jueves, 4 de abril de 2013


Viernes de la Octava de Pascua: Jesús resucitado está en nuestro trabajo y toda nuestra vida, para orientarnos hacia la salvación
Después se apareció de nuevo Jesús a sus discípulos junto al mar de Tiberíades. Se apareció así: estaban juntos Simón Pedro y Tomas, llamado Dídimo, Natanael, que era de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos de sus discípulos. Les dijo Simón Pedro: Voy a pescar. Le contestaron: Vamos también nosotros contigo. Salieron, pues, y subieron a la barca, pero aquella noche no pescaron nada. Llegada ya la mañana, se presentó Jesús en la orilla; pero sus discípulos no sabían que era Jesús. Les dijo Jesús: Muchachos, ¿tenéis algo de comer? Le contestaron: No. Él les dijo: Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis. La echaron, y ya no podían sacarla por la gran cantidad de peces. Aquel discípulo a quien amaba Jesús dijo a Pedro: ¡Es el Señor! Al oír Simón Pedro que era el Señor se ciñó la túnica, porque estaba desnudo, y se echó al mar Los otros discípulos vinieron en la barca, pues no estaban lejos de tierra, sino a unos doscientos codos, arrastrando la red con los peces(Juan 21,1-14).

1. El lago de Genesaret es un lugar privilegiado de la naturaleza: aguas dulces que bajan del Hermón hacia el Jordán. Vegetación arbolada y entorno de prados, en primavera todo lleno de hermosas florecillas. Temperatura deliciosa. Sembrado de puertos de pescadores. El Sermón del monte tuvo ese escenario. Nazaret está cercana, también Betsaida -lugar de nacimiento de Pedro, Juan, Felipe, Andrés y Santiago- Cafarnaúm -donde vivían Pedro y Andrés cuando Jesús les llamó definitivamente-, Magdala -lugar de la conversión de la mujer pecadora, Tiberíades -localidad romana de mala fama entre los judíos-, otras junto a pequeños puertos de pescadores, como Tesbhita, marco del texto de hoy:
            “Hallábanse juntos Simón Pedro, y Tomás, llamado Dídimo, y Natanael, que era de Caná de Galilea, y los hijos del Zebedeo, y otros dos de sus discípulos. Díceles Simón Pedro: voy a pescar. Ellos respondieron: vamos también nosotros contigo. Fueron, pues, y entraron en la barca; y aquella noche no cogieron nada. Venida la mañana, se apareció Jesús en la ribera”. Pasa al lado de sus Apóstoles, junto a esas almas que se han entregado a Él: y ellos no se dan cuenta. ¡Cuántas veces está Cristo, no cerca de nosotros, sino en nosotros; y vivimos una vida tan humana!
-“Salieron y entraron en la barca, y en aquella noche no cogieron nada”. El fracaso. El trabajo inútil aparentemente. A cualquier hombre le suele pasar esto alguna vez: se ha estado intentando y probando alguna cosa... y después, nada. Pensemos en las propias experiencias, decepciones. No para entretenernos en ellas morbosamente, sino para ofrecértelas, Señor. Creo que Tú conoces todas mis decepciones... como Tú les habías visto afanarse penosamente en el lago, durante la noche, y como les habías visto volver sin "nada"...
Cristo está vecino, y no se lleva una mirada de cariño, una palabra de amor de sus hijos. San Josemaría Escrivá decía esto hablando del apostolado y especialmente de la actividad sacerdotal, que como Jesús a la orilla espera las almas que llevan los pescadores, metidos en su trabajo, en su acercar amigos a Jesús, en el “apostolado en la vida ordinaria”. Los apóstoles ejercen su profesión,  como el nuestro, que puede ser convertido en ocasión de un encuentro personal con Cristo, que nos espera en la orilla del lago: “Antes de ser apóstol, pescador. Después de apóstol, pescador. La misma profesión que antes, después.
            ”¿Qué cambia entonces? Cambia que en el alma -porque en ella ha entrado Cristo, como subió a la barca de Pedro- se presentan horizontes más amplios, más ambición de servicio, y un deseo irreprimible de anunciar a todas las criaturas las magnalia Dei, las cosas maravillosas que hace el Señor, si le dejamos hacer […].
Los discípulos -escribe San Juan- no conocieron que fuese Él. Y Jesús les preguntó: muchachos, ¿tenéis algo que comer? Esta escena familiar de Cristo, a mí, me hace gozar. ¡Que diga esto Jesucristo, Dios! ¡Él, que ya tiene cuerpo glorioso! Echad la red a la derecha y encontraréis. Echaron la red, y ya no podían sacarla por la multitud de peces que había. Ahora entienden. Vuelve a la cabeza de aquellos discípulos lo que, en tantas ocasiones, han escuchado de los labios del Maestro: pescadores de hombres, apóstoles. Y comprenden que todo es posible, porque Él es quien dirige la pesca.
            ”Entonces, el discípulo aquel que Jesús amaba se dirige a Pedro: es el Señor. El amor, el amor lo ve de lejos. El amor es el primero que capta esas delicadezas. Aquel Apóstol adolescente, con el firme cariño que siente hacia Jesús, porque quería a Cristo con toda la pureza y toda la ternura de un corazón que no ha estado corrompido nunca, exclamó: ¡es el Señor!
            ”Simón Pedro apenas oyó es el Señor, vistióse la túnica y se echó al mar. Pedro es la fe. Y se lanza al mar, lleno de una audacia de maravilla. Con el amor de Juan y la fe de Pedro, ¿hasta dónde llegaremos nosotros?
            ”Los demás discípulos vinieron en la barca, tirando de la red llena de peces, pues no estaban lejos de tierra, sino como a unos doscientos codos. Enseguida ponen la pesca a los pies del Señor, porque es suya. Para que aprendamos que las almas son de Dios, que nadie en esta tierra puede atribuirse esa propiedad, que el apostolado de la Iglesia -su anuncio y su realidad de salvación- no se basa en el prestigio de unas personas, sino en la gracia divina. No hacemos nuestro apostolado. En ese caso, ¿qué podríamos decir? Hacemos -porque Dios lo quiere, porque así nos lo ha mandado: id por todo el mundo y predicad el Evangelio- el apostolado de Cristo. Los errores son nuestros; los frutos, del Señor”.
-"¡Echad la red a la derecha de la barca y hallaréis!", les había dicho poco antes: dejarse llevar por el Espíritu de Dios, en eso consiste el ser hijos de Dios. Con la obediencia, “echaron pues la red y no podían arrastrarla tan grande era la cantidad de peces”. Como tantas otras veces, Señor, has pedido un gesto humano, una participación. Habitualmente no nos reemplazas; quieres nuestro esfuerzo libre; pero terminas el gesto que hemos comenzado para hacerlo más eficaz. Cuando llegan a la playa, “Jesús les dijo: "¡Venid y comed!" Jesús había preparado pan –quizá tostado- y pescado seguramente hecho al fuego. Siempre este "signo" misterioso de "dar el pan"..., de la comida en común, de la que Jesús toma la iniciativa, la que Jesús sirve... La vida cotidiana, en lo sucesivo, va tomando para ellos una nueva dimensión. Tareas profesionales. Comidas. Encuentros con los demás. En todas ellas está Jesús "escondido". ¿Sabré yo reconocer tu presencia?” (Noel Quesson).
«El Señor condujo a su pueblo seguro, sin alarmas, mientras el mar cubría a sus enemigos. Aleluya» (Sal 77,53), comenzamos diciendo en la Misa de hoy, y rezamos en la Colecta: «Dios Todopoderoso y eterno, que por el misterio pascual has restaurado tu alianza con los hombres; concédenos realizar en la vida cuanto celebramos en la fe». Celebramos el gran medio para la santificación, la misa, la Comunión: «Jesús dijo a sus discípulos: “Vamos, comed”. Y tomó el pan y se lo dio. Aleluya» (cf. Jn 21,12-13) y pedimos en la Postcomunión: «Dios Todopoderoso, no ceses de proteger con amor a los que has salvado, para que así, quienes hemos sido redimidos por la Pasión de tu Hijo, podamos alegrarnos en su Resurrección».
Ahí vamos a enraizarnos para llevar savia a todo lo que hacemos. San Hipólito decía: «Antes que los astros, inmortal e inmenso, Cristo brilla más que el sol sobre todos los seres. Por ello, para nosotros que nacemos en Él, se instaura un día de Luz largo, eterno, que no se acaba: la Pascua maravillosa, prodigio de la virtud divina y obra del poder divino, fiesta verdadera y memorial eterno, impasibilidad que dimana de la Pasión e inmortalidad que fluye de la muerte. Vida que nace de la tumba y curación que brota de la llaga, resurrección que se origina de la caída y ascensión que surge del descanso... Este árbol es para mí una planta de salvación eterna, de él me alimento, de él me sacio. Por sus raíces me enraízo y por sus ramas me extiendo, su rocío me regocija y su espíritu como viento delicioso me fertiliza. A su sombra he alzado mi tienda y huyendo de los grandes calores allí encuentro un abrigo lleno de rocío... Él es en el hambre mi alimento, en la sed mi fuente... Cuando temo a Dios, Él es mi protección; cuando vacilo, mi apoyo; cuando combato, mi premio; y cuando triunfo, mi trofeo...». Es lo que pedimos en el Ofertorio: «Realiza, Señor, en nosotros el intercambio que significa esta ofrenda pascual, para que el amor a las cosas de la tierra se transfigure en amor a los bienes del cielo».
“La llamada de Pedro a ser pastor […] viene después de la narración de una pesca abundante; después de una noche en la que echaron las redes sin éxito, los discípulos vieron en la orilla al Señor resucitado. Él les manda volver a pescar otra vez, y he aquí que la red se llena tanto que no tenían fuerzas para sacarla; había 153 peces grandes y, "aunque eran tantos, no se rompió la red".
Este relato al final del camino terrenal de Jesús con sus discípulos, se corresponde con uno del principio: tampoco entonces los discípulos habían pescado nada durante toda la noche; también entonces Jesús invitó a Simón a remar mar adentro. Y Simón, que todavía no se llamaba Pedro, dio aquella admirable respuesta: "Maestro, por tu palabra echaré las redes". Se le confió entonces la misión: "No temas, desde ahora serás pescador de hombres" (Lc 5,1.11). También hoy se dice a la Iglesia y a los sucesores de los apóstoles que se adentren en el mar de la historia y echen las redes, para conquistar a los hombres para el Evangelio, para Dios, para Cristo, para la vida verdadera.
”Los Padres han dedicado también un comentario muy particular a esta tarea singular. Dicen así: para el pez, creado para vivir en el agua, resulta mortal sacarlo del mar. Se le priva de su elemento vital para convertirlo en alimento del hombre. Pero en la misión del pescador de hombres ocurre lo contrario. Los hombres vivimos alienados, en las aguas saladas del sufrimiento y de la muerte; en un mar de oscuridad, sin luz. La red del Evangelio nos rescata de las aguas de la muerte y nos lleva al resplandor de la luz de Dios, en la vida verdadera. Así es, efectivamente: en la misión de pescador de hombres, siguiendo a Cristo, hace falta sacar a los hombres del mar salado por todas las alienaciones y llevarlo a la tierra de la vida, a la luz de Dios.
”Así es, en verdad: nosotros existimos para enseñar a Dios a los hombres. Y únicamente donde se ve a Dios, comienza realmente la vida. Sólo cuando encontramos en Cristo al Dios vivo, conocemos lo que es la vida. No somos el producto casual y sin sentido de la evolución. Cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros es querido, cada uno es amado, cada uno es necesario. Nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos, por el Evangelio, por Cristo. Nada más bello que conocerle y comunicar a los otros la amistad con Él […]. Quien deja entrar a Cristo no pierde nada, nada -absolutamente nada- de lo que hace la vida libre, bella y grande. ¡No! Sólo con esta amistad se abren las puertas de la vida. Sólo con esta amistad se abren realmente las grandes potencialidades de la condición humana. Sólo con esta amistad experimentamos lo que es bello y lo que nos libera […] ¡No tengáis miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo. Quien se da a Él, recibe el ciento por uno. Sí, abrid, abrid de par en par las puertas a Cristo, y encontraréis la verdadera vida " (Benedicto XVI).
Es deliciosa la escena del desayuno con pescado y pan preparado por Jesús al amanecer de aquel día. Después de que casi todos le abandonaran en su momento crítico de la cruz, y Pedro además le negara tan cobardemente, Jesús tiene con ellos detalles de amistad y perdón que llenaron de alegría a los discípulos. San Agustín hará una alegoría: “El pez asado es Cristo sacrificado. Él mismo es el pan bajado del cielo. A este pan se incorpora la Iglesia para participar de la eterna bienaventuranza […] Esta es la comida del Señor con sus discípulos, con lo cual el Evangelista San Juan, aun teniendo muchas cosas que decir de Cristo, y absorto según mi parecer en alta contemplación de cosas excelsas, concluye su Evangelio».
2. Vemos a los discípulos encarcelados «por haber anunciado la resurrección», y su defensa. El sanedrín los intimida. Pedro -portavoz de los demás apóstoles- aprovecha para dar testimonio del Mesías delante de las autoridades, como lo había hecho delante del pueblo. Ya no tiene miedo. Respondió «lleno de Espíritu Santo». Al ver a Anás, Caifás… pensarían que esos mataron a Jesús. El proceso continúa: filósofos, historiadores, cineastas…
3. “Este es el día en que actuó el Señor”. Cristo rechazado ha resucitado y es el centro de todo: “Dad gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterna su misericordia”. Pues «la piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular». Así, Jesús «es la piedra que vosotros los constructores habéis despreciado y que se ha convertido en piedra angular. Porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos» (Hechos 4,11-12)”.
Llucià Pou Sabaté

