miércoles, 22 de mayo de 2013


Miércoles de la VII semana del tiempo ordinario. La sabiduría va unida a la apertura a los demás, a la humildad del corazón
«Juan le dijo: Maestro, hemos visto a uno expulsando demonios en tu nombre y se lo hemos prohibido, porque no viene con nosotros. Jesús le contestó: No se lo prohibáis, pues no hay nadie que haga un milagro en mi nombre y pueda a continuación hablar mal de mí: el que no está contra nosotros, está con nosotros.»(Marcos 9, 38-40)
1. "Maestro, hemos visto a uno que en tu nombre echaba a los espíritus impuros, pero que no es de los nuestros y se lo hemos prohibido”. Decididamente, ¡cuán enzarzados se hallan todos en cuestiones de prelaciones, de envidias, de mezquindades! Jesús acaba de anunciar su Pasión en la que se hará el "último de los servidores"..., ha aconsejado a sus discípulos hacerse servidores y no buscar los primeros sitios. Y he aquí que la reacción de Juan, uno de los mejores, es una reacción de dominio, una voluntad de poder, una preocupación de conservar un monopolio; ¡quisiera guardar para él solo, acaparar para el grupo de los Doce el poder de Cristo! No juzguemos a los apóstoles, no juzguemos a nadie. Sería demasiado fácil, ya lo hemos dicho, aplicar el evangelio... a los demás. ¿Quién de nosotros no ha tenido alguna vez esos sectarismos de grupo? La capa de la solidaridad y de la defensa del bien común de nuestro medio ambiente, ¿no resulta a veces que de hecho estamos defendiendo nuestros propios intereses? ¿Quién de nosotros no ha buscado, algún que otro día, conservar ventajas adquiridas, impidiendo así que otros probaran su suerte?
-“Este hombre no está con nosotros, no es de los nuestros...” No forma parte de nuestro grupo. Y sin embargo... hace el bien, ¡expulsa los demonios en tu Nombre! Esta situación es muy frecuente y muy actual en la Iglesia de hoy. Sí, la gracia de Cristo actúa más allá de las estructuras visibles de Iglesia. Hombres y mujeres, como en tiempo de Jesús, no forman parte del grupo de discípulos y no obstante actúan en nombre de Jesús.
-“No se lo prohibáis”. He aquí la respuesta de Jesús. –“Pues ninguno que haga un milagro en mi nombre, hablará luego mal de mí”. Trabajar para Cristo, actuar en el mismo sentido que actuaba Cristo, es ya una cosa buena... que permite caminar hacia un conocimiento y una palabra conformes a Cristo. No es este el único pasaje del evangelio en el que Jesús da valor a la acción. Para muchos hombres de nuestro tiempo, es también por la acción recta, por el compromiso serio según la propia conciencia... que podrá instaurarse una pedagogía de la fe que llevará al descubrimiento más explícito de Cristo.
-“El que no está contra nosotros, está con nosotros”. Esto va en el mismo sentido… apertura total. Jesús invita a sus discípulos a confiar en el Espíritu Santo. La Iglesia actual, siguiendo a Jesús, quiere ser ampliamente abierta. El último Concilio voluntariamente renunció a hacer ninguna condena: ¿creo efectivamente que Dios actúa en todas partes? ¿Y que el Espíritu no es propiedad de ningún grupo? ¿Ni de ninguna estructura? El Espíritu sopla donde quiere. ¡No se lo impidamos! (Noel Quesson).
«Además, muchos elementos de santificación y de verdad existen fuera de los límites visibles de la Iglesia católica: la palabra de Dios escrita, la vida de la gracia, la fe, la esperanza y la caridad y otros dones interiores del Espíritu Santo y los elementos visibles. El Espíritu de Cristo se sirve de estas Iglesias y comunidades eclesiales como medios de salvación cuya fuerza viene de la plenitud de gracia y de verdad que Cristo ha confiado a la Iglesia católica. Todos estos bienes provienen de Cristo y conducen a Él y de por sí impelen a la unidad católica» (Catecismo 819)
 «Ama y practica la caridad, sin límites y sin discriminaciones, porque es la virtud que nos caracteriza a los discípulos del Maestro. -Sin embargo, esa caridad no puede llevarte -dejaría de ser virtud- a amortiguar la fe, a quitar las aristas que la definen, a dulcificaría hasta convertirla, como algunos pretenden, en algo amorfo que no tiene la fuerza y el poder de Dios»( J. Escrivá, Forja 456).
 2. –“La sabiduría exalta a sus hijos y cuida de los que la buscan. El que la ama, ama la vida. Los que la buscan desde la aurora, serán colmados de gozo. El que la posee tendrá la gloria en herencia, dondequiera que él entre, le bendecirá el Señor”. La sabiduría es como una madre que instruye a sus hijos, una maestra que busca el bien de sus discípulos, que les sale al encuentro, que les guía disimuladamente y les revela sus secretos. Actúa como mediadora entre Dios y los creyentes.
La sabiduría es fuente de «vida», de «gozo» y de «felicidad»… ¿«Amo yo la vida», según la invitación de ese pasaje de la Escritura? ¿Deseo ávidamente la sabiduría, hasta el punto de «andar buscándola desde la aurora»? ¡Inestimable valor de la mañana! Un nuevo día empieza para mí, para el mundo. ¿Cómo empleo esos primeros minutos de mi jornada? ¿Son para mí un instante de plenitud y de orientación?
-“Los que sirven a la Sabiduría, rinden culto al Dios santo. A los que la aman, los ama el Señor”. «Servir» a la Sabiduría... «Amar» a la Sabiduría... Es todo un estilo de vida. Este arte de vivir, este humanismo no es solamente privilegio de los creyentes. A todos… ¡el Señor «les» ama! El autor de esas frases vivía en pleno mundo helenístico pagano, y sabía admirar la sabiduría de las culturas de su tiempo; pero sabía también vincularlas a su propia visión religiosa. ¿Tengo yo esa misma tendencia profunda y equilibrada, que me facilitaría a la vez: reconocer los valores humanos vividos por tantos hombres de HOY... y hacer patente su relación a Dios de quien esos valores emanan y a quien rinden un verdadero culto: «la gloria de Dios es el hombre vivo»? La finalidad de la «revisión de vida» es la de habituarnos a tener esa doble mirada, a la vez humana y divina.
-“El que escucha la sabiduría... El que la sigue... El que a ella se confía... Al principio le llevará por recovecos, le hará sentir timidez, miedo y pavor; con su disciplina le atormentará hasta obtener su confianza... mas luego le conducirá al camino recto, le regocijará y le revelará sus secretos”. Hay en todo ello una idea muy interesante: la experiencia de la «búsqueda». Ser sabio no es una posesión orgullosa y de una vez para siempre. No hay peor error que creerse definitivamente seguro de poseer la verdad. Ser sabio, es, ante todo, «aceptar el aprendizaje», es «revisar» lo que uno sabe, «permanecer abierto a los progresos» es «aceptar los límites de la propia sabiduría» ¡para continuar buscando!
Ben Sirac llega hasta a hablar del «tormento» de la búsqueda. Querer comprender mejor el mundo, querer comprender mejor a Dios, no es un reposar... es una aventura. Requiere esfuerzo, una ruda «disciplina»... al final de los cuales se encuentra el gozo y el conocimiento de los «secretos del mundo».
-“La sabiduría le revelará sus secretos”. ¡Un secreto! Algo precioso, pero escondido, no aparente ni evidente. Hay que ir más allá de la superficialidad de las cosas hasta llegar a su núcleo más profundo. Condúcenos, Señor, hasta lo esencial. Revélanos tus secretos. Líbranos de las falsas soluciones y de las seguridades a corto término. Danos esa Sabiduría que proviene de Ti. Que nuestra luz sea tu Evangelio (Noel Quesson).
3. Al oir esta descripción de la sabiduría no podemos dejar de pensar que para nosotros, cristianos, la sabiduría de Dios nos está bien cercana y continuamente presente en Cristo Jesús, el Maestro, la Palabra viviente de Dios, que nos invita a seguirle, que nos acompaña en nuestro camino, que nos ayuda a discernir y a ver las cosas y los acontecimientos desde los ojos mismos de Dios: «Yo soy el camino y la verdad y la vida». Si hacemos caso a este Maestro, atesoramos su Palabra y la llevamos a nuestra vida, estamos en el camino de la verdadera felicidad.
A la larga, el que edifica sobre la sabiduría de Dios, y no sobre la del mundo o el propio capricho o los gustos de moda, tendrá ocasión de decir con el salmo: «mucha paz tienen, Señor, los que aman tus leyes», porque edifica sobre roca.
Llucià Pou Sabaté

martes, 21 de mayo de 2013


Martes de la semana 7 de tiempo ordinario: la cruz tiene un sentido transformador

