Domingo 4º de Adviento, ciclo B: el templo de los adoradores del verdadero Dios es Jesús, que nos llega por el sí de María, y permanece en su Cuerpo místico, la Iglesia
Lectura del segundo libro de Samuel 7-1-5.8b-11.16. Cuando el rey David se estableció en su palacio y el Señor le dio la paz con todos los enemigos que le rodeaban, el rey dijo al Profeta Natán: —Mira: yo estoy viviendo en casa de cedro, mientras el arca del Señor vive en una tienda.
Natán respondió al rey: —Ve y haz cuanto piensas, pues el Señor está contigo.
Pero aquella noche recibió Natán la siguiente palabra del Señor: —Ve y dile a mi siervo David: «¿Eres tú quien me va a construir una casa para que habite en ella? Yo te saqué de los apriscos, de andar tras las ovejas, para que fueras jefe de mi pueblo Israel. Yo estaré contigo en todas tus empresas, acabaré con tus enemigos, te haré famoso como a los más famosos de la tierra. Daré un puesto a Israel, mi pueblo: lo plantaré para que viva en él sin sobresaltos, y en adelante no permitiré que animales lo aflijan como antes, desde el día que nombré jueces para gobernar a mi pueblo Israel. Te pondré en paz con todos tus enemigos, te haré grande y te daré una dinastía. Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia y tu trono durará por siempre.»
Salmo 88, 2-3.4-5. 27 y 29: R/. Cantaré eternamente las misericordias del Señor.
Cantaré eternamente las misericordias del Señor, / anunciaré tu fidelidad por todas las edades. / Porque dije: «Tu misericordia es un edificio eterno, / más que el cielo has afianzado tu fidelidad.»
Sellé una alianza con mi elegido, / jurando a David, mi siervo: / «Te fundaré un linaje perpetuo, / edificare tu trono para todas las edades.»
El me invocará: «Tú eres mi padre, / mi Dios, mi Roca salvadora.» / Le mantendré eternamente mi favor, / y mi alianza con él será estable.
Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Romanos 16,25-27. Hermanos: Al que puede fortalecernos según el evangelio que yo proclamo, predicando a Cristo Jesús —revelación del misterio mantenido en secreto durante siglos eternos y manifestado ahora en la Sagrada Escritura, dado a conocer por decreto del Dios eterno, para traer a todas las naciones a la obediencia de la fe—, al Dios, único Sabio, por Jesucristo, la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Lectura del santo Evangelio según San Lucas 1,26-38. A los seis meses, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María. El ángel, entrando a su presencia, dijo: —Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo; bendita tú entre las mujeres. Ella se turbó ante estas palabras, y se preguntaba qué saludo era aquél.
El ángel le dijo: —No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.
Y María dijo al ángel: —¿Cómo será eso, pues no conozco varón?
El ángel le contestó: —El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible.
María contestó: —Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra
Comentario: 1. 2 S 7,1-5.8b-11.16: A diferencia de Mical, que pensaba que David perdía autoridad si se humillaba ante Yahvé, el rey, consciente de que si algo ha llegado a ser se lo debe al Señor, cree firmemente que su fuerza le vendrá de someterse plenamente a Dios y ponerse confiadamente en sus manos. David es el hombre de las corazonadas. Con el mismo entusiasmo con que se había puesto a danzar ante el arca, un día, cuando «se instaló en su casa y Yahvé le dio paz con sus enemigos de alrededor» (v 1), no sabiendo qué hacer para expresar a Dios el agradecimiento que le rebosa del corazón, toma una decisión: no puede ser que mientras él se ha hecho un palacio, more Yahvé en una tienda de campaña, la tienda en la que había hecho instalar el arca de la alianza. Expone su propósito al profeta Natán, para consultar la voluntad divina, y Natán se entusiasma: "Anda, haz lo que tienes pensado, pues Yahvé está contigo" (3). Mas a veces confunden los profetas sus propios pensamientos con los de Dios. Aquella noche -en un sueño seguramente- llega a Natán la palabra auténtica de Dios y al día siguiente ha de anunciar a David que Yahvé no quiere que le edifique el templo proyectado. No obstante, ha agradado a Dios la generosidad del rey, y se la quiere recompensar. El oráculo lo expresa con un juego de palabras por el doble sentido de la palabra casa, que tanto quiere decir edificio como linaje o descendencia. ¿Tú me querías edificar una casa a mí? ¡Soy yo quien te la edificaré a ti! Y Dios promete a David que su realeza, a diferencia de la de Saúl, será hereditaria, y se transmitirá a sus descendientes por siempre; si obran mal, los castigará, pero su trono se mantendrá por siempre (5-16). Este capítulo, según algún exegeta, está inspirado en la parte más antigua del salmo 89 (vv 2-5.20-38), que sería el primer testimonio de la profecía de Natán. Se trataría de un salmo, probablemente del tiempo de la crisis del comienzo del reinado de Roboán, hijo de Salomón, destinado a hacer aceptar la dinastía davídica cuando el principio hereditario no se había consolidado todavía en Israel. Se trata de una verdadera alianza, no entre iguales, sino manifestación de los grandes favores y la fidelidad de Yahvé para con David y su descendencia, que hallará su pleno cumplimiento en la realeza de Jesús, de quien el ángel anunció a María que recibiría "el trono de David, su padre", y que su reino no tendría fin (Lc 1,32-33; H. Raguer).
