miércoles, 20 de abril de 2011

Semana Santa, miércoles: poner nuestro corazón en los sentimientos de Jesús, para que estemos con Él y no le traicionemos.

Libro de Isaías 50,4-9 (se lee Is 50, 4-7 en el Domingo de Ramos, y Is 50, 5-9 el Domingo 24 B): El mismo Señor me ha dado una lengua de discípulo, para que yo sepa reconfortar al fatigado con una palabra de aliento. Cada mañana, Él despierta mi oído para que yo escuche como un discípulo. El Señor abrió mi oído y yo no me resistí ni me volví atrás. Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban y mis mejillas, a los que me arrancaban la barba; no retiré mi rostro cuando me ultrajaban y escupían. Pero el Señor viene en mi ayuda: por eso, no quedé confundido; por eso, endurecí mi rostro como el pedernal, y sé muy bien que no seré defraudado. Está cerca el que me hace justicia: ¿quién me va a procesar? ¡Comparezcamos todos juntos! ¿Quién será mi adversario en el juicio? ¡Que se acerque hasta mí! Sí, el Señor viene en mi ayuda: ¿quién me va a condenar? Todos ellos se gastarán como un vestido, se los comerá la polilla.

Salmo 69,8-10.21-22.31.33-34: Por Ti he soportado afrentas y la vergüenza cubrió mi rostro; / me convertí en un extraño para mis hermanos, fui un extranjero para los hijos de mi madre: / porque el celo de tu Casa me devora, y caen sobre mí los ultrajes de los que te agravian. / La vergüenza me destroza el corazón, y no tengo remedio. Espero compasión y no la encuentro, en vano busco un consuelo: / pusieron veneno en mi comida, y cuando tuve sed me dieron vinagre. / Así alabaré con cantos el nombre de Dios, y proclamaré su grandeza dando gracias; / que lo vean los humildes y se alegren, que vivan los que buscan al Señor: / porque el Señor escucha a los pobres y no desprecia a sus cautivos.

Evangelio según San Mateo 26,14-25 (queda incluido en el que se lee el Domingo de Ramos A): En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue donde los sumos sacerdotes, y les dijo: «¿Qué queréis darme, y yo os lo entregaré?». Ellos le asignaron treinta monedas de plata. Y desde ese momento andaba buscando una oportunidad para entregarle.
El primer día de los Ázimos, los discípulos se acercaron a Jesús y le dijeron: «¿Dónde quieres que te hagamos los preparativos para comer el cordero de Pascua?». Él les dijo: «Id a la ciudad, a casa de fulano, y decidle: ‘El Maestro dice: Mi tiempo está cerca; en tu casa voy a celebrar la Pascua con mis discípulos’». Los discípulos hicieron lo que Jesús les había mandado, y prepararon la Pascua.
Al atardecer, se puso a la mesa con los Doce. Y mientras comían, dijo: «Yo os aseguro que uno de vosotros me entregará». Muy entristecidos, se pusieron a decirle uno por uno: «¿Acaso soy yo, Señor?». Él respondió: «El que ha mojado conmigo la mano en el plato, ése me entregará. El Hijo del hombre se va, como está escrito de Él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado! ¡Más le valdría a ese hombre no haber nacido!». Entonces preguntó Judas, el que iba a entregarle: «¿Soy yo acaso, Rabbí?». Dícele: «Sí, tú lo has dicho».

Comentario: 1. Este tercer canto del Siervo (el cuarto y último, más largo y dramático, lo escuchamos el Viernes Santo) sigue la descripción poética de la misión del Siervo, pero con una carga cada vez más fuerte de oposición y contradicciones. La misión que le encomienda Dios es «saber decir una palabra de aliento al abatido». Pero antes de hablar, antes de usar esa «lengua de iniciado», Dios le «espabila el oído para que escuche». Esta vez las dificultades son más dramáticas: «ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba, no oculté el rostro a insultos y salivazos». También en este tercer canto triunfa la confianza en la ayuda de Dios: «mi Señor me ayudaba y sé que no quedaré avergonzado». Y con un diálogo muy vivo muestra su decisión: «tengo cerca a mi abogado, ¿quién pleiteará conmigo?» (J. Aldazábal). La «humillación» va unida a la «exaltación». Jesús sabía que su muerte sería una victoria, y al contemplar esos textos, “trabajaba” su esperanza y su amor hacia nosotros, que al mirar la Pasión entramos en la causa de sus sufrimientos, y al hacer examen -"si conocieses tus pecados, te invadiría el terror" (B. Pascal)- queremos acudir a la misericordia divina y beber en ese abandono, que la verdad de la resurrección está presente ya en los sufrimientos, en la cruz. Precisamente en su abajamiento es Jesús exaltado: «Al nombre de Jesús toda rodilla se doble, en el Cielo, en la tierra, en el abismo; porque el Señor se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de Cruz; por eso Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre» (Flp 2, 10.8.11). Y en la Colecta: «Oh Dios, que para librarnos del poder del enemigo quisiste que tu Hijo muriese en la Cruz; concédenos alcanzar la gracia de la Resurrección». Es el motivo de su muerte, nuestra liberación, como insiste la Antífona para la comunión: «El Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para dar su vida en rescate por muchos» (Mt 20,28), y pedimos identificarnos, con la fuerza del sacramento, en esta verdad consoladora, y así reza la Postcomunión: «Dios Todopoderoso, concédenos creer y sentir profundamente que, por la muerte temporal de tu Hijo, representada en estos misterios santos, Tú nos has dado la vida eterna. El Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para dar su vida en rescate por muchos» (Mt 20,28).
San Juan Damasceno al considerar el sufrimiento del justo dirá: «El justo es encadenado porque resulta molesto. Los que esquilman el pueblo del Señor y perturban los senderos de sus pies, celebran consejo contra sí mismos. ¡Ay de sus almas! Recibieron males a causa de sus obras, dice Isaías. Lo que ya se ha realizado ha sido para nuestro alivio y curación. Ofrezco mis espaldas a los azotes y mis mejillas a las bofetadas y soporto el ultraje de los salivazos (Is 50, 6). Por eso aquel a quien han modelado sus manos (Gén 2,7) no quedará avergonzado ni ultrajado».
Isaías nos describe toda la crudeza y sufrimientos que él padeció por su valentía y fidelidad recordando al pueblo lo que Yahvé ponía en su corazón y en sus labios, adelantando los sufrimientos del mismo Jesús, que recibió durante su Pasión toda clase de injurias: Desprecios, golpes, bofetadas, salivazos. Con su testimonio, nos muestra su profundo amor y avisa a sus discípulos de lo que les espera: “También a vosotros os perseguirán, por causa de mi nombre”.
2. El salmo insiste tanto en el dolor como en la confianza: «por Ti he aguantado afrentas... en mi comida me echaron hiel. Señor, que tu bondad me escuche en el día de tu favor... miradlo, los humildes, y alegraos, que el Señor escucha a sus pobres». Es el intenso sufrimiento de un justo perseguido a causa de su celo por Dios. Nosotros sabemos que ese justo es precisamente Jesucristo y, en su debida proporción, también la Iglesia. Tendremos que sufrir injurias y vergüenzas, y ser considerados como personas extrañas. Esto jamás debe desanimarnos en el testimonio de fe que hemos de dar, pues en el anuncio del Evangelio debemos recordar aquellas palabras de Jesús: “En el mundo tendrán tribulaciones; pero ¡ánimo! yo he vencido al mundo”.
Juan Pablo II preparaba el Triduo santo con estas palabras: “hemos entrado en la semana llamada «santa» porque en ella conmemoramos los acontecimientos centrales de nuestra redención. El núcleo de esta semana es el Triduo de la pasión y la resurrección del Señor, que, como se lee en el Misal romano, «es el punto culminante de todo el año litúrgico, ya que Jesucristo ha cumplido la obra de la redención de los hombres y de la glorificación perfecta de Dios principalmente por su misterio pascual, por el cual, muriendo, destruyó nuestra muerte y, resucitando, restauró la vida». En la historia de la humanidad no ha sucedido nada más significativo y de mayor valor. Así, al concluir la Cuaresma, nos disponemos a vivir con fervor los días más importantes para nuestra fe e intensificamos nuestro compromiso de seguir, cada vez con mayor fidelidad, a Cristo, redentor del hombre.
La Semana santa nos lleva a meditar en el sentido de la cruz, en la que alcanza su culmen la revelación del amor misericordioso de Dios… Nos ha salvado su infinita misericordia. Para redimir a la humanidad nos entregó libremente a su Hijo unigénito. ¿Cómo no darle gracias? La historia está iluminada y dirigida por el evento incomparable de la redención: Dios, rico en misericordia, ha derramado sobre todo ser humano su infinita bondad por medio del sacrificio de Cristo. ¿Cómo manifestar de modo adecuado nuestro agradecimiento? Comenta san Alberto Hurtado sobre la Pasión del Señor: “El cristianismo al que hemos sido llamados, desde que le dijimos a Cristo que queríamos seguirlo, es una configuración entera y total con Él, nuestro modelo, nuestra vida... Configuración total, por tanto sin excluir las cumbres de su vida de amor y donación que se manifiestan sobre todo en su Pasión dolorosa. Y todo esto, por mí... por mí, para elevarme a mí a la altura de su amor. La liturgia de estos días, por un lado, nos invita a elevar al Señor, vencedor de la muerte, un himno de gratitud, y, por otro, nos pide al mismo tiempo que eliminemos de nuestra vida todo lo que nos impide conformarnos a Él. Contemplemos a Cristo en la fe y recorramos de nuevo las etapas decisivas de la salvación que realizó. “En la noche de Getsemaní, y probablemente durante todo el drama de la Pasión, triste estuvo el alma de Cristo, triste hasta la muerte, turbado, angustiado, casi enloquecido de dolor. Ni siquiera quiso reservarse aquello que hubiera parecido lo menos, la entereza de mostrarse inaccesible al dolor.Y ante estos dolores ¡cómo explicarlo! Pero parece que el Hijo se hubiese despojado de su facultad de ser insensible a fin de ponerse mejor a nivel de su criatura y de su modo de sufrir.Y esta desolación interior lo acompañó todo el tiempo de la Pasión... Triste está su alma hasta la muerte cuando con sus hombros hundidos bajo el peso de la Cruz camina al Calvario. Llega un momento en que no puede ocultar más tiempo su martirio, su muerte anticipada y volviéndose a su Padre le dice: Dios mío, Dios mío ¿por qué me habéis desamparado? No le queda más que un sacrificio que ofrecer, el mayor de suyo, pero en este caso, el menor. Su vida. Ya la había dado, ya había entregado todo lo que puede hacer amable la vida, pero quiso dar la vida misma, y llevar su humana derrota hasta el fin: muerto por nosotros” (san A. Hurtado) Nos reconocemos pecadores y confesamos nuestra ingratitud, nuestra infidelidad y nuestra indiferencia ante su amor. Necesitamos su perdón, que nos purifique y sostenga en el esfuerzo de conversión interior y de constante renovación del espíritu.
«Misericordia, Dios mío, por tu bondad; por tu inmensa compasión borra mi culpa. Lava del todo mi delito; limpia mi pecado» (Sal 50, 3-4). Estas palabras, que proclamamos el miércoles de Ceniza, nos han acompañando durante todo el itinerario cuaresmal. Resuenan en nuestro espíritu con singular intensidad ante la cercanía de los días santos, en los que se nos renueva el don extraordinario del perdón de los pecados, que nos obtuvo Jesús en la cruz. Frente a Cristo crucificado, manifestación elocuente de la misericordia de Dios, ¿cómo no arrepentirnos de nuestros pecados y convertirnos al amor?, ¿cómo no reparar concretamente los males causados a los demás y restituir los bienes conseguidos de modo ilícito? El perdón exige gestos concretos: el arrepentimiento sólo es verdadero y eficaz cuando se traduce en obras concretas de conversión y justa reparación.
3. a) «Por tu fidelidad, ayúdame, Señor». Así nos invita a orar la liturgia de este Miércoles santo, totalmente proyectada hacia los acontecimientos salvíficos que conmemoraremos en los próximos días. Al proclamar hoy el evangelio de san Mateo sobre la Pascua y la traición de Judas, ya pensamos en la solemne misa «in cena Domini» de mañana por la tarde, que recordara la institución del sacerdocio y de la Eucaristía, así como el mandamiento «nuevo» del amor fraterno, que nos dejó el Señor en la víspera de su muerte.
Antes de esa sugestiva celebración se tendrá, mañana por la mañana, la Misa crismal, que en todas las catedrales del mundo preside el obispo, rodeado de su presbiterio. Se bendicen los sagrados óleos para el bautismo, para la unción de los enfermos, y el crisma. Luego, por la tarde, después de la misa «in cena Domini», habrá tiempo para la adoración, como para responder a la invitación que Jesús dirigió a sus discípulos en la dramática noche de su agonía: «Quedaos aquí y velad conmigo» (Mt 26, 38).
El Viernes santo es un día de profunda emoción, en el que la Iglesia nos hace volver a escuchar el relato de la pasión de Cristo. La «adoración» de la cruz será el centro de la acción litúrgica que se celebrará ese día, mientras la comunidad eclesial ora intensamente por las necesidades de los creyentes y del mundo entero.
A continuación viene una fase de profundo silencio. Todo callará hasta la noche del Sábado santo. En el centro de las tinieblas irrumpirán la alegría y la luz con los sugestivos ritos de la Vigilia pascual y el canto gozoso del «Aleluya». Será el encuentro, en la fe, con Cristo resucitado, y la alegría pascual se prolongará a lo largo de los cincuenta días que seguirán.
Amadísimos hermanos y hermanas, dispongámonos a revivir estos acontecimientos con íntimo fervor junto con María santísima, presente en el momento de la pasión de su Hijo y testigo de su resurrección. Un canto polaco dice: «Madre santísima, elevamos nuestra súplica a tu corazón, atravesado por la espada del dolor». Que María acepte nuestras oraciones y los sacrificios de los que sufren, confirme nuestros propósitos cuaresmales y nos acompañe mientras seguimos a Jesús en la hora de la prueba suprema. Cristo, martirizado y crucificado, es fuente de fuerza y signo de esperanza para todos los creyentes y para la humanidad entera”.
b) “Llegó con tres heridas: / la del amor, / la de la muerte, / la de la vida. // Con tres heridas viene: / la de la vida, / la del amor, / la de la muerte. // Con tres heridas yo: / la de la vida, / la de la muerte, / la del amor”. El Maestro ha preparado estos días, en los que celebramos que “sus heridas nos han curado” (Luis Manuel Suárez).
c) En el evangelio leemos de nuevo la traición de Judas, esta vez según Mateo, ya que ayer habíamos escuchado el relato de Juan. Precisamente cuando Jesús quiere celebrar la Pascua de despedida de los suyos, como signo entrañable de amistad y comunión, uno de ellos ya ha concertado la traición y las treinta monedas (el precio de un esclavo, según Ex 21,32). Seguir a Jesús es ayudar a los que se hallan cansados y animar a los desesperanzados, estar dispuestos a ofrecer nuestra espalda a los golpes cuando así lo requiere nuestro testimonio de discípulos de Cristo. Hoy –como ayer- muchos se avergüenzan de Jesús, en determinados ambientes: ¿Estamos dispuestos a recibir los insultos que nos pueden venir de este mundo ajeno al evangelio?, ¿o sólo buscamos consuelo y premio en nuestro seguimiento de Cristo? Una auténtica devoción a la Humanidad de Jesús nos ha de ayudar a vivir intensamente con los sentimientos, pero al servicio del amor auténtico, como vemos hoy en la santa cena, donde se acrisolan los afectos con el dolor. San Andrés de Creta dice: «El cenáculo adornado con tapices (Lc 22,12) te albergó a Ti y a tus comensales, y allí celebraste la Pascua y realizaste los misterios, porque en ese lugar te habían preparado la Pascua los discípulos por Ti enviados. El que todo lo sabe dijo a los apóstoles: Id a casa de tal persona (Mt 26,18). Dichoso el que por la fe puede recibir al Señor, preparando su corazón a modo de cenáculo y disponiendo con devoción la cena... Estando, oh Señor, a la mesa con tus discípulos, expresaste místicamente tu santa muerte, por la cual los que veneramos tus sagrados padecimientos somos liberados de la corrupción. El que escribió en el Sinaí las tablas de la ley comió la pascua antigua, la de la sombra y figuras, y se hizo a Sí mismo Pascua y mística hostia viviente...» Y ahí, en ese ambiente de intimidad y entrega, sufre Jesús la traición. A lo largo del tiempo, la historia de Judas se repite. Es el misterioso y desconcertante proceder de la condición humana. “Cuando el amor hacia el Señor se entibia, entonces la voluntad cede a otros reclamos, donde la voluptuosidad parece ofrecernos platos más sabrosos pero, en realidad, condimentados por degradantes e inquietantes venenos. Dada nuestra nativa fragilidad, no hay que permitir que disminuya el fuego del fervor que, si no sensible, por lo menos mental, nos une con Aquel que nos ha amado hasta ofrecer su vida por nosotros” (Raimondo Sorgia).
¿Acaso soy yo, Señor, el que te entrega? ¿Lo amamos o vivimos traicionándolo y sólo queriendo aprovecharnos de Él, conforme a nuestros intereses, muchas veces por desgracia, mezquinos? No importa si en el examen vemos pecado, lo importante es abrirnos a la gracia del Señor, celebrar la Pascua (paso de la oscuridad a la luz, de la muerte a la vida). Así participaremos en sus sentimientos de amor, de redención: “Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento”. Hay muchas maneras de dirigirse a Dios. Una de ellas es, por supuesto, desde el sentimiento. Sin embargo, los sentimientos son un instrumento de doble filo. Por un lado, muestran algo realmente humano de la persona que los emplea. Pero, por otro lado, existe el peligro de que nos esclavicen, es decir, tienen un claroscuro de facilidad para el bien cuando están a favor, y falta de discernimiento y enfermedad para la voluntad, cuando se absolutiza un aspecto de la realidad, con su complicidad: “¿Qué estáis dispuestos a darme, si os lo entrego?” El ejemplo de Judas, es el de estar arrebatado por sentimientos de envidia y avaricia. Es capaz de entregar a Aquel que sólo le ha demostrado amor y compasión, simplemente porque se ha dejado dominar por un aspecto: la codicia. Se ha convertido en esclavo de sus pasiones, dejando a un lado la verdad, para caer en la mentira de lo aparente y superficial… hasta el punto de llevar a su “amigo” a la traición y la muerte. ¡Qué pena, que los sentimientos, que son para llevarnos con facilidad a algo auténticamente bueno, no se eduquen y acaben en traiciones! ¡Qué importante, adquirir una auténtica educación del corazón, participar de los sentimientos de Jesús para que los nuestros sean de amor! “¿Dónde podrá encontrarse ni siquiera el símbolo de un amor semejante? Así amó Dios al mundo que le dio a su Hijo Unigénito. Me amó a mí, también a mí, y se entregó a la muerte por mí. Un aspecto fundamental de la vida espiritual es tomar en serio esta realidad; Dios y yo; no la turba... yo. Dios me ama a mí, muere por mí, viene a mí... Un hombre, yo, soy el centro del amor divino. Lo que hace por mí, lo hace con infinito amor personal. Si en una familia la madre ama a cada uno de sus hijos como si fuese el único, y aunque sean diez los hermanos si uno enferma o muere la madre enferma y quizás llega hasta morir de dolor porque es su hijo; en forma mucho más perfecta todavía Dios me ama a mí, y todo lo que hace lo hace por mí...Si yo llegara a tomar en serio esta realidad. ¡Jesús muere por mí! ¡Qué arranques de amor sacaría de mi pobre alma, el comprender algo siquiera de lo que Cristo ha hecho por mí! ¡Mi vida sería entonces entera para Él! Si Él dio su vida por mí, dé yo mi vida por Él... y dándola como Él” (San Alberto Hurtado S.J.)

