sábado, 12 de enero de 2019

Homilias El Bautismo del Señor

El Bautismo del Señor


(Is 42,1-4.6-7) "No vacilará ni se quebrará hasta que establezca la justicia"
(Hch 10,34-38) "Dios no es aceptador de personas"
(Mc 1,6-11) "Tú eres mi Hijo el amado, en Ti me he complacido"

Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II
Homilía en la fiesta del Bautismo del Señor (12-I-1997)
--- El bautismo de penitencia de Juan
--- El bautismo libera de la culpa original y perdona los pecados
--- Revelación de la Santísima Trinidad
--- El bautismo de penitencia de Juan
“Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28,19).
La Iglesia celebra hoy el bautismo de Cristo, y también este año tengo la alegría de administrar, en esta circunstancia, el sacramento del bautismo a algunos recién nacidos.
Antes de administrar el sacramento a estos niños recién nacidos quisiera detenerme a reflexionar con vosotros en la palabra de Dios que acabamos de escuchar. El Evangelio de San Marcos, como los demás sinópticos, narra el bautismo de Jesús en el río Jordán. La liturgia de la Epifanía recuerda este acontecimiento, presentándolo en un tríptico que comprende también la adoración de los Magos de Oriente y las bodas de Caná. Cada uno de estos tres momentos de la vida de Jesús de Nazaret constituye una revelación particular de su filiación divina.
Lo que Juan el Bautista confería a orillas del Jordán era un bautismo de penitencia, para la conversión y el perdón de los pecados. Pero anunciaba: “Detrás de mí viene el que puede más que yo (...). Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo” (Mc 1,7-8). Anunciaba esto a una multitud de penitentes, que se le acercaban confesando sus pecados, arrepentidos y dispuestos a enmendar su vida.
--- El bautismo libera de la culpa original y perdona los pecados
De muy diferente naturaleza es el bautismo que imparte Jesús y que la Iglesia, fiel a su mandato, no deja de administrar. Este bautismo libera al hombre de la culpa original y perdona sus pecados, lo rescata de la esclavitud del mal y marca su renacimiento en el Espíritu Santo; le comunica una nueva vida que es participación de la vida de Dios Padre y que nos ofrece su Hijo unigénito, hecho hombre, muerto y resucitado.
--- Revelación de la Santísima Trinidad
Cuando Jesús sale del agua, el Espíritu Santo desciende sobre él como una paloma y tras abrirse el cielo, desde lo alto se oye la voz del Padre: “Tú eres mi hijo amado, en ti me complazco” (Mc 1,11). Por tanto, el acontecimiento del bautismo de Cristo no es sólo revelación de su filiación divina, sino también, al mismo tiempo, revelación de toda la Santísima Trinidad: el Padre −la voz de lo alto− revela en Jesús al Hijo unigénito consustancial con él, y todo esto se realiza por virtud del Espíritu Santo que bajo la forma de paloma desciende sobre Cristo, el consagrado del Señor.
Los Hechos de los Apóstoles nos hablan del bautismo que el apóstol Pedro administró al centurión Cornelio y a sus familiares. De este modo, Pedro realiza el mandato de Cristo resucitado a sus discípulos: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28,19). El bautismo con el agua y el Espíritu Santo es el sacramento primero y fundamental de la Iglesia, sacramento de la vida nueva en Cristo.
También estos niños dentro de poco recibirán ese mismo bautismo y se convertirán en miembros vivos de la Iglesia. Serán ungidos con el óleo de los catecúmenos, signo de la suave fortaleza de Cristo, que se les da para luchar contra el mal. El agua bendita que se les derrama es signo de la purificación interior mediante el don del Espíritu Santo, que Jesús nos hizo al morir en la cruz. Después se recibe una segunda y más importante unción con el “crisma”, para indicar que son consagrados a imagen de Jesús, el ungido del Padre. La vela encendida que se les entrega es símbolo de la luz de la fe que los padres y padrinos deberán custodiar y alimentar continuamente con la gracia vivificante del Espíritu.
DP-5 1997
Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
“Se oyó una voz del cielo: Tú eres mi Hijo amado, mi preferido”. En el Bautismo, que representa nuestro nacimiento a la vida cristiana, cada uno “vuelve a escuchar la voz que un día resonó a orillas del Jordán: Tú eres mi hijo amado, en ti me complazco (Lc 3,22); y entiende que ha sido asociado al Hijo predilecto. Se cumple así en la historia de cada uno el designio del Padre: a los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que Él fuera el primogénito entre muchos hermanos (Rom 8,29)” (Juan Pablo II).
Saboreemos esta verdad al pensar en nuestro Bautismo y procuremos no olvidarla, sobre todo, cuando la vida presente su cara menos simpática. Quien ha creado todo lo que vemos y no vemos, al que adoran millones y millones de ángeles con enorme respeto y una profunda veneración, quien tiene en sus manos el destino de este mundo que pasa, es mi Padre. Mi Padre. No un ser lejano que vive el margen de mis temores y esperanzas, sino Alguien a quien puedo acudir con la confianza con la que un pequeño acude a su madre o a su padre en sus apuros.
Desde el día de nuestro Bautismo, el Espíritu Santo que descendió también a nuestro corazón va labrando en él la imagen de Jesús. Pero “no como un artista, dice S. Cirilo de Alejandría, que dibujara en nosotros la divina sustancia como si Él fuera ajeno a ella. No es de esta forma como nos conduce a la semejanza divina; sino que Él mismo, que es Dios y de Dios procede, se imprime en los corazones que lo reciben como el sello sobre la cera y, de esa forma, por la comunicación de sí y la semejanza, restablece la naturaleza según la belleza del modelo divino y restituye al hombre la imagen de Dios”.
Si somos dóciles a esa acción del Espíritu Santo y que se manifiesta en impulsos de una mayor generosidad con Dios y con quienes nos rodean, en una lucha más seria contra nuestras inclinaciones torcidas, iremos poco a poco pareciéndonos cada vez más a Jesucristo, haciéndonos una sola cosa con Él, sin dejar de ser nosotros mismos, como ese hierro que metido en la fragua va progresivamente llenándose de luz y energía. Nuestra vida se convierte entonces, en cierto sentido, en una prolongación de la vida terrena de Jesús, porque Él vive verdaderamente en nosotros como el fuego en el hierro.
S. Francisco de Sales solía decir que entre Jesucristo y los buenos cristianos no existe más diferencia que la que se da entre una partitura y su interpretación por diversos músicos. La partitura es la misma, pero la interpretación suena con una modalidad distinta, personal; y es el Espíritu Santo quien la dirige contando con las distintas maneras de ser de esos instrumentos que somos nosotros. ¡Qué inmenso valor adquiere entonces todo lo que hacemos: el trabajo, las contrariedades diarias bien llevadas, los pequeños y grandes servicios, el dolor! Sí, Dios se complace en nosotros, porque en cada uno ve la imagen de su Hijo preferido.
Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica 
«El hijo amado del Padre es el Hijo-siervo»
I. LA PALABRA DE DIOS
Is 42,1-4.6-7: «Mirad a mi siervo a quien prefiero»
Sal 28,1-4.9-10: «El Señor bendice a su pueblo con la paz»
Hch 10,34-38: «Dios ungió a Jesús con la fuerza del Espíritu Santo»
Mt 3,13-17: «Apenas se bautizó Jesús, vio que el Espíritu de Dios bajaba sobre él»
II. APUNTE BÍBLICO-LITÚRGICO
El «Siervo» es presentado por Isaías como alguien excepcional y desconcertante. Su misión de renovar a Israel, haciendo retornar a los exilados, es presentada por S. Mateo, tan amigo de citar el AT, como el que toma nuestras flaquezas y carga con nuestras enfermedades.
A las comunidades cristianas les preocupaba por qué Cristo se hizo bautizar. La razón de que «cumplamos así todo lo que Dios quiere», parece expresar la plena solidaridad con la humanidad pecadora a la que había venido a salvar. La presentación como «Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» invita a pensar así. La salvación la llevará a cabo como «siervo paciente de Dios», según Isaías.
III. SITUACIÓN HUMANA
La vida es un reto permanente para el que quiere tomársela en serio. Una cosa es dejar pasar los días y otra vivirlos. El hombre hace fructífera su existencia cuando afronta el afán de cada día.
Hay hombres que entienden su vida como una apuesta en beneficio de los demás, y pueden encontrarse en el camino con quienes han hecho lo mismo que ellos.
Jesús, al comienzo de su vida pública, tiene delante el proyecto salvador del Padre y le va a costar la vida. Pero esa es precisamente la razón de su vivir: «Dar la vida en rescate por muchos».
IV. LA FE DE LA IGLESIA
La fe
– El Bautismo de Jesús: "El bautismo de Jesús es, por su parte, la aceptación y la inauguración de su misión de Siervo doliente...anticipa ya el «bautismo» de su muerte sangrienta... por amor acepta el bautismo de muerte para la remisión de nuestros pecados. A esta aceptación responde la voz del Padre que pone toda su complacencia en su Hijo. El Espíritu que Jesús posee en plenitud desde su concepción viene a «posarse» sobre él. De él manará este Espíritu para toda la humanidad. En su bautismo, «se abrieron los cielos» (Mt 3,16) que el pecado de Adán había cerrado; y las aguas fueron santificadas por el descenso de Jesús y del Espíritu como preludio de la nueva creación" (536).
– El Bautismo en la economía de la salvación: 1224. 1225.
La respuesta
– Por el Bautismo, somos incorporados a la Iglesia y a su misión: "El Bautismo hace de nosotros miembros del Cuerpo de Cristo. El Bautismo incorpora a la Iglesia. De las fuentes bautismales nace el único pueblo de Dios de la Nueva Alianza que trasciende todos los límites naturales o humanos de las naciones, las culturas, las razas y los sexos: «Porque en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados, para no formar más que un cuerpo» (1 Co 12,13)" (1267; cf 1268-1270).
– El Bautismo, remisión de los pecados: 1263. 1264.
El testimonio cristiano
– «Enterrémonos con Cristo por el Bautismo, para resucitar con él; descendamos con él para ser ascendidos con él; ascendamos con él, para ser glorificados con él (San Gregorio Nacianceno, Or. 40,9)» (537).
– «Todo lo que aconteció en Cristo nos enseña que después del baño del agua, el Espíritu Santo desciende sobre nosotros desde lo alto del cielo y que, adoptados por la voz del Padre, llegaremos a ser hijos de Dios (San Hilario, Mat. 2)» (537).
La escena del Jordán, manifestación trinitaria, nos muestra el amor íntimo de Dios revelándose en el Hijo amado a los hombres.
Homilía IV: Homilías pronunciadas por S.S. Benedicto XVI
FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR
Capilla Sixtina, Domingo 8 de enero de 2012 
Queridos hermanos y hermanas:
Es siempre una alegría celebrar esta santa misa con los bautizos de los niños, en la fiesta del Bautismo del Señor. Os saludo a todos con afecto, queridos padres, padrinos y madrinas, y a todos vosotros, familiares y amigos. Habéis venido —lo habéis dicho en voz alta— para que vuestros hijos recién nacidos reciban el don de la gracia de Dios, la semilla de la vida eterna. Vosotros, los padres, lo habéis querido. Habéis pensado en el bautismo incluso antes de que vuestro niño o vuestra niña fuera dado a luz. Vuestra responsabilidad de padres cristianos os hizo pensar enseguida en el sacramento que marca la entrada en la vida divina, en la comunidad de la Iglesia. Podemos decir que esta ha sido vuestra primera elección educativa como testigos de la fe respecto a vuestros hijos: ¡la elección es fundamental!
La misión de los padres, ayudados por el padrino y la madrina, es educar al hijo o la hija. Educar es comprometedor; a veces es arduo para nuestras capacidades humanas, siempre limitadas. Pero educar se convierte en una maravillosa misión si se la realiza en colaboración con Dios, que es el primer y verdadero educador de cada ser humano.
En la primera lectura que hemos escuchado, tomada del libro del profeta Isaías, Dios se dirige a su pueblo precisamente como un educador. Advierte a los israelitas del peligro de buscar calmar su sed y su hambre en las fuentes equivocadas: «¿Por qué —dice— gastar dinero en lo que no alimenta, y el salario en lo que no da hartura?» (Is 55, 2). Dios quiere darnos cosas buenas para beber y comer, cosas que nos beneficien; mientras que a veces nosotros usamos mal nuestros recursos, los usamos para cosas que no sirven o que, incluso, son nocivas. Dios quiere darnos sobre todo a sí mismo y su Palabra: sabe que, alejándonos de él, muy pronto nos encontraremos en dificultades, como el hijo pródigo de la parábola, y sobre todo perderemos nuestra dignidad humana. Y por esto nos asegura que él es misericordia infinita, que sus pensamientos y sus caminos no son como los nuestros —¡para suerte nuestra!— y que siempre podemos volver a él, a la casa del Padre. Nos asegura, además, que si acogemos su Palabra, esta traerá buenos frutos a nuestra vida, como la lluvia que riega la tierra (cf. Is 55, 10-11).