«Una vez que salieron de allí cruzaban Galilea, y no quería que nadie lo supiese; pues iba instruyendo a sus discípulos y les decía: El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán, y después de muerto, resucitará a los tres días. Pero ellos no entendían sus palabras y temían preguntarle. Y llegaron a Cafarnaún. Estando ya en casa, les preguntó: ¿De qué discutíais por el camino? Pero ellos callaban, porque en el camino habían discutido entre sí sobre quién sería el mayor Entonces se sentó y llamando a los doce, les dijo: Si alguno quiere ser el primero, hágase el último de todos y servidor de todos. Y tomando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: El que reciba en mi nombre a uno de estos niños, a mí me recibe; y quien me recibe a mí, no me recibe a mí, sino al que me envió» (Marcos 9,30-37).
1. “-Jesús y sus discípulos atravesaban la Galilea, queriendo que no se supiese. Pues les enseñaba diciendo: "El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres."” Como Jesús no quiere que se utilice el titulo de "Hijo de Dios" utiliza constantemente el de "Hijo del hombre", que no está contaminado por interpretaciones judías, y en cambio recoge la profecía de la venida de Dios en Daniel,7-13-14… «Desde el comienzo de su vida pública, en su bautismo, Jesús es el «Siervo» enteramente consagrado a la obra redentora que llevará a cabo en el «bautismo» de su pasión» (Catecismo 565).
-“Le darán muerte y al cabo de tres días resucitará”. Es el segundo anuncio de la Pasión. Ni Buda, ni Mahoma ni ninguna ideología humanista han propuesto solución alguna a esta gran angustia del hombre que sabe que morirá. Solamente Jesús, serenamente, sencillamente dijo: le darán muerte y ¡tres días después resucitará! Jesús es aquel que se dirigía hacia la muerte en medio de una gran paz total... porque sabía que, detrás de la puerta sombría, le esperaba: no la nada desesperante, sino los brazos del Padre. La nueva liturgia de difuntos canta: "En el umbral de su casa, nuestro Padre te espera, y los brazos de Dios se abrirán para ti”.
-“Y los discípulos no entendían esas palabras y temían preguntarle”. Es una buena muestra de humanidad corriente, más bien mediana. Fueron transformados por un acontecimiento... fueron levantados por encima de sí mismos, e investidos de una fuerza y de una inteligencia que no venía de ellos. Siempre es así hoy en la Iglesia: no se la puede juzgar simplemente desde un punto de vista estrictamente humano.
-“¿Qué discutíais en el camino? Ellos se callaron porque habían discutido entre sí sobre quién sería el mayor”. He aquí su nivel de reflexión y de ambición. ¡Humanidad corriente, mediana!
-“Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”. En su Pasión, a la que alude, Jesús se hizo el último, el servidor. Así, el anuncio de la Cruz, no es sólo para El, sino también para nosotros. No hay otro camino para seguir a Jesús, que el de pasar por la muerte para llegar a la vida. ¿Es esto, desde ahora, mi vida cotidiana? (Noel Quesson).
Y pones el ejemplo de un niño… ayúdame, Señor, a ser niño, para entender tu Reino.
2. –“Hijo mío, si te dispones a servir al Señor, prepara tu alma para la prueba. Endereza tu corazón, permanece firme y valiente, no te atormentes cuando llegue la adversidad”. Vemos también nosotros los desórdenes e injusticias del mundo: millones de hombres que mueren de hambre, cataclismos colectivos, sufrimientos individuales, la enfermedad, la muerte. A diferencia de Job, Ben Sirac no plantea preguntas radicales sobre el mal. Hombre práctico, se contenta con dar consejos concretos sobre las actitudes a tomar cuando viene la prueba.
1º Tener paciencia, aceptar, esperar el final: -“Sé fiel, no te separes para que seas exaltado al fin de tu vida”. Todo lo que te sobrevenga, acéptalo; en los reveses de tu humillación, sé paciente. Es la sabiduría elemental de la mayoría de los pueblos: hay que acomodarse al dolor lo mejor posible. .. siempre que se presente. Pero no está prohibido pensar que las cosas se arreglarán, de ahí la invitación a «esperar», a «tener paciencia»; ver la prueba como algo temporal que un día terminará. Vieja filosofía de siempre. ¿Qué ponía Ben Sirac tras esas palabras «sé fiel para que seas exaltado al final"? ¿Veía una glorificación, una "exaltación" de los que han padecido? ¿Cómo, dónde, cuándo? Y nosotros, con las luces más precisas que la Pascua aporta al Viernes Santo, ¿qué ponemos detrás de esas palabras? Leo de nuevo, lentamente las exhortaciones del sabio, aplicándolas a Jesús en su misterio pascual... a mis propias pruebas... y a las pruebas del mundo.
2.° La prueba es fuente de purificación, de valores, «templa los caracteres": -“Porque en el fuego se purifica el oro, y los aceptos a Dios, en el crisol de la humillación”. Es mejor no usar a menudo ese argumento con los que vemos que sufren. No hay nada peor, a veces, que dar «buenos consejos» a los que están sufriendo. No obstante, convendría que nos aplicáramos ese argumento a nosotros mismos. Es un hecho de experiencia que si la prueba es a veces destructora, por lo menos aparentemente, también tiene, a menudo, un misterioso poder de valorización del hombre. Es un crisol. En él se decantan las impurezas y las gangas y aparece lo esencial del metal.
3.° Lo ideal sería vivir la prueba «en compañía» de Dios: -“Confiate a El y El te sostendrá... Espera en El”. Los que adoráis a Dios, contad con su misericordia... Confiaos a El y no os faltará la recompensa. Los que adoráis a Dios, esperad sus beneficios: gozo eterno y misericordia. El drama extremo es, precisamente, que el sufrimiento pueda hacernos dudar de Dios. Pero, aquí también, la experiencia corriente nos muestra que el hombre de Fe puede hallar en la "presencia" de Dios un reconfortante del cual suele verse privado el ateo. Pero no es algo automático. Ese "compañerismo" que Dios ofrece a los que sufren ha supuesto para El vivir personalmente la cruz del hombre, en Jesucristo (Noel Quesson).
La vida y la historia poseen una dimensión invisible a los ojos de la carne, un misterio "más allá interior". Lo mismo que la mirada del artista cuando contempla un cuadro penetra mucho más profundamente que la del hombre de la calle; o el enamorado cuando lee la carta de la novia ve mucho más allá de ese trozo de papel que tan fácilmente se arruga, así el cristiano frente al hombre, frente al mundo, y frente a su historia personal, "ve más allá" que los demás hombres. Es un vidente, San Pablo cuando escribe a Tito, llama a los cristianos los hombres del "superconocimiento".
Los hombres que carecen de ojos para ese "más allá interior" creen que Dios no existe; en cambio los hombres del "superconocimiento" lo descubren en las mismas realidades en que aquellos no vieron nada.
El evangelio nos dice que el discípulo de Cristo debe entrar generosamente -lo mismo que Jesús- en el plan del Padre, que no resulta nada agradable humanamente, sino que exige sacrificio.
Jesús camina con el deseo de encajar su vida en la voluntad del Padre: de muerte y resurrección. Nosotros caminamos con Cristo -pero haciendo el tonto- viendo quién va a ser tenido como más importante. Debemos pedir la sabiduría de Dios.
Pero las pruebas nos vienen bien: nos hacen madurar, nos acrisolan, como el fuego al oro. Las pruebas nos hacen pensar, nos invitan a relativizar tantas cosas y a dar importancia a las que valen la pena. Si nos desanimamos, es porque no confiamos suficientemente en Dios. Con su fuerza no hay dificultad insuperable. Con su luz vamos adquiriendo la verdadera sabiduría que nos trae también la felicidad (J. Almazábar).
3. Para no caer en la impaciencia y el pesimismo, que bloquean nuestra vida, tendremos que decirnos a nosotros mismos lo de Ben Sira: «Confía en Dios, que él te ayudará, espera en él y te allanará el camino». Y lo del salmo: «Confía en el Señor y haz el bien, porque el Señor ama la justicia y no abandona a sus fieles. Encomienda tu camino al Señor y él actuará». Hay momentos de oscuridad, sí, pero a la noche siempre le sigue la aurora. Hay crisis, pero los túneles llegan a su final y aparece la luz. Hay Viernes Santo, y es trágico, pero desemboca en el Domingo de la resurrección. Confiemos en Dios. Eso iluminará de sabiduría nuestra jornada.
Llucià Pou Sabaté

