Domingo III del Tiempo ordinario, ciclo B: Jesús anuncia el Reino de Dios y nos llama a seguirle, a través de una conversión del corazón, una apertura a la Buena Nueva
Lectura del Profeta Jonás 3,1-5. 10. En aquellos días, vino de nuevo la Palabra del Señor a Jonás: -Levántate y vete a Nínive, la gran capital, y pregona allí el pregón que te diré. Se levantó Jonás y fue a Nínive, como le había mandado el Señor. (Nínive era una ciudad enorme; tres días hacían falta para atravesarla.) Comenzó Jonás a entrar por la ciudad y caminó durante un día pregonando: -Dentro de cuarenta días Nínive será arrasada. Los ninivitas creyeron en Dios, proclamaron un ayuno, y se vistieron de sayal, grandes y pequeños. Cuando vio Dios sus obras y cómo se convertían de su mala vida, tuvo piedad de su pueblo el Señor, Dios nuestro.
Salmo 24,4bc-5ab.6-7bc. 8.9: R/. Señor, instrúyeme en tus sendas.
Señor, enséñame tus caminos, / instrúyeme en tus sendas. / Haz que camine con lealtad; / enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador.
Recuerda, Señor, que tu ternura / y tu misericordia son eternas; / acuérdate de mí con misericordia, / por tu bondad, Señor.
El Señor es bueno y es recto, / y enseña el camino a los pecadores; / hace caminar a los humildes con rectitud, / enseña su camino a los humildes.
Lectura de la primera carta del Apóstol San Pablo a los Corintios 7,29-31. Hermanos: Os digo esto: el momento es apremiante. Queda como solución: que los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran; los que lloran, como si no lloraran; los que están alegres, como si no lo estuvieran; los que compran, como si no poseyeran; los que negocian en el mundo, como si no disfrutaran de él: porque la presentación de este mundo se termina.
Lectura del santo Evangelio según San Marcos 1,14-20. Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: -Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios: Convertíos y creed la Buena Noticia. Pasando junto al lago de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que eran pescadores y estaban echando el copo en el lago. Jesús les dijo: -Venid conmigo y os haré pescadores de hombres. Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Un poco más adelante vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca repasando las redes. Los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon con El.
Comentario: 1. Jon 3,1-5.10: El autor del libro de Jonás es el primero en liberarse de los límites estrechos de una benevolencia hacia Israel y castigo para los demás. Cree que un rey pagano puede convertirse lo mismo que un rey hebreo (Jon 3, 5-8), mejor incluso que algunos reyes de Israel o de Judá que se negaron a reconocer sus errores (Jr 36, 24). El relato recrimina a los judíos su lentitud en convertirse (cf. Jr 7, 25-26; 25, 4; 26, 5), cuando los paganos se convierten al primer requerimiento (v. 5) y sin necesidad de que intervenga ningún signo particular. Todo hombre, cualquiera que sea, está llamado a arrepentirse, y el perdón de Dios está a disposición de todos (como nos revelará en plenitud Cristo en el Evangelio de hoy y otros lugares: Mt 12, 38-42). El episodio de Jonás pone bien en relieve las condiciones psicológicas indispensables para el encuentro del otro y, por tanto, para la evangelización. Así como los esclavos desean por encima de todo la libertad, los trabajadores no quieren paternalismo de sus jefes sino respeto, hemos de ir con buenas disposiciones de respeto a la libertad de cada uno, a recordar a cada uno su dignidad, anunciar sin dogmatismos la buena nueva a todos (Maertens-Frisque).
El libro de Jonás no es un relato histórico, sino didáctico (aunque pudo tener como referentes personajes anteriores históricos, y transformarlos en el estilo). En 2 Reyes 14, 25 nos encontramos con un Jonás, contemporáneo de Amós y de Jeroboam II (s. VIII a. C.), pero nada tiene que ver con el personaje de este libro escrito unos cuantos siglos después (época después del destierro). Mediante esquemas y repeticiones, el autor de esta pequeña obra sólo nos quiere inculcar que Dios es, ante todo, misericordioso, perdona a todos, incluso a los paganos, con tal que se conviertan. -Los caps. 3,1-4,4 forman una unidad literaria concéntrica cuyo núcleo es el edicto del rey ordenando ayuno y penitencia (3, 6-9). Dios habla con Jonás (3, 1-2) y le responde (4, 4); Jonás en Nínive (3, 3-4) y su lamentación al Señor (4, 1-3); efectos de su predicación (3, 5) y consecuencias de la penitencia realizada (3, 10). vv 1-3: Nínive, capital del imperio, era el símbolo de la opresión e injusticia contra Israel (cf. cap. 1). Los descubrimientos arqueológicos han confirmado que Nínive era una gran metrópoli (la distancia entre dos de sus puertas de entrada eran de 4 kms.), aunque no tanto como recalca el v. 3. Como centro de corrupción y de hostilidad juega, para el autor, el mismo papel que Babilonia en el relato de la torre de Babel (Gn 11, 1-9). Aquí es enviado Jonás a predicar por segunda vez. Por contraposición al primer mandato (cap. 1: Jonás huye en vez de obedecer), aquí se dirige a cumplir su misión. Dios ha vencido la obstinación de Jonás, pero no se dice para nada que éste haya accedido gustosamente.
-v. 4: "Dentro de 40 días, Nínive será arrasada". Este es el escueto mensaje de Jonás, breve, frío..., en nada parecido a la predicación profética. El número 40 es tiempo de espera, de preparación: 40 días dura el diluvio, 40 años es la etapa de prueba del desierto, 40...
-v. 5:Efectos de la predicación de Jonás. Los extraños creen (he'emin) y se arrepienten mientras que el pueblo de Israel no hace caso a su palabra profética (Is 7, 9; 28, 16); los ninivitas se apoyan en Dios, lo toman en serio. El encuentro personal con el Señor es el centro de toda auténtica religiosidad, traduciéndose esta fe en obras concretas: ayunos, vestir el sayal... (gestos penitenciales, de arrepentimiento). La penitencia llega hasta el palacio real, ya que el rey cambia su trono por la ceniza, su manto por el sayal..., y manda promulgar un edicto para que todos hagan penitencia y se conviertan al Señor (vv. 6-9). El bando termina con las palabras "tal vez Dios..."; el perdón es puro don divino.
-v. 10: Y ante este volverse de los ninivitas de su mala conducta, Dios también se vuelve de la anunciada amenaza y concede su perdón. El Señor no quiere la muerte del hombre, sino su vida; la misericordia divina prevalece siempre sobre su justicia. Y no sólo se reserva a Israel, sino que abarca al mundo entero. Así, el mensaje divino es aceptado por el mundo pagano (A. Gil Modrego).
Nínive se convierte, y es emblemático y causa de sorpresa y contraste evidentes. Porque muchas veces Israel no ha hecho caso de amenazas y promesas, mientras que uno de sus peores enemigos (enemigo del pueblo de Dios) se convierte con humildad y fervor. Las apariencias engañan: Nínive ha comprendido mejor al Dios de Israel, que Israel mismo. También llama la atención, como en otros lugares de la Escritura, que "Yavé se arrepiente". Esto es una contraposición respecto a lo que puede significar el destino ciego. Una amenaza pierde su efecto por medio de la penitencia; una promesa, por medio del pecado (Ex 32, 14; Jer 18; Am 7,3). Y esto hay que diferenciarlo bien de la veleidosa o caprichosa voluntad humana, en la que no se puede confiar (Núm 23, 19; I Sam 15, 29; “Eucaristía 1988”).
