domingo, 13 de febrero de 2011
Sábado de la semana 5ª. Aunque tengamos pecados, siempre está Dios dispuesto a perdonarnos, atiende nuestras necesidades espirituales y corporales, cu
Sábado de la semana 5ª. Aunque tengamos pecados, siempre está Dios dispuesto a perdonarnos, atiende nuestras necesidades espirituales y corporales, cuando nos confiamos a Él
Génesis 3,9-24: 9 Yahveh Dios llamó al hombre y le dijo: «¿Dónde estás?» 10 Este contestó: «Te oí andar por el jardín y tuve miedo, porque estoy desnudo; por eso me escondí.» 11 El replicó: «¿Quién te ha hecho ver que estabas desnudo? ¿Has comido acaso del árbol del que te prohibí comer?» 12 Dijo el hombre: «La mujer que me diste por compañera me dio del árbol y comí.» 13 Dijo, pues, Yahveh Dios a la mujer: «¿Por qué lo has hecho?» Y contestó la mujer: «La serpiente me sedujo, y comí.» 14 Entonces Yahveh Dios dijo a la serpiente: «Por haber hecho esto, maldita seas entre todas las bestias y entre todos los animales del campo. Sobre tu vientre caminarás, y polvo comerás todos los días de tu vida. 15 Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar.» 16 A la mujer le dijo: «Tantas haré tus fatigas cuantos sean tus embarazos: con dolor parirás los hijos. Hacia tu marido irá tu apetencia, y él te dominará. 17 Al hombre le dijo: «Por haber escuchado la voz de tu mujer y comido del árbol del que yo te había prohibido comer, maldito sea el suelo por tu causa: con fatiga sacarás de él el alimento todos los días de tu vida. 18 Espinas y abrojos te producirá, y comerás la hierba del campo. 19 Con el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas al suelo, pues de él fuiste tomado. Porque eres polvo y al polvo tornarás.» 20 El hombre llamó a su mujer «Eva», por ser ella la madre de todos los vivientes. 21 Yahveh Dios hizo para el hombre y su mujer túnicas de piel y los vistió. 22 Y dijo Yahveh Dios: «¡He aquí que el hombre ha venido a ser como uno de nosotros, en cuanto a conocer el bien y el mal! Ahora, pues, cuidado, no alargue su mano y tome también del árbol de la vida y comiendo de él viva para siempre.» 23 Y le echó Yahveh Dios del jardín de Edén, para que labrase el suelo de donde habiá sido tomado. 24 Y habiendo expulsado al hombre, puso delante del jardín de Edén querubines, y la llama de espada vibrante, para guardar el camino del árbol de la vida. aquellos días, Jeroboán pensó para sus adentros: «Todavía puede volver el reino a la casa de David. Si la gente sigue yendo a Jerusalén para hacer sacrificios en el templo del Señor, terminarán poniéndose de parte de su señor, Roboán, rey de Judá; me matarán y volverán a unirse a Roboán, rey de Judá.» Después de aconsejarse, el rey hizo dos becerros de oro y dijo a la gente: « ¡Ya está bien de subir a Jerusalén! ¡Éste es tu Dios, Israel, el que te sacó de Egipto! » Luego colocó un becerro en Betel y el otro en Dan. Esto incitó a pecar a Israel, porque unos iban a Betel y otros a Dan. También edificó ermitas en los altozanos; puso de sacerdotes a gente de la plebe, que no pertenecía a la tribu de Levi. Instituyó también una fiesta el día quince del mes octavo, como la fiesta que se celebraba en Judá, y subió al altar que había levantado en Betel, a ofrecer sacrificios al becerro que había hecho. En Betel estableció a los sacerdotes de las ermitas que había construido. Jeroboán no se convirtió de su mala conducta y volvió a nombrar sacerdotes de los altozanos a gente de la plebe; al que lo deseaba lo consagraba sacerdote de los altozanos. Este proceder llevó al pecado a la dinastía de Jeroboán y motivó su destrucción y exterminio de la tierra.