A esta palabra que el Señor nos ha dirigido mediante el profeta Isaías, hemos respondido con el estribillo del Salmo: «Sacaremos agua con gozo de las fuentes de la salvación». Como personas adultas, nos hemos comprometido a acudir a las fuentes buenas, por nuestro bien y el de aquellos que han sido confiados a nuestra responsabilidad, en especial vosotros, queridos padres, padrinos y madrinas, por el bien de estos niños. ¿Y cuáles son «las fuentes de la salvación»? Son la Palabra de Dios y los sacramentos. Los adultos son los primeros que deben alimentarse de estas fuentes, para poder guiar a los más jóvenes en su crecimiento. Los padres deben dar mucho, pero para poder dar necesitan a su vez recibir; de lo contrario, se vacían, se secan. Los padres no son la fuente, como tampoco nosotros los sacerdotes somos la fuente: somos más bien como canales, a través de los cuales debe pasar la savia vital del amor de Dios. Si nos separamos de la fuente, seremos los primeros en resentirnos negativamente y ya no seremos capaces de educar a otros. Por esto nos hemos comprometido diciendo: «Sacaremos agua con gozo de las fuentes de la salvación».
Pasemos ahora a la segunda lectura y al Evangelio. Nos dicen que la primera y principal educación se da mediante el testimonio. El Evangelio nos habla de Juan el Bautista. Juan fue un gran educador de sus discípulos, porque los condujo al encuentro con Jesús, del cual dio testimonio. No se exaltó a sí mismo, no quiso tener a sus discípulos vinculados a sí mismo. Y sin embargo Juan era un gran profeta, y su fama era muy grande. Cuando llegó Jesús, retrocedió y lo señaló: «Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo... Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo» (Mc 1, 7-8). El verdadero educador no vincula a las personas a sí, no es posesivo. Quiere que su hijo, o su discípulo, aprenda a conocer la verdad, y entable con ella una relación personal. El educador cumple su deber a fondo, mantiene una presencia atenta y fiel; pero su objetivo es que el educando escuche la voz de la verdad que habla a su corazón y la siga en un camino personal.
Volvamos ahora al testimonio. En la segunda lectura, el apóstol san Juan escribe: «El Espíritu es quien da testimonio» (1 Jn 5, 6). Se refiere al Espíritu Santo, al Espíritu de Dios, que da testimonio de Jesús, atestiguando que es el Cristo, el Hijo de Dios. Esto se ve también en la escena del bautismo en el río Jordán: el Espíritu Santo desciende sobre Jesús como una paloma para revelar que él es el Hijo Unigénito del Padre eterno (cf. Mc 1, 10). También en su Evangelio, san Juan subraya este aspecto, allí donde Jesús dice a los discípulos: «Cuando venga el Paráclito, que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí; y también vosotros daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo» (Jn 15, 26-27). Para nosotros esto es confortante en el compromiso de educar en la fe, porque sabemos que no estamos solos y que nuestro testimonio está sostenido por el Espíritu Santo.
Es muy importante para vosotros, padres, y también para los padrinos y las madrinas, creer fuertemente en la presencia y en la acción del Espíritu Santo, invocarlo y acogerlo en vosotros, mediante la oración y los sacramentos. De hecho, es él quien ilumina la mente, caldea el corazón del educador para que sepa transmitir el conocimiento y el amor de Jesús. La oración es la primera condición para educar, porque orando nos ponemos en disposición de dejar a Dios la iniciativa, de confiarle los hijos, a los que conoce antes y mejor que nosotros, y sabe perfectamente cuál es su verdadero bien. Y, al mismo tiempo, cuando oramos nos ponemos a la escucha de las inspiraciones de Dios para hacer bien nuestra parte, que en cualquier caso nos corresponde y debemos realizar. Los sacramentos, especialmente la Eucaristía y la Penitencia, nos permiten realizar la acción educativa en unión con Cristo, en comunión con él y renovados continuamente por su perdón. La oración y los sacramentos nos obtienen aquella luz de verdad gracias a la cual podemos ser al mismo tiempo suaves y fuertes, usar dulzura y firmeza, callar y hablar en el momento adecuado, reprender y corregir de modo justo.
Queridos amigos, invoquemos, por tanto, todos juntos al Espíritu Santo para que descienda en abundancia sobre estos niños, los consagre a imagen de Jesucristo y los acompañe siempre en el camino de su vida. Los confiamos a la guía materna de María santísima, para que crezcan en edad, sabiduría y gracia y se conviertan en verdaderos cristianos, testigos fieles y gozosos del amor de Dios. Amén.
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FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR 
Capilla Sixtina, Domingo 10 de enero de 2010
Queridos hermanos y hermanas:
En la fiesta del Bautismo del Señor, también este año tengo la alegría de administrar el sacramento del Bautismo a algunos recién nacidos, cuyos padres presentan a la Iglesia. Bienvenidos, queridos padres y madres de estos niños, padrinos y madrinas, amigos y familiares que los acompañáis. Damos gracias a Dios que hoy llama a estas siete niñas y a estos siete niños a convertirse en sus hijos en Cristo. Los rodeamos con la oración y con el afecto, y los acogemos con alegría en la comunidad cristiana, que desde hoy se transforma también en su familia.
Con la fiesta del Bautismo de Jesús continúa el ciclo de las manifestaciones del Señor, que comenzó en Navidad con el nacimiento del Verbo encarnado en Belén, contemplado por María, José y los pastores en la humildad del pesebre, y que tuvo una etapa importante en la Epifanía, cuando el Mesías, a través de los Magos, se manifestó a todos los pueblos. Hoy Jesús se revela, en la orillas del Jordán, a Juan y al pueblo de Israel. Es la primera ocasión en la que, ya hombre maduro, entra en el escenario público, después de haber dejado Nazaret. Lo encontramos junto al Bautista, a quien acude gran número de personas, en una escena insólita. En el pasaje evangélico que se acaba de proclamar, san Lucas observa ante todo que el pueblo estaba "a la espera" (Lc 3, 15). Así subraya la espera de Israel; en esas personas, que habían dejado sus casas y sus compromisos habituales, percibe el profundo deseo de un mundo diferente y de palabras nuevas, que parecen encontrar respuesta precisamente en las palabras severas, comprometedoras, pero llenas de esperanza, del Precursor. Su bautismo es un bautismo de penitencia, un signo que invita a la conversión, a cambiar de vida, pues se acerca Aquel que "bautizará en Espíritu Santo y fuego" (Lc 3, 16). De hecho, no se puede aspirar a un mundo nuevo permaneciendo sumergidos en el egoísmo y en las costumbres vinculadas al pecado. También Jesús deja su casa y sus ocupaciones habituales para ir al Jordán. Llega en medio de la muchedumbre que está escuchando al Bautista y se pone en la fila, como todos, en espera de ser bautizado. Al verlo acercarse, Juan intuye que en ese Hombre hay algo único, que es el Otro misterioso que esperaba y hacia el que había orientado toda su vida. Comprende que se encuentra ante Alguien más grande que él, y que no es digno ni siquiera de desatar la correa de sus sandalias.
En el Jordán Jesús se manifiesta con una humildad extraordinaria, que recuerda la pobreza y la sencillez del Niño recostado en el pesebre, y anticipa los sentimientos con los que, al final de sus días en la tierra, llegará a lavar los pies de sus discípulos y sufrirá la terrible humillación de la cruz. El Hijo de Dios, el que no tiene pecado, se mezcla con los pecadores, muestra la cercanía de Dios al camino de conversión del hombre. Jesús carga sobre sus hombros el peso de la culpa de toda la humanidad, comienza su misión poniéndose en nuestro lugar, en el lugar de los pecadores, en la perspectiva de la cruz.
Cuando, recogido en oración, tras el bautismo, sale del agua, se abren los cielos. Es el momento esperado por tantos profetas: "Si rompieses los cielos y descendieses", había invocado Isaías (Is 63, 19). En ese momento —parece sugerir san Lucas— esa oración es escuchada. De hecho, "se abrió el cielo, y bajó sobre él el Espíritu Santo" (Lc 3, 21-22); se escucharon palabras nunca antes oídas: "Tú eres mi hijo amado; en ti me complazco" (Lc 3, 22). Al salir de las aguas, como afirma san Gregorio Nacianceno, "ve cómo se rasgan y se abren los cielos, los cielos que Adán había cerrado para sí y para toda su descendencia" (Discurso 39 en el Bautismo del Señor: PG 36). El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo descienden entre los hombres y nos revelan su amor que salva. Si los ángeles llevaron a los pastores el anuncio del nacimiento del Salvador, y la estrella guió a los Magos llegados de Oriente, ahora es la voz misma del Padre la que indica a los hombres la presencia de su Hijo en el mundo e invita a mirar a la resurrección, a la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte.
El alegre anuncio del Evangelio es el eco de esta voz que baja del cielo. Por eso, con razón, san Pablo, como hemos escuchado en la segunda lectura, escribe a Tito: "Hijo mío, se ha manifestado la gracia salvadora de Dios a todos los hombres" (Tt 2, 11). De hecho, el Evangelio es para nosotros gracia que da alegría y sentido a la vida. Esa gracia, sigue diciendo el apóstol san Pablo, "nos enseña a que, renunciando a la impiedad y a las pasiones mundanas, vivamos con sensatez, justicia y piedad" (v. 12); es decir, nos conduce a una vida más feliz, más hermosa, más solidaria, a una vida según Dios. Podemos decir que también para estos niños hoy se abren los cielos. Recibirán el don de la gracia del Bautismo y el Espíritu Santo habitará en ellos como en un templo, transformando en profundidad su corazón. Desde este momento, la voz del Padre los llamará también a ellos a ser sus hijos en Cristo y, en su familia que es la Iglesia, dará a cada uno de ellos el don sublime de la fe. Este don, ahora que no tienen la posibilidad de comprenderlo plenamente, se depositará en su corazón como una semilla llena de vida, que espera desarrollarse y dar fruto. Hoy son bautizados en la fe de la Iglesia, profesada por sus padres, padrinos y madrinas, y por los cristianos presentes, que después los llevarán de la mano en el seguimiento de Cristo. El rito del Bautismo recuerda con insistencia el tema de la fe ya desde el inicio, cuando el celebrante recuerda a los padres que, al pedir el bautismo para sus hijos, asumen el compromiso de "educarlos en la fe". Esta tarea se exige de manera aún más fuerte a los padres y padrinos en la tercera parte de la celebración, que comienza dirigiéndoles estas palabras: "Tenéis la tarea de educarlos en la fe para que la vida divina que reciben como don sea preservada del pecado y crezca cada día. Por tanto, si en virtud de vuestra fe estáis dispuestos a asumir este compromiso (...), profesad vuestra fe en Jesucristo. Es la fe de la Iglesia, en la que son bautizados vuestros hijos". Estas palabras del rito sugieren que, en cierto sentido, la profesión de fe y la renuncia al pecado de padres, padrinos y madrinas representan la premisa necesaria para que la Iglesia confiera el Bautismo a sus hijos.
Inmediatamente antes de derramar el agua en la cabeza del recién nacido, se alude nuevamente a la fe. El celebrante dirige una última pregunta: "¿Queréis que este niño reciba el Bautismo en la fe de la Iglesia, que todos juntos hemos profesado?". Sólo después de la respuesta afirmativa se administra el sacramento. También en los ritos explicativos —unción con el crisma, entrega del vestido blanco y de la vela encendida, gesto del "effetá"— la fe representa el tema central. "Prestad atención —dice la fórmula que acompaña la entrega de la vela— para que vuestros niños (...) vivan siempre como hijos de la luz; y, perseverando en la fe, salgan al encuentro del Señor que viene"; "Que el Señor Jesús —sigue diciendo el celebrante en el rito del "effetá"— te conceda la gracia de escuchar pronto su palabra y de profesar tu fe, para alabanza y gloria de Dios Padre". Todo concluye, después, con la bendición final, que recuerda una vez más a los padres su compromiso de ser para sus hijos "los primeros testigos de la fe".
Queridos amigos, para estos niños hoy es un gran día. Con el Bautismo, al participar en la muerte y resurrección de Cristo, comienzan con él la aventura gozosa y entusiasmante del discípulo. La liturgia la presenta como una experiencia de luz. De hecho, al entregar a cada uno la vela encendida en el cirio pascual, la Iglesia afirma: "Recibid la luz de Cristo". El Bautismo ilumina con la luz de Cristo, abre los ojos a su resplandor e introduce en el misterio de Dios a través de la luz divina de la fe. En esta luz los niños que van a ser bautizados tendrán que caminar durante toda la vida, con la ayuda de las palabras y el ejemplo de los padres, de los padrinos y madrinas. Estos tendrán que esforzarse por alimentar con palabras y con el testimonio de su vida las antorchas de la fe de los niños para que pueda resplandecer en este mundo, que con frecuencia camina a tientas en las tinieblas de la duda, y llevar la luz del Evangelio que es vida y esperanza. Sólo así, ya adultos, podrán pronunciar con plena conciencia la fórmula que aparece al final de la profesión de fe de este rito: "Esta es nuestra fe. Esta es la fe de la Iglesia. Y nosotros nos gloriamos de profesarla en Cristo Jesús, nuestro Señor".
También en nuestros días la fe es un don que hay que volver a descubrir, cultivar y testimoniar. Que en esta celebración del Bautismo el Señor nos conceda a todos la gracia de vivir la belleza y la alegría de ser cristianos para que podamos introducir a los niños bautizados en la plenitud de la adhesión a Cristo. Encomendemos a estos pequeños a la intercesión materna de la Virgen María. Pidámosle a ella que, revestidos con el vestido blanco, signo de su nueva dignidad de hijos de Dios, sean durante toda su vida fieles discípulos de Cristo y valientes testigos del Evangelio. Amén.

