lunes, 28 de enero de 2013


Martes 3º (año impar): Jesús inaugura la nueva Alianza, la familia de los hijos de Dios. Y con su sacrificio redentor nos salva

“En aquel tiempo, llegan la madre y los hermanos de Jesús, y quedándose fuera, le envían a llamar. Estaba mucha gente sentada a su alrededor. Le dicen: «¡Oye!, tu madre, tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan». Él les responde: «¿Quién es mi madre y mis hermanos?». Y mirando en torno a los que estaban sentados en corro, a su alrededor, dice: «Éstos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre»” (Marcos 3,31-35).

1. “En aquel tiempo, llegan la madre y los hermanos de Jesús, y quedándose fuera, le envían a llamar. Estaba mucha gente sentada a su alrededor. Le dicen: «¡Oye!, tu madre, tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan»”. Ya sabemos que los «hermanos» en el lenguaje hebreo son también los primos y tíos y demás familiares.
En el Nuevo Testamento se inaugura un nuevo concepto de familia, los que creen en Jesús, como Hijo de Dios vivo: estos forman la familia de Jesús: los doce Apóstoles y muchos otros discípulos como Marta, María y Lázaro… lo que leemos hoy vamos a ponerlo en relación con el gran amor que Jesús tiene a su madre, a José y a su gente. Porque no podemos ver un texto en solitario, y mucho más cuando “golpea” sobre un aspecto, cuando lo subraya con contundencia; el contexto –es decir, el tono general de los otros textos- y sobretodo la tradición apostólica, dan "el espíritu" que late tras estos sentimientos de Jesús, que toma distancia sobre su ligazón con su familia de sangre, queriéndolos mucho, para establecer una intimidad nueva en su familia digamos “apostólica”. Esto nos sitúa en un contexto de Iglesia como familia, donde las comunidades, instituciones por así decir, pueden tener vida en familia, sentirse en Jesús familia. Dentro de este sentido de familia, un caso especial es el de aquellos que viven en celibato. Al igual que los que se unen en matrimonio y forman una familia nueva, que deja a un segundo lugar la familia de la que surgieron, en el sentido de que la prioritaria es la que forman, también la tradición sobre virginidad y celibato va en esta línea de “injertarse” en la persona y en la conciencia de Jesús, una vocación en vistas al Reino de Dios, y razona con motivos estrictamente sobrenaturales. Establece una libertad para estar con “el Cordero dondequiera que vaya”, o como dice San Pablo: "el célibe se ocupa de los asuntos del Señor…, mientras que el casado de los asuntos del mundo… y está dividido" (1 Cor 7). El sentido esponsal de todo cristiano con Jesús se ve aquí reforzado en un sentido de familia, esas personas forman una familia, a imagen de la que está formando Jesús.
Nos preguntamos con frecuencia si le costaría a Jesús poner distancia ante tanto sufrimiento como se encontró en su ministerio. Me decía hace poco una madre, sobre el tema del dolor y el amor: “precisamente hace 17 anos perdí a mi única hija, duele mucho porque uno la amaba tanto, y ahora no poder verla mas…, pero la gracias de la aceptación la tuve siempre y lo mismo mi hija, ahí aprendimos lo que es la muerte, no se entiende que un Dios bueno lo permita si no es para que de eso saque también un bien. Ya sabemos por qué no hay que tener miedo de la muerte, sino al contrario, es el encuentro con Dios, al fin no tener ya sufrimientos de la enfermedad, solo gozo... Le digo a Jesús que continúo siendo mama, y Él me entiende, sé que un día veré a mi hija, que en el cielo estaré con los míos. Todo ese dolor me ha hecho aprender a amar a Dios por sobre todo, y mi vida es otra, vivo para hacer su voluntad”. Esa persona se dedica con más intensidad a los hijos de los demás, participa de un ambiente apostólico donde puede vivir la maternidad, de otro modo. Conmueve ver las muchas experiencias que podríamos añadir a ésta, de esta familia que hoy nos muestra el Evangelio, en la que la oración de las madres la sostienen. Principalmente son la oración de esas madres las que sostienen la Iglesia (junto a los que sufren y los niños), pues saben de amor y de sufrimiento, de Cruz y de la vida de Jesús, que también pasó por esto, que tuvo que tomar distancia ante su familia, provocarles dolor con su muerte... para tomar el dolor de todos, y curarnos.
Él les responde: «¿Quién es mi madre y mis hermanos?». Y mirando en torno a los que estaban sentados en corro, a su alrededor, dice: «Éstos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre». Sorprende la distancia que toma Jesús con respecto a su familia. En la respuesta de Jesús no hay ningún rechazo hacia sus familiares. Jesús ha renunciado a una dependencia de ellos: porque pertenece completamente a Dios Padre. Jesucristo ha realizado personalmente en Él mismo aquello que justamente pide a sus discípulos.
Nosotros, como personas que creemos y seguimos a Cristo, pertenecemos a su familia. Esto nos llena de alegría. Por eso podemos decir con confianza la oración que Jesús nos enseñó: «Padre nuestro». Somos hijos y somos hermanos. Hemos entrado en la comunidad nueva del Reino.
Jesús, tienes un corazón universal... grande como el mundo: abierto a toda la humanidad. Te sientes hermano de todo aquel que "hace la voluntad de Dios".
2. –“La antigua alianza poseyendo sólo una sombra de los bienes definitivos...” absolutamente incapaz de conducir a su perfección a los que se acercan para ofrecer sus sacrificios.
-“Es imposible en efecto, que sangre de animales borre el pecado”. Todas las religiones antiguas, sin que se hubiesen concertado, han practicado, y algunas lo hacen todavía hoy, «sacrificios» de animales: el hombre quiere expresar, por medio de un símbolo su sumisión a Dios... La sangre es portadora de «vida»... se ofrece sangre y ello significa la ofrenda de la propia vida; pero hay el riesgo constante de tender a lo mágico. Los profetas de Israel habían denunciado a menudo la inutilidad e ineficacia de los sacrificios de animales, faltos de sinceridad interior: A Dios no le interesan los sacrificios por sí mismos, sino la actitud profunda del hombre que, en su vida, trata de serle fiel y obedecerle. El verdadero culto es la vida misma.
-“Por esto al entrar en este mundo Cristo dice: "Sacrificio y oblación no quisiste, pero me has dado un cuerpo..."” Comencemos por notar lo que aquí se nos revela: los salmos son la oración de Jesús. ¿Cómo es ello? Primero porque es absolutamente cierto que Jesús pronunció esas palabras algún día. Y, sin riesgo a equivocarnos, podemos imaginar que ciertos pasajes, -éste en particular- debieron de encontrar en su oración una resonancia personal perfecta y frecuente. Repitiendo esas palabras de los salmos, es tu plegaria la que adopto, Señor.
Además, como Verbo eterno de Dios antes mismo de encarnarse y de tener labios humanos para pronunciarlas, esas palabras de los salmos habían sido inspiradas por El. De tal modo que el autor pudo decir que en el mismo momento de su Encarnación «entrando en el mundo» el Hijo de Dios para esto vino... para cumplir lo que él mismo había inspirado al salmista anónimo del salmo 40.
-“Entonces dije: "He aquí que vengo para hacer, oh Dios, tu voluntad"”. Una de las más bellas plegarias que se pueden repetir incansablemente... Pero ante todo una «divisa» de vida, ¡la misma que Jesús! Heme aquí HOY, Señor, quisiera hacer tu voluntad.
-“Porque ciertamente de Mí habla la Escritura”. La presencia de Jesús llena ya todo el Antiguo Testamento. Por esto lo leemos con amor y descubrimos esa Presencia.
-“Así abroga el antiguo culto para establecer el nuevo... Y en virtud de esta voluntad de Dios somos santificados, merced a la oblación, de una vez para siempre, del cuerpo de Jesucristo”. Revelación capital: al entrar en el mundo, desde su concepción, Cristo dio a su vida humana entera un alcance sacrificial de cumplimiento de la voluntad del Padre, ¡que la cruz vino finalmente a cumplir! ¿Ofrezco también mi cuerpo y mi vida? (Noel Quesson).
3. En el salmo hacemos propios los sentimientos de Jesús: “Yo esperaba con ansia al Señor; / él se inclinó y escuchó mi grito; / me puso en la boca un cántico nuevo, / un himno a nuestro Dios.
Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, / y, en cambio, me abriste el oído; / no pides sacrificio expiatorio, / entonces yo digo: "Aquí estoy".
He proclamado tu salvación / ante la gran asamblea; / no he cerrado los labios: / Señor, tú lo sabes.
No me he guardado en el pecho tu defensa, / he contado tu fidelidad y tu salvación, / no he negado tu misericordia y tu lealtad / ante la gran asamblea”.
Llucià Pou Sabaté

Lunes 3º semana (año impar): Jesús realiza milagros por su poder divino, y manifiesta qué es el Reino de Dios

“En aquel tiempo, los escribas que habían bajado de Jerusalén decían: «Está poseído por Beelzebul» y «por el príncipe de los demonios expulsa los demonios». Entonces Jesús, llamándoles junto a sí, les decía en parábolas: «¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanás? Si un reino está dividido contra sí mismo, ese reino no puede subsistir. Si una casa está dividida contra sí misma, esa casa no podrá subsistir. Y si Satanás se ha alzado contra sí mismo y está dividido, no puede subsistir, pues ha llegado su fin. Pero nadie puede entrar en la casa del fuerte y saquear su ajuar, si no ata primero al fuerte; entonces podrá saquear su casa. Yo os aseguro que se perdonará todo a los hijos de los hombres, los pecados y las blasfemias, por muchas que éstas sean. Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón nunca, antes bien, será reo de pecado eterno». Es que decían: «Está poseído por un espíritu inmundo»” (Marcos 3,22-30).

