miércoles, 7 de diciembre de 2011

8 de Diciembre: La Inmaculada Concepción de la Virgen María: luz en el adviento, esperanza para nosotros sus hijos


8 de Diciembre: La Inmaculada Concepción de la Virgen María: luz en el adviento, esperanza para nosotros sus hijos

Génesis 3,9-15.20. Después que Adán comió del árbol, el Señor Dios lo llamó: —¿Dónde estás?
El contestó: —Oí tu ruido en el jardín, me dio miedo, porque estaba desnudo, y me escondí.
El Señor le replicó: —¿Quién te informó que estabas desnudo? ¿es que has comido del árbol del que te prohibí comer?
Adán respondió: —La mujer que me diste como compañera me ofreció del fruto y comí.
El Señor Dios dijo a la mujer: —¿Qué es lo que has hecho?
Ella respondió: —La serpiente me engañó y comí.
El Señor Dios dijo a la serpiente: Por haber hecho eso, serás maldita entre todo el ganado y todas las fieras del campo; te arrastrarás sobre el vientre y comerás polvo toda tu vida; establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya; ella te herirá en la cabeza cuando tú la hieras en el talón.
El hombre llamó a su mujer Eva por ser la madre de todos los que viven.

Salmo 97,1.23ab.3bc-4. R/. Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas.
Cantad al Señor un cántico nuevo, / porque ha hecho maravillas. / Su diestra le ha dado la victoria, / su santo brazo.
El Señor da a conocer su victoria; / revela a las naciones su justicia: / se acordó de su misericordia y su fidelidad / en favor de la casa de Israel.
Los confines de la tierra han contemplado / la victoria de nuestro Dios. / Aclamad al Señor tierra entera, / gritad, vitoread, tocad.

Carta del Apóstol San Pablo a los Efesios 1,3-6.11-12. Hermanos: Bendito sea Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales. El nos eligió en la Persona de Cristo —antes de crear el mundo— para que fuésemos santos e irreprochahles ante él por el amor. El nos ha destinado en la Persona de Cristo —por pura iniciativa suya— a ser sus hijos, para que la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo, redunde en alabanza suya. Con Cristo hemos heredado también nosotros. A esto estábamos destinados por decisión del que hace todo según su voluntad. Y así, nosotros, los que ya esperábamos en Cristo, seremos alabanza de su gloria.

Texto del Evangelio (Lc 1,26-38): En aquel tiempo, fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.
Y entrando, le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin». María respondió al ángel: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?». El ángel le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y éste es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios». Dijo María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Y el ángel dejándola se fue.

Comentario: 1. Gn 3.9-15.20. El cap. 3 del Gn se refiere a la situación creada por el pecado original, fuera del jardín de Edén. Entonces Dios interviene como un juez en el cuadro de un proceso. Interroga a los culpables, establece las responsabilidades y fija las sanciones. En consecuencia, se ve bien claro que Dios no se desentiende de su creatura y no la abandona al poder de la fuerza que la ha seducido. La fe cristiana siempre ha enseñado que, aunque el hombre sea malo, hay siempre una posibilidad para la esperanza. Es, por así decirlo, un hombre salvado. El hombre rechaza toda responsabilidad acusando a la mujer, quien, a su vez, hace caer la maldición sobre la serpiente. Hay un juego de palabras: la serpiente, el más astuto de los animales (arûm:3.1), llega a convertirse en el más miserable (arûr). Su propia astucia se vuelve contra ella. Este es uno de los versos que ha sido interpretado de diferentes maneras en la historia de la exégesis. Para algunos, anunciaría una lucha a muerte entre la descendencia de la mujer y la de la serpiente; este combate sin salida se inscribe dentro de las sanciones impuestas por Dios. Para otros, sin embargo, hay una salida, ya que este verso apunta a la serpiente misma y no al hombre. Por otro lado, a la luz del resto de los libros bíblicos, la tradición cristiana ha visto aquí el "protoevangelio" anunciando la victoria del Mesías, uno de cuyos elementos esenciales será el papel que juega la madre del Mesías: María. De todos modos, queda claro que, a pesar de la derrota, hay una salida para el hombre. Después de la muerte de Jesús, y con el hecho de María, la cosa ha quedado plenamente confirmada (“Eucaristía 1989”).
La primera lectura habla de la culpa que todos llevamos a nuestras espaldas. -"Me dio miedo y me escondí". -Hoy la presencia de Dios pasa a segundo plano y decimos que somos adultos, que asumimos nuestras responsabilidades, que hemos dejado a un lado los miedos infantiles y religiosos. Quizás sí que hemos superado el miedo al demonio, pero la vida de mucha gente está llena de miedos y desequilibrios, y no parece que el gozo de vivir -transparente y puro como el agua que salta en los ríos de las montañas o que, desde los lagos refleja los picos resplandecientes de sol o blancos de nieve- sea un patrimonio compartido. La ruptura interior, con los demás, e incluso con la naturaleza, son expresiones del pecado, realidad tan vieja como la condición humana que no debemos atribuir a ningún antepasado malo.
-"La mujer..., la serpiente..." -La culpa es muy fea y nadie la quiere. Pero solamente reconociéndola -y no ignorándola- vamos a recuperar la paz y la serenidad y podremos mirar a Dios sin miedo.
-"Ella te herirá en la cabeza cuando tú la hieras en el talón". -La culpa, el pecado, no son la última palabra sobre la vida humana. El hombre pecador es capaz de luchar contra el pecado y, en esta lucha, aunque seamos heridos, saldremos victoriosos (el talón/la cabeza). El universo interior del cristiano no es de miedos y angustias, sino que está presidido por una mirada optimista -realísticamente optimista- sobre su vida, la vida del linaje entero, y el desenlace de ambas. Eva ha sido la madre de todos los que viven: no sólo de un linaje pecador; también de una humanidad capaz de luchar contra el pecado (J. Totosaus).
"Después que Adán... el Señor Dios lo llamó...": El hombre (Adán), comiendo el fruto del árbol ha tomado una opción libre en la que Dios no ha intervenido; esta opción aparecerá con toda su fuerza negativa: el encuentro con Dios la manifestará como "pecado". Este encuentro nos es presentado con una narración imaginativa y antropomórfica, que tiene el carácter de un juicio con interrogatorio y sentencia: "¿Dónde estás?".
No se trata sólo de una localización, sino de una pregunta sobre su estado. El hombre se presenta dominado por el miedo. La relación hombre y Creador ha sufrido con el pecado una perturbación profunda. "¿Es que has comido del árbol...?" También se ha producido una perturbación en las relaciones en el interior de la humanidad, y entre el hombre y las realidades creadas: el hombre acusa a la mujer y la mujer a la serpiente.
