Adviento, 17 de Diciembre: nuestra grandeza está en el amor que Dios nos tiene. Estamos interconexionados en este «libro de la generación de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham»
Libro del Génesis 49, 2.8-10: “En aquellos días, llamó Jacob a sus hijos y les dijo: reuníos, que os voy a contar lo que va a suceder en el futuro. Agrupaos y escuchadme, hijos de Jacob, oíd a vuestro padre Israel: Tú, Rubén, mi primogénito, mi fuerza y primicia de mi virilidad..., tú no serás de provecho. Vosotros, Simeón y Leví, hermanos, vosotros seréis mercaderes en armas criminales... A ti, Judá, te alabarán tus hermanos; pondrás la mano sobre la cerviz de tus enemigos; se postrarán ante ti los hijos de tu padre. ¿Judá? Es un león agazapado... No se alejará de Judá el cetro, ni el bastón de mando de entre sus rodillas... Zabulón, habitarás junto a la costa... Tú, Isacar, parecerás un asno robusto..., y tú,Dan, una culebra junto al camino... A ti, Gad, te atacarán los bandidos y tú los atacarás por la espalda... El grano de Aser será sustancioso... Neftalí será una cierva suelta..., José, un potro salvaje..., y Benjamín, un lobo rapaz...”
Texto del Evangelio (Mt 1,1-17): Libro de la generación de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham: Abraham engendró a Isaac, Isaac engendró a Jacob, Jacob engendró a Judá y a sus hermanos, Judá engendró, de Tamar, a Fares y a Zara, Fares engendró a Esrom, Esrom engendró a Aram, Aram engendró a Aminadab, Aminadab engrendró a Naassón, Naassón engendró a Salmón, Salmón engendró, de Rajab, a Booz, Booz engendró, de Rut, a Obed, Obed engendró a Jesé, Jesé engendró al rey David.
David engendró, de la que fue mujer de Urías, a Salomón, Salomón engendró a Roboam, Roboam engendró a Abiá, Abiá engendró a Asaf, Asaf engendró a Josafat, Josafat engendró a Joram, Joram engendró a Ozías, Ozías engendró a Joatam, Joatam engendró a Acaz, Acaz engendró a Ezequías, Ezequías engendró a Manasés, Manasés engendró a Amón, Amón engendró a Josías, Josías engendró a Jeconías y a sus hermanos, cuando la deportación a Babilonia.
Después de la deportación a Babilonia, Jeconías engendró a Salatiel, Salatiel engendró a Zorobabel, Zorobabel engendró a Abiud, Abiud engendró a Eliakim, Eliakim engendró a Azor, Azor engendró a Sadoq, Sadoq engendró a Aquim, Aquim engendró a Eliud, Eliud engendró a Eleazar, Eleazar engendró a Mattán, Mattán engendró a Jacob, y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo. Así que el total de las generaciones son: desde Abraham hasta David, catorce generaciones; desde David hasta la deportación a Babilonia, catorce generaciones; desde la deportación a Babilonia hasta Cristo, catorce generaciones.
Comentario: 1.- Gn 49,2.8-10. -El patriarca Jacob, anciano, se encuentra en Egipto con sus hijos y ya cercano a la muerte. Imparte su bendición, que es su herencia. Con las palabras de la bendición levanta el velo del futuro y así la suerte de cada hijo está como fundada en la poderosa palabra del patriarca que habla en nombre de Dios. La fuerza de esa bendición es la misma que la de la palabra de Dios. No es el primogénito Rubén, ni el segundo Simeón, ni el tercero Leví, quienes "heredarán de la promesa", sino el cuarto Judá. Jesús nacerá en la tribu de Judá en Judea, en Belén. Un descendiente de Judá reinará no sólo sobre las demás tribus del pueblo elegido, como David, sino sobre todas las naciones.
Herodes consulta a los sacerdotes y escribas: "en Belén de Judea, porque así está escrito: Y tú Belén, tierra de Judá, no eres la menor entre las principales tribus de Judá, porque de ti saldrá un caudillo que será pastor de mi pueblo Israel". A partir de hoy, el evangelio nos presenta lo que ha precedido al nacimiento de Jesús: los evangelios de la infancia. Notaremos que la primera lectura, sacada del Antiguo Testamento está siempre en correspondencia con esa página del evangelio. Mateo, en particular, escribió esas páginas subrayando la armonía entre el Antiguo y el Nuevo Testamento: Jesús es, ciertamente, "aquél que Israel esperaba, aquél que había sido prometido... Varias veces y de muy diversas maneras..."
-Jacob llamó a sus hijos: «Quiero anunciaros lo que os ha de acontecer en días venideros...» Es el testamento de Jacob de cuya «genealogía» nos hablará el evangelio. El pueblo de Israel, desde sus orígenes lejanos, ha sido invitado por Dios a esperar: «quiero anunciaros lo que os ha de acontecer en días venideros»... Un pueblo en tensión hacia el porvenir. Un pueblo que es conocedor del avanzar de la historia. Un pueblo que sabe que Dios obra en él. Un pueblo en marcha, seguro del éxito de lo que Dios está preparando. El pueblo de la esperanza. La humanidad posee un «porvenir». La humanidad no va hacia un callejón sin salida. ¿Soy un hombre de esperanza.
-Judá, tus hermanos te rendirán homenaje... Judá, mi hijo, es un león joven... Esta es ya como una prueba misteriosa de que no son los hombres solos los que hacen la historia. Dios interviene con toda su libertad. ¡No es el primogénito Rubén, ni el segundo, Simeón, ni el tercero, Leví, quienes "heredarán de la promesa", sino el cuarto, Judá! Esa bendición de Jacob sobre éste más que sobre los otros, tiene toda su significación. Dios es el que elige. «He ahí que el León de la tribu de Judá ha vencido». (Apocalipsis 5, 5). Jesús nacerá en la "tribu de Judá", en Judea, en Belén, Dios ya piensa en ello. Haznos disponibles, Señor, a tus «designios» a los que Tú quieres hacer por medio de nuestras vidas, de nuestras responsabilidades.
-La realeza no se irá de Judá, ni el bastón del mando se irá de su descendencia, hasta tanto que venga aquél a quien le está reservado el poder y a quién las naciones obedecerán... Esa frase es, netamente, profética: un descendiente de Judá reinará no sólo sobre las demás tribus del pueblo elegido, sino sobre todas las naciones. A través de los siglos, a través de las vicisitudes y de los fracasos de la historia se ha mantenido esa sorprendente esperanza: ¡un "salvador" nacerá de la familia de Judá! (Mateo 2,6).
Ahora, esa profecía se ha realizado. Cristo ha venido; pero la misma esperanza profunda nos mantiene: su Reino no tendrá fin... Y también nosotros, aspiramos a la plena realización de ese Reino: Venga a nosotros Tu Reino, así en la tierra como en el cielo... ¿Qué hago yo para ello? (Noel Quesson).