Semana santa, martes: Jesús sufre traición y penas de todo tipo, pero sabe que es necesario pasar por ahí, para salvarnos

1ª: Is 49,1-6 (también se lee el Domingo 2º-A): ¡Escúchenme, costas lejanas, presten atención, pueblos remotos! / El Señor me llamó desde el seno materno, / desde el vientre de mi madre pronunció mi nombre. / 2 Él hizo de mi boca una espada afilada, / me ocultó a la sombra de su mano; / hizo de mí una flecha punzante, / me escondió en su aljaba. / 3 Él me dijo: "Tú eres mi Servidor, Israel, / por ti yo me glorificaré". / 4 Pero yo dije: "En vano me fatigué, / para nada, inútilmente, he gastado mi fuerza". / Sin embargo, mi derecho está junto al Señor / y mi retribución, junto a mi Dios. / 5 Y ahora, ha hablado el Señor, / el que me formó desde el seno materno / para que yo sea su Servidor, / para hacer que Jacob vuelva a él / y se le reúna Israel. / Yo soy valioso a los ojos del Señor / y mi Dios ha sido mi fortaleza. / 6 Él dice: "Es demasiado poco que seas mi Servidor / para restaurar a las tribus de Jacob / y hacer volver a los sobrevivientes de Israel; / yo te destino a ser la luz de las naciones, / para que llegue mi salvación / hasta los confines de la tierra".

Salmo 70: A ti, Señor, me acojo: / no quede yo derrotado para siempre; / tú que eres justo, líbrame y ponme a salvo, / inclina a mí tu oído, y sálvame. // Se tú mi roca de refugio, / el alcázar donde me salve, / porque mi peña y mi alcázar eres tú. / Dios mío, líbrame de la mano perversa (…) / porque tú, Dios mío, / fuiste mi esperanza y mi confianza, / Señor, desde mi juventud. // En el vientre materno ya me apoyaba en ti, / en el seno tú me sostenías, / siempre he confiado en ti (…) / Llena estaba mi boca de tu alabanza / y de tu gloria, todo el día. // (…) Dios mío, me instruiste desde mi juventud, / y hasta hoy relato tus maravillas.

Jn 13, 21-33. 36-38: En aquel tiempo, estando Jesús sentado a la mesa con sus discípulos, se turbó en su interior y declaró: «En verdad, en verdad os digo que uno de vosotros me entregará». Los discípulos se miraban unos a otros, sin saber de quién hablaba. Uno de sus discípulos, el que Jesús amaba, estaba a la mesa al lado de Jesús. Simón Pedro le hace una seña y le dice: «Pregúntale de quién está hablando». Él, recostándose sobre el pecho de Jesús, le dice: «Señor, ¿quién es?». Le responde Jesús: «Es aquel a quien dé el bocado que voy a mojar». Y, mojando el bocado, lo toma y se lo da a Judas, hijo de Simón Iscariote. Y entonces, tras el bocado, entró en él Satanás. Jesús le dice: «Lo que vas a hacer, hazlo pronto». Pero ninguno de los comensales entendió por qué se lo decía. Como Judas tenía la bolsa, algunos pensaban que Jesús quería decirle: «Compra lo que nos hace falta para la fiesta», o que diera algo a los pobres. En cuanto tomó Judas el bocado, salió. Era de noche.
Cuando salió, dice Jesús: «Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en Él. Si Dios ha sido glorificado en Él, Dios también le glorificará en sí mismo y le glorificará pronto. Hijos míos, ya poco tiempo voy a estar con vosotros. Vosotros me buscaréis, y, lo mismo que les dije a los judíos, que adonde yo voy, vosotros no podéis venir, os digo también ahora a vosotros». Simón Pedro le dice: «Señor, ¿a dónde vas?». Jesús le respondió: «Adonde yo voy no puedes seguirme ahora; me seguirás más tarde». Pedro le dice: «¿Por qué no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti». Le responde Jesús: «¿Que darás tu vida por mí? En verdad, en verdad te digo: no cantará el gallo antes que tú me hayas negado tres veces».