Las escrituras cuneiformes nos informan de la penitencia pública de los asirios, que se extendía incluso a los animales domésticos; Herodes nos dice que ésta era también la costumbre de los persas. Pero los signos de penitencia no valen nada sin la conversión interior, sin el cambio del corazón y de la vida. El autor nos dice que los ninivitas se convirtieron de su mala conducta (“Eucaristía 1985”). El tema fundamental de la lectura de Jonás es la conversión. El vocablo griego tiene una fuerza metafórica y realista. Metanoia quiere decir literalmente: cambio de mente. La conversión es, por tanto, un tema de pellejo para adentro, un tema tan serio y grave como puede ser cambiarse uno de cabeza; es decir, dejar las viejas categorías de enjuiciar y pensar para tomar nuevos criterios y cánones nuevos para ver la vida y sus problemas. También la palabra latina tiene fuerza etimológica: conversión, convertirse, quiere decir volverse. (En esto sigue el término hebreo): Es decir: desandar el camino, poner los pies donde está la cabeza y poner la cabeza donde están los pies. Se trata, en definitiva, de tomarse a sí mismo como el carnicero toma la res para despellejarla: agarrar la piel por la cabeza y sacarle por la cola. Podemos destacar en primer lugar el cuerpo del delito: la ciudad de Nínive. A partir de este relato es una ciudad mítica, la ciudad del pecado y el olvido. No se nos dicen los pecados de que Nínive era culpable. Se afirma sin más el pecado de la ciudad; todos sus miembros, desde el rey hasta el último animal, son parte responsable. Muchos cristianos no entramos en trance de conversión porque nos falta la conciencia de esta dimensión social del pecado. Para muchos de nosotros, el horizonte queda reducido exclusivamente a "nuestros" pecados. Por eso, cuando creemos estar libres de culpas más o menos graves, tomamos como cosa de otros este tema de la conversión. Nos falta responsabilidad y conciencia de culpa con respecto a la Nínive -la ciudad del pecado, el mundo de la guerra y la opresión- en que estamos viviendo. Tal vez reconocemos que hay muchos cosas mal a nuestro alrededor, pero nadie se solidariza con ellas y nadie sale fiador de ellas. Esta concepción que tenemos del pecado del mundo repugna con la lectura que hoy comentamos y con una postura que en la Biblia está claramente definida. Al escuchar las palabras de Jonás, el rey de Nínive no es consciente de sus pecados ni de los pecados de su pueblo; no sabe quién o quiénes son los culpables. Y sin embargo, se solidariza él y toda la ciudad en un sentimiento de conversión, ayuno y oración colectivos.
Subrayemos el paralelismo que existe entre Jonás y Elías (1 Re 19,4). Los dos, sentados a la sombra fuera de la ciudad, están tristes y desengañados. Pero mientras Elías lamenta la actitud del rey y del pueblo hacia Dios, Jonás se aflige por su fracaso, pese a que ha significado un éxito para Dios. La única razón de su dolor reside en la estrechez de sus ideas… También podríamos subrayar el carácter condicional de los vaticinios proféticos, cosa que debía de ser desconcertante para la mentalidad de aquella época. El antiguo oriente creía en la eficacia casi mágica y autónoma de la palabra profética. Además, esta palabra se confundía con la palabra divina, que tenía una trascendencia o, al menos, cierta autonomía de acción (Os 6,5). Por eso se tenía la impresión de que el oráculo profético entrañaba algo de inevitable. Jeremías (18,7-12) había enseñado ya que el anuncio del castigo estaba condicionado a la conversión. Pero al hombre Jonás, como al resto de los hombres, no le resulta fácil aceptar ideas nuevas (J. Aragonés).
«Por segunda vez fue dirigida la palabra del Señor a Jonás en estos términos: 'Vete a Nínive, la gran ciudad, y proclama lo que yo te diga'» (4,1). Como si no hubiera pasado nada, como si fuera la primera vez... Y Jonás se fue a Nínive y predicó allí. Y cuando Nínive se convirtió, Jonás se disgustó mucho y se quejó a Dios, cosa que a nosotros, tan deseosos de éxitos apostólicos, nos parece extrañísimo: «¡Ay, Yahvé! ¿No es esto lo que yo decía cuando estaba todavía en mi tierra? Por eso me apresuré a huir a Tarsis. Porque bien sabía yo que tú eres un Dios entrañable y misericordioso, tardo a la cólera y rico en amor, que se arrepiente del mal...» Esas palabras son el nudo que revela todo el secreto del relato y cuál fue la ruptura que se le pidió a Jonás: tenía que dejar atrás todas sus ideas sobre Dios y vincularse a alguien que le llevaba más allá de sus fronteras y le dejaba en una intemperie amenazadora y vacía de seguridades. A eso se resistía Jonás, porque no era a Nínive a quien temía, sino a Dios; y no era su cólera lo que le atemorizaba, sino su amor incontrolable y desmesurado. Pobre Jonás, o dichoso Jonás, a quien Dios quiso elegir como compañero de juego y le fue ganando, una a una, todas las partidas, hasta darle un jaque mate en el que, misteriosamente, fue el vencido quien salió ganando...!
De Tarsis a Nínive… Dios no tuvo en cuenta sus anteriores cobardías… Cuando nuestras viejas ideas sobre Dios han caído, y las maneras de servirle cambiado, y los lugares en que hacernos presentes se han ampliado... ¿nos tambalearon las seguridades, y el sistema de creencias que creíamos inamovible se reveló incapaz de sostenernos? La sociedad ha cambiado, hemos visto crisis y sacudidas, y mucha gente se nos quedó por el camino. Y, a lo mejor, después de la tormenta, creímos que al fin estábamos seguros en el vientre de la ballena, y pensamos: «gracias a Dios, ya ha pasado el alboroto de la renovación, ya hemos alcanzado la estabilidad… ya casi no nos calificamos unos a otros de 'tradicionales' o 'progresistas'». Pero, de pronto, puede sorprendernos la evidencia de que aquello no había sido más que una etapa, y que ahora la ballena nos ha vomitado en la Nínive de un mundo técnico y secularizado en el que Dios parece estar ausente y al que las palabras que nosotros pronunciamos le son prácticamente indescifrables y los valores que tratamos de anunciar le resultan arcaicos e irrelevantes. Nuestros hábitos culturales se sienten amenazados; no ejercemos como antes el liderazgo moral; tenemos delante problemas para los que desconocemos la respuesta; nos resistimos a ser tragados por la «invisibilidad social»... Por eso nos acomete la tentación de huir a una «Tarsis» que puede tener muchos nombres y llamarse refugio en nuevas sacralizaciones, restauracionismo, individualismo, fuga hacia el espiritualismo, encerramiento en pequeños mundos, dependencia, instalación, repetición de esquemas ya fijados, dogmatismo, nostalgia, pesimismo, vuelta al normativismo y al moralismo... Pero, lo mismo que Jonás, podemos escuchar una llamada persistente que vuelve a invitarnos a correr la aventura de Nínive, a aceptar el riesgo de una vinculación nueva a un Dios desconcertante que nos empuja a ir más allá de lo conocido, que está queriendo desplazarnos más allá, hacia los desiertos, las periferias y las fronteras, allí donde está su humanidad más herida y donde sus hijos, por debajo de la apariencia de la intrascendencia y del divertimento, viven la brecha abierta de la pregunta por el sentido y el silencio vacío que espera una Palabra. Son “ninivitas” bastante reacios a convertirse en objeto de nuestro apostolado y no parecen necesitar mucho de nuestras instituciones, nuestras enseñanzas, nuestra predicación o nuestras respuestas; pero con ellos podemos hablar el lenguaje del servicio, de la presencia, del diálogo, del testimonio, del anuncio gratuito, de la disponibilidad para hacer camino con ellos y aguantar juntos la incertidumbre y la dureza de la vida. Quizá nos estamos resistiendo a todo eso que nos aleja de un territorio que nos era familiar; pero muchas de las insatisfacciones que sentimos y de los problemas de los que nos quejamos («estamos tan mayores, no tenemos vocaciones, hay muchas dificultades...») pueden ser como la tormenta, la ballena, el gusano que secó el ricino de Jonás o el viento solano que le abrasó la cabeza. Y, lo mismo que para él, pueden tener la función pedagógica de forzarnos a dar la vuelta de nuestros Tarsis, decidirnos a entablar diálogo con Nínive y, sobre todo, perderle el miedo a ese Dios que asedia nuestra vida a través de los extraños caminos de su gracia (Dolores Aleixandre).