Dios se manifiesta como el que quiere habitar en una tienda y no en una casa. La tienda es la habitación del hombre que está de viaje. Hoy se planta aquí y mañana en otro lugar y aunque no es nunca una cosa fija, la tienda es habitación, refugio y patria. La casa es habitación del hombre sedentario. En la casa todo queda fijo y determinado. Los hombres estamos en camino en una historia llena de cambios. En esta historia, Dios está con nosotros porque él no se ha encerrado en ninguna casa hecha de conceptos, imágenes, símbolos, reglas fijas de una vez para siempre. Dios se acomoda al hombre, que es tiempo. Por ello, Dios prefiere habitar en una tienda para poder encontrar a todos los hombres y llegar a ser la patria de todos (P. Franquesa). Edificar un templo grandioso, en un régimen teocrático, tiene el peligro de manifestar el poder y centralizarlo en esas edificaciones. A la vista del Evangelio, vemos también que el Dios que camina siempre delante de su pueblo, se quiera como “encerrar” en las paredes del templo de Jerusalén… el Dios vivo ha de ser adorado “en espíritu y verdad”; todo ello reclama la manifestación en la historia de la presencia del Dios vivo (Jn 4,21; Hch 7,48s;17,24): Jesús, Palabra que acampa en medio de los hombres (Jn 1,14). Es la Presencia, la Revelación definitiva de Dios en el mundo, el Rey del nuevo Israel en el que ya no hay distinción entre judíos y gentiles, y que habita en el Espíritu, que es el ámbito en donde alienta la nueva vida. Jesús es el verdadero Templo de Dios, no construido por mano de hombre y sin la ayuda de varón (“Eucaristía 1972”). No será un pueblo del templo, sino de la alianza; también la nueva Alianza será el memorial de Jesús con las piedras vivas que forman la Iglesia. Este cuarto domingo de Adviento recuerda las profecías importantes del A.T. Lógicamente el autor sagrada o llegaba a atisbar entonces que la verdadera "casa" de Dios y garantía decisiva de la estabilidad y de la salvación del pueblo gracias a su adhesión filial al Padre sería Cristo. El sacrificio eucarístico da cumplimiento a la profecía de Natán, puesto que representa la adhesión del Hijo a su Padre, garantía de la eternidad del pueblo de los hijos de Dios, por encima incluso de la muerte (Maertens-Frisque). El propio David pronuncia en el momento de morir estas palabras: "Firme ante Dios está mi casa, porque ha hecho conmigo un pacto sempiterno" (2 S 23,5), con relación a su dinastía, un pacto promisorio, muy similar al que Yahvé hizo con Abrahám (Gn 15): garantía de esperanza del pueblo en los momentos difíciles. Mientras se mantenga encendida "la lámpara de David" nada hay definitivamente perdido. "En atención a David, le dio Yahvé su Dios una lámpara en Jerusalén, suscitando a sus hijos después de él y manteniendo en pie a Jerusalén (1 R 15,4). "Yahvé no quiso destruir a Judá a causa de David su siervo según lo que le había dicho, que le daría una lámpara en su presencia para siempre" (2 R 8,19; cf. Comentarios, Edic. Marova). La dinastía de David reinará "para siempre" en Israel. Dios será como un padre para los descendientes en el trono de David, los corregirá cuando haga falta pero no los abandonará. Isaías (9,6;11,1) precisará que el Mesías ha de nacer de la casa de David y anunciará la eternidad de su reinado. Con lo que la profecía de Natán, después del exilio de Babilonia, se interpretaría también en sentido mesiánico (1 Cro 17). Teológicamente hay que subrayar que Yavé, como réplica a los reyes que quieren construirle un templo, promete vincular su presencia no a un lugar sino a una estirpe y a una historia. Jesucristo, será el descendiente de David y, a la vez, su casa y su destino, será también el verdadero templo de Dios no construido por manos de hombre (“Eucaristía 1983”).