El Bautismo del Señor


El Bautismo del Señor

El bautismo del Señor
“En aquel tiempo, el pueblo estaba en expectación, y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos: - “Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego”. En un bautismo general, Jesús también se bautizó. Y, mientras oraba, se abrió el cielo, bajó el Espíritu Santo sobre él en forma e paloma, y vino un voz del cielo: - “Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto” (Lucas 3,15-16.21-22).

I. Cristo, sin tener macha alguna que purificar, quiso someterse al bautismo de la misma manera que se sometió a las demás observancias legales, que tampoco le obligaban. Al hacerse hombre, se sujetó a las leyes que rigen la vida humana y a las que regían en el pueblo israelita, elegido por Dios para preparar la venida de nuestro Redentor. Con el bautismo de Jesús quedó preparado el Bautismo cristiano, que fué directamente instituído por Él. En él, recibimos la fe y la gracia. Hoy nuestra oración nos puede ayudar a dar gracias por haber recibido este don inmerecido y para alegrarnos por tantos bienes como Dios nos concedió. ‘Gracias al sacramento del bautismo te has convertido en templo del Espíritu Santo: no se te ocurra ahuyentar con tus malas acciones a tan noble huésped, ni volver a someterte a la servidumbre del demonio: porque tu precio es la Sangre de Cristo’ (San León Magno, Homilia de Navidad, 3).
II. El Bautismo nos inicio en la vida cristiana. Fue un verdadero nacimiento a la vida sobrenatural. El resultado de esta nueva vida es cierta divinización del hombre y la capacidad de producir frutos sobrenaturales. El bautizado renace a una nueva vida, a la vida de Dios, por eso es su hijo. ‘Y si somos hijos, tambien somos herederos, herederos de Dios y coherederos con Cristo’ (Cfr. Rom 8, 14-17). Demos muchas gracias a nuestro Padre Dios que ha querido dones tan inconmesurables, tan fuera de toda medida, para cada uno de nosotros. ¡Qué gran bien nos puede hacer el considerar frecuentemente estas realidades!.
III. En la Iglesia nadie es un cristiano aislado. A partir del Bautismo, el cristiano forma parte de un pueblo, la Iglesia se le presenta como la verdadera familia de los hijos de Dios. Y el Bautismo es la puerta por donde se entra a la Iglesia, y se recibe el llamado a la santidad. Cada uno en su propio estado y condición. Otra verdad íntimamente unida a esta condición de miembro de la Iglesia es la del carácter sacramental, un cierto signo espiritual e indeleble impreso en el alma. Es como el resello de posesión de Cristo sobre el alma de los bautizados. Con estas consideraciones comprendemos bien el deseo de la Iglesia de que los niños reciban pronto estos dones de Dios. Desde siempre ha urgido a los padres para que bauticen a sus hijos cuanto antes. Hemos de agradecer a nuestros padres que, quizá a los pocos dias de nacer, nos llevaran a recibir este santo sacramento
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.

San Hilario, obispo y doctor de la Iglesia

San Hilario de PoitiersBenedicto XVI, Audiencia General, 10 de octubre de 2007
Hoy quisiera hablar de un gran padre de la Iglesia de Occidente, san Hilario de Poitiers, una de las grandes figuras de obispos del siglo IV. Ante los arrianos que consideraban el Hijo de Dios como una criatura, si bien excelente, pero sólo una criatura, Hilario consagró toda su vida a la defensa de la fe en la divinidad de Jesucristo, Hijo de Dios y Dios como el Padre, que le engendró desde la eternidad.

No contamos con datos seguros sobre la mayor parte de la vida de Hilario. Las fuentes antiguas dicen que nació en Poitiers, probablemente hacia el año 310. De familia acomodada, recibió una formación literaria, que puede reconocerse con claridad en sus escritos. Parece que no se crió en un ambiente cristiano. Él mismo nos habla de un camino de búsqueda de la verdad, que le llevó poco a poco al reconocimiento del Dios creador y del Dios encarnado, muerto para darnos la vida eterna. Bautizado hacia el año 345, fue elegido obispo de su ciudad natal en torno al 353-354.

En los años sucesivos, Hilario escribió su primera obra, el «Comentario al Evangelio de Mateo». Se trata del comentario más antiguo en latín que nos ha llegado de este Evangelio. En el año 356 asistió como obispo al sínodo de Béziers, en el sur de Francia, el «sínodo de los falsos apóstoles», como él mismo lo llama, pues la asamblea estaba dominada por obispos filo-arrianos, que negaban la divinidad de Jesucristo. Estos «falsos apóstoles» pidieron al emperador Constancio que condenara al exilio al obispo de Poitiers. De este modo, Hilario se vio obligado a abandonar Galia en el verano del año 356.

Exiliado en Frigia, en la actual Turquía, Hilario entró en contacto con un contexto religioso totalmente dominado por el arrianismo. También allí su solicitud como pastor le llevó a trabajar sin descanso a favor del restablecimiento de la unidad de la Iglesia, basándose en la recta fe formulada por el 
Concilio de Nicea. Con este objetivo, emprendió la redacción de su obra dogmática más importante y conocida: el «De Trinitate» (sobre la Trinidad).

En ella, Hilario expone su camino personal hacia el conocimiento de Dios y se preocupa de mostrar que la Escritura atestigua claramente la divinidad del Hijo y su igualdad con el Padre no sólo en el Nuevo Testamento, sino también en muchas páginas del Antiguo Testamento, en las que ya se presenta el misterio de Cristo. Ante los arrianos, insiste en la verdad de los nombres del Padre y del Hijo y desarrolla toda su teología trinitaria partiendo de la fórmula del Bautismo que nos entregó el mismo Señor: «En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo».

El Padre y el Hijo son de la misma naturaleza. Y si bien algunos pasajes del Nuevo Testamento podrían hacer pensar que el Hijo es inferior al Padre, Hilario ofrece reglas precisas para evitar interpretaciones equívocas: algunos textos de la Escritura hablan de Jesús como Dios, otros subrayan su humanidad. Algunos se refieren a Él en su preexistencia con el Padre; otros toman en cuenta el estado de abajamiento («kénosis»), su descenso hasta la muerte; otros, por último, lo contemplan en la gloria de la resurrección. 