1. Marcos pone en evidencia un aspecto de discusión con los "escribas venidos de Jerusalén", ciudad donde Jesús sufrirá la Pasión, en una escena de discusión con su familia: en ambos casos, es objeto de acusaciones malévolas. "Esta fuera de sí", decían los parientes como leímos el sábado... "Está poseído del demonio", decían los escribas... Jesús rechazado... contestado...
-“Los escribas, que habían bajado de Jerusalén, decían de Jesús: Está poseído por Belcebú, príncipe de los demonios." Llamóles a sí y les dijo en parábolas: "¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanás? Si un reino está dividido no puede durar. Si una casa está dividida no puede subsistir. Si Satanás se levanta contra sí mismo... ha llegado su fin..."”
Jesús pone en evidencia el lógico ridículo de los escribas: son ellos los que han perdido la cabeza proponiendo tales argumentos Jesús, tiene muy sana su razón. Su demostración es sencilla, pero rigurosa.
-“Nadie puede entrar en la casa de un hombre fuerte y saquearla, si primero no ata al fuerte...” Es la primera y corta parábola relatada por Marcos: ¡La imagen de un combate rápido y decisivo! Para dominar a un "hombre fuerte", se precisa a uno "más fuerte" que él. Jesús presenta su misión como un combate, el combate contra Satán, la lucha contra el "adversario de Dios" (es el sentido de la palabra "Satán" en hebreo).
Contemplo este misterio siempre actual: Jesús combatiendo... Jesús luchador... Jesús entablando batalla contra todo mal... Jesús "más fuerte" que cualquier mal...
La mayoría de los grandes sistemas de pensamiento, en todas las civilizaciones, han personificado el "mal": El hombre se siente a veces "dominado" como por "espíritus". El hombre occidental moderno se cree totalmente liberado de estas representaciones; pero, nunca tanto como hoy el hombre se ha sentido "dominado" por "fuerzas alienantes": espíritu de poder, de egoísmo, etc.
Jesús ha puesto fin a este dominio; pero a condición de ¡que se le siga!
-“En verdad os digo que todo les será perdonado a los hombres, los pecados y aun las blasfemias; pero quien blasfeme contra el Espíritu Santo... no tendrá perdón jamás...” "Jesús habla así porque ellos decían: Tiene espíritu impuro”. Para participar en la victoria de Cristo sobre las "fuerzas que nos dominan" hay que ser dóciles al Espíritu Santo... Hay que reconocer el poder que actúa en Cristo. Decir que Jesús es un "Satán", un "Adversario de Dios", es cerrar los ojos, es blasfemar contra el Espíritu Santo, es negar la evidencia: este rechazo es grave... bloquea todo progreso en el futuro (Noel Quesson).
Jesús «es un testimonio insuperable de amor paciente y de humilde mansedumbre» (Juan Pablo II). Y la malicia es interpretar los milagros y la bondad como un poder del demonio.
Jesús, veo que haces milagros, y tienes un amor de compasión, y van unidos en ti predicar el Evangelio y curar a los enfermos. Y nos enseñas que ese don divino “funciona” con ayuno y oración, no como esos magos que están de moda en todos los tiempos, que buscan vaciar el bolsillo de la gente.
Benedicto XVI nos señala que “el contenido central del «Evangelio» es que el Reino de Dios está cerca”. Es el centro de las palabras y la actividad de Jesús. En los tres Evangelios sinópticos se pone 90 veces en boca de Jesús. Después de Pascua, se habla más del Reino de Cristo, y de la Iglesia. Alfred Loisy dice: «Jesús anunció el Reino de Dios y ha venido la Iglesia». Pero en realidad el Reino de Dios, Reino de Cristo es ya el inicio de la Iglesia. No son dos cosas distintas, aunque luego las personas seamos pecadores, las instituciones sean frágiles...
También hay una polémica sobre esa distinción, de que Jesús habla del Reino de Dios, y luego la Iglesia del Reino de Cristo. ¿Hay distinción entre el Reino de Dios y el Reino de Cristo? Ratzinger, en su libro “Jesús de Nazaret” (cap. 3) nos habla de ello, al decir que los santos Padres interpretan el Reino de tres modos distintos aunque conexos:
a) el reino es Jesús mismo en persona (Orígenes);
b) el reino de se encuentra esencialmente en el interior de los hombres. También es Orígenes quien lo dice en su tratado Sobre la oración: «Quien pide en la oración la llegada del Reino de Dios, ora sin duda por el Reino de Dios que lleva en sí mismo, y ora para que ese reino dé fruto y llegue a su plenitud... Puesto que en las personas santas reina Dios [es decir, está el reinado, el Reino de Dios]... Así, si queremos que Dios reine en nosotros [que su reino esté en nosotros], en modo alguno debe reinar el pecado en nuestro cuerpo mortal [Rm 6, 12]... Entonces Dios se paseará en nosotros como en un paraíso espiritual [Gn 3,8] y, junto con su Cristo, será el único que reinará en nosotros». El «Reino de Dios» está en el interior del hombre. Allí crece, y desde allí actúa.
c) el Reino de Dios y la Iglesia se relacionan entre sí (interpretación eclesiológica, cristológica y mística).
Muchos hablan de que reine la paz, la justicia y la salvaguarda de la creación. Pero el Reino de Jesús es más que esto, y precisamente lo propiamente cristiano ayuda a todo esto.
Al hablar del Reino, Harnack contrapone el “cumplir” farisaico al amor cristiano. Otros subrayan el “más allá” a donde nos dirigimos. Hoy día se habla de una existencia que va creciendo en un proceso espiritual, donde todas las religiones ayudan. Por eso, vivir buscando el “Reino de Jesús”, el corazón de su mensaje, será lo que nos dé la identidad cristiana, y la mejor manera de ayudar a ese mundo en el que la paz, la justicia y el respeto de la creación son muy importantes. Pero ¿qué es justicia? Porque sin contenido real, no hay justicia. La misma fe, las religiones, son utilizadas para fines políticos. Dios ha desaparecido de muchos sitios. Ya no se le necesita e incluso estorba, sigue diciendo Ratzinger. Pero el mensaje de Jesús y su Reino no sólo es el mejor modo de caminar hacia el cielo, sino también el modo mejor de vivir en la tierra, aunque las realizaciones concretas serán diversas según la libertad de cada uno o de las formas sociales de participación.
Dios existe, y actúa ahora, es Señor de la historia. La Iglesia tiene esta misión de “anunciar el Reino de Cristo y establecerlo en medio de las gentes” (LG 5), mostrar a Jesús, con la vida de los santos: la Iglesia misma constituye en la tierra el germen y principio de este Reino. Por otro lado es sacramento, signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano, ella es, por tanto, “el Reino de Cristo presente ya en el misterio” (LG 3), pero solamente en germen e inicio, apuntando a su realización definitiva que llegará con el fin y el cumplimiento de la historia.
Estamos invitados a mejorar el mundo, y la mejor forma es el apostolado. Sigue el Papa diciendo que el Reino de Dios no puede ser separado ni de Cristo ni de la Iglesia, para tener su identidad (Juan Pablo II, “Redemptoris missio”, 8; cf. Declaración “Dominus Iesus”, 4,5.18).
2. Jesús sacerdote es «mediador de una Alianza nueva». En la fiesta de la Expiación, en el «santísimo», el espacio más sagrado del Templo de Jerusalén, ofrecía sacrificios por sí y por el pueblo (ver ceremonial en Levítico 16). La sangre de animales no era eficaz y se tenía que repetir. Cristo entró en el santuario del cielo, no en un templo humano, y lo hizo de una vez por todas, se entregó a sí mismo, no sangre ajena. Así como todos morimos una vez, también Cristo, por absoluta solidaridad con nuestra condición humana, se sometió a la muerte «para destruir el pecado con el sacrificio de sí mismo». Tenemos un Mediador siempre dispuesto a interceder por nosotros. Esta buena noticia ha de impregnar nuestra historia de cada día, sobre todo en el momento de la Eucaristía. El mismo nos encargó que re-presentáramos (que volvamos a presentar al Padre) este sacrificio único: «Haced esto en memoria mía». San Pablo sitúa claramente cada celebración entre el pasado de la Cruz y el futuro de la parusía (J. Aldazábal): «Cada vez que coméis este pan y bebéis esta copa, anunciáis la muerte del Señor hasta que venga» (1 Co 11 ,26).
3. “Cantad al Señor un cántico nuevo, / porque ha hecho maravillas: / su diestra le ha dado la victoria, / su santo brazo.” La salvación que nos traes, Señor, nos  motiva a corresponder con este cántico de alabanza:  “El Señor da a conocer su victoria, / revela a las naciones su justicia: / se acordó de su misericordia y su fidelidad / en favor de la casa de Israel.” De ese nuevo Israel que es tu Iglesia: “Los confines de la tierra han contemplado / la victoria de nuestro Dios. / Aclamad al Señor, tierra entera; / gritad, vitoread, tocad.”
Toda nuestra vida será un nuevo cántico al Señor, guiados por su Espíritu Santo: “Tañed la cítara para el Señor, / suenen los instrumentos: / con clarines y al son de trompetas, / aclamad al Rey y Señor”.
Llucià Pou Sabaté

domingo, 27 de enero de 2013


Domingo 3º, C – La Palabra de Dios la meditamos en la oración, y así vivimos lo que nos pide el Señor, donde nos ha puesto en su Iglesia