Salmo 90,2-6,12-13: 2 Antes que los montes fuesen engendrados, antes que naciesen tierra y orbe, desde siempre hasta siempre tú eres Dios. 3 Tú al polvo reduces a los hombres, diciendo: «¡Tornad, hijos de Adán!» 4 Porque mil años a tus ojos son como el ayer, que ya pasó, como una vigilia de la noche. 5 Tú los sumerges en un sueño, a la mañana serán como hierba que brota; 6 por la mañana brota y florece, por la tarde se amustia y se seca. 12 ¡Enseñanos a contar nuestros días, para que entre la sabiduría en nuestro corazón! 13 ¡Vuelve, Yahveh! ¿Hasta cuándo? Ten piedad de tus siervos.
Evangelio según san Marcos 8,1-10. Uno de aquellos días, como había mucha gente y no tenían qué comer, Jesús llamó a sus discipulos y les dijo: «Me da lástima de esta gente; llevan ya tres dias conmigo y no tienen qué comer, y, si los despido a sus casas en ayunas, se van a desmayar por el camino. Además, algunos han venido desde lejos.» Le replicaron sus discipulos: « ¿Y de dónde se puede sacar pan, aqui, en despoblado, para que se queden satisfechos?» Él les preguntó: «¿Cuántos panes tenéis?» Ellos contestaron: «Siete.» Mandó que la gente se sentara en el suelo, tomó los siete panes, pronunció la acción de gracias, los partió y los fue dando a sus discipulos para que los sirvieran. Ellos los sirvieron a la gente. Tenían también unos cuantos peces; Jesús los bendijo, y mandó que los sirvieran también. La gente comió hasta quedar satisfecha, y de los trozos que sobraron llenaron siete canastas; eran unos cuatro mil. Jesús los despidió, luego se embarcó con sus discipulos y se fue a la región de Dalmanuta.
Comentario: 1. Gn 3,9-24. Al robar a Dios el conocimiento del bien y del mal, es decir, al no referirse a nadie mayor que él para juzgar de las cosas y de las personas, el hombre introduce la maldición en el mundo, puesto que no admite otro dios que su yo y su egoísmo. Las cosas no tendrán ya la bondad que Dios les hubiera conferido, sino la que el hombre les atribuye; el bien y el mal, la vida y la muerte se convierten en realidades contrastantes y enemigas entre sí, porque el hombre que las experimenta no puede, como Dios, perdonar el mal y convertirlo en bien, ni curar la muerte y hacerla vida. Aunque semejante a dios, el hombre no tiene, sin embargo, acceso a la vida divina, capaz de transformar el mal y la muerte. Por mucho que se haya acercado a Dios, el hombre no puede liberarse del ridículo: conoce el bien y el mal, la vida y la muerte, pero no puede ser más que un juguete zarandeado entre los límites de esos dos binomios, puesto que carece del poder que Dios posee para dominarlos.
Así, la muerte, que es sencillamente la condición natural del hombre, se nos presenta al mismo tiempo como obra de la cólera de Dios. El drama del hombre, en efecto, no está tanto en morir, sino en morir sabiendo que hay un medio de no morir, que hay alguien que era antes que él naciera y que será después de su muerte. Y todo eso porque la inteligencia del hombre puede hacerse una idea de lo eterno y que la muerte no es ya tan sólo un fenómeno natural, sino que se convierte también en un castigo: reduce violentamente al hombre al interior de sus propios límites; restablece el equilibrio entre Dios y el hombre, un equilibrio que el hombre, una vez que ya posee un conocimiento de la eternidad, trata continuamente de romper con sus pretensiones de autosuficiencia.
Solo Jesucristo ha podido conocer el bien y el mal y pasar de la vida a a muerte a la manera de Dios, que triunfa de la muerte con su propia vida que nadie puede arrebatarle y que vence al mal a base de un perdón sin límites. A los hombres que experimentan, después de Adán, la muerte y la vida, el bien y el mal, les ofrece la Eucaristía el fruto del árbol de la vida que Adán no pudo recoger (v. 22), con el fin de que un poco de vida divina en ellos les permita justificar el mal y vencer a la muerte (Maertens-Frisque).
