lunes, 23 de enero de 2012

Lunes 3º semana, año par: Jesús realiza milagros por su poder divino, y manifiesta qué es el Reino de Dios

Texto del Evangelio (Mc 3,22-30): En aquel tiempo, los escribas que habían bajado de Jerusalén decían: «Está poseído por Beelzebul» y «por el príncipe de los demonios expulsa los demonios». Entonces Jesús, llamándoles junto a sí, les decía en parábolas: «¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanás? Si un reino está dividido contra sí mismo, ese reino no puede subsistir. Si una casa está dividida contra sí misma, esa casa no podrá subsistir. Y si Satanás se ha alzado contra sí mismo y está dividido, no puede subsistir, pues ha llegado su fin. Pero nadie puede entrar en la casa del fuerte y saquear su ajuar, si no ata primero al fuerte; entonces podrá saquear su casa. Yo os aseguro que se perdonará todo a los hijos de los hombres, los pecados y las blasfemias, por muchas que éstas sean. Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón nunca, antes bien, será reo de pecado eterno». Es que decían: «Está poseído por un espíritu inmundo».

Comentario: Jesús «es un testimonio insuperable de amor paciente y de humilde mansedumbre» (Juan Pablo II). Se encuentra con la malicia de los hombres, que se une a la astucia de los demonios, para hacer perder la paciencia al Señor. Los milagros y curaciones que hemos visto realizar a Jesús son interpretados como un poder del demonio. Jesús nos habla del sentido de estos signos, de su auténtico sentido, en relación con el Reino que está estableciendo.
1. Como dice R. Cantalamessa, “cerca de un tercio del Evangelio se ocupa de las curaciones obradas por Jesús durante el breve tiempo de su vida pública. Es imposible eliminar estos milagros o darles una explicación natural sin desmembrar todo el Evangelio y hacerlo incomprensible. Los milagros en el Evangelio tienen características inconfundibles. Jamás están para sorprender o para ensalzar a quien los realiza. Hoy algunos se dejan encantar al oír a ciertos personajes que dicen poseer poderes de levitación, de hacer aparecer o desaparecer objetos y cosas por el estilo. ¿A quién sirve este tipo de milagro, suponiendo que sea tal? A nadie, o sólo a uno mismo para ganar adeptos y dinero.
Jesús realiza milagros por compasión, porque ama a los demás: hace milagros también para ayudarles a creer. Obra curaciones para anunciar que Dios es el Dios de la vida y que al final, junto a la muerte, también la enfermedad será vencida y «ya no habrá luto ni llanto». Jesús no es el único que sana, sino que ordena a sus apóstoles hacer lo mismo detrás de Él: «Les envió a anunciar el Reino de Dios y a curar a los enfermos» (Lc 9,2); «Predicad que el reino de los cielos está cerca. Curad a los enfermos» (Mt 10,7 s.). Encontramos siempre las dos cosas a la vez: predicar el Evangelio y curar a los enfermos. El hombre tiene dos medios para intentar superar sus enfermedades: la naturaleza y la gracia. Naturaleza indica la inteligencia, la ciencia, la medicina, la técnica; gracia indica el recurso directo a Dios, a través de la fe, la oración y los sacramentos. Estos últimos son los medios que la Iglesia tiene a disposición para «curar a los enfermos»”. Hoy vemos mucha magia y pretendidos poderes ocultos de la persona que no son ni ciencia ni fe, sino charlatanería y campo abonado para la intervención del demonio. “No es difícil distinguir cuándo se trata de un verdadero carisma de curación y cuándo de su falsificación en la magia. En el primer caso, la persona jamás atribuye a poderes propios los resultados obtenidos, sino a Dios; en el segundo, la gente no hace más que alardear de sus pretendidos «poderes extraordinarios». Cuando por ello se leen anuncios del tipo: mago tal de no sé quién «llega donde otros fracasan», «resuelve problemas de todo tipo», «poderes extraordinarios reconocidos», «expulsa demonios, aleja el mal de ojo», no hay que dudar ni un instante: son grandes engaños. Jesús decía que los demonios se expulsan «con ayuno y oración», ¡no vaciando el bolsillo de la gente!”
¿Y si “no funciona”? ¿Hay que acudir a los astrólogos o brujos? “El poder de Dios no se manifiesta sólo de una manera –eliminando el mal, curando físicamente–, sino también dando la capacidad, y a veces hasta el gozo, de llevar la propia cruz con Cristo y completar lo que falta a sus padecimientos. Cristo redimió también el sufrimiento y la muerte: ya no es signo del pecado, participación en la culpa de Adán, sino instrumento de redención”. Se trata de un reino que no es de este mundo. Hoy se celebra la infancia misionera, sembrar en el corazón de los pequeños, con actividades a medida de sus posibilidades y edad, una preocupación por la evangelización del mundo y por la paz, pues la amistad con Jesús es un don tan precioso que no queremos egoístamente que sea para mí solamente, quiero dar a conocer el amor de Dios encarnado en Jesús, a mucha gente, por todos los medios. Extender esta gran luz “para los que yacían en región y sombra de muerte”, como decimos hoy: “una luz ha amanecido”. Vemos al Señor predicando que el Reino de los Cielos estaba cerca, y era necesario disponerse por la penitencia para ser dignos de él. Él es esa gran luz que muestra el camino de la vida eterna y la auténtica vida terrena, como hijos de Dios.
2. En relación con el Reino que Jesús está instaurando, Benedicto XVI nos habla de este reinado: “El contenido central del «Evangelio» es que el Reino de Dios está cerca. Se pone un hito en el tiempo, sucede algo nuevo. Y se pide a los hombres una respuesta a este don: conversión y fe. El centro de esta proclamación es el anuncio de la proximidad del Reino de Dios; anuncio que constituye realmente el centro de las palabras y la actividad de Jesús. Un dato estadístico puede confirmarlo: la expresión «Reino de Dios» aparece en el Nuevo Testamento 122 veces; de ellas, 99 se encuentran en los tres Evangelios sinópticos y 90 están en boca de Jesús. En el Evangelio de Juan y en los demás escritos del Nuevo Testamento el término tiene sólo un papel marginal. Se puede decir que, mientras el eje de la predicación de Jesús antes de la Pascua es el anuncio de Dios, la cristología es el centro de la predicación apostólica después de la Pascua”.
La teología ideologizada ha seguido otos derroteros, porque no cuenta con la fe ni tiene confianza en la tradición, y también algunos comentarios irónicos han colaborado en cierta imagen confusa que está en el ambiente, como la afirmación del modernista católico Alfred Loisy: «Jesús anunció el Reino de Dios y ha venido la Iglesia». «Reino de Dios», Reino de Cristo (es decir, inicio de la Iglesia). La proclamación del reino de Dios constituye el centro y la actividad de Jesús en su vida terrena antes de la Pascua. Después de la Pascua, sin embargo, el centro de la predicación apostólica es el reino de Cristo. ¿Hay distinción entre el Reino de Dios y el Reino de Cristo? ¿Se ha producido un alejamiento del verdadero anuncio de Jesús? El cambio de sujeto de reino de Dios por el de Cristo ¿supone la aparición de algo distinto? Para comprender el anuncio de Jesús en el Evangelio es útil considerar cómo se ha interpretado la palabra Reino en la historia de la Iglesia. Ratzinger, en su libro “Jesús de Nazaret” (cap. 3) nos habla de ello:
Los santos Padres interpretan el Reino de tres modos distintos aunque conexos:
a) el reino es Jesús mismo en persona (Orígenes);
b) el reino de se encuentra esencialmente en el interior de los hombres. “Esta corriente fue iniciada también por Orígenes, que en su tratado Sobre la oración dice: «Quien pide en la oración la llegada del Reino de Dios, ora sin duda por el Reino de Dios que lleva en sí mismo, y ora para que ese reino dé fruto y llegue a su plenitud... Puesto que en las personas santas reina Dios [es decir, está el reinado, el Reino de Dios]... Así, si queremos que Dios reine en nosotros [que su reino esté en nosotros], en modo alguno debe reinar el pecado en nuestro cuerpo mortal [Rm 6, 12]... Entonces Dios se paseará en nosotros como en un paraíso espiritual [Gn 3,8] y, junto con su Cristo, será el único que reinará en nosotros». La idea de fondo es clara: el «Reino de Dios» no se encuentra en ningún mapa. No es un reino como los de este mundo; su lugar está en el interior del hombre. Allí crece, y desde allí actúa.
c) el Reino de Dios y la Iglesia se relacionan entre sí estableciendo entre ambos una mayor o menor identificación. En la teología católica moderna se ha impuesto esta última interpretación eclesiológica, sin perder de vista las interpretaciones cristológica y mística. “Pero en la teología del siglo XIX y comienzos del XX se hablaba predominantemente de la Iglesia como el Reino de Dios en la tierra; era vista como la realización del Reino de Dios en la historia. Pero, entretanto, la Ilustración había suscitado en la teología protestante un cambio en la exégesis que comportaba, en particular, una nueva interpretación del mensaje de Jesús sobre el Reino de Dios. Sin embargo, esta nueva interpretación se subdividió enseguida en corrientes muy diferentes entre sí”.
La interpretación secularizada del Reino, con la pretensión de hacer aceptable el mensaje de Jesús a todos, despoja al Reino de su referencia divina y cristológica; el reino significaría un mundo en el que reina la paz, la justicia y la salvaguarda de la creación. Se ha pasado de una concepción teocéntrica y cristológica, a un reinocentrismo utópico, tarea común de todos los hombres y religiones.
Harnack hace entrar en la teología católica una contraposición entre el ritualismo del judaísmo (aspecto cultual) y lo que Jesús viene a proclamar, un mensaje estrictamente moral, de obras basadas no en un cumplir normas sino en el amor, so sería lo decisivo para entrar a formar parte del reino o quedar fuera de él. También sería el ritualismo más comunitario, de colectividad, y la vida de amor algo propio de la persona individual. Lógicamente, hay contradicciones internas en esta como todas las teorías que quieren encerrar la verdad del Evangelio. Luego otros le dieron al Reino un aire más escatológico (el fin del mundo estaba próximo, de la irrupción del nuevo mundo de Dios, de su soberanía). Bultmann probó aplicar la filosofía de Martin Heidegger: lo que cuenta es una actitud existencial, una «disposición permanente»; Jürgen Moltmann, enlazando con Ernst Bloch, desarrolló una «Teología de la esperanza» que pretendía interpretar la fe como una participación activa en la construcción del futuro.
“Entretanto se ha extendido en amplios círculos de la teología, particularmente en el ámbito católico, una reinterpretación secularista del concepto de «reino» que da lugar a una nueva visión del cristianismo, de las religiones y de la historia en general, pretendiendo lograr así con esta profunda transformación que el supuesto mensaje de Jesús sea de nuevo aceptable. Se dice que antes del Concilio dominaba el eclesiocentrismo: se proponía a la Iglesia como el centro del cristianismo. Más tarde se pasó al cristocentrismo, presentando a Cristo como el centro de todo. Pero no es sólo la Iglesia la que separa, se dice, también Cristo pertenece sólo a los cristianos. Así que del cristocentrismo se pasó al teocentrismo y, con ello, se avanzaba un poco más en la comunión con las religiones. Pero tampoco así se habría alcanzado la meta, pues también Dios puede ser un factor de división entre las religiones y entre los hombres.
Por eso es necesario dar el paso hacia el reinocentrismo, hacia la centralidad del reino. Éste sería, al fin y al cabo, el corazón del mensaje de Jesús, y ésta sería la vía correcta para unir por fin las fuerzas positivas de la humanidad en su camino hacia el futuro del mundo; «reino» significaría simplemente un mundo en el que reinan la paz, la justicia y la salvaguardia de la creación. No se trataría de otra cosa. Este «reino» debería ser considerado como el destino final de la historia. Y el auténtico cometido de las religiones sería entonces el de colaborar todas juntas en la llegada del «reino»... Por otra parte, todas ellas podrían conservar sus tradiciones, vivir su identidad, pero, aun conservando sus diversas identidades, deberían trabajar por un mundo en el que lo primordial sea la paz, la justicia y el respeto de la creación.
Esto suena bien: por este camino parece posible que el mensaje de Cristo sea aceptado finalmente por todos sin tener que evangelizar las otras religiones. Su palabra parece haber adquirido, por fin, un contenido práctico y, de este modo, da la impresión de que la construcción del «reino» se ha convertido en una tarea común y, según parece, más cercana. Pero, examinando más atentamente la cuestión, uno queda perplejo: ¿Quién nos dice lo que es propiamente la justicia? ¿Qué es lo que sirve concretamente a la justicia? ¿Cómo se construye la paz? A decir verdad, si se analiza con detenimiento el razonamiento en su conjunto, se manifiesta como una serie de habladurías utópicas, carentes de contenido real, a menos que el contenido de estos conceptos sean en realidad una cobertura de doctrinas de partido que todos deben aceptar.
Pero lo más importante es que por encima de todo destaca un punto: Dios ha desaparecido, quien actúa ahora es solamente el hombre. El respeto por las «tradiciones» religiosas es sólo aparente. En realidad, se las considera como una serie de costumbres que hay que dejar a la gente, aunque en el fondo no cuenten para nada. La fe, las religiones, son utilizadas para fines políticos. Cuenta sólo la organización del mundo. La religión interesa sólo en la medida en que puede ayudar a esto. La semejanza entre esta visión postcristiana de la fe y de la religión con la tercera tentación resulta inquietante”.
Después de este “paseo” por las teorías, añade: “Volvamos, pues, al Evangelio, al auténtico Jesús. Nuestra crítica principal a esta idea secular-utópica del reino era: Dios ha desaparecido. Ya no se le necesita e incluso estorba. Pero Jesús ha anunciado el Reino de Dios, no otro reino cualquiera. Es verdad que Mateo habla del «reino de los cielos», pero la palabra «cielo» es otro modo de nombrar a «Dios», palabra que en el judaísmo se trataba de evitar por respeto al misterio de Dios, en conformidad con el segundo mandamiento. Por tanto, con la expresión «reino de los cielos» no se anuncia sólo algo ultraterreno, sino que se habla de Dios, que está tanto aquí como allá, que trasciende infinitamente nuestro mundo, pero que también es íntimo a él”.
Jesús no quiere sólo indicarnos un camino hacia el cielo, sino también un modo de vivir aquí que es el mismo que luego estará plenamente en el cielo. Pero no es aquí su realización; es un reinado sin poder temporal: “hablando del Reino de Dios, Jesús anuncia simplemente a Dios, es decir, al Dios vivo, que es capaz de actuar en el mundo y en la historia de un modo concreto, y precisamente ahora lo está haciendo. Nos dice: Dios existe. Y además: Dios es realmente Dios, es decir, tiene en sus manos los hilos del mundo. En este sentido, el mensaje de Jesús resulta muy sencillo, enteramente teocéntrico. El aspecto nuevo y totalmente específico de su mensaje consiste en que Él nos dice: Dios actúa ahora; ésta es la hora en que Dios, de una manera que supera cualquier modalidad precedente, se manifiesta en la historia como su verdadero Señor, como el Dios vivo. En este sentido, la traducción «Reino de Dios» es inadecuada, sería mejor hablar del «ser soberano de Dios» o del reinado de Dios”.
A lo largo del año, y también en las lecturas del Antiguo Testamento, se va perfilando el alcance de este Reino, y el camino de su realización (en la persona de Jesús, en sus parábolas). “Metodológicamente es inadmisible reconocer como «propio de Jesús» sólo un aspecto del todo y, partiendo de una semejante afirmación arbitraria, doblegar a ella todo lo demás. Tenemos que decir más bien: lo que Jesús llama «Reino de Dios, reinado de Dios», es sumamente complejo y sólo aceptando todo el conjunto podemos acercarnos a su mensaje y dejarnos guiar por él”.
La Iglesia tiene esta misión de “anunciar el Reino de Cristo y establecerlo en medio de las gentes” (LG 5), mostrar a Jesús, con la vida de los santos: la Iglesia misma constituye en la tierra el germen y principio de este Reino. Por otro lado es sacramento, signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano, ella es, por tanto, “el Reino de Cristo presente ya en el misterio” (LG 3), pero solamente en germen e inicio, apuntando a su realización definitiva que llegará con el fin y el cumplimiento de la historia. De los textos bíblicos y los testimonios patrísticos, así como de los documentos de Magisterio no se deducen significados unívocos para las expresiones Reino de los Cielos, Reino de Dios, y Reino de Cristo, ni de la relación de los mismos con la Iglesia. Se pueden dar diversas explicaciones, pero sin negar o vaciar de contenido en modo alguno la íntima conexión entre Cristo, el Reino y la Iglesia. En efecto “el Reino de Dios que conocemos por revelación no puede ser separado ni de Cristo ni de la Iglesia… si se separan de la persona de Jesús no es este ya el reino de Dios revelado por Él y se termina por distorsionar tanto el significado del Reino como la identidad de Cristo. Asimismo, el Reino no puede ser separado de la Iglesia; ciertamente ésta no es un fin en sí misma, está ordenada al Reino de Dios, del cual es germen, signo e instrumento. Sin embargo, a la vez que se distingue de Cristo y del Reino, está indisolublemente unida a ambos” (Juan Pablo II, “Redemptoris missio”, 8; cf. Declaración “Dominus Iesus”, 4,5.18).