Comentario: 1. “Desde el seno materno, el Señor me llamó. Desde las entrañas de mi madre, pronunció mi nombre”. Gratuidad total de la llamada y del amor de Dios. ¡Dios es el primero en amar! «En esto consiste su amor: no hemos amado nosotros a Dios, es Él quien nos ha amado» (Jn 4,7).
a) Dos comparaciones describen al Siervo: será como una espada, porque tendrá una palabra eficaz («mi boca, una espada afilada»), y será como una flecha que el arquero guarda en su aljaba para lanzarla en el momento oportuno. En este segundo canto aparece ya el contrapunto de la oposición, que en el primero de ayer no aparecía. El Siervo no tendrá éxitos fáciles y más bien sufrirá momentos de desánimo: «yo pensaba: en vano me he cansado, en viento y en nada he gastado mis fuerzas». Le salvará la confianza en Dios: «mi salario lo tenía mi Dios». Confianza que subraya muy bien el salmo: «a ti, Señor, me acojo, no quede yo derrotado para siempre... sé tú mi roca de refugio... porque tú fuiste mi esperanza y mi confianza, Señor, desde mi juventud». Jesús es el verdadero Siervo, luz para las naciones, el que con su muerte va a reunir a los dispersos, el que va a restaurar y salvar a todos. También en Él podemos constatar la «crisis» que se notaba en el canto de Isaías. Jesús no tuvo aparentemente muchos éxitos. Algunos creyeron en Él, es verdad, pero las clases dirigentes, no. Hoy escuchamos que uno le va a traicionar: lo anuncia Él mismo, «profundamente conmovido». También sabemos qué van a hacer sus seguidores más cercanos: uno le negará cobardemente, a pesar de que en ese momento asegura con presunción: «daré mi vida por ti». Los otros huirán al verle detenido y clavado en la cruz. La queja del Siervo («en vano me he cansado») se repite en sus labios: «¿no habéis podido velar una hora conmigo?... Padre, ¿por qué me has abandonado?». En verdad «era de noche». A pesar de que Él es la Luz. Nuestra atención se centra estos días en este Jesús traicionado, pero fiel. Abandonado por todos, pero que no pierde su confianza en el Padre: «ahora es glorificado el Hijo del Hombre... pronto lo glorificará Dios». A la vez que admiramos su camino fiel hacia la cruz, podemos reflexionar sobre el nuestro: ¿no tendríamos que ser cada uno de nosotros, seguidores del Siervo con mayúsculas, unos siervos con minúsculas que colaboran con Él en la evangelización e iluminación de nuestra sociedad?, ¿somos fieles como Él? Tal vez tenemos momentos de crisis, en que sentimos la fatiga del camino y podemos llegar a dudar de si vale o no la pena seguir con la misión y el testimonio que estamos llamados a dar en este mundo. Muchas veces estas crisis se deben a que queremos éxitos a corto plazo, y hemos aceptado la misión sin asumir del todo lo de «cargar con la cruz y seguir al maestro». Cuando esto sucede, ¿resolvemos nuestros momentos malos con la oración y la confianza en Dios? ¿podemos decir con el salmo: «mi boca contará tu auxilio... porque tú, Dios mío, fuiste mi esperanza»? Estos días últimos de la Cuaresma y, sobre todo, en el Triduo de la Pascua tenemos la oportunidad de aprender la gran lección del Siervo que cumple con radicalidad su misión y por eso es ensalzado sobre todos (J. Aldazábal).
b) Nos ayuda el profeta a entender el sentido de la pasión y muerte de Jesús. Su palabra como una flecha apunta a Jesús, abandonado a su suerte, como Jesús que hoy anuncia a los discípulos que uno de ellos le traicionará. Nos da pena leer estos relatos, Jesús indefenso, abandonado, y no lo pasamos deprisa, sino que mañana volvemos sobre el tema, dejamos la cronología y nos sumergimos ya en los aspectos pascuales del relato del jueves santo. Lección de misterio, que no es afán morboso de pensar en lo malo, sino que todo está puesto en una perspectiva salvífica. No sabemos hasta qué punto dominan en Judas sus ideas políticas y si está desencantado con Jesús, sobre esto ya se ha escrito mucho. En esta traición –quizá en todas- puede haber algo de locura, el misterio del mal es inabarcable… Jesús ha venido para vencerlo con amor: El Hijo de Dios, el que vivía con el Padre y el Espíritu, y no podía morir, en un momento de aparente frenesí de amor se vistió con la naturaleza de hombre, anonadándose. Así es como pudo, primero, presentarnos el mensaje de salvación e ir avanzando hacia la muerte redentora, camino del Calvario; y, después, mostrarnos su rostro de gloria, triunfante de la muerte, transfigurado en luz de vida. Es el siervo de Yahvé, es lo que celebramos en la Semana Santa: la muerte y la vida. Pero hoy, martes, podemos atrevernos a preguntar si todo esto que celebramos en la Semana Santa no tiene un poco de locura colectiva bajo capa de fe. ¿Cómo es posible en el Hijo de Dios un morir, infamado, y un resucitar, glorioso? Escándalo para los judíos, locura para los gentiles: ¡Oh cruz! ¡Cuántos misterios encierras y nos ocultas! Si te abraza un hombre, y tú le abrazas, ambos morís. Pero si te abraza Dios, y tú le abrazas, ¿quién muere en tus brazos?
c) En este texto debemos considerar que el Siervo de Yahvé (Jesús, Mesías) se nos presenta como realizador de dos misiones o de dos vertientes complementarias de su vocación salvífica: primero, como realizador de las esperanzas del pueblo elegido, Israel; segundo, como luz de todos los pueblos, pues es voluntad de Dios que toda la creación -obra buena suya- cante la gloria de su Creador por la boca, mente y corazón del hombre. En este fragmento se afirma el hecho de la salvación de todos; pero no se hace referencia al camino doloroso que habrá de recorrer ese Siervo para alcanzar el triunfo final. Nosotros conocemos ese camino. La Semana Santa nos hace revivir esa experiencia de amor y de dolor.
2. En el Salmo 70 encontramos como una especie de oración de un anciano abandonado, pero que no ha perdido la esperanza en el auxilio de Dios. Es, por eso, la oración de la Iglesia en la hora de la prueba y también de toda alma atribulada que busca en medio de las tinieblas que la rodean la Luz esplendorosa de Cristo. “Hoy, Martes Santo, la liturgia pone el acento sobre el drama que está a punto de desencadenarse y que concluirá con la crucifixión del Viernes Santo”. «En cuanto tomó Judas el bocado, salió. Era de noche» (Jn 13,30). Siempre es de noche cuando uno se aleja del que es «Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero» (Símbolo de Nicea-Constantinopla). El pecador es el que vuelve la espalda al Señor para gravitar alrededor de las cosas creadas, sin referirlas a su Creador. San Agustín describe el pecado como «un amor a sí mismo hasta el desprecio de Dios». Una traición, en suma. Una prevaricación fruto de «la arrogancia con la que queremos emanciparnos de Dios y no ser nada más que nosotros mismos; la arrogancia por la que creemos no tener necesidad del amor eterno, sino que deseamos dominar nuestra vida por nosotros mismos» (Benedicto XVI). Se puede entender que Jesús, aquella noche, se haya sentido «turbado en su interior» (Jn 13,21). “Afortunadamente, el pecado no es la última palabra. Ésta es la misericordia de Dios. Pero ella supone un “cambio” por nuestra parte. Una inversión de la situación que consiste en despegarse de las criaturas para vincularse a Dios y reencontrar así la auténtica libertad. Sin embargo, no esperemos a estar asqueados de las falsas libertades que hemos tomado, para cambiar a Dios”. Según denunció el padre jesuita Bourdaloue, «querríamos convertirnos cuando estuviésemos cansados del mundo o, mejor dicho, cuando el mundo se hubiera cansado de nosotros». Seamos más listos. Decidámonos ahora. La Semana Santa es la ocasión propicia. En la Cruz, Cristo tiende sus brazos a todos. Nadie está excluido. Todo ladrón arrepentido tiene su lugar en el paraíso. Eso sí, a condición de cambiar de vida y de reparar, como el del Evangelio: «Nosotros, en verdad, recibimos lo debido por lo que hemos hecho; pero éste no hizo mal alguno» (Lc 23,41, tomo este párrafo de Jean Gottigny).
3. a) Es difícil llegar a comprender la profundidad de los sentimientos de Jesús en vísperas de su muerte. Y es también muy difícil llegar a saber qué pudo sentir su corazón cuando al hecho inexorable de su muerte se añadía la humillación de la traición de los propios compañeros. Es fácil que el corazón naufrague, cuando se le añade amargura sobre amargura. El grupo de Jesús -su pequeña iglesia- iba a quedar golpeado por la definitiva ausencia del Maestro. Y a esto se iba a añadir la permanente posibilidad de la traición… pero la fe en su Padre es quien lleva a Jesús más allá de la derrota. En la iglesia de Jesús hay que acostumbrarse a vivir con la posibilidad de la traición a Jesús y al evangelio, la traición puede generarse en cada uno de nosotros mismos. Cuando lleguemos a olvidar los contenidos de justicia, de misericordia, de perdón, de asunción de la causa de los oprimidos y marginados... no nos extrañemos de que la traición esté rondando nuestra propia casa (del “servicio bíblico latinoamericano”). En la Colecta pedimos: «Dios Todopoderoso y eterno, concédenos participar tan vivamente en las celebraciones de la Pasión del Señor que alcancemos tu perdón», perdón más fuerte que nuestras flaquezas: «Dios no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por nosotros» (Rom 8,32, de la Ant. de comunión). Y en la Postcomunión volvemos a pedir: «Señor, Tú que nos has alimentado con el cuerpo y la sangre de tu Hijo, concédenos que este mismo sacramento, que sostiene nuestra vida temporal, nos lleve a participar de la vida eterna». A esto viene Jesús estos días, como recuerda San Andrés de Creta hablando de Cristo como luz: «La Encarnación de Cristo es como el sol que penetra e ilumina las almas, las cuales ya no permanecen a oscuras por causa de las tempestades de este mundo, que las envanecen y aturden, o por efecto de la abundancia de las riquezas y de las dotes y cualidades que las ofuscan y pervierten. La gloriosa Luz de Cristo es Luz que de verdad ilumina. Cristo es en verdad “Luz de las naciones”, el verdadero Siervo de Dios»; y esto es la resurrección, inseparable de la muerte en la Cruz, como comenta también San Agustín: «Uno de vosotros me entregará. Uno de vosotros, en el número, no en el mérito; en apariencia, no en la virtud; por la convivencia corporal, no por el vínculo espiritual; compañero por adhesión del cuerpo, no por la unión del corazón; que, por lo tanto, no es de vosotros, sino que ha de salir de vosotros... No era, pues, de ellos Judas, porque, si de ellos hubiese sido, con ellos hubiera permanecido... La flaqueza humana los hacía recelar a unos de otros. Cada cual conocía su propia conciencia, pero desconocía la de su vecino; cada uno estaba tan cierto de sí mismo como incierto de su vecino; cada uno estaba tan cierto de sí mismo, como inciertos estaban los otros de cada uno y cada uno de los otros... Era ya de noche. Y también el que salió era noche. El día habló al día, esto es, Cristo a sus discípulos, y la noche anunció a la noche de la sabiduría, esto es, Judas a los infieles judíos para que viniesen a Él y, persiguiéndole, le prendiesen».
b) Lluís Roqué i Roqué (amigo mío, murió santamente) comentaba: “Hoy contemplamos a Jesús en la oscuridad de los días de la pasión, oscuridad que concluirá cuando exclame: «Todo se ha cumplido»”(Jn 19,30); a partir de ese momento se encenderá la luz de Pascua. En la noche luminosa de Pascua —en contraposición con la noche oscura de la víspera de su muerte— se harán realidad las palabras de Jesús: «Ahora el Hijo del hombre es glorificado, y Dios es glorificado en Él» (Jn 13,31). Puede decirse que cada paso de Jesús es un paso de muerte a Vida y tiene un carácter pascual, manifestado en una actitud de obediencia total al Padre: «Aquí estoy para hacer tu voluntad» (Heb 10,9), actitud que queda corroborada con palabras, gestos y obras que abren el camino de su glorificación como Hijo de Dios. Contemplamos también la figura de Judas, el apóstol traidor. Judas mira de disimular la mala intención que guarda en su corazón; asimismo, procura encubrir con hipocresía la avaricia que le domina y le ciega, a pesar de tener tan cerca al que es la Luz del mundo. Pese a estar rodeado de Luz y de desprendimiento ejemplar, para Judas «era de noche» (Jn 13,30): treinta monedas de plata, “el excremento del diablo” —como califica Papini al dinero— lo deslumbraron y amordazaron. Preso de avaricia, Judas traicionó y vendió a Jesús, el más preciado de los hombres, el único que puede enriquecernos. Pero Judas experimentó también la desesperación, ya que el dinero no lo es todo y puede llegar a esclavizar. Finalmente, consideramos a Pedro atenta y devotamente. Todo en él es buena voluntad, amor, generosidad, naturalidad, nobleza... Es el contrapunto de Judas. Es cierto que negó a Jesús, pero no lo hizo por mala intención, sino por cobardía y debilidad humana. «Lo negó por tercera vez, y mirándolo Jesucristo, inmediatamente lloró, y lloró amargamente» (San Ambrosio). Pedro se arrepintió sinceramente y manifestó su dolor lleno de amor. Por eso, Jesús lo reafirmó en la vocación y en la misión que le había preparado”.
c) Uno de los discípulos, el amado de Jesús... Juan subraya esto. Y es a ese título que él interviene. La amistad. -Estaba recostado junto a Jesús. Simón Pedro le hizo señal, diciéndole: "Pregúntale de quién habla". El discípulo, inclinándose hacia el pecho de Jesús, le dijo: "Señor, ¿quién es?" Es una escena que ha sido representada por muchos pintores. Familiaridad. Sí, Tú, Señor, has aceptado estos gestos sencillos. No te has avergonzado de haber necesitado este afecto... de poder hablar con verdaderos amigos... Por otra parte, vemos una vez más en el Evangelio, las funciones complementarias, en la Iglesia: Pedro toma la iniciativa - prioridad oficial-, pero es Juan el que hace el encargo delicado. Cada uno tiene su sitio particular. Todos no pueden hacer todo. Ayúdame, Señor, a cumplir bien mi cometido, y en mi sitio. Durante estos días santos, quisiera, a mi manera, vivir contigo, Señor. Ofrecerte mi amistad. Procuraré pensar mucho más en Ti en el curso de estos días venideros… Tu soledad ¡oh Jesús! es total. Has ido hasta el límite de la condición humana. El hombre que más solo se encuentre a la hora de la muerte, puede reconocerse en Ti (Noel Quesson).

