sábado, 9 de junio de 2012

Solemnidad del Corpus Christi, B: las promesas divinas se cumplen en Jesús: la Nueva Alianza de su sangre redentora nos libera de todo mal y nos abre

Lectura del libro del Exodo 24,3-8. En aquellos días Moisés bajó y contó al pueblo todo lo que había dicho el Señor y todos sus mandatos; y el pueblo contestó a una: -Haremos todo lo que dice el Señor.

Moisés puso por escrito todas las palabras del Señor. Se levantó temprano y edificó un altar en la falda del monte, y doce estelas, por las doce tribus de Israel. Y mandó a algunos jóvenes israelitas ofrecer al Señor holocaustos y vacas, como sacrificio de comunión. Tomó la mitad de la sangre y la puso en vasijas, y la otra mitad la derramó sobre el altar. Después tomó el documento de la alianza y se lo leyó en alta voz al pueblo, el cual respondió: -Haremos todo lo que manda el Señor y le obedeceremos.

Tomó Moisés la sangre y roció al pueblo, diciendo: -Esta es la sangre de la alianza que hace el Señor con vosotros, sobre todos estos mandatos.

Salmo 115,12-13.15.16bc.17-18 R/. Alzaré la copa de la salvación, invocando tu nombre [o Aleluya].

Mucho le cuesta al Señor / la muerte de sus fieles. / Señor, yo soy tu siervo, / rompiste mis cadenas.

Te ofreceré un sacrificio de alabanza, / invocando tu nombre, Señor. / Cumpliré al Señor mis votos, / en presencia de todo el pueblo.

Lectura de la carta a los Hebreos 9,11-1.5. Cristo ha venido como Sumo Sacerdote de los bienes definitivos. Su templo es más grande y más perfecto: no hecho por manos de hombre, es decir, no de este mundo creado. No usa sangre de machos cabríos ni de becerros, sino la suya propia; y así ha entrado en el santuario una vez para siempre, consiguiendo la liberación eterna. Si la sangre de machos cabríos y de toros y el rociar con las cenizas de una becerra tienen el poder de consagrar a los profanos, devolviéndoles la pureza externa; cuánto más la sangre de Cristo que, en virtud del Espíritu eterno, se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha, podrá purificar nuestra conciencia de las obras muertas, llevándonos al culto del Dios vivo. Por eso él es mediador de una alianza nueva: en ella ha habido una muerte que ha redimido de los pecados cometidos durante la primera alianza; y así los llamados pueden recibir la promesa de la herencia eterna.

Lectura del santo Evangelio según San Marcos 14,12-16.22-26. El primer día de los ácimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos: -¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?

El envió a dos discípulos, diciéndoles: -Id a la ciudad, encontraréis un hombre que lleva un cántaro de agua: seguidlo, y en la casa en que entre decidle al dueño: «El Maestro pregunta: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos? Os enseñará una sala grande en el piso de arriba, arreglada con divanes. Preparadnos allí la cena. Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua.

Mientras comían, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo: -Tomad, esto es mi cuerpo. Cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio y todos bebieron. Y les dijo: -Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos. Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el Reino de Dios. Después de cantar el salmo, salieron para el Monte de los Olivos.

Comentario: -La sangre de la alianza. Es el tema que se repite en todas las lecturas de hoy, en este Corpus del ciclo B. Y un buen punto de partida será evocar el terrible tono vital de aquellos ritos del A. T. en que.. ¡se derramaba sangre! Cuesta imaginar, pero seguro que dejaba en los presentes la sensación de que estaba en juego algo decisivo, la vida misma, la totalidad de la realidad. En la vinculación con Dios, en la fidelidad a Dios que la sangre expresaba, los hombres se lo jugaban todo. Nosotros no hacemos ya estos ritos algo bárbaros. No los hacemos, pero -de hecho- aquello que solamente era rito ahora debería ser realidad personal de cada creyente. JC lo tenía muy presente en sus últimas palabras antes de la pasión: tenía presente que no se trataba ya de ritos bárbaros e impresionantes, sino de vida, de su propia y personal vida. En la vinculación personal con Dios los hombres se lo jugaban todo, y la sangre lo recordaba. Pero ahora no sería ya necesaria sangre que lo recordara: una persona, JC, derramó su propia sangre, y la vinculación es ya permanente, eterna. El cáliz de la Eucaristía nos hace comulgar en todo esto. Las palabras de la consagración del cáliz nos lo dicen cada domingo. Y hoy convendría releer y comentar estas palabras (y decir también que no sólo comulgamos sacramentalmente, sino que hay que hacerlo vitalmente, que significa amando hasta la muerte).