domingo, 22 de enero de 2012

Domingo III del Tiempo ordinario, ciclo B: Jesús anuncia el Reino de Dios y nos llama a seguirle, a través de una conversión del corazón, una apertura

Domingo III del Tiempo ordinario, ciclo B: Jesús anuncia el Reino de Dios y nos llama a seguirle, a través de una conversión del corazón, una apertura a la Buena Nueva

Lectura del Profeta Jonás 3,1-5. 10. En aquellos días, vino de nuevo la Palabra del Señor a Jonás: -Levántate y vete a Nínive, la gran capital, y pregona allí el pregón que te diré. Se levantó Jonás y fue a Nínive, como le había mandado el Señor. (Nínive era una ciudad enorme; tres días hacían falta para atravesarla.) Comenzó Jonás a entrar por la ciudad y caminó durante un día pregonando: -Dentro de cuarenta días Nínive será arrasada. Los ninivitas creyeron en Dios, proclamaron un ayuno, y se vistieron de sayal, grandes y pequeños. Cuando vio Dios sus obras y cómo se convertían de su mala vida, tuvo piedad de su pueblo el Señor, Dios nuestro.

Salmo 24,4bc-5ab.6-7bc. 8.9: R/. Señor, instrúyeme en tus sendas.
Señor, enséñame tus caminos, / instrúyeme en tus sendas. / Haz que camine con lealtad; / enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador.
Recuerda, Señor, que tu ternura / y tu misericordia son eternas; / acuérdate de mí con misericordia, / por tu bondad, Señor.
El Señor es bueno y es recto, / y enseña el camino a los pecadores; / hace caminar a los humildes con rectitud, / enseña su camino a los humildes.

Lectura de la primera carta del Apóstol San Pablo a los Corintios 7,29-31. Hermanos: Os digo esto: el momento es apremiante. Queda como solución: que los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran; los que lloran, como si no lloraran; los que están alegres, como si no lo estuvieran; los que compran, como si no poseyeran; los que negocian en el mundo, como si no disfrutaran de él: porque la presentación de este mundo se termina.

Lectura del santo Evangelio según San Marcos 1,14-20. Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: -Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios: Convertíos y creed la Buena Noticia. Pasando junto al lago de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que eran pescadores y estaban echando el copo en el lago. Jesús les dijo: -Venid conmigo y os haré pescadores de hombres. Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Un poco más adelante vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca repasando las redes. Los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon con El.

Comentario: 1. Jon 3,1-5.10: El autor del libro de Jonás es el primero en liberarse de los límites estrechos de una benevolencia hacia Israel y castigo para los demás. Cree que un rey pagano puede convertirse lo mismo que un rey hebreo (Jon 3, 5-8), mejor incluso que algunos reyes de Israel o de Judá que se negaron a reconocer sus errores (Jr 36, 24). El relato recrimina a los judíos su lentitud en convertirse (cf. Jr 7, 25-26; 25, 4; 26, 5), cuando los paganos se convierten al primer requerimiento (v. 5) y sin necesidad de que intervenga ningún signo particular. Todo hombre, cualquiera que sea, está llamado a arrepentirse, y el perdón de Dios está a disposición de todos (como nos revelará en plenitud Cristo en el Evangelio de hoy y otros lugares: Mt 12, 38-42). El episodio de Jonás pone bien en relieve las condiciones psicológicas indispensables para el encuentro del otro y, por tanto, para la evangelización. Así como los esclavos desean por encima de todo la libertad, los trabajadores no quieren paternalismo de sus jefes sino respeto, hemos de ir con buenas disposiciones de respeto a la libertad de cada uno, a recordar a cada uno su dignidad, anunciar sin dogmatismos la buena nueva a todos (Maertens-Frisque).
El libro de Jonás no es un relato histórico, sino didáctico (aunque pudo tener como referentes personajes anteriores históricos, y transformarlos en el estilo). En 2 Reyes 14, 25 nos encontramos con un Jonás, contemporáneo de Amós y de Jeroboam II (s. VIII a. C.), pero nada tiene que ver con el personaje de este libro escrito unos cuantos siglos después (época después del destierro). Mediante esquemas y repeticiones, el autor de esta pequeña obra sólo nos quiere inculcar que Dios es, ante todo, misericordioso, perdona a todos, incluso a los paganos, con tal que se conviertan. -Los caps. 3,1-4,4 forman una unidad literaria concéntrica cuyo núcleo es el edicto del rey ordenando ayuno y penitencia (3, 6-9). Dios habla con Jonás (3, 1-2) y le responde (4, 4); Jonás en Nínive (3, 3-4) y su lamentación al Señor (4, 1-3); efectos de su predicación (3, 5) y consecuencias de la penitencia realizada (3, 10). vv 1-3: Nínive, capital del imperio, era el símbolo de la opresión e injusticia contra Israel (cf. cap. 1). Los descubrimientos arqueológicos han confirmado que Nínive era una gran metrópoli (la distancia entre dos de sus puertas de entrada eran de 4 kms.), aunque no tanto como recalca el v. 3. Como centro de corrupción y de hostilidad juega, para el autor, el mismo papel que Babilonia en el relato de la torre de Babel (Gn 11, 1-9). Aquí es enviado Jonás a predicar por segunda vez. Por contraposición al primer mandato (cap. 1: Jonás huye en vez de obedecer), aquí se dirige a cumplir su misión. Dios ha vencido la obstinación de Jonás, pero no se dice para nada que éste haya accedido gustosamente.
-v. 4: "Dentro de 40 días, Nínive será arrasada". Este es el escueto mensaje de Jonás, breve, frío..., en nada parecido a la predicación profética. El número 40 es tiempo de espera, de preparación: 40 días dura el diluvio, 40 años es la etapa de prueba del desierto, 40...
-v. 5:Efectos de la predicación de Jonás. Los extraños creen (he'emin) y se arrepienten mientras que el pueblo de Israel no hace caso a su palabra profética (Is 7, 9; 28, 16); los ninivitas se apoyan en Dios, lo toman en serio. El encuentro personal con el Señor es el centro de toda auténtica religiosidad, traduciéndose esta fe en obras concretas: ayunos, vestir el sayal... (gestos penitenciales, de arrepentimiento). La penitencia llega hasta el palacio real, ya que el rey cambia su trono por la ceniza, su manto por el sayal..., y manda promulgar un edicto para que todos hagan penitencia y se conviertan al Señor (vv. 6-9). El bando termina con las palabras "tal vez Dios..."; el perdón es puro don divino.
-v. 10: Y ante este volverse de los ninivitas de su mala conducta, Dios también se vuelve de la anunciada amenaza y concede su perdón. El Señor no quiere la muerte del hombre, sino su vida; la misericordia divina prevalece siempre sobre su justicia. Y no sólo se reserva a Israel, sino que abarca al mundo entero. Así, el mensaje divino es aceptado por el mundo pagano (A. Gil Modrego).
Nínive se convierte, y es emblemático y causa de sorpresa y contraste evidentes. Porque muchas veces Israel no ha hecho caso de amenazas y promesas, mientras que uno de sus peores enemigos (enemigo del pueblo de Dios) se convierte con humildad y fervor. Las apariencias engañan: Nínive ha comprendido mejor al Dios de Israel, que Israel mismo. También llama la atención, como en otros lugares de la Escritura, que "Yavé se arrepiente". Esto es una contraposición respecto a lo que puede significar el destino ciego. Una amenaza pierde su efecto por medio de la penitencia; una promesa, por medio del pecado (Ex 32, 14; Jer 18; Am 7,3). Y esto hay que diferenciarlo bien de la veleidosa o caprichosa voluntad humana, en la que no se puede confiar (Núm 23, 19; I Sam 15, 29; “Eucaristía 1988”).
Las escrituras cuneiformes nos informan de la penitencia pública de los asirios, que se extendía incluso a los animales domésticos; Herodes nos dice que ésta era también la costumbre de los persas. Pero los signos de penitencia no valen nada sin la conversión interior, sin el cambio del corazón y de la vida. El autor nos dice que los ninivitas se convirtieron de su mala conducta (“Eucaristía 1985”). El tema fundamental de la lectura de Jonás es la conversión. El vocablo griego tiene una fuerza metafórica y realista. Metanoia quiere decir literalmente: cambio de mente. La conversión es, por tanto, un tema de pellejo para adentro, un tema tan serio y grave como puede ser cambiarse uno de cabeza; es decir, dejar las viejas categorías de enjuiciar y pensar para tomar nuevos criterios y cánones nuevos para ver la vida y sus problemas. También la palabra latina tiene fuerza etimológica: conversión, convertirse, quiere decir volverse. (En esto sigue el término hebreo): Es decir: desandar el camino, poner los pies donde está la cabeza y poner la cabeza donde están los pies. Se trata, en definitiva, de tomarse a sí mismo como el carnicero toma la res para despellejarla: agarrar la piel por la cabeza y sacarle por la cola. Podemos destacar en primer lugar el cuerpo del delito: la ciudad de Nínive. A partir de este relato es una ciudad mítica, la ciudad del pecado y el olvido. No se nos dicen los pecados de que Nínive era culpable. Se afirma sin más el pecado de la ciudad; todos sus miembros, desde el rey hasta el último animal, son parte responsable. Muchos cristianos no entramos en trance de conversión porque nos falta la conciencia de esta dimensión social del pecado. Para muchos de nosotros, el horizonte queda reducido exclusivamente a "nuestros" pecados. Por eso, cuando creemos estar libres de culpas más o menos graves, tomamos como cosa de otros este tema de la conversión. Nos falta responsabilidad y conciencia de culpa con respecto a la Nínive -la ciudad del pecado, el mundo de la guerra y la opresión- en que estamos viviendo. Tal vez reconocemos que hay muchos cosas mal a nuestro alrededor, pero nadie se solidariza con ellas y nadie sale fiador de ellas. Esta concepción que tenemos del pecado del mundo repugna con la lectura que hoy comentamos y con una postura que en la Biblia está claramente definida. Al escuchar las palabras de Jonás, el rey de Nínive no es consciente de sus pecados ni de los pecados de su pueblo; no sabe quién o quiénes son los culpables. Y sin embargo, se solidariza él y toda la ciudad en un sentimiento de conversión, ayuno y oración colectivos.
Subrayemos el paralelismo que existe entre Jonás y Elías (1 Re 19,4). Los dos, sentados a la sombra fuera de la ciudad, están tristes y desengañados. Pero mientras Elías lamenta la actitud del rey y del pueblo hacia Dios, Jonás se aflige por su fracaso, pese a que ha significado un éxito para Dios. La única razón de su dolor reside en la estrechez de sus ideas… También podríamos subrayar el carácter condicional de los vaticinios proféticos, cosa que debía de ser desconcertante para la mentalidad de aquella época. El antiguo oriente creía en la eficacia casi mágica y autónoma de la palabra profética. Además, esta palabra se confundía con la palabra divina, que tenía una trascendencia o, al menos, cierta autonomía de acción (Os 6,5). Por eso se tenía la impresión de que el oráculo profético entrañaba algo de inevitable. Jeremías (18,7-12) había enseñado ya que el anuncio del castigo estaba condicionado a la conversión. Pero al hombre Jonás, como al resto de los hombres, no le resulta fácil aceptar ideas nuevas (J. Aragonés).
«Por segunda vez fue dirigida la palabra del Señor a Jonás en estos términos: 'Vete a Nínive, la gran ciudad, y proclama lo que yo te diga'» (4,1). Como si no hubiera pasado nada, como si fuera la primera vez... Y Jonás se fue a Nínive y predicó allí. Y cuando Nínive se convirtió, Jonás se disgustó mucho y se quejó a Dios, cosa que a nosotros, tan deseosos de éxitos apostólicos, nos parece extrañísimo: «¡Ay, Yahvé! ¿No es esto lo que yo decía cuando estaba todavía en mi tierra? Por eso me apresuré a huir a Tarsis. Porque bien sabía yo que tú eres un Dios entrañable y misericordioso, tardo a la cólera y rico en amor, que se arrepiente del mal...» Esas palabras son el nudo que revela todo el secreto del relato y cuál fue la ruptura que se le pidió a Jonás: tenía que dejar atrás todas sus ideas sobre Dios y vincularse a alguien que le llevaba más allá de sus fronteras y le dejaba en una intemperie amenazadora y vacía de seguridades. A eso se resistía Jonás, porque no era a Nínive a quien temía, sino a Dios; y no era su cólera lo que le atemorizaba, sino su amor incontrolable y desmesurado. Pobre Jonás, o dichoso Jonás, a quien Dios quiso elegir como compañero de juego y le fue ganando, una a una, todas las partidas, hasta darle un jaque mate en el que, misteriosamente, fue el vencido quien salió ganando...!
De Tarsis a Nínive… Dios no tuvo en cuenta sus anteriores cobardías… Cuando nuestras viejas ideas sobre Dios han caído, y las maneras de servirle cambiado, y los lugares en que hacernos presentes se han ampliado... ¿nos tambalearon las seguridades, y el sistema de creencias que creíamos inamovible se reveló incapaz de sostenernos? La sociedad ha cambiado, hemos visto crisis y sacudidas, y mucha gente se nos quedó por el camino. Y, a lo mejor, después de la tormenta, creímos que al fin estábamos seguros en el vientre de la ballena, y pensamos: «gracias a Dios, ya ha pasado el alboroto de la renovación, ya hemos alcanzado la estabilidad… ya casi no nos calificamos unos a otros de 'tradicionales' o 'progresistas'». Pero, de pronto, puede sorprendernos la evidencia de que aquello no había sido más que una etapa, y que ahora la ballena nos ha vomitado en la Nínive de un mundo técnico y secularizado en el que Dios parece estar ausente y al que las palabras que nosotros pronunciamos le son prácticamente indescifrables y los valores que tratamos de anunciar le resultan arcaicos e irrelevantes. Nuestros hábitos culturales se sienten amenazados; no ejercemos como antes el liderazgo moral; tenemos delante problemas para los que desconocemos la respuesta; nos resistimos a ser tragados por la «invisibilidad social»... Por eso nos acomete la tentación de huir a una «Tarsis» que puede tener muchos nombres y llamarse refugio en nuevas sacralizaciones, restauracionismo, individualismo, fuga hacia el espiritualismo, encerramiento en pequeños mundos, dependencia, instalación, repetición de esquemas ya fijados, dogmatismo, nostalgia, pesimismo, vuelta al normativismo y al moralismo... Pero, lo mismo que Jonás, podemos escuchar una llamada persistente que vuelve a invitarnos a correr la aventura de Nínive, a aceptar el riesgo de una vinculación nueva a un Dios desconcertante que nos empuja a ir más allá de lo conocido, que está queriendo desplazarnos más allá, hacia los desiertos, las periferias y las fronteras, allí donde está su humanidad más herida y donde sus hijos, por debajo de la apariencia de la intrascendencia y del divertimento, viven la brecha abierta de la pregunta por el sentido y el silencio vacío que espera una Palabra. Son “ninivitas” bastante reacios a convertirse en objeto de nuestro apostolado y no parecen necesitar mucho de nuestras instituciones, nuestras enseñanzas, nuestra predicación o nuestras respuestas; pero con ellos podemos hablar el lenguaje del servicio, de la presencia, del diálogo, del testimonio, del anuncio gratuito, de la disponibilidad para hacer camino con ellos y aguantar juntos la incertidumbre y la dureza de la vida. Quizá nos estamos resistiendo a todo eso que nos aleja de un territorio que nos era familiar; pero muchas de las insatisfacciones que sentimos y de los problemas de los que nos quejamos («estamos tan mayores, no tenemos vocaciones, hay muchas dificultades...») pueden ser como la tormenta, la ballena, el gusano que secó el ricino de Jonás o el viento solano que le abrasó la cabeza. Y, lo mismo que para él, pueden tener la función pedagógica de forzarnos a dar la vuelta de nuestros Tarsis, decidirnos a entablar diálogo con Nínive y, sobre todo, perderle el miedo a ese Dios que asedia nuestra vida a través de los extraños caminos de su gracia (Dolores Aleixandre).
2. Salm 24: Nos encontramos ante un salmo que respira una ferviente piedad personal. Y ante una oración más bien curiosa. En realidad el procedimiento adoptado para su composición es el llamado alfabético. Es decir, que el autor para componer el salmo sigue la sucesión de las letras del alfabeto. El primer versículo corresponde a la primera letra. Y así sucesivamente..., respetando rigurosamente el orden. Es una alabanza con todas las letras, es decir completa (que hemos comentado ya en otros momentos). “‘Vias tuas, Domine, demonstra mihi, et semitas tuas edoce me’; Señor, indícame tus caminos, enséñame tus sendas. Pedimos al Señor que nos guíe, que nos muestre sus pisadas, para que podamos dirigirnos a la plenitud de sus mandamientos, que es la caridad” (San Josemaría).
3. 1 Co 7, 29-31: Este breve pasaje forma parte de una larga argumentación de Pablo encaminada a explicar a sus lectores que, desde Jesús, el matrimonio, aun cuando sigue siendo bueno, ya no es algo absoluto, y que la relación de los sexos no se resuelve ya tan solo en la unión conyugal, también en el encuentro personal de cada uno con el Señor.
a) El argumento principal mediante el que Pablo relativiza, por una parte, la institución matrimonial remite a la nueva concepción del "tiempo" nacida de la venida en el tiempo del Dios hecho hombre: el "tiempo se hace corto" (v. 29) y "pasa la figura de este mundo" (v. 31). En el A.T., el matrimonio representa la institución ideal mediante la cual el hombre, de generación en generación, proseguía la obra de la creación para llevarla a la recreación prevista para los últimos tiempos. Mas esos tiempos han llegado: a partir de Cristo, Dios está presente en la humanidad y en el universo de tal forma que los transfigura progresivamente hasta su divinización. El matrimonio no deja, pues, de ser la institución ideal mediante la que el hombre presta su colaboración en la creación y en la historia, una colaboración ya recompensada, puesto que de ahora en adelante significa la presencia de Dios en los últimos tiempos. Pero la institución matrimonial no es ya exclusiva: ahora que Dios está ya presente en todas las cosas y en todos los hombres a través de la mediación de Cristo, el matrimonio no es ya el único medio de que la humanidad llegue hasta ese encuentro con Dios, y la virginidad puede también, y mejor incluso que el matrimonio, testificar la presencia de Dios.