domingo, 19 de mayo de 2013


Solemnidad del  Domingo de Pentecostés; ciclo C. Jesús se queda con nosotros, por el Espíritu Santo que nos envía el Padre  
 “Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los  discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y  en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros.» Y  diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se  llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el  Padre me ha enviado, así también os envío yo.» Y, dicho esto, exhaló su  aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les  perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis,  les quedan retenidos.»” (Juan 20, 19-23)   
1. La misma tarde del domingo de Resurrección, Jesús apareció ante los Apóstoles  y les mandó el Espíritu Santo, con el perdón que la Iglesia puede administrar en su  nombre. Fue el regalo pascual del Espíritu Santo y la reconciliación como  Sacramento. Para ayudar a esta acción del Espíritu Santo en nuestra alma, que es el camino de  santificación, podemos dirigirnos a Él con la secuencia que hoy nos trae la Iglesia,  así aprendemos a tratar al que han llamado “El gran Desconocido”, y lo  conoceremos mejor al tratarlo: “Ven, Espíritu divino, / manda tu luz desde el cielo.  / Padre amoroso del pobre; / don, en tus dones, espléndido; / luz que penetra las  almas; / fuente del mayor consuelo. / Ven, dulce huésped del alma, / descanso de  nuestro esfuerzo, / tregua en el duro trabajo, / brisa en las horas de fuego, / gozo  que enjuga las lágrimas / y reconforta en los duelos. / Entra hasta el fondo del  alma, / divina luz, y enriquécenos. / Mira el vacío del hombre, / si Tú le faltas por  dentro; / mira el poder del pecado, / cuando no envías tu aliento. / Riega la tierra  en sequía, / sana el corazón enfermo, / lava las manchas, / infunde calor de vida en  el hielo, / doma el espíritu indómito, / guía al que tuerce el sendero. / Reparte tus  siete dones, / según la fe de tus siervos; / por tu bondad y tu gracia, / dale al  esfuerzo su mérito; / salva al que busca salvarse / y danos tu gozo eterno. Amén.”   
Los dones que los Padres de la Iglesia han explicado a partir de las palabras de Isaías que Jesús leyó en la sinagoga son: inteligencia que nos descubre con mayor claridad las riquezas de la fe; ciencia que nos lleva a juzgar con rectitud de las cosas creadas y a mantener nuestro corazón en Dios y en lo creado en la medida en que nos lleve a Él; sabiduría que nos hace comprender la maravilla insondable de Dios y nos impulsa a buscarle sobre todas las cosas y en medio de nuestro trabajo y de nuestras obligaciones; el consejo nos señala los caminos de la santidad, el querer de Dios en nuestra vida diaria, nos anima a seguir la solución que más concuerda con la gloria de Dios y el bien de los demás; la piedad nos mueve a tratar a Dios con la confianza con la que un hijo trata a su Padre; fortaleza que nos alienta continuamente y nos ayuda a superar las dificultades que sin duda encontramos en nuestro caminar hacia Dios; y temor que nos induce a huir de las ocasiones de pecar, a no ceder a la tentación, a evitar todo mal, a temer radicalmente separarnos de Aquel a quien amamos y constituye nuestra razón de ser y de vivir.
2. Los Hechos de los Apóstoles cuentan que “todos los discípulos estaban juntos el  día de Pentecostés”, el día de la fiesta judía de la siega. Los judíos celebraban esta  fiesta para dar gracias por las cosechas, 50 días después de la pascua, y esto  significa Pentecostés. Luego, el sentido de la celebración cambió por el dar gracias por la Ley (la Antigua Alianza): cuando subió al Monte Sinaí y recibió las tablas de  la Ley y le enseñó al pueblo de Israel lo que Dios quería de ellos: vivir según sus  mandamientos, y Dios se comprometió a estar con ellos siempre. La gente venía de  muchos lugares al Templo de Jerusalén, a celebrar la fiesta de Pentecostés. A los  50 días de que Jesús, grano de trigo caído en tierra, muriera y fuera sepultado, ha  dado mucho fruto y este fruto es el Espíritu Santo: “De repente un ruido del cielo,  como de un fuerte viento, resonó en toda la casa donde se encontraban”.  Queremos tratarte, Espíritu Santo, pues eres mucho más que la zarza ardiente de  Moisés, o la columna de fuego en el desierto o la tempestad que mostraba la  cercanía de Dios. Queremos aprender a tratarte, y contemplar hoy como fuego, así  como en el Sinaí te manifestaste, y como los Apóstoles “vieron aparecer unas  lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno”. 
Pentecostés es lo contrario de lo que pasó en Babel, donde los hombres que  intentaron escalar el cielo terminaron sin entenderse los unos a los otros. ¡Ayúdanos, Santo Espíritu, porque los hombres sólo podemos entendernos entre sí  cuando cada uno nos abrimos a tu gracia y no cuando luchamos para alzarnos  sobre las nubes!   
El otro día un niño me preguntó: así como para recibir la comunión tenemos la  comunión espiritual, para recibir al Espíritu Santo, ¿qué podemos rezar? Le invité a leer el  Salmo de hoy: “Envía tu espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra: Bendice,  alma mía, al Señor. / ¡Dios mío, qué grande eres! / Cuántas son tus obras, Señor; /  la tierra está llena de tus criaturas. / Les retiras el aliento, y expiran, / y vuelven a  ser polvo; / envías tu aliento y los creas, / y repueblas la faz de la tierra”. Llénanos  de tu amor, oh Espíritu Santo, para que tengamos el don de lenguas, para poder  llegar al corazón de las personas a las que tratamos. ¡Ven, oh Espíritu Santo, llena  los corazones de tus fieles, y enciende en ellos el fuego de tu amor. Envía tu  Espíritu y serán recreadas todas las cosas, para llenar de tu amor la faz de la tierra!(oración litúrgica).
La vida parece débil como un soplo, como el amor que depende de la voluntad del  amante al que se pregunta: “me quieres, sí o no?” Pero estas cosas importantes  de la vida no son tan débiles cuando el protagonista es el Espíritu Santo, fuerza de  Dios, el Amor en persona, que nos une a Cristo como a su cuerpo que es su familia  (Iglesia). Jesús nos dijo: “morará con vosotros y estará dentro de vosotros”. Así lo  explicaba S. Pablo: El amor de Dios se ha difundido en nuestros corazones por el  Espíritu Santo que se nos ha dado. Vamos a rezar con san Josemaría rezaba: "Ven  ¡oh Santo Espíritu!: ilumina mi entendimiento, para conocer tus mandatos: fortalece mi corazón contra las insidias del enemigo: inflama mi voluntad… He oído  tu voz, y no quiero endurecerme y resistir, diciendo: después…, mañana. Nunc  coepi! ¡Ahora!, no vaya a ser que el mañana me falte. / ¡Oh, Espíritu de verdad y  de sabiduría, Espíritu de entendimiento y de consejo, Espíritu de gozo y de paz!:  quiero lo que quieras, quiero porque quieres, quiero como quieras, quiero cuando  quieras…”  De joven preguntó a un sacerdote: -¿cómo hacer para aprender a tratar  al Espíritu Santo? Y este le contestó: -no hables, escúchalo dentro de ti. Y así fue  sintiendo ese Amor dentro. Santo Espíritu, ayúdame a saber tratarte más, ser tu  amigo, facilitarte el trabajo dentro de mí, de pulir, de arrancar, de encender...: “Divino Huésped, Maestro, Luz, Guía, Amor: que sepa agasajarte, y escuchar tus  lecciones, y encenderme, y seguirte y amarte"… “quémame con el fuego de tu  Espíritu!”, ayúdame a “que cuanto antes empiece de nuevo mi pobre alma el  vuelo..., y que no deje de volar” hasta descansar en Ti. Que presidas y des tono  sobrenatural a todas mis “acciones, palabras, pensamientos y afanes"... Que no  olvide que soy “templo de Dios”, que estás en el centro de mi alma: que te oiga y  atienda dócilmente tus inspiraciones: “Ven, Espíritu Santo, a morar en mi alma!”,  como dice S. Pablo: somos templos del Espíritu Santo. "¿No sabéis que sois templo  de Dios y que el Espíritu Santo habita en vosotros?". Pero para oírle hemos de  silenciar nuestro "bullicio interior" y mantener un diálogo con el Señor. Escuchar,  porque Dios habla bajito, sugiere, invita, nunca coacciona. Santo Espíritu, que sepa  decir que sí a tus mociones, para crecer en la vida de la gracia, corresponder a tu  Amor. Que no diga nunca que no, que no me enfríe, que me comporte como buen  hijo de Dios.
3. Nos habla san Pablo de la acción del Espíritu Santo, que es causa de todo lo bueno que tenemos. Tenemos un solo Espíritu..., un solo Señor..., un solo Dios. Dios está en nosotros como el alma en nuestro cuerpo, y nos da vida junto a lo más íntimo de nuestro yo. Todos somos un solo cuerpo en Cristo, la Iglesia se compone de miembros de un cuerpo, cada uno, enriquecidos con el don del Espíritu por el que podemos llamar a Dios Padre, y a Jesús el Señor. El mismo Espíritu Santo nos da los "carismas" o gracias que recibimos cada uno para edificar la comunidad.
Hemos visto estos días cómo Jesús envió su Espíritu, y esta venida solemne que celebramos hoy “no fue un hecho aislado. Apenas hay una página de los Hechos de los Apóstoles en la que no se nos hable de Él y de la acción por la que guía, dirige y anima la vida y las obras de la primitiva comunidad cristiana”, decía san Josemaría, que concretaba el trato con el divino Espíritu en tres palabras: docilidad a sus divinas inspiraciones, para eso vivir una vida de oración, unión con Jesús en la Cruz para participar del don de su Espíritu.
Jesús, que por tu Espíritu te sienta dentro de mí, guíame, como  cuando un niño aprende a ir en bici y necesita que le guíen. Tu fuerza, divino Espíritu, es como un GPS que no sólo nos ayuda a llegar a destino, sino que también nos da la fuerza para llegar. Te pedimos, Virgen María, Madre mía, así como sobre ti  descendió el Espíritu Santo en la concepción de Jesús, ayúdame para que también  yo sepa acoger hoy, en esta fiesta, al Espíritu Santo, como lo acogiste tú en ese día  que nació la Iglesia, ahí en el Cenáculo, donde Jesús se nos dio en la Eucaristía. Virgen Santísima, si tú  guías mi bicicleta, aunque pase por un sitio difícil contigo no caeré porque contigo  voy seguro. Tú eres mi esperanza, y con esta confianza tengo paz…  Los apóstoles  reunidos contigo recibieron al Espíritu, te pido que sepa yo también seguir sus inspiraciones para llevar el amor de Dios a este mundo tan  necesitado de la ternura de Dios. 
Llucià Pou Sabaté