miércoles, 3 de abril de 2013


Jueves de la octava de Pascua: Jesús nos ofrece la paz, participar en su familia de hijos de Dios, por su Resurrección

En aquel tiempo, los discípulos contaron lo que había pasado en el camino y cómo habían conocido a Jesús en la fracción del pan. Estaban hablando de estas cosas, cuando Él se presentó en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros». Sobresaltados y asustados, creían ver un espíritu. Pero Él les dijo: «¿Por qué os turbáis, y por qué se suscitan dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies; soy Yo mismo. Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo». Y, diciendo esto, les mostró las manos y los pies. Como ellos no acabasen de creerlo a causa de la alegría y estuviesen asombrados, les dijo: «¿Tenéis aquí algo de comer?». Ellos le ofrecieron parte de un pez asado. Lo tomó y comió delante de ellos.
Después les dijo: «Éstas son aquellas palabras mías que os hablé cuando todavía estaba con vosotros: ‘Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí’». Y, entonces, abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras, y les dijo: «Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día y se predicara en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén. Vosotros sois testigos de estas cosas»” (Lucas 24,35-48).

1. Estaban los discípulos de Emaús hablando de lo que les había pasado, cuando encontraron a Jesús, y “Él se presentó en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros»”. El saludo de paz es importante para que lo digamos muchas veces. San Gregorio Nacianceno nos exhorta: «Debiéramos avergonzarnos al prescindir del saludo de la paz, que el Señor nos dejó cuando iba a salir del mundo. La paz es un nombre y una cosa sabrosa, que sabemos proviene de Dios, según dice el Apóstol a los filipenses: ‘La paz de Dios’; y que es de Dios lo muestra también cuando dice a los efesios: ‘Él es nuestra paz’». Al leer este Evangelio en Misa, en el colegio, los niños al oír las palabras: “la paz sea con vosotros” responden “y con tu espíritu”, y es cierto que con el espíritu de Jesús podemos tener paz. Disipa los temores que los Apóstoles han acumulado durante los días de pasión y de soledad. Pienso que las preguntas que angustian a las personas de hoy son: “¿de verdad hay Dios, o estaré solo cuando sufra, sobre todo cuando llegue la muerte?” “¿me salvaré, si hay un más allá?”
“Sobresaltados y asustados, creían ver un espíritu. Pero Él les dijo: «¿Por qué os turbáis, y por qué se suscitan dudas en vuestro corazón?” Es el "¡no temáis!" que suele decir Jesús. Nos dice también hoy el Señor: En mi vida personal, en la vida del mundo, de la Iglesia, evoco, hoy, una situación en la que falta la esperanza. Pero Tú estás aquí, Señor, "en medio de nosotros".
 “Mirad mis manos y mis pies; soy Yo mismo. Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo». Y, diciendo esto, les mostró las manos y los pies”.  Él no es un fantasma, es totalmente real, pero, a veces, el miedo nos paraliza.
“Como ellos no acabasen de creerlo a causa de la alegría y estuviesen asombrados, les dijo: «¿Tenéis aquí algo de comer?». Ellos le ofrecieron parte de un pez asado. Lo tomó y comió delante de ellos”. Los discípulos, en su alegría, no se atrevían a creer que es Jesús, por eso la comida: para esos semitas que ni siquiera tienen idea de una distinción del "cuerpo y del alma", si Jesús vive, ha de ser con toda su persona: no es un fantasma si es un cuerpo que come... Será un cuerpo sin materia corpórea, fuera del espacio y del tiempo podrá aparecerse a quien quiere y como quiere, como un disco duro del ordenador alberga todos los momentos de la vida, o una película puede presentarse en cualquiera de sus secuencias, así la resurrección transforma y quedaremos transfigurados, para poder salir del universo material, y penetrados por el Espíritu de Dios, como Cristo, aparecer en cualquiera forma. "Nosotros esperamos como salvador al Señor Jesucristo, que transfigurará el cuerpo de nuestra vileza conforme a su Cuerpo glorioso, en virtud del poder que tiene para someter a sí todas las cosas", dirá san Pablo (Flp 3, 21).
“Después les dijo: «Éstas son aquellas palabras mías que os hablé cuando todavía estaba con vosotros: ‘Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí’». Y, entonces, abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras, y les dijo: «Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día y se predicara en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén. Vosotros sois testigos de estas cosas»”. Esta catequesis de la Pascua es similar a la que había hecho con los discípulos de Emaús, sobre los sufrimientos del Mesías, la resurrección de los muertos, la conversión proclamada en su nombre para el perdón de los pecados... A todas las naciones, empezando por Jerusalén. Vosotros daréis testimonio de esto. “Jesucristo es ahora realmente el Señor, que tiene poder sobre todo el universo, sobre todos los hombres, y que da a los hombres la misión de ir a todo el mundo. En cierto sentido, todo está hecho en Cristo. Pero todo está por hacer. ¿Trabajo yo en esto? ¿Doy testimonio de esto?” (Noel Quesson).
Es la Pascua la que ilumina las sagradas Escrituras, como habla San Ireneo: “Si uno lee con atención las Escrituras, encontrará que hablan de Cristo y que prefiguran la nueva vocación. Porque Él es el tesoro escondido en el campo, es decir, en el mundo, ya que el campo es el mundo; tesoro escondido en las Escrituras, ya que era indicado por medio de figuras y parábolas, que no podían entender según la capacidad humana antes de que llegara el cumplimiento de lo que estaba profetizado, que es el advenimiento de Cristo”. Y cita al profeta Daniel: “Cierra estas palabras y sella el libro hasta el tiempo del cumplimiento, hasta que muchos lleguen a comprender y abunde el conocimiento” (Dan 12,4).
2. Leemos que después de la curación del mendigo cojo, Pedro habla nuevamente al pueblo, a los fieles que, como él, han subido al templo a orar, y les anuncia a Jesús, el Señor, en cuyo nombre ha obrado el milagro. Sus palabras pueden ser ejemplo de lo que fue la predicación de la Iglesia de Jerusalén en su período inicial:
-“Habéis dado muerte al "Príncipe de la vida"... Pero Dios lo ha resucitado de entre los muertos”... «Príncipe de la vida»... Un título poco habitual para hablar de Jesús: el Victorioso, el Viviente por excelencia ¡Danos, Señor, esta Vida! Comulgando el Cuerpo de Cristo, entramos en comunión con la Vida.
-“Es por la fe en su nombre que este hombre está aquí y todos vosotros le veis completamente restablecido”. Es el símbolo de la humanidad salvada. ¡Que cada vez que salga de un pecado, Señor, sea con esa alegría! El pecado es lo que daña a la humanidad. La verdadera parálisis es la de la voluntad encogida, incapaz de reaccionar-. Danos, Señor, plena salud de alma y cuerpo... de alma sobre todo.
-“Sin embargo, hermanos, sé que obrasteis por ignorancia, lo mismo que vuestros jefes”. Es la ignorancia que tienen los que hacen el mal, siguiendo lo que decía Jesús: "Padre, perdónalos, no saben lo que se hacen..." También podemos relacionar ese perdón con el poder de atar y desatar, con el perdón que en nombre del Señor administra la Iglesia.
-“Arrepentíos, pues, y convertíos para que vuestros pecados sean borrados; así vendrá la consolación por parte del Señor”. El perdón es el "tiempo de la consolación". ¡Admirable fórmula! ¿Concibo mis confesiones, como una participación en la resurrección? No cuento con apoyarme en la fuerza de mi voluntad, sino en la fuerza de «Aquél que resucitó a Jesús de entre los muertos» (Noel Quesson).
3. “¡Señor, nuestro Dios, qué admirable es tu Nombre en toda la tierra!  Quiero adorar tu majestad sobre el cielo: / ¿qué es el hombre para que pienses en él, el ser humano para que lo cuides? / Lo hiciste poco inferior a los ángeles”. Se puede traducir como que ha sido «rebajados» a los ángeles, y lógicamente no habla de los hombres, pues nunca han estado por encima de ellos, y sigue con la majestad de Jesús y lo que le es destinado.
«Lo coronaste de gloria y dignidad». En esa gloria, él vislumbra el premio que el Señor nos reserva cuando hemos superado la prueba de la tentación, y dice san Ambrosio: «El Señor ha coronado también de gloria y magnificencia a su amado. Ese Dios que desea distribuir las coronas, permite las tentaciones: por ello, cuando seas tentado, recuerda que te está preparando la corona. Si descartas el combate de los mártires, descartarás también sus coronas; si descartas sus suplicios, descartarás también su dicha». “Le diste dominio sobre la obra de tus manos, todo lo pusiste bajo sus pies: / todos los rebaños y ganados, y hasta los animales salvajes; / las aves del cielo, los peces del mar y cuanto surca los senderos de las aguas”. Dios prepara para nosotros esa «corona de justicia» (2 Tim 4,8) con la que recompensará nuestra fidelidad que le demostramos incluso en los momentos de tempestad que sacuden nuestro corazón y nuestra mente.
Llucià Pou Sabaté