2. La situación evocada en el Salmo es la de una "entronización real" en la dinastía de David rey de Jerusalén: el trono, los atavíos reales, la corte, el palacio, los guardias, la campaña para vencer a los enemigos. Es bonito ver que el edificio más perfecto es la misericordia divina: la maravilla de las maravillas, más aún que la "Creación", es "LA ALIANZA": "Bienaventurado el pueblo que sabe aclamar, que camina a la luz de Tu rostro... Danza de alegría todo el día. Tú eres nuestra fuerza, Tú acrecientas nuestro vigor". Sí, Israel tiene conciencia de ser amado, elegido, mimado, por Dios. Dos palabras que forman una especie de pareja se repiten siete veces (no es mera coincidencia, pues el número siete es la cifra de la perfección): "¡AMOR" y "FIDELIDAD!". La unión de estas dos palabras, hace énfasis en la estabilidad, en la perennidad del amor, ideas que se refuerzan aún más mediante la repetición por siete veces de las palabras "sin fin", "para siempre". "La Alianza" con el conjunto del pueblo está simbolizada mediante la "Alianza" con el "Rey". David es el modelo. Toda la segunda parte del salmo es un recorderis del famoso Oráculo-Profecía de Natán, que anunciaba la estabilidad de la Dinastía de David hasta el fin de los tiempos. Sólo en Jesucristo alcanza este salmo pleno sentido. Sólo El puede decir a plenitud: "Tú eres mi Padre". El es el verdadero "Mesías", el "Ungido" (en griego "Christos"), consagrado por el Espíritu Santo. Resulta emotivo colocar esta lamentación en los labios de Jesús durante su Pasión; El sabía que era "Rey". "Sí, Yo soy Rey, pero mi Reino no es de este mundo" (Juan 18,33-37). Una vez más digamos, que la resurrección es el centro de nuestra fe cristiana. Da respuesta definitiva a los interrogantes y promesas del Antiguo Testamento: "¿Hasta cuándo estarás escondido? ¿Nos habrías creado para la nada? ¿Quién puede vivir y no ver la muerte? ¿Dónde está tu primer amor, Señor? ¡Jamás violaré mi Alianza! Su Trono permanecerá para siempre, como el sol en mi presencia, como la luna puesta para siempre, testigo fiel allá arriba" Sin la Pascua, todas estas promesas son irrisorias. Si queremos "orar" de verdad y no solamente "recordar el pasado" mediante dos reconstrucciones históricas, hay que trasladar este salmo a la actualidad. A pesar de las apariencias "particulares" de este salmo, tiene un trasfondo "universal"; a pesar de estar "situado" en el pasado, es de gran actualidad. Creer en Dios a pesar de todas las apariencias contrarias. Hoy como en aquel tiempo, se vive la "fe" de la misma manera. El Reino de Dios es semejante a un "campo de trigo lleno de mala hierba", en que están íntimamente mezclados "gérmenes de vida y simientes de muerte". El enemigo, aparentemente, triunfa por doquier. Pobre Rey, nuestro Dios; parece impotente, no se defiende, se deja crucificar. Digamos de una vez: "¿hasta cuándo estarás escondido?"... Y luego: "¡bendito sea el Señor para siempre!". Situaciones de fracaso, convertidas en llamado a la esperanza. La experiencia de su fragilidad, hace experimentar al hombre con mayor vehemencia la necesidad de una estabilidad. "Acuérdate, Señor, cuán breve es mi vida". Las pruebas personales o colectivas, pueden cambiar nuestros sentimientos de fe y esperanza en rebeldía contra Dios. Pero también pueden convertirse en un trampolín hacia una mayor esperanza, purificada, probada, robustecida por el triunfo sobre la dificultad. Dios nos sorprende más allá de toda previsión. Dios nos creó para la felicidad de vivir. El es Todopoderoso. Pero a menudo nos desconcierta y sorprende. Su "vida" no es como la nuestra. Tampoco su poder. Dios supera totalmente nuestras concepciones. No necesita de nuestras apariencias de vida y poder para ser viviente y poderoso. La muerte misma no tiene ningún poder sobre El. El es el "Todo-otro". Nadie esperaba que el "Mesías de Dios" apareciera tal como Jesús lo hizo. Sin embargo, en su muerte, nos da la más maravillosa imagen de su AMOR y su FIDELIDAD. Secreto que permanecerá oculto a los corazones superficiales. Señor, "abre nuestros ojos a las maravillas de tu amor". Misericordias Domini in aeternum cantabo. ¡Cantaré eternamente el amor del Señor! (Noel Quesson).