b) Por lo demás, todo acontecimiento de la vida, triste o feliz, en Jesús, es relativizado y el cristiano debe poder mantener sus distancias respecto a él (vv. 30-31). Una vez que Dios ha penetrado en la historia, ésta ha alcanzado su término en el sentido de que todas las instituciones y todos los acontecimientos no sólo andan en busca de los últimos tiempos, sino que son el signo de la presencia escatológica de Dios. Habiendo alcanzado así su término, instituciones y acontecimientos se relativizan y permiten al hombre adoptar una actitud libre respecto a ellos con tal que esa libertad le venga de su fe en su participación en los últimos tiempos. No se trata de rechazar la institución y de desligarse con desdén del acontecimiento: Pablo no es un encratita ni un estoico: se trata tan sólo de percibir con lucidez la finalidad de estas cosas y de acomodarse a ella mediante la continencia o un tipo nuevo de uso de las cosas del mundo (Maerens-Frisque). El que ha descubierto la urgencia y la importancia del Evangelio y se ha convertido al reinado de Dios que se acerca, no puede instalarse ya en este mundo. No puede llorar como si no hubiera consuelo para sus lágrimas, no puede reír como si ya hubiera hallado la felicidad completa, no puede trabajar o negociar como si esto fuera su verdadera vocación y destino... Si llora, si ríe, si negocia... debe hacerlo como si no lo hiciera, "porque la presentación de este mundo se termina". El adviento de Dios en Jesús pone coto y medida al mundo y a todo lo que hacemos en él, y así, nos libera de todos los falsos absolutos. El cristiano ha de vivir en este mundo y ocuparse de este mundo, pero con reservas, o si se quiere, con esperanza. Pablo no quiere decirnos que vivamos en el mundo con la indiferencia y la apatía de los estoicos, sino que pongamos las cosas en su sitio y, por encima de todas, el reinado de Dios que se acerca (“Eucaristía 1982”). Las palabras de Pablo sólo se comprenden desde la situación especial en la que se encontraba la comunidad cristiana de Corinto y desde la situación fundamental de los que esperan el advenimiento del Reino de Dios. La comunidad de Corinto estaba dividida en grupos y en intereses opuestos. San Pablo sale al paso de todos los extremismos y particularismos haciendo una llamada común al realismo cristiano: cualquiera que sea el estado y la posición de los cristianos en el mundo, la verdad es que este mundo pasa y no vale la pena de afincarse cada uno en su propia situación. La esperanza escatológica que deben tener todos los creyentes, supera las diferencias que nos dividen y nos condicionan. San Pablo no predica un cristianismo instalado en las contradicciones de este mundo, sino todo lo contrario. Pues el anuncio de la pronta venida del Señor nos obliga a todos a vivir en el desarraigo. Sin esa actitud no es posible la paz en la comunidad cristiana. Sentir que este mundo pasa y que nada permanece no implica necesariamente el pesimismo. Si este viejo mundo pasa es para dar lugar a la nueva tierra y al nuevo cielo. Tampoco se recomienda el absentismo de las realidades terrenas. Esto sería una alienación. San Pablo no dice que no lloremos, que no tengamos mujer, que no compremos... sino que nada de eso lo hagamos como si fuera la razón y el sentido último de nuestras vidas. El absolutizar cualquiera de estas cosas que pasan sí es una alienación (“Eucaristía 1973”). Las presentes frases están dichas en el marco del discurso fundamental sobre el matrimonio y la virginidad, que Pablo desarrolla en este capítulo, y que se refieren a lo que ha de ser la actitud del hombre a causa de la espera del final de los tiempos. La brevedad del tiempo que queda exige un desprendimiento interior respecto del mundo: las situaciones y quehaceres exteriores requerirán seriedad, pero frente a ellas hay que ser y sentirse libres. Porque a la vista de la venida del Señor todas las ataduras terrenales pierden importancia. En realidad, la auténtica seriedad ha de estar dirigida hacia el Señor. Y esto es mucho más fácil para el no-casado, que para el casado ya que aquél no está dividido en su corazón, encontrando menos impedimentos para el "ser santo en cuerpo y espíritu". Dentro de estos pensamientos no se expresa desprecio alguno por el orden terreno, ni siquiera por el matrimonio; únicamente se hace clara la conciencia de que el hombre, ya en su existencia actual, está ordenado al mundo venidero y a la plenitud del reino de Dios, de manera que en cualquier circunstancia de esta vida tiene que tomar una actitud en correspondencia. El cristiano está situado en tensión entre su condición de necesariamente "comprometido" con el estado actual del mundo y con su conocimiento de lo que está por venir, o sea, en una palabra, con esa "creación expectante que está aguardando la plena manifestación de los hijos de Dios" (Rom 9, 19). Cualquier sobrevaloración de las realidades terrenas, sea matrimonio, alegría o pena, negocio o cambio no es más que una pérdida de lo definitivo y confiable. El cristiano y la iglesia, en el reconocimiento de todos los valores y tareas intramundanas, están llamados a ser signos y testigos de la venida del Señor. Si se tiene en cuenta la situación concreta de la comunidad de Corinto, se comprenderá la intención del Apóstol, que no quiere "tenderle un lazo", sino decirle "lo mejor" (“Eucaristía 1988”). Cuando Pablo escribe estas palabras, la comunidad de Corinto se hallaba dividida en diferentes grupos e intereses opuestos. Pablo invita a los corintios a que adopten una actitud coherente con su esperanza en el adviento del Señor. De esta suerte quiere ayudarles a que unos y otros sepan relativizar sus opciones y posiciones temporales y hagan así posible la unidad y la convivencia. Evidentemente, Pablo no predica un cristianismo instalado en las contradicciones sociales: todo lo contrario, pues aconseja vivir en el desarraigo y en la conciencia de que pasan todas las formas de este mundo. El "como sí..." de Pablo no es indiferencia que deja las cosas como están, sino la fuerza de la esperanza cristiana que nos ha sido dada para descongelar todo fixismo. Tampoco predica la apatía de los estoicos. Pablo sabe muy bien que unos ríen y otros lloran; pero ni los primeros deben absolutizar su dolor como si no tuviera remedio, ni los segundos deben reír y gozar con plena satisfacción mientras haya una sola lágrima en el mundo. Pablo entiende que el hombre anda despistado y se pierde cuando se agarra a lo que tiene y absolutiza cualquiera de las cosas que pasan (“Eucaristía 1985”). Tras haber puesto en claro la actitud a seguir con un incestuoso consentido en la comunidad de cristianos (5, 1-13) y la actitud del cristiano frente a su propia sexualidad (6, 12-20; 7), Pablo concluye diciendo: "el tiempo es corto". Cualquiera que sea el lapso de tiempo que quede por correr hasta la parusía, el tiempo futuro está ya de algún modo presente. De ahí que el creyente tenga que mantenerse en la sana tensión del que espera algo definitivo que se acerca. El apóstol ha hablado ampliamente durante casi todo el cap. 7 sobre la ética sexual y matrimonial. Esta conclusión que saca aquí no es un desdecirse de lo anterior o despreciar el estado matrimonial. Sino que quiere dejar bien claro que hasta lo más importante para el hombre, como es su propia situación familiar y afectiva, tiene que ser orientada al reino, porque, al fin y al cabo, lo importante es ser fiel al don de Jesús. Tenemos aquí evidentemente un precioso estilo oratorio que apunta a una idea general. Viene a decir Pablo: Supuesto que el cristiano tiene como meta lo último, la manifestación de Jesús, su vida ha de moverse en ese horizonte; que tanto su alegría como su llanto encuentren su sitio y su contexto en el marco del reino. Toda la vida del creyente tiene que tener este matiz cristiano y escatológico si quiere rendir al máximo en su camino de fe. Corinto era una ciudad particularmente rica, centro comercial de primera importancia. Incluso en la comunidad de cristianos había, al parecer, algunos hombres ricos (cf. cap 11). Por eso Pablo dice con claridad: está fuera del contexto cristiano quien tiene la sensación de seguridad en sus propias negocios. Al fin y al cabo la única seguridad es Jesús. No tiene más probabilidades de éxito el rico, ya que el reino no tiene nada que ver ni con el dinero ni con la posición social. Con esta conclusión no invita Pablo a un desentendimiento sin más de las realidades presentes. Sino a un trabajo humano pero cristiano, con la óptica de Jesús y del reino. Esto hará precisamente que el trabajo cristiano adquiera una dimensión nueva y fructífera en favor de todos (“Eucaristía 1979”). "La presentación de este mundo se termina" dice san Pablo. Pero terminará la presentación de un mundo fundado en valores caducos, provisionales. Esta "provisionalidad" de las cosas que nos rodean hará que el cristiano viva un cierto tipo de "humor". Porque las cosas no son del todo "serias". Este mundo que se deshace entre las manos no nos puede hacer ni llorar del todo, cuando nos es adverso, ni reír y gozar del todo, cuando parece favorable. Por eso el cristiano conserva una "agilidad" especial que le permite actuar y estar presente en todos los acontecimientos, pero sin quedar aprisionado y encallado en los valores transeúntes. Así lo comenta S. Agustín: “Poned la mirada en el último día, en el de la venida del Hijo del Hombre, porque ha de encontrar viviendo mal a los que ahora están seguros, aunque con una falsa seguridad; se hallan seguros en los placeres del mundo, cuando deberían estarlo por haberlos sometido. El Apóstol nos preparó para aquella vida. Éstas son sus palabras: “Por lo demás, hermanos, el tiempo es corto; sólo queda que los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran, y los que compran como si no comprasen, los que se gozan como si no se gozasen, los que lloran como si no llorasen y los que disfrutan de este mundo como si no disfrutasen, porque la figura de este mundo. Quiero que estéis sin preocupaciones” (1 Cor 7,29-32). El que pone todo su gozo y toda su felicidad en comer, en beber, en estar casado, en comprar, en vender, en disfrutar de este mundo, está ciertamente sin preocupaciones, pero se halla fuera del arca. ¡Ay de él cuando llegue el diluvio! Por el contrario, el que come y bebe o hace otra cosa, y la ejecuta para gloria de Dios; y, si tiene que soportar alguna tristeza debida a las cosas humanas, llora de tal modo que interiormente se goza con la esperanza; y, si le sobreviene algún gozo originado por las cosas terrenas, de tal modo se goza que teme espiritualmente en su interior, y, por lo tanto, no se entrega de lleno a la felicidad para no ser pervertido, ni a la adversidad para no quedar quebrantado, lo cual es llorar como si no llorase y gozarse como si no se gozase; el que, teniendo esposa, compadeciéndose de la flaqueza de ella, da pero no exige el débito; o si por su propia debilidad se casa, pero más bien se lamenta por no poder pasar sin la mujer que se goza por haberse casado; el que vende lo que sabe que, si lo retuviese, no le haría feliz; el que conoce que pasa todo lo que compra, y, por lo tanto, no presume de los bienes en que abunda y le rodean, y emplea lo que tiene en obras de misericordia con quien nada tiene, para recibir también él mismo lo que no tiene de manos de quien tiene todas las cosas; todos estos esperan confiados el último día, porque no están fuera del arca. Ya son contados entre las maderas incorruptibles con las que se fabrica. No teman, pues, al Señor que ha de venir; antes bien, espérenlo y deséenlo, pues su venida no le aportará el castigo, sino la eliminación de las fatigas. Todo esto se consigue en el deseo de aquella ciudad. Luego lo que encarece el evangelio se logra con el deseo de esta ciudad a la que canta el salmo”.
4. Mc 1, 14-20 (par. Mt 4, 18-22). Dios quiere que su reino en la tierra se haga realidad, como fruto de la "conversión" que la llegada del reino solicita (cf. Mc 1, 15), aquí anunciada por el profeta. Reino que será de justicia, de verdad, de paz y de gracia, que es posible si el hombre es capaz de volver los ojos hacia Dios para tener vida, una vida plena, total. Es la Salvación. Este Reino no viene con nuestro esfuerzo, no lo ganamos nosotros con nuestra lucha, como tendremos ya experiencia. Tampoco es algo que nos ofrece mágicamente. Dios no es un hada que usa su varita para arreglar nuestros problemas sólo porque le caemos en gracia. Dios no alimenta la vagancia ni sustituye al hombre para que durmamos plácidamente mientras Él se responsabiliza de nuestro destino. Si las cosas no cambian con nuestra lucha y esfuerzo o por el progreso, si tampoco nos va a venir como lluvia caída del cielo. Convertirse es cambiar. Cambiar nuestra forma de ser, abandonar los modos de convivencia que tenemos, nuestros criterios de actuación, nuestra forma de valorar a la gente, nuestras concepciones religiosas legalistas, dejar de querer aprovechar las ventajas que tenemos sobre los otros, superar nuestros esquemas de amistad y enemistad, no empeñarnos en querer ser y tener más que los otros, preocuparnos y ser más sensibles de las necesidades, angustias y problemas de todos. Cambiar nuestro interior, lo profundo de nuestra personalidad. Cambiar nosotros mismos. Creer es pensar lo tremendamente positivo y bueno que sería para los hombres una vida de hermandad, de colaboración, de confianza. Es ver lo bonito de esta vida nueva que podríamos comenzar a experimentar. Darse cuenta que merece la pena por los resultados a los que lleva. La fe ya no es vivir sometidos a unas normas para después de morir ganarse el cielo. Es confiar en que Dios va a hacer algo grande para que podamos vivir bien todos, antes y después de la muerte (“Dabar 1982”). Probablemente la “conversión” es el núcleo del evangelio de hoy y -en buena parte- de todo el Evangelio de Marcos. Me atrevería a proponer que la predicación de estos cuatro domingos tuviera como intención de fondo el ofrecer una alternativa al generalizado escepticismo que explícitamente tenemos muchos cristianos respecto a nuestra capacidad de convertirnos y de anunciar el Evangelio. El cristiano de hoy vive en solitario su fe, es normal que le suene un poco a música celestial las exhortaciones a la radicalidad evangélica, no tanto porque la sociedad esté "en contra de" los valores evangélicos sino porque está "al margen de" ellos. La denominada "postmodernidad" se caracteriza por su escepticismo ante los grandes valores, por la crisis de las utopías, por el convertirse hacia las pequeñas satisfacciones, hacia los valores sencillos y cotidianos. La Iglesia ya no vive el fervor posconciliar y la sociedad del progreso -de los años sesenta- ha hecho crisis. Las explicables/necesarias preocupaciones son conservar u obtener un trabajo para subsistir, evitar los conflictos excesivos en la vida familiar... Los políticos hablan ya sólo de "lo posible" (entre reconversiones, ajustes, etc). En este contorno es normal que el cristiano tienda a vivir su fe sólo como algo privado, simplemente a conservar. Con un hondo escepticismo respecto a su capacidad de comunicarlo, quizá renunciando a que su fe impregne/transforme toda su vida (¿cómo la transformará si su vida es en gran parte simple subsistencia en el cotidiano "ir tirando"?). Nos sale pedir "el pan de cada día", pero no resuenan en la realidad pedir la venida del Reino. Y, sin embargo, el Jesús de Marcos une el Reino con el pan. Toda homilía debería tener en cuenta esta situación actual, comprenderla para ayudarla, y así ofrecer elementos de posible optimismo. Pienso que el evangelio de hoy -y de estos cuatro domingos- puede ofrecer ocasión para esta "animación" de la fe. El evangelio de hoy nos dice que el vivir cristiano pide conversión y pide sumarse al anuncio de la gran Buena Noticia de Jesús (el Reino/Amor de Dios está ahí, presente, al alcance, puede cambiar/enriquecer nuestra vida). Pero -¡atención!: ahí está el punto clave entonces y ahora -esta conversión y este sumarse al anuncio no se identifica con una "perfección" del seguidor de Jesús, con un automático/milagroso identificarse del seguidor con Jesús: Marcos insistirá continuamente en que los discípulos no entendían/compartían la acción y persona de Jesús. Pero lo importante -lo decisivo- es ponerse a seguir a Jesús, es abrirse a su Buena Noticia de esperanza, es procurar compartir su acción liberadora en favor -en amor-de los demás (evangelio de los domingos 5 y 6). En una palabra: la conversión/anuncio son fruto del seguimiento, no al revés. Y al seguimiento están llamados hombres y mujeres del pueblo, normales, sencillos (como Simón, Andrés, los Zebedeos...). Todos tenemos "vocación" de seguidores de Jesús (J. Gomis).