En los años de su exilio, Hilario escribió también el «Libro de los Sínodos», en el que reproduce y comenta para los hermanos obispos de Galia las confesiones de fe y otros documentos de sínodos reunidos en Oriente alrededor de la mitad del siglo IV. Siempre firme en la oposición a los arrianos radicales, san Hilario muestra un espíritu conciliador ante quienes aceptaban confesar que el Hijo se asemeja al Padre en la esencia, naturalmente intentando llevarles siempre hacia la plena fe, según la cual, no se da sólo una semejanza, sino una verdadera igualdad entre el Padre y el Hijo en la divinidad.

Esto también nos parece característico: su espíritu de conciliación trata de comprender a quienes todavía no han llegado a la verdad plena y les ayuda, con gran inteligencia teológica, a alcanzar la plena fe en la divinidad verdadera del Señor Jesucristo.

En el año 360 ó 361, Hilario pudo finalmente regresar del exilio a su patria e inmediatamente volvió a emprender la actividad pastoral en su Iglesia, pero el influjo de su magisterio se extendió de hecho mucho más allá de los confines de la misma.

Un sínodo celebrado en París en el año 360 o en el 361 retomó el lenguaje del Concilio de Nicea. Algunos autores antiguos consideran que este cambio antiarriano del episcopado de Galia se debió en buena parte a la fortaleza y mansedumbre del obispo de Poitiers.

Esta era precisamente su cualidad: conjugar la fortaleza en la fe con la mansedumbre en la relación interpersonal. En los últimos años de su vida compuso los «Tratados sobre los Salmos», un comentario a 58 salmos, interpretados según el principio subrayado en la introducción: «No cabe duda de que todas las cosas que se dicen en los salmos deben entenderse según el anuncio evangélico de manera que, independientemente de la voz con la que ha hablado el espíritu profético, todo se refiere al conocimiento de la venida nuestro Señor Jesucristo, encarnación, pasión y reino, y a la gloria y a la potencia de nuestra resurrección» («Instructio Psalmorum» 5).

Ve en todos los salmos esta transparencia del misterio de Cristo y de su Cuerpo, que es la Iglesia. En varias ocasiones, Hilario se encontró con 
san Martín: precisamente el futuro obispo de Tours fundó un monasterio cerca de Poitiers, que todavía hoy existe. Hilario falleció en el año 367. Su memoria litúrgica se celebra el 13 de enero. En 1851 el beato Pío IX le proclamó doctor de la Iglesia. 
Para resumir lo esencial de su doctrina, quisiera decir que el punto de partida de la reflexión teológica de Hilario es la fe bautismal. En el «De Trinitate», Hilario escribe: Jesús «mandó bautizar “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Cf. Mateo 28,19), es decir, confesando al Autor, al Unigénito y al Don. Sólo hay un Autor de todas las cosas, pues sólo hay un Dios Padre, del que todo procede. Y un solo Señor nuestro, Jesucristo, por quien todo fue hecho (1 Corintios 8,6), y un solo Espíritu (Efesios 4,4), don en todos... No puede encontrase nada que falte a una plenitud tan grande, en la que convergen en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo la inmensidad en el Eterno, la revelación en la Imagen, la alegría en el Don» («De Trinitate» 2, 1).

Dios Padre, siendo todo amor, es capaz de comunicar en plenitud su divinidad al Hijo. Me resulta particularmente bella esta formulación de san Hilario: «Dios sólo sabe ser amor, y sólo sabe ser Padre. Y quien ama no es envidioso, y quien es Padre lo es totalmente. Este nombre no admite compromisos, como si Dios sólo fuera padre en ciertos aspectos y en otros no» (ibídem 9,61).

Por este motivo, el Hijo es plenamente Dios sin falta o disminución alguna: «Quien procede del perfecto es perfecto, porque quien lo tiene todo le ha dado todo» (ibídem 2,8). Sólo en Cristo, Hijo de Dios e Hijo del hombre, encuentra salvación la humanidad. Asumiendo la naturaleza humana, unió consigo a todo hombre, «se hizo la carne de todos nosotros» («Tractatus in Psalmos» 54,9); «asumió la naturaleza de toda carne y, convertido así en la vid verdadera, es la raíz de todo sarmiento» (ibídem 51,16).

Precisamente por este motivo el camino hacia Cristo está abierto a todos, porque ha atraído a todos en su ser hombre, aunque siempre se necesite la conversión personal: «A través de la relación con su carne, el acceso a Cristo está abierto a todos, a condición de que se desnuden del hombre viejo (Cf. Efesios 4,22) y lo claven en su cruz (Cf. Colosenses 2,14); a condición de que abandonen las obras de antes y se conviertan para quedar sepultados con Él en su bautismo, de cara a la vida ( Cf. Colosenses 1,12; Romanos 6,4)» (Ibídem 91, 9).

La fidelidad a Dios es un don de su gracia. Por ello, san Hilario pide al final de su tratado sobre la Trinidad poderse mantener siempre fiel a la fe del bautismo. Es una característica de este libro: la reflexión se transforma en oración y la oración se hace reflexión. Todo el libro es un diálogo con Dios. Quisiera concluir la catequesis de hoy con una de estas oraciones, que se convierte también en oración nuestra: «Haz, Señor --reza Hilario movido por la inspiración-- que me mantenga siempre fiel a lo que profesé en el símbolo de mi regeneración, cuando fue bautizado en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo. Que te adore, Padre nuestro, y junto a ti a tu Hijo; que sea merecedor de tu Espíritu Santo, que procede de ti a través de tu Unigénito… Amén» («De Trinitate» 12, 57).