Semana Santa, lunes: la unción de María, el amor que acompaña a Jesús en su pasión de amor por nosotros

Libro de Isaías 42,1-7 (se lee también en el Bautismo del Señor): Este es mi Servidor, a quien yo sostengo, mi elegido, en quien se complace mi alma. Yo he puesto mi espíritu sobre él para que lleve el derecho a las naciones. Él no gritará, no levantará la voz ni la hará resonar por las calles. No romperá la caña quebrada ni apagará la mecha que arde débilmente. Expondrá el derecho con fidelidad; no desfallecerá ni se desalentará hasta implantar el derecho en la tierra, y las costas lejanas esperarán su Ley. Así habla Dios, el Señor, el que creó el cielo y lo desplegó, el que extendió la tierra y lo que ella produce, el que da el aliento al pueblo que la habita y el espíritu a los que caminan por ella. Yo, el Señor, te llamé en la justicia, te sostuve de la mano, te formé y te destiné a ser la alianza del pueblo, la luz de las naciones, para abrir los ojos de los ciegos, para hacer salir de la prisión a los cautivos y de la cárcel a los que habitan en las tinieblas.

Salmo 27,1-3.13-14: De David. El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es el baluarte de mi vida, ¿ante quién temblaré? / Cuando se alzaron contra mí los malvados para devorar mi carne, fueron ellos, mis adversarios y enemigos, los que tropezaron y cayeron. / Aunque acampe contra mí un ejército, mi corazón no temerá; aunque estalle una guerra contra mí, no perderé la confianza. / Yo creo que contemplaré la bondad del Señor en la tierra de los vivientes. / Espera en el Señor y sé fuerte; ten valor y espera en el Señor.

Evangelio según San Juan 12,1-11: Seis días antes de la Pascua, Jesús volvió a Betania, donde estaba Lázaro, al que había resucitado. Allí le prepararon una cena: Marta servía y Lázaro era uno de los comensales. María, tomando una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, ungió con él los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. La casa se impregnó con la fragancia del perfume. Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar, dijo: "¿Por qué no se vendió este perfume en trescientos denarios para dárselos a los pobres?". Dijo esto, no porque se interesaba por los pobres, sino porque era ladrón y, como estaba encargado de la bolsa común, robaba lo que se ponía en ella. Jesús le respondió: "Déjala. Ella tenía reservado este perfume para el día de mi sepultura. A los pobres los tienen siempre con ustedes, pero a mí no me tendrán siempre". Entre tanto, una gran multitud de judíos se enteró de que Jesús estaba allí, y fueron, no sólo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, al que había resucitado. Entonces los sumos sacerdotes resolvieron matar también a Lázaro, porque muchos judíos se apartaban de ellos y creían en Jesús, a causa de él.