-"El Señor dijo a la serpiente...": Después del interrogatorio viene el desenlace del juicio, del cual sólo leemos en esta lectura la parte de la sentencia dirigida a la serpiente. La condena intenta explicar en primer lugar, la constitución de la serpiente, arrastrándose por tierra como si comiera polvo, y también su carácter de animal maldito, del cual huyen el hombre y, también, los demás animales, un ser inquietante como el mal mismo. Por eso el paso es fácil: entre el hombre y el mal habrá un combate sin fin. Propiamente el texto indica un combate sin esperanza de solución. Pero la diferencia entre el ataque a la cabeza y el ataque al talón fue leída, ya en la literatura targúmica y sobre todo por la Iglesia antigua, como el anuncio velado de la victoria de la descendencia de la mujer. Eva, madre del linaje humano en lucha constante con el mal, es figura de la nueva Eva, madre del hombre nuevo, el Mesías, que triunfa definitivamente sobre el mal, el pecado y su consecuencia: la muerte (J. Naspleda).
-¿En qué consistió ese pecado primigenio? No lo sabemos. Comiendo del árbol la humanidad ha intentado ser como Dios, atribuirse prerrogativas divinas. Y el resultado es patente: el hombre tiene miedo de Dios y trata de ocultarse. La vergüenza de estar desnudos, cosa de la que no se habían enterado hasta entonces, y el miedo son los signos de su ruptura de relaciones con el Creador (pecado). -En el interrogatorio de Dios ambos tratan de disculparse; el pecado no solidariza, sino que divide y traiciona al compañero. El intento de querer ser como Dios hace que no se pueda soportar al de al lado. -La consecuencia es la condena, que sigue un orden inverso al interrogatorio. Las penas son las inherentes a la condición de la serpiente, del hombre y de la mujer; por ello no se debe insistir sobre ellas. Se maldice directamente a la serpiente, pero no al hombre ni a la mujer. -Muchas serpientes astutas y sirenas seductoras se muestran interesadas, hoy, en ayudar a la humanidad en su afán de un progreso desordenado: guerra de las galaxias, armas atómicas y bacteriológicas... Se os abrirán los ojos y seréis los más potentes del orbe, casi como dioses. ¿Comeremos de esta propaganda y haremos comer a los demás? -A pesar del fracaso, Dios continúa cuidando del hombre (3,21: lo viste de pieles), respetando su libertad. En el interior humano siempre se dará una dura batalla que podrá degenerar hacia la violencia y toda serie de desmanes: muerte del hermano, aniquilamiento de la sociedad (cf Gn 4,8; 9,20ss; 11,1-9), pero también podrá llevarnos a un mayor progreso cultural, técnico y religioso (Gn 4,2-4,26...). Y según el mensaje del Génesis, el bien triunfará sobre el mal. El mensaje bíblico nunca es terrorífico, sino optimista y lleno de esperanzas (A. Gil Modrego).
Antes del pecado la vida del hombre era maravillosa. Vivía feliz, desconocía el dolor y la muerte, Dios era su confidente y toda la naturaleza estaba a su disposición. Después del pecado el cuadro cambia radicalmente. Aparece el dolor, el trabajo, la muerte, el egoísmo, la división. El hombre siempre se ha preguntado por el origen del mal y ha procurado darse una respuesta. Esta lectura que es un relato religioso, de estilo poético-místico, que no quiere ser una investigación histórica sino una reflexión sobre el sufrimiento del hombre, ha llegado a esta conclusión: la fuente moral del pecado es el hombre que se ha equivocado al hacer la opción del valor fundamental de su vida. Frente a la presencia del pecado, hay una promesa de salvación. Llegará un tiempo en el que Dios cambiará la situación y dará a la descendencia de Adán la posibilidad de recuperar la posición perdida. La humanidad se levantará contra la serpiente y uno de ellos le aplastará la cabeza. A su lado tendrá a la mujer. En la tradición bíblica al lado del hombre encontramos siempre a la mujer implicada en la obra de la salvación. El yahvista conoce la misión y la función de la mujer en esta obra de salvación. Así como la bendición de Abrahan referente a la descendencia no se realiza sin Sara, su mujer, así la mujer tendrá su función en la realización definitiva de la promesa mesiánica. Es posible que sea este el origen de la primera idea de la participación de la mujer en el plan de salvación. Las enemistades y la victoria hay que interpretarlas en sentido mesiánico colectivo. La descendencia no es exclusivamente el hijo de David, sino el Hijo del hombre como descendencia de la mujer (P. Franquesa).
El resultado y el primer efecto del pecado es que el hombre, en lugar de ser como Dios, descubre su profunda miseria: "va desnudo", es decir, se encuentra degradado. El hombre no ha conseguido lo que pensaba; huye de Dios y mezquinamente descarga sobre los demás la propia responsabilidad. Pero Dios no huye, permanece en el jardín, pasea sobre la tierra y llama a los responsables del pecado pidiéndole cuentas. El hombre busca un chivo expiatorio: "la mujer que me diste". El mal divide, rompe la armonía inicial. Entonces inicia el juicio de condena. La serpiente es maldecida y estará siempre en guerra contra el bien y condenada a una futura derrota definitiva. Al final, la humanidad vencerá porque "le aplastará la cabeza": es el primer anuncio de salvación, el llamado protoevangelio (Gn 3,15). Lo hará realidad Cristo. La compañera del hombre no será ya "ishshah" (hembra), sino hawwah" (madre de los vivientes). El cambio de nombre significa cambio de misión. Helo ahí: a la Eva-madre de los vivientes que lleva la muerte se contrapone una nueva Eva que lleva la vida. María lleva la vida sin pecado, la vida que no muere. Conclusión: Dios no ha abandonado a la humanidad en esta lucha del bien contra el mal; la esperanza se inicia en Gn 3, 15 (J. Fontbona).
Establezco hostilidades entre tu estirpe y la de la mujer… El capítulo tercero del Génesis aborda el problema del origen del mal en cuatro tiempos: tentación (3,1-4), caída (3,5-8), juicio (3,9-13) y consecuencias (3,14-23). Hoy, sólo leemos el juicio y algunas consecuencias de la desobediencia.
El juicio empieza cuando Dios llama al hombre y le pregunta: ¿Dónde estás? (3,9), porque ha roto la amistad y la armonía originales. El resultado y el primer efecto de la desobediencia es que el hombre, en vez de llegar a ser como Dios, descubre que ha perdido su estatuto y su dignidad: está desnudo (3,10-11), ha perdido su condición privilegiada ante Dios (conversaba con Él). El hombre no ha logrado lo que pretendía, huye de Dios y mezquinamente descarga sobre los demás la propia responsabilidad: el hombre busca un chivo expiatorio (3,12) en quien le ayuda (2,18). Dios, en cambio, no huye, se pasea por el jardín y llama a los responsables de la desobediencia y habla con ellos. Otra de las consecuencias del juico de condena es que la serpiente es maldecida, se convierte en la enemiga de todos los humanos y es condenada a una futura derrota definitiva. La estirpe de la mujer (Cristo, nacido de mujer) vencerá el mal porque lo herirá en la cabeza. Es el primer anuncio de salvación (3,15). El segundo confirma el primero, y es cuando Dios viste con túnicas de piel al hombre y a la mujer: así anuncia que ninguno de los dos ha perdido del todo la dignidad de ser criaturas de Dios (3,21). Anuncio que no leemos hoy. El hombre llama Eva a quien Dios le había hecho su ayuda y ella se convierte en madre de todos los que viven (3,20). A esta madre que por su desobediencia trae la muerte, hoy, se le contrapone la nueva madre de los que viven, María, que por su obediencia trae la vida que no muere (J. Fontbona).
