viernes, 18 de octubre de 2013

Sábado de la 28ª semana de Tiempo Ordinario (impar). El Espíritu Santo, Espíritu de Jesús, nos ilumina y da fuerza para seguir sus inspiraciones, y ser sus testigos

“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -«Si uno se pone de mi parte ante los hombres, también el Hijo del hombre se pondrá de su parte ante los ángeles de Dios. Y si uno me reniega ante los hombres, lo renegarán a él ante los ángeles de Dios. Al que hable contra el Hijo del hombre se le podrá perdonar, pero al que blasfeme contra el Espíritu Santo no se le perdonará. Cuando os conduzcan a la sinagoga, ante los magistrados y las autoridades, no os preocupéis de lo que vais a decir, o de cómo os vais a defender. Porque el Espíritu Santo os enseñará en aquel momento lo que tenéis que decir»” (Lucas 12,8-12).  

1. “En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -«Si uno se pone de mi parte ante los hombres, también el Hijo del hombre se pondrá de su parte ante los ángeles de Dios”. Nos animas, Jesús, a ser valientes a la hora de dar testimonio de ti. Antes nos has dicho que Dios nunca se olvida de nosotros: si cuida los pajarillos y los cabellos de nuestra cabeza, ¡cuánto más con cada uno de nosotros, que somos sus hijos! Hoy tú nos das otro motivo para ser intrépidos en la vida cristiana: tú mismo, Jesús, darás testimonio a favor nuestro ante la presencia de Dios, el día del juicio.
Y si uno me reniega ante los hombres, lo renegarán a él ante los ángeles de Dios”. Ser cristiano es dar testimonio de Ti, Señor, con mi vida. Además, muchos dependen de lo que haga, con mi buen o mal ejemplo, con la comunión de los santos mando gracia o dejo de mandarla a quienes están incluso lejos. “Jesús, hay momentos en los que cuesta especialmente dar testimonio cristiano. Por ejemplo, cuando mi grupo de amigos se divierte ridiculizando a la Iglesia o a personas consagradas; o cuando algunos planes a los que me invitan no son dignos de un cristiano; o cuando es difícil ser honrado en los negocios” (Pablo Cardona). Ayúdame, Señor, a dar la cara aunque cueste, ir contra corriente. Puede costarme también –y te pido ayuda, Jesús-, cuando sufro algún revés físico, económico o moral, cuando me entra rebeldía por cosas que no me gustan. Para estos momentos te pido serenidad, fortaleza, esperanza y paz.
«Vosotros tenéis que desarrollar una tarea altísima, estáis llamados a completar en vuestra carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, a favor de su cuerpo, que es la Iglesia. Con vuestro dolor podéis afianzar a las almas vacilantes, volver a llamar al camino recto a las descarriadas, devolver serenidad y confianza a las dudosas y angustiadas. Vuestros sufrimientos, si son aceptados y ofrecidos generosamente en unión de los del crucificado, pueden dar una aportación de primer orden en la lucha por la victoria del bien sobre las fuerzas del mal, que de tantos modos insidian a la humanidad contemporánea. En vosotros, Cristo prolonga su pasión redentora» (Juan Pablo II).
“Al que hable contra el Hijo del hombre se le podrá perdonar, pero al que blasfeme contra el Espíritu Santo no se le perdonará”. No sabemos exactamente qué quieres decir, Señor, con esa blasfemia. Intuyo que es impedir que entre tu gracia en mí,  por la presunción o la desesperación que aún es peor, el descorazonamiento, o la perversión de hacer daño a los demás sin buscar el bien sino la maldad… por eso te pido vivir abierto a tu gracia, y cuanto más grandes sean mis pecados, más me abandonaré en tu misericordia. «Nuestro Señor Jesucristo lo quiere: es preciso seguirle de cerca. No hay otro camino. Esta es la obra del Espíritu Santo en cada alma -en la tuya-, y has de ser dócil, para no poner obstáculos a tu Dios» (J. Escrivá, Forja 860).
Sólo hay una clase de personas sin remedio, los que "blasfeman contra el Espíritu Santo", o sea, los que, viendo la luz, la niegan, los que no quieren ser salvados. Son ellos mismos los que se excluyen del perdón y la salvación. Quiero no cerrarme a tu Espíritu, Jesús, que es el santificador de mi alma…
“…no os preocupéis de lo que vais a decir, o de cómo os vais a defender. Porque el Espíritu Santo os enseñará en aquel momento lo que tenéis que decir»”… Jesús, hoy me dices que no me preocupe ante las acusaciones y las insidias de los incrédulos. Fortalecido e iluminado por la gracia del Espíritu Santo sabré responder bien por mal, verdad por mentira, honestidad por hipocresía. Tú sugieres en mi alma lo que tengo que decir. Quiero ser dócil, dejarme conducir por ti. Quiero cuidar la oración, para recibir tu fortaleza para hacer lo que me pides, la humildad para pedir perdón y arreglar lo que no hago bien, y la alegría por saberme en tus manos, y llevado por tu amor corresponder a esa entrega que tú has hecho por mi con tu vida, pasión y muerte y resurrección.
Por eso he de acudir a esos medios santos –los Sacramentos- para llenarme de tu gracia, el Espíritu de Dios. Así se completa la cercanía del Dios Trino. El Padre que no nos olvida, Jesús que "se pondrá de nuestra parte" el día del juicio, y el Espíritu que nos inspirará cuando nos presentemos ante los magistrados y autoridades para dar razón de nuestra fe.
Jesús, nos aseguras el amor de Dios y la ayuda eficaz de tu Espíritu. Y además, nos prometes que tú mismo saldrás fiador a nuestro favor en el momento decisivo. No te dejarás ganar en generosidad, si nosotros hemos sido valientes en nuestro testimonio, si no hemos sentido vergüenza en mostrarnos cristianos en nuestro ambiente. No tenemos motivos para dejarnos llevar del miedo o de la angustia (J. Aldazábal). La angustia es la conmoción y dolor del alma por el miedo ante algo malo que, si pasara, nunca sería tan malo como lo que sufrimos por el miedo de que pase…
El redil de las falsas seguridades también puede provocar angustias, pero tú, Señor, nos dices siempre que no nos preocupemos por el futuro, aquí nos dices que no temamos por preparar nuestra defensa o justificación ante cosas. «Porque el Espíritu Santo os enseñará en aquel momento lo que tenéis que decir». En la tarea de la nueva evangelización, tú eres mi esperanza, Señor, tu gracia sigue activa ante cualquier contrariedad, como en tiempo de los apóstoles (Josep Rius-Camps).

         2. “-Hermanos: No fue la observancia de la Ley, sino la justificación obtenida por la fe, la que obtuvo para Abrahán y su descendencia la promesa de heredar el mundo”. Pablo no contrapone "fe y obras" (pues Jesús dijo que "no el que dice: Señor, Señor, sino el que hace la voluntad de mi Padre", ése entrará en el Reino). Lo que contrapone es la fe con la observancia de la ley de Moisés como causa de la salvación: "no fue la observancia de la ley, sino la fe”, nos dice aquí, y el Catecismo señala: “la fe nos hace gustar de antemano el gozo y la luz de la visión beatífica, fin de nuestro caminar aquí abajo. Entonces veremos a Dios "cara a cara" (1 Cor 13,12), "tal cual es" (1 Jn 3,2). La fe es pues ya el comienzo de la vida eterna: ‘mientras que ahora contemplamos las bendiciones de la fe como el reflejo en un espejo, es como si poseyéramos ya las cosas maravillosas de que nuestra fe nos asegura que gozaremos un día’ (S. Basilio).
Ahora, sin embargo, ‘caminamos en la fe y no en la visión’ (2 Cor 5,7), y conocemos a Dios ‘como en un espejo, de una manera confusa,...imperfecta’ (1 Cor 13,12). Luminosa por aquel en quien cree, la fe es vivida con frecuencia en la oscuridad. La fe puede ser puesta a prueba. El mundo en que vivimos parece con frecuencia muy lejos de lo que la fe nos asegura; las experiencias del mal y del sufrimiento, de las injusticias y de la muerte parecen contradecir la buena nueva, pueden estremecer la fe y llegar a ser para ella una tentación.
Entonces  es cuando debemos volvernos hacia los testigos de la fe: Abraham, que creyó, ‘esperando contra toda esperanza’ (Rom 4,18); la Virgen María que, en ‘la peregrinación de la fe’ (LG 58), llegó hasta la "noche de la fe" (Juan Pablo II, R Mat 18) participando en el sufrimiento de su Hijo y en la noche de su sepulcro; y tantos otros testigos de la fe: ‘También nosotros, teniendo en torno nuestro tan gran nube de testigos, sacudamos todo lastre y el pecado que nos asedia, y corramos con fortaleza la prueba que se nos propone, fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe’ (Hb 12,1-2)”.
Por eso, como todo depende de la fe, todo es gracia; así la promesa está asegurada para toda la descendencia, no solamente para la descendencia legal, sino también para la que nace de la de Abrahán, que es padre de todos nosotros”. Las dos promesas de Dios -que tendría un hijo y que le pertenecería toda la tierra de Canaán-, parecían imposibles de conseguir, y sin embargo, Abrahán creyó. Y fueron posibles. Tanto en nuestra vida espiritual como en nuestro trabajo apostólico, no tendríamos que apoyarnos tanto en nuestros propios talentos y recursos, sino en la gracia y la fuerza salvadora de Dios.
“El comienzo de la justificación por parte de Dios es la fe, que cree en el que justifica. Y esta fe, cuando se encuentra justificada, es como una raíz que recibe la lluvia en la tierra del alma, de manera que cuando comienza a cultivarse por medio de la ley de Dios, surgen de ella ramas que llevan los frutos de las obras. La raíz de la justicia no deriva de las obras, sino que de la raíz de la justicia crece el fruto de las obras” (Orígenes). Y dice el Catecismo: “Abraham realiza así la definición de la fe dada por la carta a los Hebreos: ‘La fe es garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven’ (Hb 11,1). ‘Creyó Abraham en Dios y le fue reputado como justicia’ (Rom 4,3). Gracias a esta ‘fe poderosa (Rom 4,20), Abraham vino a ser ‘el padre de todos los creyentes’ (Rom 4,11.18)”, al ser fiel a ese don gratuito.
-“Así, dice la Escritura: “Te hago padre de muchos pueblos”. Por su fe, verdaderamente, "dio la vida". Quien cree, da vida…
-“Al encontrarse con el Dios que da vida a los muertos y llama a la existencia lo que no existe, Abrahán creyó. Apoyado en la esperanza, creyó, contra toda esperanza, que llegaría a ser padre de muchas naciones, según lo que se le había dicho: “Así será tu descendencia”. Jesús es que hace viva esa experiencia con su resurrección, energía que devuelve la vida a los muertos.
3. “Contra toda esperanza” cree el patriarca. La fe «para transportar las montañas», decía Jesús. La Fe, fuerza de lo imposible. Se comprende que Pablo diga que esa «Fe da posesión del mundo». En efecto, nada puede ir en contra de ello. No se apoya sobre nada humano: toda su fuerza está en Dios. ¡Danos esta Fe, Señor! (Noel Quesson). Rezamos con el salmo: -El Señor es nuestro Dios, él gobierna toda la tierra. Se acuerda de su alianza eternamente, de la palabra dada, por mil generaciones; de la alianza sellada con Abrahán, del juramento hecho a Isaac”. Y así contemplamos llenos de gozo que “sacó a su pueblo con alegría, a sus escogidos con gritos de triunfo”. Le pedimos a María Virgen vivir esa alegría de –como ella- sabernos en las manos de Dios.
Llucià Pou Sabaté


