martes, 25 de septiembre de 2018

Miércoles semana 25 de tiempo ordinario; año par


Miércoles de la semana 25 de tiempo ordinario; año par

Visitar a los enfermos
“En aquel tiempo, Jesús reunió a los Doce y les dio poder y autoridad sobre toda clase de demonios y para curar enfermedades. Luego los envió a proclamar el reino de Dios y a curar a los enfermos, diciéndoles: -«No llevéis nada para el camino: ni bastón ni alforja, ni pan ni dinero; tampoco llevéis túnica de repuesto. Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si alguien no os recibe, al salir de aquel pueblo sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa.» Ellos se pusieron en camino y fueron de aldea en aldea, anunciando el Evangelio y curando en todas partes” (Lucas 9,1-6).
I. La Iglesia siempre ha insistido en la necesidad y en la urgencia de vivir las obras de misericordia, especialmente visitar y acompañar a quien padece una enfermedad, aliviándole en lo posible y ayudándole a santificar ese estado. Nos asemejamos a Cristo, hacemos mucho bien a los enfermos y a nosotros mismos. Los Evangelios no se cansan de ponderar el amor y la misericordia de Jesús con los dolientes y sus constantes curaciones de enfermos. San Pedro compendia la vida de Jesús en Palestina con estas palabras: Jesús el de Nazareth... pasó haciendo el bien y sanando... (Hechos 10, 38). Nuestra Madre la Iglesia enseña que visitar a los enfermos es visitar a Cristo (Mateo 25, 36-44) ¡Qué alegría tan grande oír de labios del Señor: Ven bendito de mi Padre, porque estuve enfermo y me visitaste... !
II. La misericordia del hombre es uno de los frutos de la caridad, y consiste en “cierta compasión de la miseria ajena, nacida en nuestro corazón, por la que –si podemos- nos vemos movido a socorrerla” (San Agustín, La Ciudad de Dios). Es propio de la misericordia volcarse sobre quien padece dolor o necesidad, y tomar sus dolores y apuros como cosa propia, para remediarlos en la medida que podamos. Cuando visitamos a un enfermo no estamos cumpliendo un deber de cortesía; por el contrario, hacemos nuestro su dolor... procuramos obrar como Cristo lo haría. ¡Cuánto bien podemos hacer siendo misericordiosos con el sufrimiento ajeno! ¡Cuántas gracias produce en nuestras almas! El Señor agranda nuestro corazón y nos hace entender la verdad de aquellas palabras del Señor: Es mejor dar que recibir (San Agustín, Catena Aurea). Jesús es siempre buen pagador.
III. Afirma San Agustín que amando al prójimo limpiamos los ojos para poder ver a Dios (San Agustín, Comentario al Evangelio de San Juan). La mirada se hace más penetrante para percibir los bienes divinos. El egoísmo endurece el corazón, mientras que la caridad es ya un comienzo de la vida eterna (1 Juan 3, 14), y la vida eterna consistirá en un acto ininterrumpido de caridad (SANTO TOMÁS. Suma Teológica). Hoy podemos hacer nuestra la oración que dirige al Señor La Liturgia de las Horas: Haz Señor que sepamos descubrirte a Ti en todos nuestros hermanos, sobre todo en los que sufren y en los pobres (Preces de Laudes). Muy cerca de los que sufren encontramos siempre a María. Ella dispone nuestro corazón para que nunca pasemos de largo ante una persona enferma, y ante quien padece necesidad en el alma o en el cuerpo.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Santos Cosme y Damián, mártires