Pascua 1, miércoles: la experiencia de Jesús resucitado con los discípulos de Emaús, modelo de cómo Jesús nos busca y podemos encontrarle

“Aquel mismo día iban dos de ellos a un pueblo llamado Emaús, que distaba sesenta estadios de Jerusalén, y conversaban entre sí sobre todo lo que había pasado. Y sucedió que, mientras ellos conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió con ellos; pero sus ojos estaban retenidos para que no le conocieran.
Él les dijo: «¿De qué discutís entre vosotros mientras vais andando?». Ellos se pararon con aire entristecido. Uno de ellos llamado Cleofás le respondió: «¿Eres tú el único residente en Jerusalén que no sabe las cosas que estos días han pasado en ella?». Él les dijo: «¿Qué cosas?». Ellos le dijeron: «Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo; cómo nuestros sumos sacerdotes y magistrados le condenaron a muerte y le crucificaron. Nosotros esperábamos que sería Él el que iba a librar a Israel; pero, con todas estas cosas, llevamos ya tres días desde que esto pasó. El caso es que algunas mujeres de las nuestras nos han sobresaltado, porque fueron de madrugada al sepulcro, y, al no hallar su cuerpo, vinieron diciendo que hasta habían visto una aparición de ángeles, que decían que Él vivía. Fueron también algunos de los nuestros al sepulcro y lo hallaron tal como las mujeres habían dicho, pero a Él no le vieron». Él les dijo: «¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?». Y, empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre Él en todas las Escrituras.
Al acercarse al pueblo a donde iban, Él hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le forzaron diciéndole: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado». Y entró a quedarse con ellos. Y sucedió que, cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando.
Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero Él desapareció de su lado. Se dijeron uno a otro: «¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?». Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los Once y a los que estaban con ellos, que decían: «¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!». Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan” (Lucas 24,13-35).

1. María Santísima tendrá fe en todo momento, pero los discípulos están en desbandada, y ahí van los de hoy, desanimados, descorazonados. “Aquella tarde van de Jerusalén a Emaús, a pocas horas de camino de la Ciudad Santa, tristes, bajo el peso de la mayor de las decepciones: el Maestro acaba de ser crucificado como un malhechor, no había tenido ningún poder contra la muerte, y ahora todos los suyos se dispersaban sin saber dónde ir. Si el único que tenía palabras de vida eterna había muerto, ¿qué iba a ser de ellos? Andaban -eran dos, un tal Cleofás y otro- contándose entre sí una y otra vez todo aquel desastre, el fin de la gran esperanza. Sin duda se han equivocado, Jesús debió ser profeta, pero no el Mesías, habían entendido mal el mensaje, su muerte, un hecho tan seguro, sólo podía interpretarse así” (Carlos Pujol).
-“Dos discípulos iban a Emaús... y hablaban entre sí”... El viernes último murió su amigo. Todo ha terminado. Vuelven a su casa. Sorprende que no sean capaces de tener en consideración el testimonio de las mujeres; quizá estaban tan deprimidos por el “fracaso” que para ellos era la muerte de Jesús, que están temporalmente cerrados a todo misterio. Hasta que llegan a la raíz de su decepción: “nosotros esperábamos que Él sería quien redimiera a Israel”. Este es el tema. ¿Cuál era su esperanza?: parece una salvación humana; muchos problemas vienen de la tergiversación de la esperanza... ya el tercer día desde que han pasado estas cosas. Ya no esperan nada. "Nosotros esperábamos..." Estas palabras están llenas de una esperanza perdida. Me imagino su decepción. Camino con ellos. Les escucho. En toda vida humana esto sucede algún día: una gran esperanza perdida, una muerte cruel, un fracaso humillante, una preocupación, una cuestión insoluble, un pecado que hace sufrir. Humanamente, no hay salida.
-“Jesús se les acercó e iba con ellos... pero sus ojos estaban ciegos, no podían reconocerle”... "¿De qué estáis hablando? Parecéis tristes." Por su camino has venido a encontrarles; e inmediatamente te interesas por sus preocupaciones. Tú conoces nuestras penas y nuestras decepciones. Me alivia pensar que no ignoras nada de lo que soporto en el fondo de mí mismo. Me dejo mirar e interrogar por ti.
-“Lo de Jesús Nazareno... Cómo le entregaron nuestros magistrados para que fuese condenado a muerte y crucificado”... Jesús deja que se expresen detenidamente, sobre sus preocupaciones. No se da a conocer enseguida: deja que hablen, que se desahoguen.
-“¡Hombres tardos de corazón para creer todo lo que vaticinaron los profetas! Y comenzando por Moisés y por todos los profetas les fue declarando cuanto a Él se refería en todas las Escrituras”. He aquí el primer método para "reconocer" a Jesús: tomar contacto, profundamente, cordialmente, con las Escrituras con la Palabra de Dios. Hacer "oración". Procurar por encima de todo tener unos momentos de corazón a corazón. Leer y releer la Escritura.
 Llegan al pueblo, le piden que se quede: “Una de las súplicas más conmovedoras del Evangelio, oscurece (¿quién tiene miedo a la oscuridad, los de Emaús o su compañero misterioso?), y después de aquel coloquio ambulante ahora que todo son sombras lo necesitan.” (Carlos Pujol).
“Jesús en el camino. ¡Señor, qué grande eres siempre! Pero me conmueves cuando te allanas a seguirnos, a buscarnos, en nuestro ajetreo diario. Señor, concédenos la ingenuidad de espíritu, la mirada limpia, la cabeza clara, que permiten entenderte cuando vienes sin ningún signo exterior de tu gloria.
Se termina el trayecto al encontrar la aldea, y aquellos dos que -sin darse cuenta- han sido heridos en lo hondo de su corazón por la palabra y el amor de Dios hecho hombre, sienten que se vaya. Porque Jesús les saluda con un ademán de continuar adelante. No se impone nunca, este Señor Nuestro. Quiere que le llamen libremente, desde que hemos entrevisto la pureza del Amor, que nos ha metido en el alma. Hemos de detenerlo por fuerza y rogarle: continua con nosotros porque ya es tarde, y ya va el día de caída, se hace de noche.
Así somos: siempre poco atrevidos, quizá por insinceridad, o quizá por pudor. En el fondo, pensamos: quédate con nosotros porque nos rodean las tinieblas, y sólo Tú eres luz, sólo Tú puedes calmar esta ansia que nos consume. Porque ‘entre las cosas hermosas, honestas, no ignoramos cuál es la primera: poseer siempre a Dios’ (San Gregorio Nacianzeno).
Y Jesús se queda. Se abren nuestros ojos como los de Cleofás y su compañero, cuando Cristo parte el pan; y aunque Él vuelva a desaparecer de nuestra vista, seremos también capaces de emprender de nuevo la marcha -anochece-, para hablar a los demás de Él, porque tanta alegría no cabe en un pecho solo.
Camino de Emaús. Nuestro Dios ha llenado de dulzura este nombre. Y Emaús es el mundo entero, porque el Señor ha abierto los caminos divinos de la tierra” (San Josemaría Escrivá). Es una imagen de la Misa, de la primera parte, la liturgia de la palabra (explicación de Jesús de las Escrituras) y la Eucaristía (aquí vemos la fracción del pan): -“Jesús, “puesto con ellos a la mesa, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio. Se les abrieron los ojos y le reconocieron”. “Esta es la segunda experiencia para "reconocer a Jesús": la eucaristía, la fracción del pan. La primera había sido la Escritura, explicada por Él. La eucaristía es el sacramento, el signo eficaz de la presencia de Cristo resucitado. Es el gran misterio de la Fe: un signo muy pobre, un signo muy modesto. Comulgar con el "Cuerpo de Cristo". Valorar la eucaristía por encima de todo. Arrodillarse alguna vez ante un sagrario. En el mismo instante se levantaron, y volvieron a Jerusalén. Siempre la "misión". Nadie puede quedarse quieto en su sitio contemplando a Cristo resucitado: Hay que ponerse en camino y marchar hacia los hermanos” (Noel Quesson).
Muchos cristianos, jóvenes y mayores, experimentamos en la vida, como los dos de Emaús, momentos de desencanto y depresión. A veces por circunstancias personales. Otras, por la visión deficiente que la misma comunidad puede ofrecer. El camino de Emaús puede ser muchas veces nuestro camino. Viaje de ida desde la fe hasta la oscuridad, y ojalá de vuelta desde la oscuridad hacia la fe. Cuántas veces nuestra oración podría ser: «quédate con nosotros, que se está haciendo de noche y se oscurece nuestra vida». La Pascua no es para los perfectos: fue Pascua también para el paralítico del templo y para los discípulos desanimados de Emaús (J. Aldazábal).
2. –“Un tullido de nacimiento pedía limosna... Pedro le dijo: «oro no tengo, pero lo que tengo te doy: en nombre de Jesucristo el Nazareno, levántate y anda»”. El Papa y los obispos continúan la función de Pedro y de los Doce. En mi vida familiar o profesional, ¿contribuyo a «levantar» a la humanidad? ¿Contribuyo a curar? Yo mismo, ¿sé apoyarme en la fuerza de la resurrección para ponerme de nuevo en pie cada vez que una prueba me ha paralizado o anonadado? «En nombre de Jesucristo, ¡que me levante y ande!»
-“Entró con ellos en el Templo”.. Iba el sanado saltando... y alabando a Dios... Es algo muy comprensible. Imagino la escena en el templo. El poder maravilloso de la resurrección comienza a difundirse en el cuerpo de la humanidad, como presagio y anuncio de la exultación final de los «resucitados» (Noel Quesson).
3. “¡Recurran al Señor y a su poder, busquen constantemente su rostro”; Dios siempre fiel a su Alianza y a su amor hacia nosotros, jamás abandonará a su Pueblo a pesar de nuestras infidelidades. Volvamos al Señor, dejémonos amar por Él, busquemos su rostro. “Él se acuerda eternamente de su alianza, de la palabra que dio por mil generaciones, / del pacto que selló con Abraham, del juramento que hizo a Isaac”. Convirtámonos en fieles testigos suyos, proclamando sus prodigios a todos los pueblos.
Llucià Pou Sabaté

lunes, 1 de abril de 2013


Martes de la octava de pascua: la primera aparición de Jesús a María Magdalena, la mujer de fe y de amor

 “María se había quedado afuera, llorando junto al sepulcro. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies del lugar donde había sido puesto el cuerpo de Jesús. Ellos le dijeron: "Mujer, ¿por qué lloras?". María respondió: "Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto". Al decir esto se dio vuelta y vio a Jesús, que estaba allí, pero no lo reconoció. Jesús le preguntó: "Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?". Ella, pensando que era el cuidador de la huerta, le respondió: "Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo iré a buscarlo". Jesús le dijo: "¡María!" Ella lo reconoció y le dijo en hebreo: "¡Raboní!", es decir "¡Maestro!". Jesús le dijo: "No me retengas, porque todavía no he subido al Padre. Ve a decir a mis hermanos: 'Subo a mi Padre, el Padre de ustedes; a mi Dios, el Dios de ustedes'". María Magdalena fue a anunciar a los discípulos que había visto al Señor y que él le había dicho esas palabras” (Juan 20,11-18).

