que deseamos esconder. Esa parte egoísta, esas motivaciones interesadas, inconfesables, esas debilidades de nuestra voluntad... esos rechazos a compartir, a la comunicación, al amor. ¡Hay que hacer luz sobre todo ello! Si decimos que nada de eso está en nosotros, nos engañamos, somos mentirosos. Pero basta con «reconocer que somos pecadores» para que todo eso sea salvado. Si uno de nosotros comete pecado, tenemos un defensor ante el Padre: Jesús, el justo. El es la víctima que expía nuestros pecados.¡Gracias! (Noel Quesson).
2. Sal. 124 (123). Dios está siempre de parte de los suyos. Y nosotros somos suyos, pues Él nos creó porque nos ama. Y Él nos santificó en Cristo Jesús, su Hijo, porque su amor por nosotros es eterno y nos quiere con Él, sanos y salvos en su Reino celestial. Es verdad que nos acechan muchas tentaciones; es verdad que somos calumniados, perseguidos y puestos al borde de la vida. Sin embargo Dios velará siempre por nosotros y nos librará de la mano de nuestros enemigos y de la de aquellos que nos aborrecen. Por eso aprendamos siempre a confiar en el Señor. Pero que esa confianza brote del amor que le tengamos. No busquemos, imprudentemente, el ser perseguidos por Cristo, pues esto no es grato al Señor. Dediquémonos a Él; demos testimonio de Él; llevemos una vida conforme al Evangelio. Que el mundo lea, en la Iglesia, la presencia salvadora de Cristo a través de la historia. Si a causa de confesar nuestra fe nos maldicen, dicen cosas falsas de nosotros o nos crucifican, será un honor para nosotros haber sido considerados por Dios dignos de dar, con nuestra sangre, el testimonio supremo de nuestra fe en Él.
3. - Mt 2,13-18. En esta festividad volvemos a tomar contacto con los "evangelios de la infancia". Y encontramos de nuevo los procedimientos de interpretación de San Mateo: el acontecimiento de la huida a Egipto está expuesto en el marco de un pensamiento teológico que encuentra en Cristo la situación de Moisés. Cristo es el "nuevo Moisés". El faraón había mandado matar a todas los recién nacidos (Éxodo, 1, 15-22) Moisés se había librado de la matanza huyendo al extranjero (Éxodo, 2, 1-10) Moisés había sido llamado para que regresase a su país con las mismas palabras que el ángel utiliza para el retorno de la sagrada familia. (Éxodo, 4, 19) Quizá estos procedimientos literarios nos choquen. Son corrientes a lo largo de la Biblia. Una situación actual, un suceso nuevo evocan situaciones y sucesos antiguos. Se los relaciona para mejor comprenderlos en la Fe. Esto es lo que hoy vamos a hacer.
-El ángel dijo a José: "Levántate, huye a Egipto..." José se levantó de noche y partió... Una orden breve, que manda, sin embargo, una cosa difícil e inmediata. ¡Sin demora alguna, José parte! En plena noche una mujer y un niño desocupan el hogar. Quiero contemplar esta admirable disponibilidad. Dios puede actuar con José sin la menor dificultad... Hay personas así, cuyo corazón está completamente lleno de Dios. ¡José tenía ese temple! Un hombre vigilante, atento siempre a la menor indicación que le sugiera cuál es la voluntad de Dios.
-Tomó al niño y a su madre. En los dos primeros capítulos de su evangelio, Mateo no habla nunca de otro modo. (Mateo, 2,11,13,14,20,21). El niño siempre es nombrado en primer lugar, antes que su madre. Y no habla nunca de "sus padres", ni de "su familia". ¡Menciona a José como algo externo al grupo privilegiado que forman "Jesús y María", "el niño y su madre"! Hay en esta simplísima fórmula, aparentemente anodina, toda una teología perfectamente correcta: el niño es el centro de todo, El es el primero... solamente después viene su madre... y esto es todo. Al padre, de momento no se le nombra. Será Jesús mismo a los doce años quien le nombrará, cuando lo encuentran en el Templo, en Jerusalén. ¡Sí, hay una majestad extraordinaria que emana de los relatos de esta infancia! La dignidad misma de María procede de este niño; ¡ella es su madre! Verdaderamente: la debilidad de Dios es mayor que nuestras pobres pretensiones. Al niño recostado en este pesebre no sólo hay que admirarlo, es preciso adorarlo. ¡Es el Señor de la Gloria!, es el Todopoderoso.