2. Salm 24: Nos encontramos ante un salmo que respira una ferviente piedad personal. Y ante una oración más bien curiosa. En realidad el procedimiento adoptado para su composición es el llamado alfabético. Es decir, que el autor para componer el salmo sigue la sucesión de las letras del alfabeto. El primer versículo corresponde a la primera letra. Y así sucesivamente..., respetando rigurosamente el orden. Es una alabanza con todas las letras, es decir completa (que hemos comentado ya en otros momentos). “‘Vias tuas, Domine, demonstra mihi, et semitas tuas edoce me’; Señor, indícame tus caminos, enséñame tus sendas. Pedimos al Señor que nos guíe, que nos muestre sus pisadas, para que podamos dirigirnos a la plenitud de sus mandamientos, que es la caridad” (San Josemaría).
3. 1 Co 7, 29-31: Este breve pasaje forma parte de una larga argumentación de Pablo encaminada a explicar a sus lectores que, desde Jesús, el matrimonio, aun cuando sigue siendo bueno, ya no es algo absoluto, y que la relación de los sexos no se resuelve ya tan solo en la unión conyugal, también en el encuentro personal de cada uno con el Señor.
a) El argumento principal mediante el que Pablo relativiza, por una parte, la institución matrimonial remite a la nueva concepción del "tiempo" nacida de la venida en el tiempo del Dios hecho hombre: el "tiempo se hace corto" (v. 29) y "pasa la figura de este mundo" (v. 31). En el A.T., el matrimonio representa la institución ideal mediante la cual el hombre, de generación en generación, proseguía la obra de la creación para llevarla a la recreación prevista para los últimos tiempos. Mas esos tiempos han llegado: a partir de Cristo, Dios está presente en la humanidad y en el universo de tal forma que los transfigura progresivamente hasta su divinización. El matrimonio no deja, pues, de ser la institución ideal mediante la que el hombre presta su colaboración en la creación y en la historia, una colaboración ya recompensada, puesto que de ahora en adelante significa la presencia de Dios en los últimos tiempos. Pero la institución matrimonial no es ya exclusiva: ahora que Dios está ya presente en todas las cosas y en todos los hombres a través de la mediación de Cristo, el matrimonio no es ya el único medio de que la humanidad llegue hasta ese encuentro con Dios, y la virginidad puede también, y mejor incluso que el matrimonio, testificar la presencia de Dios.
b) Por lo demás, todo acontecimiento de la vida, triste o feliz, en Jesús, es relativizado y el cristiano debe poder mantener sus distancias respecto a él (vv. 30-31). Una vez que Dios ha penetrado en la historia, ésta ha alcanzado su término en el sentido de que todas las instituciones y todos los acontecimientos no sólo andan en busca de los últimos tiempos, sino que son el signo de la presencia escatológica de Dios. Habiendo alcanzado así su término, instituciones y acontecimientos se relativizan y permiten al hombre adoptar una actitud libre respecto a ellos con tal que esa libertad le venga de su fe en su participación en los últimos tiempos. No se trata de rechazar la institución y de desligarse con desdén del acontecimiento: Pablo no es un encratita ni un estoico: se trata tan sólo de percibir con lucidez la finalidad de estas cosas y de acomodarse a ella mediante la continencia o un tipo nuevo de uso de las cosas del mundo (Maerens-Frisque). El que ha descubierto la urgencia y la importancia del Evangelio y se ha convertido al reinado de Dios que se acerca, no puede instalarse ya en este mundo. No puede llorar como si no hubiera consuelo para sus lágrimas, no puede reír como si ya hubiera hallado la felicidad completa, no puede trabajar o negociar como si esto fuera su verdadera vocación y destino... Si llora, si ríe, si negocia... debe hacerlo como si no lo hiciera, "porque la presentación de este mundo se termina". El adviento de Dios en Jesús pone coto y medida al mundo y a todo lo que hacemos en él, y así, nos libera de todos los falsos absolutos. El cristiano ha de vivir en este mundo y ocuparse de este mundo, pero con reservas, o si se quiere, con esperanza. Pablo no quiere decirnos que vivamos en el mundo con la indiferencia y la apatía de los estoicos, sino que pongamos las cosas en su sitio y, por encima de todas, el reinado de Dios que se acerca (“Eucaristía 1982”). Las palabras de Pablo sólo se comprenden desde la situación especial en la que se encontraba la comunidad cristiana de Corinto y desde la situación fundamental de los que esperan el advenimiento del Reino de Dios. La comunidad de Corinto estaba dividida en grupos y en intereses opuestos. San Pablo sale al paso de todos los extremismos y particularismos haciendo una llamada común al realismo cristiano: cualquiera que sea el estado y la posición de los cristianos en el mundo, la verdad es que este mundo pasa y no vale la pena de afincarse cada uno en su propia situación. La esperanza escatológica que deben tener todos los creyentes, supera las diferencias que nos dividen y nos condicionan. San Pablo no predica un cristianismo instalado en las contradicciones de este mundo, sino todo lo contrario. Pues el anuncio de la pronta venida del Señor nos obliga a todos a vivir en el desarraigo. Sin esa actitud no es posible la paz en la comunidad cristiana. Sentir que este mundo pasa y que nada permanece no implica necesariamente el pesimismo. Si este viejo mundo pasa es para dar lugar a la nueva tierra y al nuevo cielo. Tampoco se recomienda el absentismo de las realidades terrenas. Esto sería una alienación. San Pablo no dice que no lloremos, que no tengamos mujer, que no compremos... sino que nada de eso lo hagamos como si fuera la razón y el sentido último de nuestras vidas. El absolutizar cualquiera de estas cosas que pasan sí es una alienación (“Eucaristía 1973”). Las presentes frases están dichas en el marco del discurso fundamental sobre el matrimonio y la virginidad, que Pablo desarrolla en este capítulo, y que se refieren a lo que ha de ser la actitud del hombre a causa de la espera del final de los tiempos. La brevedad del tiempo que queda exige un desprendimiento interior respecto del mundo: las situaciones y quehaceres exteriores requerirán seriedad, pero frente a ellas hay que ser y sentirse libres. Porque a la vista de la venida del Señor todas las ataduras terrenales pierden importancia. En realidad, la auténtica seriedad ha de estar dirigida hacia el Señor. Y esto es mucho más fácil para el no-casado, que para el casado ya que aquél no está dividido en su corazón, encontrando menos impedimentos para el "ser santo en cuerpo y espíritu". Dentro de estos pensamientos no se expresa desprecio alguno por el orden terreno, ni siquiera por el matrimonio; únicamente se hace clara la conciencia de que el hombre, ya en su existencia actual, está ordenado al mundo venidero y a la plenitud del reino de Dios, de manera que en cualquier circunstancia de esta vida tiene que tomar una actitud en correspondencia. El cristiano está situado en tensión entre su condición de necesariamente "comprometido" con el estado actual del mundo y con su conocimiento de lo que está