“Ilustre Teófilo: Muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se han verificado entre nosotros, siguiendo las tradiciones transmitidas por los que primero fueron testigos oculares y luego predicadores de la Palabra. Yo también, después de comprobarlo todo exactamente desde el principio, he resuelto escribírtelos por su orden, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido.
En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea, con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas y todos lo alababan. Fue Jesús a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el Libro del Profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor»
Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles: -Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír” (Lucas 1,1-4; 4,14-21).
1. El Evangelio de Lucas está dedicado a Teófilo (significa “amador de Dios”) y nos dice que fue Jesús a Nazaret y leyó en la sinagoga el Libro: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor». Y todos tenían los ojos fijos en él. Y él dijo: -“Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”. No ha recogido Lucas todo lo que dice el Señor, pero sí lo esencial. No creemos en una idea, sino en ti, Jesús, que viniste en aquel tiempo (“hoy se cumple”…) y en Nazaret. Eres Dios con nosotros, no unas ideas, no un mito. Arraigado en un terruño, en un linaje, en una familia, hiciste de carpintero, tuviste amigos de todas clases. Eres real, te has encarnado, eres Dios y hombre.
Se concentra en ti toda la aventura de los hombres con Dios. Eres la cima y el todo de la Revelación. En el hoy humilde de cada día te encontramos. Orígenes dice: “Cuando leéis: “Enseñaba en las sinagogas y todo el mundo hablaba bien de él”, no penséis que aquella gente era especialmente afortunada porque oía a Cristo, ni que vosotros estáis privados de estas enseñanzas. Si la Escritura es la verdad, Dios no ha hablado sólo en las asambleas de los judíos de entonces, sino que habla hoy todavía en nuestra asamblea. Y no sólo aquí, entre nosotros, sino en otras reuniones y en el mundo entero, Jesús enseña y busca los instrumentos para transmitir su doctrina. Rogad por mí para que me encuentre dispuesto y apto para cantar sus alabanzas. Del mismo modo que Dios encontró a los profetas, Isaías, Jeremías, Ezequiel, Daniel en tiempos en que los hombres estaban privados de las profecías, asimismo Jesús busca instrumentos para transmitir su palabra y “enseñar a los pueblos en sus sinagogas, y todos hablaban bien de él.”
Jesús, vives en tu familia que has creado, la Iglesia, como la Gran Familia de los hijos de Dios, siendo Dios me ofreces ser Amigo y hermano. Te podemos decir: Jesús, Te doy gracias porque has hecho que yo pertenezca a tu Familia. Estos días hemos rezado porque algunos de estos hermanos de esta familia se han separado y pedimos que se unan otra vez con el Papa en la Iglesia de Jesús, los orientales (ortodoxos) y los protestantes (y anglicanos) y seamos todos una Iglesia.
2. Concluido el exilio, Artajerjes I aprobó la Ley de Moisés como ley real para todos los judíos repatriados y encargó a Esdras, que era escriba en su corte, la misión de organizar la vida pública en Palestina. Esdras llegó a Jerusalén el año 453. Para promulgar la ley, Esdras esperó que llegaran las fiestas del séptimo mes (septiembre-octubre), con las que acostumbraban los judíos a inaugurar el año nuevo, que es cuando se reunía en Jerusalén un buen número de peregrinos. Esdras lee la Ley sobre una tarima y rodeado de los principales del pueblo. Aunque se habla aquí de un libro -sin duda alguna el pentateuco tal como se conocía en aquellos tiempos-, no es de suponer que leyera todo su contenido, sino únicamente las prescripciones legales. En señal de respeto y de buena disposición para realizar lo que escuchaban, todo el pueblo se pone en pie apenas comenzada la lectura. El auditorio lo integran hombres y mujeres, incluso los niños, con tal que fueran capaces de comprender. Dios habla a su pueblo, a todo el pueblo. Esdras, el sacerdote, concluye la proclamación de la Ley con una alabanza al Señor, y todo el pueblo responde con una aclamación y un asentimiento a la voluntad del Señor, alzando las manos y diciendo amén, amén. Es la renovación de la Alianza: Dios da su palabra y el pueblo se compromete a cumplirla. Su futuro depende de que así sea. Se pasa inmediatamente al adoctrinamiento en pequeños grupos, a fin de que la enseñanza se adapte mejor a las diversas necesidades y circunstancias. Esto permite hacer preguntas y respuestas, entablar un diálogo en el que se superan las dudas y se entrega la tradición. El texto nos ofrece un testimonio de la institución rabínica. El conocimiento minucioso de la Ley provoca el temor del pueblo ante tantas obligaciones y las sanciones que se imponen a los transgresores. Pero Esdras y Nehemías, el gobernador, así como todos los colaboradores en la enseñanza de la Ley, animan al pueblo para que no se aflija y se alegre más bien en el Señor. Porque el Señor es la fortaleza de Israel.
La palabra proclamada ante el pueblo y aceptada por el pueblo, comentada después e interiorizada por cada uno, lleva a la responsabilidad y a la conversión de todos. Y los que han participado de una misma palabra, tomarán parte también en un mismo banquete para celebra la fiesta de la reconciliación. Nadie debe quedar al margen de esta fiesta, y menos que nadie aquellos que no tienen nada que llevarse a la boca, los pobres de Yavé. La reconciliación con Dios y la aceptación de su voluntad, implica necesariamente la reconciliación entre los hombres y la acogida a los pobres a los que ama el Señor (“Eucaristía 1986”).
Cuando la palabra de Dios llega al pueblo produce su efecto=la conversión, y el gozo de la presencia y de la acción de Dios. Nehemías cuenta de cuando encontraron el Libro y lo leyeron “en la plaza que hay ante la puerta del agua, desde el amanecer hasta el mediodía, en presencia de hombres, mujeres y de los que podían comprender; y todo el pueblo estaba atento al libro de la ley”, y lo celebraron. El último Concilio dice: “toda la divina Escritura es un solo libro y este libro es Cristo, porque toda la Escritura habla de Cristo, porque toda la Escritura habla de Cristo y se cumple en Cristo”. Las palabras de Dios nos dan a conocer a Cristo, en nuestra vida personal nos indican el camino a recorrer… la meditación de la Palabra que hoy celebramos, en nuestra “lectio divina” que es algo así como “masticar” con calma la letra para sacar en nuestro corazón el espíritu de la Palabra divina para mí, es muy importante y puede ser un propósito para la meditación de hoy.
El Salmo reza: “Tus palabras, Señor, son espíritu y vida. / La ley del Señor es perfecta / y es descanso del alma; / el precepto del Señor es fiel / e instruye al ignorante. / Los mandatos del Señor son rectos / y alegran el corazón; / la norma del Señor es límpida / y da luz a los ojos. / La voluntad del Señor es pura / y eternamente estable; / los mandamientos del Señor son verdaderos / y enteramente justos”. La sabiduría divina llena la tierra…
Es una ley que gobierna cielo y tierra. Recuerdo que al contemplar las maravillas del cielo adoro a Dios que lo ha hecho todo… me preguntaba un niño de 10 años: “¿Antes de Dios, qué había?” y le intenté explicar que estamos dentro de un “sistema operativo” que tiene espacio y tiempo, y que no entendemos eso de “para siempre”, pues en Dios todo es presente, porque ha hecho este sistema, él está fuera, nosotros estamos programados dentro de espacio y tiempo, pero Jesús ha entrado dentro también, y nos explica cómo está la cosa fuera, cómo estaremos en el cielo, cómo serán las maravillas que nos están reservadas cuando acabe este mundo y tengamos uno nuevo.
Una ley externa —decía en esto bien Karl Barth— es siempre molesta, sofocante, y  ante ella nos entran ganas de huir. Nos repite siempre el mismo estribillo: «debes». Y  nosotros respondemos: no puedo, no soy capaz, no tengo ganas. En cambio, la ley escrita  en el corazón nos dice: «puedes». Entonces la obediencia pedida por Dios no es un  cumplimiento del deber, sino que obedecer significa: poder obedecer en libertad.  Por tanto, la ley, la palabra, me realiza en la libertad, además de llevarme a encontrar a  Dios.
Es una ley que es fuente de vida, como decía san Juan de la Cruz: “Esta fuente eterna está muy oculta, / y sin embargo, su morada la he encontrado,  / ¡pero es de noche! // No sé su origen, porque no lo tiene, / sin embargo todo origen surge de ella,  / ¡pero es de noche! // Y la corriente que nace de esta fuente, / sé que es rica y todopoderosa, / ¡pero es de noche! // Esta fuente eterna está muy oculta / en el pan de vida, para darnos vida, / ¡pero es de noche!” Su palabra es la Verdad. Y esta palabra recorre toda la Biblia y se hace vida en nosotros: “el Nuevo Testamento está escondido en el Antiguo y el Antiguo es manifiesto en el Nuevo” (San Agustín).
3. San Pablo cuenta que todos formamos “un solo cuerpo” en Cristo. Nunca hemos de pensar que somos más que otra persona, pero nunca hemos de pensar que somos menos que otra persona: todos iguales, “bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu”. Y no hemos de tener envidia de que otro sepa jugar mejor a fútbol, o tocar la guitarra, pues es bueno que cada uno quiera ser justo como Dios ha querido: “Si el cuerpo entero fuera ojo, ¿cómo oiría? Si el cuerpo entero fuera oído, ¿cómo olería? Pues bien, Dios distribuyó el cuerpo y cada uno de los miembros como él quiso”. Hemos de procurar sentirnos útiles donde Dios quiere, sabiendo estar como los diamantes en las joyas, allí donde las ponen, formando parte del conjunto: “Si todos fueran un mismo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo? Los miembros son muchos, es verdad, pero el cuerpo es uno solo. El ojo no puede decir a la mano: «no te necesito»; y la cabeza no puede decir a los pies: «no os necesito»”.
Cuentan de hace algunos años, en los paraolímpicos de Seattle, nueve concursantes, todos con alguna discapacidad física o mental, se reunieron en la línea de salida para correr los 100 metros planos. Al sonido del disparo todos salieron, con gran entusiasmo de participar en la carrera, llegar a la meta y ganar. Uno tropezó en el asfalto, dió dos vueltas y empezó a llorar. Los otros ocho oyeron al niño llorar, disminuyeron la velocidad y miraron hacia atrás. Todos dieron la vuelta y regresaron... todos. Una niña con Síndrome de Down se agachó, le dio un beso en la herida y le dijo: "Eso te lo va a curar". Entonces, los nueve se agarraron de las manos y juntos caminaron hasta la meta. Todos en el estadio se pusieron de pie, los aplausos duraron varios minutos. Todos recuerdan aún la historia. ¿Por qué? Porque dentro de nosotros sabemos una cosa: lo importante en esta vida va más allá de ganar nosotros mismos. Lo importante en esta vida es ayudar a ganar a otros, aun cuando esto signifique tener que disminuir la velocidad o cambiar el ritmo… “Así no hay divisiones en el cuerpo, porque todos los miembros por igual se preocupan unos de otros. Cuando un miembro sufre, todos sufren con él; cuando un miembro es honrado, todos le felicitan. Vosotros sois el cuerpo de Cristo y cada uno es un miembro”.
Llucià Pou Sabaté