viernes, 11 de enero de 2019

Feria post-Epifanía: 12 de Enero

Feria post-Epifanía: 12 de enero

Jesús, el Esposo que viene a buscarnos; que lo acojamos bien preparados 
“En aquel tiempo, Jesús fue con sus discípulos a la región de Judea, donde pasó algún tiempo con ellos, bautizando. También Juan estaba bautizando en Enón, cerca de Salim, donde había mucha agua. La gente acudía y era bautizada. Esto sucedió antes que metieran a Juan en la cárcel. Por entonces, algunos de los seguidores de Juan comenzaron a discutir con un judío sobre la cuestión de las purificaciones, y fueron a decirle a Juan: «Maestro, el que estaba contigo al oriente del Jordán, aquel de quien nos hablaste, ahora está bautizando y todos le siguen». Juan les dijo: «Nadie puede tener nada si Dios no se lo da. Vosotros mismos me habéis oído decir claramente que yo no soy el Mesías, sino que he sido enviado por Dios delante de él. En una boda, el que tiene a la novia es el novio; y el amigo del novio, que está allí y le escucha, se llena de alegría al oírle hablar. Por eso, también mi alegría es ahora completa. Él ha de ir aumentando en importancia, y yo, disminuyendo»” (Juan 3,22-30).
1. El pueblo de Israel, una imagen de la vida del hombre, es un continuo éxodo, la historia del mundo y la nuestra. Todas las circunstancias de la vida son camino hacia el Señor. Hay que ensanchar las perspectivas de nuestra visión, y para ello ensanchar nuestro corazón. El vino nuevo, en odres nuevos, algo misterioso que puede significar que para acoger la buena nueva hemos de hacernos buenos y para esto hemos de hacernos nuevos, nacer de nuevo, renovarnos en el interior. Acabamos el tiempo de Navidad, y este tiempo “fuerte”, de gran belleza litúrgica, vuelve a Juan Bautista como al comienzo, cerrando un ciclo en el que nos hemos acercado a Jesús, al fuego de su amor encarnado. Nos hemos percatado estos días de que no estamos solos. Por fin llegó la plenitud de los tiempos, el momento escogido por Dios para encarnarse. Esta es la gran alegría que hemos celebrado estos días.
Juan el Bautista invita a una conversión de corazón. Hoy le vemos antes de caer preso. Quizá en la cárcel pudiera escribir cartas como la que alguien ha imaginado: “Ya llevo varios meses en estas mazmorras de Maqueronte y deseo comunicarme con vosotros, especialmente con los que no habéis podido venir a visitarme, a la vez que os suplico que sigáis acercándoos por aquí y me contéis cuanto sepáis de lo que hace Jesús, mi primo”; y que, al recordar el Bautismo del Señor, añade: “Me di cuenta entonces de que mi misión estaba cumplida; mi voz se hacía cada día más débil, más remota, porque El es la Palabra, y yo sólo necesitaba señalarlo, descubrirlo, ante las gentes; hacedlo ahora vosotros por mí. Ofrezco a Dios mi encierro... Desde estas prisiones estoy viviendo su hora y me lleno de gozo. Presiento que ya no van a ser necesarios los sacrificios de corderos y toros en nuestro templo, y que los sacerdotes y los levitas, los hijos de Aarón, serán olvidados. El viene a cumplir la ley de nuestros padres y a darnos la gracia de Dios; a fundar un nuevo pueblo. Hay que ensanchar el corazón. Me han dicho que incluso ha salido de nuestras fronteras, que ha pasado por Samaría anunciando la adoración a Yahwéh en cualquier lugar en espíritu y en verdad... ‘No se puede echar vino nuevo en odres viejos’ es una frase suya muy misteriosa y, a la vez, significativa. Nosotros hemos sido esas viejas vasijas y El es el vino nuevo. Y ese vino maravilloso, cuando se bebe con fe, tiene la virtualidad de convertir en nuevo a todos los que lo gustan y saborean. Si me habéis seguido cuando el pueblo sencillo venía a mí, seguidme también ahora cuando me acerco a Él; es el anunciado por los profetas y yo, el último, os lo confirmo, porque ya no habrá otros profetas que lo anuncien. ¡Ha llegado!"
Juan el Bautista remite a Jesús, que es el Mesías, el "nuevo Moisés", el Profeta tan esperado, aquel que viene para darnos a Dios. «¿Qué ha traído [Jesús]? La respuesta es muy sencilla: a Dios. Ha traído a Dios» (Benedicto XVI).
Juan aclara el sentido del bautismo: realmente, se trata de una purificación, pero «se distingue de las acostumbradas abluciones religiosas» de aquel tiempo, y -como afirmó el papa Benedicto- «debe ser la consumación concreta de un cambio que determina de modo nuevo y para siempre toda la vida». Así, pues, el bautismo cristiano comporta un cambio tan radical como un nacer de nuevo hasta el punto de convertirnos en un nuevo ser.
Juan Pablo II hablaba de esta preparación con el sacramento de la confesión, y decía: “¡Empeñaos en vivir en gracia! Jesús ha nacido en Belén precisamente para esto: para revelarnos la verdad salvífica y para darnos la vida de la gracia! Empeñaos en ser siempre partícipes de la vida divina  infundida en nosotros por el Bautismo. Vivir en gracia es dignidad suprema, es alegría inefable, es garantía de paz, es ideal maravilloso, y debe ser también lógica preocupación de quien se dice discípulo de Cristo. Navidad por tanto significa la presencia de Cristo en el alma mediante la gracia.
”Y si por la debilidad de la naturaleza humana se pierde la vida de divina por el pecado grave, Navidad entonces debe significar el retorno a la gracia mediante la confesión sacramental, vivida con seriedad de arrepentimiento y de propósitos. Jesús viene también para perdonar. El encuentro personal con Cristo se convierte en una conversión, en un nuevo nacimiento para asumir totalmente las propias responsabilidades de hombre y de cristiana".
Prepararse significa luchar contra los principales obstáculos para nuestra vida cristiana: la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y el orgullo de la vida. "La concupiscencia de la carne no es sólo la tendencia desordenada de los sentidos en general (...) no se reduce exclusivamente al desorden de la sensualidad, sino también a la comodidad, a la falta de vibración, que empuja a buscar lo más  fácil, lo más placentero, el camino en apariencia más corto, aun a costa de ceder en la fidelidad a Dios (...). El otro enemigo (...) es la concupiscencia de los ojos, una avaricia de fondo, que lleva a no valorar sino lo que se puede tocar (...) Los ojos del alma se embotan; la razón se cree autosuficiente para entender todo, prescindiendo de Dios. Es una tentación sutil, que se ampara en la dignidad de la inteligencia, que Nuestro Padre Dios ha dado al hombre para que lo conozca y lo ame libremente. Arrastrada por esa tentación, la inteligencia humana se considera el centro del universo, se entusiasma de nuevo con el seréis como dioses y, al llenarse de amor por sí misma, vuelve la espalda al amor de Dios. / La existencia nuestra puede de este modo, entregarse sin condiciones en manos del tercer enemigo, de la ‘superbia vitae’. No se trata sólo de pensamientos efímeros de vanidad o de amor propio: es un engreimiento general. No nos engañemos, porque éste es el peor de los males, la raíz de todos los descaminos" (san Josemaría).
Esta purificación para despojarse del "hombre viejo" es morir a uno mismo y -por la gracia- nacer a una nueva vida: vemos como el Bautista es humilde, no quiere lucir, sino mostrarnos a Jesús, la Verdad, para que podamos participar de la vida divina, algo que «nadie puede tener si Dios no se lo da». «Amar a Dios es exclusivamente un don de Dios. Él mismo que, sin ser amado, ama, nos concedió que le amásemos. Fuimos amados cuando todavía le éramos desagradables, para que se nos concediera algo con que agradarle» (El Concilio II de Orange). Le pedimos hoy al Bautista profundizar en la humildad para abrir espacio a la acción de Dios y dejarle hacer. Lo importante no es tanto lo que yo haga, cuanto que Él actúe en mí: «Él ha de ir aumentando en importancia, y yo, disminuyendo». Y nuestra alegría será tanto más completa cuanto más desaparezca el propio yo y más presente se haga el Esposo en nuestro corazón y en nuestras obras.
Dejar obrar a Dios es el centro de la predicación de Juan sobre el Reino: conviene que Él crezca en mí, es decir dejar hacer a Dios en mi alma, dejarle espacio. La respuesta central que reclama el anuncio de Cristo es dejar actuar al Espíritu Santo en nosotros (cf. Rom 8,14), con docilidad, es decir atenta escucha (oración-fe) y respuesta de obras (caridad) en una alegría esperanzada. La acción del Espíritu es ésta, difícilmente separaremos las tres virtudes pues, aun teniendo objetos diferenciables en su estudio, en la práctica corresponden a una única actividad en el Espíritu de Dios y nuestro. Conviene dejar hacer a Dios, darle espacio, tenerle confianza, sustituir nuestra lógica pobre (en blanco y negro y dos dimensiones) por la suya (a todo color, y de tres dimensiones).
Juan habla de la imagen del Esposo. Jesús es el Esposo. El Cantar de los Cantares acaba con la contemplación de la belleza del encuentro: “tu hablar es vino generoso, que fluye dulcemente sobre mis caricias, y se derrama entre los labios de quien sueña... (otra traducción: Que va derecho hacia mi amado, y moja los labios de los que dormitan. Yo soy para mi amado, objeto de su deseo. ¡Oh, ven, amado mío, salgamos al campo, pasemos la noche en las aldeas! De mañana iremos a las viñas, a ver si la vid está en cierne, si se abren las yemas, si florecen los granados. Allí te entregaré el don de mis amores. La mandrágora exhala su fragancia, nuestras puertas rebosan de frutos: todos, nuevos y añejos, los guardo, amado, para ti”. Después de ese hacer planes, que refleja el amor providente de Dios a lo largo de ese éxodo divino, viene un diálogo lleno de entusiasmo: “¡Ah, si fueras mi hermano, criado a los pechos de mi madre! Podría besarte en plena calle, sin miedo a los desprecios. Te llevaría, te metería en casa de mi madre y tú me enseñarías. Te daría vino aromado, beberías el licor de mis granadas. Su izquierda está bajo mi cabeza, me abraza con la derecha”. En varios lugares, la idea de amor – hermandad está muy presente. La identificación con Cristo está también muy unida a su comunión con Él y con los demás (amado con el que identificarse-amigo y hermano con el que compartir la vida). Es este estar en él y con él. “Os conjuro, muchachas de Jerusalén, que no despertéis ni desveléis, a mi amor hasta que quiera”. Parece que el amor se personifique, que tenga personalidad y actúe, aunque el amor es quizá inseparable de la persona amada.
“¿Quién es ésta que sube del desierto, apoyada en su amado? Debajo del manzano te desperté, allí donde tu madre te concibió, donde concibió la que te dio a luz. Ponme como sello en tu corazón, como un sello en tu brazo. Que es fuerte el amor como la Muerte, implacable como el Seol la pasión. Saetas de fuego, sus saetas, una llamarada de Yahvé. No pueden los torrentes apagar el amor, ni los ríos anegarlo”. Es una proclamación del amor auténtico, que bebe en las fuentes del Amor.
2. San Juan nos dice: -“Lo que nos da confianza ante Dios es que nos escucha si le pedimos algo según su voluntad”. La «oración» es signo de nuestra «comunión» con Dios. Ayúdanos, Señor, a no pedirte más que lo que sea conforme a lo que Tú quieres para nosotros... Sabemos que quieres nuestro mayor bien. Esta es la invitación de Jesús en el Padrenuestro: «Hágase tu voluntad.»
-“Si alguno ve que su hermano comete un pecado que no es de muerte, rogará, y Dios dará de nuevo vida al pecador”. El pecado suscita la oración y no la condena. «Dios ama a los pecadores». El «pecado contra el Espíritu Santo» es más grave, es el rechazo de la luz, el rechazo del ver claro.
-“Toda injusticia es pecado, pero hay pecados que no son de muerte”. Son los que no dañan «directamente» nuestra relación con Dios. -“Lo sabemos: El hombre que ha nacido de Dios no comete pecado. El Hijo engendrado de Dios lo protege, y el maligno no llega a tocarlo”. Tenemos experiencia de que muchos de nuestros pecados en lugar de alejarnos de Dios, nos conducen a El... (Noel Quesson).

3. “Cantad al Señor un cántico nuevo, / resuene su alabanza en la asamblea de los fieles; / que se alegre Israel por su Creador, / los hijos de Sión por su Rey.” Al Señor se dirigen nuestros cantos, nuestras danzas; y en Él está nuestro pensamiento, lleno de gratitud y alabanza: “Alabad su nombre con danzas, / cantadle con tambores y cítaras; / porque el Señor ama a su pueblo / y adorna con la victoria a los humildes.” Vivimos alegres y seguros en Dios que nos ama, y proclamamos su Nombre a todas las naciones: “Que los fieles festejen su gloria / y canten jubilosos en filas, / con vítores a Dios en la boca; / es un honor para todos sus fieles”.