por venir, o sea, en una palabra, con esa "creación expectante que está aguardando la plena manifestación de los hijos de Dios" (Rom 9, 19). Cualquier sobrevaloración de las realidades terrenas, sea matrimonio, alegría o pena, negocio o cambio no es más que una pérdida de lo definitivo y confiable. El cristiano y la iglesia, en el reconocimiento de todos los valores y tareas intramundanas, están llamados a ser signos y testigos de la venida del Señor. Si se tiene en cuenta la situación concreta de la comunidad de Corinto, se comprenderá la intención del Apóstol, que no quiere "tenderle un lazo", sino decirle "lo mejor" (“Eucaristía 1988”). Cuando Pablo escribe estas palabras, la comunidad de Corinto se hallaba dividida en diferentes grupos e intereses opuestos. Pablo invita a los corintios a que adopten una actitud coherente con su esperanza en el adviento del Señor. De esta suerte quiere ayudarles a que unos y otros sepan relativizar sus opciones y posiciones temporales y hagan así posible la unidad y la convivencia. Evidentemente, Pablo no predica un cristianismo instalado en las contradicciones sociales: todo lo contrario, pues aconseja vivir en el desarraigo y en la conciencia de que pasan todas las formas de este mundo. El "como sí..." de Pablo no es indiferencia que deja las cosas como están, sino la fuerza de la esperanza cristiana que nos ha sido dada para descongelar todo fixismo. Tampoco predica la apatía de los estoicos. Pablo sabe muy bien que unos ríen y otros lloran; pero ni los primeros deben absolutizar su dolor como si no tuviera remedio, ni los segundos deben reír y gozar con plena satisfacción mientras haya una sola lágrima en el mundo. Pablo entiende que el hombre anda despistado y se pierde cuando se agarra a lo que tiene y absolutiza cualquiera de las cosas que pasan (“Eucaristía 1985”). Tras haber puesto en claro la actitud a seguir con un incestuoso consentido en la comunidad de cristianos (5, 1-13) y la actitud del cristiano frente a su propia sexualidad (6, 12-20; 7), Pablo concluye diciendo: "el tiempo es corto". Cualquiera que sea el lapso de tiempo que quede por correr hasta la parusía, el tiempo futuro está ya de algún modo presente. De ahí que el creyente tenga que mantenerse en la sana tensión del que espera algo definitivo que se acerca. El apóstol ha hablado ampliamente durante casi todo el cap. 7 sobre la ética sexual y matrimonial. Esta conclusión que saca aquí no es un desdecirse de lo anterior o despreciar el estado matrimonial. Sino que quiere dejar bien claro que hasta lo más importante para el hombre, como es su propia situación familiar y afectiva, tiene que ser orientada al reino, porque, al fin y al cabo, lo importante es ser fiel al don de Jesús. Tenemos aquí evidentemente un precioso estilo oratorio que apunta a una idea general. Viene a decir Pablo: Supuesto que el cristiano tiene como meta lo último, la manifestación de Jesús, su vida ha de moverse en ese horizonte; que tanto su alegría como su llanto encuentren su sitio y su contexto en el marco del reino. Toda la vida del creyente tiene que tener este matiz cristiano y escatológico si quiere rendir al máximo en su camino de fe. Corinto era una ciudad particularmente rica, centro comercial de primera importancia. Incluso en la comunidad de cristianos había, al parecer, algunos hombres ricos (cf. cap 11). Por eso Pablo dice con claridad: está fuera del contexto cristiano quien tiene la sensación de seguridad en sus propias negocios. Al fin y al cabo la única seguridad es Jesús. No tiene más probabilidades de éxito el rico, ya que el reino no tiene nada que ver ni con el dinero ni con la posición social. Con esta conclusión no invita Pablo a un desentendimiento sin más de las realidades presentes. Sino a un trabajo humano pero cristiano, con la óptica de Jesús y del reino. Esto hará precisamente que el trabajo cristiano adquiera una dimensión nueva y fructífera en favor de todos (“Eucaristía 1979”). "La presentación de este mundo se termina" dice san Pablo. Pero terminará la presentación de un mundo fundado en valores caducos, provisionales. Esta "provisionalidad" de las cosas que nos rodean hará que el cristiano viva un cierto tipo de "humor". Porque las cosas no son del todo "serias". Este mundo que se deshace entre las manos no nos puede hacer ni llorar del todo, cuando nos es adverso, ni reír y gozar del todo, cuando parece favorable. Por eso el cristiano conserva una "agilidad" especial que le permite actuar y estar presente en todos los acontecimientos, pero sin quedar aprisionado y encallado en los valores transeúntes. Así lo comenta S. Agustín: “Poned la mirada en el último día, en el de la venida del Hijo del Hombre, porque ha de encontrar viviendo mal a los que ahora están seguros, aunque con una falsa seguridad; se hallan seguros en los placeres del mundo, cuando deberían estarlo por haberlos sometido. El Apóstol nos preparó para aquella vida. Éstas son sus palabras: “Por lo demás, hermanos, el tiempo es corto; sólo queda que los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran, y los que compran como si no comprasen, los que se gozan como si no se gozasen, los que lloran como si no llorasen y los que disfrutan de este mundo como si no disfrutasen, porque la figura de este mundo. Quiero que estéis sin preocupaciones” (1 Cor 7,29-32). El que pone todo su gozo y toda su felicidad en comer, en beber, en estar casado, en comprar, en vender, en disfrutar de este mundo, está ciertamente sin preocupaciones, pero se halla fuera del arca. ¡Ay de él cuando llegue el diluvio! Por el contrario, el que come y bebe o hace otra cosa, y la ejecuta para gloria de Dios; y, si tiene que soportar alguna tristeza debida a las cosas humanas, llora de tal modo que interiormente se goza con la esperanza; y, si le sobreviene algún gozo originado por las cosas terrenas, de tal modo se goza que teme espiritualmente en su interior, y, por lo tanto, no se entrega de lleno a la felicidad para no ser pervertido, ni a la adversidad para no quedar quebrantado, lo cual es llorar como si no llorase y gozarse como si no se gozase; el que, teniendo esposa, compadeciéndose de la flaqueza de ella, da pero no exige el débito; o si por su propia debilidad se casa, pero más bien se lamenta por no poder pasar sin la mujer que se goza por haberse casado; el que vende lo que sabe que, si lo retuviese, no le haría feliz; el que conoce que pasa todo lo que compra, y, por lo tanto, no presume de los bienes en que abunda y le rodean, y emplea lo que tiene en obras de misericordia con quien nada tiene, para recibir también él mismo lo que no tiene de manos de quien tiene todas las cosas; todos estos esperan confiados el último día, porque no están fuera del arca. Ya son contados entre las maderas incorruptibles con las que se fabrica. No teman, pues, al Señor que ha de venir; antes bien, espérenlo y deséenlo, pues su venida no le aportará el castigo, sino la eliminación de las fatigas. Todo esto se consigue en el deseo de aquella ciudad. Luego lo que encarece el evangelio se logra con el deseo de esta ciudad a la que canta el salmo”.