San Lucas, evangelista

"La mies es abundante y los obreros pocos", nos dice el Señor, y desea que le ayudemos a corredimir.
En aquel tiempo, designó el Señor otros setenta y dos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él. Y les decía: "La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies. ¡Poneos en camino! Mirad que os mando como corderos en medio de lobos. No llevéis talega, ni alforja, ni sandalias; y no os detengáis a saludar a nadie por el camino.Cuando entréis en una casa, decid primero: "Paz en esta casa". Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros. Quedaos en la misma casa, comed y bebed de lo que tengan, porque el obrero merece su salario. No andéis cambiando de casa. Si entráis en un pueblo y os reciben bien, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya, y decid: "Está cerca de vosotros el Reino de Dios” (Lucas 10,1-9).
1. Hoy es el tercero de los grandes santos que hemos celebrado estos días: Teresa de Jesús, Ignacio de Antioquia y Lucas, autor del tercer evangelio de Jesús, y los Hechos de los Apóstoles. Las parábolas del buen samaritano y del hijo pródigo son alguno de los pasajes más bonitos. Junto a estas páginas sublimes sobre la misericordia, también sólo Lucas nos transmite algunos rasgos de santa María, la madre de Jesús. Al “pintar” tan bien esas escenas, tomó la tradición de que era pintor, y así la leyenda nos dice que es suya una imagen romana de la Virgen.
«Después de esto, el Señor designó a otros Setenta». Mientras que el envío de los Doce representan el nuevo Israel (las doce tribus), los setenta tenían que representar la nueva humanidad (según el cómputo judío, las naciones paganas eran en número de setenta). «Setenta y dos», dicen numerosos manuscritos, intento de reconducir la apertura a la universalidad (esbozada en el número «siete/setenta», al recinto de Israel, delimitado por un múltiplo de «doce» [6 x 12 = 72].)
El éxito de la misión es grande. Jesús les anima a evangelizar: «La mies es abundante y los braceros pocos». La cosecha se prevé abundante, el reinado de Dios empieza a producir frutos para los demás. Cuando se comparte lo que se tiene, hay de sobra. No hacen falta explicaciones ni estadísticas: la presencia de la comunidad se ha de notar por los frutos abundantes que produce. Todos estamos llamados al apostolado, tanto clérigos como laicos, religiosos como seglares… «¡Id! Mirad que os envío como corderos entre lobos». Toda comunidad debe ser esencialmente misionera. La misión, si se hace bien, encontrará la oposición sistemática de la sociedad. Esta, al ver que se tambalea su escala de valores, usará toda clase de insidias para silenciar a los enviados, empleando todo tipo de procedimientos legales. Los enviados están indefensos. La defensa la asumirá Jesús a través del Espíritu Santo, el Abogado de los pobres. «No llevéis bolsa ni alforja ni sandalias». Como en la misión de los Doce, Jesús insiste en que los enviados no confíen en los medios humanos. “Y no saludéis a nadie en el camino”. Ellos han de dejar en sus manos aquello que es más esencial para vivir: el Señor, que viste los lirios de los campos y da alimento a los pájaros, quiere que su discípulo busque, en primer lugar, el Reino del cielo y no, en cambio, «qué comer ni qué beber, y [que] no estéis inquietos. [Porque] por todas esas cosas se afanan los gentiles del mundo; y ya sabe vuestro Padre que tenéis la necesidad de eso» (Lc 12,29-30).
Han de compartir techo y mesa con aquellos que los acogen, curando a los enfermos que haya, liberando a la gente de todo aquello que los atormente. La buena noticia ha de consistir en el anuncio de que «Ya ha llegado a vosotros el reinado de Dios». Empieza un orden nuevo, cuyo estallido tendrá lugar en otra situación. El proceso, empero, es irreversible. La comunidad ya tiene experiencia de ello (Josep Rius-Camps).
Lucas fue de esos apóstoles más allá de “los Doce”, y en su honor decimos hoy en el himno de Laudes:
Vosotros que escuchasteis la llamada / de viva voz que Cristo os dirigía, / abrid nuestro vivir y nuestra alma  / al mensaje de amor que él nos envía.
Vosotros que invitados al banquete / gustasteis el sabor del nuevo vino, / llenad el vaso, del amor que ofrece, / al sediento de Dios en su camino.
Vosotros que lo visteis ya glorioso, / hecho Señor de gloria sempiterna, / haced que nuestro amor conozca el gozo  / de vivir junto a él la vida eterna. Amén.
2. En la carta a Timoteo, nos dice san Pablo que el anuncio del Evangelio debe hacerse a tiempo y a destiempo. Y ha de realizarse con gran paciencia y conforme a la enseñanza, dedicados plenamente al Ministerio que Dios nos ha confiado. A pesar de que tengamos que sufrir oposición de muchos, no hemos de dar marcha atrás en aquello que Dios nos ha confiado: proclamar su Nombre salvador a toda la humanidad. El Señor siempre estará a nuestro lado animándonos y fortaleciéndonos para que su Mensaje de salvación llegue a todos los pueblos. La Iglesia de Cristo no sólo ha de evangelizarse continuamente a sí misma, para vivir más conforme a las enseñanzas del Señor y llegar a la madurez en Él; además ha de evangelizar a todos los pueblos, pues esa es la Misión que el Señor le confió al enviarla a todas las gentes de todos los tiempos y lugares. Al final, libres del pecado y de la muerte, a pesar de que hayamos sufrido por anunciar y vivir el Evangelio en ambientes hostiles al mismo, el Señor nos dará la salvación en su Reino celestial de un modo definitivo a quienes, ya desde ahora, lo tuvimos como Señor y Salvador de nuestra vida.
3. En el salmo vemos que el Señor, Creador y Rey soberano de todo, se manifiesta para con nosotros como un Padre cercano, siempre atento a las necesidades de los suyos. Él no está lejos de quien lo invoca (www.homiliacatolica.com):
“Que todas tus obras te den gracias, Señor, / y que tus fieles te bendigan; / que anuncien la gloria de tu reino y proclamen tu poder”. Juan Pablo II ha presentado al mundo la Eucaristía como “una gran escuela de paz que puede formar a hombres y mujeres para ser tejedores de diálogo y de comunión. Es escuela de la paz para vivir esta proclamación de tu gloria, Señor, en un camino hacia una sociedad más justa y fraterna. No puede producir otros frutos.
“Así manifestarán a los hombres tu fuerza / y el glorioso esplendor de tu reino: / tu reino es un reino eterno, / y tu dominio permanece para siempre.
El Señor es justo en todos sus caminos / y bondadoso en todas sus acciones; / está cerca de aquellos que lo invocan,  / de aquellos que lo invocan de verdad”. El mundo necesita experimentar que el Señor está cerca, que su destino no va a la deriva, sin rumbo… Dios se imbrica en la historia de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, haciendo, con ellos, historia de Salvación.
Llucià Pou Sabaté

