jueves, 11 de julio de 2013

Jueves de la 14ª semana de Tiempo Ordinario (impar): Dios está junto a nosotros, en nuestro trabajo, en nuestro corazón, y nos pide que seamos misioneros de su reino de paz, amor y misericordia.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: -«Id y proclamad que el reino de los cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios. Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis. No llevéis en la faja oro, plata ni calderilla; ni tampoco alforja para el camino, ni túnica de repuesto, ni sandalias, ni bastón; bien merece el obrero su sustento. Cuando entréis en un pueblo o aldea, averiguad quién hay allí de confianza y quedaos en su casa hasta que os vayáis. Al entrar en una casa, saludad; si la casa se lo merece, la paz que le deseáis vendrá a ella. Si no se lo merece, la paz volverá a vosotros. Si alguno no os recibe o no os escucha, al salir de su casa o del pueblo, sacudid el polvo de los pies. Os aseguro que el día del juicio les será más llevadero a Sodoma y Gomorra que a aquel pueblo»” (Mateo 10,7-15).

1. El estilo misionero tiene entre sus características la pobreza. Tus discípulos, Jesús, se ponen a disposición gratuitamente (su fe, su tiempo, su amistad), dan gratis lo que gratuitamente han recibido. Es lo que nos has enseñado, Señor: todo lo que hay en nosotros es don; por eso hemos de darlo y darnos. Y nos enseñas a contentarnos con lo estrictamente necesario. Y la tarea que nos das no es imponer la verdad sino una propuesta clara y convincente porque va atestiguada con nuestras vidas, y luego dejarla a la libertad del hombre (Bruno Maggioni).
-“Jesús recomendaba a los doce apóstoles”... Jesús, abres la boca y hablas. Trato de imaginar algo del tono de tu voz... de la atención te prestan los apóstoles... Les dices lo que llevas en el corazón... tus recomendaciones...
-"Proclamad que el Reino de Dios está aquí." Se busca, a veces a Dios "demasiado lejos": ¡de hecho está "aquí"! cerca de nosotros, como insistía san Josemaría: “Es preciso convencerse de que Dios está junto a  nosotros de continuo. -Vivimos como si el Señor estuviera allá lejos, donde brillan las estrellas, y no consideramos que también está siempre a nuestro lado. 
”-Y está como un Padre amoroso -a cada uno de nosotros nos quiere más que todas las madres del mundo pueden querer a sus hijos-,  ayudándonos, inspirándonos, bendiciendo... y perdonando.
”-!Cuántas veces hemos hecho desarrugar el ceño de nuestros padres diciéndoles, después de una travesura: ya no lo haré más! -Quizá aquel mismo día volvimos a caer de nuevo... Y nuestro padre, con fingida dureza en la voz, la cara seria, nos reprende..., a la  par que se enternece su corazón, conocedor  de nuestra flaqueza, pensando: pobre chico, qué esfuerzos hace para portarse bien!
”-Preciso es que nos empapemos, que nos saturemos de que Padre y muy Padre nuestro es el Señor que está junto a nosotros y en los cielos” (Camino).
Señor, ayúdanos a descubrir que estás próximo, junto a nosotros. Un Dios próximo, un Dios amoroso. No estoy nunca solo, incluso cuando me siento abandonado o solitario. Para poder proclamar a los demás la bondad, la proximidad de la presencia de Dios... primero hay que haber hecho la experiencia en sí mismo, personalmente. ¿Cómo podría decir a los demás: "el Reino de los cielos, la felicidad de los cielos esta aquí"... "Dios esta junto a ti"... si yo mismo no creyera en ello? ¡Ayúdanos, Señor, a creer que tu Reino ha comenzado!
«La Iglesia ha nacido con este fin: propagar el reino de Cristo en toda la tierra para gloria de Dios Padre, y hacer así a todos los hombres partícipes de la redención salvadora, y por medio de ellos ordenar realmente todo el universo hacia Cristo. Toda la actividad del Cuerpo místico, dirigida a este fin, recibe el nombre de apostolado, el cual la Iglesia lo ejerce por obra de todos sus miembros, aunque de diversas maneras» (Vaticano II.- A. A.-2).
Dices: "Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios." Resumes en estas cuatro frases todos los beneficios que los apóstoles deben aportar a sus hermanos, los hombres. Es lo que tú has hecho, Señor: curar, dar la vida, limpiar a pobres leprosos, liberar a los pecadores de sus pecados. El apóstol es el que distribuye beneficios... el que hace crecer a sus hermanos... el que les aporta luz, paz y alegría... Te pido, Señor, ser fiel a tus palabras: ¿Cuál será mi manera de ayudar, de servir, de curar?
-“De balde lo recibisteis, dadlo de balde. No os procuréis oro, plata ni moneda... ni alforja, ni dos túnicas, ni sandalias ni bastón... pues el bracero merece su sustento”. Tu simplicidad de vida es difícil de entender, Señor. Veo que ahí está mi verdadero crecimiento. Cuanto más se tiene, más se quiere... no se está nunca contento. Por lo contrario, el que sabe reducir al mínimo sus necesidades, encuentra una alegría y una libertad mayores: se contenta con poco.
-“Al entrar en una casa, saludad. Si la casa se lo merece, la paz que le deseáis se pose sobre ella. Si no se lo merece, vuestra paz vuelva a vosotros. Si alguno no os recibe, salid de esta casa”... Me das instrucciones para mi apostolado, sin imponer… tú nos dejas libres. Ofrecer la paz. Ofrecer la alegría. Dar aliento. No hay que sorprenderse si uno no tiene éxito, si no es aceptado: hay que conservar la paz y el gozo interior. Nuestra buena tentativa ha sido para el Señor (Noel Quesson).
Jesús nos habla de misión y de confianza: «En las empresas de apostolado está bien -es un deber- que consideres tus medios terrenos (2+2=4), pero no olvides ¡nunca! que has de contar, por fortuna, con otro sumando: Dios +2+2...» (J. Escrivá, Camino 471).
2. La historia de José llega a la escena culminante del reencuentro y la reconciliación con sus hermanos, una de las páginas más bellas de la Biblia, tanto en el aspecto literario como en el humano y religioso.
¿Viven todavía vuestros padres?» preguntó José. «Tenemos un padre anciano y un hermano pequeño, nacido en los días de su vejez; el hermano de éste murió, por lo tanto a su madre le queda sólo este hijo ¡y nuestro padre le ama!» -Dijo José: "Traédmelo, que puedan verlo mis ojos." Se trata de Benjamín, el pequeño y el último, el verdadero hermano de José, nacido de la misma madre: Raquel murió al dar a luz... esto explica el afecto muy particular de Jacob por esa mujer... y la ternura muy particular de José por "éste" que entre los restantes hijos de Jacob le recordaba las facciones de su propia madre. “¡Que puedan verlo mis ojos!” En medio de las rudezas de la época, contemplamos la maravilla del amor que ilumina todo lo que toca. “Dios es amor. El que ama, conoce a Dios”, dirá san Juan. Y en todo verdadero amor humano ¿sabemos reconocer a Dios?
Como se acabó el trigo, tuvieron que hacer un segundo viaje, y tienen que llevar al pequeño. “Jacob dijo: «Sabéis que mi mujer sólo me dio dos hijos. Uno lo perdí y dije: "¡Fue despedazado como una presa!" y hasta el presente no lo he vuelto a ver. Si ahora apartáis a éste de mi lado y le sucede alguna desgracia, haríais bajar penosamente mi vejez a la mansión de los muertos.” El amor paterno es una de esas maravillas que nos habla de Dios, como una verdadera participación en la paternidad de Dios «de quien toda paternidad toma nombre» (Ef 3, 15).
En este segundo viaje, José retiene a Benjamín. Cuando Judá le cuenta el disgusto del padre por la venta de José y pide que no le quiten ahora en su vejez al pequeño, José no puede ya contenerse más y, entre lágrimas, se da a conocer a sus hermanos: -“Entonces José no pudo contenerse, hizo salir a todo el mundo y cuando quedaron sólo los hermanos se dio a conocer a ellos y se echó a llorar a gritos”. Vencido por la emoción, José deja que lo reconozcan.
¡Soy José, vuestro hermano!» Sin duda el niño José Roncalli había oído esa emotiva historia de reconciliación cuando asistía al catecismo en su pueblo. Adulto, debió de meditar esa página de perdón fraterno. El caso es que siendo ya el Papa Juan XXIII, al recibir en audiencia a un grupo de judíos, con los brazos abiertos les dijo: «Yo soy José, vuestro hermano.»
«Yo soy José, vuestro hermano, al que vendisteis a los egipcios». Y les perdona: «acercaos a mí». Y añade: -“Ahora bien no os pese más ni os enoje haberme vendido aquí: pues para salvar vuestras vidas me envió Dios delante de vosotros”... ¡Si por lo menos, Señor, todos los hermanos separados, todos los hombres en pugna por conflictos... llegasen a tener esa misma visión de una historia que progresa hacia el encuentro fraterno y el amor! Y que Tú diriges, ¡oh Padre! (Noel Quesson). Nos hablas de Jesús, entregado por los suyos a la cruz; mientras él pide perdón al Padre por a sus verdugos, muestra que la salvación de Dios también actúa a través del mal y del pecado de las personas. Nosotros tendríamos que aprender, sobre todo, a perdonar a los que nos han ofendido. Difícilmente nos harán un mal tan grande como el que los hermanos de José o los discípulos de Jesús les hicieron a ellos. Ellos perdonaron. ¿Yo sé perdonar? ¿Hubiéramos tenido nosotros, en su lugar, la grandeza de corazón que aquí muestra José?, ¿y Cristo en la cruz?, ¿facilitamos que se puedan rehabilitar las personas, dándoles un voto de confianza, a pesar de que hayan fallado una o más veces? Aunque nos cueste, ¿sabemos perdonar?
3. El salmo comenta y desarrolla esta misma idea: «Recordad las maravillas que hizo el Señor. Llamó al hambre sobre aquella tierra... por delante había enviado a José, vendido como esclavo». Los planes de Dios son admirables. El va llevando a cumplimiento su promesa mesiánica por caminos que nos sorprenden. Este salmo, que sigue al que alaba la obra creadora de Dios, ensalza la obra que el Señor realiza en su redención con Israel su pueblo, y si en el anterior se refleja la gloria de Dios eternamente, eternamente en éste se proclama la Alianza divina con el pueblo elegido: Dios, que domina toda la tierra, cuida de todas sus criaturas, dio la tierra de Canaán a su pueblo y llena de alegría a sus elegidos, y si bien muchos de ellos pecan no por ello deja de favorecerlos con su bondad. José prepara la ida a Egipto que será luego con la opresión una ocasión de la pascua profética del Mesías, al igual que la tierra prometida es profética del cielo, Jerusalén de la ciudad celestial e Israel de la Iglesia… A la luz de la providencia divina y del cumplimiento de la palabra del Señor vemos toda la historia del mundo y personal nuestra.