1. El relato de la resurrección de hoy es de Juan, ayer de Mateo. Vemos a María delante del sepulcro, llorando. La razón de su llanto es la ausencia total de Jesús, que no sólo ha muerto, sino que tampoco está su cadáver. Es la tristeza que había anunciado Jesús a sus discípulos (16,20): "vosotros lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se alegrará. Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo". Mientras lloraba se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies donde había estado el cuerpo de Jesús. María es la comunidad-esposa que busca y llora al esposo, amor de su alma. En el Cantar se describe así la escena (3,2): "me levanté y recorrí la ciudad... buscando el amor de mi alma; lo busqué y no lo encontré. Me han encontrado los guardias que rondan por la ciudad: ¿visteis al amor de mi alma?". La primera aparición (Mc 16, 9) estuvo reservada para María Magdalena. El primer anuncio del acontecimiento se hizo a las mujeres. Fueron ellas, fueron unas mujeres las enviadas por Dios a predicar a los apóstoles. Hay muchas interpretaciones alegóricas, sobre esa predilección del Señor, como Eva la que lo perdió… pero otras son reales, pues ellas no le abandonaron, y Jesús mostró su predilección.
Hay como un instinto divino que mueve (cf. Rom 8,14) en una docilidad que es la esencia de la vida en Cristo. Cuando María Magdalena lloraba fuera del sepulcro, se inclina y mira adentro donde están los ángeles (cf. Jn 20,11-13) movida por la caridad de Cristo (cf 2 Cor 5,14), por el divino instinto que le empuja hacia realidades más altas, recordaba S. Tomás, siguiendo a S. Agustín y otros como San Gregorio Magno: «Llorando, pues, María se inclinó y miró en el sepulcro. Ciertamente había visto ya vacío el sepulcro, ya había publicado que se habían llevado al Señor. ¿Por qué, pues, vuelve a inclinarse y renovar el deseo de verle? Porque al que ama, no le basta haber mirado una sola vez, porque la fuerza del amor aumenta los deseos de buscar. Y, efectivamente, primero le buscó, y no le encontró; perseveró en buscarle y le encontró. Sucedió que, con la dilación, crecieron sus deseos, y creciendo, consiguió encontrarle».
Los ángeles se dirigen a ella con el apelativo "Mujer" que Jesús había usado con su Madre en Caná (2, 4) y en la cruz (19, 26) y con la samaritana (4, 21), la esposa fiel y la esposa infiel de la antigua alianza. Los ángeles ven en María a la esposa de la nueva alianza, que busca al esposo desolada, pensando que lo ha perdido. María, de hecho, llama a Jesús mi Señor, como mujer al marido, según el uso de entonces.
"Dicho esto da media vuelta y ve a Jesús de pie, pero no sabía que era Jesús. Jesús le dice: mujer ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, tomándolo por el hortelano, le contesta: Señor, si tú te lo has llevado, dime donde lo has puesto y yo lo recogeré”. El tema del huerto-jardín se relaciona con el Cantar. Se prepara el encuentro de la esposa con el esposo. María no lo reconoce aún, pero ya está presente la primera pareja del mundo nuevo, el comienzo de la nueva humanidad. Es el nuevo Paraíso. Jesús, como los ángeles, la ha llamado "Mujer" (esposa, el alma). Ella expresando sin saberlo la realidad de Jesús, lo llama "Señor" (esposo, Dios).
"Jesús le dice ¡María! Ella se vuelve y le dice ¡Rabboni! (que significa Maestro)". Jesús le llama por su nombre y ella lo reconoce por la voz. Este tema también aparece en el Cantar: "Estaba durmiendo, mi corazón en vela, cuando oigo la voz de mi amado que me llama: ¡ábreme, amada mía!" (5, 2; 2,8, LXX). Al oír la voz de Jesús y reconocerlo, María se vuelve del todo, no mira más al sepulcro, que es el pasado, se abre para ella su horizonte propio: la nueva creación que comienza. Jeremías (33,11) dice: "se escuchará la voz alegre y la voz gozosa, la voz del novio y la voz de la novia". Se consuma la Nueva Alianza por medio del Mesías. La respuesta de María: Rabboni, Señor mío, tratamiento que se usaba para los maestros, pone este momento en relación con la escena donde Marta dice a su hermana: El Maestro está ahí y te llama".
"Le dijo Jesús: suéltame que todavía no he subido al Padre". El giro «no me abraces» o "no me toques" o -de forma positiva- "Suéltame" sólo puede significar que la existencia del Resucitado no ha de comprobarse de esa manera mundana. El encuentro y contacto con Jesús resucitado se realiza en un terreno distinto, a saber: en la fe, por la palabra o «en espíritu». Realmente al resucitado no se le puede retener en este mundo. Con el deseo de palpar el hombre conecta frecuentemente la otra tendencia de querer convertir algo en posesión suya, de poder disponer de ello. Ahora bien el resucitado ni puede ni quiere ser abrazado así; mostrando con ello que escapa a cualquier forma de ser manejado por el hombre.
Vete a mis hermanos y diles: Voy a subir a mi Padre y a vuestro Padre; a mi Dios y a vuestro Dios." La renuncia a la forma de comunicación material y sensible no significa en modo alguno la imposibilidad de comunicarse con Jesús. Precisamente su ida al Padre creará la base para la comunión permanente de la comunidad de discípulos con Jesús, según ha quedado expuesto de múltiples formas en los discursos de despedida. Esta expresión, «a mis hermanos», resulta sorprendente; pero en este pasaje describe las nuevas relaciones que Jesús establece con los suyos, por cuanto que ahora los introduce de forma explícita en su propia relación con Dios. El alegre mensaje pascual, que María ha de comunicar a los hermanos de Jesús, consiste en la fundación de una nueva comunidad escatológica de Dios mediante el retorno de Jesús al Padre (cf. también 1Jn 1,1-4). Vista así, la escena indica desde qué ángulo hay que entender el cuarto evangelio, que tiene su fundamento en la comunión divina permanente abierta por Jesús con la pascua” (El Nuevo Testamento y su mensaje, Herder).
 “El amor auténtico pide eternidad. Amar a otra persona es decirle «tú no morirás nunca» – como decía Gabriel Marcel. De ahí el temor a perder el ser amado. María Magdalena no podía creer en la muerte del Maestro. Invadida por una profunda pena se acerca al sepulcro. Ante la pregunta de los dos ángeles, no es capaz de admirarse. Sí, la muerte es dramática. Nos toca fuertemente. Sin Jesús Resucitado, carecería de sentido. «Mujer: ¿Por qué lloras? ¿A quién buscas?» Cuántas veces, Cristo se nos pone delante y nos repite las mismas preguntas. María no entendió. No era capaz de reconocerlo. Así son nuestros momentos de lucha, de oscuridad y de dificultad. «¡María!» Es entonces cuando, al oír su nombre, se le abren los ojos y descubre al maestro: «Rabboni»... Nos hemos acostumbrado a pensar que la resurrección es sólo una cosa que nos espera al otro lado de la muerte. Y nadie piensa que la resurrección es también, entrar «más» en la vida. Que la resurrección es algo que Dios da a todo el que la pide, siempre que, después de pedirla, sigan luchando por resucitar cada día” (Xavier Caballero).
La Iglesia aplica hoy el introito no sólo a sus hijos recién bautizados, sino también a todos nosotros, "iluminados" por los santos misterios: "Les da a beber el agua de la sabiduría. Con ella los hace fuertes y los ensalzará para siempre". Y en esta Octava cantamos: «Este es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo» (aleluya). Y en la oración Colecta pedimos: «Tu, Señor, que nos has salvado por el misterio pascual, continúa favoreciendo con dones celestes a tu pueblo, para que alcance la libertad verdadera y pueda gozar de la alegría del cielo que ya ha empezado a gustar en la tierra».
2. Pedro declara que Dios ha constituido «Señor y Cristo» a “este Jesús a quien vosotros habéis crucificado...” Aborda de frente la verdad, no teme la muerte, y habla de la responsabilidad que todos –él también- tienen. Muchos sintieron remordimiento de corazón, y dijeron a Pedro y a los Apóstoles: «Hermanos ¿qué hemos de hacer?». Es la metánoia, la conversión de corazón. La Pasión sigue siendo hoy medio esencial para convertirnos, tomar conciencia de nuestros pecados.
-Pedro contestó: «Arrepentíos, y que cada uno de vosotros se haga bautizar...» ¿Hay que «cambiar de vida» primero? o bien ¿lo primero es «recibir los sacramentos? Pedro, espontáneamente, dice que hay que hacer ambas cosas. Arrepentirse: cambiar de vida, esforzarse. Recibir el bautismo: recibir el sacramento, reconocer la gracia de Dios (Noel Quesson).
-Aquel día, fueron tres mil los que acogieron la Palabra y se hicieron bautizar. La familia de Jesús, inicialmente compuesta por María y José, luego los Apóstoles y santas mujeres, se amplía ahora por la fe y el bautismo… Esta conversión ha de ser continua, como Rabano Mauro dice: «Todo pensamiento que nos quita la esperanza de la conversión proviene de la falta de piedad; como una pesada piedra atada a nuestro cuello, nos obliga a  estar siempre con la mirada baja, hacia la tierra, y no nos permite alzar los ojos hacia el Señor». Y Juan Pablo II ha escrito: «El auténtico conocimiento de Dios, Dios de la misericordia y del amor benigno, es una constante e inagotable fuente de conversión, no solamente como momentáneo acto interior, sino también como disposición estable, como estado de ánimo. Quienes llegan a conocer de este modo a Dios, quienes lo ven así, no pueden vivir sino convirtiéndose sin cesar a Él. Viven, pues, en un estado de conversión, es este estado el que traza la componente más profunda de la peregrinación de todo el hombre por la tierra en estado de viador». Así lo hizo S. Agustín en su última etapa, como recordaba Benedicto XVI.
3. Gracias, Señor… “Porque la palabra del Señor es recta y él obra siempre con lealtad; / él ama la justicia y el derecho, y la tierra está llena de su amor”. Dejarse amar por Dios, abrirle nuestro corazón es aceptar que Él nos salve del pecado y de la muerte y nos conduzca hacia la posesión de los bienes eternos. “Los ojos del Señor están fijos sobre sus fieles, sobre los que esperan en su misericordia, / para librar sus vidas de la muerte y sustentarlos en el tiempo de indigencia”. La confianza filial es audacia (en griego “parresia”) de un niño pequeño que tiene total abandono en su padre. “Nuestra alma espera en el Señor; él es nuestra ayuda y nuestro escudo. / Señor, que tu amor descienda sobre nosotros, conforme a la esperanza que tenemos en ti”. “-Dejó mi amor la orilla y en la corriente canta. –No volvió a la ribera que su amor era el agua” (Bartolomé Llorens).
Llucià Pou Sabaté 