sábado, 26 de enero de 2013


2ª semana, sábado (impar): Jesús, con su sacrificio, nos salva: habiendo entrado una vez para siempre en el santuario del cielo, ahora intercede por nosotros.
“En aquel tiempo, Jesús vuelve a casa. Se aglomera otra vez la muchedumbre de modo que no podían comer. 21 Se enteraron sus parientes y fueron a hacerse cargo de él, pues decían: «Está fuera de sí» (Marcos 3,20–21).
1. “Jesús volvió a casa y se aglomeró otra vez la muchedumbre de modo que no podían comer”. Por eso sus parientes dirán que «no está en sus cabales», porque no se toma tiempo ni para comer. Su clan familiar -primos, allegados, vecinos- tampoco le entienden. Además de su ritmo de trabajo, les deben haber asustado las afirmaciones tan sorprendentes que hace, perdonando pecados y actuando contra instituciones tan sagradas como el sábado. Se cumple lo que dice Juan en el prólogo de su evangelio: «Vino a los suyos y los suyos no le recibieron». María es distinta, «guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón» y tiene fe, como le dijo su prima Isabel: «dichosa tú, porque has creído». Pero a Jesús le dolería ciertamente esta cerrazón de sus paisanos y familiares.
Además, la locura era signo de posesión diabólica. Calificar de loco a alguien ha sido siempre una buena forma de excluirlo, anularlo y condenarlo. Con Jesús quisieron aplicar también esta táctica. Si sus enemigos tuvieran éxito en ella, la figura de Jesús se derrumbaría por sí misma. Reacciona su familia para disuadir a Jesús de esa Causa que anunciaba y que sólo traía riesgos (posiblemente un apedreamiento, ya que la locura era considerada posesión diabólica).
Dicen que «está fuera de sí». Se cumple el antiguo proverbio de que «un profeta sólo en su patria y en su casa carece de prestigio» (Mt 13,57). Muchas veces se puede sospechar del que obra el bien, y decirle, como a Jesús: ¿no será porque es por posesión del diablo? Así, hemos visto que a Juan Pablo II se le llamó “tozudo-anticuado”, y tanta gente buena tiene ataques y sospechas, y se les quiere poner a prueba como le dirán luego a Jesús: «baja y creeremos en ti» (cf. Mc 15,32). También nos puede afectar todo esto, porque nos dice Jesús: «si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros» (Jn 15,20).
Jesús, te duele mucho más que si lo hicieran los desconocidos, como indicó más tarde ante la traición de un amigo, de Judas. Sabe que ha de pasar así, como anunció Isaías y lo dirá más de una vez: «Eso ocurrió para que se cumpliera lo que los profetas habían anunciado...” (Mt 21, 5; cf. Jn 12, 15). Pero le duele. Vemos a Jesús dolido, por el desprecio de sus parientes. Queremos respetar el dolor de Jesús, que sin embargo permanece firme, fiel a su misión.
A los católicos se nos llama “exagerados”, “radicales”, porque el amor es así de “totalizante”, hay un “radicalismo evangélico” que nos hace “no tener miedo” ni por habladurías ni injusticias: «En la causa del Reino no hay tiempo para mirar atrás, y menos para dejarse llevar por la pereza» (Juan Pablo II). En este sentido es Jesús un loco, y nosotros podemos imitarle. Dio la vida por nosotros, y se convirtió en Pan de Vida. Se hizo pequeño para apaciguar nuestra hambre de Dios, nuestra hambre de amor. Se ha hecho tan pequeño de someterse a las limitaciones nuestras. Nos quejamos a menudo de no tener tiempo de hacer tal o cual cosa y creemos que esto es una característica de nuestro siglo XX. Pues bien, Jesús vivió todo esto, esta sohrecarga, esta carrera contra el tiempo, cuando no se llega a todo lo que hay que hacer, cuando uno se siente hundido por el trabajo y las preocupaciones. Gracias, Señor, por haber vivido esta experiencia de nuestra condición humana. Ayúdanos a salir adelante en nuestras tareas. Ayúdanos a guardar el equilibrio. Ayúdanos a saber encontrar tiempo para hacer lo esencial. Ayúdanos a saber encontrar tiempo... para la oración, por ejemplo.
Jesús, quieren “ningunearte” y no te dejas, usan su familiaridad para hacer ver que no eres nadie, que no tienes categoría, hasta ahí la envidia, que anticipa la pasión. Quizá has querido probar este acoso y sus consecuencias, que tantas personas sufren en su familia, sociedad… Luego, en la proclamación del Reino y de las Bienaventuranzas, ya explicarás esta “lógica de la cruz”, que es la lógica de tu seguimiento: «Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros» (Jn 15,20). Nos llamarán fanáticos, exagerados, locos, retrógradas y radicales al mismo tiempo…
Jesús, te llaman loco, pero no pierdes tu equilibro interior. Señor, ayúdanos a salir adelante en nuestras tareas. Ayúdanos a guardar el equilibrio. Ayúdanos a saber encontrar tiempo para hacer lo esencial. Ayúdanos a saber encontrar tiempo... para la oración, por ejemplo. –“Oyendo esto sus familiares, salieron para llevárselo, pues decían: "¡Está fuera de Sí!"” He aquí lo que se decía en familia. "¡Está loco!" Evidentemente, la imagen que ahora daba, ¡era tan diferente de la que había dado durante los treinta años tranquilos en su pueblo! Va a meternos en líos. Se temen represalias de las autoridades. Si la cosa va mal puede repercutir en nosotros... Saben muy bien que los fariseos y los herodianos estaban de acuerdo para suprimirlo. Jesús se mete en líos, se compromete con la justicia, a costa de lo que haga falta.
En el caso de Jesús, seguir el dictamen de la familia significaba abandonar la Causa del Reino. María Santísima es siempre para él un apoyo, porque desde el primero hasta el último momento —cuando ella se encontraba al pie de la Cruz— se mantuvo sólidamente firme en la fe y confianza hacia su Hijo. ¿Cuántas veces nos tachan a los católicos de ser “exagerados”? Pero ¿quién es el loco? Quien no ama, no vive… y amar es apostar totalmente, no quedarse con medias tintas…  amar es dar la vida, tocar las bienaventuranzas.
2. Jesús ha entrado en otro Templo mucho mejor que el que tenían los judíos, el del cielo, a través de la «cortina» de su muerte pascual. La sangre de los animales no era eficaz para conseguir para siempre la salvación. Mientras que Cristo se ha ofrecido a sí mismo, no unos animales, y su Sangre nos ha conseguido de una vez por todas la liberación. Este sacerdocio perfecto de Cristo, la eficacia de su sacrificio personal en la Cruz, hace inútiles ya todos los demás sacrificios. Él, ahora resucitado y glorificado junto a Dios, es el sacerdote y el sacrificio: -Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado, -él no cesa de ofrecerse por nosotros, de interceder por todos ante Dios; inmolado, ya no vuelve a morir; sacrificado, vive para siempre, -él, con la inmolación de su cuerpo en la cruz, dio pleno cumplimiento a lo que anunciaban los sacrificios de la antigua alianza, y ofreciéndose a si mismo por nuestra salvación, quiso ser al mismo tiempo sacerdote, víctima y altar (prefacios).
Todos los demás sacerdotes -los ministros ordenados en la Iglesia- participan de este sacerdocio de Cristo. Todos los demás templos -nuestras iglesias y capillas- son imagen simbólica del verdadero Templo en el que sucede nuestro encuentro con Dios, el mismo Cristo Jesús. Todos los demás sacrificios -también la ofrenda que cada día hacemos de nuestra vida a Dios son participación del sacrificio de Cristo. En cada Eucaristía entramos en ese movimiento de entrega de Jesús, nos sumamos a su sacrificio único, colaborando así a la salvación nuestra y del mundo.
-“Es así que penetró en el santuario del cielo... una vez para siempre. Y allí nos introduce con El”. Porque Jesús no es sólo el «camino del cielo» como suele decirse, es ya el cielo realizado: «nos resucitó y nos hizo sentar en el cielo.» (Ef 2,6). Sí, el cielo ha comenzado en la medida en que vivimos «en el Cuerpo de Cristo»», desde aquí abajo  (Noel Quesson).
2. “¡Pueblos todos, batid palmas, aclamad a Dios con gritos de alegría! Porque Yahveh… Rey grande sobre la tierra toda. Sube Dios entre aclamaciones, Yahveh al clangor de la trompeta”: Si es que sube a los cielos, es que antes bajó a nuestra tierra. El Hijo de Dios se anonadó a sí mismo y tomó la condición de esclavo. “¡Salmodiad para nuestro Dios, salmodiad, salmodiad para nuestro Rey, salmodiad! Que de toda la tierra él es el rey: ¡salmodiad a Dios con destreza! Reina Dios sobre las naciones, Dios, sentado en su sagrado trono”. Jesús, regresas a tu Padre, llevando consigo a todos los que creemos en ti. En ello confiamos, y te pedimos participar de tu Verdad, y de la Vida eterna.
Llucià Pou Sabaté