Llucià Pou Sabaté 

miércoles, 10 de julio de 2013

Miércoles de la 14ª semana de Tiempo Ordinario (impar): Dios nos llama a una misión  para desarrollar los proyectos de su corazón, y así cuenta con nuestra colaboración para que su misericordia se vierte sobre la humanidad.

“En aquel tiempo, Jesús, llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia. Éstos son los nombres de los doce apóstoles: el primero, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago el Zebedeo, y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé, Tomás y Mateo, el publicano; Santiago el Alfeo, y Tadeo; Simón el Celote, y Judas Iscariote, el que lo entregó. A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones: -«No vayáis a tierra de gentiles, ni entréis en las ciudades de Samaria, sino id a las ovejas descarriadas de Israel. Id y proclamad que el reino de los cielos está cerca»” (Mateo 10,1-7).  

1. Seguimos en este segundo de los cinco grandes discursos de Jesús, en el que da a sus apóstoles unas consignas para su misión evangelizadora. Ya había insinuado la idea al final del evangelio de ayer, cuando Jesús contemplaba la abundancia de la mies y la escasez de obreros para la siega, invitándonos a orar al Padre para que envíe trabajadores a su campo.
 “-Jesús llamó a sus "doce"para enviarlos a misión. Tenemos ahora a los doce constituidos en "colegio apostólico", es decir, "misionero". "La Iglesia peregrina es misionera por su naturaleza, puesto que procede de la misión del Hijo y de la misión del Espíritu Santo, según el designio de Dios Padre" (Vaticano II: A.G. 2) "Así como, por disposición del Señor, San Pedro y los demás apóstoles forman un solo Colegio Apostólico, de igual modo el Romano Pontífice, sucesor de Pedro y los obispos, sucesores de los apóstoles se unen entre sí y forman un todo (ídem, L.G. III, 22). "El cuidado de anunciar el Evangelio en todo el mundo pertenece al "cuerpo de los pastores", ya que a todos ellos en común dio Cristo el mandato imponiéndoles un oficio común... Por tanto todos los obispos deben proveer a las misiones, no sólo de operarios para la mies, sino también de socorros espirituales y materiales." (ídem, L.G. III, 23).
Unos serán más célebres y otros quedan en la sombra... –“Y les dio autoridad sobre los espíritus "inmundos" para expulsarlos y curar todo achaque y enfermedad”. Nos mandas, Jesús, para curar, buscar la salud de alma y cuerpo… Destruir el mal. Hacer el bien. Nos llamas a cada uno para una misión, para que yo sea responsable contigo de la obra de salvación.
-“A los doce los envió Jesús con estas instrucciones:.. Id a las ovejas descarriadas de Israel. Por el camino proclamad que el Reino de Dios está cerca”. “Son muchos los cristianos persuadidos de que la Redención se realizará en todos los ambientes del mundo, y de que debe haber algunas almas —no saben quiénes— que con Cristo contribuyen a realizarla. Pero la ven a un plazo de siglos, de muchos siglos...: serían una eternidad, si se llevara a cabo al paso de su entrega.
”Así pensabas tú, hasta que vinieron a “despertarte”” (J. Escrivá, Surco 1). Dios llama a cada uno según su pensamiento amoroso, y vamos descubriendo en el tiempo lo que desde siempre había pensado para cada uno. Es un diálogo entre el Señor y nuestro interior, y vemos aquí condensada la teología de la vocación cristiana: el Señor elige a los que quiere para estar con Él y enviarlos a ser apóstoles (cf. Mc 3,13-14). En primer lugar, los elige: antes de la creación del mundo, nos ha destinado a ser santos (cf. Ef 1,4). Nos ama en Cristo, y en Él nos modela dándonos las cualidades para ser hijos suyos. Sólo en vistas a la vocación se entienden nuestras cualidades; la vocación es el “papel” que nos ha dado en la redención. Es en el descubrimiento del íntimo “por qué” de mi existencia cuando me siento plenamente “yo”, cuando vivo mi vocación.
¿Y para qué nos ha llamado? Para estar con Él. Esta llamada implica correspondencia: «Un día —no quiero generalizar, abre tu corazón al Señor y cuéntale tu historia—, quizá un amigo, un cristiano corriente igual a ti, te descubrió un panorama profundo y nuevo, siendo al mismo tiempo viejo como el Evangelio. Te sugirió la posibilidad de empeñarte seriamente en seguir a Cristo, en ser apóstol de apóstoles. Tal vez perdiste entonces la tranquilidad y no la recuperaste, convertida en paz, hasta que libremente, porque te dio la gana —que es la razón más sobrenatural—, respondiste que sí a Dios. Y vino la alegría, recia, constante, que sólo desaparece cuando te apartas de El» (San Josemaría).
Es don, pero también tarea: santidad mediante la oración y los sacramentos, y, además, la lucha personal. «Todos los fieles de cualquier estado y condición de vida están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad, santidad que, aún en la sociedad terrena, promueve un modo más humano de vivir» (Concilio Vaticano II).
Así, podemos sentir la misión apostólica: llevar a Cristo a los demás; tenerlo y llevarlo. Hoy podemos considerar más atentamente la llamada, y afinar en algún detalle de nuestra respuesta de amor.
2. Comenzamos hoy la deliciosa historia de José, a partir de cómo sus hermanos, por la envidia que sentían por él, el predilecto de Jacob, le vendieron a unos comerciantes que iban a Egipto, de cómo allí fue esclavo y estuvo en la cárcel, hasta que por su don de interpretar los sueños del Faraón, llegó a escalar posiciones muy altas en la corte, siendo nombrado primer ministro y administrador del reino (que leemos en Cuaresma, como imagen de Cristo vendido por los suyos). En la sequía que azota a Egipto y a los países limítrofes, incluido el de Canaán, vienen sus hermanos a comprar víveres para sus familias. José no se da a conocer de inmediato y los pone a prueba, pidiéndoles que le traigan al hermano menor, Benjamín, a quien quiere de modo especial porque son hijos de la misma madre (Raquel). Así se cumple el sueño en que los veía arrodillados a sus pies.
Cristina, una madre española en Tierra Santa, comentaba que hay que hablar de compartir, de solidaridad abierta a todos, con los niños: “Yo me siento enormemente afortunada (¡y orgullosa de ellos!) porque mis hijos conviven a diario, aquí en Israel, con emigrantes latinoamericanos que carecen de lo más necesario, han salido con frecuencia de sus cuartos, prestando sus camas, han trabajado doblando ropas que entregar a los que las necesitan, han ideado sistemas para facilitar la vida al prójimo, han regalado horas de descanso y diversión para que los que no tienen medios de formación cristiana pudieran acudir a ellos, quedándose sin siesta, etc. En conclusión, veo que siempre son los niños los más avanzados en esto de amar... ¿Será por esto que nos decía el Señor aquello de "si no os hacéis como niños..."?”
Los hermanos se portaron mal con José. Ahora, él los ayuda. Se nos dice que José es temeroso de Dios (=cumple sus mandamientos). A través de la lección que les da, ellos despiertan los recuerdos, toman conciencia de su culpabilidad. Sufriendo ellos, se dan cuenta de que han hecho sufrir. Pero no siempre es así. Desgraciadamente podemos permanecer inconscientes del daño. Te pedimos, Señor, ser más lúcidos respecto al daño que hemos podido infligir a nuestros hermanos. Esta historia simboliza la de todas aquellas familias que se dividen por razón de envidias o de intereses. Ruego por la reconciliación de los hermanos enemistados. Porque cabe pensar que José hubiera podido entonces aprovechar el poder que le daba su cargo para saciar su resentimiento. Por el contrario veremos que toma una actitud evangélica: "el perdón de las injurias". Perdónanos nuestras ofensas como nosotros perdonamos (Noel Quesson).
3. Vemos cómo el Señor transforma todo en bien: «dad gracias al Señor con la cítara... el Señor deshace los planes de las naciones, frustra los proyectos de los pueblos, pero el plan del Señor subsiste por siempre, los proyectos de su corazón, de edad en edad... Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre». La historia es una invitación a creer en la providencia de Dios, que, como tantas veces, escribe recto con líneas que han resultado torcidas por los fallos de los hombres. Cuántas veces, en la historia de la Iglesia, acontecimientos que parecían catastróficos, no lo fueron, sino que incluso resultaron providenciales para indicarnos los caminos de Dios y purificarnos de nuestras perezas o ambiciones. Por ejemplo, la invasión de los pueblos del Norte, en el siglo V, o la pérdida, en el siglo pasado, de los Estados Pontificios. También en nuestra historia particular hemos experimentado tal vez que lo que creíamos un fracaso ha resultado un bien para nosotros. Como para Ignacio de Loyola su herida en el sitio de Pamplona. Como para Jesús, cuya muerte -vendido como José por unas monedas- parecía el fracaso de todos sus planes salvadores, y fue precisamente el hecho decisivo de la redención de la humanidad. Dios sabe sacar siempre bien del mal.
Señor Dios nuestro, Señor de la historia: líbranos, por los méritos de tu Hijo Jesucristo, de la soberbia y el orgullo que nacen de la inteligencia, de la ceguera de ver que nuestros planes también van saliendo, sin atribuirte a ti el éxito. Qué difícil, Señor, despojarse de la corona de laurel que el mundo nos coloca a veces, y dejarse llevar dócilmente por tu Espíritu, quizá por caminos laterales, carreteras secundarias que no llevan a triunfos tan vistosos, pero sí a la colaboración con tu santísima voluntad.


  Llucià Pou Sabaté

lunes, 8 de julio de 2013

Martes de la 14ª semana de Tiempo Ordinario (impar): Jesús nos pide fe y sinceridad de vida para adorar a Dios, y nos envía con la misión de proclamar el Evangelio

“En aquel tiempo, presentaron a Jesús un endemoniado mudo. Echó al demonio, y el mudo habló. La gente decía admirada: -«Nunca se ha visto en Israel cosa igual.» En cambio, los fariseos decían: -«Éste echa los demonios con el poder del jefe de los demonios.» Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, anunciando el Evangelio del reino y curando todas las enfermedades y todas las dolencias. Al ver a las gentes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: -«Las mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies»” (Mateo 9,32-38).