Comentario: 1. La primera lectura procede de la segunda parte del libro de Isaías. Hay en ella cuatro poemas que, según los entendidos, son las más bellas profecías sobre Jesús. Se presenta a un misterioso personaje: de ningún modo a un mesías rey, sino a un mesías pobre. Humilde, manso, perseguido, salva a su pueblo con su muerte. Es un perfecto siervo de Dios.
Jesús lo conocía y dirá: "No he venido para ser servido sino para servir". Y, en verdad, tomaste la condición de siervo, cuando lavaste los pies de tus discípulos y, sobre todo, en la cruz con tu muerte por nosotros... Quiero contemplar detenidamente esa actitud: Jesús, siervo... ¿Qué sentimientos implica? ¿Cuáles eran tus pensamientos? Ayúdanos a ser «servidores»... de Dios... de nuestros hermanos… ¿Qué servicio será HOY el mío? Es preciso meditar una a una esas palabras. Y aplicarlas a Jesús. Intimidad entre Dios y Jesús. Son palabras de amor, imágenes de amor. Aquí también hay que entretener la contemplación... Y aplicar cada una de esas palabras a los cristianos, a mí. Por mi bautismo, que renovaré el próximo sábado en la santa noche de Pascua, he recibido el don del Espíritu... he recibido un nombre por el cual Dios me llama hijo suyo... Te tomé de la mano... te envié al mundo para que fueras alianza y luz. De todo ello será símbolo la vela encendida, que tendré en la mano, el sábado por la noche, al renovar mi profesión de Fe. Contigo, Jesús, quiero asumir la responsabilidad de mi bautismo. Pero para que sea así, te necesito.
-“No gritará, ni alzará el tono, no aplastará la caña quebrada, ni apagará la mecha mortecina”. Son unas dulces imágenes de ti, Jesús. Imágenes de tu bondad. Tú eras así. Delicadeza total respecto a los demás. «¡Felices los que construyen la paz, nos decías. Serán llamados hijos de Dios!» «Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón, y en mí hallaréis descanso.» En este tiempo de alboroto y de violencia, hazme, Señor, un instrumento de tu paz, de tu silencio, de tu bondad (de “Palabra de Dios para cada día”, ed. Claret).
2. El salmo tiene como telón de fondo el templo de Sión, sede del culto de Israel. Nos decía Juan Pablo II en su comentario que “la primera parte… está marcada por una gran serenidad, basada en la confianza en Dios en el día tenebroso del asalto de los malvados. Las imágenes utilizadas para describir a estos adversarios, que son el signo del mal que contamina la historia, son de dos clases. Por un lado, parece presentarse una imagen de caza feroz: los malvados son como fieras que avanzan para agarrar a su presa y desgarrar su carne, pero tropiezan y caen (v. 2). Por otro lado, se presenta el símbolo militar de un asalto de toda una armada: es una batalla que estalla con ímpetu sembrando terror y muerte (3). La vida del creyente es sometida con frecuencia a tensiones y contestaciones, en ocasiones también al rechazo e incluso a la persecución. El comportamiento del hombre justo fastidia, pues resuena como una admonición para los prepotentes y perversos. Lo reconocen sin ambigüedades los impíos descritos por el Libro de la Sabiduría: el justo «es un reproche de nuestros criterios, su sola presencia nos es insufrible, lleva una vida distinta de todas y sus caminos son extraños» (2,14-15). El fiel es consciente de que la coherencia crea aislamiento y provoca incluso desprecio y hostilidad en una sociedad que escoge con frecuencia como estandarte la ventaja personal, el éxito exterior, la riqueza, el goce desenfrenado. Sin embargo, él no está solo y su corazón mantiene una paz interior sorprendente, pues --como dice la espléndida «antífona» de apertura del Salmo --«El Señor es mi luz y mi salvación» (Salmo 26, 1). Repite continuamente: «¿a quién temeré?... ¿quién me hará temblar?... mi corazón no tiembla... me siento tranquilo» (versículos 1 y 3). Parece ser un eco de las palabras de san Pablo que proclaman: «Si Dios está por nosotros ¿quién contra nosotros? » (Romanos 8, 31). Pero la tranquilidad interior, la fortaleza de espíritu y la paz son un don que se obtiene refugiándose en el templo, es decir, recurriendo a la oración personal y comunitaria”. El monje Isaías (+491) lo refería a la tentación: «Si vemos que los enemigos nos rodean con su astucia, es decir, con la acidia, debilitando nuestra alma en el placer, ya sea porque no contenemos nuestra cólera contra el prójimo cuando actúa contra su deber, o si tientan nuestros ojos con la concupiscencia, o si quieren llevarnos a experimentar los placeres de gula, si hacen que para nosotros la palabra del prójimo sean como el veneno, si nos hacen devaluar la palabra de los demás, si nos inducen a diferenciar a los hermanos diciendo: "Este es bueno, este es malo", si nos rodean de este modo, no nos desalentemos, más bien, gritemos como David con corazón firme diciendo: "El Señor es la defensa de mi vida" (Salmo 26, 1)».
El rostro de Dios es la meta de la búsqueda espiritual del orante. Al final emerge una certeza indiscutible, la de poder «gozar de la dicha del Señor» (13). “En el lenguaje de los salmos, «buscar el rostro del Señor» es con frecuencia sinónimo de la entrada en el templo para celebrar y experimentar la comunión con el Dios de Sión. Pero la expresión comprende también la exigencia mística de la intimidad divina a través de la oración. En la liturgia, por tanto, y en la oración personal, se nos concede la gracia de intuir ese rostro que nunca podremos ver directamente durante nuestra existencia terrena (Cf. Éxodo 33,20). Pero Cristo nos ha revelado, de manea accesible, el rostro divino y ha prometido que en el encuentro definitivo de la eternidad -como nos recuerda san Juan- «le veremos tal cual es» (1 Jn 3,2). Y san Pablo añade: «Entonces veremos cara a cara» (1 Cor 13,12)”. Orígenes escribe: «Si un hombre busca el rostro del Señor, verá la gloria del Señor de manera desvelada y, al hacerse igual que los ángeles, verá siempre el rostro del Padre que está en los cielos». Y san Agustín, en su comentario a los Salmos, continúa de este modo la oración del salmista: «No he buscado en ti algún premio que esté fuera de ti, sino tu rostro. "Tu rostro buscaré, Señor". Con perseverancia insistiré en esta búsqueda; no buscaré otra cosa insignificante, sino tu rostro, Señor, para amarte gratuitamente, ya que no encuentro nada más valioso... "No te alejes airado de tu siervo" para que buscándote no me encuentre con otra cosa. ¿Qué pena puede ser más dura que ésta para quien ama y busca la verdad de tu rostro?”.
3. a) También los nardos que María de Betania derrama hoy sobre Jesús son imagen y símbolo de aquel óleo celestial e invisible, de la fuerza vital divina de la que se nos dice proféticamente en el salmo: "Dios, tu Dios, te ha ungido con el óleo de la alegría por encima de tus compañeros" (Sal 44,8). Ese óleo de la alegría celestial es el que Dios Padre ha derramado sobre la cabeza sangrienta y coronada de espinas del Hijo crucificado; de aquí que lleve el nombre de: Cristo, el Ungido. Y como el camino que conduce a esta unción pasa a través de su muerte y sepultura, puede Jesús decir también con doble sentido: "Dejadla que lo conserve para el día de mi sepultura". La unción de María indica ya de antemano la muerte y sepultura de Jesús, así como la gloria subsiguiente de su sacerdocio y reino. La "despilfarradora", por tanto, se muestra como verdadera creyente cristiana.
Los gladiadores de la arena ungían su cuerpo antes de la lucha. También Cristo se enfrenta con su pasión como un luchador. Es el gran combate, la lucha hasta la muerte con el enemigo de Dios, Satanás. La unción que había de reforzar y dar agilidad a su naturaleza humana, fortaleciéndola como a un luchador en la arena, esta unción de la fuerza de Dios la recibió el Señor en el monte de los Olivos de manos del Padre: otro motivo para poder atribuir a la unción de Betania el carácter de imagen y símbolo prefigurativo. Los nardos de María exhalan el gozoso aroma de la vida, de la próxima gloria real y de la dignidad del sacerdocio de Cristo, pero al mismo tiempo sirven de aviso para la lucha y la muerte, la sepultura y el amortajamiento.
El milagro que obró Eliseo con el aceite nos recuerda que Cristo mismo es este perfume, Él es el bálsamo que baja del cielo y que, según el plan amoroso del Padre, habrá de salvar a toda la Humanidad, siempre que ésta crea en Él, elevándola a la dignidad de sacerdotes y reyes. El recipiente del bálsamo -el cuerpo humano de Jesús- había de destruirse en la muerte para que se esparciese el nardo y desde la cabeza- desde Cristo resucitado- empapase a todo el cuerpo de la Iglesia, haciéndola así apta para ser ungida y consagrada como cuerpo real y sacerdotal de Cristo. Había de romperse este vaso de alabastro para que el ungüento celestial pudiese llenar los recipientes vacíos de la Iglesia; su aroma debía llenar toda la casa y enriquecer a los "pobres". Este es, en realidad, el misterio oculto de la unción de Betania. No lo puede sufrir el traidor, pero nosotros hemos de saber reconocer con gozo que el ungüento que, por voluntad de Jesús, fue allí derramado, es la verdadera riqueza de los pobres, es la vida divina que se prodiga a sí misma. Se comunica, claro está, primero al Hijo, pero por Él se da, brotando de sus heridas, a "los pobres", esto es, a los hombres que estaban desposeídos de la gracia y destinados a morir. Este misterio de la corriente de aceite que fluye del cielo de manera maravillosa y torna en riqueza la pobreza del mundo pecador, fue ya anunciado en tiempo de Noé como don de reconciliación de Dios, por medio de la paloma que volvió con el ramito de olivo en el pico. Fue también prefigurado simbólicamente por el milagro que hizo el profeta con el aceite, y más aún, por la unción de María. Pronto va a tener realidad litúrgica en la consagración de los santos óleos que se verifica el Jueves Santo, y en la unción de los neófitos del Sábado Santo. Cuando en el Jueves Santo las solemnes palabras de la consagración piden que la fuerza de Dios descienda sobre su santo óleo: cuando el obispo y todos los sacerdotes se arrodillan por tres veces ante el óleo consagrado, diciéndole: "Ave, sanctum chrisma! Ave, sanctum oleum! "¡Te saludo, oh santo crisma. Te saludo, oh santo óleo!"; cuando, por último, dos días más tarde el obispo o sacerdote unge la coronilla de los neófitos con este crisma consagrado, diciendo al mismo tiempo: "El Dios Todopoderoso, el Padre de Nuestro Señor Jesucristo... te unja con el crisma de la salud en este mismo Cristo Jesús, Nuestro Señor, para la vida eterna", entonces es el momento en que la acción simbólica de la amante María alcanza toda su realidad. Entonces todas las imágenes simbólicas de los tiempos antiguos quedan plasmadas en hechos reales y se pone al descubierto el misterio oculto. La divina paloma vuela entonces hacia el arpa de la Iglesia llevando en el pico el ramito de olivo, es decir, la vida nacida de la muerte. Entonces es cuando se llenan los recipientes vacíos de la Iglesia sin jamás llegarse a agotar el aceite, ya que a diario nacen a la vida terrena innumerables personas que han de alimentarse de esa vida divina. María de Betania contribuye, en verdad, a la sepultura de Cristo cuando los que son bautizados -enterrados con Cristo- reciben de manos de la Iglesia la santa unción bautismal. El "buen olor de Cristo" (2 Co 2, 15) se expande entonces por toda la casa de la Iglesia y la voz del odio tiene que enmudecer porque la pobreza, rica ya ahora, se regocija del despilfarro del amor (Emiliana Löhr).
b) No sé si a ustedes les ha sucedido lo mismo que a mí, que en varias ocasiones me he sentido un poco de acuerdo: en el fondo, ¿no se podía tomar un aceite de menor precio y dar una buena limosna a los pobres? ¿Cuántos de nosotros hemos pensado secretamente en esto? Por tanto, tampoco nosotros logramos comprender lo que está sucediendo. En el fondo, decimos: los pobres son importantes y Jesús mismo dijo en los versículos anteriores: "Cada vez que hayáis hecho estas cosas a uno solo de estos hermanos míos más pequeños, lo habéis hecho a mí", y "cada vez que no habéis hecho estas cosas a uno solo de estos hermano míos más pequeños, no lo habéis hecho a mí".
Por tanto, Judas podría decir: Señor, me baso en lo que dijiste, estos 5.000 pesos se podían dar a los pobres y no se dieron, por tanto, es inútil que te los den a ti. ¿Cuántas veces también nosotros hemos pensado así? Todo es desperdicio; vendamos, pues, todo; vendamos también el tiempo de la oración, porque mientras rezo dejo de asistir a un enfermo, mientras rezo hay alguien que necesita de mí. He aquí la lógica definitiva: si solamente vale el servicio directo al prójimo, entonces tiene razón Judas.
En este episodio vemos que está en juego algo sumamente importante: la actitud del hombre hacia la Redención de Jesús. En efecto, la respuesta de Jesús es amplia: "¿Por qué molestáis a esta mujer?". Como fórmula es bastante fuerte y, por analogía, me ha impactado sobre todo Pablo (Ga 6, 17) cuando, después de haber discutido en toda la carta contra los que querían las observaciones judaicas, dice: "En adelante nadie me proporcione sufrimientos, porque yo llevo en mi cuerpo las señales del Señor Jesús", es decir, estoy seguro de estar con Cristo, en la plenitud de la verdad.
Me parece que Jesús dice algo semejante: esta mujer tiene razón, sólo ella ha comprendido y no debe ser molestada. ¿Por qué ha comprendido? Jesús continúa: "Ella ha hecho una obra buena conmigo". Los judíos hablaban a menudo de acciones buenas, que eran precisamente las obras de misericordia y Jesús parece decir: Yo también soy alguien, yo también soy objeto de su amor, de su misericordia, por tanto lógicamente no me pueden negar algo con el pretexto de dárselo a otro; también yo soy una persona delante de ustedes, que puede tener necesidad de ustedes. Podemos intuir este significado: esta mujer ha obrado bien, me ha honrado y esto es justo; nadie puede decir que se pierda tiempo o se malgaste dinero.
Esta mujer, pues, es el símbolo de la humanidad que se dejó amar por Jesús en su Pasión. Es el símbolo de la realidad de la Virgen María: esta mujer hace de modo "intuitivo" este gesto, pero quien lo hace "plenamente", lo sabemos por Juan, es la Virgen María quien, como madre, acepta el absurdo de que su Hijo sufra por ella. Una madre querría aceptar cualquier sufrimiento por su hijo y no viceversa; en cambio, como esta madre no posee a Jesús, sino que está poseída por Él como humanidad y como Iglesia, entonces a través de un camino doloroso de fe, un largo camino, que Juan y Lucas nos describen, llega al Calvario dispuesta a dejarse salvar por los sufrimientos del Hijo.
Es ella quien dice su "sí", no un "sí" para hacer algo, sino un "sí" para dejar hacer, que es la cosa más terrible que ella, como madre, puede aceptar. Ella querría hacer cualquier cosa, en cambio el sí del dejar hacer es precisamente la espada que atraviesa su corazón, y contemporáneamente es el sí de la humanidad que, pisoteando el orgullo de la propia salvación, dice: Señor, te doy gracias porque eres más bueno que nosotros, porque viniste en ayuda de nosotros que somos pobres.
Al meditar esto, cada uno podría decir: ¿en dónde estoy? ¿Estoy con Simón, preocupado por retener a Jesús? ¿Con Judas, preocupado por cualquier iniciativa que debe seguir adelante a toda costa? ¿O digo con María de Betania y con María de Nazaret: "Haz Tú, Señor, gracias? Digo: "Señor, déjame obrar a mi" o "Señor, te doy gracias porque obras Tú"? (Carlo M. Martini).
c) “La historia de la unción en Betania parece, a primera vista, que corresponde al campo de lo anecdótico. Pero el mismo Jesús añade en el evangelio: «En verdad os digo: dondequiera que se predique el evangelio, en todo el mundo se hablará de lo que ésta ha hecho, para memoria de ella» (Mc 14,9). ¿Pero en qué radica esta afirmación que dura a través de los tiempos? El mismo Jesús nos ofrece una interpretación, cuando dice: «Lo ha hecho... anticipándose a ungir mi cuerpo para la sepultura» (Mc 14,8; cf. Jn 12,7). Así, pues, él compara lo que ocurre aquí con el embalsamamiento de los muertos, que era corriente entre los reyes y los potentados. Tal unción era una tentativa de salir al paso a la muerte: solamente en la putrefacción, en la destrucción del cuerpo, así se creía, completa la muerte su obra. Mientras queda el cuerpo, el hombre no se ha deshecho, no ha muerto totalmente. Según eso, Jesús ve en el rasgo o gesto de María la tentativa de asestar un golpe a la muerte. Él reconoce ahí un esfuerzo malogrado, pero no inútil, que es esencial de todo amor: el comunicar la vida a los demás, la inmortalidad. Pero lo ocurrido en los días siguientes muestra la impotencia de tal esfuerzo humano; no existe ninguna posibilidad de proporcionarse a sí mismo la inmortalidad. Ni el poder de los ricos ni la abnegación de los que aman pueden conseguir esto. A fin de cuentas, tal tentativa de «unción» es más una conservación que una superación de la muerte. Sólo una unción es suficientemente fuerte para oponerse a la muerte, a saber, el Espíritu santo, el amor de Dios. La pascua es su victoria, en la que Jesús se muestra como el Cristo, como el «ungido» de Dios.
Sin embargo, la acción de María sigue siendo algo permanente, algo simbólico y modélico, puesto que siempre debe existir el esfuerzo para mantener vivo a Cristo en este mundo y para oponerse a los poderes que le hacen enmudecer, que pretenden matarlo.
¿Pero cómo puede ocurrir esto? Por cada acción de la fe y del amor. Una frase del evangelio puede dar, tal vez, más color a esta afirmación. Juan nos cuenta que, por la unción, toda la casa se llenó del aroma del aceite o perfume (12,3). Eso nos recuerda una frase de san Pablo: «Porque somos para Dios permanente olor de Cristo en los que se salvan» (2 Cor 2,15). La vieja idea pagana de que los sacrificios alimentan a los dioses con su buen olor, se halla aquí transformada en la idea de que la vida cristiana hace que el buen aroma de Cristo y la atmósfera de la verdadera vida se difunda en el mundo. Pero también hay otro punto de vista. Junto a María, la servidora de la vida, se halla en el evangelio Judas, el cual se convierte en el cómplice de la muerte: respecto a Jesús, primeramente, y también, luego, respecto a sí mismo. Él se opone a la unción, al gesto del amor que suministra la vida. A esa unción contrapone él el cálculo de la pura utilidad. Pero, detrás de eso, aparece algo más profundo: Judas no era capaz de escuchar efectivamente a Jesús, y de aprender de él una nueva concepción de la salvación del mundo y de Israel.
Él había acudido a Jesús con una esperanza bien determinada; según ella, le midió a él y por ella le negó. Así representa él no sólo el cálculo frente al desinterés del amor, sino también a la incapacidad de escuchar, de oír y obedecer frente a la humildad del aro que se deja conducir incluso a donde no quiere. «La casa se llenó del aroma del perfume»_¿ocurre así con nosotros?_¿Exhalamos el olor del egoísmo, que es el instrumento de la muerte, o el aroma de la vida, que procede de la fe y lleva al amor?” (Joseph Ratzinger).
d) Traición y amor se cierran como un broche / en torno a Ti, Jesús. María y Judas / en la cena, son mutuo reproche: / rompe ella un frasco entre palabras mudas. / “Son trescientos denarios, ¡qué derroche!”, / él le reprocha con palabras rudas. / Junto a la luz, le traga ya la noche. / Junto al amor, ya cuelga de sus dudas. / El amor que te tuvo está marchito, / y su beso, Jesús, de muerte es sello. / María y Judas, siento en mí. Repito, / solo, el drama de dos, trágico y bello. / Y pues que soy los dos, yo necesito, / morir de amor, colgado de tu cuello (Rafael M. Serra)

domingo, 17 de abril de 2011

Semana Santa, Domingo de Ramos: en la pasión Jesús es proclamado nuestro Rey y se realiza nuestra liberación, por su sufrimiento


Semana Santa, Domingo de Ramos: en la pasión Jesús es proclamado nuestro Rey y se realiza nuestra liberación, por su sufrimiento

Lectura del Profeta Isaías 50,4-7: Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, / para saber decir al abatido / una palabra de aliento. // Cada mañana me espabila el oído, / para que escuche como los iniciados. // El Señor Dios me ha abierto el oído; / y yo no me he rebelado / ni me he echado atrás. // Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, / la mejilla a los que mesaban mi barba. // No oculté el rostro a insultos y salivazos. // Mi Señor me ayudaba, / por eso no quedaba confundido; / por eso ofrecí el rostro como pedernal,/ y sé que no quedaré avergonzado.

Sal 21,8-9. 17-18a. 19-20. 23-24: Al verme se burlan de mí, / hacen visajes, menean la cabeza: / «Acudió al Señor, que le ponga a salvo; / que lo libre si tanto lo quiere.» // Me acorrala una jauría de mastines, / me cerca una banda de malhechores: / me taladran las manos y los pies, / puedo contar mis huesos. // Se reparten mi ropa, / echan a suerte mi túnica. / Pero tú, Señor, no te quedes lejos; / fuerza mía, ven corriendo a ayudarme. // Contaré tu fama a mis hermanos, / en medio de la asamblea te alabaré. // Fieles del Señor, alabadlo, / linaje de Jacob, glorificadlo, / temedlo, linaje de Israel.

Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Filipenses 2,6-11: Hermanos: Cristo, a pesar de su condición divina, / no hizo alarde de su categoría de Dios; / al contrario, se despojó de su rango, / y tomó la condición de esclavo, / pasando por uno de tantos.
Y así, actuando como un hombre cualquiera, / se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, / y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo levantó sobre todo, / y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»; / de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble / -en el Cielo, en la Tierra, en el Abismo-, / y toda lengua proclame: « ¡Jesucristo es Señor!», / para gloria de Dios Padre.