viernes, 25 de enero de 2013


La Conversión del apóstol San Pablo

En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo: — «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará; el que se resista a creer será condenado.
A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos.»
Después de hablarles, el Señor Jesús subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios.
Ellos se fueron a pregonar el Evangelio por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban. (Marcos 16, 15-18).
«Nuestro Señor funda si Iglesia sobre la debilidad –pero también sobre la fidelidad- de unos hombres, los Apóstoles, a los que promete la asistencia del Espíritu Santo (…).
La predicación del Evangelio no surge en Palestina por la iniciativa personal de unos cuantos fervorosos. ¿Qué podrían hacer los Apóstoles? No contaban con nada; no eran ricos, ni cultos, ni héroes a lo humano. Jesús echa sobre los hombros de este puñado de discípulos una tarea inmensa» (San Josemaría.-Homilía: “Lealtad a la Iglesia”).
Para el que hubiera contemplado aquella escena habría creído que se trataba de una empresa condenada al fracaso.
Sin embargo, aquellos hombres tuvieron fe, fueron fieles y comenzaron a predicar por todas partes aquella doctrina insólita.
Y gracias a la fe de estos hombres y a los que siguieron, el mundo entero conoció que Jesús es el Salvador.
Aquella misión encomendada a los once hombres en un monte escondido en Galilea no ha terminado todavía: «id y predicad el Evangelio… Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» -Esto ha dicho Jesús y te lo ha dicho a ti»(Camino.-904).
Nos confía también a todos los cristianos la misión de extender su doctrina y la de corredimir con Él.
«La vocación cristiana es, por su misma naturaleza, vocación también al apostolado» (A. A.-2).
Y esto es para todos nosotros un gran honor y una grave responsabilidad.
«si los otros se tornan insípidos, vosotros les podéis volver su sabor; pero si esto os pasara a vosotros, con vuestra pérdida arrastrarías también a los demás. Por eso mayor fervor y cele necesitáis cuantos mayores cargos os ocupan» (San Juan Crisóstomo).
En cualquier circunstancia, a cualquier edad, en cualquier ambiente, los cristianos hemos de promover una auténtica vida cristiana entre las personas que nos rodean, siguiendo el mandato del Señor.
Los parientes, amigos, compañeros de trabajo, tienen el derecho a que les ayudemos a acercarse a Dios.
Nunca podrán echarnos en cara, que pudiendo hacerlo les privemos de esa ayuda que el Señor también había previsto.
«El verdadero cristiano busca ocasiones para anunciar a Cristo con la palabra ya a los no creyentes, para llevarlos a la fe; ya a los fieles, para instruirlos, confirmarlos y estimularlos a mayor fervor de vida: “Porque la caridad de Cristo nos urge» (2 Corintios 5,14). En el corazón de todos deben resonar aquellas palabras del Apóstol “Ay de mí si no evangelizara”(1 Corintios 9,16)». (A. A.-3).
Del mismo Cristo hemos recibido esta misión: «El y el derecho del seglar al apostolado deriva de su misma unión con Cristo Cabeza. Insertos por el bautismo en el Cuerpo místico de Cristo, robustecidos por la confirmación el la fortaleza del Espíritu Santo, es el mismo Señor el que los destina al apostolado» (A. A.-6).
Y si tenemos fe y somos fieles veremos que ese apostolado hecho con la valentía y a la vez con naturalidad, es fecundo, porque los hombres están sedientos de Cristo, aunque ellos no lo reconozcan en ocasiones.
Nota: Esta meditación está sacada del “Evangelio de San Mateo” de Francisco Fernández Carvajal.-Cuadernos Palabra.-34.
 
HOMILÍA DE S.S. BENEDICTO XVI
Fiesta de la Conversión de San Pablo ApóstolBasílica de San Pablo Extramuros
Martes 25 de enero de 2011
Queridos hermanos y hermanas:
Siguiendo el ejemplo de Jesús, que en la víspera de su pasión oró al Padre por sus discípulos «para que todos sean uno» (Jn 17, 21), los cristianos siguen invocando incesantemente de Dios el don de la unidad. Esta petición se hace más intensa durante la Semana de oración que hoy concluye, cuando las Iglesias y comunidades eclesiales meditan y rezan juntas por la unidad de todos los cristianos. Este año el tema ofrecido a nuestra meditación ha sido propuesto por las comunidades cristianas de Jerusalén, a las que quiero expresar mi vivo agradecimiento, acompañado por la seguridad del afecto y de la oración tanto por mi parte como por parte de toda la Iglesia. Los cristianos de la ciudad santa nos invitan a renovar y reforzar nuestro compromiso por el restablecimiento de la unidad plena meditando sobre el modelo de vida de los primeros discípulos de Cristo reunidos en Jerusalén, los cuales —como leemos en los Hechos de los Apóstoles— «perseveraban en la enseñanza de los Apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones» (Hch 2, 42). Este es el retrato de la primera comunidad, nacida en Jerusalén el mismo día de Pentecostés, suscitada por la predicación que el apóstol san Pedro, lleno del Espíritu Santo, dirige a todos aquellos que habían llegado a la ciudad santa para la fiesta. Una comunidad no cerrada en sí misma, sino, desde su nacimiento, católica, universal, capaz de abrazar a gentes de lenguas y culturas distintas, como nos atestigua el mismo libro de los Hechos de los Apóstoles. Una comunidad no fundada sobre un pacto entre sus miembros, ni surgida simplemente de compartir un proyecto o un ideal, sino de la comunión profunda con Dios, que se reveló en su Hijo, del encuentro con Cristo muerto y resucitado.
En un breve sumario, que concluye el capítulo iniciado con la narración de la venida del Espíritu Santo en el día de Pentecostés, el evangelista san Lucas presenta de modo sintético la vida de esta primera comunidad: quienes habían acogido la palabra predicada por san Pedro y habían sido bautizados, escuchaban la Palabra de Dios, transmitida por los Apóstoles; estaban juntos de buen grado, haciéndose cargo de los servicios necesarios y compartiendo libre y generosamente los bienes materiales; celebraban el sacrificio de Cristo en la cruz, su misterio de muerte y resurrección, en la Eucaristía, repitiendo el gesto del partir el pan; alababan y daban gracias continuamente al Señor, invocando su ayuda en las dificultades. Esta descripción, sin embargo, no es simplemente un recuerdo del pasado ni tampoco la presentación de un ejemplo a imitar o de una meta ideal por alcanzar. Es más bien la afirmación de la presencia y de la acción del Espíritu Santo en la vida de la Iglesia. Es un testimonio, lleno de confianza, de que el Espíritu Santo, uniendo a todos en Cristo, es el principio de la unidad de la Iglesia y hace que los fieles creyentes sean uno.
La enseñanza de los Apóstoles, la comunión fraterna, el partir el pan y la oración son las formas concretas de vida de la primera comunidad cristiana de Jerusalén reunida por la acción del Espíritu Santo, pero al mismo tiempo constituyen los rasgos esenciales de todas las comunidades cristianas, de todo tiempo y de todo lugar. En otras palabras, podríamos decir que representan también las dimensiones fundamentales de la unidad del Cuerpo visible de la Iglesia.
Debemos reconocer que, en el curso de las últimas décadas, el movimiento ecuménico, «surgido con la ayuda de la gracia del Espíritu Santo» (Unitatis redintegratio, 1), ha dado significativos pasos adelante, que han permitido alcanzar convergencias alentadoras y consensos sobre diversos puntos, desarrollando entre las Iglesias y las comunidades eclesiales relaciones de estima y respeto recíproco, así como de colaboración concreta frente a los desafíos del mundo contemporáneo. Con todo, sabemos bien que aún estamos lejos de la unidad por la que Cristo oró, y que encontramos reflejada en el retrato de la primera comunidad de Jerusalén. La unidad a la que Cristo, mediante su Espíritu, llama a la Iglesia no se realiza sólo en el plano de las estructuras organizativas, sino que se configura, en un nivel mucho más profundo, como unidad expresada «en la confesión de una sola fe, en la celebración común del culto divino y en la concordia fraterna de la familia de Dios» (ib., 2). La búsqueda del restablecimiento de la unidad entre los cristianos divididos, por tanto, no puede reducirse a un reconocimiento de las diferencias recíprocas y a la consecución de una convivencia pacífica: lo que anhelamos es la unidad por la que Cristo mismo oró y que por su naturaleza se manifiesta en la comunión de la fe, de los sacramentos, del ministerio. El camino hacia esta unidad se debe percibir como imperativo moral, respuesta a una llamada precisa del Señor. Por eso es necesario vencer la tentación de la resignación y del pesimismo, que es falta de confianza en el poder del Espíritu Santo. Nuestro deber es proseguir con pasión el camino hacia esta meta con un diálogo serio y riguroso para profundizar en el patrimonio teológico, litúrgico y espiritual común; con el conocimiento recíproco; con la formación ecuménica de las nuevas generaciones y, sobre todo, con la conversión del corazón y con la oración. De hecho, como declaró el concilio Vaticano ii, el «santo propósito de reconciliar a todos los cristianos en la unidad de una sola y única Iglesia de Cristo, supera las fuerzas y las capacidades humanas» y, por ello, nuestra esperanza debe ponerse en primer lugar «en la oración de Cristo por la Iglesia, en el amor del Padre por nosotros y en el poder del Espíritu Santo» (ib., 24).
En este camino de búsqueda de la unidad plena visible entre todos los cristianos nos acompaña y nos sostiene el apóstol san Pablo, de quien hoy celebramos solemnemente la fiesta de la Conversión. Antes de que se le apareciera Cristo resucitado en el camino de Damasco diciéndole: «Yo soy Jesús, a quien tú persigues» (Hch 9, 5), era uno de los más encarnizados adversarios de las primeras comunidades cristianas. El evangelista san Lucas describe a Saulo entre aquellos que aprobaron la muerte de Esteban, en los días en que estalló una violenta persecución contra los cristianos de Jerusalén (cf. Hch 8, 1). Saulo partió de la ciudad santa para extender la persecución de los cristianos hasta Siria y, después de su conversión, volvió allí para ser presentado a los Apóstoles por Bernabé, el cual se hizo garante de la autenticidad de su encuentro con el Señor. Desde entonces san Pablo fue admitido, no sólo como miembro de la Iglesia, sino también como predicador del Evangelio junto con los demás Apóstoles, habiendo recibido, como ellos, la manifestación del Señor resucitado y la llamada especial a ser «instrumento elegido» para llevar su nombre a los pueblos (cf. Hch 9, 15). En sus largos viajes misioneros, san Pablo, peregrinando por ciudades y regiones diversas, no olvidó nunca el vínculo de comunión con la Iglesia de Jerusalén. La colecta en favor de los cristianos de esa comunidad, los cuales, muy pronto, tuvieron necesidad de ayuda (cf. 1 Co 16, 1), ocupó un lugar importante entre las preocupaciones de san Pablo, que la consideraba no sólo una obra de caridad, sino el signo y la garantía de la unidad y de la comunión entre las Iglesias fundadas por él y la primitiva comunidad de la ciudad santa, un signo de la unidad de la única Iglesia de Cristo.
En este clima de intensa oración, dirijo mi cordial saludo a todos los presentes: al cardenal Francesco Monterisi, arcipreste de esta basílica, al cardenal Kurt Koch, presidente del Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos, y a los demás cardenales, a los hermanos en el episcopado y en el sacerdocio, al abad y a los monjes benedictinos de esta antigua comunidad, a los religiosos y las religiosas, a los laicos que representan a toda la comunidad diocesana de Roma. De modo especial quiero saludar a los hermanos y hermanas de las demás Iglesias y comunidades eclesiales aquí representadas esta tarde. Entre ellos me es particularmente grato dirigir mi saludo a los miembros de la Comisión mixta internacional para el diálogo teológico entre la Iglesia católica y las Iglesias orientales ortodoxas, cuya reunión tiene lugar aquí en Roma en estos días. Encomendamos al Señor el éxito de vuestro encuentro, para que pueda representar un paso adelante hacia la unidad tan deseada.
Quiero dirigir un saludo particular también a los representantes de la Iglesia evangélica luterana alemana, que han llegado a Roma encabezados por el obispo de la Iglesia de Baviera.
Queridos hermanos y hermanas, confiando en la intercesión de la Virgen María, Madre de Cristo y Madre de la Iglesia, invocamos, por tanto, el don de la unidad. Unidos a María, que el día de Pentecostés estaba presente en el Cenáculo junto a los Apóstoles, nos dirigimos a Dios, fuente de todo bien, para que se renueve para nosotros hoy el milagro de Pentecostés y, guiados por el Espíritu Santo, todos los cristianos restablezcan la unidad plena en Cristo. Amén.
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miércoles, 23 de enero de 2013