Lucas el Evangelista (hebreo: לוקא, transliterado Lyka o Liká; griego: Λουκάς, Loukás) es considerado por la tradición cristiana el autor del Evangelio según san Lucas y de los Hechos de los Apóstoles. Fue discípulo de Pablo de Tarso.
Lucas de Antioquía, por lo tanto no era judío. Esto se ve cuando Pablo lo separa de los circuncidados (Col. 4, 14), además de ser un hombre más de educación griega y de profesión médico. Estaba quizás también emparentado con el diácono Nicolás (un prosélito de Antioquía), (Hech. 6,5). Según reza la tradición, perteneció a los setenta y dos, esto es del grupo de seguidores de Jesús, pero según la exégesis las fechas de la escritura de sus obras no concuerdan en el tiempo. Sabemos que en la elaboración su evangelio Lucas hizo una rica investigación entrevistando a personas (incluyendo los Apóstoles y tal vez María, la madre de Jesús), que fueron testigos de estos hechos como se puede encontrar en el prólogo del Evangelio y que los Hechos de los Apóstoles es una continuación del mismo. Es el más largo y el mejor redactado por su elaboración exquisita del griego, como sólo una persona culta y sabia podía hacer en esa época. Lucanus (Lucas) se hizo cristiano mucho después y según la tradición conoció a María, la madre de Jesús, en una visita que hizo junto a Pablo.
Al revelarnos los íntimos secretos de la Anunciación, de la Visitación, de la Navidad, él nos hace entender que conoció personalmente a la Virgen. Se cree , por esto, que Lucas cite tantos sucesos de la infancia de Jesús, y que hable de los sentimientos de María. "María, por su parte, guardaba con cuidado todas estas cosas, meditándolas en su corazón", dice Lucas cuando llegan los pastores al pesebre a adorar a Jesús recién nacido.
Algún exégeta avanza la hipótesis de que fue la Virgen María misma quien le transcribió el himno del “Magnificat” (Lc 1:46-55), que ella elevó a Dios en un momento de exultación en el encuentro con la prima Isabel.
Incluso una pintura muy antigua de María en las catacumbas de Priscila en Roma es atribuida, según la tradición, al apóstol.
Lucas era seguidor de Pablo, "el médico querido" (Col., 4, 14). Lucas hizo muchos viajes junto a Saulo de Tarso en su camino por la evangelización, por lo que se sabe Pablo no era un hombre sano y quizás necesitó de la ayuda de Lucas para sus viajes.

Veamos como se llega a esta conclusión:
Envía saludos a los colosenses, esto indica que les había visitado. Luego aparece por primera vez en los Hechos en Tróade (16, 8), donde se reúne con San Pablo, y, tras la visión, cruza con él a Europa desembarcando en Neápolis y continuando a Filipos, "persuadidos de que Dios nos había llamado para evangelizarles" (relato en primera persona).
Luego está presente en la conversión de Lidia con sus compañeros. Junto con San Pablo y sus compañeros, fue reconocido por el espíritu pitón: "Nos seguía a Pablo y a nosotros gritando: Estos hombres son siervos del Dios Altísimo, que os anuncian un camino de salvación" (v. 17).
Vio a Pablo y Silas detenidos, arrastrados ante los magistrados romanos, acusados de alborotar la ciudad, "siendo judíos", azotados con varas y echados a prisión. Lucas y Timoteo escaparon, probablemente porque no eran judíos.
Cuando Pablo partió de Filipos, Lucas se quedó, con toda probabilidad para continuar el trabajo de evangelista. San Jerónimo cree que es muy probable que San Lucas sea "el hermano, cuyo renombre a causa del Evangelio se ha extendido por todas las Iglesias" (II Cor. 8, 18), y que fuera uno de los portadores de la carta a Corinto. Poco después, cuando San Pablo volvió de Grecia, San Lucas le acompañó de Filipos a Tróade, y con él hizo el largo viaje por la costa descrito en Hechos 20. Subió a Jerusalén, estuvo presente en el tumulto, vio el ataque al apóstol. Los biblistas están seguros de que fue un continuo visitante de San Pablo durante los dos años de prisión en Cesarea.
Fue partícipe del naufragio y estuvo junto a Pablo en Roma por un período considerable, lo que se sabe por la Epístola a los Colosenses y la Epístola a Filemón, donde se le menciona en los saludos dados:
"Os saluda Lucas, el médico querido", "Te saludan... Marcos, Aristarco, Demas y Lucas, mis colaboradores".
También los estudiosos dicen que los relatos de los Hechos se hicieron en ese período y Lucas fue el último fiel compañero de Pablo hasta su muerte:
"He competido en la noble competición, he llegado a la meta en la carrera... Apresúrate a venir hasta mí cuanto antes, porque me ha abandonado Demás por amor a este mundo... El único que está conmigo es Lucas" (II Tim., 4, 7-11).
Nótese en los saludos que aparece Marcos, el fiel secretario de San Pedro que también estuvo participando en los últimos tiempos en Roma junto a Pablo y de allí se puede saber como la primera parte de los Hechos habla mucho de las actividades de los apóstoles, siendo Marcos muy allegado a ellos. Luego de los sucesos de la muerte de Pedro y Pablo, no se sabe bien el destino de Lucas, se discute aún si fue martirizado o bien según el antiguo "Prefatio vel Argumentum Lucae" murió de anciano. Sí sabemos que siguió predicando por las tradiciones en Macedonia, Acaya y Galacia y que supuestamente falleció en Beocia y fue enterrado en Tebas.
La tradición indica que San Lucas mandó ser enterrado junto a la imagen tallada de "nuestra Señora" que él mismo había confeccionado. Luego, como refiere San Jerónimo (cf. De viris ill. VI, I), sus huesos fueron transportados a Constantinopla, a la basílica de los Santos Apóstoles.
Cuando sus restos sufrieron aquel primer traslado, el emperador se hizo cargo de aquella imagen tallada, la cual originaría (siglos después) el culto a la Virgen de Guadalupe en España.
En tiempos de las Cruzadas, las reliquias del santo llegaron a Padua. Desde entonces se conservan en la iglesia de Santa Justina. (El cráneo fue en cambio trasladado en 1354 de Padua a Praga a la catedral de San Vito por voluntad del emperador Carlos IV).
Véase también: Tetramorfos
[editar] ObraEl tercer evangelio es obra de un discípulo de Pablo, un médico (Col 4,14) probablemente de origen sirio. A lo mejor se convirtió a la fe cristiana cuando los cristianos perseguidos de Jerusalén y de Cesarea buscaron refugio fuera de Palestina, llevando consigo el mensaje. A partir del año 50 acompañó a Pablo en sus misiones (He 16,10).
Tal vez fue en Gracia donde redactó su evangelio y el libro de los Hechos. Para él eran las dos mitades de una misma obra, y con toda probabilidad tanto una como otra fueron terminadas antes del año 64 o 65.
Para ese entonces Lucas estaba en Roma a donde había llegado dos años antes acompañando a Pablo misionero.
Lucas precisa que fue a indagar el testimonio de los primeros servidores de la Palabra, es decir, de los apóstoles (1,1-5). En efecto, más de una vez fue con Pablo a jerusalén y a Cesarea, donde las primeras comunidades guardaban los documentos en los cuales se inspiraban los tres primeros evangelios.
Lucas conservó, como Marcos, los dos grandes bloques en que se basaba esta catequesis primitiva: la actividad de Jesús en Galilea, y sus últimos días en Jerusalén, pero insertó entr medio de ellos el contenido de otro ducumento que contenía muchas palabras de Jesús. Las colocó intencionalemente durante la subida de Jesús de Galilea a Jerusalén para mostrar que la vida cristiana se desarrolla bajo el signo de la cruz.
Otros documentos de las primeras comunidades de Palestina le proporcionaron el contenido de sus dos primeros capítulos consagrados a la infancia de Jesús. Aquí está el testimonio de la comunidad primitiva de la cual formaba parte María. Esos capítulos otorgan de partida al evangelio de Lucas su carácter propio; si hubiera que caracterizarlo con una palabra, habría que decir que es el más humano de los cuatro.
Ese sentido profundamente humano de Lucas, lo vemos por ejemplo en el cuidado que puso para recordar la actitud de Jesús con respecto a las mujeres. Pero , en seguida, ya que Lucas había dejado a su familia para seguir a Pablo misionero, viviendo en la inseguridad, recalcó más que otros la incompatibilidad entre el Evangelio y las posesiones.
Lucas, discípulo de Pablo, puso de relieve las palabras de Jesús que recuerdan que la salvación es ante todo, no la recompensa por nuestros méritos, sino un don de Dios. Por eso quizo salvar las parábolas que ilustran la muy asombrosa misericordia de Dios (Lc 15).
Después del evangelio de la infancia (1 - 2) y el relato del bautismo de Jesús en Judea, el evangelio de Lucas comprende tres secciones:

-El ministerio de Jesús en Galilea: 3,1 - 9,56
-El viaje a Jerusalén atravesando Samaria: 9,57 - 18,17
-Los acontecimientos de Jerusalén: 18,18 - 23.

jueves, 17 de octubre de 2013

Viernes la 28ª semana (impar). La misericordia y el perdón divinos nos hacen vivir sin miedo, con amor, con sinceridad.

