lunes, 20 de febrero de 2017

Martes semana 7 de tiempo ordinario; año impar

Martes de la semana 7 de tiempo ordinario; año impar

La cruz tiene un sentido transformador
«Una vez que salieron de allí cruzaban Galilea, y no quería que nadie lo supiese; pues iba instruyendo a sus discípulos y les decía: El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán, y después de muerto, resucitará a los tres días. Pero ellos no entendían sus palabras y temían preguntarle. Y llegaron a Cafarnaún. Estando ya en casa, les preguntó: ¿De qué discutíais por el camino? Pero ellos callaban, porque en el camino habían discutido entre sí sobre quién sería el mayor Entonces se sentó y llamando a los doce, les dijo: Si alguno quiere ser el primero, hágase el último de todos y servidor de todos. Y tomando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: El que reciba en mi nombre a uno de estos niños, a mí me recibe; y quien me recibe a mí, no me recibe a mí, sino al que me envió» (Marcos 9,30-37).
1. “-Jesús y sus discípulos atravesaban la Galilea, queriendo que no se supiese. Pues les enseñaba diciendo: "El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres."” Como Jesús no quiere que se utilice el titulo de "Hijo de Dios" utiliza constantemente el de "Hijo del hombre", que no está contaminado por interpretaciones judías, y en cambio recoge la profecía de la venida de Dios en Daniel,7-13-14… «Desde el comienzo de su vida pública, en su bautismo, Jesús es el «Siervo» enteramente consagrado a la obra redentora que llevará a cabo en el «bautismo» de su pasión» (Catecismo 565).
-“Le darán muerte y al cabo de tres días resucitará”. Es el segundo anuncio de la Pasión. Ni Buda, ni Mahoma ni ninguna ideología humanista han propuesto solución alguna a esta gran angustia del hombre que sabe que morirá. Solamente Jesús, serenamente, sencillamente dijo: le darán muerte y ¡tres días después resucitará! Jesús es aquel que se dirigía hacia la muerte en medio de una gran paz total... porque sabía que, detrás de la puerta sombría, le esperaba: no la nada desesperante, sino los brazos del Padre. La nueva liturgia de difuntos canta: "En el umbral de su casa, nuestro Padre te espera, y los brazos de Dios se abrirán para ti”.
-“Y los discípulos no entendían esas palabras y temían preguntarle”. Es una buena muestra de humanidad corriente, más bien mediana. Fueron transformados por un acontecimiento... fueron levantados por encima de sí mismos, e investidos de una fuerza y de una inteligencia que no venía de ellos. Siempre es así hoy en la Iglesia: no se la puede juzgar simplemente desde un punto de vista estrictamente humano.
-“¿Qué discutíais en el camino? Ellos se callaron porque habían discutido entre sí sobre quién sería el mayor”. He aquí su nivel de reflexión y de ambición. ¡Humanidad corriente, mediana!
-“Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”. En su Pasión, a la que alude, Jesús se hizo el último, el servidor. Así, el anuncio de la Cruz, no es sólo para El, sino también para nosotros. No hay otro camino para seguir a Jesús, que el de pasar por la muerte para llegar a la vida. ¿Es esto, desde ahora, mi vida cotidiana? (Noel Quesson).
Y pones el ejemplo de un niño… ayúdame, Señor, a ser niño, para entender tu Reino.
2. –“Hijo mío, si te dispones a servir al Señor, prepara tu alma para la prueba. Endereza tu corazón, permanece firme y valiente, no te atormentes cuando llegue la adversidad”. Vemos también nosotros los desórdenes e injusticias del mundo: millones de hombres que mueren de hambre, cataclismos colectivos, sufrimientos individuales, la enfermedad, la muerte. A diferencia de Job, Ben Sirac no plantea preguntas radicales sobre el mal. Hombre práctico, se contenta con dar consejos concretos sobre las actitudes a tomar cuando viene la prueba.
1º Tener paciencia, aceptar, esperar el final: -“Sé fiel, no te separes para que seas exaltado al fin de tu vida”. Todo lo que te sobrevenga, acéptalo; en los reveses de tu humillación, sé paciente. Es la sabiduría elemental de la mayoría de los pueblos: hay que acomodarse al dolor lo mejor posible. .. siempre que se presente. Pero no está prohibido pensar que las cosas se arreglarán, de ahí la invitación a «esperar», a «tener paciencia»; ver la prueba como algo temporal que un día terminará. Vieja filosofía de siempre. ¿Qué ponía Ben Sirac tras esas palabras «sé fiel para que seas exaltado al final"? ¿Veía una glorificación, una "exaltación" de los que han padecido? ¿Cómo, dónde, cuándo? Y nosotros, con las luces más precisas que la Pascua aporta al Viernes Santo, ¿qué ponemos detrás de esas palabras? Leo de nuevo, lentamente las exhortaciones del sabio, aplicándolas a Jesús en su misterio pascual... a mis propias pruebas... y a las pruebas del mundo.
2.° La prueba es fuente de purificación, de valores, «templa los caracteres": -“Porque en el fuego se purifica el oro, y los aceptos a Dios, en el crisol de la humillación”. Es mejor no usar a menudo ese argumento con los que vemos que sufren. No hay nada peor, a veces, que dar «buenos consejos» a los que están sufriendo. No obstante, convendría que nos aplicáramos ese argumento a nosotros mismos. Es un hecho de experiencia que si la prueba es a veces destructora, por lo menos aparentemente, también tiene, a menudo, un misterioso poder de valorización del hombre. Es un crisol. En él se decantan las impurezas y las gangas y aparece lo esencial del metal.
3.° Lo ideal sería vivir la prueba «en compañía» de Dios: -“Confiate a El y El te sostendrá... Espera en El”. Los que adoráis a Dios, contad con su misericordia... Confiaos a El y no os faltará la recompensa. Los que adoráis a Dios, esperad sus beneficios: gozo eterno y misericordia. El drama extremo es, precisamente, que el sufrimiento pueda hacernos dudar de Dios. Pero, aquí también, la experiencia corriente nos muestra que el hombre de Fe puede hallar en la "presencia" de Dios un reconfortante del cual suele verse privado el ateo. Pero no es algo automático. Ese "compañerismo" que Dios ofrece a los que sufren ha supuesto para El vivir personalmente la cruz del hombre, en Jesucristo (Noel Quesson).
La vida y la historia poseen una dimensión invisible a los ojos de la carne, un misterio "más allá interior". Lo mismo que la mirada del artista cuando contempla un cuadro penetra mucho más profundamente que la del hombre de la calle; o el enamorado cuando lee la carta de la novia ve mucho más allá de ese trozo de papel que tan fácilmente se arruga, así el cristiano frente al hombre, frente al mundo, y frente a su historia personal, "ve más allá" que los demás hombres. Es un vidente, San Pablo cuando escribe a Tito, llama a los cristianos los hombres del "superconocimiento".
Los hombres que carecen de ojos para ese "más allá interior" creen que Dios no existe; en cambio los hombres del "superconocimiento" lo descubren en las mismas realidades en que aquellos no vieron nada.
El evangelio nos dice que el discípulo de Cristo debe entrar generosamente -lo mismo que Jesús- en el plan del Padre, que no resulta nada agradable humanamente, sino que exige sacrificio.
Jesús camina con el deseo de encajar su vida en la voluntad del Padre: de muerte y resurrección. Nosotros caminamos con Cristo -pero haciendo el tonto- viendo quién va a ser tenido como más importante. Debemos pedir la sabiduría de Dios.
Pero las pruebas nos vienen bien: nos hacen madurar, nos acrisolan, como el fuego al oro. Las pruebas nos hacen pensar, nos invitan a relativizar tantas cosas y a dar importancia a las que valen la pena. Si nos desanimamos, es porque no confiamos suficientemente en Dios. Con su fuerza no hay dificultad insuperable. Con su luz vamos adquiriendo la verdadera sabiduría que nos trae también la felicidad (J. Almazábar).
3. Para no caer en la impaciencia y el pesimismo, que bloquean nuestra vida, tendremos que decirnos a nosotros mismos lo de Ben Sira: «Confía en Dios, que él te ayudará, espera en él y te allanará el camino». Y lo del salmo: «Confía en el Señor y haz el bien, porque el Señor ama la justicia y no abandona a sus fieles. Encomienda tu camino al Señor y él actuará». Hay momentos de oscuridad, sí, pero a la noche siempre le sigue la aurora. Hay crisis, pero los túneles llegan a su final y aparece la luz. Hay Viernes Santo, y es trágico, pero desemboca en el Domingo de la resurrección. Confiemos en Dios. Eso iluminará de sabiduría nuestra jornada.
Llucià Pou Sabaté
San Pedro Damiani, obispo y doctor de la Iglesia