1. “-Presentaron a Jesús a un endemoniado mudo”. Señor, ven a echar de mí los demonios mudos... Los demonios del silencio. “No hemos de alejarnos de Dios, porque descubramos nuestras fragilidades; hemos de atacar las miserias, precisamente porque Dios confía en nosotros.
”¿Cómo lograremos superar esas mezquindades? Insisto, por su importancia capital: con humildad, y con sinceridad en la dirección espiritual y en el Sacramento de la Penitencia. Id a los que orientan vuestras almas con el corazón abierto; no lo cerréis, porque si se mete el demonio mudo, es difícil de sacar.
”Perdonad mi machaconería, pero juzgo imprescindible que se grabe a fuego en vuestras inteligencias, que la humildad y —su consecuencia inmediata— la sinceridad enlazan los otros medios, y se muestran como algo que fundamenta la eficacia para la victoria. Si el demonio mudo se introduce en un alma, lo echa todo a perder; en cambio, si se le arroja fuera inmediatamente, todo sale bien, somos felices, la vida marcha rectamente: seamos siempre salvajemente sinceros, pero con prudente educación.
”Quiero que esto quede claro; a mí no me preocupan tanto el corazón y la carne, como la soberbia. Humildes. Cuando penséis que tenéis toda la razón, no tenéis razón ninguna. Id a la dirección espiritual con el alma abierta: no la cerréis, porque —repito— se mete el demonio mudo, que es difícil de sacar.
”Acordaos de aquel pobre endemoniado, que no consiguieron liberar los discípulos; sólo el Señor obtuvo su libertad, con oración y ayuno. En aquella ocasión obró el Maestro tres milagros: el primero, que oyera: porque cuando nos domina el demonio mudo, se niega el alma a oír; el segundo, que hablara; y el tercero, que se fuera el diablo.
Contad primero lo que desearíais que no se supiera. ¡Abajo el demonio mudo! De una cuestión pequeña, dándole vueltas, hacéis una bola grande, como con la nieve, y os encerráis dentro. ¿Por qué? ¡Abrid el alma! Yo os aseguro la felicidad, que es fidelidad al camino cristiano, si sois sinceros. Claridad, sencillez: son disposiciones absolutamente necesarias; hemos de abrir el alma, de par en par, de modo que entre el sol de Dios y la claridad del Amor.
Para apartarse de la sinceridad total no es preciso siempre una motivación turbia; a veces, basta un error de conciencia. Algunas personas se han formado —deformado— de tal manera la conciencia que su mutismo, su falta de sencillez, les parece una cosa recta: piensan que es bueno callar. Sucede incluso con almas que han recibido una excelente preparación, que conocen las cosas de Dios; quizá por eso encuentran motivos para convencerse de que conviene callar. Pero están engañados. La sinceridad es necesaria siempre; no valen excusas, aunque parezcan buenas (J. Escrivá, Amigos de Dios, 187-189).
-“Las multitudes decían admiradas: "Jamás se ha visto cosa igual" En cambio los fariseos decían: "Echa a los demonios con el poder del príncipe de los demonios."” ¿Ignorancia o mala fe? No sabemos las intenciones, sí que el poder diabólico se viste con la apariencia de la verdad…
-“Recorría Jesús todos los pueblos y aldeas, enseñando en las sinagogas, proclamando la buena noticia del Reino y curando todo achaque y enfermedad”. Es tu estilo, Señor: ahogar el mal en abundancia de bien, una actividad de "enseñar y sanar". Es el oficio o tarea del sacerdote y del cristiano. De pueblo en pueblo... vas a las sinagogas y a las calles, a la orilla del agua, bajo un árbol... repartiendo beneficios alrededor y aliviando cualquier pena o dolor...
-“Viendo al gentío, sintió compasión de ellos porque andaban maltrechos y derrengados como ovejas sin pastor”. Así comienza el segundo gran sermón de Jesús, llamado "Discurso misionero": Jesús enviará sus amigos en "misión" y les dará sus consignas... una especie de tratado teológico y práctico. Es esencial hacer oración sobre esta frase -viendo las muchedumbres-: ella revela algo esencial en el corazón de Jesús. La misión de la Iglesia nace aquí, en ese sentimiento que Jesús experimenta ante el gran desamparo de los hombres. La evangelización nace de esa misma observación, de esa misma mirada: "viendo" las muchedumbres... ¿Qué es lo que agota y aplasta hoy a los hombres? ¿Cómo puedo ser el "pastor" de mis hermanos? ¿Hacia qué pastos les conduciré? ¿Qué buena noticia les anunciaré?
-“Entonces dijo a sus discípulos: "La mies es abundante y los obreros pocos. Por eso rogad al dueño que mande obreros a su mies”. Rogar es la primera actividad misionera, la que hizo Santa Teresita, patrona de las misiones (Noel Quesson).
“No se nos puede ocultar que resta mucho por hacer. En cierta ocasión, contemplando quizá el suave movimiento de las espigas ya granadas, dijo Jesús a sus discípulos: «la mies es mucha, pero los obreros son pocos. Rogad, pues, al dueño de la mies que envíe trabajadores a su campo». Como entonces, ahora siguen faltando peones que quieran soportar «el peso del día y del calor». Y si los que trabajamos no somos fieles, sucederá lo que escribe el profeta Joel: «destruida la cosecha, la tierra en luto: porque el trigo está seco, desolado el vino, perdido el aceite. Confundíos, labradores; gritad, viñadores, por el trigo y la cebada. No hay cosecha».
No hay cosecha, cuando no se está dispuesto a aceptar generosamente un constante trabajo, que puede resultar largo y fatigoso: labrar la tierra, sembrar la simiente, cuidar los campos, realizar la siega y la trilla... En la historia, en el tiempo, se edifica el Reino de Dios. El Señor nos ha confiado a todos esa tarea, y ninguno puede sentirse eximido» (J. Escrivá, Es Cristo que pasa 158).
“Jesús, cuenta conmigo. Quiero trabajar esa tierra del mundo… Quiero ser uno de esos obreros que te ayude a recoger los frutos de tu Redención. Pero ¿qué he de hacer?” (Pablo Cardona).
«Son innumerables la ocasiones que tienen los seglares para ejercitar el apostolado de la evangelización y de la santificación. El mismo testimonio de la vida cristiana y las obras buenas realizadas con espíritu sobrenatural tienen eficacia para atraer a los hombres hacia la fe y hacia Dios» (Vaticano II, A. A. 6). Jesús nos da una misión: ser portadores de humanidad, estar en el mundo participando de las cosas del mundo. Salir a las periferias, como recuerda el Papa Francisco, como Jesús, a atender las necesidades de la gente. ¿No se puede decir que «la mies es mucha» y que muchos están «como ovejas que no tienen pastor»? Es bueno recordar el comienzo de aquel documento tan famoso del Vaticano II, la «Gaudium et spes»: «El gozo y la esperanza, la tristeza y la angustia de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de los afligidos, son también gozo y esperanza, tristeza y angustia de los discípulos de Cristo» (GS 1). Jesús, tú quieres seguir andando por los caminos haciendo el bien, a través de tus amigos, en este sentido todos somos «sacerdotes», partícipes de la realeza tuya, Jesús, de tu misión de profetizar y santificar.
2. Unos veinte años después de la visión de la escala que llega al cielo, de vuelta de Mesopotamia a su tierra de origen…
-“Jacob se levantó, tomó a sus dos mujeres con sus dos siervas y sus once hijos, pasaron por el vado del torrente Yabboq... e hizo pasar también todo lo que poseía”... Comienza pues por asegurar, tanto como humanamente puede, todo lo que más aprecia. ¡Parece un hombre próximo a enloquecer!
-“Jacob se quedó solo”. Era de noche. Siempre estamos solos ante las opciones más decisivas. Jesús también luchará solo en el Huerto de los Olivos. ¿Y yo? Mis soledades, mis responsabilidades, ¿las sé afrontar? -“Aquella noche, alguien luchó con él hasta rayar la aurora”. Combate que dura y dura toda una noche. ¡Batirse hasta rayar el alba!
-“Viendo que no le podía le tocó en la articulación femoral y se dislocó el fémur de Jacob mientras luchaba con aquél”. No es una pesadilla, pues sale señalado para toda la vida. ¡En adelante Jacob quedará cojo! “Jacob dijo: «No te soltaré hasta que me hayas bendecido.» El desconocido le preguntó: «¿Cuál es tu nombre?» -Me llamo Jacob. -En adelante no te llamarás Jacob, sino Israel, porque has sido fuerte contra Dios y contra los hombres”. Así, sin saberlo, se había batido contra Dios. Lo que se juega en nuestras luchas es a menudo más grave de lo que parece. Jacob, como nosotros, acababa de vivir la gran batalla de la «oración» en la forma simbólica de la lucha contra Dios: dudaba de la bendición de su padre, siente miedo terrible de afrontar la venganza de su hermano Esaú, y ahora rogó a Dios y combatió: «Dame de nuevo aquella bendición de antaño... ¡sálvame!» -“Jacob... Israel”... «Jacob», era el «astuto», «el que suplanta al otro». «Israel» es “el vencedor de Dios" el que ha soportado la prueba de la fe y ha salido airoso, aunque "herido". En mi oración puedo pensar en cada uno de esos símbolos para concretizarlos en mi propia aventura espiritual (Noel Quesson).
3. Hemos de tener confianza en Dios, que protege al justo ante la perversidad del malvado: «Señor, vengo a tu presencia, escucha mi apelación, atiende a mis clamores... yo te invoco porque tú me respondes, Dios mío... tú que salvas de los adversarios a quien se refugia a tu derecha... y al despertar me saciaré de tu semblante». El hombre de corazón sincero pide al Señor ayuda, la salvación. El apocalipsis nos dice que los salvados ante Dios “verán su rostro” (22,4). Mientras, podemos estar seguros de que Dios cuida a los suyos “como la niña de sus ojos” (cf Dt 32,10) las alas protectoras se expresan en otros lugares como las caricias de Dios padre-madre, hasta que el despertar de la muerte (como en Dn 12,2; Is 26,19) nos sorprenda con la contemplación del divino rostro, y mientras vivimos en la esperanza de ese saciarnos porque “la razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la comunión con Dios. El hombre es invitado al diálogo con Dios desde su nacimiento; pues no existe sino porque, creado por Dios por amor, es conservado siempre por amor; y no vive plenamente según la verdad si no reconoce libremente aquel amor y se entrega a su Creador” (Gaudium et spes 19).