La invitación que hace Jesús es a la "conversión", y "convertirse significará aceptar, entrando totalmente en él, el mundo de los juicios y de los valores de Jesucristo, la concepción de la felicidad y de las exigencias de la vida según Jesucristo: acoger en el propio interior una mentalidad nueva que es la de Jesucristo... Una conversión que sólo afectara a las ideas, un cambio puramente intelectual, no sería de ningún modo la conversión evangélica, así como tampoco lo sería una conversión que no implicara más que las zonas de la sensibilidad y del sentimiento religioso; o una conversión que únicamente modificara la relación del hombre consigo mismo en el plano de la ética" (A. Liégé). La actitud de los apóstoles es la que nos muestra el camino cristiano. Empezando con Simón, Jesús reúne a su alrededor a los primeros discípulos. Son la imagen viva de los "convertidos que creen en el evangelio". Por eso lo dejan todo: las redes, el padre en la barca con los jornaleros... y se van a predicar. Recuérdese como Marcos subrayará intencionadamente más adelante que los Doce debían estar con él, antes de enviarlos a predicar (cf. Mc 3,14). La misión sólo podrá realizarse a partir de una profunda comunión con Jesús. "La fe cristiana del adulto será el encuentro... del Dios del Reino que, presente en la historia -en Jesucristo-, lleva a término en ella la realización de su proyecto con la colaboración de los hombres" (A. Liégé) El encuentro con Jesús en nuestra historia es "el momento" que apremia y no puede dejarse perder. A partir de este encuentro, toda nuestra vida debería quedar transformada-convertida. Las realidades presentes -como las redes, el padre, los jornaleros y la barca...- quedan des-centradas, porque el centro es Jesucristo. Decir des-centradas no equivale a decir despreciadas ni aborrecidas; equivale a decir que no son el Absoluto, que no son el Reino (P. Tena). Jesús nos habla de conversión, para que lo que profesamos, lo que hemos aceptado, si de hecho estamos abiertos a Dios y a los hombres, adquiera nuevo relieve, conversión tiene muchos sentidos (el griego de matanoia o transformación del corazón, el arameo-también latino de “volver” y desandar o vuelta por el camino) pero siempre es un ver de nuevo con luz especial aquello mismo que ya es distinto, nos descubre aspectos ocultos, nos hace permanecer atentos, nos ilumina nuevas situaciones personales, eclesiales, sociales, que surgen constantemente en el devenir histórico de cada uno de nosotros y de la colectividad, y cómo de vez en cuando, estas nuevas situaciones adquieren el carácter de momentos claves y decisivos. El que cree en Jesús siempre está de camino. El inmovilismo, aunque sea de formas exteriores, es profundamente contrario al evangelio. Así pues, hay que convertirse, renovarse constantemente. ¿Reconociendo nuestras limitaciones, estamos dispuestos a una verdadera conversión, o más bien de una manera consciente o semiinconscientemente, pactamos con las conversiones a medias, o bien nos da miedo llegar a la realidad más profunda? El cristiano, en paz, pero con decisión, vive en la paradoja de la fidelidad a Jesucristo que siempre es el mismo y en la preocupación de actualizar de una manera constante al Jesucristo de siempre. La conversión empieza por un cambio, por la renovación de la mentalidad. Muchas veces y en personas de buena voluntad, éste es el aspecto más difícil de la conversión; al cambio de mentalidad debe corresponder un cambio de comportamiento. Esta conversión se hace difícil, en los diferentes niveles de la persona y de las situaciones por las ideas preconcebidas y por los muchos intereses creados. La auténtica conversión nos hace relativizar lo que debe relativizarse, dentro del discernimiento actual de separar el trigo (lo esencial de la fe) de la paja (manifestaciones históricas, ec.) y nos conserva cada vez más firmes en la fidelidad a Jesucristo; nos puede guiar a descubrir los intereses más sutiles que nos mantendrían en nombre de la renovación evangélica, en arreglos que no tendrían nada de evangélicos y serían la salvaguardia de unas ideologías y de unos intereses que se quieren conservar; esto es difícil; se necesita la libertad de los hijos de Dios, la pobreza evangélica, la fuerza que nos viene de la acción del Espíritu y del hecho de compartir la vida comunitaria. Nos hemos de convencer, con esperanza pero también con humildad, que siempre hemos de convertirnos, pero que nunca lo estaremos del todo. Marcos nos presenta la llamada de cuatro de los que serán del grupo de los doce discípulos del Señor. Han escuchado su voz, se convierten, cambian de vida y dejando las redes y los peces se van con el Señor que los quiere para que anuncien a los hombres quién es El. Todos tenemos nuestros peces y nuestras redes para dejar; el Señor nos llama, a cada uno en su situación, a proclamar la Buena Nueva. ¿Cómo respondemos a esta llamada? (J. M. Bardés).
El corazón del hombre, a pesar de haber sido renovado por la gracia, sigue siendo pecador, sigue sin entregarse del todo al Evangelio; incluso, muchas veces, lucha contra él. La conversión al Evangelio no es más que la aceptación tensa, consciente, paciente, de un deber ineludible: que nuestro compromiso bautismal de seguir a Jesús sea cada día más profundo y vaya calando las capas de nuestra vida, aun las más reacias y egoístas. La mayor dificultad, a mi parecer, para una verdadera postura de conversión, está en que muchos cristianos no se han planteado la necesidad de una elección personal y responsable de Cristo y del Evangelio. Se es cristiano por el bautismo recibido, por una tradición familiar o social, por una serie de prácticas religiosas, por un deseo vago de ser bueno, por un temor al más allá. Pero, en realidad, el Evangelio está allí muy lejos, quizá desconocido, y el hombre está aquí, con su vida concreta, en la que caben criterios, sentimientos, y obras muy lejanos a los evangélicos. No es posible la conversión mientras no se dé una auténtica y sincera confrontación entre la vida concreta y el Evangelio. El cristiano se decide a la conversión cuando, humildemente, se deja interpelar y acepta la llamada que le hace Jesús, no para un cambio accidental sino para una transformación profundamente vital que sea capaz de dar al traste con los modos de pensar, de sentir y de obrar exclusivamente humanos. “Venid conmigo”… Comienza así hoy la lectura continuada del Evangelio de san Marcos. Una oportunidad para, domingo tras domingo, adentrarnos en la intención que vertebra todo este evangelio: desvelar el misterio de Cristo al que presenta como "una figura desconcertante ante un auditorio desconcertado" (P. Schökel). Tanto el evangelio como la primera lectura comienzan con frases parecidas. Jonás recibe este mandato: "Levántate y vete a Nínive, la gran ciudad, y predícale el mensaje que te digo"; san Marcos encabeza la vida pública de Jesús con estas palabras: "Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios". No es una anécdota que cuando, según el libro de Jonás, Dios decide intervenir en el caos moral que esta llevando a la ruina a Nínive envíe a un profeta sencillamente para que hable, para que diga a los ninivitas una palabra que los podía arrancar de sus pecados y hacerles beneficiarios del perdón y de la salvación. Tampoco es un dato insignificante que Jesús, como nos narra Marcos, iniciase su vida pública y a lo largo de toda ella se dedicase a hablar, a proclamar el Evangelio ­la Buena Noticia­ de Dios. Con estas coincidencias, ambas lecturas nos alertan sobre el lugar que ocupa en nuestra vida cristiana la Palabra de Dios, que la Iglesia ha conservado en la Biblia. De su escucha meditativa y de la fidelidad con que la conservemos en nuestra vida dependerá que se haga realidad en nosotros el deseo de Jesús: "Venid conmigo". Buen propósito será dejar las "redes" de tantas voces que nos aturden y atendamos solamente a la suya y le sigamos (Antonio Luis Martínez). Marcos, 1, 2-20, tiene que ser considerado como un prólogo de todo el evangelio. Su finalidad no es la de indicarnos cuáles fueron los primeros episodios de Jesús, sino la de señalarnos las perspectivas generales dentro de las cuales hay que leer toda la historia de Jesús. ¿Cuáles son los elementos fundamentales de esta perspectiva? Aunque simplifiquemos un poco las cosas, podemos reducirlos a tres: a) con Jesús ha llegado el Reino de Dios; hay que tomar conciencia de ello y convertirse. Este motivo comienza con el anuncio de Juan y se concreta en el anuncio de Jesús en Galilea; es éste, sobre todo, el tema del trozo que vamos a comentar; b) el Mesías no se coloca fuera de la historia de los hombres; se hace solidario de los hombres y la asume. Entra, por ejemplo, en el movimiento penitencial de su pueblo (bautismo). Se deja envolver por la lucha entre el bien y el mal que caracteriza a la historia humana (tentación). "Entrando en el dinamismo de nuestra historia, se hace solidario de nuestra humanidad" (Duquoc). Esta solidaridad encuentra su cima en la muerte de cruz, pero es la ley de toda la existencia de Cristo, ya desde el principio. La historia que comienza en el bautismo es una historia que no constituye sólo un viaje hacia la cruz-resurrección, sino que saca de la cruz-resurrección toda la lógica de su desarrollo; c) entre Cristo y Satán, entre el reino de Dios y el reino del mundo, existe un contraste irreductible. El Mesías es solidario con la historia, pero no con la lógica de Satanás que con frecuencia le sirve de guía: precisamente, puesto que está de parte del hombre, no acepta el pecado. Así el Mesías aparece al mismo tiempo SOLIDARIO y SEPARADO. Siempre es difícil para el cristiano encontrar la medida justa en su manera de situarse dentro de la historia. Para ello hay dos modos muy fáciles (por eso mismo su facilidad y claridad se convierten en tentaciones): el conformismo y la fuga. Pero la historia del Hijo de Dios no permite ni una cosa ni la otra: el discípulo no puede aceptar el conformismo (de esa manera ya no sería el portador de la "novedad" del reino), y tampoco puede salvar su diversidad en la fuga, evitando el conflicto (no sería ya signo de la "solidaridad" de Dios), más bien debe manifestarse a sí mismo en un esfuerzo -bastante incómodo- de "participación crítica". Con lo que vamos viendo, ¿qué es lo que significa convertirse? La conversión nace ante todo como RESPUESTA a un acontecimiento (supone por tanto la fe), a esa alegre noticia que debería ensancharnos el corazón: en Jesús ha aparecido, en toda su profundidad, el amor increíble y sorprendente de Dios al hombre, a cada uno de los hombres, a todos nosotros. Ese es el acontecimiento que tengo que ACEPTAR, del que tengo que FIARME, y por el que tengo que dejarme MODELAR ("creed en la buena nueva"): eso es la conversión. No se trata de un cambio parcial, sino de una verdadera y auténtica transformación total, de un PASO (sin calcular sus consecuencias) del egoísmo al amor, de la defensa de mis privilegios a la solidaridad más radical. Es un cambio que ES IMPOSIBLE CONTENER EN LAS VIEJAS ESTRUCTURAS (personales, mentales, sociales); las rompe. Las viejas estructuras fueron creadas para servir a otro tipo de Dios y para otra visión del hombre. El seguimiento La breve narración que Mc pone detrás del anuncio del Reino -la llamada de los primeros discípulos (1, 16-20)- quiere ser un ejemplo concreto de conversión. No se trata de una conversión que se les proponga a los especialistas del Reino de Dios, sino simplemente de la conversión necesaria para ser cristianos. Se señalan enseguida unas cuantas estructuras fundamentales -las estructuras que definen el seguimiento- y que se pueden observar como elementos constantes en todos los textos siguientes relativos al seguimiento de Jesús. La INICIATIVA parte de Jesús: en su invitación gratuita e inesperada, resuena la llamada de Dios frente a la que no es posible vacilar: tienes que decidirte. La existencia cristiana, más que decisión, es una respuesta. Este concepto de gratuidad no está sólo en el término "llamar" ni en la narración en sí misma, sino que aparece todavía con mayor claridad si pensamos en el contexto ambiental. Los rabinos de la época -como todos los profesores ilustres- no iban en busca de discípulos; eran los discípulos los que buscaban al maestro. En tiempos de Jesús había algunos grupos -por ejemplo, los monjes esenios- que se reunían y se alejaban del mundo para aguardar al Mesías y estar dispuestos a recibirlo; Jesús, por el contrario, llama sólo a una gente que vivía y trabajaba como los demás. La llamada de Cristo tiene una nota de URGENCIA: es la llamada del tiempo favorable (el "kairós"), el tiempo de la salvación, el plazo final. A la llamada hay que contestar enseguida; es la gran ocasión que hay que saber aprovechar. La llamada de Cristo exige una SEPARACIÓN; este tema se irá concretando sucesivamente. De todas formas se ve ya que se trata de una separación radical. No se trata de dejar las redes o un trabajo, sino más a fondo -como irá aclarando luego el