La nueva Eva, nuestra Madre. “Me llena de gozo el Señor, mi alma se alegra con su Dios”, proclamará la Virgen con palabras compuestas por Isaías (61, 10). Ella está contenta, porque tiene al Señor; por eso aparece como la llena de gracia, “enjoyada como una novia”, limpia de todo mal. “Eva nos vistió de luto, / De Dios también nos privó / E hizo mortales; / Mas de vos salió tal fruto / Que puso en paz y quitó / Tantos males. / Por Eva la maldición / Cayó en el género humano / Y el castigo; / Mas por vos la bendición / fue, y a todos dio la mano / Dios amigo. // Un solo Dios trino y uno / A vos hizo sola y una: / Más perfecta / Después de Dios no hay ninguna, / Ni es a Dios persona alguna / Más acepta. // ¡Oh cuánto la tierra os debe! / Pues que por vos Dios volvió / La noche en día, / Por vos, más blanca que nieve, / El pecador alcanzó / Paz y alegría. Amén”. Así reza un himno, y la primera lectura de la Misa de hoy narra la experiencia dramática de la caída original, verdad esencial para entender tantos desequilibrios, faltas de armonía en el hombre y en todo lo creado. Eva, vencida, ofrece a Adán el engaño. Luego, la pérdida de la inocencia: miedo, desnudez, vergüenza, esconderse de Dios... La pregunta de Dios: “¿Dónde estás?” recoge el deseo divino de que el hombre no pierda la conciencia de quién es, cosa que se nos recuerda en la segunda lectura: la predestinación en Cristo, a ser santos e irreprochables, y en primer lugar es María la suma de esas perfecciones: la llena de gracia, es decir toda santa e inmaculada en el amor, la morada digna para su Hijo (como leemos en el Evangelio). Si la tristeza y el dolor vienen por el pecado que es sentir a Dios lejano (expulsión del paraíso, y el ángel con la espada de fuego desenvainada que impide la entrada), hay dos opciones: dejarse llevar por la ambición que ha surgido con la decisión en contra de la voluntad de Dios, la desobediencia; o bien acoger la invitación en Cristo a ser “divinizado”. Son los dos caminos, pues el hombre quiere “ser como Dios” (cf Gen 3,5): puede hacerlo “sin Dios, antes que Dios y no según Dios” (S. Máximo Confesor ambig.), o bien según nuestra vocación, para lo que fuimos creados, y así ser felices.
De un lado tenemos la mentira y miseria, dejándonos llevar por nuestra inclinación al mal (basta asomarnos a nuestro interior para ver esa miseria y desorden), o bien abandonarnos sin miedo en el regazo de nuestra Madre, para con ella emprender el camino seguro del amor de Dios: ante el mal y la muerte, el amor es más fuerte que todo ello (como acaba el Cantar de los cantares), pues la misericordia de Dios es muy grande, y “la obediencia de Cristo repara sobreabundantemente la desobediencia de Adán”, canta la Iglesia. La mujer del génesis, anunciada en el protoevangelio, es para muchos Padres María, la “nueva Eva”: anticipando el fruto de la victoria de Cristo sobre el pecado, fue preservada de toda mancha de pecado original y, durante su vida terrena, por una gracia especial de Dios, no cometió ninguna clase de pecado (cf. Catecismo de la Iglesia Católica 411; y sobre este dogma ver también nn. 490 al 493). Así se convierte en la nueva Madre de toda la humanidad, que restablece la desobediencia con su entrega amorosa a la voluntad de Dios: en la primera lectura el Señor anuncia al diablo que del linaje de Eva saldrá quien “quebrantará tu cabeza y tú pondrás asechanzas a su calcañar.” Y esto, desde la Anunciación de su maternidad divina, que luego en la Cruz Jesús proclama de un modo solemne. En María la misericordia divina se vierte a manos llenas sobre la tierra. Ya en el siglo II saludaba san Ireneo en la Madre de Jesús a la nueva Eva.
2. Sal 97. Cántico para tales maravillas: se trata de la victoria de Cristo, autor de nuestra Redención, manifestada en su Misterio Pascual: nunca se oyó cosa semejante (S. Atanasio). Su diestra le ha dado la victoria: es decir, para salvarnos por medio de su Muerte y Resurrección, el Señor no necesitó ayuda extraña (S. Hilario). Y esas maravillas de las que habla el salmo -comenta Jerónimo- responden a aquellas otras del Antiguo Testamento. De un modo semejante a como Eliseo (4 Reg 4:34ss) se contrajo al postrarse sobre el cadáver del hijo de la viuda -ojos sobre ojos, manos sobre manos, ...- para resucitarle, así también el Señor ha asumido la forma de hombre y se ha contraído para constituirnos en hijos de la Resurrección.
Tanto la Liturgia como la tradición cristiana nos invitan a alabar con un cántico nuevo (v. 1) al Niño de Belén, en quien se manifiesta el amor de Dios Padre en favor de la Iglesia, el nuevo Israel. La alabanza a Cristo, aprendida en la escuela de este salmo, es el fruto de la alegría que suscita su Nacimiento en un corazón admirado y agradecido de sentirse salvado por su Señor, que aparece en la verdad de nuestra misma carne. En un famoso himno navideño de Sedulio (+450), el 'A solis ortus cárdine', se recogen estas palabras: "No rechaza el pesebre, ni dormir sobre unas pajas; tan solo se conforma con un poco de leche, el mismo que, en su providencia, impide que los pájaros sientan hambre."
Venidos desde los confines de la tierra, los Magos conocieron al Niño Dios. Ellos son los primeros, de entre todas las naciones, a quienes se les revela la misericordia divina: la primera epifanía del Unigénito a los gentiles, que nace de una madre Virgen para salvar al mundo. Una colecta de la liturgia de Adviento sirve para convertir en oración estos sentimientos: "Suban, Señor, a tu presencia nuestras súplicas y colma en tus siervos los deseos de llegar a conocer en plenitud el misterio admirable de la Encarnación de tu Hijo. Que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén."