Llucià Pou Sabaté
Lunes de la 14ª semana de Tiempo Ordinario (impar): Jesús nos salva en las dificultades, fomenta nuestra fe en que Él siempre nos socorre

En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba, se acercó un personaje que se arrodilló ante él y le dijo: -«Mi hija acaba de morir. Pero ven tú, ponle la mano en la cabeza, y vivirá.» Jesús lo siguió con sus discípulos. Entretanto, una mujer que sufría flujos de sangre desde hacía doce años se le acercó por detrás y le tocó el borde del manto, pensando que con sólo tocarle el manto se curaría. Jesús se volvió y, al verla, le dijo: -«¡Animo, hija! Tu fe te ha curado.» Y en aquel momento quedó curada la mujer. Jesús llegó a casa del personaje y, al ver a los flautistas y el alboroto de la gente, dijo: -«¡Fuera! La niña no está muerta, está dormida.» Se reían de él. Cuando echaron a la gente, entró él, cogió a la niña de la mano, y ella se puso en pie. La noticia se divulgó por toda aquella comarca” (Mateo 9, 18-26).

1. -Un jefe de la sinagoga se acercó a Jesús, se prosternó y le dijo: "Mi hija acaba de morir; pero ven tú, aplícale tu mano y vivirá". Es un notable, responsable de la reunión del culto de cada Sabat. Es ante todo un pobre hombre aplastado por el dolor: su hija ha muerto. Pienso en su pena... Es algo sorprendente la confianza que ese hombre tiene puesta en Jesús: ¡Todavía no ha resucitado a ningún muerto! Es una verdadera fe en lo imposible, y se atreve a pedirlo. "Ven, y aplícale tu mano". La mano de Jesús...
-“Jesús se levantó y lo siguió con sus discípulos”. Inmediatamente vas a atender a ese padre, Jesús.
-“En esto una mujer que sufría de flujos de sangre desde hacía doce años se le acercó por detrás y le tocó el borde del vestido... Jesús se volvió y al verla le dijo: "Animo, hija, tu fe te ha curado" y desde aquel momento quedó curada”. Marcos cuenta la escena con muchos detalles, Mateo subraya la fe. Pide a tus discípulos que "curen a los enfermos". También hoy Jesús cura por los sacramentos, también el amor de Dios continúa presente en la Eucaristía, donde le tocamos y Él nos cura.
-“Jesús llegó a casa del jefe de la sinagoga y al ver a los flautistas y el alboroto de la gente dijo: "Apartaos..."” Hay ciertos ambientes, quizá algo convencionales o falsos, que no te gustan, Jesús, y pides que salgan esos que pululan por ahí…
-“Pues ¡la niña no está muerta, sino dormida!” Será lo mismo que dirás sobre la muerte de Lázaro: "Vayamos a despertar a nuestro amigo" (Juan 11,11). Para ti, Jesús, la muerte no tiene el carácter temible que le damos... es más bien una especie de "sueño" del cual tú tienes el poder del despertar. Debo esforzarme constantemente en ver todas las cosas y situaciones como las miras, Jesús...
-“Pero ellos se reían de El. Cuando echaron a la gente, entró Jesús, cogió a la chiquilla de la mano y ella se puso en pie. La Noticia del hecho se difundió por toda la región”. Creo en ti, Señor, en tu poder de resucitar, de perdonar, de volvernos a la vida… te pido que me aumentes la fe, para creer más y mejor (Noel Quesson), para verte como Señor de toda la creación, de la vida y de la muerte, con poder sobre todo mal, que curas enfermedades... En eso consiste tu Reino, la novedad vienes a traer: la curación y la resurrección.
Te pido verte en los sacramentos, Señor, donde nos acercamos con más fe a ti y te «tocamos», o tú nos tocas a nosotros por la mediación de su Iglesia, para concedernos su vida. En el caso de aquella mujer, tú notaste que había salido fuerza de ti (como comenta Lucas en el texto paralelo). Así pasa en los sacramentos, que nos comunican, no unos efectos de algo antiguo, sino la vida que tú nos transmites hoy y aquí, desde su existencia de Señor Resucitado. Como dice el Catecismo, «los sacramentos son fuerzas que brotan del Cuerpo de Cristo, siempre vivo y vivificante» (CEC 1116).
El dolor de aquel padre y la vergüenza de aquella buena mujer pueden ser un buen símbolo de todos nuestros males, personales y comunitarios. También ahora, como en su vida terrena, Jesús nos quiere atender y llenarnos de su fuerza y su esperanza. En la Eucaristía se nos da él mismo como alimento, para que, si le recibimos con fe, nos vayamos curando de nuestros males (J. Aldazábal).

2. Jacob tiene que huir de Esaú. Salir de su tierra. Y es aquí donde le espera Dios. Vemos el origen del santuario de Betel, en el reino del Norte.
–“Jacob salió de Berseba y fue a Jarán. Llegando a un cierto lugar se dispuso a pasar la noche, porque ya se había puesto el sol. Tomó una de las piedras del lugar como cabezal y se durmió”. La escena es hermosa. Quizá pensaban en aquel tiempo que Yavéh era el «dios» de un lugar, unido a la Tierra Prometida. Si se viajaba fuera de «su» territorio, se perdía su presencia y su protección. Pero aquella noche... Jacob descubre que su Dios es un dios universal, presente en todo lugar.
Tuvo un sueño: Una escalinata apoyada en la tierra con la cima tocaba el cielo. Ángeles de Dios subían y bajaban por ella. El Señor estaba en pie sobre ella y dijo: -«Yo soy el Señor, el Dios de tu padre Abrahán y el Dios de Isaac”. Sí, en todo lugar de la tierra hay "comunicación" entre el hombre y Dios: ésta es la significación de esta escalera simbólica por la que suben y bajan los ángeles. Es el gran proyecto de Dios: establecer entre Dios y los hombres unas relaciones personales. ¡Cuánto nos cuesta convencernos de esto!
La tierra sobre la que estás acostado, te la daré a ti ya tu descendencia. Tu descendencia se multiplicará como el polvo de la tierra, y ocuparás el oriente y el occidente, el norte y el sur; y todas las naciones del mundo se llamarán benditas por causa tuya y de tu descendencia. Yo estoy contigo; yo te guardaré dondequiera que vayas, y te volveré a esta tierra y no te abandonaré hasta que cumpla lo que he prometido.” La promesa nos recuerda a Jesús cuando dice: -"Padre, quiero que donde yo esté, estén también conmigo los que tú me has dado" (Jn 17,24). Jesús es la escalera anunciada que une el cielo a la tierra: -"Voy a prepararos un lugar. Y cuando haya ido y os haga preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros" (Jn 14,2-3). -"El que me sirva, que me siga y donde yo esté, allí estará también mi servidor" (Jn 12,26).
-"Despertó Jacob de su sueño y dijo: Realmente el Señor está en este lugar y yo no lo sabía". Y yo tampoco lo sé la mayor parte de las veces. ¡Cómo cambiaría todo si tomáramos conciencia de ello más a menudo. No hay espacio profano. "Entre los puchero anda el Señor" decía Santa Teresa. En todo lugar hay una Presencia maravillosa. Aquí. ¡Donde me encuentro! «Tú estás aquí, en el corazón de nuestras vidas y Tú eres el que nos hace vivir.» ¿Soy capaz de descubrir esta realidad, como lo hizo el viejo patriarca, y de que ello cambie mi vida? Jacob erige un altar a Dios y llama a aquel lugar «casa de Dios», que es lo que significa Betel. Ahí recibe esa alianza divina, esa misión de formar un pueblo. También nosotros nos sentimos enviados de Dios a este mundo, cada uno en su ambiente. No tendremos sueños como el de Jacob. Tenemos algo mejor: Jesús es nuestro Mediador, que nos abre el acceso a Dios y nos ha llamado a ser discípulos suyos y a colaborar con él, siendo luz y sal y fermento en este mundo. Ante las dificultades que esto comporta, tenemos que saber escuchar la voz de Dios: «yo estoy contigo». Él nos ayuda en el camino, nos conoce, nos está cerca (Noel Quesson).
Buenaventura habla simbólicamente de esa escalera con motivo de la contemplación: «Este entrar en la divinidad y salir a la humanidad (de Cristo) no es otra cosa que el subir al cielo y bajar a la tierra, que se realiza en Cristo como por una escalera, de la cual se habla en el capítulo 28 del Génesis: Jacob vio en sueños una escalera...» Según eso, con el subir y bajar se significaban las dos formas de la contemplación: contemplación de la divinidad y de la humanidad de Cristo; las dos naturalezas están en él unidas y hacen de él una como escalera que conduce hacia arriba.
San Agustín recuerda la imagen de la escalera de Jacob en el primero de los llamados salmos graduales y evoca así a los ángeles que suben y bajan por la escala de Jacob: "bajar" es cosa distinta de "caer". Adán cayó, Cristo bajó. Caer es efecto de la soberbia, bajar servicio de la misericordia. Así, con los ángeles que suben se significan aquellos hombres que adelantan en la inteligencia espiritual de la Escritura; con los que bajan, los heraldos de la palabra, que se inclinan a los pequeños y les dan la comida que pueden soportar.
Gregorio ve en los ángeles que suben y bajan por la escalera de Jacob la imagen de los buenos predicadores de la palabra, cuyo deseo va no sólo hacia arriba, a los goces de la contemplación, sino que se inclina igualmente por la compasión hacia abajo, a los miembros de Cristo.
Isidoro, siguiendo su tendencia a las fórmulas exactas, especifica más la interpretación: El sueño de Jacob significa la pasión de Cristo, la piedra a Cristo mismo, la casa de Dios es Belén. Además, la escalera es Cristo, que se llamó a sí mismo «camino», los ángeles que están sobre ella son los evangelistas y predicadores, que suben para encontrar su divinidad y bajan para salir al encuentro de su humanidad; pero también suben los "carnales" para hacerse «espirituales», y bajan los "espirituales" para dar "leche" a los otros. Cristo empero, está arriba, en su cabeza, y abajo, en su cuerpo, que es la Iglesia: el subir y bajar desemboca por igual en él (Joseph Ratziger).
3 «Tú que habitas al amparo del Altísimo, que vives a la sombra del Omnipotente, di al Señor: Refugio mío, alcázar mío, Dios mío, confío en ti; él te librará de la red del cazador». El lector cristiano ve dirigido este salmo especialmente a Jesucristo, que en su resurrección se ha manifestado en plenitud con su auxilio divino (prometido en este salmo). Jesús promete para sus fieles esta protección divina. “Invocabit me et ego exaudiam eum, leemos en la liturgia de este domingo: si acudís a mí, yo os escucharé, dice el Señor. Considerad esta maravilla del cuidado de Dios con nosotros, dispuesto siempre a oírnos, pendiente en cada momento de la palabra del hombre (…) Nos oye el Señor, para intervenir, para meterse en nuestra vida, para librarnos del mal y llenarnos de bien: eripiam eum et glorificabo eum, lo libraré y lo glorificaré, dice del hombre. Esperanza de gloria, por tanto: ya tenemos aquí, como otras veces, el comienzo de ese movimiento íntimo, que es la vida espiritual. La esperanza de esa glorificación acentúa nuestra fe y estimula nuestra caridad” (san Josemaría Escrivá).
 “Con él estaré en la tribulación, dice Dios, ¿y yo buscaré otra cosa que la tribulación? Para mí lo bueno es estar junto a Dios, y no sólo esto, sino también hacer del Señor mi refugio, porque Él mismo dice: lo defenderé, lo glorificaré. Con él estaré en la tribulación. Gozaba –dice- con los hijos de los hombres. Se llama Emmanuel, que significa ‘Dios con nosotros’. Desciende del cielo para estar cerca de quienes sienten su corazón agitado por la tribulación, para estar con nosotros en nuestra tribulación (…) Para mí, Señor, es mejor sufrir las tribulaciones contigo que reinar sin ti, que vivir regaladamente sin ti, y que gloriarme sin ti. Es mejor para mí, Señor, unirme más iíntimamente a ti en la tribulación, tenerte conmigo en la hoguera que estar sin ti, incluso en el cielo: ¿qué me importa el cielo sin ti? Y contigo ¿qué me importa la tierra?” (S. Bernardo).