El salmo 88 fue elegido para servir de respuesta a esta lectura: "Sellé una alianza con mi elegido jurando a David mi siervo: Te fundaré un linaje perpetuo edificaré tu trono para todas las edades". Toda la tradición, desde la generación apostólica, han visto en David rey el gran tipo de Cristo. Él es verdaderamente el primogénito del Padre, su trono es eterno, vence a los enemigos y extiende su poder a todo el mundo; él es el Ungido que recibe una descendencia perpetua. La paradoja es que el Padre permitió a su Hijo pasar por la afrenta y la derrota, lo hizo entrar en la zona de la cólera divina, en la dimensión contada del tiempo humano; sostuvo a sus enemigos y lo dejó bajar hasta la muerte. ¿Dónde quedaba la misericordia y la fidelidad del Padre? Todos los títulos y todos los poderes se los da el Padre a su Hijo, de modo nuevo y definitivo, en la resurrección. A esta luz resplandecen más el poder cósmico y el poder histórico de Dios; se ve que la ira y el castigo eran limitados; a esta luz comprendemos finalmente y cantamos en un himno cristiano «la misericordia y la fidelidad de Dios».
3. Rm 16, 25-27: Todo el gran peso de esta gran fórmula litúrgica está en las palabras "manifestado ahora": Jesús es, en adelante, la clave de la historia universal y del destino de todo hombre. Grandes palabras que hay que llenarlas de contenido en la lucha de cada día. La fe, respuesta al Evangelio (Rm 1,1), compromete al hombre entero. Por eso la fe es concebida como obediencia. Ella implica, efectivamente, que el hombre acepte libremente comprometer su vida y su persona al Dios que se revela a él como fiel y veraz y que, renovando al hombre, le permite y posibilita obedecer a su voluntad (cf. Rm 6,15; “Eucaristía 1978”). Doxología conclusiva de la carta a los Romanos, en la que Pablo alaba a Dios por su "plan". El plan es que todos los pueblos conozcan a Jesucristo, más allá de toda frontera. Y este plan es la Buena Noticia, la gran noticia que debe llegar a todo el mundo. La carta a los Romanos está escrita desde la tensión que comporta a Pablo y a la primera comunidad la superación de las fronteras de Israel. Pablo reivindica, a lo largo de la carta, el papel de Israel. Y ahora al final también: por eso quiere subrayar que "los escritos proféticos" ya lo anunciaban (Josep Lligadas). Vemos a Jesús "con plena fuerza", con el poder supremo (Ef 1,20-23), la gloria última (2 Pe 1, 21). Hay una continuidad entre la visión inicial de la 1ª lectura y la manifestación del poder de Jesús, “para traer a todas las naciones a la obediencia de la fe”… La fe como respuesta al evangelio compromete al hombre entero. Por eso es siempre obediencia (lit.: "para llevar a la obediencia de la fe"). También podría traducirse "a la obediencia que es la fe". Implica efectivamente que el hombre se «someta» libremente a Dios que se le revela como fiel y digno de ser creído y que, renovando al hombre, le permite acatar su voluntad (cf. Rom 10,9). Este es el preludio de la contemplación del misterio de Jesús, ante el que nuestra fe se convierte en respuesta (“Eucaristía 1989”).