Una tradición muy antigua atestigua la existencia de su sepulcro en Ciro (Siria), donde se erigió asimismo una basílica en su honor. Desde allí, su culto pasó a Roma y, más tarde, se propagó por toda la Iglesia.
Según la tradición son hermanos gemelos, nacidos en Arabia; estudiaron las ciencias en Siria y llegaron a distinguirse como médicos. Como eran auténticos cristianos, practicaban su profesión con gran habilidad pero sin aceptar jamás pago alguno por sus servicios. Por eso se les conoció en el oriente entre los santos llamados colectivamente "los sin dinero".
Vivían en Aegeae, sobre la costa de la bahía de Alejandreta, en Cilicia, donde ambos eran distinguidos por el cariño y el respeto de todo el pueblo a causa de los muchos beneficios que prodigaba entre las gentes su caridad y por el celo con que practicaban la fe cristiana, ya que aprovechaban todas las oportunidades que les brindaba su profesión para difundirla y propagarla. En consecuencia, al comenzar la persecución, resultó imposible que aquellos hermanos de condición tan distinguida, pasasen desapercibidos. Fueron de los primeros en ser aprehendidos por orden de Lisias, el gobernador de Cilicia y, luego de haber sido sometidos a diversos tormentos, murieron decapitados por la fe. Conducidos sus restos a Siria, quedaron sepultados en Cirrhus, ciudad ésta que llegó a ser el centro principal de su culto y donde las referencias más antiguas sitúan el escenario de su martirio.
Se cuentan muchos prodigios milagrosos sobre sus vidas pero poco se sabe con seguridad. Se dice por ejemplo que, antes de ser decapitados, salieron con bien de varios tipos de ejecuciones, como ser arrojados al agua atados a pesadas piedras, ser quemados en hogueras y ser crucificados. Cuando se hallaban clavados en las cruces, la multitud los apedreó, pero los proyectiles, sin tocar el cuerpo de los santos, rebotaron para golpear a los mismos que los arrojaban. Lo mismo sucedió con las flechas disparadas por los arqueros que torcieron su trayectoria e hicieron huir a los tiradores (se cuenta que el mismo caso ocurrió con San Cristóbal y otros mártires). Asimismo dice la leyenda que los tres hermanos de Cosme y Damián, llamados Antimo, Leoncio y Euprepio, sufrieron el martirio al mismo tiempo que los gemelos y sus nombres se mencionan en el Martiriologio Romano. Se habla de innumerables milagros, sobre todo curaciones maravillosas, obrados por los mártires después de su muerte y, a veces, los propios santos se aparecieron, en sueños, a los que les imploraban en sus sufrimientos, a fin de curarles inmediatamente.
Entre las personas distinguidas que atribuyeron su curación de males gravísimos a los santos Cosme y Damián, figuró el emperador Justiniano I, quien visitó la ciudad de Cirrhus especialmente para venerar las reliquias de sus benefactores.
A principios del siglo V, se levantaron en Constantinopla dos grandes iglesias en honor de los mártires. La basílica que el Papa Félix  (526-530) erigió en honor de Cosme y Damián en el Foro Romano, con hermosísimos mosaicos, fue dedicada posiblemente el 27 de septiembre. Ese día se celebró la fiesta de Cosme y Damián hasta su traslado al 26 de septiembre en el nuevo calendario.
Los santos Cosme y Damián son nombrados en el canon de la misa y, junto con San Lucas, son los patronos de médicos y cirujanos.
Tres pares de santos llevan los mismos nombres
Por un error, los cristianos de Bizancio honraron a tres pares de santos con los nombres de Cosme y Damián. Los de Arabia, que fueron decapitados durante la persecución de Diocleciano (17 de octubre), los de Roma, que murieron apedreados en el curso del reinado de Carino y los hijos de Teódota, que no fueron mártires. Sin embargo, se trata de los mismos.
Pidamos al Señor por intercesión de los santos Cosme y Damián por los médicos, para que cumplan santamente con su profesión.
"LO QUE HABEIS RECIBIDO GRATIS, DADLO TAMBIEN GRATUITAMENTE" (Jesucristo Mt. 10, 8)
Bibliografía:
Butler, Alban. Vidas de los Santos.
Sálesman, Eliécer- Vidas de Santos # 3
Sgarbossa, Mario; Luigi Giovannini - Un Santo Para Cada Día

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