-Herodes se irritó sobremanera, y mandó matar a todos los niños menores de dos años que había en Belén y en toda su comarca. Este crimen tan horrible, como el que anteriormente había decidido el Faraón de Egipto, no impedirá que Dios cumpla con su obra.
-Entonces se cumplió lo que el Señor había dicho por el profeta Jeremías: "En Ramá se oyeron voces, muchos lloros y alaridos... Es Raquel que llora a sus hijos, sin querer consolarse porque ya no existen." Una vez más el evangelista encuentra la clave del suceso en la Escritura. Ha pasado tiempo desde la muerte del profeta, pero los lamentos y los llantos de las madres continúan. Y Dios sigue también siendo sensible a este dolor. Así lo creemos. Hoy rezaré por todas las madres que lloran y sufren (Noel Quesson).
De nuevo la Navidad se tiñe de rojo. El camino del seguimiento de Jesús está lleno de dificultades. Al testimonio de Esteban y de Juan el apóstol, se añade hoy el de los niños inocentes de Belén. En el Oriente a esta fiesta la llaman «de los niños ejecutados».
Después del prólogo, que oímos ayer, la carta de Juan entra en el primer gran tema de su mensaje: Dios es luz, Jesucristo está en la luz, y nosotros debemos también caminar en la luz. Caminar en la luz significa vivir en comunión con Dios, y por tanto, no pecar, no vivir en la oscuridad. Pero por desgracia todos tenemos la experiencia de nuestra debilidad, y nos sentimos -nos debemos sentir, según Juan- pecadores. Sin angustias, porque «la sangre de su hijo Jesús nos limpia» y «si alguno peca, tenemos auno que abogue ante el Padre: Jesucristo, el Justo». Pero con humildad. Nadie puede decir que no tiene pecado. Sería engañarse a sí mismo e ir contra la luz. El Jesús de quien habla Juan es el que ha venido en Navidad y a la vez el de la Cruz, el que con su sangre nos purifica de todo pecado, no sólo a nosotros, sino a todo el mundo. La Navidad nos empieza a exigir.
Sea cual sea la exacta historicidad de la huida a Egipto y del episodio de los niños de Belén, muy creíble dada la envidia y maldad del rey Herodes, el pasaje de Mateo nos ayuda a entender toda la profundidad del nacimiento del Mesías. Es la oposición de las tinieblas contra la luz, de la maldad contra el bien. Se cumple lo que Juan dirá en su prólogo: «vino a su casa y los suyos no le recibieron». Seguramente Mateo quiere establecer también un paralelo entre Moisés liberado de la matanza de los niños judíos en Egipto, y Jesús, salvado de la matanza de los niños por parte de Herodes. Los dos van a ser liberadores de los demás: del pueblo de Israel y de toda la humanidad. Pero antes son liberados ellos mismos. Los niños de Belén, sin saberlo ellos, y sin ninguna culpa, son mártires. Dan testimonio «nodepalabrasinocon sumuerte». Sin saberlo, seunenaldestino trágico de Jesús, que también será mártir, como ahora ya empieza a ser desterrado y fugitivo, representante de tantos emigrantes y desterrados de su patria. El amor de Dios se ha manifestado en la Navidad. Pero el mal existe, y el desamor de los hombres ocasiona a lo largo de la historia escenas como ésta y peores. De nuevo la Navidad se vincula con la Pascua. En el Nacimiento ya está incluida la entrega de la Cruz. Y en la Pascua sigue estando presente el misterio de la Encarnación: la carne que Jesús tuvo de la Virgen María es la que se entrega por la salvación del mundo.
José y María empiezan a experimentar que los planes de Dios exigen una disponibilidad nada cómoda. La huida y el destierro no son precisamente un adorno poético en la historia de la Navidad.
El sacrificio de estos niños inocentes y las lágrimas de sus madres se convierten en símbolo de tantas personas que han sido injustamente tratadas por la maldad humana y han sufrido y siguen sufriendo sin ninguna culpa.
Desde el acontecimiento de la Pascua de Cristo, todo dolor es participación en el suyo, y también en el destino salvador de su muerte, la muerte del Inocente por excelencia.
¿Aceptamos el esfuerzo y la contradicción en el seguimiento de Cristo? ¿sabemos apreciar la lección de reciedumbre que nos dan tantos cristianos que siguen fieles a Dios en medio de un mundo que no les ayuda nada?
También nosotros, como los niños de Belén, debemos dar testimonio de Dios con las obras y la vida, más que con palabras bonitas.