Pasión de nuestro Señor Jesucristo según San Mateo 26,14-27,66. C. En aquel tiempo [uno de los doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso:
S. -¿Qué estáis dispuestos a darme si os lo entrego?
C. Ellos se ajustaron con él en treinta monedas. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo. El primer día de los ácimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron:
S. -¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?
C. El contestó:
+ -Id a casa de Fulano y decidle: «El Maestro dice: mi momento está cerca; deseo celebrar la Pascua en tu ''casa con mis discípulos.»
C. Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua. Al atardecer se puso a la mesa con los doce. Mientras comían dijo:
+ -Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar.
C. Ellos, consternados, se pusieron a preguntarle uno tras otro:
S. -¿Soy yo acaso, Señor?
C. El respondió:
+ -El que ha mojado en la misma fuente que yo, ése me va a entregar. El Hijo del Hombre se va como está escrito de él; pero, ¡ay del que va a entregar al Hijo del Hombre!, más le valdría no haber nacido.
C. Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar:
S. -¿Soy yo acaso, Maestro?
C. El respondió:
+ -Así es.
C. Durante la cena, Jesús cogió pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a los discípulos diciendo:
+ -Tomad, comed: esto es mi cuerpo.
C. Y cogiendo un cáliz pronunció la acción de gracias y se lo pasó diciendo:
+ -Bebed todos; porque ésta es mi sangre, sangre de la alianza derramada por todos para el perdón de los pecados. Y os digo que no beberé más del fruto de la vid hasta el día que beba con vosotros el vino nuevo en el reino de mi Padre.
C. Cantaron el salmo y salieron para el monte de los Olivos. Entonces Jesús les dijo:
+ -Esta noche vais a caer todos por mi causa, porque está escrito: «Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño.» Pero cuando resucite, iré antes que vosotros a Galilea.
C. Pedro replicó:
S. -Aunque todos caigan por tu causa, yo jamás caeré.
C. Jesús le dijo:
+ -Te aseguro que esta noche, antes que el gallo cante tres veces, me negarás.
C. Pedro le replicó:
S. -Aunque tenga que morir contigo, no te negaré.
C. Y lo mismo decían los demás discípulos.
Entonces Jesús fue con ellos a un huerto, llamado Get'semaní, y les dijo:
+ -Sentaos aquí, mientras voy allá a orar.
C. Y llevándose a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, empezó a entristecerse y a angustiarse. Entonces dijo:
+ -Me muero de tristeza: quedaos aquí y velad conmigo.
C. Y adelantándose un poco cayó rostro en tierra y oraba diciendo:
+ -Padre mío, si es posible que pase y se aleje de mí ese cáliz. Pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres.
C. Y se acercó a los discípulos y los encontró dormidos. Dijo a Pedro:
+-¿No habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad para no caer en la tentación, pues el espíritu es decidido, pero la carne es débil.
C. De nuevo se apartó por segunda vez y oraba diciendo:
+ -Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad.
C. Y viniendo otra vez, los encontró dormidos, porque estaban muertos de sueño. Dejándolos de nuevo, por tercera vez oraba repitiendo las mismas palabras. Luego se acercó a sus discípulos y les dijo:
+ -Ya podéis dormir y descansar. Mirad, está cerca la hora y el Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos, vamos! Ya está cerca el que me entrega.
C. Todavía estaba hablando, cuando apareció Judas, uno de los doce, acompañado de un tropel de gente, con espadas y palos, mandado por los sumos sacerdotes y los senadores del pueblo. El traidor les había dado esta contraseña:
S. -Al que yo bese, ése es: detenedlo.
C. Después se acercó a Jesús y le dijo:
S. -¡Salve, Maestro!
C. Y lo besó. Pero Jesús le contestó:
+ -Amigo, ¿a qué vienes?
C. Entonces se acercaron a Jesús y le echaron mano para detenerlo. Uno de los que estaban con él agarró la espada, la desenvainó y de un tajo le cortó la oreja al criado del sumo sacerdote. Jesús le dijo:
+ -Envaina la espada: quien usa espada, a espada morirá. ¿Piensas tú que no puedo acudir a mi Padre? El me mandaría en seguida más de doce legiones de ángeles. Pero entonces no se cumpliría la Escritura, que dice que esto tiene que pasar.
C. Entonces dijo Jesús a la gente:
+ -¿Habéis salido a prenderme con espadas y palos como a un bandido? A diario me sentaba en el templo a enseñar y, sin embargo, no me detuvisteis.
C. Todo esto ocurrió para que se cumpliera lo que escribieron los profetas. En aquel momento todos los discípulos lo abandonaron y huyeron. Los que detuvieron a Jesús lo llevaron a casa de Caifás, el sumo sacerdote, donde se habían reunido los letrados y los senadores. Pedro lo seguía de lejos hasta el palacio del sumo sacerdote y, entrando dentro, se sentó con los criados para ver en qué paraba aquello. Los sumos sacerdotes y el consejo en pleno buscaban un falso testimonio contra Jesús para condenarlo a muerte y no lo encontraban, a pesar de los muchos falsos testigos que comparecían. Finalmente, comparecieron dos que declararon:
S. -Este ha dicho: «Puedo destruir el templo de Dios y reconstruirlo en tres días.»
C. El sumo sacerdote se puso en pie y le dijo:
S. -¿No tienes nada que responder? ¿Qué son estos cargos que levantan contra ti?
C. Pero Jesús callaba. Y el sumo sacerdote le dijo:
S. -Te conjuro por Dios vivo a que nos digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios.
C. Jesús le respondió:
+ -Tú lo has dicho. Más aún, yo os digo: desde ahora veréis que el Hijo del Hombre está sentado a la derecha del Todopoderoso y que viene sobre las nubes del cielo.
C. Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras diciendo:
S. -Ha blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Acabáis de oír la blasfemia. ¿Qué decidís?
C. Y ellos contestaron:
S. -Es reo de muerte.
C. Entonces le escupieron a la cara y lo abofetearon; otros; lo golpearon diciendo:
S. -Haz de profeta, Mesías; dinos quién te ha pegado.
C. Pedro estaba sentado fuera en el patio y se le acercó una criada y le dijo:
S. -También tú andabas con Jesús el Galileo.
C. El lo negó delante de todos diciendo:
S. -No sé qué quieres decir.
C. Y al salir al portal lo vio otra y dijo a los que estaban allí:
S. -Este andaba con Jesús el Nazareno.
C. Otra vez negó él con juramento:
S. -No conozco a ese hombre.
C. Poco después se acercaron los que estaban allí y dijeron:
S. -Seguro; tú también eres de ellos, se te nota en el acento.
C. Entonces él se puso a echar maldiciones y a jurar diciendo:
S. -No conozco a ese hombre.
C. Y en seguida cantó un gallo. Pedro se acordó de aquellas palabras de Jesús: «Antes de que cante el gallo me negarás tres veces.» Y saliendo afuera, lloró amargamente. Al hacerse de día, todos los sumos sacerdotes y los senadores del pueblo se reunieron para preparar la condena a muerte de Jesús. Y atándolo lo llevaron y lo entregaron a Pilato, el gobernador. Entonces el traidor sintió remordimiento y devolvió las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y senadores diciendo:
S. -He pecado, he entregado a la muerte a un inocente.
C. Pero ellos dijeron:
S. -¿A nosotros qué? ¡Allá tú!
C. Él, arrojando las monedas en el templo, se marchó; y fue y se ahorcó. Los sacerdotes, recogiendo las monedas dijeron:
S. -No es licitó echarlas en el arca de las ofrendas porque son precio de sangre.
C. Y, después de discutirlo, compraron con ellas el Campo del Alfarero para cementerio de forasteros. Por eso aquel campo se llama todavía «Campo de Sangre». Así se cumplió lo escrito por Jeremías el profeta: «Y tomaron las treinta monedas de plata, el precio de uno que fue tasado, según la tasa de los hijos de Israel, y pagaron con ellas el Campo del Alfarero, como me lo había ordenado el Señor.»]Jesús fue llevado ante el gobernador, y el gobernador le preguntó:
S. -¿Eres tú el rey de los judíos?
C. Jesús respondió:
+ -Tú lo dices.
C. Y mientras lo acusaban los sumos sacerdotes y los senadores no contestaba nada. Entonces Pilato le preguntó:
S. -¿No oyes cuántos cargos presentan contra ti?
C: Como no contestaba a ninguna pregunta, el gobernador estaba muy extrañado. Por la fiesta, el gobernador solía soltar un preso, el que la gente quisiera. Tenía entonces un preso famoso, llamado Barrabás. Cuando la gente acudió, dijo Pilato:
S. -¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, a quien llaman el Mesías?
C. Pues sabía que se lo habían entregado por envidia. Y mientras estaba sentado en el tribunal, su mujer le mandó a decir:
S. -No te metas con ese justo porque esta noche he sufrido mucho soñando con él.
C. Pero los sumos sacerdotes y los senadores convencieron a la gente que pidieran el indulto de Barrabás y la muerte de Jesús. El gobernador preguntó:
S.-¿A cuál de los dos queréis que os suelte?
C.-Ellos dijeron:
S.-A Barrabás.
C.Pilato les preguntó:
S. -¿Y qué hago con Jesús, llamado el Mesías?
C. Contestaron todos:
S. -Que lo crucifiquen.
C. Pilato insistió:
S. -Pues, ¿qué mal ha hecho?
C. Pero ellos gritaban más fuerte:
S. -¡Que lo crucifiquen!
C. Al ver Pilato que todo era inútil y que, al contrario, se estaba formando un tumulto, tomó agua y se lavó las manos en presencia del pueblo, diciendo:
S. -Soy inocente de esta sangre. ¡Allá vosotros!
C. Y el pueblo entero contestó:
S. -¡Su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!
C. Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran. Los soldados del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la compañía: lo desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura y, trenzando una. corona de espinas se la ciñeron a la cabeza y le pusieron una caña en la mano derecha. Y, doblando ante él la rodilla, se burlaban de él diciendo:
S.-¡Salve, rey de los judíosl
C.-Luego lo escupían, le quitaban la caña y, le golpeaban con ella la cabeza. Y terminada la burla, le quitaron el manto, le pusieron su ropa y lo llevaron a crucificar. Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo forzaron a que llevara la cruz. Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota (que quiere decir «La Calavera»), le dieron a beber vino mezclado con hiel; él lo probó, pero no quiso beberlo. Después de crucificarlo, se repartieron su ropa echándola a suertes, y luego se sentaron a custodiarlo. Encima de la cabeza colocaron un letrero con la acusación: ÉSTE ES JESÚS, EL REY DE LOS JUDÍOS. Crucificaron con él a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda. Los que pasaban; lo injuriaban y decían meneando la cabeza:
S. -Tú que, destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz.
C. -Los sumos sacerdotes con los letrados y los senadores se burlaban también diciendo:
S. -A otros ha salvado y él no se puede salvar. ¿No es el Rey de Israel? Que baje ahora de la cruz y le creeremos. ¿No ha confiado en Dios? Si tanto lo quiere Dios, que lo libre ahora. ¿No decía que era Hijo de Dios?
C. -Hasta los que estaban crucificados con él lo insultaban. Desde el mediodía hasta la media tarde vinieron tinieblas sobre toda aquella región. A media tarde, Jesús gritó:
+ -Elí, Elí, lamá sabaktaní.
C. (Es decir:
+ -Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?).
C. Al oírlo algunos de los que estaban por allí dijeron:
S. -A Elías llama éste.
C. Uno de ellos fue corriendo; en seguida cogió una esponja empapada en vinagre y, sujetándola en una caña, le dio de beber. Los demás decían:
S. -Déjalo, a ver si viene Elías a salvarlo.
C. Jesús dio otro grito fuerte y exhaló el espíritu. Entonces el velo del templo se rasgó en dos de arriba abajo; la tierra tembló, las rocas se rajaron, las tumbas se abrieron y muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron. Después que él resucitó salieron de las tumbas, entraron en la Ciudad Santa y se aparecieron a muchos. El centurión y sus hombres, que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba dijeron aterrorizados:
S. -Realmente éste era Hijo de Dios.
[C. Había allí muchas mujeres que miraban desde lejos, aquellas que habían seguido a Jesús desde Galilea para atenderlo; entre ellas, María Magdalena y María, la madre de Santiago y José, y la madre de los Zebedeos. Al anochecer llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, que era también discípulo de Jesús. Este acudió a Pilato a pedirle el cuerpo de Jesús. Y Pilato mandó que se lo entregaran. José, tomando el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia; lo puso en el sepulcro nuevo que se había excavado en una roca, rodó una piedra grande a la entrada del sepulcro y se marchó. María Magdalena y la otra María se quedaron allí sentadas enfrente del sepulcro. A la mañana siguiente, pasado el día de la Preparación, acudieron en grupo los sumos sacerdotes y los fariseos a Pilato y le dijeron:
S. -Señor, nos hemos acordado que aquel impostor estando en vida anunció: «A los tres días resucitaré.» Por eso da orden de que vigilen el sepulcro hasta el tercer día, no sea que vayan sus discípulos, se lleven el cuerpo y digan al pueblo: «Ha resucitado de entre los muertos.» La última impostura sería peor que la primera.
C. Pilato contestó:
S. -Ahí tenéis la guardia: id vosotros y asegurad la vigilancia como sabéis.
C. Ellos fueron, sellaron la piedra y con la guardia aseguraron la vigilancia del sepulcro.]