Nació en Ravena, el año 1007; acabados los estudios, ejerció la docencia, pero se retiró en seguida al yermo de Fonte Avellana, donde fue elegido prior. Fue gran propagador de la vida religiosa allí y en otras regiones de Italia. En aquella dura época ayudó eficazmente a los papas, con sus escritos y legaciones, en la reforma de la Iglesia. Creado por Esteban IX cardenal y obispo de Ostia, murió el año 1072 y al poco tiempo era venerado como santo.
San Pedro Damián es una de esas figuras severas que, como San Juan Bautista, surgen en las épocas de relajamiento para apartar a los hombres del error y traerles de nuevo al estrecho sendero de la virtud.  Pedro Damián nació en Ravena, el último hijo de una numerosa familia,  Habiendo perdido a sus padres cuando era muy niño, quedó al cuidado de un hermano suyo, quien le trató como si fuera un esclavo, así le envió a cuidar los puercos en cuanto pudo andar.  Otro de sus hermanos, que era arcipreste de Ravena, se compadeció de él y decidió encargarse de su educación. Viéndose tratado como un hijo, Pedro tomó de su hermano el nombre de Damián.  Este le mandó a la escuela, primero a Faenza y después a Parma.  Pedro fue un buen discípulo y, más tarde, un magnífico maestro. Desde joven se había acostumbrado a la oración, la vigilia y el ayuno.  Llevaba debajo de la ropa una camisa de pelo para defenderse de los atractivos del placer y de los ataques del demonio.  Hacía grandes limosnas, invitaba frecuentemente a los pobres a su mesa y les servía con sus propias manos.
Pedro decidió abandonar enteramente el mundo y abrazar la vida monacal en otra región.  Un día en que se hallaba reflexionando sobre su proyecto, se presentaron en su casa dos benedictinos de la reforma de San Romualdo, que pertenecían al convento de Fonte Avellana.  Pedro les hizo muchas preguntas sobre sus reglas y modo de vida.  Sus respuestas le dejaron satisfecho, e ingresó en esa comunidad de ermitaños, que gozaba entonces de gran reputación.  Los ermitaños habitaban en celdas separadas, consagraban la mayor parte del tiempo a la oración y lectura espiritual, y vivían con gran austeridad. 
Pedro quiso morir al pecado cueste lo que cueste. Para lograr dominar sus pasiones sensuales, se colocó debajo de su camisa correas con espinas (cilicio), se daba azotes y se dedicó a ayunar a pan y agua.  Pero sucedió que su cuerpo, que no estaba acostumbrado a tan duras penitencias, empezó a debilitarse y le llegó el insomnio, y pasaba las noches sin dormir, y le afectó una debilidad general que no le dejaba hacer nada.  Entonces comprendió que las penitencias no deben ser tan excesivas. Mas bien, la mejor penitencia es tener paciencia con las penas que Dios permite que nos lleguen. Una muy buena penitencia es dedicarse a cumplir exactamente los deberes de cada día y a estudiar y trabajar con todo empeño
Esta experiencia personal le fue de gran utilidad para dirigir espiritualmente a otros y enseñarles que,  en vez de hacer enfermar al cuerpo con penitencias exageradas, hay que hacerlo trabajar fuertemente en favor del reino de Dios y de la salvación de las almas.
Aleccionado por esa experiencia, se dedicó con mayor ahínco a los estudios sagrados,  llegando a ser tan versado en la Sagrada Escritura, como antes lo había sido en las ciencias profanas.  Los ermitaños le eligieron unánimemente para suceder al abad cuando este muriese; como Pedro se resistiera a aceptar, el propio abad se lo impuso por obediencia.  Así pues, a la muerte del abad, hacia el año 1043, Pedro tomó la dirección de la comunidad, a la que gobernó con gran prudencia y piedad.  Igualmente fundó otras cinco comunidades de ermitaños, al frente de las cuales puso a otros tantos priores bajo su propia dirección.  Su principal cuidado era fomentar entre los monjes el espíritu de retiro, caridad y humildad.  Muchos de los ermitaños llegaron a ser lumbreras de la Iglesia; entre otros, San Domingo Loricato y San Juan de Lodi, quien sucedió a San Pedro en la dirección del convento de la Santa Cruz, escribió su biografía y fue más tarde obispo de Gubio.
Varios Papas emplearon a San Pedro Damián en el servicio de la Iglesia. Esteban IX le nombró, en 1057, cardenal y obispo de Ostia, a pesar de la repugnancia del santo.  Pedro rogó muchas veces al Papa Nicolás II que le permitiese renunciar al gobierno de la diócesis y volver a su vida de ermitaño, pero el Sumo Pontífice se negó a ello.  Alejandro II, que amaba mucho al santo, accedió finalmente a sus súplicas, pero se reservó el poder de emplearle en el servicio de la Iglesia, en caso de necesidad.  San Pedro Damián se consideró desde ese momento libre, no sólo del gobierno de su diócesis, sino también de la supervisión de las diversas comunidades, y volvió al convento como simple monje.
A los Pontífices y a muchos personajes les dirigió frecuentemente cartas pidiéndoles la erradicación de la simonía. En aquel siglo del año mil era muy frecuente que un hombre nada santo llegara a ser sacerdote y hasta obispo, porque compraba su nombramiento dando mucho dinero a los que lo elegían para ese cargo.  Así se consagraban hombres indignos que hacían mucho daño.  Afortunadamente, al año de la muerte de San Pedro Damián, su gran amigo, el monje Hildebrando fue nombrado Papa Gregorio VII y hizo una gran reforma.
Escribió el "libro Gomorriano", en contra de las costumbres impuras de su tiempo.  (Gomorriano, en referencia a Gomorra, una de las ciudades que Dios destruyó por su impureza). Su estilo es vehemente. Todas sus obras llevan la huella de su espíritu estricto, particularmente cuando se trata de los deberes de los clérigos y monjes. El santo escribió un tratado al obispo de Besancon, en el que atacaba la costumbre que tenían los canónigos de esa diócesis de cantar sentados el oficio divino.  San Pedro Damián recomendaba el uso de la disciplina más que los ayunos prolongados.  Escribió cosas muy severas sobre las obligaciones de los monjes y protestó contra la costumbre de ciertas peregrinaciones, pues consideraba que el retiro era la condición esencial del estado monacal. 
Decía:  "Es imposible restaurar la disciplina una vez que ésta decae; si nosotros, por negligencia, dejamos caer en desuso las reglas, las generaciones futuras no podrán volver a la primitiva observancia.  Guardémonos de incurrir en semejante culpa y transmitamos fielmente a nuestros sucesores el legado de nuestros predecesores". 
Predicó a favor del celibato eclesiástico.  Pedía que el clero diocesano viviese en comunidad.  Su carácter vehemente se manifestaba en todos sus actos y palabras.  Se ha dicho de él que "su genio consistía en exhortar y mover al heroísmo, en predicar acciones extraordinarias y recordar ejemplos conmovedores . . . ; en sus escritos arde el fuego de una extraordinaria fuerza moral".
A pesar de su severidad, San Pedro Damián sabía tratar a los pecadores con bondad e indulgencia, cuando la caridad y la prudencia lo pedían. Enrique IV de Alemania se había casado con Berta, la hija de Otón, marqués de las Marcas de Italia; pero dos años más tarde, había pedido el divorcio, alegando que el matrimonio no había sido consumado. Con promesas y amenazas logró ganar para su causa al arzobispo de Mainz, quien convocó un concilio para anular el matrimonio; pero el Papa Alejandro II le prohibió cometer semejante injusticia y envió a San Pedro Damián a presidir el sínodo. El anciano legado se reunió en Frankfurt con el rey y los obispos, les leyó las órdenes e instrucciones de la Santa Sede y exhortó al rey a guardar la ley de Dios, los cánones de la Iglesia y su propia reputación y también, a reflexionar sobre el escándalo y el mal ejemplo que daría, si no se sometiera.  Los nobles se unieron al santo para rogar al joven monarca que no manchase su honor. Ante tal oposición, Enrique renunció a su proyecto de divorcio, aunque interiormente no cambiase de actitud.
Pedro retornó, en cuanto pudo, a su retiro en Fonte Avellana para vivir en profunda austeridad hasta el fin de su vida.  En los ratos en que no se hallaba absorto en la oración o el trabajo, acostumbraba hacer cucharas de madera y otros utensilios para no estar ocioso. 
El Papa Alejandro II envió a San Pedro Damián a arreglar el asunto del arzobispo de Ravena, que había sido excomulgado por las atrocidades que había cometido.  Cuando San Pedro llegó, el arzobispo ya había muerto; pero el santo pudo convertir a sus cómplices, a los que impuso justa penitencia.  Este fue el último servicio público que el santo prestó a la Iglesia.  A su vuelta a Roma, se vio atacado por una aguda fiebre en un monasterio de las afueras de Faenza, donde murió al octavo día, el 22 de febrero de 1072, mientras los monjes recitaban los maitines alrededor de su lecho.
Dante Alighieri, en el canto XXI del Paraíso, coloca a san Pedro Damián en el cielo de Saturno, destinado en su Comedia a los espíritus contemplativos.  El poeta pone en los labios del Santo una breve y eficaz narración autobiográfica:  la predilección por los alimentos frugales y la vida contemplativa, y el abandono de la tranquila vida de convento por el cargo episcopal y cardenalicio.
Fue declarado doctor de la Iglesia en 1828.
Bibliografía
Butler, Vidas de los Santos.
Sálesman, P. Eliécer - Vidas de Santos # 1
Sgarbossa, Mario - Luigi Giovannini; Un Santo Para Cada Día