“En aquel tiempo, miles y miles de personas se agolpaban hasta pisarse unos a otros. Jesús empezó a hablar, dirigiéndose primero a sus discípulos: -«Cuidado con la levadura de los fariseos, o sea, con su hipocresía. Nada hay cubierto que no llegue a descubrirse, nada hay escondido que no llegue a saberse. Por eso, lo que digáis de noche se repetirá a pleno día, y lo que digáis al oído en el sótano se pregonará desde la azotea. A vosotros os digo, amigos míos: no tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden hacer más. Os voy a decir a quién tenéis que temer: temed al que tiene poder para matar y después echar al infierno. A éste tenéis que temer, os lo digo yo. ¿No se venden cinco gorriones por dos cuartos? Pues ni de uno solo se olvida Dios. Hasta los pelos de vuestra cabeza están contados. Por lo tanto, no tengáis miedo: no hay comparación entre vosotros y los gorriones»” (Lucas 12,1-7).  

1. Sigue diciéndonos Jesús que seamos auténticos:
-“En esto habiéndose reunido miles y miles de personas, hasta pisarse uno a otros”... Jesús empezó a hablar, dirigiéndose en primer lugar a sus discípulos: "Guardaos de la levadura de los fariseos que es la hipocresía"” Ante la gente que se agolpa a su alrededor, Jesús hace una serie de recomendaciones, la primera es que tengan "cuidado con la levadura de los fariseos, o sea, con su hipocresía"; la levadura hace fermentar a toda la masa; puede ser buena, como en el pan y en la repostería, y entonces todo queda beneficiado; pero si es mala, todo queda corrompido.
La hipocresía es el pecado típico del fariseo. El discípulo de Jesús debe proceder sin disimulo, sin doblez, sin mentira. Su conducta debe ser siempre franca, como quien obra a la luz del día, como en plena plaza. Toda su acción, toda palabra suya será un día testimonio público. El discípulo es el amigo de Jesús, el que recibe sus confidencia, el hombre de la intimidad. Farisaicos somos cuando pensamos que no tenemos pecado, que no necesitamos del perdón. Farisaico es preferir las tinieblas, en la oscura nube de lo puramente humano -¡cuan pronto se torna incluso animal-! y de lo puramente natural, que en seguida se vuelve hasta contra naturaleza.
El cáliz de la cruz está junto a nuestros labios, igual que el beso del esposo en los de la esposa. La cruz va unida al amor. Es fariseo el que no cree en el amor, el que no bebe el amor, el que no retorna amor por amor. Y no puede pasar al más allá con Cristo quien muere en su pecado. ¿Somos acaso nosotros los fariseos? (Emiliana Löhr).
Algunos fariseos eran los notables de entonces, hombres relevantes... observadores minuciosos de la Ley... conocedores, sabios expertos en cuestiones religiosas. Jesús no les reprocha sus cualidades. Pero no soporta su orgullo ni su desprecio de los pequeños. Nuevas formas de hipocresía las tenemos cuando queremos exigir lo que nosotros no nos exigimos. Aparecer como superiores, disimulando nuestras carencias interiores. Recuerdo que hablaba con un amigo, profesor, del encanto que supone decir cuando nos preguntan algo que no sabemos: “no lo sé, lo estudiaré…”, la vulnerabilidad hace a la persona más atrayente, y no tiene que pasarlo mal disimulando al ir con la verdad por delante. Me respondió el profesor: “esto me atrevo a hacerlo ahora, cuando ya tengo un nombre, prestigio…” Y es que estamos en un mundo de apariencias… Desconfía de ti mismo si te crees perfecto, si, para ti ¡la verdad eres tú!
-“Nada hay encubierto que no deba descubrirse, ni nada escondido que no deba saberse, porque lo que dijisteis de noche se escuchará en pleno día, y lo que dijisteis al oído en un rincón de la casa, se pregonará desde las azoteas”.  Nos invitas, Jesús, a hablar francamente, sin tener en cuenta las opiniones demasiado humanas; como tú lo hiciste y nos aconsejaste: "no temáis a los que matan el cuerpo".
-“¿No se venden cinco gorriones por cuatro cuartos? Y, sin embargo, ni de uno solo de ellos se olvida Dios. No tengáis miedo: valéis mas que todos los gorriones juntos”. Dios se ocupa de las más pequeñas de sus criaturas, contempla los pajarillos, se interesa por todo lo que no tiene la menor apariencia de grandeza. Todo lo lleva en su corazón. ¡Mayormente a los hombres! Señor, yo creo que estoy "ante tu mirada" (Noel Quesson).
Con este convencimiento, ¿cómo puedo tener miedo? Le decía S. Tomás Moro a su hija: “Finalmente, mi querida Margarita, de lo que estoy cierto es de que Dios no me abandonará sin culpa mía. Por esto, me pongo totalmente en manos de Dios con absoluta esperanza y confianza. Si a causa de mis pecados permite mi perdición, por lo menos su justicia será alabada a causa de mi persona. Espero, sin embargo, y lo espero con toda certeza, que su bondad clementísima guardará fielmente mi alma y hará que sea su misericordia, más que su justicia, lo que se ponga en mí de relieve... nada puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que Él quiere, por muy malo que nos parezca, es en realidad lo mejor”. Esto es fe en la providencia, vivir el Evangelio, estar en la verdad…

2. Hermanos: Veamos el caso de Abrahán, nuestro progenitor según la carne. ¿Quedó Abrahán justificado por sus obras?” Se remonta Pablo a Abrahán que era pagano cuando Dios le llama, y no puede justificarse por "las obras" que realizaba, perteneciendo a un pueblo idólatra.
-“Si es así, tiene de qué estar orgulloso; pero, de hecho, delante de Dios no tiene de qué. A ver, ¿qué dice la Escritura?: «Abrahán creyó a Dios, y esto le valió la justificación»”. Ya en la antigua Alianza era la Fe la que salvaba. Todo «orgullo» es pecado, pretensión de hacerse valer ante Dios, ya sea por la justicia de las obras -entre los judíos- ya sea por la apariencia -entre los griegos-. No los méritos previos, sino la fe y aceptación del plan divino es lo que justifica a Abrahán. Porque su elección había sida totalmente gratuita por parte del Dios que le eligió misteriosamente a él. Los cristianos de Roma provenientes del judaísmo podían sentir un santo orgullo por su pertenencia a la raza de Abrahán, pero aquí Pablo les dice que tanto puede agradar a Dios un judío convertido como un pagano que acepta la fe, que es lo principal.
“El comienzo de la justificación por parte de Dios es la fe, que cree en el que justifica. Y esta fe, cuando se encuentra justificada, es como una raíz que recibe la lluvia en la tierra del alma, de manera que cuando comienza a cultivarse por medio de la ley de Dios, surgen de ella ramas que llevan los frutos de las obras. La raíz de la justicia no deriva de las obras, sino que de la raíz de la justicia crece el fruto de las obras” (Orígenes). ¡Auméntanos la fe, Señor!
“-Pues bien, a uno que hace un trabajo el jornal no se le cuenta como un favor, sino como algo debido; en cambio, a éste que no hace ningún trabajo, pero tiene fe en que Dios hace justo al impío, esa fe se le cuenta en su haber”. También con nosotros Dios ha tenido que usar misericordia: la salvación no nos es debida. No es algo merecido, como lo es un salario. No hay que exigir a Dios unos «derechos adquiridos». Dios= «Aquel que justifica al impío»: Aquel que salva.
-“Así también David proclama bienaventurado al hombre a quien Dios declara justo, independientemente de sus obras”. Y como si no se hubiere aún comprendido, insiste nuevamente: “Dichoso el hombre que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado; dichoso el hombre a quien el Señor no le cuenta el pecado”. Esto no lleva a no hacer nada, sino a saber que todo es gracia. «Cuando se ha hecho todo como no esperando nada de Dios... Hay que esperarlo todo de Dios como si no se hubiese hecho nada por sí...» (M. Blondel).
Puede ser para mí la fuente de una nueva dicha: «bienaventurado el hombre...». Señor, ayúdame a convertir «en bien» todo, también lo malo. Que todo obstáculo, tanto en mí como en los demás, sea ocasión de apoyarnos más en Ti. En este sentido no hay nada peor que creerse justo o que no tener ninguna dificultad: ¡bastarse uno a sí mismo! (Noel Quesson).
3. “Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado; dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito”. Es el testimonio personal de un convertido. El remordimiento puede provocar un tormento interior terrible, y de esa soledad acompañada nace ese movimiento interior: “Habla pecado, lo reconocí, no te encubrí mi delito; propuse: «Confesaré al Señor mí culpa», y tú perdonaste mi culpa y mi pecado”.
La mortificación y la penitencia remueve como algo de sombra que permanece en nosotros aún después del perdón, y surge una necesidad de satisfacción, no solamente con Dios, sino en la herida abierta con los demás. En todos los casos, se muestra la misericordia divina, más fuerte que la culpa y la ofensa: el perdón generoso de Dios que nos transforma, de ahí la acción de gracias del pecador arrepentido: “Alegraos, justos, y gozad con el Señor; aclamadlo, los de corazón sincero”.
Por eso San Pablo escoge las palabras de este salmo penitencial en Romanos, para celebrar la gracia liberadora de Cristo. También podemos aplicarlo al Sacramento de la Reconciliación, donde se experimenta la conciencia del pecado, con frecuencia ofuscada en nuestros días, y al mismo tiempo la alegría del perdón. Al binomio «delito-castigo», le sustituye el binomio «delito-perdón» (Juan Pablo II). San Cirilo de Jerusalén utilizará el Salmo 31 para mostrar a los catecúmenos el Bautismo como purificación radical de todo pecado: «Dios es misericordioso y no escatima su perdón... El cúmulo de tus pecados no será más grande que la misericordia de Dios, la gravedad de tus heridas no superará las capacidades del sumo Médico, con tal de que te abandones en él con confianza. Manifiesta al médico tu enfermedad, y dirígele las palabras que pronunció David: "Confesaré mi culpa al Señor, tengo siempre presente mi pecado". De este modo, lograrás que se haga realidad: "Has perdonado la maldad de mi corazón"»”.