Comentario: Hoy es la Palabra de Dios la que habla, pocas glosas hacen falta sino meditarla. 1. La 1ª lectura es del tercer canto del Siervo de Yahvé (los otros tres los escuchamos estos días: sobre todo el cuarto el Viernes Santo). Es Jesús este Siervo que tiene palabras para consolar al cansado, que da su cuerpo a los que le hieren, que no retira su rostro ante nuestro dolor, hasta el final: "Ofrecí la espalda a los que me golpeaban... para saber decir al abatido una palabra de aliento". Vemos la actitud que toma Jesús ante dificultades, persecución, golpes e insultos, y su confianza en Dios, que le permite ser fiel hasta el final, el cumplimiento pleno de la misión de Cristo Jesús. Los diversos momentos de la Historia de la Salvación que hemos ido contemplando en las primeras lecturas de estos domingos culminan en el Siervo, para quien la misión (anunciar) siempre nace de una vocación (Dios concede las fuerzas para ello). Es un canto de esperanza, y si su tarea es amarga, suscita esperanza en el pueblo pero recibe escepticismo (como Ezequiel 2,8 abre su boca para comer el mensaje divino, pero éste no es dulce sino que le acarrea un gran sufrimiento: le apalean, le mesan la barba; signos de ultraje y desprecio: II Sam. 10, 4ss). Acepta estos ultrajes sin intentar vengarse; sabe que este es su camino; cree con total firmeza que el Señor está a su lado y contra toda esperanza sabiendo que al final el triunfo es suyo; todo ello es imagen de Jesús y ejemplo para nuestro comportamiento (A. Gil Modrego). No hay páginas más sugestivas del Antiguo Testamento, para meditar la Pasión de Jesús, que los poemas del Siervo de Yahveh y el salmo que hoy se lee un trozo.
2. El precioso salmo de la redención, que pronuncia Jesús en la Cruz, es un resumen cristológico perfecto: "Dios mío, ¿por qué me has abandonado?", expresión dramática de la soledad y del dolor de un moribundo que se siente olvidado incluso por Dios. Entonces es cuando él se abandona en Dios. Cristo se ha solidarizado con nuestra condición humana hasta la profundidad de la misma muerte. Los versos de hoy muestran el sentido de la cruz como cumplimiento de las Escrituras (horadan mis manos y pies, sobre mi túnica echan suertes) y la proclamación de la salvación (anunciaré tu nombre a mis hermanos...).
En la versión reducida de hoy, se intuyen de todos modos tres pasos que abarcan (v. 2-11, v. 12-22, v. 23-32). Los dos primeros sirven para describir realista y crudamente la propia situación desesperada. Se abren con un lamento («¿Por qué me has abandonado?... te grito y no me respondes» v. 2, 3) y con una oración («no te quedes lejos»: v. 12). La tercera parte se abre con un grito de triunfo. Ha llegado la liberación esperada: «Contaré tu fama a mis hermanos» (v. 23). Al llegar aquí el salmista siente necesidad de contar en medio de la asamblea la salvación que le ha sido regalada por el Señor. El «público» que poco antes le despreciaba, ahora le escucha alabar al Señor. Son «hermanos» invitados a celebrar esta «acción de gracias». Y nos encontramos con la visión de un banquete en el que participan pobres y ricos. Se han roto todos los confines y son convocados todos los pueblos de la tierra a este banquete en el que «los desvalidos comerán hasta saciarse, alabarán al Señor los que lo buscan» (v. 27). Esta última parte del salmo 22 contiene los elementos esenciales de nuestra liturgia, especialmente de la eucaristía. Un banquete en el que participan todos sin distinciones y donde existe una única mesa para todos los hermanos. Es memorial, es decir, conmemoración de los acontecimientos que tienen como protagonista al Señor, que toma partido por la gente humillada, indefensa, pisoteada. Que interviene para salvar y liberar. Es también acción de gracias, que es mucho más que un simple agradecer. Es el tomar conciencia de la gracia en acción aquí y ahora. Los acontecimientos que son rememorados, contados, no hacen referencia sólo al pasado. También afectan al hombre de hoy. Su conmemoración les hace actuales, no sólo en la memoria, sino sobre todo en su acción real, en sus efectos. Es un recuerdo «eficaz». Por eso podemos decir que la liturgia actualiza la historia de la salvación. La liturgia, por tanto, traspasa el tiempo. Gracias a ella las acciones que pertenecen al pasado me afectan hoy —de este modo me convierto en testigo, actor y beneficiario de las «maravillas» de Dios— y prefiguran lo que llegará mañana, en la plenitud de los tiempos. Por tanto es una conmemoración, actualmente eficaz y signo del futuro. El protagonista es siempre él, el Dios que «actúa», no es un Dios lejano ni ausente (Alessandro Pronzato).
Lo que hallamos aquí es algo insustituible: jamás un salmista describió tan de cerca la lucha contra la muerte ni se acercó tanto a la victoria. Se relaciona con la profecía del siervo doliente (Is 52,13-53,12), texto introducido posteriormente en el libro del «segundo Isaías» (Is 40-55), que data del exilio. Vuelva el lector sobre ese texto tan conocido, sopese sus palabras y compare después su mensaje con el del salmo 22. Podrá verificar el cambio que se produce cuando se llega efectivamente al «límite». Nos son muy mal conocidas las diferencias, en cuanto a realidad histórica, que separan el salmo 22 de este texto, pero advertimos la novedad aportada por el texto más reciente, el texto profético. Desde un punto de vista externo y a la vez esencial, la novedad principal consiste en que, en esta profecía, ya no escuchamos a un hombre que habla de sí mismo. El inculpado, el condenado ha desaparecido por haber atravesado ya el «límite»: Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron... / Lo arrancaron de la tierra de los vivos (Is 53,8). En este salmo vemos prefigurados los sentimientos de Jesús, que lo recita en la Cruz haciéndolo propio. Es impresionante sobre todo –a mi parecer- ver cómo Jesús en su conciencia humana ve que en Él se están cumpliendo las Escrituras, está “trabajando” en el sufrimiento la redención, con la esperanza de su eficacia. Así imprime en todo dolor la eficacia. Es quizá la cristología más completa, este salmo puesto en relación con los demás aspectos de la redención, de la misma forma que vimos en el salmo siguiente, del buen pastor, la síntesis más completa de la esperanza visto desde la fe cristiana, por eso suelo recitarlo cuando acompaño a un moribundo que me pide que recemos juntos. Pasión y gloria se unen en estos dos salmos centrales (22-23), igual como vimos la semana pasada que en el capítulo 8 de Juan se unía el Dios revelado en Moisés (“Yo soy el que estoy entre vosotros”) con el Emanuel (“Dios en Jesús está ya con nosotros”).
Juan Pablo II comentó el salmo, sobre todo en sus aspectos de pasión, el “silencio de Dios”. Se puede aplicar a Jesús que cuando más abandonado se siente, sufre la experiencia de la muerte como cualquier otro, sintiéndose solo: entonces se abandona en Dios. Se puede aplicar a cada uno de nosotros, y en esta perspectiva actual, es admirable la experiencia de Teresa de Calcuta. Ella sintió una ausencia de Dios, una «noche oscura», según sus cartas que recoge el libro «Madre Teresa: Ven y sé mi luz». A los diez años de su muerte podemos conocer su larga aridez espiritual y sus dudas de fe: “Señor, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Yo era la hija de tu Amor, convertida ahora en la más odiada, la que Tú has rechazado, que has echado fuera como no querida y no amada. ¿Dónde está mi fe?... Hay tanta contradicción en mi alma: un profundo anhelo de Dios, tan profundo que hace daño; un sufrimiento continuo, y con ello el sentimiento de no ser querida por Dios, rechazada, vacía, sin fe, sin amor, sin celo... El cielo no significa nada para mí: ¡me parece un lugar vacío!”. Raniero Cantalamessa opina que “el que la Madre Teresa pudiera pasar horas ante el Santísimo, como dicen los testigos que la vieron, casi extasiada… y el que lo hiciera en estas condiciones demuestra que es un martirio… Creo que la Madre Teresa es la santa de la era mediática, pues esta ‘noche del espíritu’ la protegió de la posibilidad de convertirse en víctima de los medios, es decir, de que se exaltara a sí misma. De hecho, ella misma decía que ante los más grandes honores y ante el interés de la prensa, no sentía nada porque vivía este vacío interior”. La santa vivía feliz en medio de ese “silencio de Dios”, que la protegía de una idolatría del yo o de cualquier éxito. Le decía al Señor: “Tu felicidad es lo único que quiero”, y el ejemplo de vida que confirmaba este deseo “puede indicar también a los otros miembros de la orden cómo sobrellevar los momentos de oscuridad o de crisis espiritual, a lo largo de una vida no fácil, al servicio de los más pobres”, dice el P. Kolodiejchuk, autor del libro, quien añade que esas cartas de la Madre Teresa muestran su madurez espiritual, sus locuciones divinas, su amor a Cristo crucificado como base de “la revolución del amor” que empieza en la propia casa, con el “apostolado de la sonrisa”.
“En este silencio, ¿dónde está Dios?”, preguntaba una chica a Benedicto XVI, quien le respondía: «todos nosotros, aunque seamos creyentes, experimentamos el silencio de Dios… podemos gritar siempre de nuevo a Dios: "¡Habla, muéstrate!". Y sin duda en nuestra vida, si el corazón está abierto, podemos encontrar los grandes momentos en los que realmente la presencia de Dios se hace sensible incluso para nosotros». Es posible entreverle también en la belleza de la Creación, escuchando la Palabra de Dios (así las celebraciones litúrgicas son la gran música de la fe), y en la amistad, el encuentro de comunión.
Decía la santa: “mi mayor alegría ha sido haber conocido a Jesucristo». En China quiso recibirla Deng Xiao Ping. Fue al hogar para minusválidos donde estaba el hijo de Deng: –“Señor –le dijo–, está usted haciendo aquí algo maravilloso, una obra de Dios”. Le contestó: –“Pero si yo no creo en Dios...” Y ella, con esa ciencia de la experiencia: “–No importa; Él sí cree en usted...” Eso es lo que cuenta, saber que Dios sí cree en mí, me ama, y eso se vive así: «Sólo se tiene lo que se da»; es más, sólo quien está vacío tiene para dar, pues se quita el yo, y cuando nos damos es cuando nos dejamos amar por Dios y llenar de su amor, como Teresa, experta en humanidad: se manifiesta muy bien en aquellas últimas palabras de un moribundo en sus brazos: «¡Gracias. Ya ni me acordaba de lo que era un beso...». Esa mujer que adoptó el nombre de Santa Teresita de Lisieux, quien como ella tuvo esa crisis antes de morir, nos recuerda cómo vivir de manera auténtica la religión del amor que triunfa desde la aparente debilidad: la vida sin amor no vale nada... la justicia sin amor te hace duro... la inteligencia sin amor te hace cruel... la amabilidad sin amor te hace hipócrita... la fe sin amor te hace fanático... “Veo a Dios en cada ser humano. Cuando lavo las heridas de los leprosos, siento que estoy curando al mismo Señor. ¿No es una experiencia hermosa?”
3. En la 2ª lectura, parece que san Pablo toma un "himno" litúrgico que se canta en dos partes, la primera en el que el Hijo de Dios se encarna y obedece y por eso sufre la humillación hasta la muerte (movimiento descendente), pero ha sido elevado por el Padre hasta la gloria (movimiento ascendente). Pascua significa eso: el "paso" por la muerte a la vida. Pablo nos lo dice para animarnos a que nuestro programa de vida sea el mismo que el de Jesús. Este himno ha de animarnos a que nuestros sentimientos sean los mismos que los de Cristo Jesús.
Comienza con la preexistencia de Cristo: es el Hijo de Dios desde siempre, igual al Padre. El segundo punto es el vaciamiento, por solidaridad con el hombre, compartiendo el destino de ésta aun en sus lados más oscuros y negativos. Indica una actitud contrastante con la de Adán, que quiso ser lo que no podía. El Hijo, en cambio, no vive como podía, sino como nosotros, haciendo una suerte de milagro por puro amor gratuito. Jesús es hombre, pero, además, tal hombre. Muere, pero muere tal muerte, la de cruz. Lleva a cabo su misión de predicar el Reino asumiendo las consecuencias de su vida, de su acción concreta de predicar la justicia y el amor en un mundo donde ello a menudo no se admite. Con ello corre el riesgo, al ser pobre, desamparado y pacífico, de morir injustamente. El proceso no termina en lo negativo, sino en la exaltación, como indica la segunda parte del himno. Se trata de Jesús en su destino final y definitivo gloriosos, de su proclamación como Señor de todo, o sea, de reconocimiento de cuanto era de hecho, pero disimulado a lo largo de su vida mortal. Comenzado todo ello en su Resurrección (Federico Pastor).