Nuestra celebración eucarística comienza normalmente con un acto penitencial: nos presentamos con humildad ante Dios y nos reconocemos débiles, pecadores, y le pedimos que nos purifique interiormente antes de escuchar su palabra y celebrar su sacramento. Y lo hacemos con confianza, porque vamos a participar de ese Cristo Jesús que es «el que quita el pecado del mundo» (J. Aldazábal).
Querer celebrar hoy solamente un acontecimiento de pocas probabilidades históricas es algo infantil. Pensar que Dios haya querido que mueran niños víctimas del odio de Herodes es además, quizá, morboso. Sobre todo cuando hoy se registran matanzas de in ocentes con mucha más crueldad que la que nos asombra de Herodes.
Hoy, en tantos sitios hay niños abandonados, mueren miles víctimas de la pobreza, del desamparo, de la miseria. Mueren miles de niños porque sus padres no llegan a los hospitales, porque no tienen recursos para sus medicamentos, o simplemente porque no pueden alimentarlos. Mueren miles de inocentes abandonados por sus madres a las horas de nacer porque ellas no pueden hacerse cargo de sus vidas, mueren en las favelas, en las villas, en los campos, en los cordones industriales, en las ciudades. Muchos gobiernos no atienden a las regiones más alejadas de sus capitales porque no son significativas para sus votos, y así desamparan a miles de familias que quedan a merced de enfermedades, de epidemias y de la incomunicación hacia cualquier puesto sanitario. Mueren miles de niños víctimas de la violencia familiar, de la prostitución infantil y de la delincuencia juvenil. Los escuadrones de la muerte los matan en las calles para que no crezcan y no molesten a la "gente buena, de buen nivel". Mueren en las calles, su único hogar, llenos de drogas caseras y con esperanza de haber sido amados por alguien. Mueren en las cárceles y hogares de reformatorios. Mueren con hambre, frío, desnudos, sucios, y analfabetos. Si nos repugna y nos escandaliza la actitud de Herodes, ¿qué pensar de nuestro tiempo, de los actuales "reyes", que aniquilan a nuestros niños, los inocentes de nuestros Pueblos?
Al comenzar la década del 90, en América Latina la población infantil menor de 5 años alcanzó los 57 millones, y la situada entre los 5 y 14 años, los 102 millones. Un poco más de la tercera parte de nuestra población está constituida por menores de edad.
12 millones de niños nacen cada año, y mueren 852.000 menores de 5 años. Cada día mueren 2.334 niños, a razón de casi 100 cada hora. De los cuales, 4 millones sobreviven en situación de desnutrición infantil, lo que limitará su desarrollo futuro.
Se estima que en la actualidad cerca de 170 millones de personas de los países de la región, viven en condiciones de pobreza absoluta -el 40% de la población- dentro de los cuales, aproximadamente 75 millones son niños menores de 15 años, lo que permite afirmar que prácticamente la mayoría de los niños de la región son pobres y la mayoría de los pobres son niños.
Aproximadamente un millón de niños menores de 5 años mueren anualmente por causas en gran medida evitables. Se estima que 6 millones de niños del mismo grupo de edad, sufren desnutrición moderada y un millón desnutrición grave. En América Latina 44 millones de menores no terminaron la enseñanza primaria, y 12 millones no están escolarizados.
Cerca de 15 millones de niños, aproximadamente una décima parte de la población entre 6 y 18 años, luchan por la supervivencia en medio de la calle. Carentes de instrucción e integración familiar y social, muchos de ellos son objeto de explotación laboral y se ven abocados a la drogadicción, la prostitución y la delincuencia, en las zonas marginales de las grandes urbes. Se estima que alrededor de 30 millones, se ven obligados a trabajar para contribuir a los escasos ingresos familiares (Niños de la calle).
El texto del evangelio de san Mateo relata la matanza de los niños inocentes de Belén por obra del rey Herodes el Grande, despechado porque los magos no le avisaron del lugar en el que lo encontraron. Tal es el fundamento histórico de este relato legendario que sólo trae san Mateo entre los evangelistas y que evoca otra matanza famosa: la de los niños israelitas en Egipto, cuando el faraón ordenó hacerlos morir ahogados en el Nilo, para controlar así el crecimiento de un pueblo potencialmente peligroso (cf. Ex 1,15-22). San Mateo insinúa que Jesús es un nuevo Moisés, definitivo, ya desde su nacimiento, que ha venido para dar al pueblo de Dios la nueva ley y ser el mediador de una mejor alianza.