Se acordó de su misericordia y su fidelidad en favor de la casa de lsrael (v. 3). Este versículo, que podría haber inspirado -quizá- el Magníficat, nos sugiere meditar en los sentimientos de María en la Resurrección de su Hijo: "Fuerte en la fe, contempló de antemano el día de la luz y de la vida, en el que, desvanecida la noche de la muerte, el mundo entero saltaría de gozo y la Iglesia naciente, al ver de nuevo a su Señor inmortal, se alegraría entusiasmada." (Missa de Beata Maria Virgine in Resurrestione Domini, Praef: Félix Arocena).
No olvidemos nunca que el sentido original de los salmos es aquel querido y orado por el pueblo de Israel. Este es un "salmo del reino": una vez al año, en la fiesta de las Tiendas (que recordaban los 40 años del Éxodo de Israel, de peregrinación por el desierto), Jerusalén, en una gran fiesta popular que se notaba no solamente en el Templo, lugar de culto, sino en toda la ciudad, ya que se construían "tiendas" con ramajes por todas partes... Jerusalén festejaba a "su rey". Y la originalidad admirable de este pueblo, es que este "rey" no era un hombre (ya que la dinastía Davídica había desaparecido hacía largo tiempo), sino Dios en persona. Este salmo es una invitación a la fiesta que culminaba en una enorme "ovación" real: "¡Dios reina!", "¡aclamad a vuestro rey, el Señor!" Imaginemos este "Terouah", palabra intraducible, que significa: "grito"... "ovación"... "aclamación".
Originalmente, grito de guerra del tiempo en que Yahveh, al frente de los ejércitos de Israel, los conducía a la victoria... Ahora, regocijo general, gritos de alegría, mientras resonaban las trompetas, los roncos sonidos de los cuernos, y los aplausos de la muchedumbre exaltada.
¿Por qué tanta alegría? Seis verbos lo indican: ¡seis "acciones" de Dios! Cinco de ellas están en "pasado" (o más exactamente en "acabado": porque el hebreo no tiene sino dos tiempos de conjugación para los verbos, "el acabado", y el "no acabado"). "El ha hecho maravillas"... "Ha salvado con su mano derecha"... "Ha hecho conocer y revelado su justicia"... "Se acordó de su Hessed"... (Amor-fidelidad que llega a lo más profundo del ser); "El vino-el viene"... Y para terminar, un verbo en tiempo, "no acabado", que se traduce en futuro a falta de un tiempo mejor (ya que esta última acción de Dios está solamente sin terminar aunque comenzada): "El regirá el orbe con Justicia y los pueblos con rectitud"...
Observemos la audaz "universalidad" de este pensamiento de Israel. La salvación (justicia-fidelidad-amor) de que ha sido objeto la Casa de Israel... está, efectivamente destinada a "todas las naciones": ¡El Dios que aclama como su único Rey, será un día el rey que gobernará la humanidad entera. Entonces será poca la potencia de nuestros gritos! ¡Será poca toda la naturaleza, el mar, los ríos, las montañas, para "cantar su alegría y aplaudir"!
Habiendo leído el salmo en su sentido "literal", tal como Israel lo leía, es necesario en un segundo tiempo, leerlo a la luz del "acontecimiento Jesucristo"... Decirlo en nombre de Jesucristo y con sus sentimientos, y la oración que encontraba en él para luego aplicarlos a su misión en los designios del Padre.
No es mera coincidencia que la Iglesia proponga este salmo de "Dios-Rey que viene", en la fiesta de la Inmaculada Concepción, el 8 de diciembre, en pleno Adviento: la "Concepción" de María, es el comienzo del proceso que culminará en la Navidad... El Dios "¡Salvador"! El tercer Domingo de Adviento, se canta un canto de Isaías, que proclama los mismos temas y que pudo inspirar este salmo 97: "Dios es quien me salva, tengo confianza, no temo. El Señor es mi refugio y mi fuerza. El es mi salvador. Dad gracias al Señor e invocad su nombre, anunciad a los pueblos las maravillas que El ha hecho: Recordadles que su nombre es sublime. Cantad al Señor. Porque ha hecho maravillas conocidas en toda la tierra. Exultad, dad gritos de alegría: Dios está en medio de vosotros" (Isaías 12).
¡La "venida" de Dios! Israel no podía ni mucho menos adivinar hasta qué punto esto sería cierto. Lo que celebra este canto, es realmente la Navidad, la venida del Hijo de Dios en persona: este salmo 97 se utiliza en la Misa del día de Navidad... Y en la Misa de media noche, encontramos un salmo que tiene exactamente el mismo sentido (salmo 95).
¡La revelación del amor-fiel de Dios! La Encarnación del Verbo es el acontecimiento histórico que hace visible, que "levanta el velo" (significado de la palabra revelar) del amor que Dios tiene a Israel, y que extiende a todos los pueblos, en Jesús.
¡La "Nueva Alianza", la "Nueva Liberación"! Hay que cantar un "canto nuevo, porque Dios renueva su Alianza: la celebración de la "venida" de Dios es un "signo", un "sacramento" que realiza lo que significa. Cuando se aclama a Dios como Rey, no se le confiere la realeza (El lo es desde siempre), sin embargo se "actualiza" esta "realeza" se "urge la venida del reino escatológico". Festejar la Navidad, es en un sentido real, sacramental, "hacer que Dios venga hoy". "¡La salvación que tú preparaste ante todos los pueblos!" Así se expresa Simeón en su canto de alabanza (Lucas 2,30) "Atraeré hacia mí a todos los hombres" (Grita Jesús en proximidad de la Pascua) (Jn12,32). "¡Jesús había de morir por el pueblo de Israel, y no solamente por él, sino para reunir en uno todos los hijos de Dios que están dispersos!" En expresión de San Juan (11,52). Y esta visión universal, realizada en Cristo, era anunciada en la esperanza de todo un pueblo, que se atrevía a convidar a "toda la tierra", "todas las naciones", "todos los habitantes del mundo" a su propio "Terouah". ¡Una fiesta mundial! ¡Vamos hacia una fiesta en que todos los hombres estarán felices y cantarán todos juntos, el mismo día, el mismo Dios, el mismo amor que los habrá salvado ¡Salvado! Me imagino a Jesús recitando este salmo... Lo recito con El...
¡Vamos, no lo dudemos. Dejémonos "invitar" a la fiesta! ¡Vamos! Saquemos todos los instrumentos, trompetas, bocinas, guitarras, panderetas, flautas... Y nuestras voces y aplausos. ¿Hay personas que se escandalizan por la "alegría" y el "ruido" que hacen los muchachos de hoy en sus fiestas? Hay un tiempo para la oración silenciosa. Sí. Hay un tiempo para la meditación y la oración íntima. ¡Sí. Pero hay también un tiempo para la oración de aclamación!... ¡La "justicia"! ¡Un mundo gobernado "según Dios"! ¡Está por venir! ¡Un mundo gobernado según el amor! Está por venir, Dios viene. El Reino de Dios ha comenzado... (Noel Quesson).