domingo, 19 de febrero de 2017

Lunes semana 7 de tiempo ordinario; año impar

Lunes de la semana 7 de tiempo ordinario; año impar

«Toda sabiduría viene de Dios», por eso le rezamos: «Tus mandatos son fieles y seguros,  la santidad es el adorno de tu casa «Tengo fe, pero dudo, ayúdame».
 “Al llegar junto a los discípulos, vieron a una gran muchedumbre que les rodeaba y a unos escribas que discutían con ellos. En seguida, al verle, todo el pueblo quedó sorprendido y corrían a saludarle. Y Él les preguntó: ¿Qué discutíais entre vosotros? A lo que respondió uno de la muchedumbre: Maestro, te he traído a mi hijo, que tiene un espíritu mudo; y en cualquier sitio se apodera de él, lo tira al suelo, le hace echar espuma y rechinar los dientes y lo deja rígido; pedí a tus discípulos que lo expulsaran, pero no han podido. Él les contestó: ¡Oh generación incrédula! ¿Hasta cuándo tendré que sufriros? ¡Traédmelo! Y se lo trajeron. En cuanto el espíritu vio a Jesús, agitó violentamente al niño, que cayendo a tierra se revolcaba echando espuma. Entonces preguntó al padre: ¿Cuánto tiempo hace que le sucede esto? Le contestó: Desde muy niño; y muchas veces lo ha arrojado al fuego y al agua, para acabar con él; pero si algo puedes, ayúdanos, compadecido de nosotros. Y Jesús dijo: ¡Si puedes...! ¡Todo es posible para el que cree! En seguida el padre del niño exclamó: Creo, Señor; ayuda mi incredulidad. Al ver Jesús que aumentaba la muchedumbre, increpó al espíritu inmundo diciéndole: ¡Espíritu mudo y sordo, yo te lo mando, sal de él y ya no vuelvas a entrar en él! Y gritando y agitándole violentamente salió; y quedó como muerto, de manera que muchos decían: Ha muerto. Pero Jesús, tomándolo de la mano, lo levantó y se mantuvo en pie. Cuando entró en casa le preguntaron sus discípulos a solas: ¿Por qué nosotros no hemos podido expulsarlo? Y les respondió: Esta raza no puede ser expulsada por ningún medio, sino con la oración” (Marcos 9,14-29).
1. –“Te he traído a mi hijo que tiene un espíritu mudo. Cuando se apodera de él, le derriba, le  hace echar espumarajos y rechinar los dientes y se queda rígido... Muchas veces le arroja  al fuego y al agua para hacerle perecer”. Aquí nos parece ver una epilepsia y una presencia demoníaca. Jesús llevará a cabo esta  curación en dos tiempos: hay primero un exorcismo que le libra del "espíritu impuro" y deja  al muchacho como muerto; luego la curación definitiva, hecha más sencillamente a la  manera de otras curaciones: Jesús lo tomó de la mano y lo levantó.
-“Dije a tus discípulos que lo arrojasen, pero no han podido”...
Jesús tomó la palabra y les dijo: "¡Generación incrédula!'; ¿Hasta cuándo tendré que  soportaros?” Este milagro parece haber sido relatado para poner en evidencia el contraste entre la  impotencia de los discípulos y el poder de Jesús. Jesús manifiesta sufrimiento. Hay como un desánimo en estas palabras. Jesús se  encuentra solo, incomprendido, despreciado. ¡Incluso sus discípulos no tienen fe! Y da la  impresión de que tiene prisa por dejar esta compañía insoportable. Todo esto nos hace penetrar en el alma de Jesús. A fuerza de verle actuar como hombre,  acabamos por encontrar muy natural que "Dios" se haya hecho "hombre". Y no acabamos  de comprender en qué manera esta "encarnación" fue de hecho un anonadamiento, un  encadenamiento, un “descenso”: "¿Hasta  cuándo tendré que estar con vosotros?” 
-"Todo le es posible al que cree" "Creo. Ayuda a mi incredulidad" Sí, es Fe lo que Jesús  necesita. Es la Fe lo que pide a los que le rodean. Su gran sufrimiento es que en su  entorno las gentes no creen y El sabe las maravillas que la Fe es capaz de hacer. El padre del muchacho intuye todo esto, y, a la invitación de Jesús, hace una admirable  "profesión de Fe"... admirable porque está llena de modestia. "¡Sí, creo! Pero, Señor, ven a  robustecer mi pobre fe, pues siento ¡que no creo todavía suficiente! 
Jesús aparece de nuevo como más fuerte que el mal. Tiene la fuerza de Dios. Igual que  en la montaña los tres discípulos han sido testigos de su gloria divina, ahora los demás  presencian asombrados otra manifestación mesiánica: ha venido a librar al mundo de sus  males, incluso de los demoníacos, de la enfermedad y de la muerte. Los verbos que emplea  el evangelista son muy parecidos a los que empleará para la resurrección de Jesús: «Lo  levantó y el niño se puso en pie». Cristo, el que libera al mundo de todo mal, nos enseña a vencer el mal con el bien. No sólo con el bien, sino con El que salva y el que libera. Por eso lo importante es la oración, que nos mantiene unidos a Él. Así podemos decir como el padre del  muchacho enfermo: «Tengo fe, pero dudo, ayúdame». En el sacramento del Bautismo hay una «oración de exorcismo» en que suplicamos a  Dios que libere de todo mal al que se va a bautizar: «tú que has enviado tu Hijo al mundo para librarnos del dominio de Satanás, espíritu del mal»; «tú sabes que estos niños van a  sentir las tentaciones del mundo seductor y van a tener que luchar contra los engaños del  demonio... Arráncalos del poder de las tinieblas y, fortalecidos con la gracia de Cristo,  guárdalos a lo largo del camino de la vida». En la guerra continua entre el bien y el mal Cristo se nos muestra como vencedor y nos  invita a que, apoyados en él -con la oración y el ayuno, no con nuestras fuerzas-  colaboremos a que esa victoria se extienda a todos también en nuestro tiempo. 
-“¿Por qué no hemos podido echarle nosotros? "Esta especie no puede ser expulsada por  ningún medio si no es por la oración”. Poder de la FE = poder de la oración. Los apóstoles por sí mismos, humanamente son radicalmente incapaces de hacer un  OBRA DIVINA: su poder les viene de Dios y encuentra su fuente en la oración. 
-“El espíritu impuro salió del muchacho dejándolo como un cadáver, de suerte que  muchos decían: "Está muerto". Pero Jesús, tomándolo de la mano, le levantó y se mantuvo  en pie”. Este milagro tiene un tono pascual: muerte y resurrección. Esto evoca la impotencia radical del hombre, de la cual sólo Dios puede librarnos. La  fatalidad última y esencial sólo puede ser vencida por Dios: ¡Únicamente la fe y la plegaria  humilde pueden liberarnos de esta fatalidad y de este miedo! (Noel Quesson). Jesús lo cura todo.
2. Comenzamos hoy la lectura del libro del "Eclesiástico" (así llamado desde San Cipriano), muy usado en las lecturas litúrgicas. Fue escrito en hebreo hacia el año 190 a. JC. en Jerusalén, por Ben-Sirac, un judío culto y experimentado. Su obra parece recoger en parte sus enseñanzas de  escuela.
-“Toda sabiduría proviene del Señor y con él está por siempre”. Es la primera frase del libro y la clave de todo lo restante. Ben Sirac posee un sólido humanismo que llama «sabiduría», que a la vez es inseparable  de su fe. Según él, el éxito del hombre, el arte del bien vivir procede de una  correspondencia con el pensamiento divino de Dios. 
-“Sólo uno es sabio y en extremo temible, el que está sentado en su trono: es el Señor”:  así «el temor de Dios» -que con frecuencia equivale al «amor de Dios»- es la fuente  misma de la «sabiduría». Así, en filigrana, ¿no podríamos adivinar ya como un esbozo de la Encarnación? El  Hombre perfecto será pronto aquél que es también la Sabiduría misma de Dios. Y en ese  preludio de Ben Sirac percibimos como un anuncio del prólogo de san Juan: “En el principio era el Verbo... «El Verbo estaba en Dios...  Y el Verbo era Dios”... (Juan 1,1)  
-“El Señor creó la sabiduría, la midió y la derramó sobre todas sus obras, en todos los  vivientes conforme a su largueza y la dispensó a los que le aman”. Podemos seguir comparándolo con el prólogo de san Juan, que dice: “Todo fue hecho por El y nada se hizo sin El. En El estaba la vida y la vida es la luz de  los hombres» (Juan 1,3), pues la sabiduría es Jesús, y «de su plenitud, todos hemos recibido» (Juan 1,16). Es una visión absolutamente optimista del hombre, fundada sobre la convicción de que  Dios «derramó sobre todo ser viviente» algo de sí mismo, una participación de su sabiduría, de su Espíritu. ¿Estoy convencido de que «buscar a Dios» es también «crecer en  humanidad»? ¿Qué  importancia doy a la oración, a la contemplación de la Sabiduría de Dios en Sí mismo? ¿Estoy convencido, en consecuencia, de que «crecer en humanidad» es aproximarse  a Dios? Todo esfuerzo de promoción, de verdadero humanismo, incluso si  momentáneamente parece ignorar a Dios, va dirigido a la Sabiduría de Dios. ¿Qué importancia doy a la cultura humana, al esfuerzo moral, a la promoción válida de  mis hermanos y mía?  
-“La arena del mar, las gotas de la lluvia, los días de la eternidad, la altura del cielo, la  extensión de la tierra, la profundidad del abismo... ¿Quién dirá su número, quien los  explorará? Antes de todo estaba creada la Sabiduría, la inteligencia prudente...”¿Quién  conoce sus  recursos, sus finezas?  Sabiduría. Inteligencia. Fineza. Ciencia... ¡Dones de Dios! (Noel Quesson).
3. El «temor de Dios» no quiere decir miedo, sino  respeto,  admiración y reconocimiento de la grandeza de Dios: o sea, una actitud de fe y  obediencia. Sólo los creyentes pueden tener verdadera sabiduría como participación de la  de Dios. Por eso el salmo nos hace cantar nuestra confianza en el Dios creador del mundo: «El  Señor reina... así está firme el orbe y no vacila... tus mandatos son fieles Y seguros». En el mundo de hoy, ¿dónde encontrar la verdadera sabiduría? Nosotros lo sabemos: en la Palabra de Dios, que es Cristo mismo, a quien escuchamos  día tras día como interpelación de Dios siempre nueva, sobre todo en la celebración de la  misa. Dichoso el que tiene el secreto de esta sabiduría en su vida. Dichoso el que escucha  esta Palabra, la asimila, la recuerda, la pone en práctica, construyendo sobre ella el edificio  de su vida. Dichoso el que se deja enseñar por Cristo Jesús Maestro de sabiduría. 
Llucià Pou Sabaté

sábado, 18 de febrero de 2017

Domingo 7 de tiempo ordinario; ciclo A

Domingo de la semana 7 de tiempo ordinario; ciclo A

Meditaciones de la semana
en Word y en PDB
«Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los Cielos, que hace salir su sol sobre buenos y malos, y hace llover sobre justos y pecadores. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? ¿Acaso no hacen eso también los publicanos? Y si saludáis solamente a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de más? ¿Acaso no hacen eso también los paganos? Sed, pues, perfectos como vuestro Padre Celestial es perfecto.» (Mateo 5, 38-48)
1º. «Amad a vuestros enemigos, para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los Cielos.»
Jesús, quieres que aprenda de Ti a amara todos como Tú los amas.
Tú eres el Hijo de Dios, pero hoy me dices que también yo puedo ser hijo de Dios: pertenecer a la familia de Dios, vivir con Dios, ser heredero de su Reino.
¿Cómo puedo, Jesús, imitarte tanto que venga a ser hijo de Dios?
Por el amor.
«De todos los movimientos del alma, de sus sentimientos y de sus afectos, el amor es el único que permite a la criatura responder a su Creador; si no de igual a igual, al menos de semejante a semejante». (San Bernardo).
No hay otro camino.
Dios siempre está dispuesto a brindarme su gracia, que es la que me da esa vida sobrenatural y divina de hijo suyo.
Pero si yo no sé amar, si me encierro en mis intereses y egoísmos, si mi corazón sólo busca compensaciones y placeres, la gracia de Dios no penetra, no es fecunda, no produce su fruto.
«Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis?»
Jesús, no dices que sea malo ni egoísta amar a los que me aman.
Puede haber un amor sincero, real, entregado, aunque esté acompañado por la compensación de recibir amor, de sentirse comprendido y querido.
Esta compensación es buena también, pero impide distinguir si lo que busco es dar o recibir.
Por eso, el mérito se mide examinando cómo amo a los que no me aman, incluso a los que me tienen por enemigo.
 