evangelio- se trata de dejar las riquezas (Mc 10, 21), de abandonar el camino del dominio y del poder, de desmantelar esa idea que nos hemos forjado nosotros mismos de Dios para defender nuestros privilegios (Mc 8, 34). Pero la llamada de Cristo, más bien que a una separación, se dirige a un SEGUIMIENTO. Esa es la razón de la separación: una libertad para un nuevo proyecto que se presenta como un proyecto a "compartir". Y esto es lo que importa: seguir significa recorrer el camino del maestro, realizar sus gestos preferidos (preferir a quienes los hombres marginan, pero a los que Dios ama: preferirlos no porque importen sólo ellos, sino precisamente porque los hemos marginado nosotros). Podría parecer éste un proyecto de muerte, pero es de vida, es el ciento por uno. Podría parecer un proyecto imposible, pero todo es posible para el milagro de Dios (10, 27). Podría parecer un proyecto para unos pocos, para gente selecta, pero es para todos, para justos y para pecadores: Jesús no se encuentra con el hombre (para dirigirle su invitación) en una esfera particularmente religiosa o privilegiada de algún modo, sino en la orilla del lago, en donde vive verdaderamente el hombre, en la vida cotidiana. Y sobre todo quedará claro que seguir significa "servir", dar la vida "en rendición", lo mismo que el Hijo de Dios, que se solidariza con los hombres y asume todas nuestras responsabilidades. No tomó distancia frente a nosotros, sino que se sintió afectado por todo lo nuestro, como el pariente que paga la fianza para obtener la libertad de sus hermanos. Así pues, es el término "seguir" el que caracteriza al discípulo, no el término "aprender". Esto es significativo: en primer plano no está la doctrina, sino una persona y un proyecto de existencia. Podremos captar con más precisión esta originalidad del seguimiento evangélico si comparamos al alumnado de Jesús con el alumnado de los rabinos. En el seguimiento evangélico el hecho esencial es la persona de Jesús; únicamente él es el que da forma y contenido a la relación con los discípulos. En el alumnado rabínico es la doctrina lo que ocupa el primer puesto: el discípulo se une al rabino porque busca su doctrina, quiere posesionarse de ella y convertirse también él en maestro: renuncia a muchas cosas para hacer vida común con el rabino, pero en último análisis es siempre para aprender la ley. El discípulo evangélico, por su parte, renuncia para seguir a Jesús y compartir su destino; ser discípulo es una condición permanente. En conclusión: el tema del seguimiento nos lleva al centro de la fe cristiana (así al menos lo pensaban las primeras comunidades) y esto nos invita a una comprobación. Hay quienes creen en Dios y en una doctrina religiosa, pero muchas veces no se trata, en substancia, del Dios que se ha revelado en Jesucristo; puede incluso tratarse de un Dios mágico, construido para que resuelva nuestros conflictos y nuestras ansiedades. De todas formas es una fe que no se mide en concreto según el proyecto mesiánico del evangelio; también los fariseos eran creyentes y adoraban a Dios, pero rechazaron el camino de Jesús; se imaginaban que Dios iba por caminos distintos. Hay quienes viven en la lógica de la cruz sin ver en ella el rostro de Dios. No son aún los hombres del seguimiento. Hoy se habla de discípulos "anónimos". Esto es verdad, pero a Marcos le gustaría que se llegara más allá. Finalmente, hay quienes viven la lógica de la cruz y descubren en ella el rostro de Dios. Esos son los hombres del seguimiento de Jesús (Bruno Maggioni). Marcos da entrada a la actuación del más fuerte anunciado por Juan una vez que éste abandona la escena violentamente. El verbo empleado en el original griego para referir la suerte de Juan es el mismo que se empleará más adelante para referir la suerte de Jesús. Quizá subraya este término que está comenzando la nueva alianza con esta actuación que se inicia en Galilea con la proclamación de la Buena Noticia de Dios. Esta buena noticia se concreta luego en los siguientes términos: Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios. La palabra "plazo" designa el tiempo señalado para la realización de un acontecimiento. "Cumplirse el plazo" pertenece al lenguaje profético y expresa una concepción religiosa de la historia. El acontecimiento cuyo plazo se ha fijado es el reino de Dios. "Está cerca el reino de Dios". ¿Proximidad inmediata? ¿Realidad presente? Hoy se interpreta la frase en el sentido de una realidad que ya ha llegado pero cuya realización plena está reservada al futuro. En este sentido se prefiere emplear la expresión "reinado de Dios" para designar la situación presente inaugurada con Jesús, reservando la expresión "reino de Dios" para la culminación de esta situación en el futuro.
El reinado de Dios que ha irrumpido y que empuja hacia el reino de Dios va a determinar las posteriores palabras de Jesús: "Convertíos y creed la buena noticia". Convertirse pertenece también a la tradición profética y designa un cambio de mentalidad y de actuación. Creer la buena noticia significa darle crédito, hacerla algo propio. Sin pausa alguna Marcos pasa de las palabras del más fuerte a la narración de sus acciones. "Pasando... vio... les dijo". Jesús es la figura dominante, el fuerte. En tono imperioso se dirige a personas desconocidas, que obedecen al punto. Hace dos domingos el mensajero Juan nos anunciaba la llegada de uno más fuerte que él que nos introduciría en una situación nueva. En el texto de hoy vemos al fuerte proclamando esa situación nueva. El tiempo está ya maduro. Con Jesús ha hecho irrupción el tiempo final de la utopía. Un tiempo en el que son posibles un nuevo modo de ser y de vivir. Lo viejo ha terminado, ha comenzado lo nuevo. Lentamente, progresivamente: porque la mentalidad y la actuación no se cambian de la noche a la mañana. Hay hábitos demasiado arraigados, costumbres demasiado inveteradas, tanto que parecen fuerzas necesarias y naturales. De ahí la continua necesidad de conversión en las personas (A. Benito). En su calidad de preparador del camino, Juan proclamaba un bautismo de conversión (cf. Mc 1, 4). Proclamar la buena noticia es tarea que Mc, a diferencia de Mt, reserva exclusivamente a Jesús (cf. en cambio Mt 3, 2 y 4, 17: Juan y Jesús proclaman el mismo mensaje). Empieza así Mc a poner de manifiesto en qué sentido es Jesús más poderoso que Juan y tiene un derecho que éste no tenía (cf. Mc 1, 7). LA BUENA NOTICIA DE DIOS (mejor traducción que la litúrgica EL EVANGELIO DE DIOS). Es decir, Dios como buena noticia. La expresión es tanto más llamativa cuanto que es la única vez que la emplea Mc en toda la obra. El v. 15 explica el sentido de la expresión. Dios es buena noticia porque, en la formulación de Pablo, va a ser todo en todos. Por fin, Dios va a ser reconocido y querido. Su soberanía va a ser aceptada y se va a hacer su voluntad. Dios es al fin rey del mundo (cf. Sal 47,6-10). De Él es la tierra y cuanto la llena (cf. Sal 24,1). Así es como el A.T. concebía el final de los tiempos. Jesús, a quien Mc ha presentado como el que está para llegar a inaugurar el final de los tiempos, este Jesús nos introduce en este final. Por eso, convertíos y dad crédito a esta buena noticia, continúa Mc. La eterna tensión entre el ya y el todavía no (A. Benito). Es sintomático que la actividad de Jesús cambia de lugar, cambia exteriormente, Juan había desarrollado su labor en un desierto de Judea -en un lugar fijo y determinado, al que la gente tuvo que acudir-; Jesús, sin embargo, se hizo al camino en Galilea -al camino hacia los hombres-, en una comarca, de la que el historiador Flavio Josefo dijo que era una tierra, a lo largo del lago de Genesaret, llena de belleza, de naturaleza admirable. No es el desierto con su sequedad y sus temperaturas extremas lo que constituye el medio vital de Jesús, sino una fructífera tierra habitada, con sus aguas, su hierba (Mc 6, 39) y sus lugares sombreados. (Nos recuerda la primera lectura, el Jonás que al ir al lugar de los paganos, Nínive, es imagen de Jesús que lleva a todos la salvación). Aún hubo otra cosa que en Jesús fue diferente; no dejó que los hombres fueran a él, sino que fue él quien se dirigió a ellos; se puso en camino hacia ellos para anunciarles el Evangelio, es decir, la buena noticia de Dios: "El tiempo se ha cumplido; el reino de Dios está cerca". "Se ha cumplido el plazo", "ha sonado la hora", "ha llegado el tiempo"... La lengua griega tiene dos palabras para el término "tiempo"; por un lado, CRONOS; por el otro, KAIROS. El primero es el tiempo que pasa; el segundo es el momento, el instante (por ejemplo, el momento de la cosecha -12,20 o de la recogida de los higos -11,13-). Este segundo es el que emplea Marcos aquí. Por tanto, lo que Jesús anuncia es: Ha llegado el momento decisivo; no hay motivo para esperar a otro momento, porque el reinado de Dios ha comenzado ya (el reinado de Dios está aquí). Esta llamada tenía para los contemporáneos de Jesús un eco bíblico: eran conocidas las palabras de Isaías (52, 7-9). Y desde entonces, además, el deseo del pueblo judío de que Dios sea su rey nunca se había apagado. Aún más, se obviaría siempre todo aquello que pudiera impedir al creyente reconocer a Dios como su único rey (Sof 3, 14 s): Si viniera Dios de una vez y nos hiciera experimentar su reinado... En el marco de esta esperanza anuncia Jesús que el reino de Dios está ahí. El resto de lo que Jesús hizo por Galilea no le interesó a Marcos. Sólo le preocupó lo importante. Y puesto que por mucho tiempo los cristianos fueron una "cosa pequeña" y una excepción (no se trató de una expansión como la de otras grandes religiones), a Marcos le preocupa constatar la vida, la existencia de los creyentes, de las comunidades (que, por otra parte, incluso en el año 70 d. C son también algo excepcional). Las comunidades de discípulos de Jesús comienzan a existir en el preciso momento, en ese mismo momento, en que llama a las dos parejas de hermanos Simón y Andrés, Santiago y Juan. Las primeras comunidades cristianas tienen en definitiva un solo motivo de existencia: la palabra de Jesús (“Eucaristía 1988”). Aproximadamente al empezar el verano del año 28, cuando Juan Bautista había sido reducido al silencio de la cárcel, Jesús levanta la voz para anunciar la buena Noticia. También Jesús, lo mismo que su precursor, hace una llamada a la penitencia, tanto más apremiante cuanto más inminente era ya el reino de Dios; en realidad, este reino comienza con la venida de Jesús al mundo, pues no es otra cosa que el cumplimiento de toda la voluntad de Dios por Jesucristo, su enviado. La proclamación del reinado de Dios pone al hombre en responsabilidad, le sitúa ante la decisión; el que quiera entrar en este reinado ha de cambiar la mente y el corazón, ha de escuchar a Jesucristo y creer lo que él anuncia. Esto es hacer penitencia. El que no hace penitencia no puede entrar en el reino de Dios. La llamada de Jesús es urgente y exige una respuesta sin componendas, un seguimiento sin condiciones. Habrá que dejarlo todo si es preciso. Simón, Andrés y Juan procedían del círculo de los discípulos del Bautista y habían reconocido a Jesús como Mesías (Jn 1, 35-42). Así que la llamada de Jesús y la invitación a seguirle no pudo sorprenderles demasiado. En realidad ya le habían acompañado y habían sido testigos de su primer milagro, de su primera "señal", en unas bodas celebradas en Caná de Galilea. Después volverían a sus ocupaciones habituales hasta este momento en el que Jesús los llama de nuevo para que le sigan a todas partes de un modo permanente y como discípulos suyos. Estos discípulos no han sido llamados solamente al reino de Dios, sino también a ser los testigos privilegiados de la vida pública de Jesús y a anunciarlo después por todo el mundo. Ellos serán los heraldos del reino, los pregoneros. Conviene que los heraldos tengan los pies ligeros y estén dispuestos a dejarlo todo: la casa, los parientes, el propio oficio..., pues han de ir a todas partes y han de ir de prisa. Deberán acostumbrarse ya desde ahora a la vida de Jesús, que no tiene donde reposar su cabeza. Sólo cuando el "pregón" sea escuchado y aparezcan las comunidades cristianas, será preciso profundizar en él, será necesario la enseñanza. Entonces, los que sirvan a la palabra de Dios en estas comunidades adoptarán otros géneros de vida (“Eucaristía 1985”). Al comenzar hoy la lectura continua del evangelio de Marcos, vemos los primeros pasos de la predicación de Jesús, después de los acontecimientos introductorios (predicación de Juan, bautismo, tentaciones). Los relatos de Marcos que vamos a leer en estos domingos hasta la Cuaresma son un continuo fluir de hechos que caen uno sobre otro pisándose los talones, en los que, con un frescor y una inmediatez que sólo se hallan en este evangelista, vemos a Jesús lanzado a actuar, "haciendo el bien y curando a todos los vejados por el diablo: por cuanto Dios estaba con él" (Hch 10,38): Marcos muestra cómo la aparición de Jesús representa la destrucción del diablo, del mal, de todo lo que oprime la vida concreta de los hombres. Y toda esta actividad de Jesús será la proclamación "en acto" de las palabras de síntesis que hoy encabezan el evangelio: "Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios: Convertíos y creed la Buena Noticia". En esta frase-resumen de la predicación de Jesús está concentrado un gran sentido que vale la pena recordar. "El Reino de Dios" es la expresión que había llegado a formular la esperanza del judaísmo: la esperanza del momento en que Dios mismo tomaría en sus manos la dirección del pueblo y de toda la historia, sin intermediarios, y que esto sería el único medio de asegurar que ningún mal podría tocar a los fieles; por eso, la gran proclamación de júbilo de los profetas y de los salmos de después del exilio consistía en anunciar "Yahvé reina!". Y la otra palabra clave es "Buena Nueva" (en griego "Evangelio"): esta expresión aparece por primera vez en el segundo Isaías, para indicar la "gran noticia" del retorno de los exiliados a Jerusalén, precedidos por Dios, que reinará en medio de ellos (Is 52,7); el retorno del exilio fue una experiencia de esto: la gran noticia de que Dios reina, la gran noticia de que el mal desaparece. Y es esto lo que viene anunciar Jesús: que, definitivamente, la gran noticia de Dios presente en medio de los hombres para liberarlos ya es una realidad; y que por tanto hay que cambiar de manera de pensar y de vivir (=tener ganas de ser liberado; y vivir de acuerdo con esta liberación). Y Jesucristo, para proclamar todo esto, empieza reuniendo un grupo de gente que quiera ir con él y empaparse de esta doctrina (segunda parte del evangelio de hoy). Y acto seguido (próximos domingos) empieza a realizar lo que anunciaba: primero liberando del mal concreto, del diablo concreto; después, en la cruz, venciendo definitivamente el mal y el diablo (J. Lligadas).