Las llamadas, sin mucha propiedad, "bendiciones de Jacob" (en realidad, sólo José es explícitamente bendecido, y han sido atribuidas al patriarca secundariamente) son una colección de dichos, en un principio independientes y de géneros literarios diversos (reprensiones, maldiciones, bendiciones, promesas, etc.) sobre las tribus de Israel. Por la lista de tribus, más antigua que la de otros lugares (Nm 26; Dt 33), puede deducirse que esta colección es relativamente antigua, anterior o contemporánea al yahvista, que podría también ser el autor. Lo que más podría justificar el calificativo de «bendiciones» sería el hecho de que todo este conjunto se encuentra encajado actualmente en la narración sacerdotal sobre la última bendición o testamento de Jacob antes de morir (vv la.28b-33).
La dimensión religiosa de estas «bendiciones» es muy poco perceptible para el lector moderno, pero a los ojos de los israelitas que veían su historia bajo la guía y planificación de Dios, era del todo evidente. Además, los destinos futuros de cada una de las tribus se consideran fruto de la palabra profética del patriarca, cuya eficacia igual que la de los profetas posteriores, es incuestionable y va modelando la historia. Tanto por su amplitud como por su contenido destacan los versículos sobre Judá y José.
Rubén, como primer hijo de Jacob, encabeza siempre la lista de las tribus. Esto quiere decir que es una tribu muy antigua y que ha tenido, de hecho, mucha importancia. Pero fue decayendo en la época de los Jueces, de manera que, al acabar esta época, desapareció como tribu. Nuestro texto se relaciona con Gn 35,22 en lo sustancial. La causa de su desaparición sería el incesto de Rubén.
La referencia a la venganza de Simeón y Leví contra los siquemitas es también clara (Gn 34), aunque aquí no se alude a la acción de desjarretar toros. La antigüedad de esta tradición se puede constatar porque la tribu de Leví todavía no había adquirido funciones sacerdotales. Como la de Rubén, la tribu de Simeón desapareció pronto, absorbida por la tribu de Judá. Notemos que las palabras «yo los dividiré en Jacob» etc., no las pudo decir Jacob y son, por tanto, un buen juicio de la existencia independiente de los refranes.
El oráculo sobre Judá subraya su preeminencia y parece presuponer el reino davídico y la apertura a perspectivas mesiánicas, del mismo modo que los vv 11 y 12 aluden al retorno de una época paradisíaca. Los dichos sobre Zabulón, Isacar, Dan, Gad, Aser y Neftalí juegan con la etimología del nombre (por ejemplo, Dan = "(Dios) juzga") o se refieren a circunstancias geográficas o históricas.
El refrán sobre José subraya magníficamente su esplendor y potencia, sostenido como está y fortalecido por el Dios de los padres. La bendición, una bendición de fecundidad, es muy antigua. Finalmente, el refrán sobre Benjamín celebra su arrojo y belicosidad (J. Mas Anto).
La escena del Génesis nos prepara para escuchar luego la genealogía de Jesús. La salvación futura se perfila de un modo ya bastante concreto en este poema en boca del anciano Jacob que se despide de sus hijos. Es la familia de su hijo Judá la elegida por Dios para que de ella nazca el Mesías. Las imágenes del león y del cetro o bastón de mando, indican que Judá dominará sobre sus hermanos, su tribu sobre las demás.
El anuncio de Jacob se podía entender muy bien como cumplido en David, y luego en Salomón. Pero el pueblo de Israel lo interpretó muy pronto como referido al futuro Mesías. La linea mesiánica estaría ligada a la tribu de Judá. Y así, en efecto, aparecerá en Jesús de Nazaret, en quien se cumplen todas las profecías y esperanzas.
El capítulo 49 del Génesis es un texto muy antiguo donde Jacob pronuncia las últimas palabras referentes a su hijos. Entre los doce hijos hay uno que tiene la preeminencia; no es el primogénito, que era Rubén, sino Judá, el cuarto. Judá es el heredero de las promesas. Ha vencido a sus enemigos y por eso sus hermanos le rinden pleitesía. Una familia de esa tribu será la escogida para regir a Israel, y dentro de ella una persona. Pero inclusive más allá de David, el texto apunta a un personaje especial: el Mesías.
La salvación ha llegado a nosotros mediante un descendiente de la tribu de Judá: Jesús, Hijo de Dios e Hijo del Hombre. Ya Jacob (Israel) había bendecido a su hijo Judá diciéndole: Has vuelto de matar la presa, hijo mío, y te has echado a reposar como un león. ¿Quién se atreverá a provocarte? Por medio de su Hijo, Dios se ha levantado victorioso sobre el autor del pecado y de la muerte, la serpiente antigua o Satanás. Jesús, después de cumplir su misión, ha vuelto victorioso a la Gloria del Padre, para sentarse como Rey con todo el Poder que se le ha dado en el cielo y en la tierra. Quienes pertenecemos a Él no podemos nuevamente encadenar nuestra vida a la maldad, sino que hemos de hacer nuestra su victoria y permanecer firmemente afianzados en el bien, no por nuestras débiles fuerzas, sino por la Fuerza que nos viene de la presencia del Espíritu Santo en nosotros. No dejemos que el poder salvador de Dios pierda su fuerza en nosotros, no permitamos que se aparte de nosotros el Señor, sino que permanezcamos en su amor obedeciendo en todo sus mandatos, pues en esto Dios se complace y le hace contemplarnos como a sus hijos muy amados.
El texto nos evoca una escena familiar. El papá ya viejo reúne a sus hijos para darles la bendición antes de morir. Es como el testamento legado a sus hijos. En Israel estas bendiciones eran efectivas. Vemos a Jacob en este ceremonial doméstico, rodeado de sus hijos. El texto se detiene en las palabras dedicadas a Judá. El nombre de Judá (YeHuDa) significa: "a ti te alabarán". El verso 10 promete que el cetro de mando "no se apartará de sus piernas", para significar que por Judá se continuará la descendencia davídica, "Hasta que venga aquel a quien pertenece". Esta última parte está traducida de la vulgata latina: "hasta que venga el que ha de ser enviado". El sentido propio es: "hasta que le sea traído el tributo"; pero la tradición y la liturgia le han atribuido a estas palabras resonancia mesiánica.
2. El salmo 71, el salmo del rey justo y su programa de gobierno, canta lo que será el estilo del rey mesiánico: la justicia, la paz, la atención preferente a los pobres y humildes. Se cantaba con motivo de la coronación del rey. Proclama su la universalidad de rey: él será la bendición de todos los pueblos y lo proclamarán dichoso todas las razas de la tierra.