Llucià Pou Sabaté 

miércoles, 16 de octubre de 2013

Jueves de la semana 28 de tiempo ordinario (impar). Dios nos ha elegido en Cristo para ser hijos suyos, por el amor. Si queremos a los demás, estamos queriendo a Jesús.
«¡Ay de vosotros, que edificáis los sepulcros de los profetas, después que vuestros padres los mataron! Así, pues, sois testigos de las obras de vuestros padres y consentís en ellas, porque ellos los mataron, y vosotros edificáis sus sepulcros. Por eso dijo la sabiduría de Dios: Les enviaré profetas y apóstoles, y matarán y perseguirán a una parte de ellos, para que se pida cuentas a esta generación de la sangre de todos los profetas, derramada desde la creación del mundo, desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías, asesinado entre el altar y el Templo. Sí, os lo aseguro: se le pedirá cuentas a esta generación. ¡Ay de vosotros, doctores de la Ley, porque os habéis apoderado de la llave de la sabiduría!: vosotros no habéis entrado y a los que estaban por entrar se lo habéis impedido» Cuando salió de allí, los escribas y fariseos comenzaron a atacarle con vehemencia y a acosarle a preguntas sobre muchas cosas, acechándole para cazarle en alguna palabra.» (Lucas 11,47-54)
1. Los escribas creen honrar a los profetas asesinados haciéndoles espléndidos sepulcros. Prefieren llevar a Jesús a la muerte por mantener su inteligencia de la ley. Poseedores de la llave de la ciencia cierran el camino de la salvación a los que ponen en ellos su confianza y los siguen como guías. Pecado personal y pecado en el desempeño de su misión. Por eso hoy dice Jesús:
-"¡Ay de vosotros que edificáis mausoleos a los profetas después que vuestros padres los mataron! Por tanto sois testigos y estáis de acuerdo con las obras de vuestros padres; porque ellos los mataron y vosotros edificáis...” Libéranos, Señor, de repetir los crímenes que hicieron entonces…
-“Por eso dijo la Sabiduría de Dios: "Les enviaré Profetas y Apóstoles; a unos los matarán, a otros los perseguirán"”. Líbranos, Señor, de los sectarismos que te llevaron a ti a la cruz. ¿A quién quisiera yo anular, ningunear, suprimir? ¿Qué voz desearía que se callase?
-“También se pedirán cuentas a esta generación, de la sangre de todos los profetas derramada desde la creación del mundo, desde la sangre de Abel...” Llevaron a la muerte al Justo por excelencia, que eras tú, Señor. Pero cada generación te ha condenado, Jesús, cuando se hace daño o condena al inocente. ¡A cada generación se le pedirá cuenta de la sangre de Jesucristo derramada! "Desde Abel", hijo del primer hombre, hasta hoy corre la sangre de los profetas sobre la tierra (Noel Quesson).
-“Cuando Jesús salió de allí -según san Lucas, todo eso se dijo en casa de un doctor de la Ley- los escribas y los fariseos comenzaron a acosarlo implacablemente sobre muchas cuestiones, estando al acecho para atraparlo con sus propias palabras”. Ayúdame, Jesús, a ser valiente como tú, y desenmascarar las actitudes de las clases dirigentes de mi época. Porque si ellos se portan bien, hay menos injusticias. La corrupción desaparece con esa honradez del que manda.
Pero más importante aún es el día a día: «Son innumerables las ocasiones que tienen los seglares para ejercitar el apostolado de la evangelización y de la santificación. El mismo testimonio de la vida cristiana y las obras buenas realizadas con espíritu sobrenatural tiene eficacia para atraer a los hombres hacia la fe y hacia Dios» (Vaticano II. A. A. 6).
«Si los cristianos viviéramos de veras conforme a nuestra fe, se produciría la más grande revolución de todos los tiempos... ¡La eficacia de la corredención depende también de cada uno de nosotros! -Medítalo» (J. Escrivá, Surco 945).
Me decía un joven que no creía… y que renegaba de Dios con frecuencia. Le ayudé a ver que si se enfadaba con Dios, es porque creía en él, aunque no entendía algo que le pasaba… que se puede enfadar con su padre, pero no con alguien inexistente. Que muchas dificultades no generan una duda, sino que habrá que resolverlas… que la vida sin Dios es un absurdo, y queriendo arreglar el problema de que no se entienden muchas cosas, se problematiza todo aumentando los problemas… de ahí que entre el absurdo y el misterio, estamos llamados a escoger el misterio, con sus dificultades pero también sus alegrías… con su responsabilidad: «Si; os lo aseguro: se le pedirá cuentas a esta generación». Jesús, me vas a pedir cuentas de cómo aprovecho el don inmenso de la fe.
Si yo, que por ser cristiano tengo «la llave de la sabiduría», no doy buen ejemplo, estoy cerrando la puerta a otros que podían haberte conocido y amado... Si los cristianos vivieran de veras conforme a nuestra fe, se produciría la más grande revolución de todos los tiempos...  Ayúdame, Jesús, a ser coherente con mi fe cristiana. De este modo estaré contribuyendo a la nueva recristianización del mundo, que éste tanto necesita (Pablo Cardona).
2. Esboza Pablo la revelación de la salvación en Jesucristo: -“Todos los hombres están dominados por el pecado (la ley de Moisés servía solamente para dar conocimiento del pecado). Pero hoy -independientemente de la Ley- Dios manifestó su «justicia» que nos salva”. La visión que tiene Pablo de la humanidad podría parecer muy trágica: un mundo entero encerrado en el mal. Pero lo hace para que resalte más la salvación universal ofrecida también a todos los hombres. Contrapone la justicia divina a la cólera: Dios salva a quien lo acepta, no castiga.
-“Esta "justicia de Dios", dada por la fe en Jesucristo, es para todos los que creen”. La justicia de Dios culmina en Jesús, en la Cruz. La creencia judía de «merecer» la salvación, por la observancia de los preceptos de la Ley, se declara inútil: la salvación, la santidad, no son objeto de una conquista... se trata principalmente de un «don gratuito» que hay que acoger.
-En efecto, no hay diferencia alguna: todos los hombres pecaron y están privados de la gloria de Dios que los justifica por el don de su gracia. La gracia de Dios es ofrecida a todos. Pero es necesaria una cooperación del hombre y ésta es la Fe. El hombre no se salva por sus propias fuerzas. Pero tampoco Dios lo salva a pesar suyo (recordemos el problema de la interpretación protestante, de no creer en las obras y quedarse sólo con la fe).
-“En virtud de la redención realizada en Jesucristo. Porque Dios exhibió a Cristo en la cruz a fin que, por la ofrenda de su sangre, fuese perdón para todos los que creen en El”. Así, pues, ¡es Jesús quien nos salva y no nosotros! Nuestra parte consiste en agarrarnos a Él, en estar en comunicación con Él, vivir de Él, «creer en Él». La cruz es revelación de la gravedad del pecado, y de la inmensidad del amor de Dios.
-«La ofrenda de su sangre». Evocación del sacrificio de holocausto por los pecados, que se hacía en el templo de Jerusalén, y que eran señal de la ofrenda que sí salva: el Calvario y de la misa. En el día de la expiación el pecador era "rescatado" porque la sangre (símbolo de la vida) de la víctima era puesta directamente en contacto con Dios sobre el propiciatorio. Cristo es "propiciación" y su sangre (la vida) humana está en contacto permanente con Dios, ¡comprendida la muerte! Aquí sangre es signo de vida renovada por Dios, restaurada y perdonada. Un cambio de vida tiene el pecador al contacto con Dios. Esta palabra «la sangre de Jesús» en todo su realismo debe ayudarnos a orar. Nos recuerda el lado oneroso, el precio que pagó Jesús por nosotros. Nos invita a comulgar en su ofrenda.
-“En orden a mostrar su justicia, para ser él justo y justificador del que pertenece a Jesús por la fe”. Siempre la misma noción activa de la Justicia de Dios. ¿Te pertenezco a Ti, Señor Jesús? ¿Qué debo hacer para que mi pertenencia sea más sólida, más ligada a Ti, para comulgar contigo?
-“¿Dónde está entonces el derecho a gloriarse? ¡Queda eliminado...! Dios no es solamente Dios de los judíos, sino también de los paganos.” La concepción judía del mérito -el hombre que «se gana» la salvación mediante sus buenas obras-, está definitivamente destruida. Oremos unos por otros sin ser pretensiosos: Señor, te ofrezco mi vida y mis pobres esfuerzos para cooperar a esta salvación (Noel Quesson).
3. La justificación se ha producido ya en Jesucristo, mientras que la salvación (y el juicio de Dios) está reservado para el final de los tiempos (Rom 5,9). Para beneficiarse de la justificación, no sirve ninguna obra de la ley; sólo la fe permite llegar hasta ella. Por el contrario, para beneficiarse de la salvación final son necesarias las obras. La vida cristiana es, en efecto, una actividad rica en obras gracias a la compenetración de la acción divina y de la acción humana, compenetración que garantiza la gratuidad de la salvación, pero de una forma distinta de la gratuidad absoluta de la justificación (Maertens-Frisque). Es la actitud que nos sugiere el salmo: "si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir? Pero de ti procede el perdón... Mi alma espera en el Señor, espera en su palabra".