2ª semana, jueves (impar): Jesús no cesa de ofrecerse por nosotros, de interceder en favor nuestro
“En aquel tiempo, Jesús se retiró con sus discípulos hacia el mar, y le siguió una gran muchedumbre de Galilea. También de Judea, de Jerusalén, de Idumea, del otro lado del Jordán, de los alrededores de Tiro y Sidón, una gran muchedumbre, al oír lo que hacía, acudió a Él. Entonces, a causa de la multitud, dijo a sus discípulos que le prepararan una pequeña barca, para que no le aplastaran. Pues curó a muchos, de suerte que cuantos padecían dolencias se le echaban encima para tocarle. Y los espíritus inmundos, al verle, se arrojaban a sus pies y gritaban: «Tú eres el Hijo de Dios». Pero Él les mandaba enérgicamente que no le descubrieran” (Marcos 3,7-12).
1. En estos días rezamos por la unidad de los cristianos, y hoy el Evangelio nos muestra «una gran muchedumbre de Galilea» y de otros lugares que sigue a Jesús. Ya es sintomático que Jesús sea Galileo, tierra considerada poco religiosa por los Judea; y cuando Jesús habla de alguien caritativo cita la parábola del samaritano, tierra paganizada cuyos habitantes eran mal vistos por los judíos, considerados pecadores. Señor, sé que has venido a llamar a todos, a congregar un solo rebaño con un solo pastor, donde tú eres la puerta que da al aprisco, terreno seguro en el que conseguir la paz anhelada, la felicidad de hijos de Dios, la pascua -el paso- o bautismo de salvación; hemos sido bautizados «en un solo Espíritu para formar un solo cuerpo» (1Cor 12,13). Jesús está abierto a todos, y en cambio los cristianos –como antes los judíos- nos hemos dividido en grupos, se han disgregado los ortodoxos, y luego todos los protestantes (anglicanos, luteranos, etc.). Pecado histórico que hemos de reparar, con la oración y una caridad viva e imaginativa, en nuestra realidad eclesial y social. Que nuestro amor sea atrayente, para los que están lejos, que al vernos digan señalándonos: “quiero ser como éste”, y seamos reflejo de Jesús. Él pide al Padre, para la Iglesia, la unidad: «Que todos sean uno, para que el mundo crea» (Jn 17,21); y nosotros también pedimos al Espíritu Santo que la Iglesia de Cristo tenga un solo corazón y una sola alma (cf. Hch 4,32-34).
“Entonces, a causa de la multitud, dijo a sus discípulos que le prepararan una pequeña barca, para que no le aplastaran. Pues curó a muchos, de suerte que cuantos padecían dolencias se le echaban encima para tocarle”.
“Y los espíritus inmundos, al verle, se arrojaban a sus pies y gritaban: «Tú eres el Hijo de Dios». Pero Él les mandaba enérgicamente que no le descubrieran”. La expresión “hijo de Dios” en los sinópticos suele ir ligada a referencias angélicas o de demonios. San Juan lo usa para explicar la divinidad de Jesús, y como esa expresión “hijo de Dios” era una referencia a los reyes, y como extensión a todo hijo de Israel, especialmente al pueblo como tal, Jesús se inventó una que venía del libro de Daniel: “hijo del hombre” (el ser pre-existente que vendrá a la tierra desde Dios) y lo une a la tradición del siervo de Yahvé del libro de Isaías. Esta expresión, “hijo del Hombre”, le permitió desvelar progresivamente la divinidad, que no sería aceptada al principio, y paulatinamente se va descubriendo. Otras acepciones estaban politizadas –la de Mesías-, o eran ambiguas como hijo de David que sí tiene sentido pero sin expresar la divinidad, y por eso Jesús inventa la expresión.
La afirmación de Jesús como Hijo de Dios responde a la pregunta explícita o implícita (por los hechos que hace Jesús, con autoridad) sobre quién es: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” (Mt 16,15). Decía Juan Pablo II: “nos sentimos interpelados por la misma pregunta que hace casi dos mil años el Maestro dirigió a Pedro y a los discípulos que estaban con Él. En ese momento decisivo de su vida, como narra en su Evangelio Mateo, que fue testigo de ello, “viniendo Jesús a la región de Cesarea de Filipo, preguntó a sus discípulos: ¿quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre? Ellos contestaron: unos, que Juan el Bautista; otros que Elías; otros que Jeremías u otro de los profetas. Y Él les dijo: y vosotros ¿quién decís que soy?” (Mt 16,13-15).
Conocemos la respuesta escueta e impetuosa de Pedro: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16,16). Para que nosotros podamos darla, no sólo en términos abstractos sino como una expresión vital, fruto del don del Padre (Mt 16,17), cada uno debe dejarse tocar personalmente por la pregunta: “Y tú, ¿quién dices que soy? Tú, que oyes hablar de Mí, responde: ¿Qué soy de verdad para tí?”. A Pedro la iluminación divina y la respuesta de la fe le llegaron después de un largo período de estar cerca de Jesús, de escuchar su palabra y de observar su vida y su ministerio (cfr. Mt 16,21-24)”. En el fondo, la pregunta de Jesús respeta nuestra libertad, no induce a una respuesta determinada, no fuerza y no tiene miedo a ser rechazado, esto es particularmente importante en el momento difícil de su vida, cuando la cruz se perfilaba cercana y muchos le abandonaban, y ante el abandono del discurso de Cafarnaum hizo a los que se habían quedado con El otra de estas preguntas tan fuertes, penetrantes e ineludibles: “¿Queréis iros vosotros también?”. Fue de nuevo Pedro quien, como intérprete de sus hermanos, le respondió: “Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros hemos creído y sabemos que Tú eres el Santo de Dios” (Jn 6, 67-69). La grandeza de Jesús es misteriosa, como respeta nuestra libertad y estar dispuesto a quedarse solo, no forzar con su poder nuestra respuesta… también estas preguntas nos indican que es justo por nuestra parte que estemos disponibles para dejarnos interrogar por Jesús, capaces de dar la respuesta justa a sus preguntas, dispuestos a compartir su vida hasta el final.
La respuesta de Pedro aparece ante nuestra mirada como un “laboratorio de la fe”, en expresión del mismo Papa, y Pablo VI decía que muestran cómo Jesús “está en el vértice de la aspiración humana, es el término de nuestras esperanzas y de nuestras oraciones, es el punto focal de los deseos de la historia y de la civilización, es decir, es el Mesías, el centro de la humanidad, Aquel que da un valor a las acciones humanas, Aquel que conforma la alegría y la plenitud de los deseos de todos los corazones, el verdadero hombre, el tipo de perfección, de belleza, de santidad, puesto por Dios para personificar el verdadero modelo, el verdadero concepto de hombre, el hermano de todos, el amigo insustituible, el único digno de toda confianza y de todo amor: es el Cristo-hombre. Y, al mismo tiempo, Jesús está en el origen de toda nuestra verdadera suerte, es la luz por la cual la habitación del mundo toma proporciones, formas, belleza y sombra; es la palabra que todo lo define, todo lo explica, todo lo clasifica, todo lo redime; es el principio de nuestra vida espiritual y moral; dice lo que se debe hacer y da la fuerza, la gracia, de hacerlo; reverbera su imagen, más aún se presencia, en cada alma que se hace espejo para acoger su rayo de verdad y de vida, de quien cree en El y acoge su contacto sacramental; es el Cristo-Dios, el Maestro, el Salvador, la Vida”.
La vida de fe lleva a confesar el nombre de Jesús como el Cristo, el Hijo de Dios vivo es; él es nuestro Redentor, el Camino; nuestro Maestro, la Verdad; el Amigo que nos resucita, la Vida. Es el centro de la historia y del mundo; quien conoce nuestro interior y nos ama tal como somos; plenitud de nuestros afanes y felicidad que colma nuestros anhelos. Luz para nuestra inteligencia, Pan para darnos fortaleza, Fuente de agua viva que colma toda sed de conocer y amar; Pastor y guía que nos acompaña y consuela, Rey de un Reino de las bienaventuranzas donde los pobres son ricos, los que lloran felices, los pacíficos mandan desde el servicio, la mirada pura de los que aman de corazón ilumina con su transparencia a todos y todas las cosas. Es el puente que une cielo y tierra, el sueño de Jacob en su escalera por donde los ángeles presentan a Dios nuestras obras junto a Jesús…
2. Hebreos nos dice: «tenemos un sumo sacerdote», «celebrante del santuario»,  Jesucristo, y que el único sacrificio eficaz fue su muerte en cruz. El antiguo culto fue ineficaz, era culto terrestre, «esbozo y sombra del celeste». Los antiguos sacerdotes estaban «al servicio de una copia y vislumbre de las cosas celestes», en un Templo construido por manos humanas. Mientras que Cristo Jesús, santo, inocente y sin mancha, no necesita ofrecer sacrificios cada día, porque lo hizo una vez por todas, no tiene que ofrecerlos por sus propios pecados, y no ofrece sacrificios de animales, porque se ha ofrecido a sí mismo. Es el sacerdote del Templo construido por Dios, el santuario del cielo, donde está glorificado a la derecha de Dios, como Mediador nuestro. Jesús en su pascua, en su cruz y resurrección, es el verdadero culto celeste, culto espiritual. Los antiguos «quebrantaron [de hecho] mi alianza»; en la nueva, en cambio, sigue diciendo el Señor, «escribiré mi ley en su corazón... todos me conocerán, desde el pequeño al grande». Aquélla es el fracaso de los intentos hechos al margen de Jesucristo («no transformó nada»); ésta es en cambio, la eficacia de Jesucristo y de su obra: de hecho, los hombres conocen a Dios, lo aman y siguen su voluntad (G. Mora).
Está Jesús «siempre vivo», su resurrección es la garantía de la eternidad de su misión respecto a nosotros… «para interceder por nosotros». Jesús no deja de orar, de suplicar a su Padre por nosotros, por mí, por todos los pecadores. En este momento ¡Cristo intercede ante Dios por mí! ¡Lo está haciendo siempre! La misa tiene un objetivo preciso: el de ser para cada época y para cada lugar el signo eficaz de ese don de sí mismo que hizo Cristo una vez al ofrecer su vida. Y como no deja de "interceder por nosotros", es decir, de mantenerse en estado de ofrenda, la misa es el instante privilegiado en el que lo encontramos... uniendo a la suya nuestra propia ofrenda, la de la Iglesia de hoy y la del mundo de hoy. Ayúdanos, Señor, a descubrir mejor el sentido de la eucaristía. Ya no es, ciertamente, un sacrificio cruento. La escena exterior del Gólgota sucedió sólo aquel viernes.
Es la «misa sobre el mundo», como decía el P. Teilhard de Chardin, a esta ofrenda actual, que es fuente de todo amor si sabemos estar en comunión con ella. -Tenemos un Sumo Sacerdote tal, que se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos. Es decir, su poder y su eficacia. Tenemos un abogado de nuestra causa cerca de Dios. ¿Qué podrían nuestros pecados ante tal defensor? Sí: nuestra naturaleza humana ha sido realmente entronizada en la intimidad del Padre (Noel Quesson).
El sacerdocio de Melquisedec es profecía del de Jesús, a diferencia del de Aarón, es personal, permanente, no va de padres a hijos. El antiguo régimen queda abolido, la ley no lleva a la perfección, de suyo no confiere santidad interior ni fuerza para hacer el bien, como ahora los valores que señalan los bienes pero no hacen como las virtudes que dan facilidad para hacer el bien. Es una esperanza mejor con la confianza que nace del perdón que nos acerca a Dios, el espíritu de adopción y seguridad de la gloria. Teleiosis (perfección lo traducimos) realizada por Cristo, que incluye el perdón, la gracia y la gloria.
2. Queremos entrar en la oración de Jesús, o mejor dicho dejar que Jesús entre en nuestro corazón para decir con él, en el salmo: “Ni sacrificio ni oblación querías, pero el oído me has abierto; no pedías holocaustos ni víctimas,  dije entonces: Heme aquí, que vengo. Se me ha prescrito en el rollo del libro  hacer tu voluntad”. En el Sacrificio Eucarístico; en nuestra vida diaria, de tal forma que se convierta toda ella en una continua ofrenda de suave aroma en su presencia. “Oh Dios mío, en tu ley me complazco en el fondo de mi ser.  He publicado la justicia en la gran asamblea; mira, no he contenido mis labios, tú lo sabes, Yahveh.  ¡En ti se gocen y se alegren todos los que te buscan! Repitan sin cesar: «¡Grande es Yahveh!», los que aman tu salvación”. 
Llucià Pou Sabaté