Esta corriente de exultación gozosa ha continuado en la vida de la Iglesia con el ejemplo de los santos y la proliferación inacabable de expresiones de alabanza: recordemos el "Te Deum", el "Cántico de las creaturas" de san Francisco de Asís. Y sobre todo, la Liturgia de la Iglesia, con su variadísima gama de alabanzas, desde la Plegaria Eucarística hasta la Liturgia de las Horas y tantas y tantas prácticas de piedad cristianas que siguen el mismo camino de alabanza y gratitud a Dios (Pedro Farnés).
“Se trata de un himno al Señor, rey del universo y de la historia (Cf. versículo 6). Es definido como un «cántico nuevo» (v. 1), que en el lenguaje bíblico significa un cántico perfecto, rebosante, solemne, acompañado por música festiva… Además, incesantemente resuena el nombre del «Señor» (seis veces), invocado como «nuestro Dios» (v 3)…
El Salmo se abre con la proclamación de la intervención divina dentro de la historia de Israel (cf v 1-3). Las imágenes de la «diestra» y del «brazo santo» se refieren al Éxodo, a la liberación de la esclavitud de Egipto (cf v 1). La alianza con el pueblo de la elección es recordada a través de dos grandes perfecciones divinas: «amor» y «fidelidad» (cf v 3). Estos signos de salvación son revelados «a las naciones» y a «los confines de la tierra» (vv 2 y 3) para que toda la humanidad sea atraída por Dios salvador y se abra a su palabra y a su obra salvadora…
En este Salmo, el apóstol Pablo reconoció con profunda alegría una profecía de la obra del misterio de Cristo. Pablo se sirvió del versículo 2 para expresar el tema de su gran carta a los Romanos: en el Evangelio «la justicia de Dios se ha revelado» (cf Rm 1,17), «se ha manifestado» (cf Rm 3,21). La interpretación de Pablo confiere al Salmo una mayor plenitud de sentido. Leído en la perspectiva del Antiguo Testamento, el Salmo proclama que Dios salva a su pueblo y que todas las naciones, al verlo, quedan admiradas. Sin embargo, en la perspectiva cristiana, Dios realiza la salvación en Cristo, hijo de Israel; todas las naciones lo ven y son invitadas a aprovecharse de esta salvación, dado que el Evangelio «es potencia de Dios para la salvación de todo el que cree: del judío primeramente y también del griego», es decir el pagano (Rm 1,16). Ahora «los confines de la tierra» no sólo «han contemplado la victoria de nuestro Dios» (Salmo 97, 3), sino que la han recibido.
En esta perspectiva, Orígenes, escritor cristiano del siglo III, en un texto citado después por san Jerónimo, interpreta el «cántico nuevo» del Salmo como una celebración anticipada dela novedad cristiana del Redentor crucificado. Escuchemos entonces su comentario que mezcla el canto del salmista con el anuncio evangélico. «Cántico nuevo es el Hijo de Dios que fue crucificado -algo que nunca antes se había escuchado-. A una nueva realidad le debe corresponder un cántico nuevo. “Cantad al Señor un cántico nuevo». Quien sufrió la pasión en realidad es un hombre; pero vosotros cantáis al Señor. Sufrió la pasión como hombre, pero redimió como Dios”. Orígenes continúa: Cristo “hizo milagros en medio de los judíos: curó a paralíticos, purificó a leprosos, resucitó muertos. Pero también lo hicieron otros profetas. Multiplicó los panes en gran número y dio de comer a un innumerable pueblo. Pero también lo hizo Eliseo. Entonces, ¿qué es lo que hizo de nuevo para merecer un cántico nuevo? ¿Queréis saber lo que hizo de nuevo? Dios murió como hombre para que los hombres tuvieran la vida; el Hijo de Dios fue crucificado para elevarnos hasta el cielo» («74 homilías sobre el libro de los Salmos»)” (Juan Pablo II).
El nombre del Señor es el centro del Salmo que hemos escuchado. Dios actúa en la historia y al final juzgará al mundo y a los pueblos. En este contexto, juzgar significa también gobernar, instaurar la justicia, el orden y la paz. Esto es lo que el Señor trae consigo, lo que implantará definitivamente en todo el orbe. Es también el motivo por el que se le invoca y alaba desde todas partes y con todos los medios. En la perspectiva cristiana, esta realidad ha comenzado ya en Cristo, en el cual "se revela la justicia de Dios", como dice San Pablo (Romanos 1, 17) y, por eso, el creyente puede entonar ya ahora el «canto nuevo» del universo y la humanidad entera redimida por Cristo.

3. Ef 1.3-6.11-12. Primero nos bendice a nosotros el Señor, después bendecimos nosotros al Señor. Aquella es la lluvia, éste es el fruto. Así se devuelve el fruto a Dios, que llueve sobre nosotros y nos cultiva (San Agustín). Tanto por su forma como por su contenido, el texto es claramente una oración de alabanza o "eulogia". Nos referimos a un género de oraciones bien conocido en Israel, por ejemplo, en los salmos de alabanza, y también en la liturgia de la Iglesia. La oración solemne eucarística o canon de la misa es el ejemplo más sobresaliente de nuestra liturgia. La "eulogia" comienza siempre invocando a Dios (el Padre omnipotente) y continúa haciendo memoria de las maravillas que opera en favor de su pueblo. La alabanza se funda en la memoria, que frecuentemente va unida a la acción de gracias o "eucaristía".
Alabanza, memoria y acción de gracias son constitutivos esenciales de la "oración solemne eucarística". La alabanza no va dirigida a un sujeto indeterminado o abstracto, lejano a la conciencia de los hombres, sino a "el Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo". La comunidad cristiana sabe muy bien a quién alabar y conoce el origen de todas las gracias que recibe y experimenta. Dios es el "Dios de Jesucristo" y Jesucristo es el "Amado de Dios" (v 6). Esta mutua relación y pertenencia es la garantía de nuestra salvación en Jesucristo. Por Jesucristo y en Jesucristo tenemos acceso al Padre, por él y en él le tributamos todo honor y toda gloria; por Jesucristo y en Jesucristo el Padre se ha acercado a nosotros con la salvación. Si el pecado nos aleja de Dios y de los hombres, la salvación de Dios en Jesucristo nos acerca los unos a los otros y restablece la comunicación vertical de todos con un mismo Padre. En Jesucristo somos como un canto de alabanza por la gracia de Dios que hemos recibido, somos una comunidad de alabanza.
Al hacer memoria de las bendiciones o beneficios de Dios, el autor destaca especialmente la elección de que hemos sido objeto, antes de la creación del mundo, para que viviéramos como hijos queridos en la presencia del Padre. Se trata de una elección en Cristo, que es el Hijo, La palabra "adopción" está tomada del lenguaje jurídico, pero tiene aquí un sentido mucho más realista: nada de una simple "adopción legal" es todo un "gracioso nacimiento de Dios" (Jn 1, 12ss; 3, 3; Tt 3, 5) por el que nos llamamos y somos en verdad "hijos de Dios" (1Jn 3,1; Rm 8,1; Ga 4,6).