Llucià Pou Sabaté 

domingo, 30 de junio de 2013

Domingo XIII (ciclo C): Jesús nos llama en el camino de la vida, a una misión para la que se nos han concedido los dones que tenemos, y vamos creciendo en el amor y descubriendo esa misión
Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Y envió mensajeros por delante. De camino entraron en una aldea de Samaria para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron, porque se dirigía a Jerusalén. Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le preguntaron: -Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que acabe con ellos? Él se volvió y les regañó. Y se marcharon a otra aldea.
Mientras iban de camino, le dijo uno: -Te seguiré adonde vayas. Jesús le respondió: -Las zorras tienen madriguera y los pájaros, nido, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza.
A otro le dijo: -Sígueme. El respondió: -Déjame primero ir a enterrar a mi padre. Le contestó: -Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios.
Otro le dijo: -Te seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de mi familia. Jesús le contestó: -El que echa mano al arado y sigue mirando atrás, no vale para el Reino de Dios” (Lucas 9,51-62).
1. “Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Y envió mensajeros por delante”: Jesús va a Jerusalén: en Lucas la vida de Jesús fue un largo caminar hacia Jerusalén, su vida pública es un irse acercando a la meta, la Pascua. De Galilea a Jerusalén se pasa por Samaría, pero al saber que va al Templo, se enfadan porque ellos creen en el Garizín: “De camino entraron en una aldea de Samaria para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron, porque se dirigía a Jerusalén. Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le preguntaron: -Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que acabe con ellos? Él se volvió y les regañó. Y se marcharon a otra aldea”.  Jesús no quiere que nos dejemos llevar apor venganza o ira: «Si la regla de conducta del maestro debe ser siempre perseguir el vicio para corregirle, es muy conveniente que conozcamos que debemos ser firmes con los vicios, pero compasivos con el hombre» (San Gregorio Magno). Ayúdame, Jesús, a tener buen carácter, fuerte pero con tu mansedumbre, compasión por los demás.
“Mientras iban de camino, le dijo uno: -Te seguiré adonde vayas”… Jesús le dice que ya no tiene  casa propia. Ni siquiera la casa en la que ha crecido, la casa de su madre, cuenta ya. No  mira atrás. Es más pobre en esto que los animales, vive en una inseguridad total. No posee  más que su misión. Y al comienzo del evangelio se dice a dónde conduce esta misión: a su  «ascensión» se dice literalmente: ¿a la cruz? ¿Al cielo? Lucas deja abierta la cuestión. Es  típico que no se le reciba en la aldea de Samaría donde quería alojarse. Por eso no es  necesario mandar bajar fuego del cielo (H. von Balthasar). Es normal que «los suyos no lo reciban» (Jn 1,11). 
Comenta así san Agustín: “Escuchad lo que Dios me ha inspirado sobre este capítulo del evangelio. En él se lee cómo el Señor se comportó distintamente con tres hombres. Rechazó a uno que se ofreció a seguirlo; a otro que no se atrevía, lo animó; por fin, censuró a un tercero que lo difería. ¿Quién más dispuesto, más resuelto, más decidido ante un bien tan excelente, como es seguir al Señor a donde quiera que vaya, que el que dijo: Señor, te seguiré adondequiera que vayas? Lleno de admiración, pregunta: «¿Cómo es eso? ¿Cómo desagradó al maestro bueno, nuestro Señor Jesucristo, que va en busca de discípulos para darles el reino de los cielos, hombre tan bien dispuesto?». Como se trataba de un maestro que preveía el futuro, entendemos que este hombre, hermanos míos, si hubiera seguido a Cristo, hubiera buscado su propio interés, no el de Jesucristo, pues el mismo Señor dijo: No todo el que dice Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos (Mt 7,21). Éste era uno de ellos; no se conocía a sí mismo, como lo conocía el médico que lo examinaba, porque si ya se conocía mentiroso, falaz y doble, no conocía a quién hablaba. Pues es él de quien dice el evangelista: No necesitaba que nadie le informase sobre el hombre, pues él sabía lo que había en el hombre (Jn 2,25). ¿Y qué le respondió? Las zorras tienen madrigueras y las aves del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar su cabeza. Pero, ¿dónde no tiene? En tu fe. Las zorras tienen escondites en su corazón: eres falaz. Las aves del cielo tienen nidos en su corazón: eres soberbio. Siendo mentiroso y soberbio, no puedes seguirme. ¿Cómo puede seguir la doblez a la simplicidad?
En cambio, a otro que está siempre callado, que no dice nada y nada promete, le dice: Sígueme. Cuanto era el mal que veía en el otro, tanto era el bien que veía en éste. Al que no quiere, le dice: Sígueme. Tienes un hombre dispuesto -te seguiré adondequiera que vayas-, y dices: Sígueme a quien no quiere seguirte. «A éste -dice- le excluyo, porque veo en él madrigueras, veo en él nidos». Pero ¿por qué molestas a ése que invitas y se excusa? Mira que le impeles y no viene, le ruegas y no te sigue; pues, ¿qué dice? Iré primero a enterrar a mi padre. Mostraba al Señor la fe de su corazón, pero le retenía la piedad. Cuando nuestro Señor Jesucristo destina a los hombres al evangelio, no quiere que se interponga excusa alguna de piedad carnal y temporal. Ciertamente la ley ordena esta acción piadosa, y el mismo Señor acusó a los judíos de echar abajo ese mandato de Dios. También dice San Pablo en su carta: Éste es el primer mandamiento de la promesa. ¿Cuál? Honra a tu padre y a tu madre (Ef 6,2). No hay duda de que es mandato de Dios. Este joven, pues, quería obedecer a Dios, dando sepultura a su padre. Pero hay lugares, tiempos y asuntos apropiados a este asunto, tiempo y lugar. Ha de honrarse al padre, pero ha de obedecerse a Dios; ha de amarse al progenitor, pero ha de anteponerse el Creador. Yo -dice Jesús- te llamo al evangelio; te llamo para obra más importante que la que tú quieres hacer. Deja a los muertos que entierren a sus muertos. Tu padre ha muerto. Hay otros muertos que pueden enterrar a los muertos. ¿Quiénes son los muertos que sepultan a los muertos? ¿Puede ser enterrado un muerto por otros muertos?... Le amortajan, le llevan a enterrar y le lloran, a pesar de estar muertos, porque aquí se trata de los infieles.
En este texto nos ordenó el Señor lo que está escrito en el Cantar de los Cantares: Ordenad en mí el amor (Cant 2,4). ¿Qué significan esas palabras? Estableced una jerarquía, un orden y dad a cada uno lo que se le debe. No sometáis lo primario a lo secundario. Amad a los padres, pero anteponed a Dios. Contemplad a la madre de los Macabeos: Hijos, no sé cómo aparecisteis en mi seno (2 Mac 7). Pude concebiros y daros a luz, pero no pude formaros. Luego oíd a Dios, anteponedle a mí, no os importe el que me quede sin vosotros. Se lo indicó y lo cumplieron. Lo que enseñó la madre a sus hijos, eso mismo enseñaba nuestro Señor Jesucristo a aquel a quien decía: Sígueme.
Ahora entra en escena otro que quiere ser discípulo, quien, sin nadie haberle dicho nada, confiesa: Te seguiré, Señor, pero antes voy a comunicárselo a los de mi casa. En mi opinión, el sentido de las palabras es el siguiente: «Avisaré a los míos, no sea que, como suele acontecer, me busquen». Pero el Señor le replicó: Nadie que pone las manos en el arado y mira atrás es apto para el reino de los cielos. Te llama el oriente y tú miras a occidente. El presente capítulo nos enseña que el Señor eligió a los que quiso. Como dice el Apóstol, eligió según su gracia y conforme a la justicia de ellos (Sermón 100,1-3).
2. «Ve y vuelve», dice Elías a Eliseo, a quien ha elegido mientras éste ara con su yunta, y va a despedirse de sus padres, y se despide de todos con la comida asada de sus bueyes. «Luego se levantó, marchó tras Elías y  se puso a sus órdenes». No se trata de un servicio puramente humano, sino que, al ser  Elías un hombre de Dios, es ya un servicio a Dios. Para la Antigua Alianza esto es una  obediencia grandiosa a una llamada de Dios transmitida por el profeta (H. von Balthasar). Es vivir para el Señor, como reza el salmo: “El Señor es mi lote y mi heredad”.
3. «Vuestra vocación es la libertad», dice san Pablo: libertad para la que «Cristo nos  ha liberado», y no otra. No una libertad individualista, pues la libertad cristiana consistirá en  el servicio al prójimo: «Sed esclavos unos de otros por amor». Tampoco se trata del  libertinaje, pues entre los deseos de la carne y la libertad que nos da el Espíritu que nos  guía hay una contradicción directa, un antagonismo total. Que el hombre tenga que luchar  contra sí mismo y contra sus pasiones para conservar su verdadera libertad, nada dice  contra la libertad que le ha sido dada; también Cristo tuvo que luchar en sus «tentaciones»  (Lc 4,1-12). No se puede ser libre para hacer al mismo tiempo dos cosas contradictorias,  sino que para ser libre hay que superar la contradicción en uno mismo. La libertad de Cristo  es hacer siempre la voluntad del Padre, y seguir a Jesús en esto nos «hace libres» verdaderamente (Jn 8,31-32). La libertad a la que Cristo nos llama es su propia libertad, a  través de la cual participamos en la libertad intradivina, trinitaria, absoluta (H. von Balthasar). 