sábado, 21 de enero de 2012

Tiempo ordinario II, sábado: la fecundidad del sufrimiento por el Reino de los cielos, por causa de salirse de las pautas “del mundo”

Tiempo ordinario II, sábado: la fecundidad del sufrimiento por el Reino de los cielos, por causa de salirse de las pautas “del mundo”

Segundo Libro de Samuel 1,1-4.11-12.19.23-27. Después de la muerte de Saúl, David volvió de derrotar a los amalecitas y permaneció dos días en Siquelag. Al tercer día, llegó un hombre del campamento de Saúl, con la ropa hecha jirones y la cabeza cubierta de polvo. Cuando se presentó ante David, cayó con el rostro en tierra y se postró. "¿De dónde vienes?", le preguntó David. El le respondió: "Me he escapado del campamento de Israel". David añadió: "¿Qué ha sucedido? Cuéntame todo". Entonces él dijo: "La tropa huyó del campo de batalla y muchos del pueblo cayeron en el combate; también murieron Saúl y su hijo Jonatán". Entonces David rasgó sus vestiduras, y lo mismo hicieron todos los hombres que estaban con él. Se lamentaron, lloraron y ayunaron hasta el atardecer por Saúl, por su hijo Jonatán, por el pueblo del Señor y por la casa de Israel, porque habían caído al filo de la espada. "¡Tu esplendor ha sucumbido, Israel, en las alturas de tus montañas! ¡Cómo han caído los héroes! ¡Saúl y Jonatán, amigos tan queridos, inseparables en la vida y en la muerte! Eran más veloces que águilas, más fuertes que leones. Hijas de Israel, lloren por Saúl, el que las vestía de púrpura y de joyas y les prendía alhajas de oro en los vestidos. ¡Cómo han caído los héroes en medio del combate! ¡Ha sucumbido Jonatán en lo alto de tus montañas! ¡Cuánto dolor siento por ti, Jonatán, hermano mío muy querido! Tu amistad era para mí más maravillosa que el amor de las mujeres. ¡Cómo han caído los héroes, cómo han perecido las armas del combate!".

Salmo 80,2-3.5-7. Escucha, Pastor de Israel, tú que guías a José como a un rebaño; tú que tienes el trono sobre los querubines, resplandece ante Efraím, Benjamín y Manasés; reafirma tu poder y ven a salvarnos.
Señor de los ejércitos, ¿hasta cuándo durará tu enojo, a pesar de las súplicas de tu pueblo?
Les diste de comer un pan de lágrimas, les hiciste beber lágrimas a raudales; nos entregaste a las disputas de nuestros vecinos, y nuestros enemigos se burlan de nosotros.

Texto del Evangelio (Mc 3,20-21): En aquel tiempo, Jesús volvió a casa y se aglomeró otra vez la muchedumbre de modo que no podían comer. Se enteraron sus parientes y fueron a hacerse cargo de Él, pues decían: «Está fuera de sí».

Comentario: 1. 2S 1,1-4.11-12.19.23-27. -El duelo... El dolor de David... Se acaba de anunciar a David que Saúl y su hijo Jonatán han muerto en el combate, en los montes de Gelboé. A pesar de todas las dificultades que le ha ocasionado, David está profundamente conmovido por esta muerte. Lejos de alegrarse por ella -ahora podrá reinar en su lugar- entona una elegía.
-Entonces, tomando David sus vestidos los desgarró, y lo mismo hicieron los hombres que estaban con él. Se lamentaron, lloraron y ayunaron hasta la noche por Saúl y por su hijo Jonatán. La Biblia es un espejo de la humanidad donde se reflejan todos los verdaderos sentimientos humanos. No es necesario poner entre paréntesis ciertos aspectos de nuestras vidas. Nuestra vida entera con nuestras alegrías y nuestras penas es la que ha de desarrollarse y expresarse ante Dios. Señor, te ofrecemos nuestras vidas, nuestras penas. Mira, Señor, nuestras lágrimas y nuestras angustias.
Señor, oye los gemidos de los que sufren. Señor, no cierres los oídos a las lamentaciones de los que están separados.
-Al llegar Jesús junto a la tumba de Lázaro, lloró... Dijeron entonces los judíos: "Ved como lo amaba.» David amaba a Jonatán, y lloró también la muerte de su amigo. Jesús amaba a Lázaro y a Marta y a María, y lloró la muerte de su amigo. Profunda humanidad de Dios. No me avergüenzo de llorar delante de ti, Señor. Tú sabes lo que es esto. «Da, Señor, el descanso eterno a nuestros difuntos.»
-¿Cómo han caído los héroes? Para David, Saúl continuaba siendo el (“ungido” del Señor, el rey consagrado por la unción divina. Y es profundamente escandaloso que un hombre elegido por Dios conozca un tal destino. La pregunta queda sin respuesta. "¿Cómo han caído?" La muerte nos deja desamparados siempre. Serán precisos muchos siglos para que la humanidad reconozca, en Jesús, a la vez: -la unción divina, signo de la eleccion irreversible de Dios... -y la muerte escandalosa, signo de la condición humana... Pero, únicamente la resurreccion da la respuesta definitiva. «Espero la resurrección de los muertos, y la vida del mundo futuro». Este es el último artículo del credo y la última respuesta de Dios a nuestros interrogantes.
-Jesús dijo: «Todo está terminado»... luego, bajando la cabeza expiró. En cada una de las misas, "confesamos tu muerte, Señor, proclamamos tu resurrección, Ven, Señor Jesús.» Por el misterio de tu muerte y de tu resurrección, ayúdanos, Señor. Ayúdanos a no temer demasiado a la muerte. Ayúdanos a pensar en ella alguna vez, no como en un pensamiento sombrío, sino como en una realidad que viene... y que Tú has querido compartir para liberarnos de ella.
-¿Cómo caiste, Jonatán? Tu amistad era delicia para mí. Debemos prepararnos para el reencuentro con los nuestros (Noel Quesson).
No deja de tener una trágica grandeza la figura de Saúl. Pese al resultado negativo de la consulta hecha en Fuendor (lectura de ayer), acepta su destino y va al combate y a la muerte. Derrotado el ejército de Israel, emprende la huida. Cayeron muertos sus tres hijos y, por último, es descubierto él mismo por los arqueros filisteos y malherido. Entonces, para no dejarles la gloria de haberle matado, se lanza él mismo sobre su espada o, según otra tradición también recogida aquí, se hace matar por uno de los suyos.
Había reinado en Israel unos ocho años. Casi desde el principio, poco después de haber sido ungido rey por Samuel, lo vemos ya abrumado por la reprobación divina que Samuel le ha revelado. Encendido de celos contra David, víctima de una depresión o melancolía, no desertó de su puesto, hasta morir, frente a sus soldados, en la batalla de la montaña de Gelboé. Su destino es un misterio. Pero el hecho de que Dios quisiese traspasar el reino a David no prejuzga de ninguna manera la suerte eterna de Saúl. No podemos convertir su reprobación política en una reprobación religiosa.
David, que últimamente había entrado con sus hombres como mercenario al servicio del rey de Gad, se pudo ahorrar el drama de conciencia de tener que combatir al lado de los filisteos contra Saúl, Jonatán y los israelitas. Providencialmente, los oficiales filisteos no se fían de aquella tropa de hebreos y obligan al rey Aquís a despedirlos. David hace ver que le desagrada esa desconfianza, pero está muy contento de ello. En Sicelag, la ciudad fronteriza que Aquís le había designado como residencia para que vigilase las incursiones de la gente del desierto, le llega la noticia del desastre de Gelboé. Su reacción es característica. La muerte de Saúl supone la desaparición del rival político, pero David no sólo no ha combatido con los filisteos contra Saúl, sino que inicia públicamente un gran duelo por su muerte, y al saber que los habitantes de Yabés Galaad se han arriesgado a cobrar los cadáveres de Saúl y sus hijos, profanados por los filisteos, y los han sepultado con honor, les dirige un mensaje de elogio y de bendición (2 Sm 2,4-7). Además, ordena matar al mensajero que esperaba unas buenas albricias por haberle traído, juntamente con la noticia de la muerte de su enemigo, la diadema y el brazalete reales, un mensajero que además decía que él mismo habia rematado a Saúl. David, conjugando una vez más virtud y política, declara crimen digno de muerte matar al rey de Israel, que es lo que él está a punto de ser (H. Raguer).
Tendríamos que revisar nuestro corazón. ¿Somos capaces de sentir este profundo dolor ante la desgracia de los demás? ¿incluso cuando le sucede algo malo a alguien que no nos mira bien? ¿solemos reconocer los valores que tienen los otros y alabarlos en público? Jesús sí, era un hombre que mostraba estos sentimientos de amor y amistad, de tristeza y lágrimas. Lloró por la muerte de su amigo Lázaro: «Ved cómo lo amaba». Lloró por la suerte de Jerusalén, la ciudad que amaba por encima de las demás. Además, ¿no nos enseñó Jesús el perdón a los enemigos? ¿y no nos dio él mismo un ejemplo magnífico en su muerte, perdonando a los que le crucificaban? ¿somos capaces de perdonar, aunque sepamos que hablan mal de nosotros? El ejemplo de David nos estimula a tener sentimientos más nobles en nuestra vida.