sábado, 18 de mayo de 2013


Sábado de la 7ª semana de Pascua: Confiar en Jesús y seguirle, proclamar su Reino, es el camino de la felicidad: el Espíritu Santo viene a darnos esta alegría y abandono en el amor de Dios
Lectura del santo evangelio según san Juan (21,20-25): Volviéndose Pedro vio que le seguía aquel discípulo que Jesús amaba, el que en la cena se había recostado en su pecho y le había preguntado: Señor, ¿quién es el que te entregará? Viéndole Pedro dijo a Jesús: Señor, ¿y éste qué? Jesús le respondió: Si yo quiero que él permanezca hasta que yo vuelva, ¿a ti qué? Tú sígueme. Por eso surgió entre los hermanos el rumor de que aquel discípulo no moriría. Pero Jesús no le dijo que no moriría, sino: Si yo quiero que él permanezca hasta que yo vuelva, ¿a ti qué? Este es el discípulo que da testimonio de estas cosas y las ha escrito, y sabemos que su testimonio es verdadero. Hay, además,  otras muchas cosas que hizo Jesús, y que si se escribieran una por una, pienso que ni aun el mundo podría contener los libros que se tendrían que escribir” (Jn 21,20-25).
1. Pedro acaba de saber por boca de Jesús que será mártir. Morirá por los años 64-67 en los jardines de Nerón. En el Evangelio de hoy vemos que pregunta al Señor qué pasará con Juan. Con lo que dice Jesús hoy, Juan tendrá fama de "inmortal", y llegará de hecho a muy anciano… Dice S. Ireneo que Juan vivió mucho tiempo, alcanzando el imperio de Trajano (98-117).
Las palabras de Jesús quiero que resuenen hoy y siempre en mi corazón: “Tú sígueme”. Señor, quiero que esto sea lo importante en mi vida: seguirte. Que me convenza de que todo lo demás es secundario. Quiero seguir tu vida, Jesús: el plan que me das, mi vocación.
2. Pablo estará con Pedro en Roma. Los Hechos terminan hoy con esta llegada de Pablo a Roma acompañado por los hermanos de la ciudad, que habían salido a su encuentro; su situación es arresto domiciliario, y durante dos años puede enseñar libremente, “con un soldado que le custodiara”. Sin pérdida de tiempo, emprende la evangelización de Roma.  Convoca a los judíos, les habla primero a ellos, como siempre: “precisamente por la esperanza de Israel, llevo yo esas cadenas”. Les abre el sentido del Antiguo Testamento, portador de una "esperanza", que Jesús ha realizado.
Te pido, Jesús, que sepa leer las Escrituras cada día, para verte en ellas, para verme, para poder llevarte a los demás: “Pablo permaneció dos años completos en el lugar que había alquilado y recibía a todos los que acudían a él. Predicaba el Reino de Dios y enseñaba lo relativo al Señor Jesucristo con toda libertad y sin ningún estorbo” (Hch 28,16-20.30-31).
Hoy quedan las ruinas de los Foros y de Templos romanos. El apostolado de Pablo y los primeros cristianos será una levadura que fermentará toda la pasta. Señor, que yo sepa proclamar tu «reino», y para esto te pido que yo te deje «reinar» en mí, para poder hacer realidad el “hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo”. Hemos visto la conversión de muchos apóstoles de la fe cristiana: Pedro, Esteban, Felipe, Bernabé, Marcos, y luego hemos seguido a Pablo por sus correrías. Señor, sé que la historia continúa con otros protagonistas, que ya no salen en las Escrituras… que continúa con mi vida, con la vida de los que hoy formamos parte de tu Iglesia, que hoy sigue tu Espíritu Santo actuando en el mundo. Dame la fe de sentir tu presencia, tu acción en mí y en los demás.
3. Dios es mi Padre, y me quiere con locura. Me quiere como soy, con mis pecados y por eso envió a su Hijo, para perdonarme, para invitarme a vivir como hijo suyo: “El Señor es justo / y ama la justicia; / los rectos verán su rostro” (Salmo 10,7). Jesús, tú eres el Buen Pastor que me buscas como a la oveja descarriada, hasta que me tomas en tus brazos para llevarme al redil. Que me deje guiar, encontrar, salvar y amar por ti, Señor. “La alabanza conclusiva refleja la esperanza del justo. Ver el ‘rostro’ de Dios significa aquí tener libre y confiado acceso a Dios en el Templo, de modo parecido a como la expresión ‘ver el rostro del rey’ indica en otros pasajes del Antiguo  Testamento poder acceder a él libre y confiadamente. Jesús en las Bienaventuranzas promete asimismo a los limpios de corazón que verán a Dios” (Biblia de Navarra). Esta “promesa supera toda felicidad… en la Escritura, ver es poseer… el que ve a Dios obtiene todos los bienes que se pueden concebir” (S. Gregorio de Nisa).
Llucià Pou Sabaté

viernes, 17 de mayo de 2013


VIERNES DE LA SÉPTIMA SEMANA DE PASCUA: Pedro, pescador y pecador, por la misericordia divina es ahora pastor, su vida es ayudar a los demás. También la nuestra.