Llucià Pou Sabaté
Jueves de la semana 28 de tiempo ordinario (impar). Dios nos ha elegido en Cristo para ser hijos suyos, por el amor. Si queremos a los demás, estamos queriendo a Jesús.
«¡Ay de vosotros, que edificáis los sepulcros de los profetas, después que vuestros padres los mataron! Así, pues, sois testigos de las obras de vuestros padres y consentís en ellas, porque ellos los mataron, y vosotros edificáis sus sepulcros. Por eso dijo la sabiduría de Dios: Les enviaré profetas y apóstoles, y matarán y perseguirán a una parte de ellos, para que se pida cuentas a esta generación de la sangre de todos los profetas, derramada desde la creación del mundo, desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías, asesinado entre el altar y el Templo. Sí, os lo aseguro: se le pedirá cuentas a esta generación. ¡Ay de vosotros, doctores de la Ley, porque os habéis apoderado de la llave de la sabiduría!: vosotros no habéis entrado y a los que estaban por entrar se lo habéis impedido» Cuando salió de allí, los escribas y fariseos comenzaron a atacarle con vehemencia y a acosarle a preguntas sobre muchas cosas, acechándole para cazarle en alguna palabra.» (Lucas 11,47-54)
1. Los escribas creen honrar a los profetas asesinados haciéndoles espléndidos sepulcros. Prefieren llevar a Jesús a la muerte por mantener su inteligencia de la ley. Poseedores de la llave de la ciencia cierran el camino de la salvación a los que ponen en ellos su confianza y los siguen como guías. Pecado personal y pecado en el desempeño de su misión. Por eso hoy dice Jesús:
-"¡Ay de vosotros que edificáis mausoleos a los profetas después que vuestros padres los mataron! Por tanto sois testigos y estáis de acuerdo con las obras de vuestros padres; porque ellos los mataron y vosotros edificáis...” Libéranos, Señor, de repetir los crímenes que hicieron entonces…
-“Por eso dijo la Sabiduría de Dios: "Les enviaré Profetas y Apóstoles; a unos los matarán, a otros los perseguirán"”. Líbranos, Señor, de los sectarismos que te llevaron a ti a la cruz. ¿A quién quisiera yo anular, ningunear, suprimir? ¿Qué voz desearía que se callase?
-“También se pedirán cuentas a esta generación, de la sangre de todos los profetas derramada desde la creación del mundo, desde la sangre de Abel...” Llevaron a la muerte al Justo por excelencia, que eras tú, Señor. Pero cada generación te ha condenado, Jesús, cuando se hace daño o condena al inocente. ¡A cada generación se le pedirá cuenta de la sangre de Jesucristo derramada! "Desde Abel", hijo del primer hombre, hasta hoy corre la sangre de los profetas sobre la tierra (Noel Quesson).
-“Cuando Jesús salió de allí -según san Lucas, todo eso se dijo en casa de un doctor de la Ley- los escribas y los fariseos comenzaron a acosarlo implacablemente sobre muchas cuestiones, estando al acecho para atraparlo con sus propias palabras”. Ayúdame, Jesús, a ser valiente como tú, y desenmascarar las actitudes de las clases dirigentes de mi época. Porque si ellos se portan bien, hay menos injusticias. La corrupción desaparece con esa honradez del que manda.
Pero más importante aún es el día a día: «Son innumerables las ocasiones que tienen los seglares para ejercitar el apostolado de la evangelización y de la santificación. El mismo testimonio de la vida cristiana y las obras buenas realizadas con espíritu sobrenatural tiene eficacia para atraer a los hombres hacia la fe y hacia Dios» (Vaticano II. A. A. 6).
«Si los cristianos viviéramos de veras conforme a nuestra fe, se produciría la más grande revolución de todos los tiempos... ¡La eficacia de la corredención depende también de cada uno de nosotros! -Medítalo» (J. Escrivá, Surco 945).
Me decía un joven que no creía… y que renegaba de Dios con frecuencia. Le ayudé a ver que si se enfadaba con Dios, es porque creía en él, aunque no entendía algo que le pasaba… que se puede enfadar con su padre, pero no con alguien inexistente. Que muchas dificultades no generan una duda, sino que habrá que resolverlas… que la vida sin Dios es un absurdo, y queriendo arreglar el problema de que no se entienden muchas cosas, se problematiza todo aumentando los problemas… de ahí que entre el absurdo y el misterio, estamos llamados a escoger el misterio, con sus dificultades pero también sus alegrías… con su responsabilidad: «Si; os lo aseguro: se le pedirá cuentas a esta generación». Jesús, me vas a pedir cuentas de cómo aprovecho el don inmenso de la fe.
Si yo, que por ser cristiano tengo «la llave de la sabiduría», no doy buen ejemplo, estoy cerrando la puerta a otros que podían haberte conocido y amado... Si los cristianos vivieran de veras conforme a nuestra fe, se produciría la más grande revolución de todos los tiempos...  Ayúdame, Jesús, a ser coherente con mi fe cristiana. De este modo estaré contribuyendo a la nueva recristianización del mundo, que éste tanto necesita (Pablo Cardona).
2. Esboza Pablo la revelación de la salvación en Jesucristo: -“Todos los hombres están dominados por el pecado (la ley de Moisés servía solamente para dar conocimiento del pecado). Pero hoy -independientemente de la Ley- Dios manifestó su «justicia» que nos salva”. La visión que tiene Pablo de la humanidad podría parecer muy trágica: un mundo entero encerrado en el mal. Pero lo hace para que resalte más la salvación universal ofrecida también a todos los hombres. Contrapone la justicia divina a la cólera: Dios salva a quien lo acepta, no castiga.
-“Esta "justicia de Dios", dada por la fe en Jesucristo, es para todos los que creen”. La justicia de Dios culmina en Jesús, en la Cruz. La creencia judía de «merecer» la salvación, por la observancia de los preceptos de la Ley, se declara inútil: la salvación, la santidad, no son objeto de una conquista... se trata principalmente de un «don gratuito» que hay que acoger.
-En efecto, no hay diferencia alguna: todos los hombres pecaron y están privados de la gloria de Dios que los justifica por el don de su gracia. La gracia de Dios es ofrecida a todos. Pero es necesaria una cooperación del hombre y ésta es la Fe. El hombre no se salva por sus propias fuerzas. Pero tampoco Dios lo salva a pesar suyo (recordemos el problema de la interpretación protestante, de no creer en las obras y quedarse sólo con la fe).
-“En virtud de la redención realizada en Jesucristo. Porque Dios exhibió a Cristo en la cruz a fin que, por la ofrenda de su sangre, fuese perdón para todos los que creen en El”. Así, pues, ¡es Jesús quien nos salva y no nosotros! Nuestra parte consiste en agarrarnos a Él, en estar en comunicación con Él, vivir de Él, «creer en Él». La cruz es revelación de la gravedad del pecado, y de la inmensidad del amor de Dios.
-«La ofrenda de su sangre». Evocación del sacrificio de holocausto por los pecados, que se hacía en el templo de Jerusalén, y que eran señal de la ofrenda que sí salva: el Calvario y de la misa. En el día de la expiación el pecador era "rescatado" porque la sangre (símbolo de la vida) de la víctima era puesta directamente en contacto con Dios sobre el propiciatorio. Cristo es "propiciación" y su sangre (la vida) humana está en contacto permanente con Dios, ¡comprendida la muerte! Aquí sangre es signo de vida renovada por Dios, restaurada y perdonada. Un cambio de vida tiene el pecador al contacto con Dios. Esta palabra «la sangre de Jesús» en todo su realismo debe ayudarnos a orar. Nos recuerda el lado oneroso, el precio que pagó Jesús por nosotros. Nos invita a comulgar en su ofrenda.
-“En orden a mostrar su justicia, para ser él justo y justificador del que pertenece a Jesús por la fe”. Siempre la misma noción activa de la Justicia de Dios. ¿Te pertenezco a Ti, Señor Jesús? ¿Qué debo hacer para que mi pertenencia sea más sólida, más ligada a Ti, para comulgar contigo?
-“¿Dónde está entonces el derecho a gloriarse? ¡Queda eliminado...! Dios no es solamente Dios de los judíos, sino también de los paganos.” La concepción judía del mérito -el hombre que «se gana» la salvación mediante sus buenas obras-, está definitivamente destruida. Oremos unos por otros sin ser pretensiosos: Señor, te ofrezco mi vida y mis pobres esfuerzos para cooperar a esta salvación (Noel Quesson).
3. La justificación se ha producido ya en Jesucristo, mientras que la salvación (y el juicio de Dios) está reservado para el final de los tiempos (Rom 5,9). Para beneficiarse de la justificación, no sirve ninguna obra de la ley; sólo la fe permite llegar hasta ella. Por el contrario, para beneficiarse de la salvación final son necesarias las obras. La vida cristiana es, en efecto, una actividad rica en obras gracias a la compenetración de la acción divina y de la acción humana, compenetración que garantiza la gratuidad de la salvación, pero de una forma distinta de la gratuidad absoluta de la justificación (Maertens-Frisque). Es la actitud que nos sugiere el salmo: "si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir? Pero de ti procede el perdón... Mi alma espera en el Señor, espera en su palabra".