2. Sal. 79. El salmo apunta hacia otra lección. En situaciones catastróficas para el pueblo, el salmista nos invita a poner nuestra confianza en Dios, «que guía a José como un rebaño», que conduce nuestra historia. Y con valentía se atreve a interpelarle: «despierta tu poder y ven a salvarnos», «¿hasta cuándo estarás airado, mientras tu pueblo te suplica?», «que brille tu rostro y nos salve».
Cuando se cierna el dolor sobre nuestra propia vida no podemos vivir como los que no tienen esperanza. Podrán abandonarnos todos; podría, tal vez, nuestra madre olvidarse de nosotros; Dios, en cambio, jamás se olvidará de nosotros. A Él podemos acudir confiados, sabiendo que es nuestro Padre, lleno de amor y de ternura por sus hijos. Dios nos ama; Él siempre quiere el bien para nosotros. Si alguna desgracia nos ha sucedido por culpa nuestra, es tiempo de recapacitar y de volver a Dios, rico en misericordia para cuantos con sinceridad lo invocan. Y Dios tendrá compasión de su pueblo. Roguémosle al Señor que no nos deje ser nosotros los causantes de las desgracias, del dolor, del llanto de los demás; sino que seamos motivo de paz, de gozo y de esperanza para todos.

3.- Mc 3,20-21. El evangelio de hoy es bien corto y un tanto paradójico. Sus mismos familiares no comprenden a Jesús y dicen que «no está en sus cabales», porque no se toma tiempo ni para comer. Ciertamente no lo tiene fácil el nuevo Profeta. Las gentes le aplauden por interés. Los apóstoles le siguen pero no le comprenden en profundidad. Los enemigos le acechan continuamente y le interpretan todo mal. Ahora, su clan familiar -primos, allegados, vecinos- tampoco le entienden. Además de su ritmo de trabajo, les deben haber asustado las afirmaciones tan sorprendentes que hace, perdonando pecados y actuando contra instituciones tan sagradas como el sábado. Se cumple lo que dice Juan en el prólogo de su evangelio: «Vino a los suyos y los suyos no le recibieron». Algunos le aplaudieron mientras duró lo de multiplicar los panes. Pero luego se sumaron al coro de los que gritaban «crucifícale». Entre estos familiares críticos, no nos cabe en la cabeza que pudiera estar también su madre, María, la que, según Lucas, «guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón» y a la que ya desde el principio pudo alabar su prima Isabel: «dichosa tú, porque has creído». Pero a Jesús le dolería ciertamente esta cerrazón de sus paisanos y familiares.
También en el mundo de hoy podemos observar toda una gama diferente de reacciones ante Cristo. Más o menos como entonces. Desde el entusiasmo superficial hasta la oposición radical y displicente. Pero, más que las opiniones de los demás, nos debe interesar cuál es nuestra postura personal ante Cristo: ¿le seguimos de verdad, o sólo decimos que le seguimos, porque llevamos su nombre y estamos bautizados en él? Seguirle es aceptar lo que él dice: no sólo lo que va de acuerdo con nuestra línea, sino también lo que va en contra de las apetencias de este mundo o de nuestros gustos. Si es el Maestro y Profeta que Dios nos ha enviado, tenemos que tomarle en serio a él, como Persona, y lo que nos enseña. Y eso tiene que ir iluminando y cambiando nuestra vida. Podemos recordar además otro aspecto de este evangelio: que también nosotros podemos ser objeto de malas interpretaciones por llevar en medio de este mundo una vida cristiana, que muchas veces puede despertar persecuciones o bien sonrisas irónicas. Eso nos puede pasar entre desconocidos y también en nuestros círculos más cercanos, incluidos los familiares. Deberíamos seguir nuestro camino de fe cristiana con convicción, dando testimonio a pesar de las contradicciones. Como hizo Cristo Jesús. Con libertad interior (J. Aldazábal).
-Jesús entra en una casa, y allí, de nuevo, acude la muchedumbre... Al principio de su vida pública, ya hemos visto a Jesús suscitar el entusiasmo de las gentes sencillas. ¡Marcos presenta a menudo a Jesús acosado por la muchedumbre! ¡La muchedumbre! ¡La multitud! Es una de las características del evangelio. Jesús, ni únicamente, ni principalmente, no se puso en contacto con personas individuales: son muchedumbres numerosas las que le rodean, al principio. Estas irán disminuyendo a medida que Jesús vaya presentando exigencias más precisas, y misterios más difíciles de admitir. Las muchedumbres de hoy... ¿qué hacen?, ¿qué desean? ¿Estamos atentos a los grandes movimientos colectivos que levantan a masas enteras? -Tanto que no podían ni comer. Jesús, totalmente entregado a su tarea. Jesús, absorbido por su trabajo misionero. Jesús, no tiene tiempo ni para comer. Jesús, "hombre comido" por las gentes. Jesús no tiene tiempo ni de pensar en Sí mismo. Contemplo detenidamente todas esas cosas. Nos quejamos a menudo de no tener tiempo de hacer tal o cual cosa y creemos que esto es una característica de nuestro siglo XX. Pues bien, Jesús vivió todo esto, esta sohrecarga, esta carrera contra el tiempo, cuando no se llega a todo lo que hay que hacer, cuando uno se siente hundido por el trabajo y las preocupaciones. Gracias, Señor, por haber vivido esta experiencia de nuestra condición humana. Ayúdanos a salir adelante en nuestras tareas. Ayúdanos a guardar el equilibrio. Ayúdanos a saber encontrar tiempo para hacer lo esencial. Ayúdanos a saber encontrar tiempo... para la oración, por ejemplo.
-Oyendo esto sus familiares, salieron para llevárselo, pues decían: "¡Está fuera de Sí!" He aquí lo que se decía en familia. "¡Está loco!" Evidentemente, la imagen que ahora daba, ¡era tan diferente de la que había dado durante los treinta años tranquilos en su pueblo! Va a meternos en líos. Se temen represalias de las autoridades. Si la cosa va mal puede repercutir en nosotros... Saben muy bien que los fariseos y los herodianos estaban de acuerdo para suprimirlo. Los "adversarios" de Jesús son de dos tipos: -en primer lugar su parentela (Mc 3, 20-21) que quiere recuperarle, tenerle. -y luego los escribas (Mc 3,22-30) que le acusan de estar "poseído del demonio". Inmediatamente, Jesús pondrá las cosas en su punto: su verdadera parentela, su verdadera familia, no es la de la sangre, sino la de la Fe (Mc 3, 31-35). ¿Cómo reaccionamos, cuando vemos que ciertos miembros de nuestras comunidades toman actitudes más comprometidas, más arriesgadas? También nosotros, ¿consideramos "poco razonables", ciertas decisiones proféticas de la Iglesia de hoy? En la gran mutación del mundo, ¿no es conveniente, conservar fría la cabeza... y hacer a la vez algunas locuras? (Noel Quesson).
El relato de Marcos empieza con un dato sorprendente: los parientes de Jesús, al oír que él se estaba volviendo loco, resuelven ir por él. La locura era signo de posesión diabólica. Calificar de loco a alguien ha sido siempre una buena forma de excluirlo, anularlo y condenarlo. Con Jesús quisieron aplicar también esta táctica. Si sus enemigos tuvieran éxito en ella, la figura de Jesús se derrumbaría por sí misma. Por eso, ante el comentario callejero de la locura de Jesús, era natural que reaccionara su familia, afectada por el problema. Había que disuadir a Jesús de esa Causa que anunciaba y que sólo traía riesgos (posiblemente un apedreamiento, ya que la locura era considerada posesión diabólica).
En el caso de Jesús, seguir el dictamen de la familia significaba abandonar la Causa del Reino. Y no siempre la familia es la que mejor comprende el proyecto radical de uno de sus miembros. La propuesta del Reino, en efecto, iba muy lejos. Implicaba una comunidad no basada en la carne y en la sangre, sino cimentada en los valores del amor y de la justicia. La igualdad, la solidaridad y la fraternidad universal significaban romper con el modelo de familia tradicional. Había que sentirse hermano del que hasta entonces era considerado excluido, impuro, forastero, enemigo, pecador... Por eso Jesús no podía estar de acuerdo con sus parientes que, dejándose llevar de la calificación de loco que le daban sus enemigos, trataban de retirarlo de su misión. El evangelista no excluye a la madre de Jesús de este episodio. Pero Jesús hizo lo que la Causa del Reino le pedía: rechazó la acusación de loco o demoníaco, tampoco se plegó al paternalismo familiar (lo que hubiera significado una negación de la causa de la justicia), y dejó bien establecido -como lección permanente para el futuro- que el modelo de fraternidad del Reino está por encima y va más allá de cualquier lazo familiar, y establece algo más duradero, menos vulnerable: un amor abrasado que se basa en la justicia y la lleva a su plenitud (servicio bíblico latinoamericano).
Hoy vemos cómo los propios de la parentela de Jesús se atreven a decir de Él que «está fuera de sí» (Mc 3,21). Una vez más, se cumple el antiguo proverbio de que «un profeta sólo en su patria y en su casa carece de prestigio» (Mt 13,57). Ni que decir tiene que esta lamentación no “salpica” a María Santísima, porque desde el primero hasta el último momento —cuando ella se encontraba al pie de la Cruz— se mantuvo sólidamente firme en la fe y confianza hacia su Hijo.
Ahora bien, ¿y nosotros? ¡Hagamos examen! ¿Cuántas personas que viven a nuestro lado, que les tenemos a nuestro alcance, son luz para nuestras vidas, y nosotros...? No nos es necesario ir muy lejos: pensemos en el Papa Juan Pablo II: ¿cuánta gente le sigue, y... al mismo tiempo, cuántos le interpretan como un “tozudo-anticuado”, celoso de su “poder”? ¿Es posible que Jesús —dos mil años después— todavía siga en la Cruz por nuestra salvación, y que nosotros, desde abajo, continuemos diciéndole «baja y creeremos en ti» (cf. Mc 15,32)?
¡O a la inversa! Si nos esforzamos por configurarnos con Cristo, nuestra presencia no resultará neutra para quienes interaccionan con nosotros por motivos de parentesco, trabajo, etc. Es más, a algunos les resultará molesta, porque les seremos un reclamo de conciencia. ¡Bien garantizado lo tenemos!: «Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros» (Jn 15,20). Mediante sus burlas esconderán su miedo; mediante sus descalificaciones harán una mala defensa de su “poltronería”.
¿Cuántas veces nos tachan a los católicos de ser “exagerados”? Les hemos de responder que no lo somos, porque en cuestiones de amor es imposible exagerar. Pero sí que es verdad que somos “radicales”, porque el amor es así de “totalizante”: «o todo, o nada»; «o el amor mata al yo, o el yo mata al amor».
Es por esto que el Santo Padre nos ha hablado de “radicalismo evangélico” y de “no tener miedo”: «En la causa del Reino no hay tiempo para mirar atrás, y menos para dejarse llevar por la pereza» (Juan Pablo II) (Antoni Carol Hostench).
Beata Teresa de Calcuta (1910-1997) fundadora de las Misioneras de la Caridad en su obra “Il n’y a pas de plus grand amour” (Lattès l997 pag 90) dice de “Jesús, un hombre que se deja “comer”. Cuando Jesús vino a este mundo lo amó hasta tal extremo que dio la vida por él. Vino para satisfacer nuestra hambre de Dios. ¿Cómo lo hizo? El se convirtió en Pan de Vida. Se hizo pequeño, frágil, desarmado por nosotros. Las migajas de pan son tan pequeñas que incluso un bebé puede mascarlas, incluso un moribundo puede tragarlas. Jesús se convierte en pan de vida para apaciguar nuestra hambre de Dios, nuestra hambre de amor.
No creo que nosotros habríamos sido capaces de amar a Dios si Jesús no hubiese venido a ser uno de nosotros. Ha venido a ser uno como nosotros, excepto en el pecado, para hacernos capaces de amar a Dios. Creados a imagen de Dios hemos sido creados para amar, porque Dios es amor. Por su pasión, Jesús nos ha enseñado cómo podemos perdonar por amor, cómo podemos olvidar con humildad. ¡Encuentra a Jesús y encontrarás la paz!”
¿Quién se ha vuelto loco? Jesús cumple su Misión con una fidelidad amorosa a la voluntad de su Padre Dios. Él no busca el poder temporal, pues su Reino no es de este mundo. Su entrega no es primero un sí y luego un no. Su compromiso es total y, de un modo consciente, Él sabe que camina hacia la entrega de su propia vida por nosotros. A esos extremos lleva el amor verdadero. Pero la gente quería llevárselo para hacerlo rey. Quien no ha entendido el camino del Evangelio puede querer aprovecharse de Él para lograr sus propios intereses mundanos. ¿No será esto último una verdadera locura? Cristo no vino para que vivamos como los gobernantes de este mundo, sino como los siervos que son capaces de dar su vida por aquellos a quienes fueron enviados a servir. Dios espera de su Iglesia una verdadera lealtad al Evangelio y a la Gracia que se le ha confiado. Quien sólo aprovecha su fe para ocupar puestos, incluso dentro de la Iglesia, y olvidarse del servicio que se ha de dar a los demás para conducirlos a Cristo a costa, incluso, de la entrega de la propia vida, podemos decir que es el que ha quedado embrutecido por el poder y que sus sueños, al margen del servicio que Cristo nos ha enseñado, le han vuelto loco.
En esta Eucaristía celebramos la Victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte. Pareciera que el Señor hubiera sido derrotado por las fuerzas del mal. Sin embargo, en Cristo la muerte no tiene la última palabra, sino la vida. Él se ha levantado victorioso sobre la serpiente antigua o Satanás. Y Cristo nos hace partícipes de su Victoria cuando entramos en comunión de vida con Él. Por eso la participación en la Eucaristía es para nosotros todo un compromiso de fidelidad al camino que Cristo nos ha mostrado. No podemos inventarnos caminos que nos hagan sólo proclamadores del Evangelio con las palabras, contemplando el sufrimiento de los demás mientras nosotros llevamos una vida de poltronería. Cristo nos quiere totalmente comprometidos en la salvación integral de aquellos a quienes hemos sido enviados. Por eso, junto con Cristo sepamos entregar nuestra vida para que todos tengan vida, no por nosotros, sino por la Fuerza santificadora, que es el Espíritu Santo que habita en la Iglesia de Cristo.
Quienes amamos a Cristo, quienes escuchamos su voz y nos comprometemos a vivir conforme a su Evangelio podremos tal vez ser tildados de locos, de ilusos, de soñadores. Sin embargo sólo quien en verdad vive unido a Dios y comprometido en la salvación de todas las personas podrá hacer suyo el camino de Cristo, no quedándose en una utilización del Evangelio para el propio provecho, sino que sabrá salir al encuentro de los pecadores para hacerles cercano el perdón y el amor de Dios; y sabrá salir al encuentro del hombre que sufre para manifestarle la misericordia divina no sólo con palabras, sino con obras que le ayuden a recobrar la vida con mayor dignidad. Ojalá y no nos dejemos dominar por intenciones torcidas que nos lleven a buscar dignidades o aplausos humanos. Dios espera de nosotros una vida de fe totalmente comprometida con el Evangelio. Seamos esa Iglesia del Señor que vive no para servirse del Evangelio, sino para estar al servicio del Evangelio hasta sus últimas consecuencias.
Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber amar a Dios haciendo nuestra la Misión que le confió a su Hijo Jesús; y amar a nuestro prójimo no sólo para hablarle de Dios, sino para manifestárselo desde una vida convertida en un signo del amor, de la misericordia y de la cercanía de Dios para todos los hombres. Amén (www.homiliacatolica.com).