Lectura del santo evangelio según san Juan (21,15-19): Habiéndose aparecido Jesús a sus discípulos, después de comer con ellos, dice a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?» Él le contestó: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.» Jesús le dice: «Apacienta mis corderos.» Por segunda vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?» Él le contesta: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.» Él le dice: «Pastorea mis ovejas.» Por tercera vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?» Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le contestó: «Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero.» 
Jesús le dice: «Apacienta mis ovejas. Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras.» Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios. 
Dicho esto, añadió: «Sígueme.»

1. Hoy y mañana leemos las dos últimas páginas del evangelio de san Juan. Después de esta segunda pesca milagrosa y el desayuno que Jesús les preparó, viene un diálogo con Pedro, con las tres preguntas de Jesús y las tres respuestas del apóstol que le había negado. -“Simón, ¿me amas más que éstos?” Ante las tres negaciones antes del gallo, tres preguntas para confiarle su misión de Papa.
Señor, tres fueron las negaciones de Pedro, y para que no esté triste tres son las veces que preguntaste a Pedro si te quería. Jesús, quiero decirte no 3 sino 33 veces cada día que te quiero. Procuraré que no me agobien más mis faltas de amor, te pido que sepa arreglarlas con actos de amor. Que sepa acudir al sacramento del perdón, el sacramento de la alegría.
Jesús, a ti también me preguntas: "¿Me amas, Tú?" Noto que no puedo excusarme con lo que dicen los demás; te digo de corazón: -“Sí, Señor, Tú sabes...” y me respondes que haga apostolado: -“Apacienta mis corderos”. He de ser buen pastor para los demás, dar la vida por ellos.
Tres veces Jesús le pregunta a Pedro: "¿Me amas, tú?" Recuerdan a Pedro las tres negaciones a su Maestro. Responde ´Yo te amo´, sin decir ´más que estos´. Con su fracaso, aprendió humildad. Señor, que yo también confíe más en Ti y menos en mí, y, que no me compare con nadie.
Jesús usa dos veces el verbo amar (amor de agapé: agapás me) y Pedro contesta siempre con otro verbo: te quiero (amor de amistad, filia: filo se), no se atreve a decir que ama con un amor tan grande como el que Jesús nos ama. La tercera vez Jesús toma el verbo de Pedro: me quieres (filéis me), se pone a su altura, y Pedro le contesta ya con humildad: “tú lo sabes todo… me conoces”. Señor, que también yo sea consciente de la debilidad de mi amor, y te ame con el Tuyo. Recuerdo la historia de una niña, a la que cuando su madre le apaga la luz de noche, ella le dice “mamá, te amo con todo tu corazón”. La madre responde: “se dice con todo mi corazón” pero la niña insiste: “no, con tu corazón, que es más grande”.
1. Pablo dice en la lectura de hoy que Jesús está vivo: no se ha ido de entre nosotros; sólo se ha hecho invisible. Jesús, sé que continúan conmigo, que habitas en mi interior, por tu Espíritu. En preparación a la fiesta de Pentecostés, podemos rezarle esta Secuencia: “Ven, Espíritu divino, / manda tu luz desde el cielo. / Padre amoroso del pobre; / don, en tus dones espléndido; / luz que penetra las almas; / fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma, / descanso de nuestro esfuerzo, / tregua en el duro trabajo, / brisa en las horas de fuego, / gozo que enjuga las lágrimas / y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma, / divina luz, y enriquécenos. / Mira el vacío del hombre / si tu le faltas por dentro; / mira el poder del pecado / cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía, / sana el corazón enfermo, / lava las manchas, infunde / calor de vida en el hielo, / doma el espíritu indómito, / guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones / según la fe de tus siervos. / Por tu bondad y tu gracia / dale al esfuerzo su mérito; / salva al que busca salvarse / y danos tu gozo eterno. / Amén”.
2. En espera de la venida del Espíritu Santo, en el Salmo damos gracias a Dios por tantos dones: ser hijos suyos, la redención: Bendice, alma mía, al Señor, / y con todo mi ser a su Nombre santo. / Bendice, alma mía, al Señor, no olvides ninguno de tus beneficios. / Pues cuando se elevan los cielos sobre la tierra, / Así prevalece su misericordia con los que le temen. / Cuanto dista el oriente del occidente, / así aleja de nosotros nuestras iniquidades. / El Señor estableció su trono en los cielos, / su reino domina todas las cosas. / Bendecid al Señor, ángeles suyos, / fuertes guerreros, que ejecutáis sus mandatos, prestos a obedecer a la voz de su palabra” (Salmo 103/102,1-2.11-12.19-20). No es Dios un juez, sino un Padre lleno de amor y de ternura por sus hijos.

jueves, 16 de mayo de 2013


JUEVES DE LA SÉPTIMA SEMANA DE PASCUA: Jesús ruega por la unidad de los cristianos, en Él recibimos la felicidad: aquí la vida de la gracia y luego la gloria.
Evangelio (Jn 17,20-26): En aquel tiempo, Jesús, alzando los ojos al cielo, dijo: «Padre santo, no ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí, para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno, y el mundo conozca que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí.
 
»Padre, los que tú me has dado, quiero que donde yo esté estén también conmigo, para que contemplen mi gloria, la que me has dado, porque me has amado antes de la creación del mundo. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido y éstos han conocido que tú me has enviado. Yo les he dado a conocer tu Nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos».

1. Son las últimas palabras de la oración de Jesús en el Cenáculo el jueves santo, y pide por la unidad... vemos hoy que la Iglesia da pasos importantes hacia la unidad, con el acercamiento de muchos anglicanos, y los ortodoxos de varios países de oriente. Este movimiento ecuménico ha sido realzado por el Concilio Vaticano II; unidad de: “los que invocan al Dios Trino y confiesan a Jesús como Señor y Salvador; y no sólo individualmente, sino también reunidos en grupos, en los que han oído el Evangelio y a los que consideran como su Iglesia y de Dios. No obstante, casi todos, aunque de manera diferente, aspiran a una Iglesia de Dios única y visible, que sea verdaderamente universal y enviada a todo el mundo, a fin de que el mundo se convierta al Evangelio y así se salve para gloria de Dios». Hoy pedimos al Espíritu Santo esta unidad de la fe, de los sacramentos y de la comunión jerárquica.
Señor, te pido esta unidad unido a tu corazón. Lo haré ahora con palabras de san Josemaría Escrivá: “¡Con qué acentos maravillosos ha hablado Nuestro Señor de esta doctrina! Multiplica las palabras y las imágenes, para que lo entendamos, para que quede grabada en nuestra alma esa pasión por la unidad. Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el labrador. Todo sarmiento que en mí no lleva fruto, lo cortará; y a todo aquel que diere fruto, lo podará para que dé más fruto... Permaneced en mí, que yo permaneceré en vosotros. Al modo que el sarmiento no puede de suyo producir fruto si no está unido con la vid, así tampoco vosotros, si no estáis unidos conmigo. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; quien está unido conmigo y yo con él, ése da mucho fruto, porque sin mí nada podéis hacer (Jn 15, 1-5).
¿No veis cómo los que se separan de la Iglesia, a veces estando llenos de frondosidad, no tardan en secarse y sus mismos frutos se convierten en gusanera viviente? Amad a la Iglesia Santa, Apostólica, Romana, ¡Una! Porque, como escribe San Cipriano, quien recoge en otra parte, fuera de la Iglesia, disipa la Iglesia de Cristo (san Cipriano). Y San Juan Crisóstomo insiste: no te separes de la Iglesia. Nada es más fuerte que la Iglesia. Tu esperanza es la Iglesia; tu salud es la Iglesia; tu refugio es la Iglesia. Es más alta que el cielo y más ancha que la tierra; no envejece jamás, su vigor es eterno.
Defender la unidad de la Iglesia se traduce en vivir muy unidos a Jesucristo, que es nuestra vid. ¿Cómo? Aumentando nuestra fidelidad al Magisterio perenne de la Iglesia: pues no fue prometido a los sucesores de Pedro el Espíritu Santo para que por revelación suya manifestaran una nueva doctrina, sino para que, con su asistencia, santamente custodiaran y fielmente expusieran la revelación transmitida por los Apóstoles o depósito de la fe. Así conservaremos la unidad: venerando a esta Madre Nuestra sin mancha; amando al Romano Pontífice”.
2. Interrogan en la primera lectura de hoy a San Pablo, que comenzará su vida en cautividad. Y “en esa noche se le apareció el Señor y le dijo: Mantén el ánimo, pues igual que has dado testimonio de mí en Jerusalén, así debes darlo también en Roma” (Hch 23,10-11). Dios se sirve de la historia para ir llevando hacia Roma su semilla y a los apóstoles Pedro y Pablo. También vemos hoy su fe en la resurrección, que es lo que hoy está en la discusión de sectas judías. También en nuestro tiempo, como entonces, muchos judíos han perdido la fe en la resurrección, por eso la madre de Edith Stein se enfada mucho con su hija cuando entra al Carmelo, pues piensa que sólo hay esta vida y no se puede malbaratar recluyéndose (luego, cercana su muerte, hubo una reconciliación); también esta santa dio su vida, en el holocausto judío. La resurrección de Jesús es el centro de nuestra fe y esperanza. El Espíritu Santo nos ayuda para ir en el camino del Señor, en fidelidad, no es camino de rosas. Supone sacrificios, pisar sobre espinas. La oración de Jesús al Padre es fundamento para caminar con la Cruz de Jesús.
3. Es lo que rezamos con el Salmo: Guárdame, Dios mío, pues me refugio en ti. Yo digo al Señor: «Tú eres mi Señor, mi bien sólo está en ti». Señor, Tú eres mi copa y mi porción de herencia, Tú eres quien mi suerte garantiza. Yo bendigo al Señor, que me aconseja, hasta de noche mi conciencia me advierte; tengo siempre al Señor en mi presencia, lo tengo a mi derecha y así nunca tropiezo. Por eso se alegra mi corazón, se gozan mis entrañas, todo mi ser descansa bien seguro, pues Tú no me entregarás a la muerte ni dejarás que tu amigo fiel baje a la tumba. Me enseñarás el camino de la vida, plenitud de gozo en tu presencia, alegría perpetua a tu derecha” (Salmo 16/15,1-2a.5.11). Dios, nuestro Padre, es la parte que nos ha tocado en herencia. Señor, me abandono en ti, mi vida está en tus manos.
Llucià Pou Sabaté