4. Lc 1, 26-38. La aparición de Gabriel da el tono a la escena de la Anunciación y la sitúa dentro del contexto profético y escatológico. Desde Dn 8,16 y Dn 9,21, Gabriel era considerado como el ángel especialista de la medida de las 70 semanas anunciadas antes del establecimiento del reino definitivo (Dn 9, 24-26). Efectivamente, conforme al procedimiento midráshico de Lc 1-2, Gabriel aparece primero en Lc 1, 19 en el templo (lo leímos el día 19); después, al cabo de seis meses (180 días), a María, Lc 1,26; nueve meses después (270 días) nace Cristo, y 40 días más tarde hace su entrada en el templo. Pues bien, estas cifras hacen un total de 490 días, es decir, ¡SETENTA SEMANAS! Cada una de esas etapas es señalada, además, con la expresión "Cuando se cumplieron los días..." (Lc 1, 23; 2, 6; 2, 22). Cristo es, pues, el Mesías previsto en Dn 9, a la vez Mesías humano y también misterioso Hijo del hombre, de origen cuasidivino (Dn 7,13). Los acontecimientos que anuncian su nacimiento no son más que los preparativos de la entrada de la gloria de Yahvé, personificada en Jesús, en su templo definitivo.
La escena se desarrolla dentro de una casita de Galilea, esa región despreciada (Jn 1, 46; 7, 41), por oposición a la escena grandiosa de la anunciación del Bautista en el templo (Lc 1, 5-25): ya se dibuja la oposición entre María y Jerusalén, una oposición que se perfila desde el momento de la salutación del ángel. Este toma, en efecto, su saludo de So 3, 16 y Za 9, 9, que dirigían a Jerusalén una salutación mesiánica destinada a anunciarle la próxima venida del Señor "en su seno" (sentido literal de la fórmula de So 3, 16). El ángel traslada, pues, a la Virgen los privilegios atribuidos hasta entonces a Jerusalén. Además, la influencia de Sofonías se siente a lo largo de todo el relato de la Anunciación (Lc 1,28 y So 3,15; Lc 1,30 y So 3,16; Lc 1,28 y So 3,14).
La expresión "llena de gracia" tiene –además del de plenitud de gracia- el sentido de "graciosa" como en el vocabulario de los esponsales. Al estilo de Ruth ante Booz (Rt 2,2; 10,13), Ester ante Asuero (Est 2,9; 15,17; 5,2.8; 7,3; 8,5), toda mujer ante los ojos de su esposo (Pr 5,19; 7,5; 18,22; Ct 8,10). Este contexto matrimonial está, pues, cargado de evocaciones: Dios busca desde hace tiempo una ESPOSA que le sea fiel. Ha repudiado a Israel, la esposa anterior (Os 1-3), pero está dispuesto a "prometerse" de nuevo. Interpelada con una expresión frecuente en las relaciones entre esposos, María comprende que Dios va a realizar con ella el misterio de los esponsales prometidos por el A.T. Este misterio alcanzará incluso un realismo inaudito, merced a que las dos naturalezas -divina y humana- se unirán en la persona del Hijo de María con un lazo mucho más fuerte que el de los cuerpos y las almas en el abrazo conyugal.
El evangelio del día añade a estas palabras un miembro de frase que figura únicamente en la Vulgata: "Bendita Tú eres". Esta palabra es atribuida, efectivamente, a Isabel, en el momento de la Visitación; pero testigos tardíos la han reproducido aquí, sin duda, por influjo de oraciones como el Ave María. Pero la yuxtaposición de esta frase al versículo anterior tiene su importancia en el plano de la mariología. Al hacer este elogio, Isabel se inspiraba en un elogio dirigido antiguamente a Jael, la mujer victoriosa del enemigo (Jc 5,24-27). Esta mujer había matado al enemigo machacándole la cabeza, como había sido prometido a la descendencia de Eva (Gn 3,15). Un elogio similar será dirigido más tarde a otra mujer victoriosa: Judit (Jdt 14,7). Tenemos, pues, derecho a ver en esta aclamación el tema de la mujer victoriosa del mal y del enemigo.
vv. 30-33:Estas palabras del ángel se inspiran en otras del AT, especialmente en la profecía de Natán que tenemos en nuestra primera lectura. Confróntese también Is 9. y Dn 14. 7.