Dios nos ha hecho partícipes de su misma Vida y de su mismo Espíritu. Tomando Él posesión de nuestro propio ser, Él quiere continuar haciendo su obra de salvación para todos los pueblos, por medio de su Iglesia. Por eso debemos meditar a profundidad su Palabra para que, conociendo cómo nos amó el Señor, vivamos conforme a sus enseñanzas. A nosotros corresponde, por tanto, continuar proclamando por todas partes el Evangelio. No podemos sentarnos dentro de los recintos sagrados esperando que otros vengan a escuchar al Señor y a comprometerse con Él. Debemos salir, incluso a los cruces de los caminos, debemos ir por los camino más escarpados en busca de las ovejas que se han descarriado. Debemos escuchar la voz de los pobres acercándonos a ellos, caminando con ellos. Cuando sepamos amar como Cristo nos ha amado, entonces nos preocuparemos del bien de todos los hombres, entonces defenderemos a los pobres, haremos justicia a los oprimidos injustamente, haremos que florezca la justicia y que siempre reine la paz, pues nuestra vida, la vida de la Iglesia, por la presencia del Señor en ella, se convertirá en una bendición para el mundo entero.
Porque toda autoridad viene de Dios, conforme aquellas palabras de Jesús a Pilatos: Tú no tendrías ninguna autoridad sobre mí si no se te hubiera dado de lo Alto; por eso todo aquel que sea constituido en autoridad no puede perder su unión con el Señor, ni dejar de tenerlo a Él como punto de referencia en el servicio a los suyos. Sólo entonces se podrá ejercer el poder como un servicio; y no se dejará corromper por aquellos que quieran manipularlo a su arbitrio, ofreciéndole, incluso, protección o aumentarle su economía. Jesucristo ha venido, con toda la autoridad que tiene como Hijo de Dios, no para condenarnos, sino para salvarnos. Y para lograr eso llegó, incluso, a amarnos hasta el extremo, entregando su Vida por nosotros, tanto para el perdón de nuestros pecados, como para que en Él tengamos vida eterna. Así la Iglesia del Señor, y cada uno de los que nos gloriamos de pertenecer a ella, no podemos vivir aplastando a nuestro prójimo, sino que nos hemos de poner a su servicio; y esto no sólo para que disfrute en este mundo de una vida digna, sino para que, junto con nosotros, unidos a Cristo, alcance la salvación eterna, que es un Don que Dios ha ofrecido a todos, sin distinción alguna.
3. Mt 1, 1-17 (ver navidad vigilia lectura 3, y paralelos : Lc 3,23-38)
A. pongo aquí mis reflexiones del año 2007. La genealogía de Jesús nos lleva a pensar en dos puntos: en primer lugar, que nuestra grandeza no está en los méritos sino en el amor que Dios nos tiene. Luego, que estamos todos interconexionados, y lo que hacemos influye en los demás y en la historia. Estos dos puntos están muy vivos en el pesebre. Para entender la necesidad de profundizar en nuestra dignidad vino Jesús en Navidad, y para formar un pueblo renacido, como hijos de Dios.
a. Pero antes, podemos ver cómo esto no se vive, quizá porque no se ha explicado bien. De hecho, hoy, el 17-XII-2007 en “La Vanguardia” decía Juliette Gréco, la voz del existencialismo y la chanson francesa: “Nunca he tenido el sentido del mañana. Lo primero que hago cuando abro los ojos es dar las gracias. Me extraña ser tan mayor y seguir haciendo lo que me gusta, es un gran regalo”. No se entiende bien el cielo, y por tanto veían el sentido moral como una privación de libertad, pues dice: “cuando André Gide murió, le mandó un telegrama a François Mauriac, un escritor muy católico: "Haz todas las tonterías que quieras, el infierno no existe. Firmado: Gide"”.
Es importante devolver al mundo el gusto por la felicidad, y el sentido profundo de Dios, no el justiciero sino el amante. Cuando le preguntan: “¿Cuál es la lección más importante que le ha dado la vida?”, responde la cantante: “Que el otro es Dios. Y que pese a la gravedad de algunas cosas, nada es serio. El tiempo y la vida son un regalo, a veces cruel y difícil”, lo cual no es del todo falso, pues las dos tablas de la ley son –en alguna corriente judía- divididas en 5 y 5 mandamientos, la tabla de los primeros 5 hace referencia a Dios, el hombre es sagrado, ahí está Dios, de ahí el imperativo: “no matarás”. Los otros 5 hacen referencia a las consecuencias para los demás: bienes materiales y espirituales, pero la persona es sagrada.
Esta visión negativa de la vida tiene influencias en la vida, por eso el amor es débil cuando no se basa en Dios. Cuando le preguntan por el fracaso matrimonial, es una pena ver cómo huye del perdón: “Siempre me he ido antes de que las cosas se deterioraran; por tanto, sólo tengo amigos. Y siempre lo advierto: "Cuidado, soy muy paciente, pero hay un límite". Pero nadie me cree hasta el día en que digo adiós.” En el fondo de tantos fracasos matrimoniales no hay un hecho, el que se toma en cuenta para pedir el divorcio: “es que me hizo esto…” sino que es más bien un cúmulo de hechos que hacen colmarse el vaso hasta decir “no puedo más”, “se ha roto”.
También la falta de autoestima es consecuencia de cerrarse en uno, no dejar que este deseo de trascendencia nos lleve a Dios: “En mi trabajo ha sido todo fácil, salvo aguantarme a mí misma. Soy dura y severa conmigo misma. Soy la persona a la que menos quiero”. Es necesario oír la voz interior, que nos lleva a cosas grandes hechas a base de cosas pequeñas: “¿Qué merece la pena en la vida?” Responde: “Hacer feliz. Y cosas pequeñas, como cocinar para otros. Es una cuestión de detalles”.
b. En la genealogía de Jesús –decíaVan Thuân predicando al Papa y su Curia- hay un canto al amor de Dios, "su misericordia es eterna": "Levanta del polvo al indigente y de la inmundicia al pobre para que se siente entre los príncipes de su pueblo"». No hemos de portarnos bien para que Dios nos quiera, sino que Dios nos quiere de todos modos, y eso nos ayuda mucho a portarnos mejor: «No hemos sido escogidos a causa de nuestros méritos, sino sólo por su misericordia. "Te he amado con un amor eterno, dice el Señor". Esta es nuestra seguridad. Este es nuestro orgullo: la conciencia de ser llamados y escogidos por amor».