Miércoles de la semana 2 de tiempo ordinario

Meditaciones de la semana
en Word y en PDB
Jesús nos libera de la esclavitud de la ley, y nos salva
“En aquel tiempo, entró Jesús de nuevo en la sinagoga, y había allí un hombre que tenía la mano paralizada. Estaban al acecho a ver si le curaba en sábado para poder acusarle. Dice al hombre que tenía la mano seca: «Levántate ahí en medio». Y les dice: «¿es lícito en sábado hacer el bien en vez del mal, salvar una vida en vez de destruirla?». Pero ellos callaban. Entonces, mirándoles con ira, apenado por la dureza de su corazón, dice al hombre: «extiende la mano». Él la extendió y quedó restablecida su mano. En cuanto salieron los fariseos, se confabularon con los herodianos contra Él para ver cómo eliminarle” (Marcos 3,1-6).
1. Señor, has venido a proclamar el Evangelio de la salvación, pero tadversarios, lejos de dejarse convencer, buscan pretextos contra ti: «Había allí un hombre que tenía la mano paralizada. Estaban al acecho a ver si le curaba en sábado para poder acusarle» (Mc 3,1-2).
Entonces les dice: «¿Es lícito en sábado hacer el bien en vez del mal, salvar una vida en vez de destruirla?» Estamos viendo con detalle como Jesús es señor del sábado, pone la ley nueva en recipientes nuevos, en un contexto de filiación sustituyendo la ley del temor por la del amor. “Hoy, Jesús nos enseña que hay que obrar el bien en todo tiempo: no hay un tiempo para hacer el bien y otro para descuidar el amor a los demás. El amor que nos viene de Dios nos conduce a la Ley suprema, que nos dejó Jesús en el mandamiento nuevo: «Amaos unos a otros como yo mismo os he amado» (Jn 13,34). Jesús no deroga ni critica la Ley de Moisés, ya que Él mismo cumple sus preceptos y acude a la sinagoga el sábado; lo que Jesús critica es la interpretación estrecha de la Ley que han hecho los maestros y los fariseos, una interpretación que deja poco lugar a la misericordia.
Con su acción, Jesús libera también el sábado de las cadenas con las cuales lo habían atado los maestros de la Ley y los fariseos, y le restituye su sentido verdadero: día de comunión entre Dios y el hombre, día de liberación de la esclavitud, día de la salvación de las fuerzas del mal. Nos dice san Agustín: «Quien tiene la conciencia en paz, está tranquilo, y esta misma tranquilidad es el sábado del corazón». En Jesucristo, el sábado se abre ya al don del domingo” (Joaquim Meseguer).
¿Es la ley el valor supremo?, ¿o lo es el bien del hombre y la gloria de Dios? En su lucha contra la mentalidad legalista de los fariseos, ayer nos decía Jesús que «el sábado es para el hombre» y no al revés. Jesús, nos dices que ley sí, legalismo, no. La ley es un valor y una necesidad. Pero detrás de cada ley hay una intención que debe respirar amor y respeto al hombre concreto. Es interesante que el Código de Derecho Canónico, el libro que señala las normas para la vida de la comunidad cristiana, en su último número (1752), nos habla de la aplicación de la ley «teniendo en cuenta la salvación de las almas, que debe ser siempre la ley suprema en la Iglesia». Estas son las últimas palabras de nuestro Código. Detrás de la letra está el espíritu, y el espíritu debe prevalecer sobre la letra. La ley suprema de la Iglesia de Cristo son las personas, la salvación de las personas (J. Aldazábal).
En el evangelio podemos intuir que el concepto de «pecado contra el Espíritu Santo» consiste en atribuir al diablo lo que es precisamente acción del Espíritu. Jesús libera al ser humano del poder del demonio, y para él eso es el signo privilegiado de la acción de Dios, por el que Dios nos revela su presencia. Atribuir esta acción de Dios al diablo es convertir lo más sagrado en algo demoníaco: una auténtica blasfemia contra lo más sagrado, una calumnia contra el Espíritu de Dios.
H. Küng en su libro sobre el judaísmo (Madrid, Trotta, 1993) ilustra bien la sensibilidad que tienen algunos judíos actuales: Eugene Borowitz cita un caso especialmente significativo, apasionadamente discutido en el Estado de Israel, y que, una vez más, tiene sobre todo que ver con el precepto sabático: a un judío que intentaba ayudar a un no judío gravemente herido en un accidente de tráfico, le fue negado el uso del teléfono en casa de un judío ortodoxo. ¿Por qué? ¡Porque era sábado! Ciertamente, puede quebrantarse el precepto del sábado cuando va en ello la vida o la muerte, pero con una condición: "que se trate de un judío, y no de un infiel". Esta historia conecta con la de Marcos. Parece que, en el caso referido por Borowitz, al menos se puede atender al compatriota judío en una situación que no cabe aplazar para el día siguiente. En el episodio de Marcos, claro que se podía diferir para otro día la curación, como tuvo la oportunidad de recordarlo, en otro relato, un jefe de sinagoga. Y tampoco postergaban para el primer día de la semana la labor de sacar una bestia de carga que hubiera caído en un pozo. En cambio, una especie de entumecimiento mental y, según Marcos, una verdadera dureza de corazón, incapacitaba a aquellos hombres para ver el sentido del sábado. ¿En qué consiste la santidad del sábado?... ¿No acabamos convirtiéndolo en un día moralmente neutro, salvíficamente vacío, teologalmente desustanciado?" (Pablo Largo).
2. La gran meta del hombre es "acercarse" al Dios vivo para "darle culto" y, así, ser «purificado» del pecado y conseguir la «perfección» por medio del «sacerdote», el Hijo de Dios y hombre perfecto. El Antiguo Testamento intentaba ya purificar el pecado y acercar el hombre a Dios; hallar a Dios y conseguir su realización. Jesús es quien lleva esto a la realidad: «Yahvé lo ha jurado y no se arrepiente: 'Tú eres sacerdote eterno según el rito de Melquisedec'» (Sal 110,4), se ve la superioridad de éste sobre Leví y su sacerdocio y es figura de Jesús (G. Mora). A Melquisedec no se le conocía "ni padre, ni madre, ni genealogía". Dado lo rigurosos que eran en materia de genealogías, es extraño.
El sacerdocio de Jesús no es de Leví, es de otro orden. -“ Melquisedec es «rey y sacerdote»”... como Jesús que instaura el Reino de Dios. - Melquisedec es un sacerdote pagano... Jesús encontrará de nuevo ese sacerdocio universal. - Melquisedec significa «rey de justicia» y su villa es «Salem» que significa «paz». - Melquisedec, en fin, carece de genealogía, es como un ser caído del cielo que anuncia así la divinidad de Cristo. Esos argumentos, de tipo rabínico, pueden parecernos algo complicados, pero expresan a los judíos, en imágenes concretas, que Cristo la salvación de Cristo es universal y alcanza a todos los hombres de toda raza y de toda situación religiosa. -“Es sacerdote no en virtud de una ley humana, sino por una fuerza de vida indestructible”.
3. Jesús, quiero contemplar que habla de ti el salmo, verlo con más profundidad a partir de lo que acabamos de ver: “Oráculo de Yahveh a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que yo haga de tus enemigos el estrado de tus pies.  El cetro de tu poder lo extenderá Yahveh desde Sión: ¡domina en medio de tus enemigos!  Para ti el principado el día de tu nacimiento, en esplendor sagrado desde el seno, desde la aurora de tu juventud.  Lo ha jurado Yahveh y no ha de retractarse: «Tú eres por siempre sacerdote, según el orden de Melquisedec.» 
Llucià Pou Sabaté