2º. «Que hermanos somos todos en Jesús, hijos de Dios, hermanos de Cristo: su Madre es nuestra Madre.
No hay más que una raza en la tierra: la raza de los hijos de Dios. Todos hemos de hablar la misma lengua, la que nos enseña nuestro Padre que está en los cielos: la lengua del diálogo de Jesús con su Padre, la lengua que se habla con el corazón y con la cabeza, la que empleáis ahora vosotros en vuestra oración. La lengua de las almas contemplativas, la de los hombres que son espirituales, porque se han dado cuenta de su filiación divina. Una lengua que se manifiesta en mil mociones de la voluntad, en luces claras del entendimiento, en afectos del corazón, en decisiones de vida recta, de bien, de contento, de paz» (Es Cristo que pasa.- 13).
Dios mío, si Tú eres mi Padre, todos son mis hermanos.
¿Por qué tantos odios, tantas guerras, tanta lucha?
Jesús, a veces veo con malos ojos a uno porque es de otra raza, de otra cultura, de otro país, de otra lengua o, simplemente, de otro equipo de fútbol o de otro partido político.
Que aprenda a amar a todos, «que hermanos somos todos en Jesús, hijos de Dios, hermanos de Cristo».
«Su Madre es nuestra Madre».
María, que te aprenda a tratarcomo madre mía que eres: pidiéndote lo que necesito y lo que necesiten los demás, que también son hijos tuyos.
Me doy cuenta de que lo que más quieres es que todos tus hijos amen a Dios.
Quiero ayudarte en esa tarea; quiero ser buen hijo tuyo, porque así seré también buen hijo de Dios.
«No hay más que una raza en la tierra: la raza de los hijos de Dios.»
¿Cómo voy a ser buen hijo si no quiero a todos?
Y ¿cómo voya decir que quiero a todos si no empiezo con los que me rodean?
Poreso lo primero que debo hacer es vivir cristianamente en mi familiay en mi trabajo, buscando ahí la perfección, la santidad: «Sed, pues, vosotros perfectos como vuestro Padre Celestial es perfecto.»
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.

viernes, 17 de febrero de 2017

Sábado semana 6 de tiempo ordinario; año impar

Sábado de la semana 6 de tiempo ordinario; año impar

«La fe es seguridad de lo que se espera, y prueba de lo que no se ve», nos da alas para volar, y poder participar de su llamada: «Este es mi Hijo amado: escuchadlo»
«Seis días después, tomó Jesús consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, y los llevó a ellos solos aparte a un monte alto, y se transfiguró ante ellos. Sus vestidos se volvieron resplandecientes y muy blancos. Y se les aparecieron Elías y Moisés, y conversaban con Jesús. Tomando Pedro la palabra, dice a Jesús: Maestro, qué bien estamos aquí; hagamos tres tiendas, una para ti, otra para Moisés, y otra para Elías. Pues no sabía lo que decía, porque estaban llenos de temor. Entonces se formó una nube que los cubrió, y se oyó una voz desde la nube que decía: Este es mi hijo, el Amado, escuchadle. Y luego, mirando a su alrededor; ya no vieron a nadie, sino sólo a Jesús con ellos» (Marcos 9,2-10).
1. La escena de la Transfiguración pone un contrapunto a la página anterior del evangelio, cuando Jesús tuvo que reñir a Pedro porque no entendía, e invitaba a sus seguidores a cargar con la cruz. A los tres apóstoles predilectos, los mismos que estarán presentes más tarde en la crisis del huerto de los Olivos, Jesús les hace experimentar la misteriosa escena de su epifanía o manifestación divina: acompañado por Moisés y Elías (Jesús es la recapitulación del Antiguo Testamento, de la ley y los profetas), oye la voz de Dios: «Éste es mi Hijo amado». Aparece envuelto en la nube divina, con un blanco deslumbrante, como anticipando el destino de victoria que seguirá después de la cruz, tanto para el Mesías como para sus seguidores. La voz de Dios invita a los discípulos a aceptar a Cristo como el maestro auténtico: «Escuchadlo». El protagonismo de Pedro también aparece resaltado en esta escena. No es muy feliz su petición, después de la negativa anterior a aceptar la cruz: ahora que está en momentos de gloria, quiere hacer tres tiendas. Marcos comenta la no muy brillante intervención de Pedro diciendo que «no sabía lo que decía».
Nosotros escuchamos este episodio ya desde la perspectiva de la Pascua. Creemos en Jesús Resucitado, el que a través de la cruz y la muerte ha llegado a su nueva existencia glorificada y nos ha incorporado también a nosotros a ese mismo movimiento pascual, que incluye las dos cosas: la cruz y la gloria. Sabemos muy bien que «la pasión es el camino de la resurrección» (prefacio de la Transfiguración). El misterio de la gloria ilumina el sentido último de la cruz.
Pero el misterio de la cruz ilumina el camino de la gloria. Es de esperar que nuestra reacción ante este hecho no sea como la de Pedro, espabilado él, que aquí sí que quiere construir tres tiendas y quedarse para siempre. Le gusta el Tabor, con la gloria. No quiere oír hablar del Calvario, con la cruz. Acepta lo fácil. Rehúye lo exigente. De nuevo aparece el mandato de que no propalen todavía su mesianismo. «Hasta que resucite de entre los muertos», porque no veía todavía preparada a la gente. Por cierto que después de la resurrección de Jesús, Marcos nos dirá que las mujeres, temblando de miedo, se callaron y no dijeron nada a nadie de su encuentro con el ángel.
Además, también recibimos la gran consigna de Dios: «Éste es mi Hijo amado: escuchadle». ¿Escuchamos de veras a Jesús como al Maestro, como a la Palabra viviente de Dios?, ¿le prestamos nuestra atención y nuestra obediencia?, ¿comulgamos con Cristo Palabra antes de acudir a comulgar con Cristo Pan?
Hay una diferencia en la teofanía de ahora: en el bautismo, esta voz se dirige a Jesús solo... ahora se dirige a los discípulos con ese detalle suplementario "¡escuchadle!". La Palabra del Padre viene a autentificar las enseñanzas de Jesús. Cuando Él os dice que va a sufrir, y morir y resucitar, ¡es verdad! Hay que escucharle. Jesús de Nazaret es el Hijo que se dirige al Padre. San Juan explicitará más este misterio de relación.
-“Bajando del monte, les prohibió contar a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitase de entre los muertos”. Decididamente, nos sentimos turbados por ese secreto constantemente solicitado. La divinidad de Jesús es un misterio muy grande, pues está "escondido".
-“Guardaron aquella orden y se preguntaban qué era aquello de: "cuando resucitase de entre los muertos"”. Ellos, los tres que han visto... no se hacen los listos. Continúan preguntándose. Son muy modestos. San Pedro, san Jaime, san Juan, rogad por nosotros.
-“Le preguntaron: ¿Cómo dicen los escribas que primero ha de venir Elías?"” Y bien, responde Jesús, Elías ha venido, le han hecho sufrir y llevado a la muerte: es Juan Bautista. Todos los verdaderos amigos de Dios pasan por ello (Noel Quesson).
Santo Tomás de Aquino dice: «Con el fin de que una persona camine rectamente por un camino es necesario que conozca antes, de alguna manera, el lugar al cual se dirige». Jesús, has querido probar ese callejón que se ve muchas veces como sin salida, has querido pasar por eso, para darnos tu amor de comprensión.
Contemplar es seguir al Transfigurado: Cristo llama sin cesar nuevos discípulos, hombres y mujeres para comunicarles, gracias a la efusión del Espíritu Santo, el amor divino, el ágape, su manera de amar, y para exhortarlos a servir a los prójimos en el humilde don de sí mismos, lejos de todo cálculo interesado. Pedro que se extasía ante la luz de la transfiguración exclama: “¡Señor, qué bien estamos aquí!” (Mt 17,4) es invitado por Jesús a volver a los caminos de la vida, para continuar en el servicio del Reino de Dios (Juan Pablo II).
“¡Pedro, baja! Tú querías descansar en la montaña; baja y proclama la Palabra, amonesta a tiempo y a destiempo, reprocha, exhorta, anima con gran bondad y con toda clase de doctrina. Trabaja, esfuérzate, soporta las torturas para poseer lo que está significado en las vestiduras blancas del Señor, también en la blancura y la belleza de tu recto obrar, inspirado por la caridad.” (S. Agustín).
2. Terminamos nuestra lectura de los primeros once capítulos del Génesis con una página de la carta a los Hebreos, que resume los ejemplos más edificantes de estos capítulos, como estímulo a nuestra perseverancia en la fe. La fe es garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven”. ¡«creer» es conocer! Conocimiento dinámico, hacia "entender no entendiendo", un «conocimiento en la noche», «como si viéramos lo invisible».
“Por ella fueron alabados nuestros mayores. Por la fe, sabemos que el universo fue formado por la palabra de Dios, de manera que lo que se ve resultase de lo que no aparece”. La Fe es el aspecto «divino» de las cosas. Dios invisible, Dios escondido... y no obstante «fuente», "sostén", «finalidad» de todas las cosas.
“Por la fe, ofreció Abel a Dios un sacrificio más excelente que Caín, por ella fue declarado justo, con la aprobación que dio Dios a sus ofrendas; y por ella, aun muerto, habla todavía. Por la fe, Henoc fue trasladado, de modo que no vio la muerte y no se le halló, porque le trasladó Dios. Porque antes de contar su traslado, la Escritura da en su favor testimonio de haber agradado a Dios. Ahora bien, sin fe es imposible agradarle, pues el que se acerca a Dios ha de creer que existe y que recompensa a los que le buscan. Por la fe, Noé, advertido por Dios de lo que aún no se veía, con religioso temor construyó un arca para salvar a su familia; por la fe, condenó al mundo y llegó a ser heredero de la justicia según la fe”. Es un elogio de nuestros antepasados remotos, que comienza con una definición de lo que es tener fe. Supieron creer en Dios y creer a Dios.
3. Podemos rezarte, Señor, con el salmo: “todos los días te bendeciré, por siempre jamás alabaré tu nombre; grande es Yahveh y muy digno de alabanza, insondable su grandeza. Una edad a otra encomiará tus obras, pregonará tus proezas. El esplendor, la gloria de tu majestad, el relato de tus maravillas, yo recitaré. Te darán gracias, Yahveh, todas tus obras y tus amigos te bendecirán; dirán la gloria de tu reino, de tus proezas hablarán”…
Llucià Pou Sabaté