martes, 14 de mayo de 2013


MIÉRCOLES DE LA SÉPTIMA SEMANA DE PASCUA: Jesús nos santifica para que santifiquemos el mundo, amándolo apasionadamente
Evangelio (Jn 17,11b-19): En aquel tiempo, Jesús, alzando los ojos al cielo, dijo: «Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros. Cuando estaba yo con ellos, yo cuidaba en tu nombre a los que me habías dado. He velado por ellos y ninguno se ha perdido, salvo el hijo de perdición, para que se cumpliera la Escritura.
 
»Pero ahora voy a ti, y digo estas cosas en el mundo para que tengan en sí mismos mi alegría colmada. Yo les he dado tu Palabra, y el mundo los ha odiado, porque no son del mundo, como yo no soy del mundo. No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del Maligno. Ellos no son del mundo, como yo no soy del mundo. Santifícalos en la verdad: tu Palabra es verdad. Como tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo. Y por ellos me santifico a mí mismo, para que ellos también sean santificados en la verdad».

1. Jesús los llama y parece que se va: pero se queda, para ayudarnos a estar en el mundo sin ser del mundo. Señor, te pido que no escape de mis responsabilidades en el mundo, sino que me guardes del "mal". Estar en el mundo. Todos, también los sacerdotes, y dice el último concilio siguiendo esta oración sacerdotal de Jesús: "Situados aparte en el seno del pueblo de Dios no para estar separados de este pueblo, ni de cualquier hombre, sea el que sea. No podrían ser ministros de Cristo si no fueran testigos y dispensadores de una vida, distinta a la terrena; pero tampoco serían capaces de servir a los hombres si permanecieran extraños a su existencia y a sus condiciones de vida". Y sobre los laicos dice: "Lo propio y peculiar del estado laico es vivir en medio del mundo y de los asuntos profanos: han sido llamados por Dios a ejercer su apostolado en el mundo -a la manera de la levadura en la masa-, gracias al vigor de su espíritu cristiano." Señor, ayúdame a concretar algún punto de mejora en mis presencias en el mundo, en algún lugar donde sea más necesario en el campo de la cultura, de la labor social, de mi profesión… de las obras de misericordia. Que, santificado en la verdad, con tu palabra, que es la verdad, sepa vivir tu mandato: “como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo...” Ser otros Cristos, unido a los demás («para que sean uno, como nosotros»), con alegría («para que ellos tengan mi alegría cumplida»).
San Juan de la Cruz quería estar “…en toda desnudez y pobreza y vacío”… y reza Ernestina de Chambourcin: “porque en toda pobreza / me quisiste, Señor, / toda pobre me tienes. / En pobreza de amor, / en pobreza de espíritu, / sin fuerzas y sin voz. // Que anduviste en vacío / me pediste y ya voy / hacia Ti por la nada / que de mi ser quedó / la noche en que me abriste / -¡qué aurora!- el corazón. // Desnuda de mí misma / en tus manos estoy. / En pobreza y vacío / ¡renaceré, Señor! // Porque lo quiero todo / ya apenas quiero nada. / Voluntad de no ir / donde lo fácil llama, / de evitar la ribera / donde el sentido basta. / ¡Qué hondo no querer, / qué absolutoa desgana, / qué desviar lo inútil / arrancándole al alma / el último asidero / y hasta esa luz prestada / que le roba a lo oscuro / su claridad intacta! // Porque lo quiero todo / ya apenas quiero nada”, cuando el Señor nos da un nombre, es decir nos ama y nos llama, en Él lo tenemos todo”.
2. Se despide Pablo de la comunidad de Éfeso, de modo emotivo, les da últimos consejos: “Ahora os dejo en manos de Dios y de su palabra, que es gracia… Os he enseñado en todo que trabajando así es como debemos socorrer a los necesitados, y que hay que recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo: Mayor felicidad hay en dar que en recibir”. Los discípulos “abrazándose al cuello de Pablo le besaban, afligidos sobre todo por lo que había dicho de que no volverían a ver su rostro. Y le acompañaron hasta la nave” (Hechos 20,28-38). La Iglesia, que somos todos, está compuesta de pecadores. Pero no hay problema: «os dejo en manos de Dios», y ahí estamos seguros. Con ese consejo de dar a los demás, que es fuente de alegría: Señor, ¡que sepa darme!
2. Por eso rezamos con el Salmo: “Tú, Dios mío, ordena tu poder, oh Dios, que actúa en favor nuestro... Reyes de la tierra, cantad a Dios, tocad para el Señor, que avanza por los cielos, los cielos antiquísimos, que lanza su voz, su voz poderosa: "Reconoced el poder de Dios". Sobre Israel resplandece su majestad, y su poder sobre las nubes. Desde el santuario, Dios impone reverencia: es el Dios de Israel  quien da fuerza y poder a su pueblo. ¡Dios sea bendito!” (Salmo 67,29-30.33-36).
En esta preparación a su fiesta acabamos con esta oración al Espíritu Santo: lléname, poséeme, dame tu luz y fuerza para ser a fondo cristiano, otro Cristo. Que me deje llevar por ti, para ser como los primeros portador de paz, de fuego de amor, que quema toda violencia, que da sabor a la vida, que arrastra a Jesús a los demás con la experiencia viva de su entrega. Que sea acogedor en una escucha activa, que tenga empatía con cada persona como la tuvo Jesús, con todo lo que esto resume: que sea solidario, alegre, trabajador, leal, libre, generoso, valiente para testimoniar mi fe, sin miedo de aparecer como un loco ante los demás. Pongo esta oración bajo tu protección, Santa María, madre mía.
Llucià Pou Sabaté