Como "hijos de Dios" somos también "herederos" de todos los bienes de su reino. Nuestra unión con Cristo mantiene en nosotros viva la esperanza de alcanzar todos estos bienes (cf Col 1,5; Rm 8,24), pero la plena posesión de la herencia sólo será posible después de la resurrección de los muertos (“Eucaristía 1980”).
Admiración agradecida al Padre que nos eligió para "ser sus hijos en la persona de Cristo". Su elección es significativa y nos invita a contemplar a María no separada de nosotros sino a nuestro lado y delante de nosotros, dando gracias al Padre por la elección de que ha sido objeto junto con nosotros. No es un meteorito que cae de lo alto, sino que forma parte de esta humanidad escogida y salvada: es de nuestra raza y de nuestra familia, y pertenece a nuestra comunidad y a nuestra historia espiritual (J. Totosaus).
En este proyecto, que se apoya en Cristo, María es también pieza clave. En su Inmaculada Concepción el proyecto divino empieza a hacerse realidad. Colmada de bendiciones, elegida en la persona de Cristo «para que fuésemos santos e inmaculados ante él por el amor», hija y heredera, «alabanza de su gloria». Por eso, esta fiesta de la Inmaculada es muy propia de Adviento, fiesta de optimismo y esperanza.
4. Devoción a María Inmaculada, nuestro modelo y gran intercesora. “¿Quién es esta, que se levanta como la aurora, que es hermosa como la luna, y resplandece como el sol?”, proclama la Liturgia. La tierra y el cielo, la Iglesia entera, celebra gran fiesta, y nosotros también. Esta fiesta se extendió desde Oriente donde comenzó, por muchos sitios desde el siglo VII, y desde el siglo XIII ya se vivió como fiesta por todo el pueblo cristiano. Fue dentro de esta tradición viva de la Iglesia en la que el Espíritu Santo va mostrando –revelando- lo que estaba implícitamente dicho en el Evangelio, que –a fines del segundo milenio- el Papa Pío IX la proclamó Inmaculada solemnemente el 8 de diciembre de 1854, cuatro siglos más tarde que el papa Sixto IV hubiera extendido esta fiesta a toda la Iglesia de Occidente (1483). Así reza un Himno: “De Adán el primer pecado / No vino en vos a caer; / Que quiso Dios preservaros / Limpia como para él. / De vos el Verbo encarnado / Recibió humano ser, / Y quiere toda pureza / Quien todo puro es también. // Si Dios autor de las leyes / Que rigen la humana grey, / Para engendrar a su madre / ¿no pudo cambiar la ley? // Decir que pudo y no quiso / Parece cosa cruel, / Y, si es todopoderoso, / ¿con vos no lo habrá de ser? // Que honrar al hijo en la madre / Derecho de todos es, / Y ese derecho tan justo, / ¿Dios no lo debe tener? // Porque es justo, porque os ama, / Porque vais su madre a ser, / Os hizo Dios tan purísima / Como Dios merece y es. Amén”. La Virgen no padeció mancha de pecado alguno, ni el original que nos legaron Adán y Eva, ni otro alguno. En este misterio celebramos que quedó constituida libre del pecado original desde el primer instante de su vida. La vemos "plena de gracia", en virtud de un singular privilegio de Dios y en consideración de los méritos de Cristo, libre de cualquier egoísmo y atadura al mal. Vemos que convenía que la que tenía que ser Virgen María fuera la maravilla de la creación, la obra maestra.
Muchos himnos y oraciones piden a la Virgen esa grandeza de alma para nosotros sus hijos: “…Conserva en mí la limpieza / Del alma y del corazón, / Para que de esta manera / Suba con voz a gozar / Del que solo puede dar / Vida y gloria verdadera”. También la oración colecta de la Misa canta las grandezas de María: “Ella, sencilla como la luz, clara como el agua, pura como la nieve y dócil como una esclava concibió en su seno la Palabra”, y pide a Dios “que, a imitación suya, seamos siempre dóciles al evangelio de Jesús y así celebremos en verdad de fe la Pascua de su nacimiento”. Ella prepara la Redención con su maternidad, y prepara la Navidad por la que nos llega la salvación, el Salvador encarnado. Los privilegios con los que piropeamos las grandezas de María están bien expresados por la devoción, que nos ayuda a ensanchar nuestro corazón ante las grandezas del Señor, que nos llegan a través de la Virgen María: “Salve, nos diste el Maná verdadero; / Salve, nos sirves Manjar de delicias. / Salve, oh tierra por Dios prometida; / Salve, en ti fluyen la miel y la leche. / Salve, ¡Virgen y Esposa! // Salve, azucena de intacta belleza; …/ Salve, la suerte futura revelas; / Salve, la angélica vida desvelas. / Salve, frutal exquisito - que nutre a los fieles; // Salve, ramaje frondoso - que a todos cobija. / …Salve, perdón del que tuerce el sendero. / Salve, atavío que cubre al desnudo; / Salve, del hombre supremo deseo…/ Salve, dintel del augusto Misterio. / Salve, de incrédulo equívoco anuncio… / Salve, tú sóla has unido - dos cosas opuestas: / Salve, tú sola a la vez - eres Virgen y Madre. // Salve, por ti fue borrada la culpa; / Salve, por ti Dios abrió el Paraíso. / Salve, tú llave del Reino de Cristo; / Salve, esperanza de bienes eternos. // … Salve, por ti se confunden los sabios; / Salve, por ti el orador enmudece. / Salve, por ti se aturden - sutiles doctores; // Salve, por ti desfallecen - autores de mitos; / Salve, disuelves enredos - de agudos sofistas; / Salve, rellenas las redes - de los Pescadores. // Salve, levantas de honda ignorancia; / Salve, nos llenas de ciencia superna. / Salve, navío del que ama salvarse; / Salve, oh puerto en el mar de la vida. // …Salve, columna de sacra pureza; / Salve, umbral de la vida perfecta. / Salve, tú inicias la nueva progenie; / Salve, dispensas bondades divinas. / Salve, de nuevo engendraste - al nacido en deshonra… / Salve, regazo de nupcias divinas; / Salve, unión de los fieles con Cristo. / Salve, de vírgenes Madre y Maestra; / Salve, al Esposo conduces las almas. // Salve, oh rayo del Sol verdadero… // Salve, tú limpias las manchas - de nuestros pecados. / Salve, oh fuente que lavas las almas; / Salve, oh copa que vierte alegría. / Salve, fragancia de ungüento de Cristo; / Salve, oh Vida del sacro Banquete… / Salve, inmortal salvación de mi alma. / Salve, ¡Virgen y Esposa” (del himno oriental Akathistos).