jueves, 16 de febrero de 2017

Viernes semana 6 de tiempo ordinario; año impar

Viernes de la semana 6 de tiempo ordinario; año impar

«Toda la tierra hablaba una sola lengua» pero se desbarató, con el afán de éxito y poder. Y Jesús nos dice que hemos de subir al cielo con la escalera de la Cruz, de su mano, a la resurrección
«Y llamando a la muchedumbre junto con sus discípulos, les dijo: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el evangelio, la salvará. ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde su vida? O, ¿qué dará el hombre a cambio de su vida? Porque si alguien se avergüenza de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, el Hijo del Hombre también se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre acompañado de sus santos ángeles» (Marcos 8, 34-38).
1. Marcos  nos dice que Jesús, llamando a la gente a la vez que a sus discípulos, les dijo: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”. Seguir a Cristo comporta consecuencias. Por ejemplo, tomar la cruz e ir tras él. Después de la reprimenda que Jesús tuvo que dirigir a Pedro, como leíamos ayer, porque no entendía el dolor y el sacrificio, hoy anuncia Jesús con claridad, para que nadie se lleve a engaño, que el que quiera seguirle tiene que negarse a sí mismo y tomar la cruz. 
¿Qué es negarme a mí mismo?; ¿negarme qué? Negar todo aquello que signifique buscar mi comodidad, mi gusto, mi afirmación por encima de todo. Negarse, perder la vida, parecen términos negativos. Parece que es fastidiarse continuamente, fiado en que, al final, obtendré el Cielo. Pero no es así. Señor, veo que negarme a mí es afirmar que Tú eres Dios, que Tú sabes mejor que yo lo que me hace feliz. Negarme es el camino de la verdadera alegría. Pero hay que probarlo de verdad: es decir; he de intentar que mi regla de conducta sea: Señor, ¿Tú lo quieres? Entonces yo también lo quiero.
Negarme a mí mismo es aprender a contar con los demás: con las necesidades de los demás, con lo que le gusta a los demás; es desaparecer de todo lo que sea recibir honores y enhorabuenas; es servir silenciosamente a los que me rodean. La vida ordinaria ofrece muchas ocasiones de renunciar a uno mismo y tomar con alegría la cruz: el dolor de cabeza o de muelas; las extravagancias del marido o de la mujer; el quebrarse un brazo; aquel desprecio o gesto; el perderse los guantes, la sortija o el pañuelo; aquella tal cual incomodidad de recogerse temprano y madrugar para la oración o para ir a comulgar; aquella vergüenza que causa hacer en público ciertos actos de devoción; en suma, todas estas pequeñas molestias, sufridas y abrazadas con amor, son agradabilísimas a la divina Bondad, que por solo un vaso de agua ha prometido a sus fieles el mar inagotable de una bienaventuranza cumplida (Pablo Cardona).
Nos pides, Señor, «perder su vida» y no avergonzarnos de ti ante este mundo: “porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará”. Jesús, ayúdame a ver que si entierro mi vida bajo tierra, si busco sólo tu gloria y no la mía, entonces viviré. Viviré una vida dichosísima aquí en la tierra, con una alegría que nadie me podrá arrebatar; y después, no te avergonzarás de mí cuando te pida entrar «en la gloria de tu Padre, acompañado de tus santos ángeles». Porque el Cielo está reservado para aquellos que han aprendido a amar, a darse y a ser felices en la tierra.
“Pues ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida?” San Ignacio guiaba a san Francisco Javier con estas palabras. Hay que estar atentos para que no sea que por vivir preocupados por tener, acumular y enriquecernos, nos empobrezcamos en el ser, perdiendo así la capacidad dar y recibir la vida. Esta exigencia pide una fe a toda prueba, una fe que no se avergüence ni de Jesús ni de su Palabra. Seguir a Jesús y su proyecto del Reino se convierten en el único camino que conduce con certeza a la casa del padre. La escena del juicio nos presenta a un Hijo del Hombre identificado plenamente con Jesús, el Hijo de Dios, que participa totalmente de su gloria. Los otros actores en este juicio son los ángeles, que tienen como tarea reunir a los elegidos de Dios, que según el evangelio de hoy, son los que siguen a Jesús, por caminos de pasión y muerte, con la convicción que estamos apoyados por el Dios de la vida. 
“Pues ¿qué puede dar el hombre a cambio de su vida? Porque quien se avergüence de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles.» Es una opción radical la que pide el ser discípulos de Jesús. Creer en él es algo más que saber cosas o responder a las preguntas del catecismo o de la teología. Es seguirle existencialmente. Jesús no nos promete éxitos ni seguridades. Nos advierte que su Reino exigirá un estilo de vida difícil, con renuncias, con cruz. Igual que él no busca el prestigio social o las riquezas o el propio gusto, sino la solidaridad con la humanidad para salvarla, lo que le llevará a la cruz, del mismo modo tendrán que programar su vida los que le sigan. Si uno intenta seguir a Jesús con cálculos humanos y comerciales se llevará un desengaño. Porque los valores que nos ofrece Jesús son como el tesoro escondido, por el que vale la pena venderlo todo para adquirirlo. Pero es un tesoro que no es de este mundo. Las actitudes que nos anuncia Jesús como verdaderamente sabias y productivas a la larga son más bien paradójicas: «que se niegue a sí mismo... que cargue con su cruz... que pierda su vida». ¡Paradoja del evangelio! Quien "gana" pierde. Quien "pierde" gana. Verdaderamente lo que hay aquí es la cruz para Jesús. Y lo evocado es la persecución para los cristianos. "Perder su vida"… no es una vida fácil. "Salvar su vida". Quiero confiar en ti y creer en tu palabra, Señor. Mis renuncias, mis opciones, mis fidelidades, y mis cobardías... comprometen mi vida eterna: esto es algo muy grande, muy serio, algo que vale la pena. Les decía también: «Yo os aseguro que entre los aquí presentes hay algunos que no gustarán la muerte hasta que vean venir con poder el Reino de Dios.ᄏ” 
2. La página de la torre de Babel, como todas las páginas de los once primeros capítulos del Génesis en sentido estricto no es historia. Pero ¡qué sorprendente página profética! ¡Qué profunda visión de la humanidad! a nivel de símbolos, naturalmente: “Todo el mundo era de un mismo lenguaje e idénticas palabras. Al desplazarse la humanidad desde oriente, hallaron una vega en el país de Senaar y allí se establecieron. Entonces se dijeron el uno al otro: «Ea, vamos a fabricar ladrillos y a cocerlos al fuego.» Así el ladrillo les servía de piedra y el betún de argamasa. Después dijeron: «Ea, vamos a edificarnos una ciudad y una torre con la cúspide en los cielos, y hagámonos famosos, por si nos desperdigamos por toda la haz de la tierra.» Hoy queremos fabricar obras que lleguen hasta el cielo, jugamos a ser dioses, Babel es hoy...
Aparecen con esa ansia de poder los problemas de comunicación, que en una concepción antigua se ven como castigo divino: “Bajó Yahveh a ver la ciudad y la torre que habían edificado los humanos (…) confundamos su lenguaje, de modo que no entienda cada cual el de su prójimo.» Y desde aquel punto los desperdigó Yahveh por toda la haz de la tierra, y dejaron de edificar la ciudad. Por eso se la llamó Babel; porque allí embrolló Yahveh el lenguaje de todo el mundo, y desde allí los desperdigó Yahveh por toda la haz de la tierra”. Vemos hoy esta falta de comunicación entre esposos, entre colegas, ciertos silencios que comienzan y duran, con signo de que no se tiene ya nada que decir, que para nada serviría hablarse, que se es incapaz de comprender... como si se viviera en dos universos diferentes. Entre miembros de una misma Iglesia, la corriente fraterna no circula... como si se perteneciera a Iglesias diferentes. ¿De dónde procede ese trágico mal entendido?
¡El orgullo es la causa de las incomunicabilidades entre nosotros! Conquistar el cielo. Con otra forma, se trata del mito de Prometeo. Es siempre el mismo sueño de «hacerse dios», de «prescindir de Dios». ¿Cuáles son mis formas personales de orgullo que bloquean la comunicación con mis semejantes?, ¿que suscitan su agresividad consciente o inconsciente? 
El fenómeno inverso se llamará «Pentecostés»: aquél en que hombres de todo país y de toda lengua pasarán a ser capaces de entenderse. Se llamará "Iglesia", -Ecclesia, en griego, significa «asamblea»- el lugar en el cual hombres muy diferentes y muy diversos, movidos por el mismo Espíritu, llegarán a crear entre ellos una «comunión» real. Cuando la Iglesia insiste sobre el «pluralismo», que desea ver aumentar entre los cristianos, afirma una condición esencial de la supervivencia de la humanidad: la unidad verdadera no se logra por uniformidad o coerción, sino por unanimidad, en el respeto a las diferencias y a las variadas riquezas de cada uno sin pretender nivelarlas todas (Noel Quesson).
3. Siempre ha despertado curiosidad el fenómeno de que en el mundo se hablen lenguas tan numerosas. «Babel» significa «confusión». Como decimos en el salmo, «el Señor deshace los planes de las naciones, frustra los proyectos de los pueblos». A los orgullosos los confunde el Señor. A los humildes los ensalza. Siempre es el pecado el que, según la Biblia, trastorna los equilibrios y las armonías: Adán y Eva, Caín y Abel, corrupción y diluvio. El pecado más común, entonces y ahora, es el orgullo y el egoísmo. Es este pecado el que hace imposible la comunicación y nos aísla a unos de otros, a un pueblo de otro pueblo. El orgullo y la intolerancia levantan torres, y muros también entre los de una misma lengua. La humildad, por el contrario, y la fraternidad, nos hacen construir puentes, no torres ni muros, y tender la mano a todos. También para corregir, como el último canon del Código de Derecho Canónico dice que se hará «teniendo en cuenta la salvación de las almas, que ha de ser siempre la ley suprema de la Iglesia» (n. 1752). San Agustín tiene la famosa lección: «Animam salvasti tuam predestinasti», que el adagio popular ha traducido así: «Quien la salvación de un alma procura, ya tiene la suya segura». Sabiendo que “a veces, perder es ganar”. En Pentecostés, con María, hay comunicación perfecta.
Llucià Pou Sabaté
Los siete santos Fundadores de la Orden de los Siervos de la Virgen María