4. Mc 1, 14-20 (par. Mt 4, 18-22). Dios quiere que su reino en la tierra se haga realidad, como fruto de la "conversión" que la llegada del reino solicita (cf. Mc 1, 15), aquí anunciada por el profeta. Reino que será de justicia, de verdad, de paz y de gracia, que es posible si el hombre es capaz de volver los ojos hacia Dios para tener vida, una vida plena, total. Es la Salvación. Este Reino no viene con nuestro esfuerzo, no lo ganamos nosotros con nuestra lucha, como tendremos ya experiencia. Tampoco es algo que nos ofrece mágicamente. Dios no es un hada que usa su varita para arreglar nuestros problemas sólo porque le caemos en gracia. Dios no alimenta la vagancia ni sustituye al hombre para que durmamos plácidamente mientras Él se responsabiliza de nuestro destino. Si las cosas no cambian con nuestra lucha y esfuerzo o por el progreso, si tampoco nos va a venir como lluvia caída del cielo. Convertirse es cambiar. Cambiar nuestra forma de ser, abandonar los modos de convivencia que tenemos, nuestros criterios de actuación, nuestra forma de valorar a la gente, nuestras concepciones religiosas legalistas, dejar de querer aprovechar las ventajas que tenemos sobre los otros, superar nuestros esquemas de amistad y enemistad, no empeñarnos en querer ser y tener más que los otros, preocuparnos y ser más sensibles de las necesidades, angustias y problemas de todos. Cambiar nuestro interior, lo profundo de nuestra personalidad. Cambiar nosotros mismos. Creer es pensar lo tremendamente positivo y bueno que sería para los hombres una vida de hermandad, de colaboración, de confianza. Es ver lo bonito de esta vida nueva que podríamos comenzar a experimentar. Darse cuenta que merece la pena por los resultados a los que lleva. La fe ya no es vivir sometidos a unas normas para después de morir ganarse el cielo. Es confiar en que Dios va a hacer algo grande para que podamos vivir bien todos, antes y después de la muerte (“Dabar 1982”). Probablemente la “conversión” es el núcleo del evangelio de hoy y -en buena parte- de todo el Evangelio de Marcos. Me atrevería a proponer que la predicación de estos cuatro domingos tuviera como intención de fondo el ofrecer una alternativa al generalizado escepticismo que explícitamente tenemos muchos cristianos respecto a nuestra capacidad de convertirnos y de anunciar el Evangelio. El cristiano de hoy vive en solitario su fe, es normal que le suene un poco a música celestial las exhortaciones a la radicalidad evangélica, no tanto porque la sociedad esté "en contra de" los valores evangélicos sino porque está "al margen de" ellos. La denominada "postmodernidad" se caracteriza por su escepticismo ante los grandes valores, por la crisis de las utopías, por el convertirse hacia las pequeñas satisfacciones, hacia los valores sencillos y cotidianos. La Iglesia ya no vive el fervor posconciliar y la sociedad del progreso -de los años sesenta- ha hecho crisis. Las explicables/necesarias preocupaciones son conservar u obtener un trabajo para subsistir, evitar los conflictos excesivos en la vida familiar... Los políticos hablan ya sólo de "lo posible" (entre reconversiones, ajustes, etc). En este contorno es normal que el cristiano tienda a vivir su fe sólo como algo privado, simplemente a conservar. Con un hondo escepticismo respecto a su capacidad de comunicarlo, quizá renunciando a que su fe impregne/transforme toda su vida (¿cómo la transformará si su vida es en gran parte simple subsistencia en el cotidiano "ir tirando"?). Nos sale pedir "el pan de cada día", pero no resuenan en la realidad pedir la venida del Reino. Y, sin embargo, el Jesús de Marcos une el Reino con el pan. Toda homilía debería tener en cuenta esta situación actual, comprenderla para ayudarla, y así ofrecer elementos de posible optimismo. Pienso que el evangelio de hoy -y de estos cuatro domingos- puede ofrecer ocasión para esta "animación" de la fe. El evangelio de hoy nos dice que el vivir cristiano pide conversión y pide sumarse al anuncio de la gran Buena Noticia de Jesús (el Reino/Amor de Dios está ahí, presente, al alcance, puede cambiar/enriquecer nuestra vida). Pero -¡atención!: ahí está el punto clave entonces y ahora -esta conversión y este sumarse al anuncio no se identifica con una "perfección" del seguidor de Jesús, con un automático/milagroso identificarse del seguidor con Jesús: Marcos insistirá continuamente en que los discípulos no entendían/compartían la acción y persona de Jesús. Pero lo importante -lo decisivo- es ponerse a seguir a Jesús, es abrirse a su Buena Noticia de esperanza, es procurar compartir su acción liberadora en favor -en amor-de los demás (evangelio de los domingos 5 y 6). En una palabra: la conversión/anuncio son fruto del seguimiento, no al revés. Y al seguimiento están llamados hombres y mujeres del pueblo, normales, sencillos (como Simón, Andrés, los Zebedeos...). Todos tenemos "vocación" de seguidores de Jesús (J. Gomis).
La invitación que hace Jesús es a la "conversión", y "convertirse significará aceptar, entrando totalmente en él, el mundo de los juicios y de los valores de Jesucristo, la concepción de la felicidad y de las exigencias de la vida según Jesucristo: acoger en el propio interior una mentalidad nueva que es la de Jesucristo... Una conversión que sólo afectara a las ideas, un cambio puramente intelectual, no sería de ningún modo la conversión evangélica, así como tampoco lo sería una conversión que no implicara más que las zonas de la sensibilidad y del sentimiento religioso; o una conversión que únicamente modificara la relación del hombre consigo mismo en el plano de la ética" (A. Liégé). La actitud de los apóstoles es la que nos muestra el camino cristiano. Empezando con Simón, Jesús reúne a su alrededor a los primeros discípulos. Son la imagen viva de los "convertidos que creen en el evangelio". Por eso lo dejan todo: las redes, el padre en la barca con los jornaleros... y se van a predicar. Recuérdese como Marcos subrayará intencionadamente más adelante que los Doce debían estar con él, antes de enviarlos a predicar (cf. Mc 3,14). La misión sólo podrá realizarse a partir de una profunda comunión con Jesús. "La fe cristiana del adulto será el encuentro... del Dios del Reino que, presente en la historia -en Jesucristo-, lleva a término en ella la realización de su proyecto con la colaboración de los hombres" (A. Liégé) El encuentro con Jesús en nuestra historia es "el momento" que apremia y no puede dejarse perder. A partir de este encuentro, toda nuestra vida debería quedar transformada-convertida. Las realidades presentes -como las redes, el padre, los jornaleros y la barca...- quedan des-centradas, porque el centro es Jesucristo. Decir des-centradas no equivale a decir despreciadas ni aborrecidas; equivale a decir que no son el Absoluto, que no son el Reino (P. Tena). Jesús nos habla de conversión, para que lo que profesamos, lo que hemos aceptado, si de hecho estamos abiertos a Dios y a los hombres, adquiera nuevo relieve, conversión tiene muchos sentidos (el griego de matanoia o transformación del corazón, el arameo-también latino de “volver” y desandar o vuelta por el camino) pero siempre es un ver de nuevo con luz especial aquello mismo que ya es distinto, nos descubre aspectos ocultos, nos hace permanecer atentos, nos ilumina nuevas situaciones personales, eclesiales, sociales, que surgen constantemente en el devenir histórico de cada uno de nosotros y de la colectividad, y cómo de vez en cuando, estas nuevas situaciones adquieren el carácter de momentos claves y decisivos. El que cree en Jesús siempre está de camino. El inmovilismo, aunque sea de formas exteriores, es profundamente contrario al evangelio. Así pues, hay que convertirse, renovarse constantemente. ¿Reconociendo nuestras limitaciones, estamos dispuestos a una verdadera conversión, o más bien de una manera consciente o semiinconscientemente, pactamos con las conversiones a medias, o bien nos da miedo llegar a la realidad más profunda? El cristiano, en paz, pero con decisión, vive en la paradoja de la fidelidad a Jesucristo que siempre es el mismo y en la preocupación de actualizar de una manera constante al Jesucristo de siempre. La conversión empieza por un cambio, por la renovación de la mentalidad. Muchas veces y en personas de buena voluntad, éste es el aspecto más difícil de la conversión; al cambio de mentalidad debe corresponder un cambio de comportamiento. Esta conversión se hace difícil, en los diferentes niveles de la persona y de las situaciones por las ideas preconcebidas y por los muchos intereses creados. La auténtica conversión nos hace relativizar lo que debe relativizarse, dentro del discernimiento actual de separar el trigo (lo esencial de la fe) de la paja (manifestaciones históricas, ec.) y nos conserva cada vez más firmes en la fidelidad a Jesucristo; nos puede guiar a descubrir los intereses más sutiles que nos mantendrían en nombre de la renovación evangélica, en arreglos que no tendrían nada de evangélicos y serían la salvaguardia de unas ideologías y de unos intereses que se quieren conservar; esto es difícil; se necesita la libertad de los hijos de Dios, la pobreza evangélica, la fuerza que nos viene de la acción del Espíritu y del hecho de compartir la vida comunitaria. Nos hemos de convencer, con esperanza pero también con humildad, que siempre hemos de convertirnos, pero que nunca lo estaremos del todo. Marcos nos presenta la llamada de cuatro de los que serán del grupo de los doce discípulos del Señor. Han escuchado su voz, se convierten, cambian de vida y dejando las redes y los peces se van con el Señor que los quiere para que anuncien a los hombres quién es El. Todos tenemos nuestros peces y nuestras redes para dejar; el Señor nos llama, a cada uno en su situación, a proclamar la Buena Nueva. ¿Cómo respondemos a esta llamada? (J. M. Bardés).