Pablo está en la cárcel, probablemente en Éfeso. Cuando escribe a los filipenses ya ha comparecido ante el tribunal, pero la sentencia está todavía pendiente (Fil 1,13). No podemos leer este texto sin sentir una gran emoción, una fuerte sacudida, una iluminación sobre el misterio de Cristo. Este himno cristológico es una joya por lo antiguo, por lo bello, por lo conciso, por lo inspirado. No pretende solamente dar una lección moral -«tener los mismos sentimientos de Cristo»-, sino una exposición profunda y poética del misterio de Cristo en su encarnación, su pasión y su exaltación. Hay toda una dramática realidad de anonadamiento que da vértigo, que parece no terminar nunca. El Hijo de Dios, despojándose de su gloria, se lanza a tumba abierta a las simas más obscuras de la existencia humana. Es la antítesis liberadora de lo que pretendía el primer hombre, quien, siendo una pequeñez, quería subir hasta lo más alto del cielo de una manera directa. Pero enseguida viene la verdad de la exaltación gloriosa. Porque se humilló tanto, hasta la muerte de cruz, «Dios lo levantó sobre todo». El que se hizo siervo, será «Señor» y Salvador de todos. A ver si aprende Adán. La gloria no es conquista, sino regalo y fruto del amor que se entrega; el camino hacia la gloria no es tan directo, sino que pasa por la cruz. Himno cristológico primitivo, muy hermoso y enteramente inspirado, una buena síntesis de toda la cristología. El Cristo no es como Adán, como el hombre que quiere ser Dios, que quiere exaltarse por encima de todo. Cristo, al revés, siendo Dios, se despoja de su divinidad con todas las consecuencias, y quiere ser un hombre más, desciende por debajo de todos, y llega a ser un don nadie. Comparte nuestro dolor y nuestra condición miserable. Llega al dolor y la humillación más grande: la muerte de cruz. El Señor no nos salva desde el cielo, sino desde dentro, llevando la medicina donde estaba la enfermedad, hasta las raíces más profundas del mal. Pero por la nada al todo, la cruz será el principio de su exaltación, el Siervo será el Señor, el don nadie recibirá el «Nombre-sobre-todo-nombre», será el bendito y el que dará la salvación a todo el que invoque su nombre (de “Caritas”).
4. El evangelio de Mateo es la cumbre del mensaje de hoy: la comunidad escucha una vez más, desde la fe y la admiración, el camino que ha seguido Jesús a la cruz y a la resurrección. Un camino serio, solidario, prototipo de todo el dolor de la humanidad y también del estilo con que Dios ha asumido nuestro mal y nos ha querido salvar por el perdón y el amor. Volveremos a escuchar la Pasión -esta vez según Juan-, el Viernes, el primer día del Triduo Pascual (J. Aldazábal).
a) Traición de Judas. La peor traición, la de dentro. Jesús ante Pilatos. Barrabás ("hijo del padre") es amnistiado en vez del verdadero Hijo. Y el que es "inocente" en el sueño de la mujer de Pilatos, es condenado (J. Naspleda). Cumplimiento de las Escrituras, perspectiva muy viva en Mateo (como prueba a los judeo-cristianos, que esperaban el Mesías).
Así, la agonía de Jesús en Getsemaní estaba prevista por el Sal 41/62, 6 (26, 38). Apenas detenido Jesús, Mateo precisa que era necesario que así sucediera para cumplir las Escrituras (26, 54, 56), rechazando con ello la opinión de quienes pudieran ser partidarios de una respuesta armada a la detención de Jesús. Y cuando se produce este suceso, Jesús hace alusión al procedimiento que le identifica con los maleantes (26, 55), actuación que él relaciona con la del Siervo paciente en Is. 53, 9, 12, según los Setenta: "Catalogado entre los criminales".
En el diálogo entre Cristo y el sumo sacerdote, Mateo subraya también el tema del Templo (26, 21), "cumplido" en la persona de Cristo, y cita (mejor que Lucas) el pasaje de Dan. 7, 13 sobre el Hijo del hombre (26, 64). El evangelista es también el único que descubre la muerte de Judas (27, 3-10), en la que ve de nuevo el cumplimiento de las Escrituras (cita de Zac. 11, 12-13).
Al contrario que Lucas y Juan, Mateo y Marcos insisten en el hecho de que Jesús no contesta nada a Pilatos. Reflejan así el silencio del Siervo paciente ante las injurias (Is. 53, 7). Mateo alude igualmente al gesto de Pilatos lavándose las manos (26, 24-25), duda porque en él ve un rito ejecutado en cumplimiento de la ley (Dt. 21, 6-9; Sal. 72/73, 13). La multitud responde también a Pilatos por medio de una expresión tradicional: "Que su sangre caiga..." (27, 25; cf. 2 Sam. 1, 16); quizá Mateo haya visto en ello una profecía de la decadencia del pueblo judío.
Mientras que los demás evangelistas no prestan gran atención al detalle, Mateo especifica que la bebida que se le ofrece a Cristo en la cruz era de hiel, con lo que verifica el texto del Sal. 68/69, 22 (Mt. 27, 34). Utiliza el mismo procedimiento a propósito del reparto de sus vestiduras, y del grito lanzado en la cruz, y otras aplicaciones, según él, del Sal. 21/22 (Mt. 27, 35). Mateo es igualmente el único que relaciona las burlas de los judíos contra Cristo en la cruz: "Ha salvado a otros...", con las burlas de los impíos respecto al Justo (cf. 27, 43; Sab. 2, 18-20).
Y también es el único autor que describe los episodios que se desarrollaron después de la muerte de Jesús: el velo del Templo que se rasga, las resurrecciones, los temblores de tierra son fenómenos anunciados por los profetas para el día de Yahvé (Am. 8, 9). Mateo es, finalmente, el único que menciona la riqueza de José de Arimatea (Marcos habla de su notoriedad y Lucas de su piedad), con el fin de verificar la profecía de Is. 53, 9: tendrá su sepulcro entre los ricos. No estará de más señalar que, en el pensamiento de Isaías, esta profecía quería significar que el Siervo sería confundido con los impíos.
Es evidente que Mateo siente la preocupación por explicar los hechos por la Palabra: palabra de las Escrituras cumplidas, palabra del mismo Jesús (mucho más pródigo en Mateo que en las demás versiones). No se trata, pues, de una simple visión de conjunto: en Mateo se elabora ya una teología que se centra preferentemente en torno a la idea de cumplimiento: los acontecimientos de la Pasión no tienen nada de accidental y forman parte del designio de Dios sobre el mundo.
Todo se desarrolla tan bien de la mano de Dios en los acontecimientos de la Pasión que Mateo puede hacer de ella el final de la era antigua y el comienzo de la era de la Iglesia. Más aún que los otros, el primer Evangelio subraya el alcance escatológico y eclesiológico de los acontecimientos. El velo desgarrado es señal de la caducidad de la economía antigua y el temblor de tierra señala la introducción de la nueva. La fe del centurión constituye las primicias de la conversión de las naciones. Al devolver a los "discípulos" el cuerpo de Cristo, los sumos sacerdotes abdican definitivamente sus prerrogativas y dejan a la Iglesia la tarea de ser signo de Cristo en el mundo.
Una de las características propias del relato de Mateo, bastante compleja por otro lado, es la mención de los guardias en la cruz (Mt. 27, 36 y 54) y sobre todo en el sepulcro (Mt. 27, 62-66), una mención que no hacen los demás evangelistas. La clave de esa mención nos la da el mismo Mateo en 28, 11-15.
Parece que Mateo, o la tradición que representa, compuso esta narración de la custodia con una finalidad apologética: contrarrestar la fábula judía de la sustracción del cuerpo. La fe de Mateo en Cristo es tan fuerte que llega incluso a componer un relato con el fin de anular radicalmente la mentira de los judíos. De hecho, si Mateo parece engañarnos, a nosotros y a nuestra mentalidad moderna, es fiel a una historia más verdadera, la de su fe, de la que sabe perfectamente que no descansa sobre la experiencia verificable de Jesús saliendo del sepulcro (Maertens-Frisque).
b) Getsemaní. No hace falta decir que el episodio de Jesús en Getsemaní posee gran importancia para comprender la pasión que sigue. Es una escena de revelación. Mientras que la transfiguración (17,1-9) revelaba por anticipado la gloria del Hijo del hombre, aunque encaminándose hacia la cruz, aquí se revela la profunda humanidad de Cristo, su "debilidad". Es una revelación que podemos resumir así: este hombre que siente "tristeza y angustia", cuya alma está triste hasta morir y que experimenta el peso de la "carne débil", es el portador de la revelación definitiva de Dios, ¡es el Hijo de Dios! Así pues, una profunda revelación del misterio de Cristo que el discípulo, como siempre, no comprende; en lugar de velar y acompañar, el discípulo se abandona al sueño. Es la pasión interior del Maestro. Los relatos que siguen (proceso, condena, insultos, crucifixión) son la superficie de la pasión, los hechos, la crónica; aquí se nos revela la reacción íntima de Jesús; allí lo que los hombres hicieron con Jesús; aquí cómo reaccionó en su ánimo. Por tanto, la escena de Getsemaní es, también desde este punto de vista, una clave indispensable para comprender en profundidad el resto de la narración. "Vigilad y orad" es la invitación reiterada a la Iglesia. El episodio se convierte en un modelo para la existencia cristiana, en una ilustración de la advertencia que Mateo ha colocado como conclusión del discurso escatológico (24,42): "Velad, pues, porque no sabéis el día en que vendrá el Señor" (Bruno Maggioni).
c) La Realeza de Jesús. Mateo lo ha introducido desde el principio de su evangelio (2,2), y ya entonces tuvo cuidado de situarlo en un contexto de oposición y rechazo: Jesús es un rey que marcha al destierro. Luego, el título de rey desaparece por completo del relato evangélico y no reaparece hasta el relato de la pasión, precisamente en la escena de la crucifixión. La realeza del mundo se manifiesta en el poder, en la imposición, en la salvación de sí mismo; la realeza de Cristo se manifiesta en el servicio, en el amor, en el rechazo del poder como medio de sustraerse a las contradicciones. Por eso el mundo rechaza la realeza de Cristo, no la comprende y hasta la considera una realeza de burla. Por eso los mismos discípulos se sienten con frecuencia tentados -¡incluso por amor al Maestro!- a modificar la realeza de Jesús, a hacerla semejante a la del mundo, en un intento, se diría, de hacerla más convincente y eficaz (Bruno Maggioni).
d) El Mesías, abandonado. La misma voz de satanás que ya escuchamos en el relato de la tentación (Mt 4,3) vuelva a resonar en esa soledad: "Si eres el Hijo de Dios, baja de la cruz”. (Una digresión. Scorsese llevó al cine una novela con la trama de esta tentación última, desde la perspectiva del demonio, pero con una visión de la época hippie, fuera de la fe, y levantó un escándalo, pero la parte de “verisímil” que tenía era plantear la tentación del demonio de este modo: “no eres más que una persona normal, no vale la pena de sufrir tanto, baja de la cruz y renuncia al sufrimiento que no te mereces”). Si realmente eres el Hijo de Dios, debes usar el poder de que dispones para obtener credibilidad, para hacer triunfar la verdad. Sal 34,8 y en Sal 1,9-12: "Teniendo a Yahvé por refugio, el Altísimo por tu asilo, no te llegará la calamidad ni se acercará la plaga a tu tienda, pues te encomendará a sus ángeles para que te guarden en todos sus caminos". Por tanto, los jueces tienen ahora la prueba de la verdad de su veredicto (una prueba, diríamos, ¡tomada de las Escrituras!): si no puede salvarse, si Dios no le salva, significa que hemos tenido razón al tomarlo por un falso mesías, por un impostor y un blasfemo. Así comprendemos la soledad de Jesús. Es la soledad del que se siente al final desmentido, abandonado de aquel mismo Dios en el que únicamente había confiado y por cuya obediencia ha emprendido su camino: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Mt 27,46; cf. Bruno Maggioni).