LOS SIETE FUNDADORES SERVITAS
(Alejo de Falconieri, Bonfiglio, Bonajunta, Amideo, Sosteneo, Lotoringo, Ugocio)

Se ha hablado alguna vez de "constelaciones de santos". En efecto; en el cielo de la Iglesia, como en el cielo astronómico, los astros no se suelen presentar aislados, sino formando parte de "constelaciones": grupos de santos que se influyen entre sí, se prestan mutuamente sus luces, se ayudan y se estimulan. Sin embargo, aunque esto sea verdad, no es menos cierto que cada uno de esos santos es luego, salvo el caso de los mártires, objeto de un culto individual, al que han precedido una beatificación y una canonización también individuales. Hay, sin embargo, una excepción: el caso singularísimo de los siete fundadores servitas cuya fiesta celebra la Iglesia el 12 de febrero. Este grupo de siete almas, llegó a fundirse en el único ideal de "servir" a su Señora, y servirla de manera tan perfecta que las notas personales apenas tuvieran un valor relativo. Después de su muerte, su memoria y su culto fueron y siguen siendo algo esencialmente colectivo, y así sus nombres son prácticamente desconocidos, porque siempre se habla de ellos bajo la apelación de los siete fundadores servitas".
Por eso, cuando las más antiguas crónicas tratan de la vida de fray Alejo de Florencia, el último en morir, y el que por estas circunstancias pudo ofrecer a los biógrafos alguna mayor ocasión de ser considerado individualmente, esos mismos biógrafos se apresuran a asegurarnos que la santidad de él mostraba la de sus seis compañeros. Oigámosles:
"Hubo siete hombres de tanta perfección, que Nuestra Señora estimó cosa digna dar origen a su Orden por medio de ellos. No encontré que ninguno sobreviviera de ellos, cuando ingresé en la Orden, a excepción de uno que se llamaba fray Alejo... La vida de dicho fray Alejo, como yo mismo pude comprobar con mis ojos, era tal, que no sólo, conmovía con su ejemplo, sino que también demostraba la perfección de sus compañeros y su santidad."
Es éste el único caso que se da culto colectivo a varios santos confesores, y la misma liturgia, en el oficio divino y en la misa de este día, se ve forzada a modificar sus esquemas habituales para poder adaptarlos a una fiesta tan singular. Caso hermosísimo, que alienta a cuantos lo contemplamos a ir por el camino de la imitación. Llegar a la santidad, es muy hermoso, pero todavía sería más hermoso aún que lográsemos esa santidad dentro de un grupo, ayudándonos unos a otros, estimulándonos con nuestro buen ejemplo, siguiendo las huellas de este hermoso caso de santidad colectiva.
Nos encontramos en el siglo XIII. Y he aquí que entonces va a producirse un fenómeno que ya antes se había producido muchas veces en la Iglesia, que hemos visto repetirse ante nuestros propios ojos en los días que vivimos, y que, sin duda, ha de continuar produciéndose también hasta el fin de los siglos. La fundación de una Orden o Congregación religiosa sin que, quienes intervienen en ella, tuvieran al principio la más remota idea de emprenderla.
No sabemos si fueron estos siete jóvenes nobles de Florencia quienes, por sus relaciones comerciales, trajeron a la ciudad toscana la idea de aquella nueva cofradía. Acaso estuviera ya fundada y llevase unos años funcionando. Poco importa para nuestro intento. Lo cierto es que en Florencia, al comienzo del siglo XIII, encontramos una hermandad, llamada oficialmente sociedad de Santa María, pero más conocida por su nombre vulgar de los laudesi, o alabadores de la Santísima Virgen, a la que pertenecían siete mercaderes de las mejores familias de Toscana. Las crónicas nos han conservado su nombre: Bonfilio Monaldi, Bonayunto Manetti, Manetto de l´Antella, Amidio Amidei, Ugoccio Ugoccioni, Sostenio de Sostegni y Alejo Falconieri. Tengamos, sin embargo, en cuenta que algunos de ellos cambiaron su nombre al hacer la profesión religiosa. Los siete formaban parte de lo que hoy llamaríamos la junta directiva, es decir, el elemento más vivo y entusiasta de la cofradía. No sabemos la fecha de su nacimiento, pero ciertamente eran todavía jóvenes cuando, en 1233, comenzaron los acontecimientos que vamos a narrar.
Fue el día 15 de agosto, ese día que, además de estar consagrado a la Asunción de la Santísima Virgen, ha sido también señalado para tantos y tantos acontecimientos importantes de la historia eclesiástica. Los siete gentileshombres florentinos sintieron aquel día una común inspiración. Oigamos, una vez más, al cronista clásico: "Teniendo su propia imperfección, pensaron rectamente ponerse a sí mismos y a sus propios corazones, con toda devoción, a los pies de la Reina del cielo, la gloriosísima Virgen María, a fin de que, como mediadora y abogada, les reconciliara y les recomendase a su Hijo, y supliendo con su plenísima caridad sus propias imperfecciones, impetrase misericordiosamente para ellos la fecundidad de los méritos. Por eso, para honor de Dios, poniéndose al servicio de la Virgen Madre, quisieron, desde entonces, ser llamados siervos de María."
Pidieron para eso la bendición de su obispo, que se la otorgó contento; se despidieron de sus familias, y el 8 de septiembre del mismo año 1233 se recogieron en una casita, Villa Camarzia, en un suburbio de Florencia, no lejos del convento de los franciscanos, y en las inmediaciones de la antigua iglesia de Santa Cruz. Sin embargo, la casita, que ni siquiera era propiedad de ellos, sino de otro miembro de la cofradía, resultó pronto excesivamente céntrica para sus deseos de oscuridad, olvido y renunciamiento. Pasaron a otra casa que la cofradía tenía en el Cafaggio, en la que transcurrió bien poco tiempo, y pronto se planteó la cuestión de encontrar una sede que en cierto modo pudiera llamarse definitiva.
Pero antes un milagro vino a señalar cuán grata era a Dios la empresa que habían acometido. Alrededor de la fiesta de Epifanía del siguiente año, 1234, iban de dos en dos recorriendo las calles de Florencia y solicitando humildemente la caridad por amor de Dios, cuando se oyó exclamar a los niños, incluso los que aún no hablaban, señalándoles con el dedo: "He ahí los servidores de la Virgen: dadles una limosna". Entre aquellos inocentes niños que sirvieron para proclamar el agrado de Dios sobre la nueva Orden estaba uno que todavía no había cumplido los cinco meses, y que con el tiempo habría de ser una de sus más preciadas joyas: San Felipe Benicio.
El milagro vino a agravar la situación: las gentes empezaron a fijarse más en aquel humilde grupo y se hizo también más urgente la necesidad de alejarse de la ciudad. Por eso recurrieron ellos al obispo de Florencia, que tan acogedor se había mostrado desde el primer momento. Él, con el generoso consentimiento del cabildo catedral, les ofreció una porción de terreno en el monte Senario. Y allí se instalaron el día de la Ascensión del año 1234.
Es aquí, en el monte Senario, donde se inicia propiamente la vida religiosa. Hasta entonces sólo había habido una especie de tentativa. En el monte Senario construyen una iglesia, edifican unos míseros eremitorios de madera, separados unos de otros, e inician observancia con todo rigor. Reciben la visita del cardenal de Chatillon, legado del papa Gregorio IX en la Toscana y la Lombardía, quien les anima a continuar su vida, si bien moderando sus excesivas austeridades.
Pero la mejor y más preciada confirmación la tuvieron el Viernes Santo de 1239: la Santísima Virgen se apareció para encargarles que llevaran un hábito negro, en memoria de la pasión de su Hijo, y para presentarles la regla de San Agustín. Después de esta aparición, ya no había lugar a dudas. Acudieron al obispo de Florencia para regularizar, por decirlo así, su situación canónica.
Y, en efecto, el obispo impuso a los siete el hábito que les había mostrado la Virgen, recibió sus votos y les dio las sagradas órdenes. Fue precisamente en esta ocasión cuando algunos de ellos cambiaron de nombre. Y fue también en esta ocasión cuando San Alejo Falconieri mostró sus deseos de no ser ordenado sacerdote, lo que consiguió, muriendo como hermano.
La obra estaba ya, en cierto modo, encauzada. Quienes sólo habían pensado en vivir con mayor entusiasmo los ideales de su piadosa confraternidad, encontraban ya ordenados sacerdotes, con unos votos emitidos y con una regla, la de San Agustín, recibida al par de la Santísima Virgen y de la autoridad eclesiástica. Faltaba, sin embargo, dar un último paso para que naciera una nueva Orden religiosa: la admisión de novicios. Hubo sus discusiones, y mientras unos se inclinaban a admitirlos, contando con el favor del obispo, siempre inclinado en este sentido, otros preferían mantener su vida en el cuadro de la primitiva sencillez.