Nos conviene contemplar a la más perfecta, la más bella de las mujeres. “Tota pulchra est Maria”: es la criatura más hermosa que ha salido de la mano de Dios. Reina del cielo y de la tierra, es superior por su gracia a todos los ángeles. La devoción a la Inmaculada es muy popular y arraigada. El corazón del pueblo cristiano -guiado por el espíritu Santo- tiene razones profundas, es el “sensus fidei”, el sentido de la fe. No serán razones muy razonadas, sino la expresión sencilla de la verdad, del corazón, el buen hijo que demuestra el amor a su madre. Como decía san Josemaría Escrivá, ¿como escogeríamos a nuestra Madre si hubiésemos podido hacerlo? Hubiéramos escogido la que tenemos, llenándola de todas las perfecciones y gracias. Así lo ha hecho Dios: Convenía que la que tenía que ser Madre del Hijo de Dios fuera liberada del poder de Satanás y del pecado, de aquel pecado original que se borra por el bautizo (por esto es tan importante, bautizar a los niños cuanto antes).
«No temas, María» (Lc 1,30), le dice el Ángel a la Virgen… «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1,28). La presencia de Dios que la acompaña es causa de su alegría. Dios preparaba una digna morada a su Hijo. En previsión del misterio de la Encarnación, Dios ha cumplido una obra de arte en María, una obra sin igual de la Gracia: debía poseer la más alta nobleza espiritual para la más completa armonía con aquel que posee la santidad infinita (cf. Jean Galot, en “L’Osservatore Romano” 8-12- 2001). Ella nos enseña a ser hijos de Dios, a tener fe, confianza y amor, y es nuestra intercesora para conseguir esos bienes. Dice el himno "Monstra te esse matrem”: “Muéstrate Madre para todos, / ofrece nuestra oración; / Cristo, que se hizo Hijo tuyo, la acoja benigno" y comentaba Juan Pablo II: “Nubes oscuras se ciernen sobre el horizonte del mundo. La humanidad, que saludó con esperanza la aurora del tercer milenio, siente ahora que se cierne sobre ella la amenaza de nuevos y tremendos conflictos. Está en peligro la paz del mundo. Precisamente por esto venimos a ti, Virgen Inmaculada, para pedirte que obtengas, como Madre comprensiva y fuerte, que los hombres, renunciando al odio, se abran al perdón recíproco, a la solidaridad constructiva y a la paz”. María protege a sus hijos, y a nosotros nos va muy bien pedírselo pues así nos hacemos mejores, y tenemos paz. La Virgen de Guadalupe así lo indicaba a san Juan Diego: “Mira que es nada lo que te preocupa. ¿No estoy yo aquí que soy tu madre? ¿No estás tú por ventura bajo mi regazo? ¿No estás tú en el cruce de mis brazos? ¿De qué otra cosa tienes necesidad?”
La aparición del arcángel Gabriel da el tono a la escena de la Anunciación. Desde Daniel 8.9. Gabriel era considerado por el judaísmo como el anunciador de los últimos tiempos. Su aparición en casa de María significa, por tanto, que los últimos tiempos han sido inaugurados. El judaísmo había presentado a Gabriel con su espada de fuego como guardián del Paraíso (Gn 3. 24). Su aparición deja prever que la entrada al Paraíso estará abierta a los hombres de ahora en adelante.
La escena tiene lugar en la humilde casa de Nazaret. Lucas opone el anuncio del nacimiento de Juan Bautista, hecho en el templo de una manera solemne, a la anunciación de María, que fue hecha en el secreto del corazón de una joven pobre y en una región despreciada como era entonces Galilea (Jn 1. 46; 7.4)
Lucas parece establecer en su conjunto una oposición entre Jerusalén y María, como si María heredase las prerrogativas de Jerusalén.
El saludo del ángel: "Alégrate... porque el Señor está contigo". Esta frase ha sido pronunciada por los profetas refiriéndose a Jerusalén, para anunciarle la próxima venida del Mesías (Za 9,9; So 3,14). Por tanto, en las palabras del ángel hay algo más que un simple saludo, y en él podemos ver una trasposición de los privilegios reservados hasta entonces a Jerusalén, en beneficio de la Virgen María.
Como la antigua Jerusalén se mostraba incapaz de realizar las profecías de que había sido objeto (acogida de su Señor, apertura a todas las naciones). Dios va a suscitar una nueva Sión: la Virgen María, único "resto" fiel de la primera Sión.
La expresión "el Señor es contigo" encubre el misterio de la Encarnación, porque la expresión paralela de Sofonías: "el Señor está en medio de ti" (3,14) significa literalmente "el Señor está en tus entrañas".
La expresión "llena de gracia" para el evangelista quiere decir que la Virgen es "agraciada" como se dice en el vocabulario de los esponsales. Así es Rut para Booz (Rt 2,2; 10,13); Ester para Asuero (Est 2,9/15/17; 5,2/8; 7,3; 8,5); toda mujer para su esposo (Pr 5,19; 7,5; 18,22; Ct 8,10). Por consiguiente, este contexto matrimonial es muy evocador. Dios busca desde hace mucho tiempo una esposa que le sea fiel. Ha repudiado a Israel, su esposa anterior (Os 1-3) pero está dispuesto a "desposarse" de nuevo. Interpelada por una expresión frecuente en las relaciones entre esposos, María comprende que Dios va a realizar con ella el misterio de los esponsales que habían sido prometidos en el A.T. Este misterio alcanzará un realismo sorprendente, ya que las dos naturalezas -la divina y la humana- se van a unir en el Hijo de María, con un lazo mucho más fuerte que el de los cuerpos y el de las almas en la unión matrimonial.
Todos estos versículos del evangelio desarrollan toda una teología bíblica del misterio de María. Ella es la mujer de los últimos tiempos, la que ha sustituido a Jerusalén para realizar las promesas de universalidad y las profecías de fecundidad. Ella las realiza por medio de un misterio que consiste en sus desposorios con Dios, poniendo así punto final al repudio contra la primera esposa. Y, al mismo tiempo, las realiza también por medio de su victoria sobre el enemigo. Por eso es llena de gracia, y no solamente por su belleza física, sino mucho más por la belleza que Dios le ha concedido y que la hace digna de ser la Madre del Hijo de Dios.
La fe de María es una fe tan grande que en ella se puede realizar el paso de la Esperanza al Cumplimiento.
Sumergida en la Historia de Israel, Ella ha sido la que ha dicho la última palabra en una religión de Espera. Ella ha llevado hasta el final la búsqueda espiritual de su pueblo. Por haberlo recorrido ella misma, sabe mejor que nadie el camino que hay que seguir para ir al encuentro de Dios.
María sabe el secreto del Adviento que conduce a la aceptación del Señor. Ella apresura los caminos por donde pasan los nuevos nacimientos del Verbo.