La Iglesia ha venerado desde época remota la memoria de estos testigos inocentes de la mesianidad de Jesús. Apenas si han aprendido a caminar, apenas si saben hablar, pero ya son víctimas inocentes e inconscientes del odio y la crueldad con que será tratado Jesús, hasta ser llevado por sus enemigos a la muerte de cruz. Hace dos días conmemorábamos al primer mártir cristiano, a San Esteban. Pero los niños de Belén son sus precursores. Y todos ellos, Esteban y los inocentes mártires, son modelos para nuestra vida cristiana. A nosotros tal vez no nos tocará morir para confesar el nombre de Cristo, pero tendremos que prestarle el testimonio cotidiano de vivir de acuerdo a sus enseñanzas, a su evangelio, es decir, de vivir en el amor y en servicio desinteresado a los demás.
Por otra parte, como decíamos a propósito del martirio de san Esteban, no podemos olvidar a la legión de mártires, de testigos, de toda edad y condición, que han dado su vida a lo largo de los siglos como homenaje extremo de fidelidad a Jesucristo. Seguramente no serán este siglo y este milenio que comienzan, la excepción; seguramente a muchos cristianos y cristianas se les pedirá también en nuestro tiempo que proclamen con la efusión de su sangre los derechos inviolables de Dios, que no son otros que los derechos de sus hijos e hijas a ser libres, a vivir dignamente, a desarrollar su existencia plenamente, a vivir sin obstáculos su vida cristiana, a confesar y difundir su fe. Todo lo que los nuevos Herodes no pueden tolerar porque están aferrados a su injusto poder, al servicio de las potencias de este mundo (J. Mateos-F. Camacho).
En el Evangelio de la Misa leemos el relato del sacrificio de los niños de Belén ordenado por Herodes. No hay explicación fácil para el sufrimiento, y mucho menos para el de los inocentes. El sufrimiento escandaliza con frecuencia y se levanta ante muchos como un inmenso muro que les impide ver a Dios y su amor infinito por los hombres. ¿Porqué no evita Dios todopoderoso tanto dolor aparentemente inútil? El dolor es un misterio y, sin embargo, el cristiano con fe sabe descubrir en la oscuridad del sufrimiento, propio o ajeno, la mano amorosa y providente de su Padre Dios que sabe más y ve más lejos, y entiende de alguna manera las palabras de San Pablo: para los que aman a Dios, todas las cosas son para bien (Rom 8,28), también aquellas que nos resultan dolorosamente inexplicables o incomprensibles.
La Cruz, el dolor y el sufrimiento, fue el medio que utilizó el Señor para redimirnos. Desde entonces el dolor tiene un nuevo sentido, sólo comprensible junto a Él. El Señor no modificó las leyes de la creación: quiso ser un hombre como nosotros. Pudiendo suprimir el sufrimiento, no se lo evitó a sí mismo. Él quiso pasar hambre, y compartió nuestras fatigas y penas. Su alma experimentó todas la amarguras: la indiferencia, la ingratitud, la traición, la calumnia, la infamante muerte de cruz, y cargó con los pecados de la humanidad. Los Apóstoles serían enviados al mundo entero para dar a conocer los beneficios de la Cruz. El Señor quiere que luchemos contra la enfermedad, pero también quiere que demos un sentido redentor y de purificación personal a nuestros sufrimientos. No les santifica el dolor a aquellos que sufren a causa de su orgullo herido, de la envidia y de los celos porque esta cruz no es la de Jesús, sino nuestra, y es pesada y estéril. El dolor –pequeño o grande-, aceptado y ofrecido al Señor, produce paz y serenidad; cuando no se acepta, el alma queda desentonada y rebelde, y se manifiesta en forma de tristeza y mal humor.
La esperanza del Cielo es una fuente inagotable de paciencia y energía para el momento del sufrimiento fuerte. Nuestro Padre Dios está siempre muy cerca de sus hijos, los hombres, pero especialmente cuando sufren. La fraternidad entre los hombres nos mueve a ejercer unos con otros este misterio de consolación y ayuda. Pidamos hoy a la Virgen y a los Santos Inocentes que nos ayuden a amar la mortificación y el sacrificio voluntario, a ofrecer el dolor y a compadecernos de quienes sufren (Francisco Fernández Carvajal).