* Jesús no se deja llevar por el éxito fácil, la moda, su afán no es tener buena imagen, y los suyos malinterpretan su dedicación a la gente, incluso lo “ningunean” como se dice ahora, usan su familiaridad para hacer ver que no es nadie, que no tiene categoría, hasta ahí la envidia, que anticipa la pasión. Luego, en la proclamación del Reino y de las Bienaventuranzas, ya explicará esta “lógica de la cruz”, que es la lógica del seguimiento de Jesús: «Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros» (Jn 15,20). Nos llamarán fanáticos, exagerados, locos, retrógradas y radicales al mismo tiempo…
Jesús está plenamente dedicado a la predicación del Reino. Su vida se identifica con su misión, y lo que luego enseñará como bienaventuranzas es lo que va descubriendo en su corazón, la vida tiene alegrías y penas, como comprobaron María y José con la matanza de Herodes, y antes con la “duda” de José. Él comienza a tener esa idea, en su conciencia de niño, desde la estancia en Egipto. El poder del demonio, que quiere la muerte del hombre y especialmente contrariar la misión de Jesús, provoca muertes alrededor de Jesús, y eso le duele mucho. También provoca que se opongan los parientes a su vocación, llamándole loco, y eso le duele mucho más que si lo hicieran los desconocidos, como indicó más tarde ante la traición de un amigo, de Judas. Sabe que ha de pasar así, como anunció Isaías y lo dirá más de una vez: «Eso ocurrió para que se cumpliera lo que los profetas habían anunciado...” (Mt 21, 5; cf. Jn 12, 15). Pero le duele. Vemos a Jesús dolido, por el desprecio de sus parientes. Queremos respetar el dolor de Jesús, que sin embargo permanece firme, fiel a su misión.
** ¿Es posible llamar bienaventurada a la aflicción? Indica Benedicto XVI: “Hay dos tipos de aflicción: una, que ha perdido la esperanza, que ya no confía en el amor y la verdad, y por ello abate y destruye al hombre por dentro; pero también existe la aflicción provocada por la conmoción ante la verdad y que lleva al hombre a la conversión, a oponerse al mal. Esta tristeza regenera, porque enseña a los hombres a esperar y amar de nuevo. Un ejemplo de la primera aflicción es Judas, quien —profundamente abatido por su caída— pierde la esperanza y lleno de desesperación se ahorca. Un ejemplo del segundo tipo de aflicción es Pedro que, conmovido ante la mirada del Señor, prorrumpe en un llanto salvador: las lágrimas labran la tierra de su alma. Comienza de nuevo y se transforma en un hombre nuevo.
Este tipo positivo de aflicción, que se convierte en fuerza para combatir el poder del mal, queda reflejado de modo impresionante en Ezequiel 9,4. Seis hombres reciben el encargo de castigar a Jerusalén, el país que estaba cubierto de sangre, la ciudad llena de violencia (cf. 9, 9). Pero antes, un hombre vestido de lino debe trazar una «tau» (una especie de cruz) en la frente de los «hombres que gimen y lloran por todas las abominaciones que se cometen en la ciudad» (9, 4), y los marcados quedan excluidos del castigo. Son personas que no siguen la manada, que no se dejan llevar por el espíritu gregario para participar en una injusticia que se ha convertido en algo normal, sino que sufren por ello. Aunque no está en sus manos cambiar la situación en su conjunto, se enfrentan al dominio del mal mediante la resistencia pasiva del sufrimiento: la aflicción que pone límites al poder del mal.
La tradición nos ha dejado otro ejemplo de aflicción salvadora: María, al pie de la cruz junto con su hermana, la esposa de Cleofás, y con María Magdalena y Juan. En un mundo plagado de crueldad, de cinismo o de connivencia provocada por el miedo, encontramos de nuevo —como en la visión de Ezequiel— un pequeño grupo de personas que se mantienen fieles; no pueden cambiar la desgracia, pero compartiendo el sufrimiento se ponen del lado del condenado, y con su amor compartido se ponen del lado de Dios, que es Amor. Este sufrimiento compartido nos hace pensar en las palabras sublimes de san Bernardo de Claraval en su comentario al Cantar de los Cantares (Serm. 26, n.5): «impassibilis est Deus, sed non incompassibilis», Dios no puede padecer, pero puede compadecerse. A los pies de la cruz de Jesús es donde mejor se entienden estas palabras: «Dichosos los afligidos, porque ellos serán consolados». Quien no endurece su corazón ante el dolor, ante la necesidad de los demás, quien no abre su alma al mal, sino que sufre bajo su opresión, dando razón así a la verdad, a Dios, ése abre la ventana del mundo de par en par para que entre la luz. A estos afligidos se les promete la gran consolación. En este sentido, la segunda Bienaventuranza guarda una estrecha relación con la octava: «Dichosos los perseguidos a causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos».
La aflicción de la que habla el Señor es el inconformismo con el mal, una forma de oponerse a lo que hacen todos y que se le impone al individuo como pauta de comportamiento. El mundo no soporta este tipo de resistencia, exige colaboracionismo. Esta aflicción le parece como una denuncia que se opone al aturdimiento de las conciencias, y lo es realmente. Por eso los afligidos son perseguidos a causa de la justicia. A los afligidos se les promete consuelo, a los perseguidos, el Reino de Dios; es la misma promesa que se hace a los pobres de espíritu. Las dos promesas son muy afines: el Reino de Dios, vivir bajo la protección del poder de Dios y cobijado en su amor, éste es el verdadero consuelo.
Y a la inversa: sólo entonces será consolado el que sufre; cuando ninguna violencia homicida pueda ya amenazar a los hombres de este mundo que no tienen poder, sólo entonces se secarán sus lágrimas completamente; el consuelo será total sólo cuando también el sufrimiento incomprendido del pasado reciba la luz de Dios y adquiera por su bondad un significado de reconciliación; el verdadero consuelo se manifestará sólo cuando «el último enemigo», la muerte (cf. 1 Co 15, 26), sea aniquilado con todos sus cómplices. Así, la palabra sobre el consuelo nos ayuda a entender lo que significa el «Reino de Dios» (de los cielos) y, viceversa, el «Reino de Dios» nos da una idea del tipo de consuelo que el Señor tiene reservado a todos los que están afligidos o sufren en este mundo.
Llegados hasta aquí, debemos añadir algo más: para Mateo, para sus lectores y oyentes, la expresión «los perseguidos a causa de la justicia» tenía un significado profético. Para ellos se trataba de una alusión previa que el Señor hizo sobre la situación de la Iglesia en que estaban viviendo. Se había convertido en una Iglesia perseguida, perseguida «a causa de la justicia». En el lenguaje del Antiguo Testamento «justicia» expresa la fidelidad a la Torá, la fidelidad a la palabra de Dios, como habían reclamado siempre los profetas. Se trata del perseverar en la vía recta indicada por Dios, cuyo núcleo esta formado por los Diez Mandamientos. En el Nuevo Testamento, el concepto equivalente al de justicia en el Antiguo Testamento es el de la «fe»: el creyente es el «justo», el que sigue los caminos de Dios (cf. Sal 1; Jr 17, 5-8). Pues la fe es caminar con Cristo, en el cual se cumple toda la Ley; ella nos une a la justicia de Cristo mismo.
Los hombres perseguidos a causa de la justicia son los que viven de la justicia de Dios, de la fe. Como la aspiración del hombre tiende siempre a emanciparse de la voluntad de Dios y a seguirse sólo a sí mismo, la fe aparecerá siempre como algo que se contrapone al «mundo» —a los poderes dominantes en cada momento—, y por eso habrá persecución a causa de la justicia en todos los periodos de la historia. A la Iglesia perseguida de todos los tiempos se le dirige esta palabra de consuelo. En su falta de poder y en su sufrimiento, la Iglesia es consciente de que se encuentra allí donde llega el Reino de Dios”.
*** El fundamento es cristológico: “Cristo crucificado es el justo perseguido del que hablan las profecías del Antiguo Testamento, especialmente los cantos del siervo de Dios, y del que también Platón había tenido ya una vaga intuición (La república, II 361e-362a). Y así, Cristo mismo es la llegada del Reino de Dios. La Bienaventuranza supone una invitación a seguir al Crucificado, dirigida tanto al individuo como a la Iglesia en su conjunto”. Jesús promete alegría, júbilo, una gran recompensa a los que por causa suya sean insultados, perseguidos o calumniados de cualquier modo (cf. Mt 5,11). Está en relación con la otra “norma” del Camino: «Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia porque ellos serán saciados» (Mt 5, 6). “Esta palabra es profundamente afín a la que se refiere a los afligidos que serán consolados: de la misma manera que en aquella reciben una promesa los que no se doblegan a la dictadura de las opiniones y costumbres dominantes, sino que se resisten en el sufrimiento, también aquí se trata de personas que miran en torno a sí en busca de lo que es grande, de la verdadera justicia, del bien verdadero. Para la tradición, esta actitud se encuentra resumida en una expresión que se halla en un estrato del Libro de Daniel. Allí se describe a Daniel como vir desideriorum, el hombre de deseos (9,23 Vlg). La mirada se dirige a las personas que no se conforman con la realidad existente ni sofocan la inquietud del corazón, esa inquietud que remite al hombre a algo más grande y lo impulsa a emprender un camino interior, como los Magos de Oriente que buscan a Jesús, la estrella que muestra el camino hacia la verdad, hacia el amor, hacia Dios. Son personas con una sensibilidad interior que les permite oír y ver las señales sutiles que Dios envía al mundo y que así quebrantan la dictadura de lo acostumbrado”.
Son los santos humildes en los que la Antigua Alianza se abre hacia la Nueva y se transforma en ella. Son Zacarías e Isabel, María y José, en Simeón y Ana. Son los doce Apóstoles. “Edith Stein dijo en cierta ocasión que quien busca con sinceridad y apasionadamente la verdad está en el camino de Cristo. De esas personas habla la Bienaventuranza, de esa hambre y esa sed que son dichosas porque llevan a los hombres a Dios, a Cristo, y por eso abren el mundo al Reino de Dios”. Esto amplía los términos del texto de hoy, pero está en germen. Gracias al sufrimiento de los justos, la justicia del Reino, la salvación, llega a muchos, a la inmensidad de la humanidad, es la fecundidad de las Bienaventuranzas.