Martes de la octava de pascua: la primera aparición de Jesús a María Magdalena, la mujer de fe y de amor

 “María se había quedado afuera, llorando junto al sepulcro. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies del lugar donde había sido puesto el cuerpo de Jesús. Ellos le dijeron: "Mujer, ¿por qué lloras?". María respondió: "Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto". Al decir esto se dio vuelta y vio a Jesús, que estaba allí, pero no lo reconoció. Jesús le preguntó: "Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?". Ella, pensando que era el cuidador de la huerta, le respondió: "Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo iré a buscarlo". Jesús le dijo: "¡María!" Ella lo reconoció y le dijo en hebreo: "¡Raboní!", es decir "¡Maestro!". Jesús le dijo: "No me retengas, porque todavía no he subido al Padre. Ve a decir a mis hermanos: 'Subo a mi Padre, el Padre de ustedes; a mi Dios, el Dios de ustedes'". María Magdalena fue a anunciar a los discípulos que había visto al Señor y que él le había dicho esas palabras” (Juan 20,11-18).

1. El relato de la resurrección de hoy es de Juan, ayer de Mateo. Vemos a María delante del sepulcro, llorando. La razón de su llanto es la ausencia total de Jesús, que no sólo ha muerto, sino que tampoco está su cadáver. Es la tristeza que había anunciado Jesús a sus discípulos (16,20): "vosotros lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se alegrará. Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo". Mientras lloraba se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies donde había estado el cuerpo de Jesús. María es la comunidad-esposa que busca y llora al esposo, amor de su alma. En el Cantar se describe así la escena (3,2): "me levanté y recorrí la ciudad... buscando el amor de mi alma; lo busqué y no lo encontré. Me han encontrado los guardias que rondan por la ciudad: ¿visteis al amor de mi alma?". La primera aparición (Mc 16, 9) estuvo reservada para María Magdalena. El primer anuncio del acontecimiento se hizo a las mujeres. Fueron ellas, fueron unas mujeres las enviadas por Dios a predicar a los apóstoles. Hay muchas interpretaciones alegóricas, sobre esa predilección del Señor, como Eva la que lo perdió… pero otras son reales, pues ellas no le abandonaron, y Jesús mostró su predilección.
Hay como un instinto divino que mueve (cf. Rom 8,14) en una docilidad que es la esencia de la vida en Cristo. Cuando María Magdalena lloraba fuera del sepulcro, se inclina y mira adentro donde están los ángeles (cf. Jn 20,11-13) movida por la caridad de Cristo (cf 2 Cor 5,14), por el divino instinto que le empuja hacia realidades más altas, recordaba S. Tomás, siguiendo a S. Agustín y otros como San Gregorio Magno: «Llorando, pues, María se inclinó y miró en el sepulcro. Ciertamente había visto ya vacío el sepulcro, ya había publicado que se habían llevado al Señor. ¿Por qué, pues, vuelve a inclinarse y renovar el deseo de verle? Porque al que ama, no le basta haber mirado una sola vez, porque la fuerza del amor aumenta los deseos de buscar. Y, efectivamente, primero le buscó, y no le encontró; perseveró en buscarle y le encontró. Sucedió que, con la dilación, crecieron sus deseos, y creciendo, consiguió encontrarle».
Los ángeles se dirigen a ella con el apelativo "Mujer" que Jesús había usado con su Madre en Caná (2, 4) y en la cruz (19, 26) y con la samaritana (4, 21), la esposa fiel y la esposa infiel de la antigua alianza. Los ángeles ven en María a la esposa de la nueva alianza, que busca al esposo desolada, pensando que lo ha perdido. María, de hecho, llama a Jesús mi Señor, como mujer al marido, según el uso de entonces.
"Dicho esto da media vuelta y ve a Jesús de pie, pero no sabía que era Jesús. Jesús le dice: mujer ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, tomándolo por el hortelano, le contesta: Señor, si tú te lo has llevado, dime donde lo has puesto y yo lo recogeré”. El tema del huerto-jardín se relaciona con el Cantar. Se prepara el encuentro de la esposa con el esposo. María no lo reconoce aún, pero ya está presente la primera pareja del mundo nuevo, el comienzo de la nueva humanidad. Es el nuevo Paraíso. Jesús, como los ángeles, la ha llamado "Mujer" (esposa, el alma). Ella expresando sin saberlo la realidad de Jesús, lo llama "Señor" (esposo, Dios).
"Jesús le dice ¡María! Ella se vuelve y le dice ¡Rabboni! (que significa Maestro)". Jesús le llama por su nombre y ella lo reconoce por la voz. Este tema también aparece en el Cantar: "Estaba durmiendo, mi corazón en vela, cuando oigo la voz de mi amado que me llama: ¡ábreme, amada mía!" (5, 2; 2,8, LXX). Al oír la voz de Jesús y reconocerlo, María se vuelve del todo, no mira más al sepulcro, que es el pasado, se abre para ella su horizonte propio: la nueva creación que comienza. Jeremías (33,11) dice: "se escuchará la voz alegre y la voz gozosa, la voz del novio y la voz de la novia". Se consuma la Nueva Alianza por medio del Mesías. La respuesta de María: Rabboni, Señor mío, tratamiento que se usaba para los maestros, pone este momento en relación con la escena donde Marta dice a su hermana: El Maestro está ahí y te llama".
"Le dijo Jesús: suéltame que todavía no he subido al Padre". El giro «no me abraces» o "no me toques" o -de forma positiva- "Suéltame" sólo puede significar que la existencia del Resucitado no ha de comprobarse de esa manera mundana. El encuentro y contacto con Jesús resucitado se realiza en un terreno distinto, a saber: en la fe, por la palabra o «en espíritu». Realmente al resucitado no se le puede retener en este mundo. Con el deseo de palpar el hombre conecta frecuentemente la otra tendencia de querer convertir algo en posesión suya, de poder disponer de ello. Ahora bien el resucitado ni puede ni quiere ser abrazado así; mostrando con ello que escapa a cualquier forma de ser manejado por el hombre.
Vete a mis hermanos y diles: Voy a subir a mi Padre y a vuestro Padre; a mi Dios y a vuestro Dios." La renuncia a la forma de comunicación material y sensible no significa en modo alguno la imposibilidad de comunicarse con Jesús. Precisamente su ida al Padre creará la base para la comunión permanente de la comunidad de discípulos con Jesús, según ha quedado expuesto de múltiples formas en los discursos de despedida. Esta expresión, «a mis hermanos», resulta sorprendente; pero en este pasaje describe las nuevas relaciones que Jesús establece con los suyos, por cuanto que ahora los introduce de forma explícita en su propia relación con Dios. El alegre mensaje pascual, que María ha de comunicar a los hermanos de Jesús, consiste en la fundación de una nueva comunidad escatológica de Dios mediante el retorno de Jesús al Padre (cf. también 1Jn 1,1-4). Vista así, la escena indica desde qué ángulo hay que entender el cuarto evangelio, que tiene su fundamento en la comunión divina permanente abierta por Jesús con la pascua” (El Nuevo Testamento y su mensaje, Herder).
 “El amor auténtico pide eternidad. Amar a otra persona es decirle «tú no morirás nunca» – como decía Gabriel Marcel. De ahí el temor a perder el ser amado. María Magdalena no podía creer en la muerte del Maestro. Invadida por una profunda pena se acerca al sepulcro. Ante la pregunta de los dos ángeles, no es capaz de admirarse. Sí, la muerte es dramática. Nos toca fuertemente. Sin Jesús Resucitado, carecería de sentido. «Mujer: ¿Por qué lloras? ¿A quién buscas?» Cuántas veces, Cristo se nos pone delante y nos repite las mismas preguntas. María no entendió. No era capaz de reconocerlo. Así son nuestros momentos de lucha, de oscuridad y de dificultad. «¡María!» Es entonces cuando, al oír su nombre, se le abren los ojos y descubre al maestro: «Rabboni»... Nos hemos acostumbrado a pensar que la resurrección es sólo una cosa que nos espera al otro lado de la muerte. Y nadie piensa que la resurrección es también, entrar «más» en la vida. Que la resurrección es algo que Dios da a todo el que la pide, siempre que, después de pedirla, sigan luchando por resucitar cada día” (Xavier Caballero).
La Iglesia aplica hoy el introito no sólo a sus hijos recién bautizados, sino también a todos nosotros, "iluminados" por los santos misterios: "Les da a beber el agua de la sabiduría. Con ella los hace fuertes y los ensalzará para siempre". Y en esta Octava cantamos: «Este es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo» (aleluya). Y en la oración Colecta pedimos: «Tu, Señor, que nos has salvado por el misterio pascual, continúa favoreciendo con dones celestes a tu pueblo, para que alcance la libertad verdadera y pueda gozar de la alegría del cielo que ya ha empezado a gustar en la tierra».
2. Pedro declara que Dios ha constituido «Señor y Cristo» a “este Jesús a quien vosotros habéis crucificado...” Aborda de frente la verdad, no teme la muerte, y habla de la responsabilidad que todos –él también- tienen. Muchos sintieron remordimiento de corazón, y dijeron a Pedro y a los Apóstoles: «Hermanos ¿qué hemos de hacer?». Es la metánoia, la conversión de corazón. La Pasión sigue siendo hoy medio esencial para convertirnos, tomar conciencia de nuestros pecados.
-Pedro contestó: «Arrepentíos, y que cada uno de vosotros se haga bautizar...» ¿Hay que «cambiar de vida» primero? o bien ¿lo primero es «recibir los sacramentos? Pedro, espontáneamente, dice que hay que hacer ambas cosas. Arrepentirse: cambiar de vida, esforzarse. Recibir el bautismo: recibir el sacramento, reconocer la gracia de Dios (Noel Quesson).
-Aquel día, fueron tres mil los que acogieron la Palabra y se hicieron bautizar. La familia de Jesús, inicialmente compuesta por María y José, luego los Apóstoles y santas mujeres, se amplía ahora por la fe y el bautismo… Esta conversión ha de ser continua, como Rabano Mauro dice: «Todo pensamiento que nos quita la esperanza de la conversión proviene de la falta de piedad; como una pesada piedra atada a nuestro cuello, nos obliga a  estar siempre con la mirada baja, hacia la tierra, y no nos permite alzar los ojos hacia el Señor». Y Juan Pablo II ha escrito: «El auténtico conocimiento de Dios, Dios de la misericordia y del amor benigno, es una constante e inagotable fuente de conversión, no solamente como momentáneo acto interior, sino también como disposición estable, como estado de ánimo. Quienes llegan a conocer de este modo a Dios, quienes lo ven así, no pueden vivir sino convirtiéndose sin cesar a Él. Viven, pues, en un estado de conversión, es este estado el que traza la componente más profunda de la peregrinación de todo el hombre por la tierra en estado de viador». Así lo hizo S. Agustín en su última etapa, como recordaba Benedicto XVI.
3. Gracias, Señor… “Porque la palabra del Señor es recta y él obra siempre con lealtad; / él ama la justicia y el derecho, y la tierra está llena de su amor”. Dejarse amar por Dios, abrirle nuestro corazón es aceptar que Él nos salve del pecado y de la muerte y nos conduzca hacia la posesión de los bienes eternos. “Los ojos del Señor están fijos sobre sus fieles, sobre los que esperan en su misericordia, / para librar sus vidas de la muerte y sustentarlos en el tiempo de indigencia”. La confianza filial es audacia (en griego “parresia”) de un niño pequeño que tiene total abandono en su padre. “Nuestra alma espera en el Señor; él es nuestra ayuda y nuestro escudo. / Señor, que tu amor descienda sobre nosotros, conforme a la esperanza que tenemos en ti”. “-Dejó mi amor la orilla y en la corriente canta. –No volvió a la ribera que su amor era el agua” (Bartolomé Llorens).
Llucià Pou Sabaté 