En ese contexto, es bonito ver que no se nos esconde que pecadores y prostitutas fueron antepasados de Jesús. El complejo problema del pecado y de la gracia está ahí reflejado: «Si consideramos los nombre de los reyes presentes en el libro de la genealogía de Jesús, podemos constatar que sólo dos de ellos fueron fieles a Dios: Ezequiel y Jeroboam. Los demás fueron idólatras, inmorales, asesinos... En David, el rey más famoso de los antepasados del Mesías, se entrecruzaba santidad y pecado: confiesa con amargas lágrimas en los salmos sus pecados de adulterio y de homicidio, especialmente en el Salmo 50, que hoy es una oración penitencial repetida por la Liturgia de la Iglesia. Las mujeres que Mateo nombra al inicio del Evangelio, como madres que transmiten la vida y la bendición de Dios en su seno, también suscitan conmoción. Todas se encontraban en una situación irregular: Tamar es una pecadora, Rajab una prostituta, Rut una extranjera, de la cuarta mujer no se atreve a decir ni siquiera el nombre. Sólo dice que había sido "mujer de Urías", se trata de Betsabé».
Este panorama no lleva al desánimo, sino que el pecado exalta la misericordia de Dios: «Y sin embargo -añadió el arzobispo vietnamita- el río de la historia, lleno de pecados y crímenes, se convierte en manantial de agua limpia en la medida en que nos acercamos a la plenitud de los tiempos: en María, la Madre, y en Jesús, el Mesías, todas las generaciones son rescatadas. Esta lista de nombres de pecadores y pecadoras que Mateo pone de manifiesto en la genealogía de Jesús no nos escandaliza. Exalta el misterio de la misericordia de Dios. También, en el Nuevo Testamento, Jesús escogió a Pedro, que lo renegó, y a Pablo, que lo persiguió. Y, sin embargo, son las columnas de la Iglesia. Cuando un pueblo escribe su historia oficial, habla de sus victorias, de sus héroes, de su grandeza. Es estupendo constatar que un pueblo, en su historia oficial, no esconde los pecados de sus antepasados», como sucede con el pueblo escogido.
Ante la pregunta ¿es posible hoy tener esperanza? La respuesta es “sí”: la conciencia de la fragilidad del hombre y sobre todo del amor de Dios constituyen las grandes garantías de la esperanza: «todo el Antiguo Testamento está orientado a la esperanza: Dios viene a restaurar su Reino, Dios viene a restablecer la Alianza, Dios viene para construir un nuevo pueblo, para construir una nueva Jerusalén, para edificar un nuevo templo, para recrear el mundo. Con la encarnación, llegó este Reino. Pero Jesús nos dice que este Reino crece lentamente, a escondidas, como el grano de mostaza... Entre la plenitud y el final de los tiempos, la Iglesia está en camino como pueblo de la Esperanza».
«Hoy día, la esperanza es quizá el desafío más grande. Charles Péguy decía: "La fe que más me gusta es la esperanza". Sí, porque, en la esperanza, la fe que obra a través de la caridad abre caminos nuevos en el corazón de los hombres, tiende a la realización del nuevo mundo, de la civilización del amor, que no es otra cosa que llevar al mundo la vida divina de la Trinidad, en su manera de ser y obrar, tal y como se ha manifestado en Cristo y transmitido en el Evangelio. Esta es nuestra vocación. Hoy, al igual que en los tiempos del Antiguo y del Nuevo Testamento, actúa en los pobres de espíritu, en los humildes, en los pecadores que se convierten a él con todo el corazón».
c. Hemos visto como la genealogía familiar de Jesús no es un “expediente inmaculado”. Pero hay un segundo aspecto: la comunión de los santos nos une a todos, en una solidaridad que abraza todos los hombres de todos los tiempos. Los que están en la Iglesia triunfante de cielo; en la Iglesia purgante y la Iglesia peregrinante, es decir los que caminamos aún en esta vida: «Hasta que el Señor venga en su esplendor con todos sus ángeles y, destruida la muerte, tenga sometido todo, sus discípulos, unos peregrinan en la tierra; otros, ya difuntos, se purifican; mientras otros están glorificados (...)» (LG, 49)” (Catecismo de la Iglesia Católica, 954). Existe una comunicación de bienes espirituales entre los miembros de la Iglesia, sea el que fuere el estado en el que se encuentren: “«Como todos los creyentes forman un solo cuerpo, el bien de los unos se comunica a los otros... Es, pues, necesario creer que existe una comunión de bienes en la Iglesia. Pero el miembro más importante es Cristo, ya que El es la cabeza... Así, el bien de Cristo es comunicado a todos los miembros, y esta comunicación se hace por los sacramentos de la Iglesia» (Santo Tomás, symb. 10). «Como esta Iglesia está gobernada por un solo y mismo Espíritu, todos los bienes que ella ha recibido forman necesariamente un fondo común» (Catech. R., 1, 10, 24)” (Catecismo de la Iglesia Católica, 947).
La Iglesia está anticipada en esa larga genealogía que anuncia la salvación que Dios ha querido traernos, formando un pueblo, una comunidad y sirviéndose de unos intermediarios (sacerdotes, profetas, reyes, jueces...). Todos participamos de la misión de la Iglesia, apoyados en la comunión de los santos: “De que tú y yo nos portemos como Dios quiere – no lo olvides– dependen muchas cosas grandes” (J. Escrivá, Camino, 755).
La reacción ante esta responsabilidad histórica no puede ser asustarnos “«¡No tengáis miedo!». No tengáis miedo del misterio de Dios; no tengáis miedo de Su amor; ¡y no tengáis miedo de la debilidad del hombre ni de su grandeza! El hombre no deja de ser grande ni siquiera en su debilidad” (JP II, TE, p. 34).
Hoy día hay miedo, se quiere quitar este sentido social de la Iglesia, y relegarla al ámbito de lo privado o de la propia conciencia de cada uno. Pero esto no es lo que desea Dios: la humanidad forma un pueblo, y sin Dios éste se dispersa, se diluye, pierde su identidad. Por eso, sin mezclarse con el poder humano, “compete siempre y en todo lugar a la Iglesia proclamar los principios morales, incluso los referentes al orden social, así como dar su juicio sobre cualesquiera asuntos humanos, en la medida en que lo exijan los derechos funfdamentales de la persona humana o la salcación de las almas» (CIC, 747, 2)” (CAT, 2032).
B. ahora añado las reflexiones tomadas de mercaba.org, en 2009. Divide la genealogía en tres partes compuestas cada una de 14 nombres. El centro de la misma lo ocupa David. La genealogía tiene mucho de artificial. Lo demuestra el simple hecho de colocar 14 nombres en cada una de las fases en que divide la prehistoria de Cristo. El número 14, por ser el doble de 7, indica perfección y plenitud. Significaría la providencia especial de Dios en la disposición de toda la historia de salvación que culmina en Cristo.
La fiesta de Navidad está ya muy próxima. Para que nos preparemos de un modo más inmediato a ella la Iglesia la hace preceder de una "octava": ocho días que paso a paso nos conducirán al 25 de Diciembre. La preparación comienza por la primera página del evangelio según San Mateo.