Es una escena muy viva la que se nos cuenta después del pecado de Adán y Eva: Dios pide cuentas y cada uno de los protagonistas se defiende, se esconde, echa la culpa al otro. El hombre casi se atreve a echar las culpas al mismo Dios: «La mujer que me diste como compañera...». El castigo que Dios les anuncia parece como una justificación «a posteriori» de unas características naturales de cada uno, que no se saben explicar de otro modo: la serpiente que se arrastra por la tierra, la mujer que da a luz con dolor y el hombre que trabaja con el sudor de su frente. También el pudor que de repente empiezan a sentir parece como un signo de que algo no funciona en la armonía sexual de antes. La expulsión del paraíso siempre quedará como un «recuerdo mítico» y un ideal a conseguir en el futuro. Pero ya aparece, junto al castigo, la palabra de esperanza: Dios anuncia «enemistades entre la descendencia de la mujer y la de la serpiente: ella te herirá en la cabeza».
2. Todo adquiere aquí una interpretación religiosa, que también nos va bien a nosotros. Para que relativicemos un poco el orgullo y la autosuficiencia que sentimos. Lo que hay de malo en el mundo no se debe a Dios, sino al desorden del pecado que hemos introducido nosotros en su plan. Ha habido ruptura, la armonía y el equilibrio ya no funcionan: ahora tenemos miedo de Dios, no nos entendemos los unos con los otros (nos echamos la culpa mutuamente) y somos expulsados del jardín. Queríamos ser como dioses y conocerlo todo, y nos despertamos con los ojos abiertos, sí, pero para vernos desnudos y débiles. Tenemos que confesar que somos caducos: «como hierba que se renueva, que florece y se renueva por la mañana y por la tarde la siegan y se seca», como dice el salmo. Los conflictos siguen. El trabajo nos cuesta. No damos a luz nada sin esfuerzo. No hay paz ni cósmica ni humana. Ni armonía interior en cada uno. Pero los cristianos escuchamos las palabras de esperanza de Dios en el Edén y sabemos que la victoria de Cristo sobre el mal ya ha sucedido en la Pascua y que nosotros estamos llamados a participar en ella. Por eso podemos decir con el salmo: «Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación... Ten compasión de tus siervos». La lectura de esta primera página tan dolorosa de la humanidad nos debería enseñar sabiduría: «Enséñanos a calcular nuestros años para que adquiramos un corazón sensato».
3.- Mc 8,1-10. En el evangelio de Marcos se cuenta dos veces la multiplicación de panes por parte de Jesús. La primera no se lee en Misa. La segunda la escuchamos hoy y sucede en territorio pagano, la Decápolis. Dicen los estudiosos que podría ser el mismo milagro, pero contado en dos versiones, una en ambiente judeocristiano y otro en territorio pagano y helenista. Así Jesús se presenta como Mesías para todos, judíos y no judíos.
Lo importante es que Jesús, compadecido de la muchedumbre que le sigue para escuchar su palabra sin acordarse ni de comer, provee con un milagro para que coman todos. Con siete panes y unos peces da de comer a cuatro miI personas y sobran siete cestos de fragmentos.
La Iglesia -o sea, nosotros- hemos recibido también el encargo de anunciar la Palabra. Y a la vez, de «dar de comer», de ser serviciales, de consentir un mundo más justo. Aprendamos de Jesús su buen corazón, su misericordia ante las situaciones en que vemos a todo el mundo. Por pobres o alejadas que nos parezcan las personas, Jesús nos ha enseñado a atenderlas y dedicarles nuestro tiempo. No sabremos hacer milagros. Pero hay multiplicaciones de panes -y de paz y de esperanza y de cultura y de bienestar- que no necesitan poder milagroso, sino un buen corazón, semejante al de Cristo, para hacer el bien.
La «salvación» o la «liberación» que Jesús nos ha encargado que repartamos por el mundo es por una parte espiritual y por otra también corporal: la totalidad de la persona humana es destinataria del Reino de Jesús, que ahora anuncia y realiza la comunidad cristiana, con el pan espiritual de su predicación y sus sacramentos, y con el pan material de todas las obras de asistencia y atención que está realizando desde hace dos mil años en el mundo.
La Eucaristía es, por otra parte. la multiplicación que Cristo nos regala a nosotros: su cercanía y su presencia, su Palabra, su mismo Cuerpo y Sangre como alimento. ¿Qué alimento mejor podemos pensar como premio por seguir a Cristo Jesús? Esa comida eucarística es la que luego nos tiene que impulsar a repartir también nosotros a los demás lo que tenemos: nuestros dones humanos y cristianos, para que todos puedan alimentarse y no queden desmayados por los caminos tan inhóspitos y desesperanzados de este mundo.