Moisés había tomado decisiones que sólo le competían al faraón, pues había asesinado a un egipcio. Por eso, por atribuirse una autoridad que no le competía, fue perseguido para asesinarlo; y tuvo que huir lejos de Egipto. Jesús, ahora, es adorado por unos magos, que le buscan viniendo de tierras lejanas; y preguntan por Él, como el nacido Rey de los Judíos. Y para evitar posibles disensiones en Judea, Herodes le persigue; y Jesús huye a Egipto para volver, despús, a Nazaret. Esto lo convierte en el nuevo Moisés que camina, junto con el Nuevo Pueblo de Dios, hacia la posesión de la Patria eterna, saliendo de la esclavitud del pecado, pasando por las aguas bautismales y siendo conducido por el Señor bajo una nueva Ley: la Ley del amor. Efectivamente "De Egipto llamó, el Padre Dios, a su Hijo." Y Él nos llama desde nuestros Egiptos, desde nuestras esclavitudes, para que ya no vivamos para nosotros mismos, sino para Aquel que por nosotros murió y resucitó. Como consecuencia de haberse visto burlado por los magos, Herodes mandará asesinar, en Belén y sus alrededores, a todos los niños menores de dos años. Así ellos se convierten en los primeros en derramar su sangre a causa de Cristo. Ojalá y cada uno de nosotros aprenda a ir tras las huellas de Cristo, con todas sus consecuencias, de tal forma que jamás nos dejemos amedrentar por aquellos que nos maldigan o persigan, pues, finalmente, Dios nos llevará consigo a su Reino celestial.
Jesús corre la misma suerte del Pueblo que viene a salvar. Pueblo perseguido; pero protegido por Dios. Pueblo expulsado de Egipto; pero conducido por Dios hacia la tierra que Él había prometido a sus antiguos padres. Jesús, incomprendido, perseguido, crucificado fuera de la ciudad, se levantará victorioso sobre sus enemigos y entrará en la Gloria de su Padre Dios. Pero no va sólo. Lo acompañamos los que creemos en Él y formamos su Iglesia. En la celebración Eucarística entramos en comunión de vida con el Señor, unidos a Él de tal forma que Él es Cabeza de la Iglesia, y nosotros somos su Cuerpo. Unidos a Él nos convertimos en testigos del amor que el Padre continúa manifestando, por medio nuestro, al mundo entero, llamando a todos a la conversión y a la plena unión con Él. Unidos a Cristo estamos dispuestos a correr su misma suerte, no sólo siendo perseguidos, sino, incluso, llrgando hasta derramar nuestra sangre para que, unida a la de Cristo en la Cruz, sirva para el perdón de los pecados. Por eso la Eucaristía no sólo la celebramos, sino que la vivimos día a día, momento a momento, tras las huellas del Señor de la Iglesia.
Peregrinamos hacia la Casa del Padre como una comunidad de hermanos. Vivimos guiados por Cristo y vivimos únicamente bajo la Ley del Amor; del amor a Dios como a nuestro Padre, a quien amamos por encima de todo; del amor a nuestro prójimo, en quien vemos a nuestro hermano, y al que amamos como Cristo nos amó a nosotros. Somos constructores de un mundo que día a día se renueva, más y más, en Cristo Jesús. Somos conscientes de que nuestro testimonio puede provocar el que seamos perseguidos, y que al acabar con nuestra vida en su paso por este mundo, muchos piensen que han silenciado la voz de Dios, que se dirigía a ellos por medio de su Iglesia, no para condenarlos, sino para llamarlos a la vida, al amor, a la justicia, a la santidad, a la bondad, a la misericordia. Pero ese es el riesgo que hemos de correr, o afrontar los que creemos en Cristo y, junto con Él, caminamos hacia nuestra plena liberación en la Patria eterna. No importa que tengamos que huir de una ciudad a otra. Ahí donde lleguemos; ahí, en los diversos ambientes en que se desarrolle nuestra vida, hemos de ser un signo de la Iglesia que Dios sigue llamando para sacarla de sus esclavitudes y conducirla a la posesión de los bienes eternos. Por eso vivamos no bajo el signo de la cobardía, sino de la valentía en el testimonio de nuestra fe; valentía que no nace de nuestras decisiones sino de la presencia del Espíritu de Dios que, habitando en nosotros, lo escuchamos para que nos conduzca hacia nuestra salvación eterna en Cristo Jesús.
Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber vivir fieles en el seguimiento de Cristo, aún a costa de tener que dar el testimonio supremo de nuestra fe no sólo para alcanzar nuestra salvación, sino para colaborar con el Espíritu de Dios en la salvación de los demás. Amén (Homiliacatolica.com).
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