Llucià Pou Sabaté

viernes, 28 de junio de 2013

Sábado 12ª del tiempo ordinario (impar): Dios nos visita en Jesús, que viene a curarnos de nuestras dolencias y a bendecirnos, transformar las penas en alegrías

«Al entrar en Cafarnaún se le acercó un centurión y, rogándole, dijo: Señor, mi criado yace paralítico en casa con dolores muy fuertes. Jesús le dijo: Yo iré y lo curaré. Pero el centurión le respondió: Señor; no soy digno de que entres en mi casa; basta que lo mandes de palabra y mi criado quedará sano. Pues yo, que soy un hombre subalterno con soldados a mis órdenes, digo a uno: ve, y va; y a otro: ven, y viene; y a mi siervo: haz esto, y lo hace. Al oírlo Jesús se admiró, y dijo a los que le se guían: En verdad os digo que en nadie de Israel he encontrado una fe tan grande. Y os digo que muchos de Oriente y Occidente vendrán y se pondrán a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob en el Reino de los Cielos, mientras que los hijos del Reino serán arrojados a las tinieblas exteriores: allí será el llanto y el rechinar de dientes. Y dijo Jesús al centurión: Vete y que se haga conforme has creído. Y en aquel momento quedó sano el criado.» (Mateo 8, 5-13)

1. –“Al entrar Jesús en Cafarnaúm se le acercó un centurión o capitán del ejército romano, y le rogó diciendo...” El primer milagro había sido para un miembro del pueblo de Dios... excluido por su lepra. El segundo será en favor de un pagano. ¡Todo un programa! El movimiento misionero de la Iglesia ya está presente. La salvación de Dios no está reservada a unos pocos. Dios ama a todos los hombres; su amor rompe las barreras que levantamos entre nosotros. Jesús hace su segundo milagro ¡en favor de un capitán del ejército de ocupación!, ¡en favor de un pagano! Los romanos eran mal vistos por la población: muchos judíos fieles escupían al suelo, en señal de desprecio, después de haberles adelantado en el camino. Señor, es a este centurión despreciado que vas a escuchar, complacer y alabar. Prescindes del "¿qué dirá la gente?", no aceptas nuestras divisiones ni nuestros racismos ni estrecheces de corazón. Tu corazón es universal, misionero. Contemplo ese corazón que ama a todos los hombres.
-“Señor, mi criado está echado en casa con parálisis, sufriendo terriblemente”. Expone simplemente la situación; describe la dolencia; y lo más notable es que habla en favor de otro, de su criado. ¿Es así mi plegaria? ¿Qué parte ocupa en mi vida la plegaria de intercesión? Mi tendencia ¿es quizá rezar sólo para mí? Ayúdame, Señor, a tener presente a los demás en mis peticiones, a pensar en ellos y sentir como propias sus necesidades.
-“Jesús contestó: Yo mismo iré y le curaré”. Disponibilidad, respuesta inmediata. Compromiso de toda su persona para servir a un desconocido.
-“Señor, yo no soy quién para que entres bajo mi techo, pero basta una palabra tuya para que mi criado se cure”. Humildad profunda. Este pagano es muy consciente de que la ley judía le rechaza; esto debe dolerle. Sin embargo no quiere poner a Jesús en una situación de "impureza legal". Y, por delicadeza, quiere evitarle que entre en su casa. En la Misa ha quedado plasmada la oración del “pagano”, antes de que recibamos al Señor: "Yo no soy quién, yo no soy digno". –“Porque yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes; y si digo a uno que se vaya, se va; y a otro que venga, y viene”... Este hombre subraya el valor de la "palabra" del que tiene autoridad. Tú, Jesús, tu Palabra, tiene autoridad.
-“Al oír esto Jesús se admiró y dijo a los que le seguían: "En verdad os digo que en ningún israelita he encontrado tanta fe."” Jesús, Ayúdame a creer más y mejor.
-“Os digo que vendrán muchos de oriente y occidente a sentarse a la mesa con Abraham..”. En cambio a los ciudadanos del Reino los echarán afuera... Profecía: Jesús ve la entrada de los paganos en la Iglesia. Rezo por todos aquellos que se quedan aún esperando, por todos los que no se saben invitados al festín de Dios, a la mesa de Dios.
-Luego dijo Jesús: "Ve, que te sea otorgado lo que has creído". La Fe. Ella introduce al Reino. Aumenta nuestra fe, Señor; y haz que todos los hombres la descubran y la vivan (Noel Quesson).
Veo, Señor, tu solidaridad con nuestros males. Es lo que dijo Isaías: «Él tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades». Quiere curarnos a todos de nuestros males. ¿Será un criado o un hijo el que sufre, o nosotros los que padecemos fiebre de alguna clase? Jesús nos quiere tomar de la mano, o decir su palabra salvadora, y devolvernos la fuerza y la salud. Nuestra oración, llena de confianza, será siempre escuchada, aunque no sepamos como. Antes de acercarnos a la comunión, en la misa, repetimos cada vez las palabras del centurión de hoy: «no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme». La Eucaristía quiere curar nuestras debilidades. Ahora no nos toma de la mano, o pronuncia palabras. El mismo se hace alimento nuestro y nos comunica su vida: «el que come mi Carne permanece en mí y yo en él... el que me come vivirá de mí, como yo vivo de mi Padre» (J. Aldazábal).

2. –“En la encina de Mambré se apareció el Señor a Abraham, que estaba sentado a la puerta de su tienda. Era la hora más calurosa del día”. Una escena muy bella, muy simple y fácil de imaginar. Es así como Tú nos sorprendes, Señor, si estamos disponibles: en pleno mediodía, en el centro de nuestras jornadas, en el marco familiar de nuestras vidas. El largo caminar de Abraham está marcado por hitos, por puntos de referencia, por encuentros. Con frecuencia, como nosotros, tuvo que caminar de noche, sin verte, sin comprender. Y luego, de vez en cuando dabas una señal a Abraham, tu amigo. Hacías que sintiera tu proximidad. Ibas a él en la banalidad ordinaria de un pequeño suceso en apariencia. Un acontecimiento que era preciso descifrar y que otros no lo hubieran quizá interpretado así.
-“Vio a tres individuos de pie ante él”. Aparentemente son seres humanos, nómadas que van de paso. La acogida. La hospitalidad. El servicio prestado. El amor fraterno. La atención al otro. El don de sí. ¡Cuidado! no faltéis a la cita, es Dios que pasa. El texto bíblico dice «el Señor se apareció»: eres Tú el que se presenta a la entrada de la tienda, pero bajo la forma de tres viajeros misteriosos . El famoso icono de Rubliev no ha dudado en pintar las tres personas de la Trinidad a través de los desconocidos de este relato. ¿Tras de qué rostro te presentarás HOY, Señor? ¿Sabré encontrarte, a la entrada de mi tienda, hacia el mediodía?
-“Les sirvió agua, pan, un becerro tierno y sabroso, leche”... Hace preparar para ellos lo mejor que tiene, aquello que necesitan. Aquello que quizá esperaban, porque era mediodía. ¿Que esperan HOY de mí, los que viven conmigo?
-“La risa de Sara”. Trato de imaginarme esa risa algo trémula, esa alegría que estalla, que ilumina el rostro de ¡esa ancianita de noventa años! ¡No! es imposible; esos tres viajeros desconocidos están locos anunciando que Sara tendrá un hijo dentro de un año. Ríe porque le cuesta creer en esa promesa ridícula. Ríe también porque es feliz. ¿Es que hay algo demasiado maravilloso para el Señor? ¡Tal es la respuesta de Dios a la risa de Sara! En efecto, Dios propone siempre al hombre más de lo que éste se atreve a esperar. ¡Quieres, Señor, para nosotros, más de lo que queremos! Vas más allá de nuestros deseos. Tenemos un corazón demasiado pequeño. A través de esta «vida», concedida más allá de las leyes humanas, nos significas que quieres darnos una «vida» a la que no tenemos derecho. «Es que hay algo demasiado maravilloso para el Señor?» Quiero meditar esta palabra. Sí, lo creo, Señor. Tú quieres colmarnos. Tú quieres darnos mucho más de lo que te hemos pedido... pero frecuentemente «de otro modo». La vida terrestre, la que se desarrolla «junto a la encina de Mambre» o en otro lugar, la que ve nacer los niños en las familias... ¡es ya tan hermosa! Pero, ¡qué será la vida «maravillosa» que nos tienes destinada! (Noel Quesson).
Tres sonrisas: la de Abraham (17,17), la de Sara (18,12) y la de Ismael (21, 9), donde la traducción pone con frecuencia "juguetear", pero se trata siempre de la misma palabra. Estas son otras tantas alusiones al nombre de Isaac, forma abreviada de Yshq-EI, que significa «Que Dios sonría, que sea favorable». La sonrisa de Abraham expresa una cierta incredulidad ante la enormidad de la promesa; «la sonrisa nace del contraste», ha escrito Bergson. Sin embargo, la sonrisa de Abraham es ya una alegría ante la realidad maravillosa de la cual no puede dudar una vez que ha recibido la promesa de Yahvé. En Sara la sonrisa no es carencia de fe, no hace más que divertirse ante aquella promesa irrealizable (su sonrisa se convierte en una amplia risa de alegría ante el gozo del hijo). Isaac es la risa de Dios, figura de Jesús, "la alegría mesiánica".
3. Hoy cantamos el Magníficat de María de Nazaret, que alaba a Dios y recuerda la promesa hecha a Abrahán: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, porque ha mirado la humildad de su sierva... como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abrahán y su descendencia para siempre». El Catecismo aproxima a María a la figura de Abrahán: «Abrahán es el modelo de obediencia que nos propone la Sagrada Escritura. La Virgen María es la realización más perfecta de la misma» (144). Los «testigos de la fe son Abrahán, que creyó, esperando contra toda esperanza; la Virgen María que, en la peregrinación de la fe, llegó hasta la noche de la fe» (165). «Abrahán, por su fe, se convirtió en bendición para todas las naciones de la tierra. Por su fe, María vino a ser madre de los creyentes» (2676). Seremos fecundos también nosotros, si nos unimos a ese canto de María, que sigue: «Proclama mi alma la grandeza del Señor... porque ha mirado la humillación de su esclava... Auxilia a Israel, su siervo... y su descendencia por siempre». María es profeta del servicio a los demás…
Hay una gran afinidad con las bienaventuranzas de Lucas: dichosos los pobres y los hambrientos; ¡ay de vosotros, los ricos!... Se habla tanto de categorías sociales como de actitudes del corazón, indicando cómo todo cuanto Dios realizó en el Antiguo Testamento, dispersando a los poderosos y a los prevaricadores y defendiendo a sus pobres y a sus humildes, lo seguirá haciendo en la Nueva Alianza a través de la acción regeneradora de Jesús. Se trata, por tanto, de una síntesis de la historia, que sirve de prólogo al Evangelio (Carlo M. Martini).