«Cuando por desobediencia perdió tu amistad, no le abandonaste al poder de la muerte» (plegaria eucarística IV) (J. Aldazábal).
Lo que impresiona ante todo en estos relatos es la gente: un gentío numeroso, que ha venido a pie de todas partes, que sigue y escucha a Jesús durante días y días. Según H. Montefiore, toda esa gente nos hace sospechar la formación de un movimiento mesiánico de tipo político que ve en Jesús a un posible jefe. Es verosímil; por lo demás, Juan, a propósito de este mismo episodio, indica que la gente buscaba a Jesús con la intención de hacerlo rey (Jn 6, 15). El clima de Galilea por aquel tiempo estaba efectivamente bastante recalentado y bastaba con cualquier cosa para suscitar fanatismos mesiánicos.
Flavio Josefo, por ejemplo, escribe: "Había individuos falaces e impostores que bajo la apariencia de una inspiración divina promovían revueltas y agitaciones, inducían a la gente a realizar actos de fanatismo religioso y la llevaban al desierto, como si Dios tuviera que mostrarles allí los signos de su inminente libertad" (De bello judaico 2, 259). Bajo esta luz adquiere especial importancia la indicación de que Jesús "obligó" a los discípulos a alejarse y de que él, después de haber despedido a la gente, se retiró a rezar a la montaña (6, 46). Jesús no quiere fomentar las esperanzas de la gente (que expresan la misma tentación con que se enfrentó en el desierto), sino que se aleja de ellas, encontrando en la oración la claridad de su camino mesiánico hacia la cruz y el ánimo para recorrerlo (Bruno Maggioni).
"Me da lástima de esta gente", dice Dios. Hermanos, nuestro Dios es un Dios compasivo. ¡No nos engañemos! El amor que se hace piedad y compasión tiene una fuerza que no es la de nuestras compasiones humanas, ni tampoco la de esas compasiones impotentes que suscitan el sarcasmo de nuestros contemporáneos. El amor no se define por la lástima, sino por la admiración. Cuando Dios dice: "me da lástima", no hay en él ninguna condescendencia, ninguna afectación intolerable, sino, más bien, esta revelación inaudita: Dios es un enamorado. "¿Es que puede una madre olvidarse de su criatura? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré" (Is 49,15). Dios está apasionado, Dios está loco. Como un enamorado, porque ama, lo deja todo: su tranquilidad, su reputación, su renombre.
¿Qué puede ver de bueno en nosotros? ¿Cómo puede hacer de nuestra tierra agotada, ingrata, pervertida o sublevada el objeto de semejante amor? ¿Qué pudo obligar al Hijo a tomar la cruz? "Me da lástima esta gente". Y Dios rompe su propio cuerpo, para saciar con él a esta tierra que ni siquiera conoce el hambre que padece.
Dios se tiende sobre el leño del Gólgota, para así levantar a una humanidad que aún no ha llegado a ver agotado su deseo. "Me da lástima de esta gente". Sólo Dios puede decir con verdad estas palabras, porque sólo él admira suficientemente a nuestra tierra.
Sólo él puede conocer lo que esa frase significa, porque sólo él conoce al hombre tal y como lo soñaba él al atardecer del día sexto. Sólo Dios puede repetirla sin condescendencia, porque sólo él puede hacer lo necesario para que se convierta en realidad aquel sueño olvidado. "Me da lástima de esta gente". Sólo Dios tiene derecho a pronunciar estas palabras, por haber pagado un alto precio para que la lástima se trocara en purificación. "Tomad y comed: esto es mi cuerpo entregado por vosotros y por todos los hombres" (Dios cada día, Sal terrae).
El evangelio de ayer era un anuncio del bautismo. El de hoy nos orienta hacia la Eucaristía. Jesús está siempre presente, con los mismos gestos.
-Por aquellos días, hallándose rodeado de una gran muchedumbre que no tenía qué comer, llamó a los discípulos... La escena que se contará es una "segunda multiplicación de los panes". Pero aquí todos los detalles son empleados por Marcos para mostrarnos que la "mesa de Jesús" está abierta a todos, incluidos los paganos.
1ª multiplicación de los panes / 2ª multiplicación de los panes
-En territorio judío para judíos. / -En pleno territorio de la Decápolis.