-Tabla de los orígenes de Jesucristo, Hijo de David, Hijo de Abraham... El texto griego literalmente, debería traducirse: "Libro de la genealogía de Jesucristo... Es como el comienzo de una nueva creación... una nueva Biblia que se abre sobre una primera página. San Pablo dirá explícitamente que Jesús es el "nuevo Adán": es verdad, por El una nueva humanidad entra en génesis, es engendrada. ¿Se puede llegar a decir que es una nueva especie humana que comienza?
-Abraham, Isaac, Jacob, Judá... Jesé, David, Salomón, Roboam... José, María, Jesús... Una larga lista de nombres. Muchos son conocidos. Han tenido un lugar en la historia de Israel. Es una especie de resumen de toda esta historia. Jesús no es el fruto de un azar caído, así, sin saber desde dónde. El se enraiza en un linaje de antepasados concretos: de este modo es un verdadero "hijo del hombre", que participa totalmente de la condición humana, con sus límites y sus particularidades. Millares de hombres y de mujeres, de padres y de madres, que fueron progenitores han sido necesarios para que un día madurase el fruto último de la humanidad. Una humanidad nueva nace en Jesús. Y, sin embargo, está en continuidad con todo el resto de la humanidad. En cuanto a mí, ¿cuál es mi enraizamiento? ¿Qué es lo que debo continuar? ¿Qué es lo que debe nacer de nuevo en mí?
-Tamar, Rahab, Ruth, la mujer de Urías... Resulta raro encontrar cuatro nombres de mujer en esta lista exclusivamente masculina, y ciertamente choca cuando se sabe quiénes son. No son mujeres ilustres por su santidad, sino más bien una especie de anomalías. Tamar, que por trampa, tiene un hijo de su propio suegro (Génesis 38, 1-30). ¡Qué historia mas sombría! Rahab, prostituta (Josué 2-6). Ruth, una pagana de tierra extranjera (Rut 4-12). Finalmente Betsabé, la mujer adúltera de David y madre de Salomón (II Samuel 11). ¡Claro está que Mateo tenía una idea en la cabeza al hacer tal selección! Jesús viene a salvar a la humanidad, por gracia. Y todos los hombres están llamados a esta salvación universal. ¿Estoy convencido de este inverosímil amor gratuito y salvífico que Dios nos tiene?
-Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual fue engendrado Jesús, llamado Cristo o Mesías. Tal es la finalidad real de esta genealogía. Afirmar de buenas a primeras que Jesús es el "mesías", el esperado por toda la historia de Israel, el "hijo de David". Más que afirmar fuertemente la concepción virginal de Jesús (Mateo 1, 23-25), Mateo ha preferido poner en evidencia cómo José había acogido a Jesús en su linaje, haciéndole así legal y jurídicamente, un "'hijo de David . Estas dos afirmaciones que parecen una contradicción para nosotros occidentales, corresponden completamente a todo lo que sabemos sobre las genealogías entre los semitas (Noel Quesson).
Mateo empieza su evangelio con la página que hoy leemos (y que volvemos a escuchar en la misa de la vigilia de Navidad, el 24 por la tarde): el árbol genealógico de Jesús, descrito con criterios distintos de los de Lucas, y ciertamente no según una estricta metodología histórica. Mateo organiza los antepasados de Jesús en tres grupos, capitaneados por Abrahán, David y Jeconias (éste, por ser el primero después del destierro). Esta lista tiene una intención inmediata: demostrar que Jesús pertenecía a la casa de David. Es la historia del «adviento» de Jesús, de sus antepasados. Pero no se trata de una mera lista notarial. Esta página está llena de intención y nos ayuda a entender mejor el misterio del Dios-con-nosotros cuyo nacimiento nos disponemos a celebrar. El Mesías esperado, el Hijo de Dios, la Palabra eterna del Padre, se ha encarnado plenamente en la historia humana, está arraigado en un pueblo concreto, el de Israel. No es como un extraterrestre o un ángel que llueve del cielo. Pertenece con pleno derecho, porque así lo ha querido, a la familia humana. Los nombres de esta genealogía no son precisamente una letanía de santos. Hay personas famosas y otras totalmente desconocidas. Hombres y mujeres que tienen una vida recomendable, y otros que no son nada modélicos. En el primer apartado de los patriarcas, la promesa mesiánica no arranca de Ismael, el hijo mayor de Abrahán, sino de Isaac. No del hijo mayor de Isaac, que era Esaú, sino del segundo, Jacob, que le arrancó con trampas su primogenitura. No del hijo preferido de Jacob, el justo José, sino de Judá, que había vendido a su hermano. En el apartado de los reyes, aparte de David, que es una mezcla de santo y pecador, aparece una lista de reyes claramente en declive hasta el destierro. Aparte tal vez de Ezequías y Josías, los demás son idólatras, asesinos y disolutos. Y después del destierro, apenas hay nadie que se distinga precisamente por sus valores humanos y religiosos. Hasta llegar a los dos últimos nombres, José y María. Aparecen en este árbol genealógico también cinco mujeres. Las cuatro primeras no son como para que nadie pueda estar orgulloso de que aparezcan en su libro familiar. Rut es buena y religiosa, pero extranjera; Raab una prostituta, aunque de buen corazón; Tamar una tramposa que engaña a su suegro Judá para tener descendencia; Betsabé adúltera con David. La quinta sí: es María, la esposa de José, la madre de Jesús. Entre los ascendientes de Jesús hay tantos pecadores como santos. De veras los pensamientos de Dios no son los nuestros (Is 55,8). Aparece bien claro que él cuenta con todos, que va construyendo la historia de la salvación a partir de estas personas. Jesús se ha hecho solidario de esta humanidad concreta, débil y pecadora, no de una ideal y angélica. Como luego se pondrá en fila entre los que reciben el bautismo de Juan en el Jordán: él es santo, pero no desdeña de mostrarse solidario de los pecadores. Trata con delicadeza a los pecadores y pecadoras. Ha entrado en nuestra familia, no en la de los ángeles. Será hijo del pueblo. No excluye a nadie de su Reino.
También la Navidad de este año la vamos a celebrar personas débiles y pecadoras. Dios nos quiere conceder su gracia a nosotros y a tantas otras personas que tal vez tampoco sean un modelo de santidad. A partir de nuestra situación, sea cual sea, nos quiere llenar de su vida y renovarnos como hijos suyos. Es una lección para que también nosotros miremos a las personas con ojos nuevos, sin menospreciar a nadie. Nadie es incapaz de salvación. La comunidad eclesial nos puede parecer débil, y la sociedad corrompida, y algunas personas indeseables, y las más cercanas llenas de defectos. Pero Cristo Jesús viene precisamente para esta clase de personas. Viene a curar a los enfermos, no a felicitar a los sanos. A salvar a los pecadores, y no a canonizar a los buenos. Esto para nosotros debe ser motivo de confianza, y a la vez, cara a los demás, una invitación a la tolerancia y a una visión más optimista de las capacidades de toda persona ante la gracia salvadora de Dios.