Martes de la semana 7 de Pascua

Meditaciones de la semana
en Word y en PDB
Jesús nos da lo que recibe de Dios Padre y se nos da; y nos confía la misión de darnos también nosotros
En aquel tiempo, Jesús, alzando los ojos al cielo, dijo: «Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti. Y que según el poder que le has dado sobre toda carne, dé también vida eterna a todos los que tú le has dado. Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo. Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar.Ahora, Padre, glorifícame tú, junto a ti, con la gloria que tenía a tu lado antes que el mundo fuese. He manifestado tu Nombre a los hombres que tú me has dado tomándolos del mundo. Tuyos eran y tú me los has dado; y han guardado tu Palabra. Ahora ya saben que todo lo que me has dado viene de ti; porque las palabras que tú me diste se las he dado a ellos, y ellos las han aceptado y han reconocido verdaderamente que vengo de ti, y han creído que tú me has enviado.Por ellos ruego; no ruego por el mundo, sino por los que tú me has dado, porque son tuyos; y todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío; y yo he sido glorificado en ellos. Yo ya no estoy en el mundo, pero ellos sí están en el mundo, y yo voy a ti».(Jn 17,1-11a)
1. Leemos hoy y en los dos próximos días, toda la oración-testamento de Jesús, oración sacerdotal, oración por la unión de los cristianos: cuando “elevó sus ojos al cielo”, sus "ojos" expresan la actitud de todo su ser. Nosotros, por la fe, querríamos participar de este anhelo divino, de esta “presencia a oscuras” que decía Ernestina de Champourcin: “Estrella que viste a Dios, / dame un rayo de su luz. / ¡Oh nube que me lo ocultas, / desgarra un poco tu velo! / Águila que lo rozaste, / inclina hacia mí tus alas. / Sol que estuviste a sus pies, / ¡abrásame con tu fuego”: querríamos entrar en esta conversación íntima de Jesús en él Cenáculo, “en silencio”: “Quiero cerrar los ojos y mirar hacia dentro / para verte, Señor, / quiero cerrar los ojos y volver la mirada / al faro de tu amor; / quiero cerrar mis ojos y olvidar los paisajes / de tan lánguido ardor, / que en el alma despiertan morbosas inquietudes / de escondido dulzor; / quiero olvidar pupilas que en las mías clavaron / su hechizo tentador, / dejando para siempre temblando en mi recuerdo / su místico dolor. / Quiero cerrar los ojos y sentir de tu fuerza / el terrible vigor, / quiero cerrar los ojos y mirar hacia dentro / ¡para verte, Señor!” Es el deseo de ver al Señor, que llevamos dentro…
“Padre... Glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te glorifique”. Este "glorificar" se repetirá cuatro veces en unas pocas frases: la "gloria", para toda la tradición bíblica, es el resplandor y honor de Dios. Pero no pensemos que la gloria de Dios es una autocomplacencia suya: es la salvación del hombre, y la salvación del hombre, es el conocimiento de Dios. Por eso sigue Jesús: “ya que le diste poder sobre toda carne [al Hijo], que él dé vida eterna a todos los que Tú le has dado”. Señor, que entre en esta "Vida" que es "conocerte", en el amor a Ti y a los demás. ¡Danos, Señor, este conocimiento vital de ti!: “Esta es la vida eterna: que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo a quien Tú has enviado”.
La segunda palabra importante, después de la de glorificar es la de "dar: en el evangelio de hoy, Jesús la pronuncia diez veces... El Padre ha "dado" poder al Hijo... ha "dado" la Gloria al Hijo... ha "dado" palabras al Hijo... Y Jesús "da" la vida eterna a los hombres... "da" las palabras del Padre a los hombres... La obra de Jesús es darnos lo que ha recibido del Padre. Darse es la actitud esencial del amor, junto a la unión: Jesús unido al Padre… Señor, úneme a ti, úneme a los demás pensando en Ti para darme con un amor más lleno. ¡Enséñame a amar de verdad! (Noel Quesson).
2. Hoy y mañana vemos a Pablo que se despide de los de Éfeso. Acosado en persecuciones, hace un viaje interior donde tiene premoniciones de que le “esperan cadenas y tribulaciones”. Se dirige a Jerusalén, «forzado por el Espíritu». Señor, que yo también me deje llevar por tu Espíritu, con la confianza de Pablo: «no me importa la vida: lo que me importa es completar mi carrera y cumplir el encargo que me dio el Señor Jesús: ser testigo del Evangelio, que es la gracia de Dios» (Hechos 20,17-27). Con la fuerza de tu Espíritu, recibiré tu Fortaleza – Valentía, Seguridad, Audacia- y podré decir con él: -“Yo nunca me acobardé, cuando era necesario anunciar la palabra de Dios”. Sentiría en su carne la tentación de huir, de callarse, de renunciar. Perdón, Señor por todas mis cobardías, por todos mis silencios.
Decía san Josemaría Escrivá: El camino del cristiano, el de cualquier hombre, no es fácil. Ciertamente, en determinadas épocas, parece que todo se cumple según nuestras previsiones; pero esto habitualmente dura poco. Vivir es enfrentarse con dificultades, sentir en el corazón alegrías y sinsabores; y en esta fragua el hombre puede adquirir fortaleza, paciencia, magnanimidad, serenidad (…) Lógicamente, en nuestra jornada no toparemos con tales ni con tantas contradicciones como se cruzaron en la vida de Saulo. Nosotros descubriremos la bajeza de nuestro egoísmo, los zarpazos de la sensualidad, los manotazos de un orgullo inútil y ridículo, y muchas otras claudicaciones: tantas, tantas flaquezas. ¿Descorazonarse? No. Con San Pablo, repitamos al Señor: siento satisfacción en mis enfermedades, en los ultrajes, en las necesidades, en las persecuciones, en las angustias por amor de Cristo; pues cuando estoy débil, entonces soy más fuerte”.
Señor, que como Pablo sepa yo dar mi vida. Ya no me pertenezco. Que Viva para Jesús. Que anuncie, por entero, la voluntad de Dios. Tal es el contenido de la liturgia de hoy: el don gratuito (Noel Quesson). Señor, que tenga generosidad y espíritu creativo, siempre a tu servicio, porque me deje llevar en todo momento por tu Espíritu. Que sea más y más totalmente de Cristo, con la fuerza del Espíritu, como reza aquella poesía de Ernestina de Champourcin: “Espíritu que limpias, santificas y creas. / Espíritu que abrasas y consumes la escoria, / Tú que aniquilas todo lo inútil y lo impuro / y puedes convertirnos en antorchas vivientes, // ciéganos con tu luz, ven y arrasa este mundo, ven y arrasa este mundo / sucio de tantos siglos que lo surcan y agobian… / Se nos derrumba el suelo maltrecho y abrumado / bajo la carga inmensa del tiempo y del dolor.
”Sana esta pobre tierra enferma de nosotros, / de nuestro andar confuso que no sabe abrir rastros, / de nuestra eterna duda con su temblor constante, / de las vacilaciones que ahogan la semilla.
”Desgaja, rompe, azota… Seremos leño dócil / si quieres inflamarnos para prender tu hoguera. / Visítanos, al fin, con un viento de gracia / que aniquile y destruya para sembrar de nuevo.
”Espíritu de Dios, quémanos las entrañas / con ese fuego oculto que corroe y devora. / Cuando sólo seamos unos huesos ardientes / se iniciará en nosotros la gloria de tu reino”.
3. Es lo que clama el Salmo de hoy: Derramaste una lluvia copiosa, oh Dios, / reconfortaste tu heredad extenuada. / Tu grey habitó en la heredad / que, en tu bondad, oh Dios, preparaste al pobre. // ¡Bendito sea el Señor, día tras día! / Él lleva nuestras cargas, es el Dios de nuestra salvación. / Dios es para nosotros el Dios que salva, / y al Señor, nuestro Dios, / debemos el escapar de la muerte”(67,10-11.20-21). Padre, te pido que yo no te abandone jamás; sepa sentirte como Padre lleno de amor, que me da fortaleza, protección. Te lo pido por intercesión de Santa María, mi amparo y auxilio.
Llucià Pou Sabaté


San Matías, apóstol

«Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el de dar uno la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; a vosotros, en cambio, os he llamado amigos, porque todo lo que oí de mi Padre os lo he dado a conocer. No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca, para que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda. Esto os mando, que os améis los unos a los otros.» (Juan 15, 12-17)