-Jesús "bendijo" los panes..., término familiar a los judíos... "eu-logein" en griego / -Jesús "da gracias": término familiar a los paganos... "eu-caristein" en griego
-Quedan "doce cestas" palabra usada sobre todo por los judíos ("Doce" es la cifra de las "doce tribus de Israel"... -La primera comunidad "judeo-cristiana" estaba organizada alrededor de los "doce", como los "doce patriarcas" del primer pueblo de Israel.) / Quedan "siete canastas", palabra usada sobre todo por los griegos (Siete" es la cifra de los "siete diáconos" que organizaron la primera comunidad helenística -suceso extremadamente importante para introducir a los paganos en la Iglesia y darles la impresión de estar a la misma mesa: Hch 6.)
Marcos tiene pues interés en anticipar la evangelización de los paganos, en el ministerio de Jesús: esto corresponde muy bien a la orientación misionera de su evangelio. Es necesario que los apóstoles amplíen su horizonte. ¡La Mesa ofrecida por Jesús está abierta a todos! ¿Siento yo también estas ansias?
-"Tengo compasión de esta muchedumbre... si les despido en ayunas desfallecerá en el camino, porque algunos vienen de lejos. Todavía el mismo símbolo: los paganos, "los que vienen de lejos", expresión que se encuentra en el libro de Josué 9, 6 y en Isaías 60, 4. Los primeros lectores de Marcos podían reconocerse: también ellos habían venido de lejos, algo más tarde, para ser introducidos en el festín mesiánico en el pueblo de Dios. Gracias, Señor.
-El rol de los discípulos. El retrato del apóstol. Asociados a Jesús para alimentar a las muchedumbres. Lanzados por Jesús a la acción. Ven muy bien lo que hay que hacer, pero no tienen los medios. Así sucede también hoy. El misionero, invitado por Jesús, debe hacer lo que pueda con lo que tiene: y ¡Jesús terminará la obra! No quedarse ociosos ante las necesidades de nuestros hermanos.
-Recogieron siete canastas de los mendrugos sobrantes. En las dos multiplicaciones de panes hay "residuos". Esto indica que el alimento distribuido es inagotable... es el símbolo de un "acto que tendrá que repetirse constantemente", un alimento que debe ponerse sin cesar a disposición de los demás...
-Dando gracias, los partió... Es una comida "de acción de gracias" -eucaristía en griego- La alusión es muy clara. Esta relación no puede pasar desapercibida a un lector cristiano: allí también, los primeros oyentes de Marcos se reconocían... el rito esencial de su comunidad era la "cena del Señor". ¿Qué es la misa para mí, hoy? (Noel Quesson).
Baudoin de Ford (hacia 1190) abad cisterciense, en (SC 93, I, pag. 131ss) comenta: “Tomó los siete panes, dio gracias, los partió...” (cf Mc 8,6) y dice: “Jesús partió el pan. Si no hubiese partido el pan ¿cómo habrían llegado las migajas hasta nosotros? Pero Jesús rompió el pan y lo distribuyó “da con largueza a los pobres” (Sal 111,9) Ha roto el pan para romper la cólera del Padre y la suya propia. Dios le había dicho: “Dios pensaba ya en aniquilarlos, pero Moisés, su elegido, se mantuvo ante él para apartar su furia destructora.” (Sal 105,23) Jesús se mantuvo ante él y lo apaciguó. Por su fuerza indefectible se mantuvo ante Dios sin romperse.
Pero Jesús, voluntariamente ha ofrecido su carne rota por el sufrimiento...”quebraste las cabezas de los monstruos marinos” (sal 73,13) y todos sus enemigos, con tu cólera. Jesús, de alguna manera, ha roto las tablas de la primer alianza, para que ya no estemos bajo la Ley. Ha roto el yugo de nuestra cautividad . Ha roto todo lo que nos aplastaba para reparar en nosotros todo aquello que estaba roto, para hacer volver a la libertad los que estaban cautivos...
Buen Jesús, a pesar de haber partido el pan por nosotros, pobres mendigos, seguimos con hambre... ¡Parte cada día este pan para los que tienen hambre! Hoy, como todos los días, recogemos algunas migajas, y cada día volvemos a tener hambre de nuestro pan de cada día. ¿Si tú no nos lo das, quien nos lo va a dar? Somos menesterosos y desprovistos de todo, no tenemos a nadie que nos parta el pan, nadie que nos alimente, nadie que nos restablezca las fuerzas, nadie más que tú, Dios nuestro. En cualquier consuelo que nos envíes, recogemos las migajas de aquel pan que tú nos partes”.