El corazón del hombre, a pesar de haber sido renovado por la gracia, sigue siendo pecador, sigue sin entregarse del todo al Evangelio; incluso, muchas veces, lucha contra él. La conversión al Evangelio no es más que la aceptación tensa, consciente, paciente, de un deber ineludible: que nuestro compromiso bautismal de seguir a Jesús sea cada día más profundo y vaya calando las capas de nuestra vida, aun las más reacias y egoístas. La mayor dificultad, a mi parecer, para una verdadera postura de conversión, está en que muchos cristianos no se han planteado la necesidad de una elección personal y responsable de Cristo y del Evangelio. Se es cristiano por el bautismo recibido, por una tradición familiar o social, por una serie de prácticas religiosas, por un deseo vago de ser bueno, por un temor al más allá. Pero, en realidad, el Evangelio está allí muy lejos, quizá desconocido, y el hombre está aquí, con su vida concreta, en la que caben criterios, sentimientos, y obras muy lejanos a los evangélicos. No es posible la conversión mientras no se dé una auténtica y sincera confrontación entre la vida concreta y el Evangelio. El cristiano se decide a la conversión cuando, humildemente, se deja interpelar y acepta la llamada que le hace Jesús, no para un cambio accidental sino para una transformación profundamente vital que sea capaz de dar al traste con los modos de pensar, de sentir y de obrar exclusivamente humanos. “Venid conmigo”… Comienza así hoy la lectura continuada del Evangelio de san Marcos. Una oportunidad para, domingo tras domingo, adentrarnos en la intención que vertebra todo este evangelio: desvelar el misterio de Cristo al que presenta como "una figura desconcertante ante un auditorio desconcertado" (P. Schökel). Tanto el evangelio como la primera lectura comienzan con frases parecidas. Jonás recibe este mandato: "Levántate y vete a Nínive, la gran ciudad, y predícale el mensaje que te digo"; san Marcos encabeza la vida pública de Jesús con estas palabras: "Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios". No es una anécdota que cuando, según el libro de Jonás, Dios decide intervenir en el caos moral que esta llevando a la ruina a Nínive envíe a un profeta sencillamente para que hable, para que diga a los ninivitas una palabra que los podía arrancar de sus pecados y hacerles beneficiarios del perdón y de la salvación. Tampoco es un dato insignificante que Jesús, como nos narra Marcos, iniciase su vida pública y a lo largo de toda ella se dedicase a hablar, a proclamar el Evangelio la Buena Noticia de Dios. Con estas coincidencias, ambas lecturas nos alertan sobre el lugar que ocupa en nuestra vida cristiana la Palabra de Dios, que la Iglesia ha conservado en la Biblia. De su escucha meditativa y de la fidelidad con que la conservemos en nuestra vida dependerá que se haga realidad en nosotros el deseo de Jesús: "Venid conmigo". Buen propósito será dejar las "redes" de tantas voces que nos aturden y atendamos solamente a la suya y le sigamos (Antonio Luis Martínez). Marcos, 1, 2-20, tiene que ser considerado como un prólogo de todo el evangelio. Su finalidad no es la de indicarnos cuáles fueron los primeros episodios de Jesús, sino la de señalarnos las perspectivas generales dentro de las cuales hay que leer toda la historia de Jesús. ¿Cuáles son los elementos fundamentales de esta perspectiva? Aunque simplifiquemos un poco las cosas, podemos reducirlos a tres: a) con Jesús ha llegado el Reino de Dios; hay que tomar conciencia de ello y convertirse. Este motivo comienza con el anuncio de Juan y se concreta en el anuncio de Jesús en Galilea; es éste, sobre todo, el tema del trozo que vamos a comentar; b) el Mesías no se coloca fuera de la historia de los hombres; se hace solidario de los hombres y la asume. Entra, por ejemplo, en el movimiento penitencial de su pueblo (bautismo). Se deja envolver por la lucha entre el bien y el mal que caracteriza a la historia humana (tentación). "Entrando en el dinamismo de nuestra historia, se hace solidario de nuestra humanidad" (Duquoc). Esta solidaridad encuentra su cima en la muerte de cruz, pero es la ley de toda la existencia de Cristo, ya desde el principio. La historia que comienza en el bautismo es una historia que no constituye sólo un viaje hacia la cruz-resurrección, sino que saca de la cruz-resurrección toda la lógica de su desarrollo; c) entre Cristo y Satán, entre el reino de Dios y el reino del mundo, existe un contraste irreductible. El Mesías es solidario con la historia, pero no con la lógica de Satanás que con frecuencia le sirve de guía: precisamente, puesto que está de parte del hombre, no acepta el pecado. Así el Mesías aparece al mismo tiempo SOLIDARIO y SEPARADO. Siempre es difícil para el cristiano encontrar la medida justa en su manera de situarse dentro de la historia. Para ello hay dos modos muy fáciles (por eso mismo su facilidad y claridad se convierten en tentaciones): el conformismo y la fuga. Pero la historia del Hijo de Dios no permite ni una cosa ni la otra: el discípulo no puede aceptar el conformismo (de esa manera ya no sería el portador de la "novedad" del reino), y tampoco puede salvar su diversidad en la fuga, evitando el conflicto (no sería ya signo de la "solidaridad" de Dios), más bien debe manifestarse a sí mismo en un esfuerzo -bastante incómodo- de "participación crítica". Con lo que vamos viendo, ¿qué es lo que significa convertirse? La conversión nace ante todo como RESPUESTA a un acontecimiento (supone por tanto la fe), a esa alegre noticia que debería ensancharnos el corazón: en Jesús ha aparecido, en toda su profundidad, el amor increíble y sorprendente de Dios al hombre, a cada uno de los hombres, a todos nosotros. Ese es el acontecimiento que tengo que ACEPTAR, del que tengo que FIARME, y por el que tengo que dejarme MODELAR ("creed en la buena nueva"): eso es la conversión. No se trata de un cambio parcial, sino de una verdadera y auténtica transformación total, de un PASO (sin calcular sus consecuencias) del egoísmo al amor, de la defensa de mis privilegios a la solidaridad más radical. Es un cambio que ES IMPOSIBLE CONTENER EN LAS VIEJAS ESTRUCTURAS (personales, mentales, sociales); las rompe. Las viejas estructuras fueron creadas para servir a otro tipo de Dios y para otra visión del hombre. El seguimiento La breve narración que Mc pone detrás del anuncio del Reino -la llamada de los primeros discípulos (1, 16-20)- quiere ser un ejemplo concreto de conversión. No se trata de una conversión que se les proponga a los especialistas del Reino de Dios, sino simplemente de la conversión necesaria para ser cristianos. Se señalan enseguida unas cuantas estructuras fundamentales -las estructuras que definen el seguimiento- y que se pueden observar como elementos constantes en todos los textos siguientes relativos al seguimiento de Jesús. La INICIATIVA parte de Jesús: en su invitación gratuita e inesperada, resuena la llamada de Dios frente a la que no es posible vacilar: tienes que decidirte. La existencia cristiana, más que decisión, es una respuesta. Este concepto de gratuidad no está sólo en el término "llamar" ni en la narración en sí misma, sino que aparece todavía con mayor claridad si pensamos en el contexto ambiental. Los rabinos de la época -como todos los profesores ilustres- no iban en busca de discípulos; eran los discípulos los que buscaban al maestro. En tiempos de Jesús había algunos grupos -por ejemplo, los monjes esenios- que se reunían y se alejaban del mundo para aguardar al Mesías y estar dispuestos a recibirlo; Jesús, por el contrario, llama sólo a una gente que vivía y trabajaba como los demás. La llamada de Cristo tiene una nota de URGENCIA: es la llamada del tiempo favorable (el "kairós"), el tiempo de la salvación, el plazo final. A la llamada hay que contestar enseguida; es la gran ocasión que hay que saber aprovechar. La llamada de Cristo exige una SEPARACIÓN; este tema se irá concretando sucesivamente. De todas formas se ve ya que se trata de una separación radical. No se trata de dejar las redes o un trabajo, sino más a fondo -como irá aclarando luego el evangelio- se trata de dejar las riquezas (Mc 10, 21), de abandonar el camino del dominio y del poder, de desmantelar esa idea que nos hemos forjado nosotros mismos de Dios para defender nuestros privilegios (Mc 8, 34). Pero la llamada de Cristo, más bien que a una separación, se dirige a un SEGUIMIENTO. Esa es la razón de la separación: una libertad para un nuevo proyecto que se presenta como un proyecto a "compartir". Y esto es lo que importa: seguir significa recorrer el camino del maestro, realizar sus gestos preferidos (preferir a quienes los hombres marginan, pero a los que Dios ama: preferirlos no porque importen sólo ellos, sino precisamente porque los hemos marginado nosotros). Podría parecer éste un proyecto de muerte, pero es de vida, es el ciento por uno. Podría parecer un proyecto imposible, pero todo es posible para el milagro de Dios (10, 27). Podría parecer un proyecto para unos pocos, para gente selecta, pero es para todos, para justos y para pecadores: Jesús no se encuentra con el hombre (para dirigirle su invitación) en una esfera particularmente religiosa o privilegiada de algún modo, sino en la orilla del lago, en donde vive verdaderamente el hombre, en la vida cotidiana. Y sobre todo quedará claro que seguir significa "servir", dar la vida "en rendición", lo mismo que el Hijo de Dios, que se solidariza con los hombres y asume todas nuestras responsabilidades. No tomó distancia frente a nosotros, sino que se sintió afectado por todo lo nuestro, como el pariente que paga la fianza para obtener la libertad de sus hermanos. Así pues, es el término "seguir" el que caracteriza al discípulo, no el término "aprender". Esto es significativo: en primer plano no está la doctrina, sino una persona y un proyecto de existencia. Podremos captar con más precisión esta originalidad del seguimiento evangélico si comparamos al alumnado de Jesús con el alumnado de los rabinos. En el seguimiento evangélico el hecho esencial es la persona de Jesús; únicamente él es el que da forma y contenido a la relación con los discípulos. En el alumnado rabínico es la doctrina lo que ocupa el primer puesto: el discípulo se une al rabino porque busca su doctrina, quiere posesionarse de ella y convertirse también él en maestro: renuncia a muchas cosas para hacer vida común con el rabino, pero en último análisis es siempre para aprender la ley. El discípulo evangélico, por su parte, renuncia para seguir a Jesús y compartir su destino; ser discípulo es una condición permanente. En conclusión: el tema del seguimiento nos lleva al centro de la fe cristiana (así al menos lo pensaban las primeras comunidades) y esto nos invita a una comprobación. Hay quienes creen en Dios y en una doctrina religiosa, pero muchas veces no se trata, en substancia, del Dios que se ha revelado en Jesucristo; puede incluso tratarse de un Dios mágico, construido para que resuelva nuestros conflictos y nuestras ansiedades. De todas formas es una fe que no se mide en concreto según el proyecto mesiánico del evangelio; también los fariseos eran creyentes y adoraban a Dios, pero rechazaron el camino de Jesús; se imaginaban que Dios iba por caminos distintos. Hay quienes viven en la lógica de la cruz sin ver en ella el rostro de Dios. No son aún los hombres del seguimiento. Hoy se habla de discípulos "anónimos". Esto es verdad, pero a Marcos le gustaría que se llegara más allá. Finalmente, hay quienes viven la lógica de la cruz y descubren en ella el rostro de Dios. Esos son los hombres del seguimiento de Jesús (Bruno Maggioni). Marcos da entrada a la actuación del más fuerte anunciado por Juan una vez que éste abandona la escena violentamente. El verbo empleado en el original griego para referir la suerte de Juan es el mismo que se empleará más adelante para referir la suerte de Jesús. Quizá subraya este término que está comenzando la nueva alianza con esta actuación que se inicia en Galilea con la proclamación de la Buena Noticia de Dios. Esta buena noticia se concreta luego en los siguientes términos: Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios. La palabra "plazo" designa el tiempo señalado para la realización de un acontecimiento. "Cumplirse el plazo" pertenece al lenguaje profético y expresa una concepción religiosa de la historia. El acontecimiento cuyo plazo se ha fijado es el reino de Dios. "Está cerca el reino de Dios". ¿Proximidad inmediata? ¿Realidad presente? Hoy se interpreta la frase en el sentido de una realidad que ya ha llegado pero cuya realización plena está reservada al futuro. En este sentido se prefiere emplear la expresión "reinado de Dios" para designar la situación presente inaugurada con Jesús, reservando la expresión "reino de Dios" para la culminación de esta situación en el futuro.
El reinado de Dios que ha irrumpido y que empuja hacia el reino de Dios va a determinar las posteriores palabras de Jesús: "Convertíos y creed la buena noticia". Convertirse pertenece también a la tradición profética y designa un cambio de mentalidad y de actuación. Creer la buena noticia significa darle crédito, hacerla algo propio. Sin pausa alguna Marcos pasa de las palabras del más fuerte a la narración de sus acciones. "Pasando... vio... les dijo". Jesús es la figura dominante, el fuerte. En tono imperioso se dirige a personas desconocidas, que obedecen al punto. Hace dos domingos el mensajero Juan nos anunciaba la llegada de uno más fuerte que él que nos introduciría en una situación nueva. En el texto de hoy vemos al fuerte proclamando esa situación nueva. El tiempo está ya maduro. Con Jesús ha hecho irrupción el tiempo final de la utopía. Un tiempo en el que son posibles un nuevo modo de ser y de vivir. Lo viejo ha terminado, ha comenzado lo nuevo. Lentamente, progresivamente: porque la mentalidad y la actuación no se cambian de la noche a la mañana. Hay hábitos demasiado arraigados, costumbres demasiado inveteradas, tanto que parecen fuerzas necesarias y naturales. De ahí la continua necesidad de conversión en las personas (A. Benito). En su calidad de preparador del camino, Juan proclamaba un bautismo de conversión (cf. Mc 1, 4). Proclamar la buena noticia es tarea que Mc, a diferencia de Mt, reserva exclusivamente a Jesús (cf. en cambio Mt 3, 2 y 4, 17: Juan y Jesús proclaman el mismo mensaje). Empieza así Mc a poner de manifiesto en qué sentido es Jesús más poderoso que Juan y tiene un derecho que éste no tenía (cf. Mc 1, 7). LA BUENA NOTICIA DE DIOS (mejor traducción que la litúrgica EL EVANGELIO DE DIOS). Es decir, Dios como buena noticia. La expresión es tanto más llamativa cuanto que es la única vez que la emplea Mc en toda la obra. El v. 15 explica el sentido de la expresión. Dios es buena noticia porque, en la formulación de Pablo, va a ser todo en todos. Por fin, Dios va a ser reconocido y querido. Su soberanía va a ser aceptada y se va a hacer su voluntad. Dios es al fin rey del mundo (cf. Sal 47,6-10). De Él es la tierra y cuanto la llena (cf. Sal 24,1). Así es como el A.T. concebía el final de los tiempos. Jesús, a quien Mc ha presentado como el que está para llegar a inaugurar el final de los tiempos, este Jesús nos introduce en este final. Por eso, convertíos y dad crédito a esta buena noticia, continúa Mc. La eterna tensión entre el ya y el todavía