La Iglesia de Cristo puede no gustarnos, pero no podemos escandalizarnos y rechazarla. Es una comunidad frágil, débil, pero encargada de transmitir y realizar el programa de vida de Cristo Jesús. Si antes de Cristo la lista era la que hemos leído, después de Cristo no es mucho mejor: Cristo eligió a Pedro y Pablo, Pablo eligió a Timoteo, Timoteo a... y nuestros padres nos transmitieron la fe a nosotros, que somos frágiles y pecadores, y nosotros la comunicaremos a otros. No es cuestión de mitificar la historia de la salvación ni antes ni después de Cristo. Todos somos pobres personas. Lo que sí tenemos que hacer es aceptarnos a nosotros mismos, y aceptar a los demás, a la Iglesia entera, y reconocer la obra de Dios en todos.
La Navidad la celebraremos mucho mejor si sabemos hacernos solidarios de las personas que Dios ama. La salvación es para todos, para las personas normales, no sólo para las santas y famosas, que hacen obras espectaculares o sorprenden a todos con sus milagros y genialidades. Dios eligió también a personas débiles y pecadoras. Jesús no renegó de su árbol genealógico porque en él encontrara personas indeseables.
O Sapientia... «Oh Sabiduría, que brotaste de los labios del Altísimo, / abarcando del uno al otro confín / y ordenándolo todo con firmeza y suavidad: / ven y muéstranos el camino de la salvación».
Todos queremos un corazón lleno de sabiduría, como ya había pedido el joven Salomón al principio de su reinado. Tener sabiduría es ver la historia desde los ojos de Dios. Pero la sabiduría verdadera es Cristo Jesús, el Verbo (Logos) eterno, la Palabra viviente de Dios, por el que fueron creadas todas las cosas, como nos enseña el prólogo del evangelio de Juan. Al que Pablo llama «sabiduría de Dios» ( I Co 1,24; 2,7). Él es quien nos ilumina y nos comunica su verdad, el Maestro auténtico al que pedimos que venga a enseñarnos el camino de la salvación (J. Aldazábal).
Entramos en la octava preparatoria del nacimiento del Hijo de Dios, hecho hombre por amor al hombre, y para salvarlo. La Liturgia, que venía haciendo lectura continuada de Isaías y Mateo, introduce en las Vísperas del Oficio Divino, a partir del día 17, unas antífonas llamadas “mayores” que dan el tono a las celebraciones.
La antífona de hoy reza así: ¡OH SABIDURÍA que brotaste de los labios del Altísimo, abarcando del uno al otro confín y ordenándolo todo con firmeza y suavidad, ven y muéstranos el camino de la salvación.
Este es un momento adecuado para despertar la fe y la esperanza. Lo es también para hablar de María, Virgen de la Esperanza, y de la intensidad con que debemos vivir el preludio de la Navidad, gran sinfonía de la recreación y salvación del mundo.
Esta es la última semana de Adviento. Dentro de siete días celebraremos el nacimiento de Jesús. La liturgia se hace más densa, más expectante. Una figura sobresale: María, la madre de Jesús. Escuchemos.
Podría parecer un evangelio sin interés. ¿Qué nos interesan –pensará alguno- tantos nombres, tanta insistencia en el mismo verbo “engendró”, “engendró”, “engendró”? Incluso alguien manifestará su extrañeza al ver en una lista tan enorme de antecesores la escasa presencia de las mujeres que son las que auténticamente “engendran”.
Jesús es hijo de María, pero también es hijo de un pueblo, de una gran tradición viva e incluso biológica. En aquella mentalidad, toda la responsabilidad de la generación recaía en los varones. ¡Eran ellos los que engendraban! ¡Eran ellos los que ponían el nombre al hijo! ¡Eran ellos los que transmitían de generación en generación la bendición de Dios! A través de ellos llegará el Mesías.
Lo sorprendente de esta cadena de generaciones es que precisamente en el último eslabón, cuando aparece José, hijo de Jacob y esposo de María, José queda excluido totalmente del origen de Jesús y con él toda la lista que le precede. Sóla María se convierte en fuente de Jesús. ¡Sin José! ¡Sola ella y el Espíritu Santo! “De Spiritu Sancto ex Maria virgine” (proclamamos en el Credo). El varón es excluido en la encarnación del Hijo de Dios. ¿Cómo se recupera el valor de la gran genealogía? ¿Cómo Jesús conecta con esta tradición que le precede? La figura de José tiene la clave. Él es el esposo de María. Él es el que impone el nombre al Hijo de María. De este modo, lo asume como propio suyo, quien asumió a María como esposa. José es para Jesús un padre espiritual que le transmite la gran tradición del pueblo, y hace de Jesús un hijo espiritual del pueblo de Israel.
La mujer adquiere un gran protagonismo. Movida por el Espíritu de Dios se convierte en fuente santa, en Madre. Lo que Dios hizo con otras mujeres del pueblo de Dios, lo hace ahora con María, de la forma más sublime. Ella es la nueva Tamar, Rahaj, Betsabé y Rut. Acogida por pura gracia. Fuente del Hijo de Dios por pura gracia.
Cuando Dios quiere hacer su voluntad, nada ni nadie se opone a su querer. Por eso, hay que confiar ciegamente en nuestro Dios. Porque él guía nuestros pasos, si somos dóciles a lo que su Espíritu nos inspira (José Cristo Rey García Paredes).
Hoy, en la liturgia de la misa leemos la genealogía de Jesús, y viene al pensamiento una frase que se repite en los ambientes rurales catalanes: «De Josés, burros y Juanes, los hay en todos los hogares». Por eso, para distinguirlos, se usa como motivo el nombre de las casas. Así, se habla, por ejemplo: José, el de la casa de Filomena; José, el de la casa de Soledad... De esta manera, una persona queda fácilmente identificada. El problema es que uno queda marcado por la buena o mala fama de sus antepasados. Es lo que sucede con «el Libro de la generación de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham» (Mt 1,1).
San Mateo nos está diciendo que Jesús es verdadero Hombre. Dicho de otro modo, que Jesús —como todo hombre y como toda mujer que llega a este mundo— no parte de cero, sino que trae ya tras de sí toda una historia. Esto quiere decir que la Encarnación va en serio, que cuando Dios se hace hombre, lo hace con todas las consecuencias. El Hijo de Dios, al venir a este mundo, asume también un pasado familiar.
Rastreando los personajes de la lista, podemos apreciar que Jesús —por lo que se refiere a su genealogía familiar— no presenta un “expediente inmaculado”. Como escribió el Cardenal Nguyen van Thuan, «en este mundo, si un pueblo escribe su historia oficial, hablará de su grandeza... Es un caso único, admirable y espléndido encontrar un pueblo cuya historia oficial no esconde los pecados de sus antepasados». Aparecen pecados como el homicidio (David), la idolatría (Salomón) o la prostitución (Rahab). Y junto con ello hay momentos de gracia y de fidelidad a Dios, y sobre todo las figuras de José y María, «de la cual nació Jesús, que es llamado Cristo» (Mt 1,16).