Llucià Pou Sabaté
Viernes de la semana 12ª (impar): de los males, Dios saca bienes, pues quedamos purificados y crecemos con las dificultades, nos ayudan a unirnos a la cruz de Cristo y recibir la salvación
«Cuando bajó del monte le seguía una gran multitud. En esto, se le acercó un leproso, se postró ante él y dijo: Señor si quieres, puedes limpiarme. Y extendiendo Jesús la mano, le tocó diciendo: Quiero, queda limpio. Y al instante quedó limpio de la lepra. Entonces le dijo Jesús: Mira, no lo digas a nadie, sino anda, preséntate al sacerdote y lleva la ofrenda prescrita por Moisés, para que les sirva de testimonio.» (Mateo 8, 1-4)

1. Al bajar del monte, Jesús, te siguió un gran gentío. Te siguen "grandes muchedumbres", y al ver que luego no son fieles, te pido, Señor, que no se quede mi fe en sensiblería, sino en obediencia y fidelidad.
-“En esto se acercó a Jesús un leproso, y se puso a suplicarle: "Señor, si quieres, puedes limpiarme"”. Es el primer milagro concreto relatado por san Mateo, después de tu primer gran discurso, Jesús, pues no te contentas con "hermosas palabras" sino que pasas a los "actos": salvarás a muchos, como anuncio del cielo cuando todo mal será vencido. La lepra era el mal por excelencia... enfermedad contagiosa que destruía lentamente a la persona afectada, hombre o mujer, y que era considerada por los antiguos como un castigo de Dios, signo del pecado que excluye de la comunidad. (Dt 28,27-35; Lv 13,14). Y tú, Jesús, das la vuelta a todo esto dedicando el primer milagro a un leproso, alguien considerado impuro; y que todo lo que tocaba pasaba a ser impuro, no podía participar ni en el culto, ni en la vida social ordinaria; el leproso estaba afectado de un interdicto, de un tabú, que espantaba. Estaba prohibido tocarle.
-“Jesús extendió la mano y lo tocó diciendo: "¡Quiero, queda limpio!" Y en seguida quedó limpio de la lepra”. Me imagino lo duro que sería para mí que nadie me hablara, me mirara, se me acercara. Jesús, tú entras en el corazón de ese hombre. Curas sus heridas, las del cuerpo y del alma. Ofreces la mano tendida, el contacto como un signo de amistad, y por este humilde gesto, reintegras al pobre enfermo en la sociedad ordinaria de los hombres.
Contemplo tu gesto, Jesús: gesto de amor. Te rezo yo también, al ver mis lepras de egoísmo, de los pecados capitales: Señor, si quieres, ¡puedes limpiarme! Señor, si quieres, ¡puedes limpiar el mundo!
No quieres popularidad, Señor, mandas que no se pregone el milagro: danos una fe sencilla, una fe que no tenga necesidad de lo extraordinario. Veo también que aceptas las costumbres y las instituciones de su país y de su tiempo... muy sencillamente (Noel Quesson).
Jesús, nos «tocas» con su mano, como al leproso: nos tocas con los sacramentos, a través de la mediación eclesial. Nos incorporas a su vida por el agua del Bautismo, nos alimentas con el pan y el vino de la Eucaristía, nos perdonas a través de la mano de tus ministros extendida sobre nuestra cabeza.
Los sacramentos, como dice el Catecismo, son «fuerzas que brotan del Cuerpo de Cristo siempre vivo y vivificante, acciones del Espíritu Santo que actúa en su Cuerpo que es la Iglesia, obras maestras de Dios en la nueva y eterna alianza» (Catecismo, 1116).
Además, Jesús, tú nos pides que hagamos lo que tú, que nos acercarnos al que sufre, para extender nuestra mano hacia él, «tocar» su dolor y darle esperanza, ayudarle a curarse. Somos buenos seguidores tuyos, Jesús, si, como tú, salimos al encuentro del que sufre y hacemos todo lo posible por ayudarle (J. Aldazábal)
2. –“Dios dijo a Abraham... Dios le dijo también... Dios siguió diciendo... Abraham contestó... De nuevo dijo Dios”... Solamente en esta página Dios toma la palabra cinco veces. Dios habla con Abraham «en lo íntimo de su vida». El objeto de su conversación es la gran preocupación de Abraham de no tener un hijo. Con frecuencia quisiera yo también que rompieras tu silencio, Señor. Tengo la impresión de que te callas. Y me gustaría oír tu voz. Si te oigo tan pocas veces, ¿no será porque no sé interrogarte sobre lo que constituye «lo íntimo de mi vida»? Mis relaciones contigo no pueden quedar en vaguedades. Como sucedió con Abraham, mi vida debería ser la materia de nuestras conversaciones, entre Tú y yo. ¿Cuál es mi preocupación, mi sufrimiento en este momento? ¿Qué responsabilidades tengo, qué proyectos? ¿Qué tengo que hacer HOY? Sobre todo esto te pido que me digas una palabra. ¿Qué piensas de todo ello? Pero, si te oigo tan pocas veces, ¿no será, sobre todo, porque «no quiero oír» lo que Tú dices? O ¿será quizá porque sólo quiero escuchar lo que me agrada? Hago oídos sordos cuando oigo Palabras que no corresponden a mis deseos. En lugar de decir sinceramente: «Hágase tu voluntad»... siento la tentación de cambiar los papeles, diciendo «hágase mi voluntad»...
-“Anda en mi presencia y sé perfecto”. Primera palabra. Esto es lo que también me pides a mí: «¡Anda!» «¡Avanza!» No seas pasivo. Levántate. Encárgate de tu vida. «En mi presencia». Estoy contigo, te ayudaré si tú empiezas la andadura. «Sé perfecto». Haz todo lo que puedas, progresa en todas tus empresas, ve más lejos, más alto, continúa, no te desanimes nunca, puedes hacerlo mejor todavía. Repítemelo, Señor.
-“Observarás mi alianza... estableceré mi alianza contigo”. Segunda palabra. Tú te adelantas, Señor, te comprometes. Te alías. Y me pides que me comprometa contigo lealmente. «Una Alianza» =un contrato, una promesa firme de la cual no puede retractarse cuando se es hombre de honor y se ha dado palabra. «Entre tú y yo»=es ya una alianza de amor, como un desposorio. Para lo mejor y para lo peor. ¡Qué misterio, Señor! Tal es tu manera de amar. Y para sellar esa alianza con un signo concreto, un signo de pertenencia, Dios pide que toda la raza judía sea marcada por la «circuncisión». Dios hará de nuevo «Alianza» en el Sinaí, con su pueblo, en la sangre del cordero pascual. Pero, sobre todo, renovará una «Alianza» en el sacrificio del Cordero Verdadero, Jesucristo. Para poder vivir como «aliados» tuyos, Señor, no podemos apoyarnos en nuestras propias fuerzas. Todo se apoya en tu gracia. En Ti, Jesús. Gracias (Noel Quesson).
La circuncisión queda establecida, con esa manifestación de Dios con un sentido algo indeterminado (término El-Saddai, nombre con que Dios se manifestó a los patriarcas según la tradición sacerdotal): «Dios de las montañas», “Dios omnipotente” o “Dios de la abundancia”. Explica Clemente de Alejandría que se le pide a Abrahán vivir en presencia de Dios y ser perfecto: “ésta es la única manera de mantenerse sin tropiezo: tener presente que Dios está siempre a nuestro lado.” La vida es tanto un camino como un movimiento. Dios nos lo exige. Caminar en presencia de Dios o dedicarle totalmente la existencia ha de constituir la suprema aspiración de los justos y perfectos, como Abrahán. El cambio de nombre, como en el caso de Jacob (Gn 32,29), en el de Pedro (Jn 1,42; Mt 16,18) y en el de Sara, en este mismo capítulo (con evolución semejante a la de Abrahán; Sara etimológicamente significa «princesa»), expresa que Dios se apropia de tales personas. El compromiso se mantendrá. La circuncisión se convierte en signo de la aceptación, por parte del hombre, del compromiso liberador de Dios, y por eso se vincula tan íntimamente a la fe de Israel, sobre todo a partir del exilio, cuando nació la tradición sacerdotal (J. Mas Anto). Abrahán es el primero en la historia bíblica al que Dios cambia el nombre, con un significado preciso, su nuevo nombre es ahora “padre de multitud de pueblos”. Abrahán, el primer hombre –después de Adán- con el Dios habla personalmente en la Biblia, es el “hombre de la alianza”, y se convierte en la profecía de la Iglesia, según San Pablo (cf Rm 4,17: Biblia de Navarra). El cambio del nombre de Sara y su papel se ve mejor en el trozo que se lee mañana.

3. Canción de las subidas. Dichosos todos los que temen a Yahveh, los que van por sus caminos”. Los peregrinos lo cantaban caminando hacia Jerusalén. Jesús "subió" a Jerusalén con motivo de las fiestas, y entonó este canto. “Del trabajo de tus manos comerás, ¡dichoso tú, que todo te irá bien!” Aparece la "felicidad en familia", de una familia modesta. El hombre "virtuoso" y "justo" tenía que ser feliz, y ser recompensado ya aquí abajo con el éxito humano. Aún no conoce la resurrección de la carne. Cualquier palabra sobre el sufrimiento tiene que tener una apertura a la esperanza, al cielo, si no está cojo. El sufrimiento no es un castigo. Es un hecho. Y el éxito humano, no es necesariamente señal de virtud. Sigue siendo verdad en el fondo, que el justo es el más feliz de los hombres, al menos espiritualmente, en el fondo de su conciencia: "¡feliz, tú que adoras al Señor!": “Tu esposa será como parra fecunda en el secreto de tu casa. Tus hijos, como brotes de olivo en torno a tu mesa”.
Así será bendito el hombre que teme a Yahveh. ¡Bendígate Yahveh desde Sión, que veas en ventura a Jerusalén todos los días de tu vida”.
Llucià Pou Sabate