jueves, 10 de enero de 2019

Feria post-Epifanía: 11 de Enero

Feria post-Epifanía: 11 de enero

Jesús nos trae la curación de nuestras dolencias, y nos salva con su Espíritu
“Y sucedió que, estando en una ciudad, se presentó un hombre cubierto de lepra que, al ver a Jesús, se echó rostro en tierra, y le rogó diciendo: «Señor, si quieres, puedes limpiarme». Él extendió la mano, le tocó, y dijo: «Quiero, queda limpio». Y al instante le desapareció la lepra. Y él le ordenó que no se lo dijera a nadie. Y añadió: «Vete, muéstrate al sacerdote y haz la ofrenda por tu purificación como prescribió Moisés para que les sirva de testimonio». Su fama se extendía cada vez más y una numerosa multitud afluía para oírle y ser curados de sus enfermedades. Pero Él se retiraba a los lugares solitarios, donde oraba” (Lucas 5,12-16).
1. –“Estando Jesús en una ciudad, compareció un hombre cubierto de lepra”. La lepra era una enfermedad considerada contagiosa, castigo divino por excelencia (Deuteronomio 28,27-35), signo del pecado que excluye de la comunidad, y abarcaba varios tipos de enfermedades, una de ellas la que hoy llamamos lepra. Los leprosos debían evitar las ciudades, rasgar sus vestiduras y a todos los que se acercasen a ellos, gritarles: "¡Impuro, Impuro!" Esta enfermedad, hoy muy fácilmente vencida, era entonces incurable: el leproso era considerado un muerto. Señor, ayúdanos hoy, con los medios científicos, a luchar contra esa plaga de la lepra que subsiste aún en ciertas regiones de la tierra.
-“Viendo a Jesús, se postró de hinojos ante El diciendo: Señor, si quieres puedes limpiarme”. ¡Qué sufrimiento! El leproso era muy consciente de su mal: hunde el rostro en el polvo. En el mundo hay "lepras" peores que la lepra. ¿Somos conscientes de ello? Lo que desfigura al hombre es, ante todo el "no-amor", el repugnante egoísmo; y de eso hay manchas y cicatrices en mi vida. ¿Sufro yo por ello? ¿Deseo librarme de ese mal? ¿Que hago para lograrlo?
-“Jesús extendió la mano y le tocó”. Tocar a un leproso. Jesús rehúsa los tabúes rigurosos de su tiempo: Deja abolida la frontera entre lo puro y lo impuro, y reintegra en la comunidad a los excluidos. Contemplo este gesto: la mano sana de Jesús... toca la piel purulenta de un leproso... Es todo el símbolo de la Encarnación: por nosotros los hombres, por nosotros los pecadores, y por nuestra salvación bajó del cielo.
-"¡Quiero, sé limpio!..." Es voluntad de Jesús. Estoy aquí, delante de ti, Señor, yo también, con mi mal, del que soy consciente, y con toda la otra parte del mal que no conozco suficientemente. Purifícame, también.
-“Y al instante desapareció la lepra”. Y le encargó: No se lo digas a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote, y ofrece por tu limpieza lo que prescribió Moisés, para que les sirva de testimonio”. Un testimonio sobre el poder de Jesús y sobre su obediencia a la Ley.
"¡Muéstrate al sacerdote!" ¿Es excesivo pensar que esta palabra es siempre actual? El sacerdote no es un hombre superior a los demás, es un hermano entre sus hermanos, pero ha recibido del Señor el asombroso honor de ser un mediador, de representar un papel de intermediario, más aún, de representar al mismísimo Señor. Yo no puedo salvarme solo. Tengo necesidad de Cristo. El camino concreto que he de hacer para ir a encontrar a un sacerdote, a un ministro del Señor es el signo de que no me salvo por mis únicas fuerzas, sino por la gracia. Oigo que Jesucristo me repite: "Ve y preséntate al sacerdote".
-“Numerosas muchedumbres concurrían para oírle y ser curados de sus enfermedades”. Pero él se retiraba a lugares solitarios y se daba a la oración. Jesús no se deja engañar por el éxito. Busca la soledad. Le gusta orar. Es un acto habitual, corriente, continuo en El (Noel Quesson).
En estos días de la Epifanía, al ver esta curación del leproso, pienso que también yo estoy necesitado de curación, y pido al Niño Jesús que me mire y salve. Tú, Mesías prometido, ungido de Dios, nuevo Adán que, apareciendo en la condición de nuestra mortalidad, nos has regenerado con la nueva luz de tu inmortalidad, quiero acogerme en tu misericordia.
Al contemplarte, Señor, cómo ayudas a los pobres de Israel, me da paz saber que si me siento pobre voy por tu camino de la pobreza, que tú naces en un establo. José se las ingenia lo mejor que puede para buscar abrigo durante la noche, quizá en los alrededores había algunas cuevas abiertas en la ladera del monte, que habitualmente se utilizaban para guardar los animales de carga durante la noche. Quizá fue la misma Virgen quien propuso a José instalaros provisionalmente en alguna de aquellas cuevas, que hacían de establo en las afueras de Belén. José se quedaría confortado por esas palabras y por la sonrisa de María. De modo que allí os quedasteis, Jesús, con los enseres que habíais podido traer desde Nazaret: los pañales, alguna ropa de abrigo, algo de comida.... los pastores fueron los testimonios del mayor portento de la historia, y no son socialmente bien considerados: no servían de testimonio en los juicios.
El Cantar de los cantares habla del alma deseosa del amado, pero sobre todo del Esposo que viene en Navidad, Dios que no aguanta la separación y desea encontrarse la amada, que somos cada uno de nosotros. Hay malentendidos, amor deseado que se hace amor comprobado, y sobretodo una visión del amor limpio y sano, fiel e incondicional, más fuerte que la muerte y que todos los peligros y tentaciones. Como se ha dicho, el alma que comienza se fortalece y se hace esposa fiel del amado: “¡Qué hermosa eres, amiga mía, que hermosa eres! Como de paloma, así son tus ojos, además de lo que dentro se oculta. Tus cabellos dorados y finos, como el pelo de rebaños que viene del monte de Galaad.... Subiré a buscarte al monte de la mirra y al collado del incienso”.... Dios muestra su amor por la belleza del alma, aunque dentro hay más bellezas ocultas que sólo aparecerán con la lucha y la gracia que van descubriendo lo que era inmaduro. Aún imperfecta pero amada pues el Amado exclama: “Toda hermosa eres hermosa, amiga mía, no hay defecto alguno en ti, ven del Líbano, esposa mía, vente del Líbano, serás coronada (...) huerto cerrado eres, hermana mía, esposa, huerto cerrado, fuente sellada” (Cant 4). Y añade después de una separación que parece dura, pero que acrecienta el deseo: “¡Qué hermosa y agraciada eres, oh amabílisima y deliciosísima princesa!” Y luego viene el canto de la fidelidad probada: “ponme como sello sobre tu corazón, ponme por marca sobre tu brazo: porque fuerte como la muerte es el amor, implacables como el infierno los celos; sus brasa, brasas ardientes y un volcán de llamas. Las muchas aguas no han podido extinguir la fuerza del amor” (Cant 8).
Jesús, ves más allá de nuestras lepras para prepararnos como esposa purificada por el fuego de tu amor, también con el de pruebas interiores y exteriores, así consigues desvelar toda la belleza del amor humano y divino. Hay nubarrones de polvo, enfermedades y lepras, además por fuera: enemigos de nuestra santificación presentan batalla de una tan vehemente y bien orquestada, que podrían hundirnos, y de hecho hay gente que se deprime… son técnicas de terrorismo psicológico... mentiras, denigraciones, deshonras, supercherías, insultos, susurraciones tortuosas (J. Escrivá, Homilías 2,298). Estar con Jesús es toparse con la Cruz. Pero ante todo esto, sabemos que nos abandonamos en las manos de Dios, estamos bien, contentos. Es la lepra que queremos quitarnos sobre todo, la propia estima desligada de ese amor de Dios, que incluye dolor, soledad, contradicciones, calumnias, difamaciones, burlas: si Dios lo permite, hemos de dejarnos hacer, Él quiere conformaros a su imagen. Dejarnos llamar locos, necios. Dejarlo todo, la honra, el prestigio, para seguirle a Él solo, y así no nos importarán las sospechas, odios, injurias personales.... Aunque podamos sentirnos leprosos, enfermos, indignos, dentro de un silencio en el que Dios calla o parece que no nos escucha, que andamos engañados, que sólo se oye el monólogo de nuestra voz, como sin apoyo sobre la tierra y abandonados del cielo.... Aún así, Jesús nos lavará de esas lepras, y dejará su presencia dentro de nosotros, con serenidad y gozo eternos.
2. ¿Quién es el que vence al mundo? Para san Juan, "mundo" significa: «al hombre encerrado en sí mismo y tentado de construirse y salvarse por sus propias fuerzas». De hecho, el verdadero cristiano ha vencido esa tentación: no vive replegado en sí mismo, sino abierto a Dios... ha vencido la ridícula y vana tentativa de querer «divinizarse» por sí mismo y deja el éxito de toda su vida en las manos de Dios.
-“El que cree que Jesús es el Hijo de Dios”. La Fe nos hace vencedores de aquella tentación. La Fe nos «abre a Dios» que hace que nuestra salvación y el éxito de nuestra vida los confiemos a Jesús, Hijo de Dios. ¿Es así el modo como concibo yo mi Fe?
-“Dios nos ha concedido la vida eterna, y esta vida eterna está en su Hijo”. El éxito en la vida es el amor esperanzado, la fe, creer que Jesús, Hijo de Dios, posee la vida eterna, especialmente después de su victoria sobre la muerte... y que esa vida eterna es también herencia nuestra si creemos en Jesucristo.
-“Quien tiene al Hijo, posee la vida”. Quien no tiene al Hijo, no posee la vida. Señor, quiero creer en tu Hijo. Cristo es mi vida. Pienso en todos esos jóvenes que dicen tener un vehemente deseo de vivir... Señor, haz que descubran que Tú estás de parte de la vida, que eres un apasionado por todo lo que vive, que Tú eres el viviente por excelencia... y que Tú propones y ofreces la explosión de tu propia vida a todos los que están ávidos de vida en plenitud.
-“Es El, Jesucristo, el que vino por el agua y por la sangre...” «El agua y la sangre» tienen un doble significado simbólico en san Juan: simbolizan la obediencia filial de Jesús hasta la muerte, por amor a todos los hombres. Juan vio esto. Estaba al pie de la cruz. Lo afirma. Jesús lo ha dado todo. El Corazón abierto, del que mana «el agua y la sangre» ¡es el símbolo más fuerte y expresivo del amor!
-el agua y la sangre» simbolizan también la sacramentalidad eclesial: la presencia del resucitado es perpetuada por su Cuerpo que es la Iglesia, y que se expresa en unos ritos visibles, los sacramentos. En particular el bautismo y la eucaristía, «el agua y la sangre» el más fuerte testimonio, HOY, del don de Dios a los hombres.
-“Tres son los que dan testimonio: el Espíritu, el agua y la sangre...” El procedimiento judicial de los tribunales judíos exigía tres testigos... Hoy diríamos que tenemos varios testimonios que recibir y que dar: el de los sacramentos participando en su Cuerpo y Sangre, el de la vida para que sea una ofrenda agradable a Dios por amor (Noel Quesson).
3. “Glorifica al Señor, Jerusalén; / alaba a tu Dios, Sión: / que ha reforzado los cerrojos de tus puertas, / y ha bendecido a tus hijos dentro de ti”. Es el Señor Dios nuestro defensor, que nos invita a ser sus hijos, en Jesús: “Ha puesto paz en tus fronteras, / te sacia con flor de harina. / Él envía su mensaje a la tierra, / y su palabra corre veloz”. Su Espíritu nos ayuda a conocer el Camino para la Casa del Padre, que es su Palabra, Jesús: “Anuncia su palabra a Jacob, / sus decretos y mandatos a Israel; / con ninguna nación obró así, / ni les dio a conocer sus mandatos”.
Llucià Pou Sabaté


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miércoles, 9 de enero de 2019

Coloquio sobre "el Tao y la salud", el próximo lunes 14 de enero en la Biblioteca de Andalucía

Hola! 
   Espero que hayas tenido unas felices fiestas, y te deseo un feliz 2019!
   Te invitamos al Coloquio sobre "el Tao y la salud", el próximo lunes 14 de enero en la Biblioteca de Andalucía, a las 19.00.
   Será a cargo de una médico experta, Olalla Gómez, directora del centro Tao Vital Serrallo. 
   Adjunto invitación, para tu información y por si puedes darle difusión.


El Departamento de difusión de la Biblioteca de Andalucía y la Asociación Vivir aprendiendo tienen el placer de invitarle al Coloquio sobre "el Tao the  king y la salud".

 

Día, hora y lugar: Lunes 14 enero 2018, a las 19.00, en la sala 1 de la Biblioteca de Andalucía – Biblioteca Provincial de Granada, c/ Sainz Cantero 6, 18002 Granada

 

En el marco de un diálogo intercultural, consciencia, espiritualidad y ecología, le invitamos a un coloquio sobre este importante texto de Oriente que tanto ha influido en Occidente. Después de una presentación general que ya se hizo, en esta ocasión profundizaremos sobre el Tao y la salud.