domingo, 31 de marzo de 2013



Pascua, Domingo (Misa del día): La Resurrección de Jesús, fundamento de nuestra filiación divina, la fe en ella se convierte en fuente de esperanza y causa de la alegría

“El primer día de la semana va María Magdalena de madrugada al sepulcro cuando todavía estaba oscuro, y ve la piedra quitada del sepulcro. Echa a correr y llega donde Simón Pedro y donde el otro discípulo a quien Jesús quería y les dice: «Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto».
Salieron Pedro y el otro discípulo, y se encaminaron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió por delante más rápido que Pedro, y llegó primero al sepulcro. Se inclinó y vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llega también Simón Pedro siguiéndole, entra en el sepulcro y ve las vendas en el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó, pues hasta entonces no habían comprendido que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos” (Juan 20,1-9).

1. Pascua es el paso de la muerte a la vida. Cristo crucificado ha resucitado y ha vencido al mundo. El amor es más fuerte que el odio, ha vencido y tenemos que asociarnos a esta victoria del amor. En una estancia por Madrid, por la calle, pude conocer a un hombre algo anciano, que no podía aguantar contar su alegría a alguien, y me contó. Había llegado a la capital después de la guerra, y entre pesares pudo ir adelante, recogiendo colillas y papeles y otros desechos. Allí fue bautizado, pero pronto abandonó la práctica religiosa porque no se atrevía, se veía indigno. Pasaron los años y le pasó de todo. Acabó en la cárcel, 12 años estuvo en tiempos del anterior régimen. Perdió un tobillo en un accidente (le colocaron una prótesis) y al poco murió su mujer. En medio de muchos pesares, y sin saber qué rumbo tomar, salió a ver procesiones de Semana Santa, y decía: “ayer, al ver el paso del Cristo de los gitanos, no pude aguantar más y me puse a llorar como un niño... Quiero volver al trato con Dios, volver al momento en que lo dejé…” Tenía ganas de portarse mejor, de cambiar de vida, de hacer algo... confesó y fue a los Oficios, para comulgar. Qué tendría aquella mirada del Cristo de los gitanos...
«¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado» (Lucas 24,5-6), preguntó el ángel a las santas mujeres aquel primer domingo de pascua, y como una onda que pasa transversalmente a través de los siglos, parece que aletean en el aire estas palabras del ángel, para que el anuncio de la resurrección de Jesús llegue a toda persona de buena voluntad y todos nos sintamos protagonistas en construir un mundo mejor. Porque en medio de tantos rincones del planeta envueltos en zumbidos de guerras y lágrimas, late este mensaje de esperanza, que nos dice que es posible vencer en la apuesta de la tolerancia y de la solidaridad, es posible tener capacidad y coraje para un desarrollo respetuoso de cada ser humano.
Después que hubieran puesto la experiencia de Jesús resucitado por escrito, la fe de los primeros cristianos quiso conocer los hechos anecdóticos, los acontecimientos según el orden de los sucesos, y antes de que murieran los Apóstoles se fueron recogiendo los relatos, que se fueron escribiendo según el orden de los Evangelistas, y con sus variantes y tradiciones fueron componiéndose los Evangelios.
Pienso que primero Jesús se aparece en su interior a la Virgen y le comunica, en la madrugada del domingo, es decir hoy, que ha resucitado. Este gozo lo comunican los ángeles a las mujeres, que anuncian la nueva a los Apóstoles, primero Simón y Juan que van y creen, al ver los lienzos como “desinflados”. María Magdalena se queda allí, y habla con Jesús creyendo que es el hortelano hasta que la llama por su nombre: “María” y ella le reconoce. Esto nos hace ver que Jesús en su cuerpo glorioso –que no tiene materia, que puede pasar por espacios sólidos y cruzar en el mismo tiempo varios lugares- se aparece a quien quiere, y quizá también a quien está preparado para ver, como vemos en la siguiente aparición, los de Emaús: por el camino les explica las Escrituras, y se encienden al ver que desde Moisés y los profetas hablan de que Jesús tiene que sufrir antes de resucitar (toda la cuaresma hemos leído estos pasajes) y luego le dicen que se quede (se hace de noche, cuando Él no está) y Él cena con ellos, y al partir el pan lo reconocen. En esta aparición vemos las dos escenas de la Misa: la lectura viva de la Palabra que enciende nuestros corazones, y nos prepara para verle en la fracción del pan, segunda parte de la Misa, en la mesa del altar. Luego, siguiendo con las apariciones, lo hace aquella misma noche de pascua a los apóstoles ya reunidos, y luego el domingo siguiente –es una repetición dominical- y otro más en el lago, y luego por último el día de la Ascensión.
En las palabras de María Magdalena resuena probablemente la controversia con la sinagoga judía, que acusaban a los discípulos de haber robado el cuerpo de Jesús para así poder afirmar su resurrección. Los discípulos no se han llevado el cuerpo de Jesús. Más aún, al encontrar doblados y en su sitio la sábana y el sudario, queda claro que no ha habido robo.
Corrieron ellos, entraron, vieron solamente las vendas, pero no el cuerpo y creyeron que había desaparecido, no que hubiese resucitado. Al verlo ausente del sepulcro, creyeron que lo habían sustraído y se fueron”. En este día santo "lucharon vida y muerte / en singular batalla / y, muerto el que es Vida, / triunfante se levanta" (Secuencia de Pascua). Y ya tenemos las primeras aplicaciones a nosotros: nuestro pensar, sentir, hablar, el unir nuestra acción con la idea de Dios, el buscar la realidad de su amor, éste es el camino para entrar en el espacio de la inmortalidad.
Ratzinger señala que el amor tiende a morir a uno mismo, esto hace fructificar; el egoísmo, que trata de evitar esa muerte, ese es el que precisamente empobrece y vacía a los hombres. Solamente el grano de trigo que muere fructifica. El egoísmo destruye el mundo. Dios, que es amor, nos hace entender que el amor no se acaba con la muerte, que después de esta etapa hay otra para siempre. Que Dios no quiere lo malo, pero lo permite en su respeto a la libertad, sabiendo reconducirlo con Jesús hacia algo mejor… la muerte para la fe cristiana es una participación en la muerte de Jesús, desde el bautismo estamos unidos a Él, en la Misa vivimos toda la potencia salvadora de la muerte hacia la resurrección.
Las fuerzas atávicas del mal, que volcaban en un inocente sus traumas y represiones (el chivo expiatorio) que por el demonio se vierte toda la agresividad en contra del Mesías, quedan truncadas. Pues en la muerte de Jesús esas fuerzas quedan vencidas, el círculo del odio queda sustituido por el círculo del amor; una nueva ola que alcanza –con su Resurrección- todos los lugares del cosmos en todos sus tiempos. "En su muerte en la cruz se realiza ese ponerse Dios contra si mismo, al entregarse para dar nueva vida al hombre y salvarlo: esto es amor en su forma más radical" (Benedicto XVI). Se establece la redención, la vuelta al paraíso original, a la auténtica comunión con todos y todo. Y cuando estamos en contacto con Jesús, en la comunión, también estamos con los que están con Él, de todos los lugares de todos los tiempos, con los que queremos y ya se han ido de nuestro mundo y tiempo.
Este es el misterio pascual de Jesús, el paso de la muerte a la Vida, la luz que se enciende con la nueva aurora. El cuerpo que se entierra es semilla –grano de trigo que muere y da mucho fruto- para una vida más plena, de resurrección.
El amor humano nos hace entender ese amor eterno, pues el amor nace para ser eterno, aunque cambiemos de casa quedamos unidos a los que amamos. Jesús nos enseña plenamente el diccionario del amor, nos habla del amor de un Dios que es padre y que nos quiere con locura, y dándose en la Cruz, hace nuevas todas las cosas, en una renovación cósmica del amor: las cosas humanas, sujetas al dolor y la muerte, tienen una potencia salvífica, se convierten en divinas.
Estos días queremos vivir el misterio, abrir los ojos como las mujeres al buscar a Jesús en la mañana de pascua, y les dice el ángel, aquel primer domingo: “¿por qué buscáis entre los muertos aquel que está vivo? No está aquí, ha resucitado”. Queremos ver más allá de lo que se ve, beber de ese amor verdadero que es eterno, para iluminar nuestros días con ese día de fiesta, de esperanza cierta. La misa de Pascua está llena de gozo, del gozo de la Vida que nos comunica el  Resucitado: “Señor Dios, que en este día nos has abierto las puertas de la vida por medio de tu Hijo, vencedor de la muerte, concédenos a los que celebramos la solemnidad de la resurrección de Jesucristo, ser renovados por tu Espíritu para resucitar en el reino de la luz y de la paz”, pedimos en la Oración colecta.
Es el día en que Jesús «manifiesta plenamente el hombre al mismo hombre y le descubre su altísima vocación» (Gaudium et Spes 22). El gran signo que hoy nos da el Evangelio es que el sepulcro de Jesús está vacío. Ya no tenemos que buscar entre los muertos a Aquel que vive, porque ha resucitado. Y los discípulos, que después le verán Resucitado, es decir, lo experimentarán vivo en un encuentro de fe maravilloso, captan que hay un vacío en el lugar de su sepultura. Sepulcro vacío y apariciones serán las grandes señales para la fe del creyente. El Evangelio dice que «entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó». Supo captar por la fe que aquel vacío y, a la vez, aquella sábana de amortajar y aquel sudario bien doblados eran pequeñas señales del paso de Dios, de la nueva vida. El amor sabe captar aquello que otros no captan, y tiene suficiente con pequeños signos. El «discípulo a quien Jesús quería» se guiaba por el amor que había recibido de Cristo. “Ver y creer” de los discípulos que ha de ser también nuestro.
2. Tenemos aquí un compendio de la predicación de Pedro, que habla solidariamente con todos los apóstoles: "Nosotros somos testigos..." ¿de qué? De que Jesús es el Cristo, el Señor. El Cristo predicado es el Jesús histórico.
Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia”El amor de Dios se ve en el salmo, que Jesús rezó al ofrecerse. Como decía Juan Pablo II, "si no hubiera existido esa agonía en la Cruz, la verdad de que Dios es Amor estaría por demostrar."
"La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular". Jesús cita esta frase, aplicándola a su misión de muerte y de gloria, después de narrar la parábola de los viñadores homicidas (cf. Mt 21,42). También la recoge san Pedro en los Hechos de los Apóstoles: "Este Jesús es la piedra que vosotros, los constructores, habéis desechado y que se ha convertido en piedra angular. Porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos".
3. Los primeros relatos que tenemos de la pascua son las cartas apostólicas, que recogen lo que vivían los primeros cristianos en su primitiva liturgia: el hecho de la resurrección. Pensar en las cosas de arriba donde está Jesús, “gustar” de esas cosas… son reminiscencias de esos himnos litúrgicos que recibe S. Pablo y que re-piensa en su teología: es posible la nueva vida; porque todavía no se ha manifestado, es necesario dar frutos de vida eterna. Nuestra vida se mueve entre el "ya" y el "todavía-no".
Se nos invita a pensar en "los bienes de arriba". Sin dejar de estar en la tierra. Cuando Cristo aparezca, se mostrará en Él nuestra vida y entonces veremos lo que ahora somos ya en Cristo. S. Agustín comenta esta expresión: “Si habéis resucitado con Cristo... ¿Cómo vamos a resucitar si aún no hemos muerto? ¿Qué quiso decir entonces el Apóstol con estas palabras: Si habéis resucitado con Cristo? ¿Acaso Él hubiese resucitado de no haber muerto antes? Hablaba a personas que aún vivían, que todavía no habían muerto y ya habían resucitado. ¿Qué significa esto? Ved lo que dice: ‘Si habéis resucitado con Cristo, gustad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios; buscad las cosas de arriba, no las de la tierra; pues estáis muertos y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando aparezca Cristo, vuestra vida, también vosotros apareceréis entonces en la gloria con Él’”.
Llucià Pou Sabaté