El hecho es que en el huerto en el que trabajaban para huir del demonio de la ociosidad, se habían producido, en la noche que precedió al tercer domingo de Cuaresma del año 1239, un significativo milagro. Una viña, mientras todo el resto del terreno estaba endurecido por la helada, se cubrió de frutos sin haber tenido previamente flores, y extendió de manera maravillosa sus brazos fecundos. Ya no cabía duda: todos vieron en el prodigio una señal de la voluntad de Dios y un presagio de los futuros destinos de la naciente familia religiosa.
Y, en efecto, los novicios empezaron a llegar en gran número. El fervor se mantuvo y atrajo las simpatías de toda la región. No faltaron tampoco insignes aprobaciones. San Pedro de Verona visita el monte Senario y alienta a los servitas en su vida religiosa. Poco después, en 1249, el cardenal Capocci, legado del Papa en Toscana, aprueba la Orden y la coloca bajo la jurisdicción de la Santa Sede. Dos años más tarde, el 2 de octubre de 1251, el papa Inocencio IV nombra al cardenal Fiechi primer protector de los servitas. En 1255 un rescripto del papa Alejandro IV daba la aprobación definitiva a la Orden y la autorización para nombrar un superior general. Nuevas aprobaciones llegaron de los papas Urbano IV y Clemente IV.
¿Será necesario decir algo de cada uno? En realidad las vidas corren casi paralelas y resulta difícil separarlas. El más anciano de ellos, Bonfilio Monaldi, fue el primer superior que gobernó la comunidad durante los dieciséis primeros años de tentativas. En 1251 fue nombrado superior general de la Orden, de manera provisional. Cuando en 1225, Alejandro IV aprueba solemnemente la Orden, convocó un capítulo general y dimitió su cargo. Ya desde entonces sólo se dedicó a la oración y a la penitencia en el retiro. En 1262, volviendo de visitar los conventos de la Orden, acompañando a San Felipe Benicio, devolvió dulcemente su alma a Dios después de maitines, encontrándose en el oratorio.
Le había sucedido, como general de la Orden, primero en el sentido canónico, Juan Magnetti. Pero por poco tiempo. De los siete, fue éste el primero en volar a Dios el 31 de agosto de 1257. Con una muerte hermosísima: celebró la santa misa en presencia de sus hermanos, anunció su próximo fin, dio a conocer algunos detalles de la vida futura de la Orden que le habían sido revelados por Dios, Después, como era viernes, quiso, según era uso entre ellos, comentar la narración de la Pasión. Y al llegar a las palabras: "En tus manos Señor, encomiendo mi espíritu", expiró.
También al tercero de los tres compañeros le correspondió gobernar toda la Orden. Elegido superior general en 1265, contribuyó extraordinariamente al desenvolvimiento de la Orden por su actividad y el resplandor de su virtud. Dos años después renunció a su oficio y consiguió que fuera elegido para sucederle San Felipe Benicio. A los pocos meses, el 20 de agosto de 1268, moría asistido por su propio sucesor.
Mucho más sencilla es la vida del cuarto, Amideo Amidei. Había nacido en 1204 en el seno de una familia dividida por violentas enemistades. Era de un candor tal, que su misma familia evitó siempre mezclarle para nada en aquellas animosidades. Su vida religiosa fue también sencilla, limpia, retirada, humilde. Fue elegido prior de Monte Senario y después, de Cafaggio. Pero no pudo decirse que tales dignidades llegasen a cambiar el humilde curso de su vida. El 18 de abril de 1266 entregaba su alma a Dios. Todo el convento se sintió envuelto por un perfume celestial, mientras una resplandeciente llama volaba desde su celda hasta el cielo.
Pero acaso sea todavía más encantadora la vida de otros dos de los siete compañeros: Ugoccio Ugoccioni y Sostenio de Sostegni. Eran amigos desde su misma juventud. Juntos entraron a formar parte del grupo. Juntos se santificaron en los largos años de preparación de la Orden. Cuando ésta empezó a extenderse, les fue, sin embargo, forzoso separarse. Sostegni fue elegido vicario general de Francia; Ugoccini, de Alemania. Los dos trabajaron con todas sus fuerzas en la difusión de la Orden en sus respectivas provincias. Ya ancianos, San Felipe Benicio les llamó a Viterbo para la celebración de un capítulo general que habría de reunirse en mayo de 1282. En Monte Senario, al que tantos y tan dulces recuerdos les ligaban, se encontraron los dos ancianos, y allí hablaron largamente de todas las cosas que habían ocurrido en los últimos cincuenta años, y de lo que habían hecho por la propagación de la Orden. Hablando estaban cuando se dejó oír una voz que decía: "Servidores de Dios y de María, no lloréis más la prolongación de vuestro destierro: vuestros trabajos tocan ya a su fin". En efecto, llegados al convento, el agotamiento y la fatiga les obligaron a acostarse. Y al mismo tiempo murieron, el 3 de mayo de 1282. San Felipe Benicio vio aquella noche dos lirios de una blancura deslumbrante que eran cortados en la tierra e inmediatamente presentados a la Virgen en el cielo. Comprendió que los dos ancianos habían dejado este mundo, y así se lo anunció a los religiosos que estaban con él en Viterbo.
Nos queda San Alejo Falconieri. Es el que más vivió, pues alcanzó los ciento diez años de edad. Nacido en Florencia en 1200, murió el 17 de febrero de 1310. Entró el más joven de todos en la Orden, rehusó siempre ser sacerdote y vivió con gran humildad, dedicado, como hermano lego, a recoger limosnas y a trabajar en las más humildes tareas. Fue el instrumento de que Dios se sirvió para la santificación de su sobrina, Santa Juliana Falconieri, y quien le animó a abrazar la vida religiosa. Su larga vida le hizo presenciar un episodio harto doloroso que se produjo en 1276... y su feliz solución.
En efecto, en ese año 1276 el papa Beato Inocencio V comunicó a la Orden de los servitas que la Iglesia la consideraba como extinguida, a causa del canon 223 del segundo concilio de Lyon. Habían desaparecido ya de la tierra cuatro de los siete fundadores. Otros dos de ellos estaban ausentes de Italia. La tempestad parecía amenazante y hubo momentos en que todo estuvo a punto de perderse. Hay quien dice que de hecho se hubiese perdido si no hubiera mediado la fortaleza y el ánimo de San Felipe Benicio.
Fue él quien levantó la bandera mariana y alegó que la Orden había sido aprobada repetidas veces por los Romanos Pontífices. Sólo San Alejo llegó a ver la victoria. San Felipe Benicio, y los otros dos fundadores supervivientes murieron antes de que el 11 de febrero de 1304 el papa Benedicto XI la confirmara de nuevo. Todavía había de vivir seis años gozando de la admirable expansión que tras esta confirmación tuvo la Orden.
En efecto, como si el triunfo después de tan deshecha tempestad hubiera sido la señal que se esperaba para lanzarse por todo el mundo, la Orden se extendió desde entonces con particular fuerza, y en el siglo XIV contaba con más de cien conventos y con misiones en Creta y en las Indias. La reforma protestante le hizo perder un buen número de conventos en Alemania, pero la Orden prosperó en el mediodía de Francia. El final del siglo XVIII le fue funesto, como a todas las Ordenes religiosas. Pero en el siglo XIX se extendió a Inglaterra, y después a América. Muy recientemente se ha implantado también en España. En la actualidad consta de 1.550 religiosos.
Como hemos dicho, desde el primer momento, al poco tiempo de muerto San Alejo, la historia nos habla del culto colectivo a los siete fundadores. Sin embargo, habría de pasar mucho tiempo antes de que este culto obtuviera la plena aprobación canónica. Todos ellos habían muerto en el Monte Senario, salvo San Alejo, cuyo cadáver fue prontamente transportado allí. Benedicto XIV atestiguaba que en sus tiempos los cuerpos estaban conservados en la iglesia de Monte Senario, bajo el altar de la capilla situado bajo el coro. Sin embargo, este Papa creó una seria dificultad para su posible canonización, exigiendo que para cada uno de los siete fueran presentados cuatro milagros, y que, por consiguiente, las siete causas se vieran independientemente. De hecho, los primeros bolandistas no los mencionaban, con la única excepción de San Alejo.
En 1717, Clemente XI aprobaba el culto del Beato Alejo, y en 1725, el de los otros seis. Sólo en tiempo de León XIII, como consecuencia de un clamoroso milagro ocurrido en Viareggio como consecuencia de la invocación colectiva a los siete fundadores, se pudo volver al primitivo procedimiento: estudiar simultáneamente y en una sola causa la santidad de los siete. La causa tuvo éxito feliz, y el 15 de enero de 1888 fueron solemnísimamente canonizados. El 28 de diciembre del mismo año se fijaba su fiesta para el 11 de febrero. Años después, la fiesta fue pasada al 12, para dar lugar a la celebración de la aparición de la Inmaculada en Lourdes. Así sus fieles siervos cedieron, por medio de la Orden por ellos fundada, a la Santísima Virgen el lugar que venían ocupando en el calendario.
LAMBERTO DE ECHEVERRíA