En definitiva, la genealogía de Jesús nos ayuda a contemplar el misterio que estamos próximos a celebrar: que Dios se hizo Hombre, verdadero Hombre, que «habitó entre nosotros» (Jn 1,14): (Vicenç Guinot i Gómez).
La navidad junto a José. Era José, como María, de la casa y familia de David (Lucas 2, 4), de donde nacería el Mesías, según había sido prometido por Dios. Jesús fue empadronado en la casa real por medio de José, y también será el encargado, según el mandato recibido de Dios: tú le pondrás por nombre Jesús (Mateo 1, 21). Dios había previsto que su Hijo naciera de la Virgen, en una familia como tantas otras, indefenso y necesitado de un padre que lo protegiera y le enseñara lo que todos los padres enseñan a sus hijos. En el cumplimiento de su misión de custodio de la Virgen y de padre de Jesús habría de estar toda la esencia de la vida de José y su último sentido. Cuando el Ángel le reveló el misterio de la concepción virginal de Jesús, aceptó plenamente su vocación como cabeza de la Sagrada Familia. Su felicidad fue entender lo que Dios quería de él, y hacerlo fielmente. Hoy lo vemos junto a la Virgen esperando a su Hijo, y hacemos el propósito de vivir también nosotros la Navidad cerca de José.
El amor de José a la Virgen fue un amor limpio, delicado, profundo, sin mezcla de egoísmo, y fue para Jesús un padre amoroso, cuidando del Niño como le había sido ordenado. Hizo de Jesús un artesano, le transmitió su oficio. Jesús debía parecerse a José en el modo de trabajar, en rasgos de su carácter, en su modo de sentarse a la mesa y de partir el pan, en su gusto de exponer la doctrina de una manera concreta. Esperamos la Navidad de la mano de José. Él sólo nos pide sencillez y humildad para contemplar a María y a su Hijo. Los soberbios no tienen entrada en la gruta de Belén.
José fue el primero, después de María de contemplar al Hijo de Dios hecho Hombre. Nadie ha experimentado jamás la felicidad de tener en sus brazos al Mesías, que en nada se distingue de cualquier niño. Si tratamos a José en estos pocos días que faltan para la Navidad, él nos ayudará a contemplar ese misterio inefable del que fue testigo silencioso: a María que tiene en sus brazos al Hijo de Dios hecho Hombre. José, después de la Virgen, es la criatura más llena de gracia. ¡Cómo agradecería Jesús todos los desvelos y atenciones que José tuvo con Él y con la Virgen! Hoy le pedimos al Santo Patriarca que nos haga sencillos de corazón para saber tratar a Jesús Niño (Francisco Fernández Carvajal).
Quedan siete días para la Navidad y hay que dar un último empujón al Adviento. Hoy escuchamos en el evangelio la genealogía de Jesucristo, esa lectura tan graciosa llena de nombres complicadísimos, que casi se nos atascan entre los dientes y los labios (aunque también es verdad que me ha tocado a veces celebrar algunos bautizos en que el nombre del niño hacía pensar que Aminadab era natural de Toledo). Dios que se introduce en la historia de los hombres para redimirnos del pecado y de la muerte, historia que llega a su plenitud cuando la segunda persona de la Trinidad se encarna en las entrañas purísimas de María y nace en Belén. Esta semana vamos a acompañar a María y a José en su viaje a Belén para cumplir con el edicto del censo. Puede ser quizás un viaje fatigoso y duro, pero, en tan divina compañía, llegará al gozoso día del nacimiento de Cristo. Hoy José estaría hablando con María de sus ancestros: Abraham, Farés, Naason, David, Roboam, Abías, Acaz, Salatiel, Aquim, Eleazar…, detrás de cada nombre una historia, distinta una de otra, pero todas encaminadas a preparar el gran día del Señor. José de la casa de David se presentaría orgulloso como el marido de María. Hoy parece que Europa quiere ocultar sus raíces, no quiere tener genealogía, se quiere reconocer como bastarda, sin padre ni madre reconocida, haciendo de la Constitución europea la “prostitución europea”. Parece que quisiera vender veinte siglos de historia por menos de treinta monedas, ocultando el cristianismo como si fuesen sus vergüenzas, nacer sin genealogía como quien para ocultar su turbio pasado se alista a la legión extranjera y se convierte en mercenario de la historia. ¡Una barbaridad!. También a nosotros nos puede pasar algo parecido: podemos querer renegar de nuestro pasado, no querer descubrir las acciones de Dios en nuestra vida y creer que todo es obra de nuestro esfuerzo, de nuestro bien hacer y de nuestra lucha constante, sin reparar en que -si eres realmente sincero-, todo es obra de la Gracia de Dios cuando has sabido permanecer fiel. No reniegues de tu pasado, da gracias a Dios por todos los dones que te ha dado, da gracias a Dios cuando has reconocido tu pecado y has sabido pedir perdón, da gracias a Dios por todo y siéntete orgulloso de tu historia, de la historia de Dios contigo. Prepara el equipaje para acompañar a Maria embarazada, deja atrás todo lo que te pueda retrasar en el viaje, no sea que no llegues a Belén a tiempo para el nacimiento y acuérdate del destino de tu viaje: la ciudad de Belén, la ciudad de David, el pueblo de tus orígenes, de tu historia. A caminar (Archimadrid).
Iniciamos estas ferias privilegiadas con esta parte tan importante, que nos llena de esperanza. Se nos habla de los antepasados de Jesús; y no se cierran los ojos ante los pecadores, ante los extranjeros, ante una prostituta y un asesino que se encuentran entre ellos. Todos están ahí abriendo el camino al Señor. Todos son un signo de la misericordia divina, pues Él no vino a condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. Al paso del tiempo nosotros volvemos nuestra mirada hacia Cristo y decimos: Y Cristo me engendró a mí; de Él nació la Iglesia, de Él hemos nacido nosotros como hijos de Dios. Y el Señor no nos niega como suyos, por muy pecadores que seamos. Pero el que seamos, en Cristo, hijos de Dios, no nos dispensa de la obligación que tenemos de manifestarnos precisamente como hijos de Dios, pecadores ciertamente, pero en una continua conversión, para que el Reino de Dios llegue a nosotros cada día con mayor fuerza y con mayor claridad. Somos tan frágiles y tan inclinados al pecado. Por eso acudamos a Dios; hagámoslo con la dignidad de hijos en el Hijo. Pidámosle que la salvación que el Señor nos ha ofrecido se haga realidad en nosotros, de tal forma que en adelante ya no vivamos como hijos del pecado, sino como hijos de Dios.