Llucià Pou Sabaté
Jueves de la semana 28 de tiempo ordinario (impar). Dios nos ha elegido en Cristo para ser hijos suyos, por el amor. Si queremos a los demás, estamos queriendo a Jesús.
«¡Ay de vosotros, que edificáis los sepulcros de los profetas, después que vuestros padres los mataron! Así, pues, sois testigos de las obras de vuestros padres y consentís en ellas, porque ellos los mataron, y vosotros edificáis sus sepulcros. Por eso dijo la sabiduría de Dios: Les enviaré profetas y apóstoles, y matarán y perseguirán a una parte de ellos, para que se pida cuentas a esta generación de la sangre de todos los profetas, derramada desde la creación del mundo, desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías, asesinado entre el altar y el Templo. Sí, os lo aseguro: se le pedirá cuentas a esta generación. ¡Ay de vosotros, doctores de la Ley, porque os habéis apoderado de la llave de la sabiduría!: vosotros no habéis entrado y a los que estaban por entrar se lo habéis impedido» Cuando salió de allí, los escribas y fariseos comenzaron a atacarle con vehemencia y a acosarle a preguntas sobre muchas cosas, acechándole para cazarle en alguna palabra.» (Lucas 11,47-54)
1. Los escribas creen honrar a los profetas asesinados haciéndoles espléndidos sepulcros. Prefieren llevar a Jesús a la muerte por mantener su inteligencia de la ley. Poseedores de la llave de la ciencia cierran el camino de la salvación a los que ponen en ellos su confianza y los siguen como guías. Pecado personal y pecado en el desempeño de su misión. Por eso hoy dice Jesús:
-"¡Ay de vosotros que edificáis mausoleos a los profetas después que vuestros padres los mataron! Por tanto sois testigos y estáis de acuerdo con las obras de vuestros padres; porque ellos los mataron y vosotros edificáis...” Libéranos, Señor, de repetir los crímenes que hicieron entonces…
-“Por eso dijo la Sabiduría de Dios: "Les enviaré Profetas y Apóstoles; a unos los matarán, a otros los perseguirán"”. Líbranos, Señor, de los sectarismos que te llevaron a ti a la cruz. ¿A quién quisiera yo anular, ningunear, suprimir? ¿Qué voz desearía que se callase?
-“También se pedirán cuentas a esta generación, de la sangre de todos los profetas derramada desde la creación del mundo, desde la sangre de Abel...” Llevaron a la muerte al Justo por excelencia, que eras tú, Señor. Pero cada generación te ha condenado, Jesús, cuando se hace daño o condena al inocente. ¡A cada generación se le pedirá cuenta de la sangre de Jesucristo derramada! "Desde Abel", hijo del primer hombre, hasta hoy corre la sangre de los profetas sobre la tierra (Noel Quesson).
-“Cuando Jesús salió de allí -según san Lucas, todo eso se dijo en casa de un doctor de la Ley- los escribas y los fariseos comenzaron a acosarlo implacablemente sobre muchas cuestiones, estando al acecho para atraparlo con sus propias palabras”. Ayúdame, Jesús, a ser valiente como tú, y desenmascarar las actitudes de las clases dirigentes de mi época. Porque si ellos se portan bien, hay menos injusticias. La corrupción desaparece con esa honradez del que manda.
Pero más importante aún es el día a día: «Son innumerables las ocasiones que tienen los seglares para ejercitar el apostolado de la evangelización y de la santificación. El mismo testimonio de la vida cristiana y las obras buenas realizadas con espíritu sobrenatural tiene eficacia para atraer a los hombres hacia la fe y hacia Dios» (Vaticano II. A. A. 6).
«Si los cristianos viviéramos de veras conforme a nuestra fe, se produciría la más grande revolución de todos los tiempos... ¡La eficacia de la corredención depende también de cada uno de nosotros! -Medítalo» (J. Escrivá, Surco 945).
Me decía un joven que no creía… y que renegaba de Dios con frecuencia. Le ayudé a ver que si se enfadaba con Dios, es porque creía en él, aunque no entendía algo que le pasaba… que se puede enfadar con su padre, pero no con alguien inexistente. Que muchas dificultades no generan una duda, sino que habrá que resolverlas… que la vida sin Dios es un absurdo, y queriendo arreglar el problema de que no se entienden muchas cosas, se problematiza todo aumentando los problemas… de ahí que entre el absurdo y el misterio, estamos llamados a escoger el misterio, con sus dificultades pero también sus alegrías… con su responsabilidad: «Si; os lo aseguro: se le pedirá cuentas a esta generación». Jesús, me vas a pedir cuentas de cómo aprovecho el don inmenso de la fe.
Si yo, que por ser cristiano tengo «la llave de la sabiduría», no doy buen ejemplo, estoy cerrando la puerta a otros que podían haberte conocido y amado... Si los cristianos vivieran de veras conforme a nuestra fe, se produciría la más grande revolución de todos los tiempos...  Ayúdame, Jesús, a ser coherente con mi fe cristiana. De este modo estaré contribuyendo a la nueva recristianización del mundo, que éste tanto necesita (Pablo Cardona).
2. Esboza Pablo la revelación de la salvación en Jesucristo: -“Todos los hombres están dominados por el pecado (la ley de Moisés servía solamente para dar conocimiento del pecado). Pero hoy -independientemente de la Ley- Dios manifestó su «justicia» que nos salva”. La visión que tiene Pablo de la humanidad podría parecer muy trágica: un mundo entero encerrado en el mal. Pero lo hace para que resalte más la salvación universal ofrecida también a todos los hombres. Contrapone la justicia divina a la cólera: Dios salva a quien lo acepta, no castiga.
-“Esta "justicia de Dios", dada por la fe en Jesucristo, es para todos los que creen”. La justicia de Dios culmina en Jesús, en la Cruz. La creencia judía de «merecer» la salvación, por la observancia de los preceptos de la Ley, se declara inútil: la salvación, la santidad, no son objeto de una conquista... se trata principalmente de un «don gratuito» que hay que acoger.
-En efecto, no hay diferencia alguna: todos los hombres pecaron y están privados de la gloria de Dios que los justifica por el don de su gracia. La gracia de Dios es ofrecida a todos. Pero es necesaria una cooperación del hombre y ésta es la Fe. El hombre no se salva por sus propias fuerzas. Pero tampoco Dios lo salva a pesar suyo (recordemos el problema de la interpretación protestante, de no creer en las obras y quedarse sólo con la fe).
-“En virtud de la redención realizada en Jesucristo. Porque Dios exhibió a Cristo en la cruz a fin que, por la ofrenda de su sangre, fuese perdón para todos los que creen en El”. Así, pues, ¡es Jesús quien nos salva y no nosotros! Nuestra parte consiste en agarrarnos a Él, en estar en comunicación con Él, vivir de Él, «creer en Él». La cruz es revelación de la gravedad del pecado, y de la inmensidad del amor de Dios.
-«La ofrenda de su sangre». Evocación del sacrificio de holocausto por los pecados, que se hacía en el templo de Jerusalén, y que eran señal de la ofrenda que sí salva: el Calvario y de la misa. En el día de la expiación el pecador era "rescatado" porque la sangre (símbolo de la vida) de la víctima era puesta directamente en contacto con Dios sobre el propiciatorio. Cristo es "propiciación" y su sangre (la vida) humana está en contacto permanente con Dios, ¡comprendida la muerte! Aquí sangre es signo de vida renovada por Dios, restaurada y perdonada. Un cambio de vida tiene el pecador al contacto con Dios. Esta palabra «la sangre de Jesús» en todo su realismo debe ayudarnos a orar. Nos recuerda el lado oneroso, el precio que pagó Jesús por nosotros. Nos invita a comulgar en su ofrenda.
-“En orden a mostrar su justicia, para ser él justo y justificador del que pertenece a Jesús por la fe”. Siempre la misma noción activa de la Justicia de Dios. ¿Te pertenezco a Ti, Señor Jesús? ¿Qué debo hacer para que mi pertenencia sea más sólida, más ligada a Ti, para comulgar contigo?
-“¿Dónde está entonces el derecho a gloriarse? ¡Queda eliminado...! Dios no es solamente Dios de los judíos, sino también de los paganos.” La concepción judía del mérito -el hombre que «se gana» la salvación mediante sus buenas obras-, está definitivamente destruida. Oremos unos por otros sin ser pretensiosos: Señor, te ofrezco mi vida y mis pobres esfuerzos para cooperar a esta salvación (Noel Quesson).
3. La justificación se ha producido ya en Jesucristo, mientras que la salvación (y el juicio de Dios) está reservado para el final de los tiempos (Rom 5,9). Para beneficiarse de la justificación, no sirve ninguna obra de la ley; sólo la fe permite llegar hasta ella. Por el contrario, para beneficiarse de la salvación final son necesarias las obras. La vida cristiana es, en efecto, una actividad rica en obras gracias a la compenetración de la acción divina y de la acción humana, compenetración que garantiza la gratuidad de la salvación, pero de una forma distinta de la gratuidad absoluta de la justificación (Maertens-Frisque). Es la actitud que nos sugiere el salmo: "si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir? Pero de ti procede el perdón... Mi alma espera en el Señor, espera en su palabra".