 

Dirigirá el coloquio Olalla Gómez: Médico tradicional chino, Osteópata, Maestra Reiki, Craneosacral, especialista en Acupuntura y Fitoterapia, método Bindu, patologías del sistema nervioso… dirige el Centro Tao Serrallo (www.taovital.es)

 


Feria post-Epifanía; 10 de Enero

Feria post-Epifanía: 10 de enero

El Espíritu de Jesús se nos entrega en el bautismo: ser en Cristo hijos de Dios
“En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea por la fuerza del Espíritu, y su fama se extendió por toda la región. Él iba enseñando en sus sinagogas, alabado por todos.Vino a Nazaret, donde se había criado y, según su costumbre, entró en la sinagoga el día de sábado, y se levantó para hacer la lectura. Le entregaron el volumen del profeta Isaías y desenrollando el volumen, halló el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor».Enrollando el volumen lo devolvió al ministro, y se sentó. En la sinagoga todos los ojos estaban fijos en Él. Comenzó, pues, a decirles: «Esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy». Y todos daban testimonio de Él y estaban admirados de las palabras llenas de gracia que salían de su boca” (Lucas 4,14-22).
1. «El Espíritu del Señor está sobre mí», dirá Jesús, haciendo suyo este texto mesiánico de Isaías. Es el Espíritu del Amor que hizo del Mesías el «ungido para llevar la buena nueva a los pobres», y que también “reposa” encima nuestro y nos conduce hacia el amor perfecto: como dice el Concilio Vaticano II, «todos los fieles, de cualquier estado o condición, son llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad». El Espíritu Santo nos transformará como hizo con los Apóstoles, para que podamos actuar bajo su moción, otorgándonos sus frutos y, así, llevarlos a todos los corazones: «El fruto del Espíritu es: caridad, paz, alegría, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza» (Gal 5,22-23).
La liturgia nos ha llevado estos días de Navidad por caminos de esperanza y de alegría, de apertura al portador de la luz, Jesús, que hoy vemos anunciando al Espíritu Santo en su pueblo. María es modelo de este dejar actuar al Espíritu divino, en su escucha orante:
a) Dios «miró la pequeñez de su esclava»; pero es que ella estaba atenta, a la escucha con fidelidad y entrega: si siempre había estado pendiente del Señor, después de la embajada esa entrega creció sobremanera. De esa apertura a la esperanza por la que recibe el Espíritu y a Jesús, ella está llena de gracia, y de ahí viene su alegría.
b) En la Visitación a su pariente: oye «bendita tú entre las mujeres». ¿Porqué?: «porque has creído». Ante la presencia de la Virgen, Isabel también se llena del Espíritu Santo; el niño de sus entrañas, salta de gozo. Y llena del Espíritu Santo, que le ha cubierto con su sombra, entona María el Magnificat, ese cántico de alabanza al Señor, agradeciendo su infinita misericordia: «Proclama mi alma la grandeza del Señor y mi espíritu se regocija en Dios mi salvador». Ambas, llenas de una gran esperanza, aguardan los nacimientos del Precursor y de Jesús.
Ahora, al ver a Jesús ya hecho un hombre, oírle decir que el Espíritu le lleva, nos va la imaginación a Belén, donde hemos celebrado que nació la noche de Navidad. Los santos proclaman: “¡buscaré, Señor, tu rostro!”: ¡tengo deseos ardientes de verte cara a cara, Señor! Los pastores después de recibir aquel anuncio exultante de los ángeles se dicen lo mismo: vayamos y veamos. Hoy queremos ver, contemplar, conocer el modo divino de salvarnos y vemos un Niño. «Puer natus est nobis, Puer datus est nobis» (el Niño ha nacido para nosotros, el Niño nos ha sido dado para nosotros), repite la liturgia. El amor busca ver, contemplar… al ungido por el Espíritu, al que se llamará maravilloso consejero, Dios fuerte, Príncipe de la paz, Padre sempiterno (Isaías 9,6-7). Como dijo el Ángel a José, será Emmanuel, “Dios con nosotros”, y a la Virgen: Hijo del Altísimo y se le dará el trono de David, Jesús: “Dios salva”. En Belén ha comenzado una nueva lógica entre los hombres: la lógica divina, que es lógica de amor y de humildad, y hoy la vemos proclamada por Jesús en el comienzo de su enseñanza. El Dios de majestad y poder, prefiere manifestarse en debilidad, porque el todopoderoso Dios es sobretodo Amor.
El Espíritu sobre mí…” Nosotros también lo pedimos: “que caiga tu luz sobre mí, Señor, que venga tu Espíritu”. Estos días de la Epifanía queremos verle en la  “grandeza de un Niño que es Dios: su Padre es el Dios que ha hecho el cielo y la tierra, y El está ahí, en un pesebre (...) porque no había otro sitio en la tierra para el dueño de todo lo creado. No me aparto de la verdad más rigurosa, si os digo que Jesús sigue buscando ahora posada en nuestro corazón...Hemos de pedirle la gracia de no cerrarle nunca más la puerta de nuestra alma” (S. Josemaría Escrivá). Se lo pedimos a Dios por la intercesión de la Santísima Virgen, que nos muestra el Niño, y nos anima a atrevernos.
La Navidad es la gran fiesta de la filiación divina, y por eso de la alegría, pues Dios nos ama siempre, hagamos lo que hagamos. Hemos de desterrar todo temor y toda intranquilidad, pues a partir de que Dios se hace Hombre, no hay nada que pueda intranquilizar a los hombres, pues no hay nada que pueda quitarnos la paz, pues la falta de amor, el pecado, puede siempre arreglarse, correspondiendo al amor de Dios que siempre se nos ofrece, tan manifiesto, tan patente en Navidad.
Los pastores "tuvieron gran temor" ante la claridad de Dios que les cercó de resplandor, pero oyen del ángel: "No temáis....os anuncio un gran gozo", lección de paz y de alegría, que pide de inmediato una respuesta: y Él no desea meros ritos, sino el corazón: Él, ofreciéndose a cumplir la voluntad de Dios con plena disponibilidad: "Sacrificios y ofrendas y holocaustos por el pecado no quisiste... entonces dije: Heme aquí que vengo, para hacer, oh Dios, tu voluntad" (Heb 10,5), nos pide lo mismo. Dios no se satisface con sacrificios de cosas, pues nos pide amor por amor, quiere nuestra propia persona, nuestra libertad, que le amemos y así seamos felices.
Pero los hombres no eran capaces de comprender que esa era su felicidad, y andaban extraviados. Hoy, una buena parte de la humanidad, sigue extraviada, sin saber ni llegar a comprender la verdadera felicidad que nos trae Jesús en la Navidad. Y Dios, que se compadece de todos, en su misericordia busca a todos, se humilla, para levantarnos a nosotros.
Nuestra respuesta al Espíritu ha de ser generosa, es decir: con humildad a toda prueba que nos debe hacer olvidarnos de nosotros mismos para sentirnos y actuar como servidores de Dios y de los demás.
Con fe firme en que el Señor vendrá y nos salvará. Está junto a nosotros siempre que le llamemos, y nos llama de continuo, ese es el mensaje de su Nacimiento.         
Con disponibilidad a la Voluntad de Dios, con aquella obediencia con que la Virgen fue dócil.
Con desprendimiento de los bienes materiales, pues Cristo viene al mundo prescindiendo de ellos.
Entrando en estas lecciones de la Navidad podremos participar de la Pascua, de la Eucaristía donde se condensa toda la vida de Jesús, y hacerla nuestra. Son lecciones muy marianas, y por eso acudimos a la intercesión de nuestra Madre: “Salve, por ti resplandece la dicha; / Salve, por ti se eclipsa la pena. /  Salve, por ti la creación se renueva; / Salve, por ti el Creador nace niño”. Ella nos llevará a esa humildad y pobreza, obediencia y templanza, servicio y alegría, justicia y piedad, a ese amor hecho vida con el que engendró a Jesús.
2.–“Queridos míos: podemos amar nosotros porque Dios nos amó primero”. No fundamentamos nuestra seguridad sobre nuestros propios méritos. Si consideráramos nuestra propia vida, más bien tendríamos muchas razones para "temer" a Dios; pero todo descansa en el hecho que «Dios nos amó primero», antes de cualquier mérito nuestro. Nos ama tal como somos, es decir, «pecadores». No nos ama por ser más o menos agradables, atractivos, simpáticos... o por ser personas «bien»... Nos ama para que seamos amables -tengamos amor-, para salvarnos. Dios nos ama primero, aun siendo llenos de egoísmo... nos ama tal como somos. Gracias, Señor, por amarme de ese modo.
-“Si alguno dice: «amo a Dios» y aborrece a su hermano, es un mentiroso”. Mi actitud hacia mis prójimos es el test de mi actitud hacia Dios. Si no llego a soportar, a amar a tal o cual de mis colegas, de mis parientes, de mis vecinos... tampoco alcanzo a amar a Dios. Y si digo que amo a Dios, en ese caso, soy un mentiroso.
-“Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve”. El amor de un ser «invisible» puede ilusionarnos... ¡es un sentimiento muy fácil! Pero amar, soportar, aceptar diariamente a un ser concreto, próximo a nosotros es verificable: uno sabe muy bien, por desgracia, si se lo soporta o no se lo soporta. El amor al prójimo, a quien vemos, es nuestro medio de controlar nuestro amor de Dios, a quien no vemos. Concédeme, Señor, saber aceptar las dificultades de la vida fraterna. Señor, ayúdame a amar a los que Tú me has dado.
-“Este es el mandamiento que hemos recibido de El: «Quien ama a Dios... ame también a su hermano...»” Nos dice hoy san Juan que «quien ama Dios, ame también a su hermano». ¿Cómo podríamos amar a Dios a quien no vemos, sin no amamos a quien vemos, imagen de Dios? Después que san Pedro renegara, Jesús le preguntó si le amaba: «Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo» (Jn 21,17), respondió. Como a san Pedro, también a nosotros nos pregunta Jesús: «¿Me amas?»; y queremos responderle ahora mismo: «Tú lo sabes todo, Señor, tú sabes que te amo a pesar de mis deficiencias; pero ayúdame a demostrártelo, ayúdame a descubrir las necesidades de mis hermanos, a darme de verdad a los otros, a aceptarlos tal como son, a valorarlos».
La vocación del hombre es el amor, es vocación a darse, buscando la felicidad del otro, y encontrar así la propia felicidad. Como dice san Juan de la Cruz, «al atardecer seremos juzgados en el amor». Vale la pena que nos preguntemos al final de la jornada, cada día, en un breve examen de conciencia, cómo ha ido este amor, y puntualizar algún aspecto a mejorar para el día siguiente (Noel Quesson). -“Conocemos que amamos a los hijos de Dios, si amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos”.
3. El Señor nos ama por encima de nuestros pecados: “Dios mío, confía tu juicio al rey, / tu justicia al hijo de reyes, / para que rija a tu pueblo con justicia, / a tus humildes con rectitud.”
Estamos en buenas manos, pendientes de ellas que nos conducen al bien: “Él rescatará sus vidas de la violencia, / su sangre será preciosa a sus ojos. / Que recen por él continuamente / y lo bendigan todo el día.”
Bendecir a Dios nos hace bien, porque nos hace buenos: “Que su nombre sea eterno, / y su fama dure como el sol; / que él sea la bendición de todos los pueblos, / y lo proclamen dichoso todas las razas de la tierra”.
Llucià Pou Sabaté


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martes, 8 de enero de 2019

Feria post-Epifanía: 9 de Enero

Feria post-Epifanía: 9 de enero

Encontrar a Jesús
“Después que se saciaron los cinco mil hombres, Jesús enseguida dio prisa a sus discípulos para subir a la barca e ir por delante hacia Betsaida, mientras Él despedía a la gente. Después de despedirse de ellos, se fue al monte a orar. Al atardecer, estaba la barca en medio del mar y Él, solo, en tierra. Viendo que ellos se fatigaban remando, pues el viento les era contrario, a eso de la cuarta vigilia de la noche viene hacia ellos caminando sobre el mar y quería pasarles de largo. Pero ellos viéndole caminar sobre el mar, creyeron que era un fantasma y se pusieron a gritar, pues todos le habían visto y estaban turbados. Pero Él, al instante, les habló, diciéndoles: «¡Ánimo!, que soy yo, no temáis!». Subió entonces donde ellos a la barca, y amainó el viento, y quedaron en su interior completamente estupefactos, pues no habían entendido lo de los panes, sino que su mente estaba embotada” (Marcos 6,45-52).