sábado, 30 de marzo de 2013

Semana Santa, Vigilia Pascual (ciclo C)



Semana Santa, Vigilia Pascual (ciclo C): Jesús pasa de la muerte a la Vida, y con su glorificación nos abre las puertas del paraíso

“El primer día de la semana, de madrugada, las mujeres fueron al sepulcro llevando los aromas que habían preparado. Encontraron corrida la piedra del sepulcro. Y entrando no encontraron el cuerpo del Señor Jesús. Mientras estaban desconcertadas por esto, se les presentaron dos hombres con vestidos refulgentes. Ellas, despavoridas, miraban al suelo, y ellos les dijeron: -¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. HA RESUCITADO. Acordaos de lo que os dijo estando todavía en Galilea: «El Hijo del Hombre tiene que ser entregado en manos de pecadores, ser crucificado y al tercer día resucitar».
Recordaron sus palabras, volvieron del sepulcro y anunciaron todo esto a los Once y a los demás. María Magdalena, Juana y María la de Santiago, y sus compañeras contaban esto a los Apóstoles. Ellos lo tomaron por un delirio y no las creyeron. Pedro se levantó y fue corriendo al sepulcro. Asomándose vio sólo las vendas por el suelo. Y se volvió admirándose de lo sucedido.” (Lucas 24,1-12).

1. “El primer día de la semana, de madrugada, las mujeres fueron al sepulcro llevando los aromas que habían preparado”.
Los dos primeros testigos de la resurrección son las mujeres. Ellas, llevadas del corazón,  con las primeras luces del día del sol, se fueron al sepulcro para ungir mejor el cuerpo del  Amado. Los discípulos, muy prudentes ellos, estaban escondidos, a la espera. Lo que pasó aquella madrugada fue una experiencia indecible. Se disiparon todos los  miedos y todas las dudas. Tendrían miedo por los guardas, pensarían cómo mover la piedra del sepulcro… pero van. El amor las lleva.
Encontraron corrida la piedra del sepulcro. Y entrando no encontraron el cuerpo del Señor Jesús. Verían una luz que no hacía más que  crecer y crecer. Y empezaron a recordar las palabras del Señor. Todo encajaba  perfectamente. Era ya el tercer día, y Cristo había resucitado. En adelante ya no será solo el día del sol, sino el día del Señor.
“Mientras estaban desconcertadas por esto, se les presentaron dos hombres con vestidos refulgentes. Ellas, despavoridas, miraban al suelo, y ellos les dijeron: -¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. HA RESUCITADO. Acordaos de lo que os dijo estando todavía en Galilea: «El Hijo del Hombre tiene que ser entregado en manos de pecadores, ser crucificado y al tercer día resucitar»”.
Ellas, nerviosas y gozosas, “recordaron sus palabras, volvieron del sepulcro y anunciaron todo esto a los Once y a los demás. María Magdalena, Juana y María la de Santiago, y sus compañeras contaban esto a los Apóstoles. Ellos lo tomaron por un delirio y no las creyeron”. Así tiene que ser todo  testigo. Pero los apóstoles, muy sensatos ellos, lo tomaron por «delirio» y cosas de  mujeres (Caritas).
 “Pedro se levantó y fue corriendo al sepulcro. Asomándose vio sólo las vendas por el suelo. Y se volvió admirándose de lo sucedido.” (Lucas 24,1-12).
Cuando vivimos con esta realidad, se palpa en el ambiente: una caridad discreta, fuerte y generosa en desmesura, un respeto sagrado por cada persona, imagen de Dios, un trabajo perseverante por una sociedad más justa, con unas relaciones de sinceridad y confianza que generan paz, una atención preferencial a los pobres, una esperanza cierta de vida ante los signos de dolor y muerte. "¡Aquí hay una vida nueva! ¡Aquí hay alguien!". Es la presencia del Resucitado: "Yo estaré con vosotros cada día hasta el fin del mundo".
El escándalo de la cruz resulta fuente de vida. Canta el himno litúrgico: “la gracia está en el fondo de la pena y la salud naciendo de una herida”. Herida luminosa, que iría curando las heridas… la de Pedro, que guarda distancias antes de creer, hasta que se le aparece el Señor, por la tarde: "Paz a vosotros".
Si Jesús ha muerto por nosotros, su resurrección es también para nosotros. "Si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él". Después de bendecir el agua bautismal renovaremos la fe de nuestro bautismo. Los que hemos sido bautizados en Cristo hemos sido sumergidos en su muerte y plantados a su vera en las aguas de la resurrección, a fin de ver el mundo con ojos de bautizados, ojos de resucitados, y dar frutos del "cielo nuevo y la tierra nueva" (Jaume Camprodon).

El pregón pascual exulta de gozo en esta noche santa, cuando se ve que “necesario fue el pecado de Adán, que ha sido borrado por la muerte de Cristo. ¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor! ¡Qué noche tan dichosa! Sólo ella conoció el momento en que Cristo resucitó de entre los muertos… ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos”.
La noche de Pascua es la fiesta nupcial  de la Iglesia. La imagen del pozo de Jacob se ha hecho feliz realidad: la mujer que no tenía esposo, pero que había pertenecido a muchos, ha encontrado al esposo celestial que le estaba  destinado desde el comienzo. La humanidad ha acabado por  comprender a quién debe dirigir el saludo que hasta ahora había  dirigido a un esposo falso y seductor. Este saludo era: "¡Salve,  esposo! ¡Salve, nueva luz!" (Fírmico Materno). Pues sólo hay una luz, sólo hay un esposo: Cristo es el único que ha recibido la gracia de tal nombre. Aquí, en la noche de Pascua, en boca de la Iglesia y ante la luz  del cirio pascual, figura de Cristo, el antiguo saludo de los misterios  paganos alcanza su verdadero sentido. Ya es de noche; llega el  esposo a casa y encuentra a la esposa desvelada. No ha podido  pegar los ojos sabiéndolo fuera, en la noche del sepulcro. ¡Ahora ha vuelto vivo! "Sus cabellos están cubiertos de la  escarcha de la noche" (Ct 5,2), como decía S. Paulino de Nola: aún lleva impresas las huellas de la  pasión. Pero está ante la puerta, sobrenaturalizado, con el cuerpo  glorificado, revestido de la divinidad, "mirando por las ventanas,  atisbando por entre las celosías" (Ct 2,9); San Ambrosio dirá que las "ventanas"  se interpretan como si fuesen los profetas, “por los cuales Dios miró al  género humano antes de bajar Él mismo a la tierra". Hasta ahora la esposa  solamente ha podido adivinarlo a Él a través de las ventanas y las celosías, a través de los dichos y las imágenes de los profetas.  Ahora ha salido de la oscuridad de la noche, y su presencia viva en la gloria de su resurrección sobrepasa con su resplandor cualquier  imagen y profecía” (Emiliana Löhr).

