jueves, 19 de abril de 2018

Viernes semana 3 de Pascua

Viernes de la semana 3 de Pascua

Comunión de los santos
«Discutían, pues, los judíos entre ellos diciendo: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? Jesús les dijo: En verdad, en verdad os digo que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mi y yo en él. Como el Padre que me envió vive y yo vivo por el Padre, así, aquél que me come vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del Cielo, no como el que comieron los padres y murieron: quien come este pan vivirá eternamente. Estas cosas dijo en la sinagoga, enseñando en Cafarnaún. Entonces, oyéndole muchos de sus discípulos, dijeron: Dura es esta enseñanza, ¿quién puede escucharla?» (Juan 6, 52-60).
I. Y al caer en tierra, oyó una voz que decía: Saulo, ¿porqué me persigues? Él contestó: ¿Quién eres, Señor? Y Él: Yo soy Jesús, a quien tú persigues (Hechos 9, 3-5). En esta primera revelación, Jesús le muestra personal e íntimamente unido a sus discípulos a quien Pablo perseguía. Desde los primeros tiempos de la Iglesia, los cristianos, al rezar el Símbolo Apostólico, han profesado como una de las principales verdades de la fe: Creo en la Comunión de los Santos. Consiste en una comunidad de bienes espirituales de los que todos se benefician. No es una participación de bienes de este mundo, materiales, culturales, artísticos, sino una comunidad de bienes imperecederos, con los que nos podemos prestar unos a otros una ayuda incalculable. Hoy, ofreciendo al Señor nuestro trabajo, nuestra oración, nuestra alegría y nuestras dificultades, podemos hacer mucho bien a personas que están lejos de nosotros y a la Iglesia entera: todos los que estamos unidos en Cristo –los santos del Cielo, las almas del purgatorio y los que aún vivimos en la tierra- debemos tener conciencia de las necesidades de los demás.
II. La Comunión de los Santos se extiende hasta los cristianos más abandonados: por más solo que se encuentre un cristiano, sabe muy bien que jamás muere solo: toda la Iglesia está junto a él para devolverlo a Dios que lo creó. Pasa a través del tiempo. En el último día nos será dado el comprender las resonancias incalculables que han podido tener, en la historia del mundo, las palabras, o las acciones, o las instituciones de un santo, y también las nuestras. En este momento alguien reza por nosotros. En nuestro juicio particular veremos esas inmensas aportaciones que nos mantuvieron a flote, y si somos fieles, también contemplaremos con inmenso gozo cómo fueron eficaces en otras personas todos nuestros sacrificios, trabajos y oraciones. De modo particular, vivimos y participamos de esta comunión de bienes en la Santa Misa, en torno al Cuerpo del Señor, que se ofrece por su Iglesia y por toda la humanidad.
III. En el dogma de la Comunión de los Santos se basa la doctrina de las indulgencias. En ellas, la Iglesia administra con autoridad las gracias alcanzadas por Cristo, la Virgen y los santos; emplea esas gracias para satisfacer por la pena debida por nuestros pecados y por lo que deben satisfacer las almas del Purgatorio. Nada de lo que hagamos con rectitud de intención se pierde. Si viviéramos mejor esta realidad de nuestra fe, nuestra vida estaría llena de frutos. Si se lo pedimos, la Virgen nos ayudará a ser más generosos.

Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.

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