1º. Jesús, me llamas amigo.
¡A mi!
A mí, que te he vuelto tantas veces la espalda, o que he pasado de largo con indiferencia cuando me pedías algo.
Pagas bien por mal.
Gracias.
Que sepa responder a tu amistad tratando de cumplir tu voluntad, que está bien clara: «Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado.»
Jesús, ¿cómo me has amado?
«Nadie tiene amor más grande que el de dar uno la vida por sus amigos.»
Tú me has amado con el amor más grande posible: dando tu vida por mí; y ahora me pides que te imite.
Ayúdame a pensar en los demás, a servir a los que me rodean: mi familia, mis compañeros, mis amigos, mis vecinos.
«No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros.»
Jesús, me has elegido Tú: te has puesto a mi alcance, me has llenado de gracias.
No es mérito mío el ser cristiano; es un don tuyo, un talento valiosísimo que me has prestado para que lo haga rendir.
Porque no quieres que entierre mis talentos -los dones que me das-, sino que los haga fructificar: «el treinta por uno, el sesenta por uno, y el ciento por uno» (Mateo 4,8).
La   nueva es llamada 'ley de amor', porque hace obrar por el amor que infunde el Espíritu Santo más que por el temor; 'ley de gracia', porque confiere la fuerza de la gracia para obrar mediante la fe y los sacramentos; 'ley de libertad' porque nos libera de las observancias rituales y jurídicas de la Ley antigua, nos inclina a obrar espontáneamente bajo el impulso de la caridad y nos hace pasar de la condición del siervo «que ignora lo que hace su señor», a la de amigo de Cristo, «porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer»(CEC.-1972).

2º. «Si el Señor te ha llamado «amigo», has de responder a la llamada, has de caminar a paso rápido, con la urgencia necesaria, ¡al paso de Dios! De otro modo, corres el riesgo de quedarte en simple espectador» (Surco.-629).
Jesús, eres Tú el que me has llamado, el que te has metido en mi vida, casi sin darme cuenta.
No soy yo el que te he elegido: Tú has querido contar conmigo.
Por eso, no tengo derecho a dejarte; no puedo quedarme en una posición cómoda, de simple espectador, cuando Tú me estás pidiendo más: «os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca.»
Jesús, me pides que dé fruto.
¿Pero qué fruto?
Fruto de santidad,
fruto de apostolado,
fruto de trabajo bien hecho,
fruto de servicio a los demás.
Este es el fruto que me pides después de decirme que has dado tu vida por mí y que ya no puedes mostrarme más el amor que me tienes; después de llamarme amigo «porque todo lo que oí de mi Padre os lo he dado a conocer.»
¿Cómo no voy a responder a tu llamada?
¿Cómo no voy a intentar ir a paso rápido, al paso de Dios?
Pero necesito ayuda, y por eso me aseguras que «todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo concederá.»
Padre, te pido más corazón, para corresponder al amor que me tienes;
te pido más fortaleza, para no conformarme con «ir tirando», sino que me ponga a luchar en serio en el camino de la santidad;
te pido más generosidad, para saber dar la vida por Ti y por los demás como ha hecho Jesús;
te pido más lealtad, para no traicionar la amistad que Jesús me ha dado, rechazando el pecado con todas mis fuerzas;
te pido más vibración apostólica, para que sepa dar ejemplo y hablar de Ti a mis familiares y amigos: para dar fruto, y que ese fruto permanezca.
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lunes, 13 de mayo de 2013


LUNES DE LA SÉPTIMA SEMANA DE PASCUA: hemos de fomentar una fe sin miedo a nada ni nadie, porque Jesús ha vencido todo lo malo, con Él estamos seguros

Evangelio (Jn 16,29-33): En aquel tiempo, los discípulos dijeron a Jesús: «Ahora sí que hablas claro, y no dices ninguna parábola. Sabemos ahora que lo sabes todo y no necesitas que nadie te pregunte. Por esto creemos que has salido de Dios». Jesús les respondió: «¿Ahora creéis? Mirad que llega la hora (y ha llegado ya) en que os dispersaréis cada uno por vuestro lado y me dejaréis solo. Pero no estoy solo, porque el Padre está conmigo. Os he dicho estas cosas para que tengáis paz en mí. En el mundo tendréis tribulación. Pero ¡ánimo!: yo he vencido al mundo».

1. Jesús, tú sabes las cosas de Dios y lo que me da la felicidad, y te digo como los apóstoles: “ahora vemos que lo sabes todo… por esto creemos que has salido de Dios”. No eres como los maestros de este mundo, que se guardan el saber exclusivamente para sí y algunos de los suyos; es verdad lo que dices: "Todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer".
"El Espíritu de la verdad os conducirá a la verdad plena". Quiero rezarle hoy, en preparación de su fiesta: Espíritu de amor, creador y santificador de las almas, Espíritu de Verdad, ayúdame a parecerme más y más a Jesús, a pensar y hablar como Él, a amar y actuar como Él. Que sea fiel a tus mociones, y lleve la cruz de cada día con alegría con tu luz y tu fuerza. Que te sepa escuchar en mi silencio. He leído que un cristiano sin tu ayuda es como un animal fiero en un zoológico: los leones están tristes, los tigres ya no son fieros sino vagos, los búfalos apáticos… por eso dice el Salmo “pero a mí me das la fuerza de un búfalo y me unges con aceite nuevo” (91).
«¿Ahora creéis?», dice Jesús, que sabe muy bien que dentro de pocas horas le van a abandonar todos, asustados en una desbandada que vemos también en nuestro tiempo. Jesús no dice que la victoria es segura: «en el mundo tendréis luchas, pero tened valor: yo he vencido al mundo». Dice el Concilio Vaticano II: “Por lo demás, el Señor Jesús, que dijo: "Confiad, yo he vencido al mundo", no prometió a su Iglesia con estas palabras una victoria completa en este mundo. Pero se goza el Sagrado Concilio porque la tierra, repleta de la semilla del Evangelio, fructifica ahora en muchos lugares bajo la guía del Espíritu del Señor, que llena el orbe de la tierra”.
Jesús dice que ellos le dejarán solo, y añade: “Pero no estoy solo: el Padre está conmigo”. Señor, que sienta también yo tu presencia, también cuando llegue la cruz, las dificultades (Noel Quesson).
Son días para pensar en la fiesta de Pentecostés a la que nos preparan las lecturas, de la mano de María en este mes de mayo, y estos días contemplándola como Esposa del Espíritu Santo. Ella nos enseñará a guardar en nuestro corazón lo que oímos de la Palabra de Jesús, que está con nosotros “todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 16-20). El Señor se marcha, pero no nos deja huérfanos: se queda en la Iglesia: en los Sacramentos, en la Escritura, en la intimidad del corazón donde nos guía con su Espíritu: «Derrama sobre nosotros la fuerza del Espíritu, para que demos testimonio de ti con nuestras obras» (oración).
2. Entre los años 53 y 56, Pablo… llegó a Efeso, encontró a algunos discípulos y les preguntó: ¿Habéis recibido el Espíritu Santo al abrazar la fe? Ellos le respondieron: Ni siquiera hemos oído que haya Espíritu Santo”. Les instruyó y “al imponerles Pablo las manos, vino el Espíritu Santo sobre ellos, de modo que hablaban en lenguas y profetizaban” (Hechos 19,1-8). Quiero empaparme estos días de tu presencia, oh Santo Espíritu, y anunciarte a los que me rodean. Quiero vivir en ti: ayúdame a tener vida divina, nacer de nuevo, empaparme bien de tu fuente de agua viva, de la Eucaristía, de la Confesión. Ayúdame a cuidar la oración y sacrificios.

3. Al infundir en nuestros corazones el Don de su Amor, Dios habita en nosotros como en un templo; desde allí protege al débil, protege a su pueblo como profetizó Moisés y cantamos en el Salmo: “Se levanta Dios, y se dispersan sus enemigos… como el humo se disipa, se disipan ellos; / como se derrite la cera ante el fuego, / así perecen los impíos ante Dios. // En cambio, los justos se alegran, / gozan en la presencia de Dios, / rebosando de alegría. / Cantad a Dios, tocad en su honor… su nombre es el Señor… // Padre de huérfanos, protector de viudas, / Dios vive en su santa morada. / Dios prepara casa a los desvalidos, / libera a los cautivos y los enriquece” (67,2-7).
                Llucià Pou Sabaté