no (A. Benito). Es sintomático que la actividad de Jesús cambia de lugar, cambia exteriormente, Juan había desarrollado su labor en un desierto de Judea -en un lugar fijo y determinado, al que la gente tuvo que acudir-; Jesús, sin embargo, se hizo al camino en Galilea -al camino hacia los hombres-, en una comarca, de la que el historiador Flavio Josefo dijo que era una tierra, a lo largo del lago de Genesaret, llena de belleza, de naturaleza admirable. No es el desierto con su sequedad y sus temperaturas extremas lo que constituye el medio vital de Jesús, sino una fructífera tierra habitada, con sus aguas, su hierba (Mc 6, 39) y sus lugares sombreados. (Nos recuerda la primera lectura, el Jonás que al ir al lugar de los paganos, Nínive, es imagen de Jesús que lleva a todos la salvación). Aún hubo otra cosa que en Jesús fue diferente; no dejó que los hombres fueran a él, sino que fue él quien se dirigió a ellos; se puso en camino hacia ellos para anunciarles el Evangelio, es decir, la buena noticia de Dios: "El tiempo se ha cumplido; el reino de Dios está cerca". "Se ha cumplido el plazo", "ha sonado la hora", "ha llegado el tiempo"... La lengua griega tiene dos palabras para el término "tiempo"; por un lado, CRONOS; por el otro, KAIROS. El primero es el tiempo que pasa; el segundo es el momento, el instante (por ejemplo, el momento de la cosecha -12,20 o de la recogida de los higos -11,13-). Este segundo es el que emplea Marcos aquí. Por tanto, lo que Jesús anuncia es: Ha llegado el momento decisivo; no hay motivo para esperar a otro momento, porque el reinado de Dios ha comenzado ya (el reinado de Dios está aquí). Esta llamada tenía para los contemporáneos de Jesús un eco bíblico: eran conocidas las palabras de Isaías (52, 7-9). Y desde entonces, además, el deseo del pueblo judío de que Dios sea su rey nunca se había apagado. Aún más, se obviaría siempre todo aquello que pudiera impedir al creyente reconocer a Dios como su único rey (Sof 3, 14 s): Si viniera Dios de una vez y nos hiciera experimentar su reinado... En el marco de esta esperanza anuncia Jesús que el reino de Dios está ahí. El resto de lo que Jesús hizo por Galilea no le interesó a Marcos. Sólo le preocupó lo importante. Y puesto que por mucho tiempo los cristianos fueron una "cosa pequeña" y una excepción (no se trató de una expansión como la de otras grandes religiones), a Marcos le preocupa constatar la vida, la existencia de los creyentes, de las comunidades (que, por otra parte, incluso en el año 70 d. C son también algo excepcional). Las comunidades de discípulos de Jesús comienzan a existir en el preciso momento, en ese mismo momento, en que llama a las dos parejas de hermanos Simón y Andrés, Santiago y Juan. Las primeras comunidades cristianas tienen en definitiva un solo motivo de existencia: la palabra de Jesús (“Eucaristía 1988”). Aproximadamente al empezar el verano del año 28, cuando Juan Bautista había sido reducido al silencio de la cárcel, Jesús levanta la voz para anunciar la buena Noticia. También Jesús, lo mismo que su precursor, hace una llamada a la penitencia, tanto más apremiante cuanto más inminente era ya el reino de Dios; en realidad, este reino comienza con la venida de Jesús al mundo, pues no es otra cosa que el cumplimiento de toda la voluntad de Dios por Jesucristo, su enviado. La proclamación del reinado de Dios pone al hombre en responsabilidad, le sitúa ante la decisión; el que quiera entrar en este reinado ha de cambiar la mente y el corazón, ha de escuchar a Jesucristo y creer lo que él anuncia. Esto es hacer penitencia. El que no hace penitencia no puede entrar en el reino de Dios. La llamada de Jesús es urgente y exige una respuesta sin componendas, un seguimiento sin condiciones. Habrá que dejarlo todo si es preciso. Simón, Andrés y Juan procedían del círculo de los discípulos del Bautista y habían reconocido a Jesús como Mesías (Jn 1, 35-42). Así que la llamada de Jesús y la invitación a seguirle no pudo sorprenderles demasiado. En realidad ya le habían acompañado y habían sido testigos de su primer milagro, de su primera "señal", en unas bodas celebradas en Caná de Galilea. Después volverían a sus ocupaciones habituales hasta este momento en el que Jesús los llama de nuevo para que le sigan a todas partes de un modo permanente y como discípulos suyos. Estos discípulos no han sido llamados solamente al reino de Dios, sino también a ser los testigos privilegiados de la vida pública de Jesús y a anunciarlo después por todo el mundo. Ellos serán los heraldos del reino, los pregoneros. Conviene que los heraldos tengan los pies ligeros y estén dispuestos a dejarlo todo: la casa, los parientes, el propio oficio..., pues han de ir a todas partes y han de ir de prisa. Deberán acostumbrarse ya desde ahora a la vida de Jesús, que no tiene donde reposar su cabeza. Sólo cuando el "pregón" sea escuchado y aparezcan las comunidades cristianas, será preciso profundizar en él, será necesario la enseñanza. Entonces, los que sirvan a la palabra de Dios en estas comunidades adoptarán otros géneros de vida (“Eucaristía 1985”). Al comenzar hoy la lectura continua del evangelio de Marcos, vemos los primeros pasos de la predicación de Jesús, después de los acontecimientos introductorios (predicación de Juan, bautismo, tentaciones). Los relatos de Marcos que vamos a leer en estos domingos hasta la Cuaresma son un continuo fluir de hechos que caen uno sobre otro pisándose los talones, en los que, con un frescor y una inmediatez que sólo se hallan en este evangelista, vemos a Jesús lanzado a actuar, "haciendo el bien y curando a todos los vejados por el diablo: por cuanto Dios estaba con él" (Hch 10,38): Marcos muestra cómo la aparición de Jesús representa la destrucción del diablo, del mal, de todo lo que oprime la vida concreta de los hombres. Y toda esta actividad de Jesús será la proclamación "en acto" de las palabras de síntesis que hoy encabezan el evangelio: "Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios: Convertíos y creed la Buena Noticia". En esta frase-resumen de la predicación de Jesús está concentrado un gran sentido que vale la pena recordar. "El Reino de Dios" es la expresión que había llegado a formular la esperanza del judaísmo: la esperanza del momento en que Dios mismo tomaría en sus manos la dirección del pueblo y de toda la historia, sin intermediarios, y que esto sería el único medio de asegurar que ningún mal podría tocar a los fieles; por eso, la gran proclamación de júbilo de los profetas y de los salmos de después del exilio consistía en anunciar "Yahvé reina!". Y la otra palabra clave es "Buena Nueva" (en griego "Evangelio"): esta expresión aparece por primera vez en el segundo Isaías, para indicar la "gran noticia" del retorno de los exiliados a Jerusalén, precedidos por Dios, que reinará en medio de ellos (Is 52,7); el retorno del exilio fue una experiencia de esto: la gran noticia de que Dios reina, la gran noticia de que el mal desaparece. Y es esto lo que viene anunciar Jesús: que, definitivamente, la gran noticia de Dios presente en medio de los hombres para liberarlos ya es una realidad; y que por tanto hay que cambiar de manera de pensar y de vivir (=tener ganas de ser liberado; y vivir de acuerdo con esta liberación). Y Jesucristo, para proclamar todo esto, empieza reuniendo un grupo de gente que quiera ir con él y empaparse de esta doctrina (segunda parte del evangelio de hoy). Y acto seguido (próximos domingos) empieza a realizar lo que anunciaba: primero liberando del mal concreto, del diablo concreto; después, en la cruz, venciendo definitivamente el mal y el diablo (J. Lligadas).
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