Llucià Pou Sabaté

martes, 15 de octubre de 2013

Miércoles de la semana 28 de tiempo ordinario
Dios pagará a cada uno según sus obras, según su corazón, judíos y griegos, todos somos hijos de Dios, y la salvación no depende de la rigidez en cumplir leyes sino en el amor de verdad.
“En aquel tiempo, dijo el Señor: -«¡Ay de vosotros, fariseos, que pagáis el diezmo de la hierbabuena, de la ruda y de toda clase de legumbres, mientras pasáis por alto el derecho y el amor de Dios! Esto habría que practicar, sin descuidar aquello. ¡Ay de vosotros, fariseos, que os encantan los asientos de honor en las sinagogas y las reverencias por la calle! ¡Ay de vosotros, que sois como tumbas sin señal, que la gente pisa sin saberlo! » Un maestro de la Ley intervino y le dijo: -«Maestro, diciendo eso nos ofendes también a nosotros.» Jesús replicó: -«¡Ay de vosotros también, maestros de la Ley, que abrumáis a la gente con cargas insoportables, mientras vosotros no las tocáis ni con un dedo!»” (Lucas 11,42-46).  
1. Jesús, echa hoy en cara a fariseos y escribas, para moverlos a conversión, el pecado de poner empeño escrupuloso en las normas insignificantes mientras desprecian lo esencial; en querer aparecer como irreprochables para ser honrados y estimados como piadosos.
-“¡Ay de vosotros, fariseos...” Lucas pudo agrupar aquí, durante la comida en casa de un fariseo, temas que fueron de hecho tratados en otra parte, como un resumen de diversas palabras de Jesús. En las palabras nos falta el tono con que hablabas, Jesús, sin duda cordial. También puede haber afectado a la redacción de esas palabras la enemistad que pronto hay con los fariseos, que atacan los cristianos de un modo tremendo, después de la caída de la ciudad de Jerusalén…
-“Vosotros pagáis el diezmo de la menta, de la ruda y de toda legumbre, y dejáis a un lado la justicia y el amor a Dios”. La importancia de los detalles se mide por el amor, por el cuidado de las cosas más importantes: "la justicia"... es decir ¡los "derechos" que mis hermanos tienen sobre mí!, "el amor de Dios"... es decir, lo que da valor a los gestos exteriores. Ayúdame, Señor, a valorar las cosas según su importancia. La salvación no está en saber mucho, sino en cumplir lo que se sabe, no en echar cargas sobre los hombros de los demás, sino en ayudar a los "pobres" a llevar su propia carga.
-“Esto había que practicar, y aquello... no omitirlo”. Señor, ayúdame a cumplir mis "pequeños" y mis "grandes" deberes. Jesús, sigues interpelándonos sobre las nuevas formas de ser "fariseos". Te pido vivir tus palabras: "esto habría que practicar (lo importante, lo fundamental), sin descuidar aquello (las normas pequeñas)". Los puestos de honor, la buena fama y el aplauso de todos, me puede gustar tanto que me despiste de lo fundamental.
-“¡Ay de vosotros, los fariseos, que os gusta estar en el primer banco en la sinagogas... y que se os salude en las plazas!...” ¿Apetezco también yo los honores, la consideración? ¿Qué forma tiene en mí ese orgullo universal?, ¿este afán o seguridad de tener la razón?, ¿ese querer llevar a los otros a pensar como yo? Hay mil maneras sutiles de querer el "primer puesto". El otro día un niño de unos 9 años me preguntaba cómo hacer que algún compañero no le “chinchara”, pues él no hacía nada malo… y al oírlo un amigo que estaba cerca, le dijo: “anda, ¡si eres tú que te pasas el día molestando a los demás!” Así somos, no nos conocemos mucho, y a veces vemos las cosas al revés…
-“Entonces un Doctor de la Ley intervino y le dijo: "Maestro, diciendo eso, nos ofendes también a nosotros". Pero Jesús replicó: "¡Ay de vosotros también, doctores de la Ley, que abrumáis a la gente con cargas insoportables, mientras vosotros ni las rozáis con el dedo!"”Y también me pregunto si hablo de lo que lucho por vivir, o impongo interpretaciones del evangelio que son demasiado exigentes, cargas insoportables, yendo más allá de lo que dice el Catecismo, cargando la conciencia de los que debería ayudar con cosas que no dan paz…
Jesús, te pones como modelo de dar paz, de no juzgar: "venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, porque mi yugo es suave y mi carga ligera" (Mt 11,29-30). Además, podemos caer en el fallo de ser exigentes con los demás y permisivos con nosotros mismos (J. Aldazábal).
Una vez más Jesús defiende a los pequeños, a los pobres, a los que no pueden cumplir toda la "Ley", de los doctores de la Ley, de los que son expertos en la materia y que lo saben todo. ¿Soy misericordioso con los pecadores? ¿con tantos hombres que no saben bien las exigencias de Dios? (Noel Quesson). ¡Qué paz, las palabras que nos dice el Señor, y muchos santos…! ¡Qué pena, cuando alguien está agresivo poniendo cargas en los demás! Jesús, tú denuncias esa ausencia del Dios de la vida en el ámbito de los dirigentes religiosos, te pido que sepa ser una persona con fe, y con humanidad, sin rigidez ni hipocresía.
         2. “Tú, el que seas, que te eriges en juez, no tienes disculpa; al dar sentencia contra el otro te condenas tú mismo, porque tú, el juez, te portas igual”. Ayer describió Pablo la decadencia pagana, y ahora el extravío judío. El hombre seguro de sí mismo, que se cree perfecto tiende a «juzgar a los demás» desde su superioridad. Y al hacer esto, se juzga a sí mismo porque hay en él las raíces mismas del mismo mal. Gracias. Señor, de darnos esta demora. Gracias de tu paciencia para conmigo.
Todos admitimos que Dios condena con derecho a los que obran mal, a los que obran de esa manera. Y tú, que juzgas a los que hacen eso, mientras tú haces lo mismo, ¿te figuras que vas a escapar de la sentencia de Dios? ¿O es que desprecias el tesoro de su bondad, tolerancia y paciencia, al no reconocer que esa bondad es para empujarte a la conversión?” El juicio está en manos de Dios. San Pablo se dirige a un imaginario interlocutor judío haciéndole ver que nadie puede considerarse justo, pues son pecadores ante Dios y la mera posesión de la Ley no es suficiente para salvarse.
Con la dureza de tu corazón impenitente te estás almacenando castigos para el día del castigo, cuando se revelará el justo juicio de Dios, pagando a cada uno según sus obras. A los que han perseverado en hacer el bien, porque buscaban contemplar su gloria y superar la muerte, les dará vida eterna; a los porfiados que se rebelan contra la verdad y se rinden a la injusticia, les dará un castigo implacable”. Dios mira el corazón de personas y no hace favoritismo hacia un pueblo o persona, al ser juzgado por lo que vive, por tanto no depende de ser judío o “paganos” para ser salvado: «seguir su conciencia», «la ley inscrita en su corazón» (Noel Quesson).
“Pena y angustia tocarán a todo malhechor, primero al judío, pero también al griego; en cambio, gloria, honor y paz a todo el que obre el bien, primero al judío, pero también al griego; porque Dios no tiene favoritismos”. Cada uno cosechará «según sus obras». Tenemos aquí motivo de reflexión sobre la importancia de nuestra libertad y de nuestro destino. «Tú que quitas el pecado del mundo, ¡ten piedad de nosotros!»
3. Como dice el salmo de hoy: "tú, Señor, pagas a cada uno según sus obras". Con la confianza puesta en Dios, en cuyo nombre vamos construyendo nuestro destino final: "sólo en Dios descansa mi alma, porque de él viene mi salvación, sólo él es mi roca y mi salvación... él es mi esperanza". Es un canto de confianza.
No podemos apegar el corazón a la riqueza, sino alejar toda ambición mala, que sería una confianza perversa. Somos como un soplo, si fuéramos más conscientes de nuestra caducidad y de nuestros límites como criaturas, escogeríamos el camino de tener confianza en Dios: esa ha de ser nuestra estrella polar en el comportamiento cotidiano, en las decisiones morales, en el estilo de vida.
Es algo que cuesta, cuando vemos las necesidades. Pero es el camino de identificación con Cristo. San Ambrosio argumenta: «Nuestro Señor Jesús, al asumir la carne del hombre para purificarla con su persona, ¿no debería haber cancelado inmediatamente la influencia maléfica del antiguo pecado? Por la desobediencia, es decir, violando los mandamientos divinos, la culpa se había introducido, arrastrándose. Ante todo, por tanto, tuvo que restablecer la obediencia para bloquear el foco del pecado... Asumió con su persona la obediencia para transmitírnosla»”.
Llucià Pou Sabaté