El Señor nos reúne, recibiéndonos con gran amor como Padre nuestro, lleno de ternura por sus hijos. Venimos de un pasado tal vez cargado de muchos puntos negros. Pero hoy el Señor quiere darnos la oportunidad de rehacer nuestra vida, de tal forma que en adelante no nos manifestemos como malvados y delincuentes, sino como hijos de Dios, llenos de amor, de perdón y de ternura, como Él se ha manifestado así para con nosotros. Hoy entramos, nuevamente, en comunión de vida con Él. Él quiere hacernos participar de su ser divino para que en adelante ya no vivamos para nosotros mismos, para nuestros caprichos e inclinaciones pecaminosas, sino para Aquel que por nosotros murió y resucitó. En Cristo nos hacemos personas de esperanza. En Cristo volvemos la mirada hacia el futuro; en Cristo comenzamos a caminar hacia la plena realización del Reino de Dios entre nosotros; Reino que iremos conquistando, no con nuestras débiles fuerzas, sino con la Fuerza que nos viene de lo alto, y que el Señor nos ha concedido al hacernos participar de su misma Vida y de su Espíritu Santo que, a la par de santificarnos, guía nuestros pasos por el camino del bien. Por eso en esta Eucaristía hemos de abrir nuestra vida al Don que Dios nos ofrece.
La Iglesia va creciendo día a día, abriéndose paso en medio de un mundo cargado de miserias, de fragilidades, de pecados y de signos de muerte. Y Dios llama a la humanidad entera para que se una a Él por medio de la Esposa de su Hijo, que es su Iglesia. Todos hemos de llegar a ser del mismo Linaje Divino al que hemos sido convocados. Todos y cada uno de los que pertenecemos a la Iglesia no podemos vivir discriminando a los demás, pues el Señor no nos envió a condenar, sino a buscar y a salvar todo lo que se había perdido. Todos, totalmente todos, estamos llamados a la santidad. Y esa santidad no podemos verla sólo con tintes de culto y piedad. La santidad de Dios en nosotros nos pone en camino de servicio en el amor fraterno, en la justicia, en el trabajo por la paz. Ser de Cristo, ser criaturas nuevas en Él, esa es la vocación que hemos recibido cuando fuimos llamados a la fe. Por eso esforcémonos denodadamente, con la gracia de Cristo, en trabajar para que el mal desaparezca de entre nosotros y no vuelva a dominarnos. Si somos hijos de Dios, manifestémoslo a través de una vida recta y de pasar haciendo continuamente el bien a todos.
Jesucristo, el Ungido de Dios, el Hijo de Dios que al mismo tiempo es Hijo del Hombre, descendiente de David, es el motivo por el cual se escribe este Evangelio. No se cierran los ojos ante los antepasados del Mesías con toda su miseria, pues, por ejemplo, se nos recuerda el asesinato cometido por David en contra de Urías. Pero Jesús no es sólo descendiente de Abraham, patriarca antepasado de Israel, sino que es también descendiente de toda la humanidad representada en Rut, la Moabita. ¿Por qué se pone Asaf (autor de algunos salmos) en lugar de verdadero nombre de ese Rey: Asa? ¿Por qué, siendo fieles al original, se escribe Amós (uno de los profetas) en lugar de Amón? Sabemos que Mateo constantemente recurrirá a la Escritura para demostrarnos que Jesús es el Ungido de Dios, pues en Él se cumplieron los salmos y los profetas y, probablemente desde el principio, artificiosamente nos los está dejando en claro. Tal vez nuestros orígenes humanos sean demasiado sencillos y humildes. Pero no podemos dejar de mencionar nuestro nombre diciendo: Hijo de Dios y Hermano de Jesucristo. ¿Habrá linaje más digno de aquel al que pertenecemos? Tal vez nuestro propio pasado tenga muchos puntos oscuros; sin embargo al Señor sólo le interesa el que, siendo ungidos de Dios por participar del mismo Espíritu Santo que ungió a Cristo, seamos fieles en darle cumplimiento en nosotros a sus promesas de salvación, llevando así a su plenitud su Palabra en nuestra propia vida.
En esta Eucaristía celebramos al Mesías tan esperado y que, finalmente se ha hecho realidad entre nosotros con todo su poder salvador, venciendo a quien nos retenía bajo la muerte a causa de nuestros pecados. Pero no sólo celebramos su victoria sobre el pecado mediante su muerte, sino que celebramos también su gloriosa resurrección como su victoria sobre la muerte. Reunidos en torno a Él hacemos nuestra esa Victoria que nos salva y que nos hace vivir con la mirada puesta en Aquel que ahora vive y reina por siempre, para encaminarnos a la posesión de la Gloria que Él ya ha recibido de su Padre Dios. No importan nuestros orígenes; no importa incluso nuestro pasado, tal vez un poco oscuro o manchado por el pecado. Dios nos ha amado en serio de tal forma que no sólo nos ha perdonado nuestros pecados, sino que nos ha hecho partícipes de su propia vida para que, junto con Cristo, seamos herederos de los bienes eternos. En esta Eucaristía pregustamos esos bienes.
Quienes participamos de la misma vida de Dios por nuestra unión a Cristo permitimos que Dios haga que sus promesas de salvación lleguen a su plenitud en nosotros. Si no sólo hemos recibido la salvación para esconderla después en nuestras cobardías, sino que queremos que el Señor se manifieste con todo su amor a través de su Iglesia, hemos de estar abiertos a la escucha del Espíritu del Señor que nos ha de guiar en nuestro amor y en nuestro servicio fraterno. Dios ha querido hacernos partícipes de su Vida y de su Espíritu. Si Él se ha manifestado como Padre lleno de misericordia para con nosotros porque no le han importado los pecados de nuestra vida pasada, y más bien nos ha buscado hasta encontrarnos para ofrecernos su perdón y la participación de su misma vida, nosotros hemos de vivir en adelante como la descendencia de Dios que, sin dejar de participar de la naturaleza humana, ha sido elevada a la dignidad del Hijo de Dios. Esto nos ha de llevar a ser, en adelante, no motivo de maldad ni de condenación para nuestro prójimo, sino signo de salvación, de justicia, de paz y de bendición para todos los pueblos.
Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de sabernos hijos de Dios, llamados a participar de su Gloria en la eternidad; enviados para vivir comprometidos en el anuncio del Evangelio de la Gracia, y en el testimonio de una vida que nazca del Espíritu de Dios, que habita en nosotros y nos hace ser hijos de Dios en Cristo Jesús. Que nos esforcemos continuamente por hacer realidad el Reino de Dios entre nosotros, trabajando para que todos, aún los más grandes pecadores, lleguen, finalmente, a vivir plenamente unidos al Señor, que los ama, que los perdona y que los salva. Amén (www.homiliacatolica.com).
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