miércoles, 15 de febrero de 2017

Jueves semana 6 de tiempo ordinario; año impar

Jueves de la semana 6 de tiempo ordinario; año impar

«El Señor, desde el cielo, se ha fijado en la tierra», y el arco iris es signo de su alianza. «El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho», dará su vida para salvarnos, en la nueva Alianza.
«Salió Jesús con sus discípulos hacia las aldeas de Cesarea de Filipo y en el camino preguntaba a sus discípulos: ¿Quién dicen los hombres que soy yo? Ellos le respondieron: Unos que Juan el Bautista, otros que Elías y otros que uno de los profetas. Entonces él les pregunta: Y vosotros ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Pedro, le dice: Tú eres el Cristo. Y les ordenó que no hablasen a nadie sobre esto.Y comenzó a enseñarles que el Hijo del Hombre debía padecer mucho, ser rechazado por los ancianos, por los príncipes de los sacerdotes y por los escribas y ser muerto, y resucitar después de tres días. Hablaba de esto abiertamente. Pedro, tomándolo aparte, se puso a reprenderle. Pero él, volviéndose y mirando a sus discípulos, increpó a Pedro y le dijo: ¡Apártate de mí, Satanás!, porque no sientes las cosas de Dios, sino las de los hombres» (Marcos 8,27-33).
1. Jesús es el «Mesías que va a entregar su vida por los demás». Mañana nos dirá que acogerle a él es acogerle con su cruz, con su misterio pascual de muerte y resurrección. “Iba Jesús con sus discípulos a las aldeas de Cesarea de Filipo”... Marchan hacia países paganos, lejos de las muchedumbres de Galilea. Jesús sabe lo que quiere hacer: someter a prueba la Fe de sus discípulos. 
-“Caminando les hizo esta pregunta "¿Quién dicen las gentes que soy yo?””. «Y vosotros, quién decís que soy yo?». Es la pregunta de la fe, de la implicación personal. La respuesta sólo la encontramos en la experiencia del silencio y de la oración. Es el camino de fe que recorre Pedro, y el que hemos de hacer también nosotros. 
-“Pedro, tomando la palabra, responde "¡Tú eres el Mesías!"” -Cristo, en griego-. Así, el grupo de los Doce va mucho más allá de las respuestas corrientes de las gentes. Se trata pues del reconocimiento de la identidad profunda de Jesús: Jesús no es solamente "uno de los profetas", por los cuales Dios conducía la historia a su término... El es el término, el fin mismo, "aquel que los profetas anunciaban", el Mesías, el Ungido, el "Xristos". 
-“Y les encargó muy seriamente que no hablaran a nadie de El”. Es el "secreto mesiánico", evitar su divulgación prematura.  Hace falta que pase por la muerte y la resurrección para que su identidad sea manifestada: -“Y por primera vez comenzó a enseñarles cómo era preciso que el Hijo del hombre padeciese mucho y que fuese rechazado por los ancianos y los príncipes de los sacerdotes y los escribas, y que fuese muerto y resucitase después de tres días.
Jesús decía todo esto claramente”. Con este anuncio termina la primera parte del relato de Marcos y comienza lo que llaman una sección nueva. Hasta la "pasión" de Jesús, tendremos tres relatos parecidos y los tres añaden cada vez el anuncio de la "muerte y resurrección"… forman un crescendo: en el último, Jesús dará todos los detalles.... esto sucederá "en Jerusalén", será "entregado a los paganos", "le escupirán" y "le flagelarán"... 
-“Pedro, tomándole aparte, se puso a reprenderle. Pero Jesús, volviéndose reprendió severamente a Pedro: "Quítate allá Satanás, porque tus pensamientos no son los pensamientos de Dios, sino los de los hombres”. Hasta los discípulos esperan es un mesías humano, en el éxito, un mesías político, un liberador de aquí abajo. Y Jesús una vez más experimenta esta sugestión como una tentación satánica. Y yo, ¿qué es lo que espero de Dios, de la Iglesia? (Noel Quesson).
2. Termina la historia del diluvio con la alianza que Dios sella con Noé y su familia, y con el reinicio de una nueva humanidad: Dios bendijo a Noé y a sus hijos, y les dijo: «Sed fecundos, multiplicaos y llenad la tierra. Infundiréis temor y miedo a todos los animales de la tierra, y a todas las aves del cielo, y a todo lo que repta por el suelo, y a todos los peces del mar; quedan a vuestra disposición. Todo lo que se mueve y tiene vida os servirá de alimento: todo os lo doy, lo mismo que os di la hierba verde”. Entre las cláusulas de la alianza hay detalles que se refieren a la comida: por primera vez se dice que el hombre puede comer carne de animales (hasta entonces, se ve que eran vegetarianos), pero no carne con sangre. Hay una acomodación religiosa a las costumbres y creencias de la época, como no tomar sangre porque pensaban que era el alma que hacía vivos a los animales. En medio de todo esto, una verdad divina: el juicio de Dios ha sido justo, pero salvador y misericordioso.
-“Todo os lo doy”... Dios se compromete: ofrece a todos los hombres una "bendición" de fecundidad, una «ley única» del respeto de “los unos a los otros”, y una «alianza» que leemos más abajo.
También pone Dios una regla: “sólo dejaréis de comer la carne con su alma, es decir, con su sangre, y yo os prometo reclamar vuestra propia sangre: la reclamaré a todo animal y al hombre: a todos y a cada uno reclamaré el alma humana. Quien vertiere sangre de hombre, por otro hombre será su sangre vertida, porque a imagen de Dios hizo El al hombre”. En medio de algunos signos cultuales, pone Dios este mandamiento taxativo de no matar a otra persona, entre los motivos dos especiales. En primer lugar, cada hombre es nuestro hermano. Y sobre todo, porque cada persona es imagen de Dios. Una sola «ley» ha sido dada a la humanidad entera: el respeto a la vida, simbolizado por el respeto a la sangre. “Lo que hacéis al más pequeño de los míos, a Mí lo hacéis, dirá Jesús”.
“Vosotros, pues, sed fecundos y multiplicaos; pululad en la tierra y dominad en ella.» Dijo Dios a Noé y a sus hijos con él: «He aquí que yo establezco mi alianza con vosotros, y con vuestra futura descendencia, y con toda alma viviente que os acompaña: las aves, los ganados y todas las alimañas que hay con vosotros, con todo lo que ha salido del arca, todos los animales de la tierra. Establezco mi alianza con vosotros, y no volverá nunca más a ser aniquilada toda carne por las aguas del diluvio, ni habrá más diluvio para destruir la tierra.» Dijo Dios: «Esta es la señal de la alianza que para las generaciones perpetuas pongo entre yo y vosotros y toda alma viviente que os acompaña: Pongo mi arco en las nubes, y servirá de señal de la alianza entre yo y la tierra. Otra vez vemos una acomodación a la historia, poniendo como causa de las desgracias un castigo divino según las creencias de la época. Aquí hay, con gran claridad, la renovación de la Alianza, con este pacto con Noé, el arco iris. Interpretación popular del fenómeno cósmico del arco iris después de la lluvia, en una sociedad que tiende a verlo todo desde el prisma religioso, donde los fenómenos meteorológicos eran signos de Dios: todo lo que pasaba «en el cielo» pertenecía precisamente a ese dominio divino sobre el cual el hombre no tiene poder alguno. Los astros eran los ejércitos de Dios. El viento y el huracán, sus mensajeros. La tempestad, la ejecutora de sus órdenes. El trueno, su voz. El relámpago, su flecha temible. Ese Dios «guerrero» cuelga de nuevo su "arco" en el muro y promete no volver a usarlo jamás: vivamos unidos, seamos aliados de ahora en adelante (Noel Quesson).
No es magia: cuando vean ese arco, se comprometen a recordar la bondad y las promesas de Dios. También podría tener otro sentido: el arco iris nos recordará que Dios ya no usará el arco de guerra (en la Biblia se designa con la misma palabra) contra el hombre, «colgará el arco en el cielo».
Es la reanudación del proyecto inicial de Dios respecto a Adán. La diferencia está en que esta nueva bendición sucede al pecado de la humanidad: por lo tanto, más allá del pecado, Dios conserva su amor por sus criaturas. Repitamos, una vez más, que, desde el punto de vista de Dios, el mal no es una fatalidad indudable y definitiva: el más gran pecador conserva todas sus oportunidades... el hijo pródigo puede rehacer su vida, el bandolero condenado a muerte y crucificado junto a Jesús puede entrar en el paraíso. La buena nueva del evangelio aflora ya desde las primeras páginas del Antiguo Testamento. 
3. Dios está siempre a favor. A pesar de todo el mal que hemos hecho, nos sigue amando y concediendo un voto de confianza. Si el salmista podía decir con esperanza: «El Señor, desde el cielo, se ha fijado en la tierra... para escuchar los gemidos de los cautivos y librar a los condenados a muerte», nosotros tenemos motivos muchos más válidos para confiar en la cercanía salvadora de Dios. Jesús inició una «nueva creación» y, al atravesar las aguas de la muerte, nos invitó a todos a salvarnos en su Arca, que es la Iglesia, donde ingresamos a través del sacramento del agua, el bautismo.
“Se ha inclinado Yahveh desde su altura santa, desde los cielos ha mirado a la tierra, para oír el suspiro del cautivo, para librar a los hijos de la muerte”. No estaría mal que cada vez que veamos el arco iris, después de la lluvia, también nosotros, aunque ya sabemos que es un fenómeno que se debe a la reflexión de la luz, recordáramos dos cosas: que Dios tiene paciencia, que nos perdona, que siempre está dispuesto a hacer salir su sol después de la tempestad, su paz después de nuestros fallos; y que también nosotros hemos de enterrar el arco de guerra (cualquier instrumento agresivo) y tomar la decisión de no disparar ninguna “flecha”, envenenada o no, contra nuestro hermano, porque es imagen de Dios. 
Llucià Pou Sabaté