jueves, 27 de junio de 2013

Jueves de la semana 12 de tiempo ordinario

Meditaciones de la semana
en Word y en PDB
Edificar la vida sobre buena base es tener asentado todo en el amor de Dios, abrirnos así a su palabra y hacerla vida
«No todo el que me dice: Señor, Señor entrará en el Reino de los Cielos; sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los Cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor ¿pues no hemos profetizado en tu nombre, y arrojado los demonios en tu nombre, y hecho prodigios en tu nombre? Entonces yo les diré públicamente: Jamás os he conocido: apartaos de mí, los que habéis obrado la iniquidad. Por tanto, todo el que oye estas palabras mías y las pone en práctica, es como un hombre prudente que edificó su casa sobre roca: cayó la lluvia, llegaron las riadas, soplaron los vientos e irrumpieron contra aquella casa, pero no se cayó porque estaba cimentada sobre roca. Pero todo el que oye estas palabras mías y no las pone en práctica es como un hombre necio que edificó su casa sobre arena: cayó la lluvia, llegaron las nadas, soplaron los vientos e irrumpieron contra aquella casa, y cayó y fue tremenda su ruina. Y sucedió que, cuando terminó Jesús estos discursos, las multitudes quedaron admiradas de su doctrina, pues les enseñaba como quien tiene potestad y no como los escribas.» (Mateo 7, 21-29)
1. "No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos...". Leemos hoy las últimas recomendaciones del sermón de la montaña. Si ayer se nos decía que un árbol tiene que dar buenos frutos, y si no, es mejor talarlo y echarlo al fuego, hoy se aplica la misma consigna a nuestra vida: «no todo el que me dice, Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre». No se trata de decir palabras piadosas, sino de cumplir lo que esas palabras prometen.
A veces cambia mi estado de ánimo, Jesús, ocurre que las circunstancias cambian: aquellas prácticas de piedad que antes me llenaban, ahora no me dicen nada: o cambio de lugar y encuentro a faltar aquellos amigos y ese desarraigo influye en mi modo de sentirme; o los estudios o el trabajo me absorben más que en otras épocas: o simplemente, me canso de luchar. Y entonces, mi vida interior sufre como un descalabro, como un terremoto.
Jesús, ayúdame a reforzar los cimientos de mi vida cristiana a base de una vida de piedad más profunda, de una oración más constante, de un esfuerzo más serio por mejorar en las virtudes y en el estudio o trabajo profesional, de una mayor generosidad en el servicio a los demás (Pablo Cardona).
Te pido, Señor, que no haya divorcio entre mis palabras y mis hechos. Porque pienso que tú, Jesús, nos recuerdas que la santidad y la vida no se construye a base de palabras, sino de buenas obras: de amor, que se demuestra en hechos de generosidad, servicio, trabajo… Ayúdame, Señor, ayúdanos a todos, para no dejarnos llevar por un estado de ánimo, engaños como los que dicen: "hemos profetizado en tu nombre, hemos arrojado los demonios, hemos hecho milagros". Pero algo les falta, o es mentira o cumplieron pero por otros motivos, no por amor, pues les dices: "nunca os conocí; apartaos de mí". Quizá les pasan las dos cosas, y también que eran gente que les gusta escuchar, programar; pero que luego no hace, olvida obrar, aplicar los programas, y esta disociación es mala.
Jesús, pones también el ejemplo de la casa sobre roca. Dejarme llevar por mis fuerzas y cambios de ánimo, es como una casa construida sin cimientos. Se construye de prisa, pero está destinada a hundirse. Es el peligro de una oración ("Señor, Señor") que no se traduzca en vida y en compromiso ("la voluntad de Dios"), que no se convierte en nada práctico y operante. Lo esencial de la vida cristiana no es decir, ni tampoco confesar a Cristo de palabra, sino practicar el amor concreto a los pobres, a los oprimidos. Acuden a la mente las palabras de la escena grandiosa del juicio: "Venid, tomad posesión del reino, porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui peregrino y me acogisteis" (25,34ss). Más aquí no podemos evitar una pregunta: ¿Por qué a veces la oración se cierra en sí misma, la escucha de la palabra no se traduce en vida y el encuentro con los hermanos no se abre al mundo?
Como final de todo el discurso, Jesús, propones esta imagen. ¿Sobre qué estoy edificando yo mi vida: sobre roca, sobre arena? ¿Sobre qué construyo mis amistades, o mi vida de familia, o mi apostolado: sobre engaños y falsedades? ¿Y me extrañaré de que los derrumbamientos que veo en otras personas o en otras instituciones me puedan pasar también a mi? (J. Aldazábal).
La roca eres tú, Señor, y tu palabra, y la tempestad rompe la casa frágil si no está basada mi fuerza en ti, sino en mis fuerzas. En la fuerza de Dios es donde el hombre encuentra su consistencia.
También me hablas aquí de la necesidad de un compromiso concreto, de un esfuerzo continuo para pasar de las palabras a los hechos. No existe verdadera fe sin empeño moral. La oración y la acción, la escucha y la práctica, son igualmente importantes. Como dirás en la parábola del sembrador, hay gente que recibe la semilla con entusiasmo pero luego la deja secar, no tiene constancia o se deja llevar por los vientos del momento, por el afán de tener, de poder, la comodidad...
Las cosas indispensables son tres: escucha atenta, práctica y perseverancia. La muchedumbre se llenaba de estupor ante tus palabras, Jesús, porque enseñabas "con autoridad". Tus palabras tienen verdad, comprometen, exigen plena disponibilidad (Bruno Maggioni).
2. –“Sara dio en maltratar a su sirvienta Agar -que estaba encinta- y ésta huyó de su presenciaEl ángel del Señor la encontró junto a una fuente que hay en el desierto, camino del Sur”. Dios mismo, por medio de su mensajero, trata de arreglar las cosas. «Retorna donde tu ama... Muéstrate sumisa... Estás en cinta, darás a luz a un hijo y le darás por nombre Ismael”. De este modo, también HOY Dios está presente en todas partes donde hombres divididos entre sí se dañan mutuamente, tratando de ayudarlos a soportarse los unos a los otros. Te ruego, Señor, por los árabes y por los judíos. Te ruego por todos aquellos que están en conflictos...
El ángel le dice a la desconsolada Agar: «haré tu descendencia tan numerosa, que no se podrá contar... el Señor ha escuchado tu aflicción». Dejo que esta palabra penetre en mí. Dios se compadece. Considera a todo hombre como hijo suyo. Está presente con quien sufre. Señor, que mi oración por el mundo entero llegue hasta Ti. ¡Hay tantas aflicciones todavía después de la de Agar!
-“Agar dio a luz un hijo a Abraham, y Abraham le puso por nombre Ismael”. El origen del pueblo Islam=Ismael tiene relación con la Alianza y con la Fe monoteísta de Abraham. Al hijo de la esclava le alcanza el amor de Dios: se llama Ismael, que significa «Dios escucha». Dios ama también a los que nosotros consideramos que están fuera. Recordemos lo que el Concilio Vaticano II dijo (Nostra aetate, n. 3): «la Iglesia mira también con aprecio a los musulmanes, que adoran al único Dios vivo y subsistente, misericordioso y omnipotente... a cuyos ocultos designios procuran someterse por entero, como se sometió a Dios Abrahán, a quien la fe islámica se refiere de buen grado... Si bien en el transcurso de los siglos han surgido no pocas disensiones y enemistades entre cristianos y musulmanes, el Concilio exhorta a todos a que, olvidando lo pasado, ejerzan sinceramente la comprensión mutua». Las tres grandes religiones monoteístas -cristianismo, judaísmo, Islam- tenemos un común punto de referencia en Abrahán y su fidelidad a Dios. Lástima que no nos conozcamos ni estemos reconciliados. El que Dios ame también a Ismael nos debería enseñar a tener un corazón más universal y ecuménico para con las personas que no son de nuestra raza, de nuestra edad y cultura. Por desgracia las heridas entre árabes y judíos no se han cicatrizado. Para convencerse de ello basta evocar la actual situación política del próximo Oriente. De modo que, una vez más, un texto, aparentemente «lejano» y casi «arqueológico» se revela como de flagrante actualidad: la trágica envidia de Sara y Agar continúa en pleno siglo xx. Por lo mismo, los cristianos deberían también prodigar una mejor acogida a los árabes que vienen a trabajar entre nosotros... A través de ese contexto, ¡la «humanidad» de Dios quedará patente!»
Abraham por un momento creyó que ese hijo sería el cumplimiento de la «promesa». De sufrimiento en sufrimiento ¡avanza, a pesar de todo, hacia la realización de lo que Dios le ha prometido! Sara ¡por fin!, le dará un hijo. Señor, me atrevo a pedirte que mis titubeos y mis errores sirvan a tu designio. «Dios escribe recto en líneas torcidas.» ¡Afortunadamente! (Noel Quesson).
Vemos hoy el origen del pueblo Islam=Ismael y su relación con la Alianza y con la Fe monoteísta de Abraham. El hijo de la esclava parece no tener lugar en la historia de la salvación, pero también a él le alcanza el amor de Dios: se llama Ismael, que significa «Dios escucha». El ángel le dice a la desconsolada Agar: «haré tu descendencia tan numerosa, que no se podrá contar... el Señor ha escuchado tu aflicción». Dios ama también a los que nosotros consideramos que están fuera. Recordemos lo que el Concilio Vaticano II dijo (Nostra aetate 3): «la Iglesia mira también con aprecio a los musulmanes, que adoran al único Dios vivo y subsistente, misericordioso y omnipotente... a cuyos ocultos designios procuran someterse por entero, como se sometió a Dios Abrahán, a quien la fe islámica se refiere de buen grado... Si bien en el transcurso de los siglos han surgido no pocas disensiones y enemistades entre cristianos y musulmanes, el Concilio exhorta a todos a que, olvidando lo pasado, ejerzan sinceramente la comprensión mutua». Las tres grandes religiones monoteístas -cristianismo, judaísmo, Islam- tenemos un común punto de referencia en Abrahán y su fidelidad a Dios. Lástima que no nos conozcamos ni estemos reconciliados. El que Dios ame también a Ismael nos debería enseñar a tener un corazón más universal y ecuménico para con las personas que no son de nuestra raza, de nuestra edad y cultura. Por desgracia las heridas entre árabes y judíos no se han cicatrizado. Para convencerse de ello basta evocar la actual situación política del próximo Oriente. De modo que, una vez más, un texto, aparentemente «lejano» y casi «arqueológico» se revela como de flagrante actualidad: la trágica envidia de Sara y Agar continúa en pleno siglo xx. Por lo mismo, los cristianos deberían también prodigar una mejor acogida a los árabes que vienen a trabajar entre nosotros... A través de ese contexto, ¡la «humanidad» de Dios quedará patente!»
3. “¡Dad gracias a Yahveh, porque es bueno, porque es eterno su amor!” Tienen motivo para alegrarse los que le buscan ¡cuánto más lo que le hallan!: “¿Quién dirá las proezas de Yahveh, hará oír toda su alabanza?” Las maravillas de su Providencia a favor nuestro nos hacen cantar: “¡Dichosos los que guardan el derecho, los que practican en todo tiempo la justicia!” Es la esperanza de que todo llega a su tiempo: “¡Acuérdate de mí, Yahveh, por amor de tu pueblo; con tu salvación visítame, que vea yo la dicha de tus elegidos, me alegre en la alegría de tu pueblo, con tu heredad me felicite!

Llucià Pou Sabaté