I. La Sagrada Familia solía trasladarse a Jerusalén durante la Pascua para asistir al Templo en cumplimiento de la ley. Al ser ya el Niño de doce años cumplidos, subió a Jerusalén, según solían hacer en aquella fiesta (Lucas 2, 42), y terminados los ritos pascuales, se inicia la vuelta a Nazaret. Cuando terminó la primera jornada de regreso, sus padres creyeron haber perdido a Jesús, o que Jesús les había perdido a ellos, y andaba solo. Desandaron el camino y le buscaron angustiados durante tres días. Todo inútil. María y José le perdieron sin culpa suya. Nosotros le perdemos por el pecado, por la tibieza, por la falta de espíritu de mortificación y sacrificio. Entonces, nuestra vida sin Jesús se queda a oscuras. Cuando nos encontremos en esa oscuridad hemos de reaccionar enseguida y buscarle, hemos de saber preguntar a quien puede y debe saberlo: ¿Dónde está el Señor?
II. María Y José no perdieron a Jesús, fue Él quien se ausentó de su lado. Con nosotros es distinto; Jesús jamás nos abandona. Somos nosotros los hombres quienes podemos echarlo de nuestro lado por el pecado, o al menos alejarlo por la tibieza. En todo encuentro entre el hombre y Cristo, la iniciativa ha sido de Jesús; por el contrario, en toda situación de desunión, la iniciativa la llevamos siempre nosotros. Él no nos deja jamás. Cuando el hombre peca gravemente se pierde para sí mismo y para Cristo. Con la tibieza y el desamor, se valora poco o nada la compañía de Jesús. María y José amaban a Jesús entrañablemente; por eso le buscaron sin descanso, por eso sufrieron de una manera que nosotros no podemos comprender, por eso se alegraron tanto cuando de nuevo le encontraron. Nosotros hemos de pedirles que sepamos apreciar la compañía de Jesús, y que estemos dispuestos a todo antes de perderle.
III. Jesús se encontraba entre los doctores y llamaba su atención por su sabiduría y su ciencia. Sus padres contemplaron maravillados esta escena: fue un rayo de luz que les va descubriendo el misterio de la vida de Jesús. Si nosotros alguna vez perdemos a Jesús, sabemos que le encontramos siempre en el Sagrario, en aquellas personas que Dios mismo ah puesto para señalarnos el camino, y que nos espera en el sacramento de la Penitencia. Hoy podemos repetir muchas veces en la intimidad de nuestro corazón: “Jesús: que nunca más te pierda...” (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Santo Rosario). María y José nos ayudarán a no perder de vista a Jesús durante el día y durante toda nuestra vida.

Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.

lunes, 7 de enero de 2019

Feria post-Epifanía: 8 de Enero

Feria post-Epifanía: 8 de enero

La vida en Nazareth. Trabajo
“En aquel tiempo, vio Jesús una gran multitud y tuvo compasión de ellos, porque eran como ovejas que no tienen pastor, y comenzó a enseñarles muchas cosas. Y como fuese muy tarde, se llegaron a Él sus discípulos y le dijeron: «Este lugar es desierto y la hora es ya pasada; despídelos para que vayan a las granjas y aldeas de la comarca a comprar de comer». Y Él les respondió y dijo: «Dadles vosotros de comer». Y le dijeron: «¿Es que vamos a comprar doscientos denarios de pan para darles de comer?». Él les contestó: «¿Cuántos panes tenéis? Id a verlo». Y habiéndolo visto, dicen: «Cinco, y dos peces».Entonces les mandó que se acomodaran todos por grupos de comensales sobre la hierba verde. Y se sentaron en grupos de ciento y de cincuenta. Y tomando los cinco panes y los dos peces y levantando los ojos al cielo, bendijo, partió los panes y los dio a sus discípulos para que los distribuyesen; también partió los dos peces para todos. Y comieron todos hasta que quedaron satisfechos. Y recogieron doce cestas llenas de los trozos que sobraron y de los peces. Los que comieron eran cinco mil hombres” (Marcos 6,34-44).

I. Jesús pasó la mayor parte de su vida aquí en la tierra, en la oscuridad de un pueblo, a 140 kilómetros de Jerusalén. Vivía en una casa modesta con su Madre, María, pues José debió haber fallecido ya en ese tiempo. Dios Hombre trabajaba como los demás hombres del pueblo. Cuando Jesús vuelve más tarde a Nazaret, sus paisanos se extrañan de su sabiduría y de los hechos prodigiosos que de Él se cuentan; le conocen por su oficio y por ser Hijo de María: ¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama María su madre? (Mateo 13, 55). Jesús, en estos años de vida oculta en Nazaret, nos está enseñando el valor de la vida ordinaria como medio de santificación. Nuestros días pueden quedar santificados si se asemejan a los de Jesús en esos años de vida oculta y sencilla: si trabajamos a conciencia y mantenemos la presencia de Dios en la tarea, si vivimos la caridad, si sabemos aceptar las contradicciones, si ayudamos a los demás y los acercamos a Dios.
II. Si contemplamos la vida de Jesús en esos días de vida oculta le veremos trabajar bien, sin chapuzas, llenando las horas de trabajo intenso. Nos imaginamos al Señor dejando ordenados los instrumentos de trabajo, recibiendo afablemente al vecino. Tendría Jesús el prestigio de hacer las cosas bien, todo lo hizo bien (Marcos 7, 37). Jesús amó su humilde labor nuestra y nos enseñó a amar la nuestra. El Señor conoció también el cansancio de la faena diaria, y experimentó la monotonía de los días sin relieve y sin historia aparente. Contemplando al Señor, entendemos que no podemos santificar un trabajo mal hecho. Hemos de aprender a encontrar a Dios en nuestras ocupaciones humanas, a ayudar a nuestros conciudadanos y a contribuir a elevar el nivel de la sociedad entera y de la creación.
III. Con nuestro trabajo habitual tenemos que ganarnos el Cielo, por eso debemos imitar a Jesús. Ahí encontraremos un campo abundante de pequeñas mortificaciones que procuraremos llevar de la mejor manera, y también encontraremos muchas ocasiones de rectificar la intención para que realmente sea una obra ofrecida a Dios y no una ocasión de buscarnos a nosotros mismos. Le pedimos a Jesús que nos abra la puerta del taller de Nazaret con el fin de contemplarlo con su Madre y con San José.

Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.

Feria post-Epifanía: 7 de Enero

Feria post-Epifanía: 7 de enero

La huída a Egipto, las virtudes de José
“En aquel tiempo, cuando Jesús oyó que Juan estaba preso, se retiró a Galilea. Y dejando la ciudad de Nazaret, fue a morar en Cafarnaún, ciudad marítima, en los confines de Zabulón y de Neftalí. Para que se cumpliese lo que dijo Isaías el profeta: «Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, camino de la mar, de la otra parte del Jordán, Galilea de los gentiles. Pueblo que estaba sentado en tinieblas, vio una gran luz, y a los que moraban en tierra de sombra de muerte les nació una luz».Desde entonces comenzó Jesús a predicar y a decir: «Haced penitencia, porque el Reino de los cielos está cerca». Y andaba Jesús rodeando toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos y predicando el Evangelio del Reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia del pueblo. Y corrió su fama por toda Siria, y le trajeron todos los que tenían algún mal, poseídos de varios achaques y dolores, y los endemoniados, y los lunáticos y los paralíticos, y los sanó. Y le fueron siguiendo muchas gentes de Galilea y de Decápolis y de Jerusalén y de Judea, y de la otra ribera del Jordán” (Mateo 4,12-17.23-25).

I. Después de partir de regreso los Magos, un Ángel le comunica a José: Levántate, toma al Niño y a su Madre, huye a Egipto y estate allí hasta que yo te diga, porque Herodes va a buscar al Niño para matarlo (Mateo 2, 13). Era la señal de la Cruz al término de un día repleto de felicidad. Fue un viaje extenuante, a través de regiones desérticas, con el temor de ser alcanzados en la fuga. Dios no quiso ahorrar estas fatigas a los seres que más quería, para que supiéramos que estar cerca de Él no significa ausencia de dolor y dificultades. José no se escandalizó, con prisa siguió el camino que el Ángel le había indicado, cumpliendo en todas las circunstancias la voluntad de Dios. Obedeció sin más, con fortaleza para hacerse cargo de la situación y para poner los medios a su alcance, confiando plenamente en que Dios no le dejaría solo. Así hemos de hacer nosotros en situaciones difíciles, quizá extremas, cuando nos cueste ver la mano providente de Dios Padre en nuestra vida o en la de quienes más amamos.
II. Tras una larga y penosa travesía llegó la Sagrada Familia a su nuevo país. José llevaba con él a lo más importante: a Jesús, a María, y su laboriosidad y empeño para sacarles adelante a costa de todos los sacrificios del mundo. San José es para nosotros ejemplo de muchas virtudes: obediencia inteligente y rápida, de fe, de esperanza, de laboriosidad, de fortaleza. Ante las contrariedades que podamos padecer, si el Señor las permite, hemos de contemplar la figura de San José y encomendarnos a Él como han hecho muchos santos: “Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado santo, de los peligros que me ha librado, ansí de cuerpo como de alma...” (SANTA TERESA, Vida)
III. En Egipto permaneció sin disgustos ni protestas, paciente, realizando su trabajo como si nunca fuera a salir de aquel lugar. ¡Qué importante es saber estar, permanecer donde se debe, ocupado en lo que a cada uno le compete, sin ceder a la tentación de cambiar continuamente de sitio! Hemos de pedir a San José de su fortaleza, no sólo en casos extraordinarios y difíciles, sino también en la vida ordinaria: constancia en el trabajo, sonreír, tener una palabra amable para todos; y para superar obstáculos como la vanidad, la impaciencia, la timidez y los respetos humanos. Aprendamos hoy de San José a sacar adelante, con reciedumbre y fortaleza, todo lo que, de modo ordinario, el Señor nos encomienda, contando con que lo habitual será que encontremos obstáculos, superables siempre con la ayuda de la gracia.

Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.

sábado, 5 de enero de 2019

La paz interior

 Con el deseo de que tengas un feliz 2019, te comparto esta intervención mía en la jornada de Navidad del ayuntamiento de Granada: https://youtu.be/0vFZEMsJlCM