La narración de la Anunciación da un excelente ejemplo del modo como habla el Evangelio y del modo como debe leerse. Sería equivocado buscar en él la fiel transcripción de una conversación entre María y Gabriel, o convertirlo en un estudio psicológico de María. Se trata sencillamente de una enseñanza teológica de la cual Lucas nos habla con la ayuda de un diálogo bien estructurado (es una "teología alusiva", o explicación rabínica del estilo midráshico, llenas de citas del AT, por la cual se extrae el sentido profundo de los acontecimientos dentro del contexto de la historia de la salvación). Toda esta narración reposa en definitiva sobre una experiencia religiosa de María, misteriosa pero de una riqueza inefable y de una histórica realidad.
Tras un saludo (v. 28: "Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo") que evoca los saludos proféticos a la "Hija de Sión", personificación misteriosa de la comunidad mesiánica (So 3,14; Za 9,9), la primera parte del diálogo (vv. 30-33) expone la cualidad davídica y mesiánica del niño que va a nacer, en términos que se inspiran ampliamente en 2 Sm 7,12ss (=1.lect.IV Adviento), Is 7. 14; 9. 5s; Mi 4. 7. Tras una pregunta de María (v. 34), el diálogo llega a una declaración que marca el punto álgido (v. 35: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti... Hijo de Dios"): el Niño nacerá por una intervención directa del espíritu creador, lo que valdrá ser "Santo" y ser llamado "Hijo de Dios".
Esta página es la presentación autorizada de la experiencia incomunicable de María. Experiencia fruto de una revelación nueva en la que se dio cuenta de que en ella se realizaría de modo excepcionalmente real la antigua profecía de Is 7. 14: "tendrás un hijo y le pondrás un nombre". La comunidad primitiva, la Iglesia, recibió este misterio y lo transmitió en las narraciones catequéticas de la infancia de Jesús (Mt 1. 18-25; Lc 1. 26-38), escritas como pórtico teológico que da el sentido pleno de lo que es Jesús creído a la luz de la Pascua: de este modo se puede entender mejor todo el evangelio que sigue.
Por medio, pues, de un diálogo claramente estructurado se nos ofrece la sustancia, revistiéndola de la forma escriturística y teológica más apropiada para alimentar la fe. En definitiva, se enseña que el hijo de María será el Hijo de David heredero de la descendencia mesiánica, y que, concebido de modo excepcional, merece desde su infancia el título de Hijo de Dios (título que Lucas no pone nunca en boca de hombres: su percepción profunda es fruto de revelación: 22,70). Filiación humana, enraizada en la historia concreta de un pueblo mesiánico y perceptible a la vista de cualquiera; filiación divina, fruto del favor extraordinario de Dios, que se realiza en la filiación humana mesiánica llevada a fondo, pero que no es perceptible ni se comprende ("¿Cómo será eso?") si no es por don del Espíritu y por el poder del Altísimo que iluminan la última realidad de aquel niño nacido de María en una actitud de radical pobreza: manifestada por la `virginidad` (vv. 34-37) y por la obediencia de esclava (v. 38) a la Palabra de Dios (Salvador Pie).
María representa en el momento de la encarnación a los pobres de todos los lugares y tiempos, a la humanidad toda: el Hijo de Dios se hizo hombre entre los hombres y pobre entre los pobres. Ello permite examinarnos cada uno de nosotros como encarnación de Dios, como portadores del Espíritu de Jesús.
Esto, como cualquier gestación, no puede ser una realidad que aceptemos de forma meramente pasiva, sino que nos compromete a participar en su crecimiento dentro de nosotros y en la exteriorización de aquello que llevamos "en vasos de barro".
Siguiendo la idea de Pablo, requiere que nos esforcemos para que nuestros criterios sean los criterios de Jesús, nuestros deseos sean sus deseos y nuestras acciones sean prolongación de su acción. Se trata de poder decir, con verdad, que no somos nosotros quienes vivimos, sino Cristo el que vive en nosotros. Si entusiasta significa etimológicamente "el que lleva a Dios dentro", nosotros deberíamos serlo de forma convincente para los demás. Un bonito verso dice aquello de que "Llenos de Dios vamos los hombres. Llenos de Dios y sin saberlo, como los ríos por los campos que van llenos de cielo".
María no se limita a "soportar" pasivamente la encarnación de Dios en sus entrañas, sino que, con un activo "sí", acepta la invitación divina que le da un difícil papel en favor de los demás. No se trata de un privilegio en el sentido discriminante de la palabra, una especie de "enchufe" arbitrario, sino de ofrecerse para un servicio que la humanidad necesita. En realidad, también nosotros tenemos ese privilegio de servir a nuestros hermanos desde la fe en Jesús (“Eucaristía 1989”).
El ángel le dice cómo sucederá todo, por la fuerza del Altísimo (que es el Espíritu Santo) y sin menoscabo de su virginidad. El Espíritu de Dios "la cubrirá con su sombra" lo mismo que la "nube" o "gloria de Yahvéh" cubría el arca de la Alianza, y a semejanza del Espíritu de Dios que en principio se cernía sobre las aguas. Se trata de un símbolo de la poderosa fecundidad de Dios y de su presencia santificante.
María responde con un "sí" humilde y obediente. María se convierte en el Arca de la Nueva Alianza y en Madre del Hijo de Dios. Es comprensible que María, realizado ya este misterio, conservara su virginidad y que José guardara una respetuosa distancia ante el misterio (“Eucaristía 1980”).
San Bernardo: “Oíste, Virgen, que concebirás y darás a luz a un hijo; oíste que no será por obra de varón, sino por obra del Espíritu Santo. Mira que el ángel aguarda tu respuesta, porque ya es tiempo que se vuelva al Señor que lo envió. También nosotros, los condenados infelizmente a muerte por la divina sentencia, esperamos, Señora, esta palabra de misericordia. Se pone entre tus manos el precio de nuestra salvación; en seguida seremos librados si consientes. Por la Palabra eterna de Dios fuimos todos creados, y a pesar de eso morimos; mas por tu breve respuesta seremos ahora restablecidos para ser llamados de nuevo a la vida...
¿Porqué tardas? Virgen María, da tu respuesta. Responde presto al ángel, o, por mejor decir, al Señor por medio del ángel; responde una palabra y recibe al que es la Palabra; pronuncia tu palabra y concibe la divina; emite una palabra fugaz y acoge en tu seno a la Palabra eterna. Cree, di que sí y recibe. Que tu humildad se revista de audacia, y tu modestia de confianza. De ningún modo conviene que tu sencillez virginal se olvide aquí de la prudencia. En este asunto no temas, Virgen prudente, la presunción; porque, aunque es buena la modestia en el silencio, más necesaria es ahora la piedad en las palabras.
Abre, Virgen dichosa, el corazón a la fe, los labios al consentimiento, las castas entrañas al Criador. Mira que el deseado de todas las gentes está llamando a tu puerta. Si te demoras en abrirle, pasará adelante, y después volverás con dolor a buscar al amado de tu alma. Levántate, corre, abre. Levántate por la fe, corre por la devoción, abre por el consentimiento. “Aquí está –dice la Virgen- la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38).”
Llucià Pou Sabaté

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