v. 34:Implícitamente se afirma la ausencia de relaciones conyugales como un hecho, quizás incluso como una resolución conscientemente tomada por María. Ahora bien, en ningún lugar de todo el AT se valora la virginidad consagrada a Dios por encima de la maternidad fecunda. Jesús es el primero que descubre el valor de una virginidad voluntaria aceptada como signo de un servicio eficaz al Reino, por amor al Reino (Mt 19,20). Por otra parte, en el contexto religioso-cultural de María era deshonroso para una mujer el no tener hijos, lo cual se explica sin más si tenemos en cuenta las promesas que Dios hizo a Abrahán; abstenerse de los hijos equivalía hasta cierto punto a quedar al margen de las bendiciones de Israel. Además, los esponsales con san José parecen indicar que no existía por parte de María una previa consagración de su virginidad. Desde un punto de vista meramente exegético, la pregunta de la Virgen María debería interpretarse como expresión de su virginidad actual y, consiguientemente, de su perplejidad: las palabras del ángel se refieren a una concepción cuando ella "no conoce varón". El ángel le responde que no es preciso el que haya conocido varón, ya que ella concebirá por obra del Espíritu Santo. La resolución de permanecer virgen debió ser más bien motivada y fundada en el hecho de que Dios había puesto su mano sobre ella, santificándola como un templo para su Hijo. Su virginidad -como la de san José- estuvo especialmente relacionada con la Encarnación. Por supuesto que nadie como María realizó tan perfectamente la esencia de la virginidad cristiana: la entrega indivisa a Dios por una obediencia radical y un amor totalizante.
El primer grupo de títulos atribuidos al Hijo de María evoca las promesas mesiánicas del profeta Natán (2 S 7,11-16). En este texto antiguo encontramos el vocabulario real que inspira a Lc 1,32-33. Jesús será "grande" (cf. 2 S 7,11); será Hijo del Altísimo, título reservado a los grandes personajes (Sal 2,7; 28/29,1; 81/82,6; 88/89,7) y previsto para el Mesías en 2 S 7,14. Se sentará sobre el trono de David como quieren también 2 S 7,16 e Is 9,6, pero el ángel supera las previsiones de Natán, puesto que ve a Cristo extender su reino a la casa de Jacob (las diez tribus del Norte). Realizará, pues, la unidad de Judá y de Israel (Ez 37,15-28; Dn 7,14; Mi 4,4-47), en espera de poder realizar la de los judíos y de las naciones. El ángel no exige a la Virgen que imponga a su Hijo el nombre de Emmanuel, previsto en Is 7,14. No hay nada de extraordinario en ello, puesto que ya de antemano se habían aplicado al Mesías una decena de nombres en los medios del judaísmo; pero ninguna tradición había pensado en "Jesús", que significa "Yahvé, nuestro Salvador". Este nombre recuerda a dos personajes del A.T., los cuales han señalado circunstancias importantes de la salvación en la historia del pueblo: Josué, "salvador" del desierto (Si 46,1-2), y Josué, sacerdote cuando el "salvamento" de Babilonia (Za 3,1-10; Ag 2,1-9). Jesús realizará una salvación mucho más decisiva cuando pase, como cabeza de fila, a través del sufrimiento y de la muerte para lograr la salvación de toda la humanidad.
v. 35: la expresión “el Espíritu vendrá sobre ti” significa lo mismo que "la nube luminosa" y "la gloria de Yahvé" en todo el AT, es decir, la señal de la presencia de Dios que protege a su pueblo (cf. Ex 13. 21-22; 24. 15-18; Is 4. 5-6). La Virgen es ahora como el santuario en el que se manifiesta la "gloria de Yahvé".
v. 38: María está en su lugar; como nosotros, "aquí" en el mundo, que es el lugar de la obediencia a la Palabra de Dios y de la esperanza de los hombres, el lugar en donde el Verbo se hace carne. María está conscientemente "aquí", y lo está porque es interrogada por Dios y llamada a su presencia. María está "aquí" para servir, con una actitud activa; aunque toda su actividad, como la nuestra, sea siempre provocada por la acción de Dios y la palabra que la anuncia. La respuesta de María: "Hágase en mí según tu palabra", es la manifestación de la más alta actividad del hombre, que es la acogida de Dios por la fe. Por eso lo que nazca de ella nacerá de Dios, no de la carne y de la sangre y por obra de varón, será el Hijo del Altísimo (“Eucaristía 1972”).