Tres días lleva la gente y no tienen que comer… significa que la situación es bastante crítica y que a diferencia del primer relato de multiplicación, no hay aldeas cercanas donde pueda ser despedida la gente para procurarse alimentos. Pero también, tres días indica en la Biblia el plazo máximo que se da Dios para intervenir con su ayuda (Jos 1,11; Gén 40,13; Os 6,2). Pasados los tres días, es tiempo para la intervención salvífica de Dios. La preocupación de Jesús de que puedan desfallecer por hambre al regresar a sus lejanas casas, es una buena manera de introducir el milagro.
El hecho que vengan “desde lejos” ratifica el contexto pagano del relato, pues era común entre las primeras comunidades cristianas considerar a los paganos como los lejanos, en cuanto lejanía de Dios y de la salvación (Ef 2,13.17; Hch 2,39; 22,21). La actitud de los discípulos refleja el máximo de la incomprensión y falta de fe, si suponemos que ya había presenciado un milagro similar. Con razón se afirma en Mc 6,52 “pues no habían entendido lo que había pasado con los panes, tenían la mente cerrada”. También podría pensarse que estamos ante una pregunta retórica, recurso literario utilizado por Marcos, para responder que solo hay uno, Jesús de Nazaret, que puede saciar el hambre de la multitud. Como en la primera multiplicación, Jesús pregunta por la existencia de pan.
Los discípulos sin tener que indagar entre la gente le contestan de inmediato que hay siete panes, número que indica plenitud. Los paganos están invitados a participar de la plenitud del banquete eucarístico. Cabe anotar que en la primera multiplicación el número siete se forma de los cinco panes y los dos peces, con el mismo carácter simbólico. Las palabras de Jesús: “tomando”... “dio gracias”... “los partió”, son típicas de la fórmula utilizada en las diferentes comunidades cristianas en la comida eucarística (Lc 22,19; 24,30; 1 Cor11,24). El papel de los discípulos es el de intermediarios entre Jesús y la multitud. La compasión de Jesús pone en acción la inactividad e incomprensión de los discípulos en favor de los hambrientos. Aunque los discípulos son lentos para entender son rápidos para ejecutar las iniciativas de Jesús, esto les permite continuar el camino del discipulado. Cuando todo parecía estar listo, el evangelista añade la presencia de unos “pescaditos”, sin precisar siquiera el número. La bendición a los pescados es extraña, en cuanto en el judaísmo no se bendecían los alimentos como tal sino a Dios que los procuraba. Otra pista para pensar que es un relato cuya procedencia es de ambientes no judíos.
De nuevo los discípulos reparten lo que a su vez han recibido de Jesús. Todos comieron hasta saciarse. Es interesante constatar que el verbo “saciar” solo aparece tres veces en Marcos, en los dos relatos de la multiplicación de los panes y en el de la mujer sirofenicia. La petición de la mujer, que se conformaba con las migajas que caían de la mesa, es ahora escuchada hasta el punto de compartir la mesa y comer hasta saciarse. En el primer relato eran doce el número de canastos donde se recogieron los sobrantes, simbolizando probablemente las doce tribus de Israel y los doce apóstoles. Aquí, el número de canastos son siete, cifra que puede hacer referencia a los “siete hombres de buena fama, llenos del Espíritu y sabiduría” (Hch 6,3) que reciben el encargo de “hacerse cargo de las mesas (Hch 6,2). También puede indicar los siete pueblos que habitaban la tierra prometida (Dt 7,1), es decir la totalidad del mundo pagano, anteriormente expulsados y hoy invitados a participar de la totalidad del banquete eucarístico.
El número de los que habían comido varía en los dos relatos. En el primero eran cinco mil hombres, en el segundo cuatro mil, un número que podría simbolizar los cuatro puntos cardinales de la tierra, de donde acudirán todos al banquete del Reino de Dios (Lc 13,19). Pasado el tercer día, con la manifestación salvífica de Dios a través de la consolación y la solución de una necesidad básica como la de la alimentación, Jesús puede despedir tranquilamente la gente para continuar su travesía misionera.