lunes, 21 de enero de 2013


2ª semana, martes (impar): Dios no olvida nuestro trabajo y nuestro amor hacia él, sobre todo el deseo de cumplir su voluntad, que es nuestra salvación
“Un sábado, cruzaba Jesús por los sembrados, y sus discípulos empezaron a abrir camino arrancando espigas. Decíanle los fariseos: «Mira ¿por qué hacen en sábado lo que no es lícito?». Él les dice: «¿Nunca habéis leído lo que hizo David cuando tuvo necesidad, y él y los que le acompañaban sintieron hambre, cómo entró en la Casa de Dios, en tiempos del Sumo Sacerdote Abiatar, y comió los panes de la presencia, que sólo a los sacerdotes es lícito comer, y dio también a los que estaban con él?». Y les dijo: «El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado. De suerte que el Hijo del hombre también es señor del sábado»” (Marcos 2,23-28).
1. Los judíos han mitificado el sábado, como algo santo, divino, y Jesús les dice que «el sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado. De suerte que el Hijo del hombre también es señor del sábado». Jesús no quiere que la norma esté por encima de la persona hasta agobiarla. La norma es para ayudar a al persona: «Mi yugo es ligero, yo os doy descanso. El Hijo del hombre es el verdadero señor del sábado. Pues el Hijo del hombre es ahora el sábado de Israel; es nuestro modo de comportarnos como Dios» (rabino Neusner). Esto significa, para un judío, ponerse en lugar de Moisés, como el nuevo Moisés que explica en nombre de Dios la ley y su lugar. Está en juego la reivindicación de autoridad por parte de Jesús: «Ahora Jesús está en la montaña y ocupa el lugar de la Torá… Tu maestro ¿es Dios?"» (id).
Algunos modernos con poca fe en la divinidad de Jesús, han dicho que Jesús fue mitificado, pero bien dijo Romano Guardini que no se puede tomar a Jesús más que como Dios o un loco o un mentiroso que ha dicho cosas sublimes pero engañó. Sin embargo, vemos que la locura no es correlativa a su magnífica doctrina de amor que nos da vida, con su lógica impecable habla de una doctrina verdadera como nunca hubo, es el culmen de sabiduría humana y divina; y la sublimidad de su vida que entrega hasta la muerte no es tampoco la que corresponde a un malvado, un mentiroso perverso. Sí, Jesús es “señor del sábado”, es Dios, esta es nuestra fe, y su figura nos ayuda a creer. Sí, creemos que tú, Jesús, vienes a liberarnos de la misma norma, y nos ayudas a no ser esclavos sino libres, obedecer por amor.
Hoy como ayer, tomamos el rábano por las hojas, y entendemos muchas veces la moral como cumplir cosas. Estamos muy contraminados por cuanto dijo Kant (en “Lo bello y lo sublime”), cuando afirma que la ética no está en la bondad del corazón, que lo ético hay que situarlo en las normas externas a la persona… en cumplir. Esta separación entre ética y corazón del hombre, es causa de muchos males: estética separada de la bondad, el amor de la verdad, etc. Total, que estamos ante un nuevo fariseísmo, y para decirlo en dos palabras, ha degenerado en puritanismo, actualmente estatalista, y si el Gobierno dice que lo criminal es fumar, pues con no fumar ya puedo tener la conciencia tranquila. Pero Jesús nos dice, a nuestra sociedad, nuevamente farisea, que la cosa no es así. San Agustín lo resumió con aquel: «Ama y haz lo que quieras». “¿Lo hemos entendido bien, o todavía la obsesión por aquello que es secundario ahoga el amor que hay que poner en todo lo que hacemos? Trabajar, perdonar, corregir, ir a misa los domingos, cuidar a los enfermos, cumplir los mandamientos..., ¿lo hacemos porque toca o por amor de Dios? Ojalá que estas consideraciones nos ayuden a vivificar todas nuestras obras con el amor que el Señor ha puesto en nuestros corazones, precisamente para que le podamos amar a Él” (Ignasi Fabregat).
También nosotros podemos caer en unas interpretaciones tan meticulosas de la ley que lleguemos a olvidar el amor. La «letra» puede matar al «espíritu». La ley es buena y necesaria. La ley es, en realidad, el camino para llevar a la práctica el amor. Pero por eso mismo no debe ser absolutizada. El sábado -para nosotros el domingo- está pensado para el bien del hombre. Es un día en que nos encontramos con Dios, con la comunidad, con la naturaleza y con nosotros mismos. El descanso es un gesto profético que nos hace bien a todos, para huir de la esclavitud del trabajo o de la carrera consumista. El día del Señor también es día del hombre, con la Eucaristía como momento privilegiado. Pero tampoco nosotros debemos absolutizar el «cumplimiento» del domingo hasta perder de vista, por una exagerada casuística, su espíritu y su intención humana y cristiana. Debemos ver en el domingo sus «valores» más que el «precepto», aunque también éste exista y siga vigente.
Las cosas no son importantes porque están mandadas. Están mandadas porque representan valores importantes para la persona y la comunidad. Es interesante el lenguaje con que el Código de Derecho Canónico (1983) expresa ahora el precepto del descanso dominical, por encima de la casuística de antes sobre las horas y las clases de trabajo: «El domingo los fieles tienen obligación de participar en la Misa y se abstendrán además de aquellos trabajos y actividades que impidan dar culto a Dios, gozar de la alegría propia del día del Señor o disfrutar del debido descanso de la mente y del cuerpo» (c. 1247). Hay que cuidar el bien espiritual de los cristianos y también su alegría y de su salud mental y corporal. Tendríamos que saber distinguir lo que es principal y lo que es secundario. La Iglesia debería referirlo todo -también sus normas- a Cristo, la verdadera norma y la ley plena del cristiano (J. Aldazábal).
2. Dios «no se olvida de vuestro trabajo y del amor que Ie habéis demostrado»; nos dice hoy Hebreos. La fidelidad de Dios no se desdice nunca de sus promesas y no se dejará ganar en generosidad; Jesús nos dice que hasta un vaso de agua dado en su nombre tendrá su recompensa: cuánto más la entrega de nuestra vida en seguimiento de Jesús; por su amor estamos «anclados» en el cielo; como una barca, para encontrar seguridad en medio de las olas, echa el ancla buscando terreno firme, nosotros hemos lanzado nuestra ancla, que es Cristo, al puerto del cielo: en él tenemos, por tanto, garantía y seguridad.
Por eso, «cobremos ánimos y fuerza los que buscamos refugio en él, agarrándonos a la esperanza que nos ha ofrecido». Se trata de serle fieles no sólo al principio, que es fácil, sino «que cada uno de vosotros demuestre el mismo empeño hasta el final y no seáis indolentes».
«Desearíamos que todos mostraseis el mismo empeño hasta que esta esperanza sea finalmente realidad». No se trata básicamente de realizar unos determinados actos ni de cumplir ciertas normas, sino la fe y el amor, por una renovada contemplación del misterio de Cristo, donde se satisfacen nuestras más íntimas aspiraciones. Queremos estar atentos: «Si hoy oís su voz no endurezcáis el corazón» (3,7; G. Mora).
-“Tenemos esta esperanza como ancla segura y sólida de nuestra alma, que penetró hasta más allá del velo del templo adonde Jesús entró por nosotros, como precursor”. El «áncora», solidez del marino es un símbolo habitual de la esperanza. Aquí la imagen es usada con una audacia suplementaria: nuestra «áncora» está ya clavada en los cielos... basta tirar del cabo para lograrlo seguramente. ¡Mi barca está ya anclada en el cielo! El autor quiere tranquilizar, una vez más, a sus oyentes hebreos: os sentís frustrados sin la liturgia del Templo, pero no añoréis nada... pues vuestra «áncora», Jesús, atrae tras sí a todo el nuevo pueblo en el Santo de los santos, el santuario detrás del velo del Templo donde sólo penetraba antaño el sumo sacerdote (Noel Quesson).
3. Dios mostró su fidelidad a Abrahán: le prometió «con juramento» que le llenaría de bendiciones y multiplicaría su descendencia; a pesar de que no parecía poderse cumplir la promesa, Dios lo hizo; por eso el Salmo de hoy nos hace decir que «el Señor recuerda siempre su alianza»; por eso cantamos: “¡Aleluya! Doy gracias a Yahveh de todo corazón, en el consejo de los justos y en la comunidad. Grandes son las obras de Yahveh, meditadas por los que en ellas se complacen”. Hacemos memoria agradecida de Yahveh, proclamamos su nombre santo: “De sus maravillas ha dejado un memorial. ¡Clemente y compasivo Yahveh! Ha dado alimento a quienes le temen, se acuerda por siempre de su alianza. Ha enviado redención a su pueblo, ha fijado para siempre su alianza; santo y temible es su nombre”.  Aunque el temor pueda parecer malo, si se entiende bien puede ser principio del saber, y alabar a Dios es la mejor ciencia: “Principio del saber, el temor de Yahveh; muy cuerdos todos los que lo practican. Su alabanza por siempre permanece”.
Llucià Pou Sabaté