2. Las lecturas del AT tienen un ritmo interno bien conocido: la Ley y los Profetas, con los Salmos. En el primer grupo, la creación, el sacrificio de Abrahán y el paso del mar Rojo. En el segundo, la llamada al amor renovador (con una alusión intencionada a los días de Noé y al diluvio: referencia bautismal y eclesial) y las imágenes sapienciales de la alianza (el agua, el alimento, la Palabra) en los dos textos de Isaías; la llamada entusiasta a la fe, en el texto de Baruc; la promesa del don escatológico (un pueblo, un agua pura, un corazón y un espíritu nuevos), en el maravilloso texto de Ezequiel. En los salmos resuenan los temas de las lecturas que les preceden, destacándose los dos cánticos bíblicos: el de Moisés para la lectura del Éxodo y el de Isaías 12 como cántico bautismal (Pere Tena).
El Génesis nos narra el principio, cuando “creó Dios el cielo y la tierra. La tierra era un caos informe; sobre la faz del abismo, la tiniebla. Y el aliento de Dios se cernía sobre la faz de las aguas. Y dijo Dios: "Que exista la luz."” Y así cada día de su trabajo… separó el día y la noche, y puso lumbreras en la bóveda del cielo, “para señalar las fiestas, los días y los años… para dar luz sobre la tierra”. Y así hasta su obra maestra, vio Dios que era bueno. Y dijo Dios: "Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza; que domine los peces del mar, las aves del cielo, los animales domésticos, los reptiles de la tierra." Y creó Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; hombre y mujer los creó. Y los bendijo Dios y les dijo: "Creced, multiplicaos, llenad la tierra y sometedla; dominad los peces del mar, las aves del cielo, los vivientes que se mueven sobre la tierra…" Y les hizo señores de todo. “Y vio Dios todo lo que había hecho; y era muy bueno. Pasó una tarde, pasó una mañana: el día sexto”.
Y descansó el día séptimo, anuncio del octavo que hoy celebramos, la nueva creación. Obra de Dios, por amor. Como el enamorado que busca al ser amado con una pasión que da sentido a su vida. Vive sólo para él y por él; piensa en él, existe con referencia a lo que el otro piensa, experimenta y vive. Ser buscado por alguien es la felicidad del que es amado. Somos buscados por Dios desde el principio. Y con impaciencia y pasión. Sí, somos fruto de la pasión de Dios, que nos dice: "La fuerza con que te amo no es distinta de la fuerza por la cual existes"” (Paul Claudel).
“Dios y Padre creador, / bendito sea tu nombre; / Tú nos has hecho a tu imagen / y nos has moldeado a semejanza tuya. / Llevamos ya estos nombres gloriosos: / hijos amados, / hombres nacidos de una palabra de amor. / Haz que nada desfigure nuestra belleza original, / sino que ésta florezca esplendorosa, / sin mancha ni arruga, / en la resurrección eterna” (“Dios cada día”, Sal terrae). De todas las cosas creadas, sólo el hombre es llamado "imagen de Dios". La faz del Dios invisible se halla sobre el frágil rostro del hombre.
"Vio Dios todo lo que había hecho; y era muy bueno". Es una visión positiva de la creación, la realidad material no es mala sino buena, la idea maniqueísta de que lo corporal es malo, no es bíblica ni cristiana. El tapiz de la creación, de la catedral de Gerona, habla con pinturas de esta realidad teológica: el mundo es bueno, salido de las manos de Dios, y las realidades de nuestro mundo son buenas, no hemos de renegar de nada, ni reprimir, sino –como dice el texto- trabajar el jardín, cuidar de la creación, dar gloria al Creador trabajando con Él en la superación del caos: Dios pone orden, separa, distingue. El Salmo canta por eso: “bendice, alma mía, al Señor: / ¡Dios mío, qué grande eres!... ¡Qué magníficas son tus obras, Señor! / Todas las cosas hiciste con sabiduría”.
El Génesis nos sigue contando que Abraham fue a sacrificar a su hijo, pero el Señor le mando a un ángel para impedirlo. Dios no quiere la muerte. Abraham tomó un carnero “y lo ofreció en sacrificio en lugar de su hijo”. Anunciaba tu sacrificio, Jesús. Y escuchó la divina bendición: “te bendeciré, multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo y como la arena de la playa… Todos los pueblos del mundo se bendecirán con tu descendencia, porque me has obedecido." También ahí habla de ti, Señor, del nuevo pueblo de tu Iglesia. Nos hablas ahí de la obediencia de la fe. El Salmo dice: “el Señor es el lote de mi heredad y mi copa […] me encanta mi heredad… / Tengo siempre presente al Señor, / con Él a mi derecha no vacilaré. / Por eso se me alegra el corazón, / se gozan mis entrañas, / y mi carne descansa serena. / Porque no me entregarás a la muerte, / ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción. / Me enseñarás el sendero de la vida, / me saciarás de gozo en tu presencia, / de alegría perpetua a tu derecha”. Todo es anuncio de la resurrección, Dios es el único bien… la tierra prometida al pueblo de Israel: "Todo lo que Tú puedes darme fuera de ti, carece de valor. Sé Tú mismo mi heredad. A ti es a quien amo"” (san Agustín).
El Éxodo nos presenta a Moisés, cuando Dios le dice: "extiende tu mano sobre el mar y divídelo, para que los israelitas entren en medio del mar a pie enjuto”. No sabemos qué significa la muerte de los perseguidores, pues se mezcla historia y revelación. Pero ahí vemos el paso por las aguas, el bautismo. Y vemos el canto en honor del Señor: "Cantaré al Señor […] es mi fuerza y mi protección, Él me salvó”. Es el gran relato del paso de la esclavitud a ser hijos, el acto fundador del pueblo: habla del nuevo pueblo que tú has creado, Señor, con tu pascua, como  rezamos en la oración: “Oh Dios, que has  iluminado los prodigios de los tiempos antiguos con la luz del Nuevo  Testamento: el mar Rojo fue imagen de la fuente bautismal, y el  pueblo liberado de la esclavitud imagen de la familia cristiana...” Jesús se  convierte en el nuevo Moisés y el agua que era considerada mala, es ahora vida.
Las tres siguientes lecturas, de los profetas, anuncian al pueblo el amor de Dios, el amor inmenso que jamás falla, que siempre espera. El amor que es más fuerte que todas las infidelidades, que todas las debilidades de los hombres. Isaías es el primero: “el que te hizo te tomará por esposa”; la mujer abandonada y abatida oye ahora: “con misericordia eterna te quiero -dice el Señor, tu redentor-, “no se retirará de ti mi misericordia, ni mi alianza de paz vacilará -dice el Señor, que te quiere-”: la nueva etapa de amor no tendrá fin: “Te ensalzaré, Señor, porque me has librado... sacaste mi vida del abismo, me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa”. Tu resurrección es también la mí, oh Jesús: “te daré gracias por siempre”. Ha pasado la noche de la muerte, clarea el alba pascual.
Isaías otra vez: “Oíd, sedientos todos, acudid por agua... Inclinad el oído, venid a mí: escuchadme, y viviréis. Sellaré con vosotros alianza perpetua”, y el que era malo “que regrese al Señor, y él tendrá piedad, a nuestro Dios, que es rico en perdón”. Lo dice con su omnipotencia: “mi palabra, que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo." El agua (bautismo) y la palabra, como sacramentos. Y cita el trigo y vino de resonancias eucarísticas. “Mi fortaleza y mi gloria es el Señor y ha sido mi salvación. / Sacaréis aguas con gozo de las fuentes del Salvador”.
Baruc nos habla de cómo Dios nos llama: “el que manda a la luz, y ella va, la llama, y le obedece temblando; a los astros que velan gozosos en sus puestos de guardia, los llama, y responden: ¡presentes!, y brillan gozosos para su Creador”.
Ezequiel nos habla de la maravilla de la convocación del pueblo por la Resurrección de Jesús: “os reuniré de todos los países, y os llevaré a vuestra tierra. Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará: de todas vuestras inmundicias e idolatrías os he de purificar. Y os daré un corazón nuevo, y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Os infundiré mi espíritu, y haré que caminéis según mis preceptos, que guardéis y cumpláis mis mandatos. Y habitaréis en la tierra que di a vuestros padres. Vosotros seréis mi pueblo, y yo seré vuestro Dios." Nosotros, al ser así purificados, recibimos un don del  Espíritu (Rm 5,5) por el que somos hijos de Dios. En las palabras que siguen se expresa todo el dinamismo pascual: "Cuando nosotros todavía estábamos sin fuerza, en el tiempo señalado, Cristo murió por los  impíos... Justificados ahora por su sangre, seremos por Él salvados de la cólera" (Rm 5,6ss). Somos hombres nuevos, tema que repetirá san Pablo (Ef 4, 24) y que san Juan hace  desarrollar a Jesús, en su entrevista con Nicodemo: "nacer de agua y de Espíritu" (Jn 3). Y así, “como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío; / tiene sed de Dios, del Dios vivo: ¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios?” Lamento del alma que ansía agua y luz: “Envía tu luz y tu verdad”, entrar en la felicidad: “Entraré al altar de Dios, al Dios que alegra mi juventud”. Orante que tiende con todo su ser, cuerpo y espíritu, hacia el Señor, al que siente lejano pero a la vez necesario: "Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo" (Sal 41,3). En hebreo,  una sola palabra, nefesh, indica a la vez el "alma" y la "garganta", la sed es aquí expresión muy gráfica, alma y el cuerpo están unidas, como la oración que es "respiración", aliento vital, desdeo del "manantial de aguas vivas" (Jr 2,13).
Por eso necesitamos purificación: “crea en mí, oh Dios, un corazón puro y renueva en mis entrañas un espíritu recto. No me apartes de tu rostro y no quites de mí tu Espíritu Santo”. El perdón divino borra, lava y limpia, llega a transformar al pecador en una nueva criatura. "Aunque nuestros pecados -afirmaba santa Faustina Kowalska- fueran negros como la noche, la misericordia divina es más fuerte que nuestra miseria. Hace falta una sola cosa: que el pecador entorne al menos un poco la puerta de su corazón... El resto lo hará Dios. Todo comienza en tu misericordia y en tu misericordia acaba"”.
Romanos: “Los que por el bautismo nos incorporamos a Cristo fuimos incorporados a su muerte. Por el bautismo fuimos sepultados con Él en la muerte, para que, así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva. Porque, si nuestra existencia está unida a Él en una muerte como la suya, lo estará también en una resurrección como la suya”.  Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más. El cristiano no puede permanecer en una vida de  pecado: el bautismo ha purificado al "hombre  pecador". El cristiano debe esforzarse en que el pecado no domine ya más en  él: su vida está en Dios: “Alabad al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia” y todo gracias a Cristo, “la piedra que desecharon los edificadores, ésta ha sido puesta por piedra angular. Por el Señor ha sido hecho esto, y es cosa maravillosa a nuestros ojos”. Cantemos el aleluya con la Virgen, Regina coeli.
Llucià Pou Sabaté