Al escuchar este Evangelio, el del reparto de los panes y peces por parte de los discípulos de Jesús, no puedo dejar de pensar en cómo estamos repartiendo los alimentos que, gracias a Dios, hay en abundancia en el mundo. Parece inútil el milagro de Jesús: aunque Él siga multiplicando y regalándonos en abundancia alimento, nosotros aquí lo robamos a los que no lo tienen, nosotros dejamos que millones de personas mueran de hambre, nosotros permitimos que se derrochen alimentos en nuestra casa y un poco más allá haya gente que no tiene para comer.
¿Qué estamos haciendo con el don abundante de Jesús? La tierra produce mucho más de lo necesario, pero somos incapaces de repartir lo que se produce de forma justa. He dicho que somos incapaces, pero igual debería decir que no queremos, que no tenemos “voluntad política” de hacerlo. Os dejo con un pequeño regalo: dicen que una imagen vale más de mil palabras… (Carlo Gallucci).
El anuncio de la Palabra de Dios no puede quedarse sin inserirnos en el compromiso de un trabajo eficaz para que, quienes reciben el anuncio del Evangelio, reciban también el consuelo en sus necesidades temporales. A la Iglesia de Cristo se le ha confiado el anuncio del Evangelio que nos salva. Quienes tratamos de unir vida y Palabra podemos correr el riezgo de quedarnos sólo en la promoción humana de nuestras comunidades. Sin embargo el compromiso del auténtico hombre de fe nace de la meditación humilde de la Palabra de Dios, que viene a transformanos desde dentro, y que nos impulsa, que nos envía para que proclamemos lo que hemos vivido. Sólo entonces seremos un signo vivo de Cristo, y podremos compadecernos de las multitudes hambrientas de pan, de justicia, de perdón, de paz, de amor, de comprensión y de tantas otras cosas de las que adolece la humanidad actual. Vamos al mundo no conforme a los criterios del mismo, buscando tal vez nuestra gloria; sino con los criterios de Cristo, como siervos al servicio del Evangelio que pasan haciendo el bien a todos.
El Señor nos ha convocado a esta Eucaristía; y nosotros hemos respondido a su llamado. El Señor toma el pan, pronuncia sobre él la acción de gracias, lo parte y lo distribuye entre nosotros. Es Cristo, no que pasa, sino que entra a nuestra propia vida para hacernos uno con Él. Entramos en comunión de vida con Él para ser, día a día, transformados en un signo cada vez más claro de su amor salvador para todos los hombres. Por eso no podemos venir sólo a ver; venimos a sentarnos a la mesa del Señor para gozar de su Vida y de su Espíritu. No podremos, tampoco, alejarnos de Él como si hubiésemos venido sólo a participar en un rito sagrado. El Señor irá con nosotros y hará que nuestra Eucaristía se prolongue en la vida diaria, pues Él, por medio nuestro, se hará encontradizo a todo hombre de buena voluntad que le busque, y se hará cercano a todos aquellos que necesitan de quien vele por ellos en medio de sus pobrezas, sufrimientos y dolores.
La vida que hemos recibido del Señor, así como los bienes, incluso materiales, de los que nos permite disfrutar, los pone en nuestras manos para que los distribuyamos entre los que nada tienen. Dios no nos quiere egoístas; Él no quiere que lo busquemos sólo para que nos llene las manos y para que acumulemos bienes que, al final de nuestra vida, no podremos llevar con nosotros. No nos quire esclavos de los ídolos que nosotros mismos nos hemos creado. Quienes somos hijos de Dios tenemos como única esperanza final la posesión del Señor, donde viviremos eternamente unidos a Él, como el único y perfecto don que Dios hará a quienes le amaron y sirvieron en los demás. Vivamos comprometidos en una auténtica caridad fraterna para que, viviendo todos con dignidad ya desde esta vida, podamos, fraternalmente unidos por el amor, disfrutar eternamente del Banquete Eterno en la Casa de nuestro Padre Dios.
Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vivir como verdaderos hijos de Dios amándonos como hermanos, de tal forma que seamos capaces de velar por el bien de todos, especialmente de los más desprotegidos. Amén (www.homiliacatolica.com). Llucià Pou Sabaté
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