En Ex 40,35, como aquí, la aparición de la nube manifiesta la presencia de Dios. El niño pertenecerá a ese mundo divino y celestial que la nube simboliza generalmente (v. 35). Permanecer virgen era anormal en Israel, excepto en la cultura esenia. Además, debe entenderse a la manera simbólica como todo este "midrash": María representa a Jerusalén, objeto de promesa de fecundidad. No conocer varón, para Jerusalén, es vivir al marasmo de su situación de repudiada, de abandonada, de desamparada (cf Is 60,15; 62,1-4). María lleva sobre sí la desolación de la ciudad repudiada, cuando oye que le dicen que serán celebradas nuevas bodas en las que Dios recuperará, en ella, a su antigua prometida. La anunciación realiza el misterio de las bodas de Dios y de su pueblo. El marco de su comunión nupcial con Dios realza su virginidad, el fruto de esta boda espiritual con Dios es Jesucristo (cf. Maertens-Frisque). Por su belleza literaria y por la hondura de su teología este texto constituye uno de los pasajes centrales del N.T. Dios actúa en la historia. No es la entidad suprema que reside impasible en el plano de su inmutable eternidad sino la fuerza liberadora y exigente que dirige los caminos de la historia de Israel y que ahora actúa de una forma decisiva por María: a) Habla a través del ángel, que es la expresión de su cercanía. b) Actúa creadoramente por medio de su Espíritu. c) Se actualiza en el "Hijo" que nace de María. María es la expresión de la humanidad que se mantiene abierta ante el misterio de Dios y concretiza la esperanza de Israel y el caminar de aquellos pueblos que buscan su verdad y su futuro. Pero, al mismo tiempo, María es la realidad del hombre enriquecido por Dios, como lo muestran las palabras del saludo del ángel que proclama: "el Señor está contigo", "has encontrado gracia ante Dios". Desde este punto de vista, María se convierte en la figura del adviento, en signo de la presencia de Dios entre los hombres. Más que Juan Bta., más que todos los profetas, ella es la humanidad que simplemente ama y espera, la humanidad que acepta a Dios, admite su Palabra y se convierte en instrumento de su obra. Así descubrimos que en el límite de su esperanza (hombre abierto a Dios) se encuentra el principio de la fe (la aceptación del Dios presente, tal como se refleja en la respuesta de María: "Hágase en mí según tu palabra").
María es modelo de la mujer y la Madre de Dios: María es “fuente de vida” (es el título de un icono bizantino) para la mujer y la humanidad. "La mujer", en el lenguaje bíblico, indica dos cosas: apertura y transmisión, tanto la acogida (estar abierta) como la que entrega (trasmite): se la denomina "Neguevah", que significa: la que está abierta, y la que da. Son dos formas de expresión de lo fundamental de la persona: estar a la escucha en una apertura a la trascendencia en las diversas dimensiones de la persona, y comunicarse, acoger el amor y darlo, recibir al otro y darle lo que necesita.
a) La capacidad de apertura se manifiesta cuando la mujer es espacio de acogida, y María lo hace en sentido espiritual y material: está siempre a la escucha de lo que Dios quiere, y también ofrece su ser para acoger la vida, está abierta a la maternidad y a la palabra, a la vida corporal y espiritual.
b) La capacidad de donación está también ahí, pues ese término que expresa “mujer” tiene una raíz común con el verbo "decir", estar al servicio de la palabra, del verbo, y –quizá por la empatía, capacidad de agradar, etc.- es muy femenina la facultad de la comunicación, el arte de transmitir, también ahí en los dos sentidos de generar el verbo como madre y ofrecerlo a los demás abriendo su maternidad a todos los hombres: entrega la Palabra, y comunica la Buena Nueva; da a luz e ilumina a todos.
Estos dos aspectos maravillosos en la realización de la misión de la Mujer por excelencia que es la Virgen María están expresados en las dos fiestas que señalan la acogida y entrega de Jesús: está unida a la Palabra de Dios, engendra el Verbo en su interior en la Anunciación, y lo ofrece a los demás en el Nacimiento. Son como dos fechas litúrgicas de los los aspectos. Ella da sentido a su vida escuchando la palabra de Dios y realizando con su libertad la obediencia de la fe. No sólo dijo “hágase en mí según tu palabra” sino que se entregó como nadie, y por eso Jesús responde al piropo de alabanza a su madre con un motivo más alto: “Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la ponen en práctica”.
Ella, “mujer” por excelencia, es la obra maestra de Dios, “ensayada” en cada mujer de la historia hasta que llegó a su perfección, en cada noche y en los mil luceros que la llenan, en los ríos y cordilleras y puestas de sol. Es modelo para nosotros, a su lado aprenderemos a vivir para acoger ese amor que nos da vida, y transmitirlo hecho vida a los demás.
Jesús, encarnándose por obra del Espíritu Santo en el seno virginal de la llena de gracia, ha llevado a cumplimiento las antiguas promesas de un linaje que nos elevaría a la dignidad de hijos de Dios, el sueño de tenerlo todo, de ser dios, que llevamos dentro. María, modelo de la Iglesia creyente, totalmente confiada en Dios, lo hace posible con su asentimiento humilde, sencillo y lleno de amor: “Yo soy la esclava del Señor; cúmplase en mí lo que me has dicho”. Su apertura y donación hacen el milagro: “Y el Verbo se hizo carne y puso su morada entre nosotros”. El Espíritu de Dios, fuerza divina que conduce a los hombres hacia Cristo, poder de Dios que nos trae a Cristo en el camino de la historia humana, será también la herencia que Jesús nos deja por su pascua, la fuerza del amor que ofrece al mundo como el don supremo de su vida (Pentecostés). El relato de la anunciación refiere el momento culminante de la primera epifanía del Espíritu: La fuerza de Dios que conduce a los hombres hacia el Cristo se adueña de María y la convierte en madre (origen humano) de ese Cristo. Todo el relato (con la palabra del ángel, la respuesta de María y la presencia creadora del Espíritu) se ordena hacia una meta muy precisa: la salvación de los hombres. La instauración del reino davídico ahí se realiza con plenitud: se pone la última piedra de la casa prometida por Dios a David. Se pone la primera piedra del verdadero templo de Dios entre los hombres. El cielo se acerca a la tierra. Y la tierra escogida para levantar este santuario es María, una joven desconocida de Nazaret, un pueblo insignificante. Esta es la página que divide la historia. Todo rezuma encanto, sencillez, profundidad. Por parte de Dios, el amor más grande, que nos entrega a su Hijo, pero respetando siempre la libertad humana, esperando la respuesta de María para la decisión final. Por parte de María, la fe más grande, docilidad ilimitada, entrega total. Por su palabra se encarnó en su vientre la Palabra. Su afirmación anuló y superó todas las antiguas negaciones. Ahora las promesas hechas a David se cumplen: "El Señor Dios le dará el trono de David, su padre... y su reino no tendrá fin" (“Caritas”).
En tiempos de crisis económica, estamos un poco más cerca de lo que representa este reino del pobre de Nazaret, al que vemos en los demás: "Pese a la distancia, hasta nuestros oídos ha llegado el grito del hambre, desde Mogadiscio, o de la guerra racista, desde Sarajevo. Pero también hemos registrado el grupo de la insolidaridad y del miedo de la ultraderecha europea, atacando e incendiando albergues para refugiados y hasta matando a personas dentro de ellos. Paco, 'El Fugi', auténtico trotamundos forzado, hoy ya jubilado, comentaba que esto no es nuevo, y contaba la de veces que él y miles de españoles como él habían tenido que oír 'Ausländer raus!', en Hannover, o 'Vreedelingen Buiten!', en Amsterdam, o 'Foreigners go away!', en Manchester, o 'Etrangers déhors!', en París, o 'Stranieri fuori!', en Milán... Y lo peor es que también los españoles hemos aprendido a gritar en nuestro país '¡Extranjeros, fuera'... Y es que, se diga lo que se diga, a los pobres nadie los quiere.» No tanto. Sí hay quienes hacen por los pobres y por los extranjeros. Sólo que también es cierto que Europa, como tal, no quiere en su seno a otros, ni siquiera a los europeos, cuando éstos no son del propio país. ¿Qué decimos y hacemos los cristianos europeos? (“Eucaristía 1993”).
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