-La institución de la Eucaristía. En este ciclo B leemos en el evangelio la institución de la eucaristía. En los demás ciclos no se lee. Podemos recordar un poco el ambiente de la cena pascual judía, el ambiente de JC y los discípulos en aquellos momentos, la tensión escatológica que en ella se respira ("No volveré a beber del fruto de la vid... ") y el sentido que tiene la institución en aquel momento. La vida de JC, su fidelidad a la voluntad del Padre, se ha desplegado hasta llegar a este momento en que la fidelidad será culminada: el derramamiento de su sangre, el don total de su vida (cfr. 2. lectura). En esta situación límite, él, como cabeza de familia, preside la celebración de la cena de Pascua de tal modo que transforma algunos de sus ritos en profecía de lo que va a suceder, en desvelamiento del significado de toda aquella historia, y en signo de aquella Pascua que allí tiene lugar.

-El cabeza de familia pronunciaba la bendición, partía el pan sin levadura, e interpretaba su sentido como "pan de aflicción", el pan de Egipto. JC hace el mismo gesto pero la interpretación es nueva: en aquel pan se concentra la intensidad de su vida misma, en el momento en que llega su Pascua. Igualmente, después de comer el cordero, el cabeza de familia levantaba la "copa de la bendición", en acción de gracias por la Pascua celebrada. JC, aquí al pasar la copa, recoge el recuerdo de la alianza del Sinaí (cfr. 1 lectura) y anuncia que aquella alianza ahora tiene lugar con una nueva sangre, la suya, que convierte en realidad para todos los hombres lo que la alianza y los sacrificios del AT significaban (cf. 2 lectura).

La Eucaristía, por tanto, hará participar a los cristianos de todo ello, de un modo vivo, real (cfr. lo absoluto de las afirmaciones: ¡"Es mi cuerpo... es mi sangre"!). No como el nuevo rito de una nueva religión, semejante a los ritos del AT, sino como comunión con aquella unión entre los hombres, realizada definitivamente en la vida y la muerte de Jesús de Nazaret (José Lligadas).

Las palabras de Jesús sobre el cáliz, según la tradición de Marcos-Mateo, expresan el paralelismo con las palabras de la institución de la alianza sinaítica. Es un paralelismo de alianzas, en el que se marca a la vez la continuidad y la discontinuidad: la continuidad de una historia de revelación, de promesas, de misericordia de Dios para con los hombres; la discontinuidad en la novedad de la persona de Cristo, en el carácter personal de la sangre de la alianza, en los destinatarios, y en los bienes comunicados y participados. El evangelio y la primera lectura presentan la continuidad de las formulaciones; la segunda lectura, en cambio, destaca la novedad de la entrega de la sangre de Cristo como sangre personal para una alianza personal -¡el perdón de los pecados!-. Enlaza, de este modo, con las palabras que la tradición de Mateo añade a la de Marcos y que la liturgia asume: "derramada... por todos los hombres para el perdón de los pecados". La sangre de Cristo destaca todavía otro elemento, unido íntimamente al aspecto sacrificial: porque es entrega de la vida -"la vida está en la sangre", dice la tradición bíblica -es comunión con la vida glorificada de Jesús; por eso la comunión con el cáliz acentúa fuertemente el aspecto escatológico de la Eucaristía: "el vino nuevo en el reino de Dios", es decir, la comunión con el Resucitado, con su vida. El salmo responsorial debe interpretarse en este sentido: alzar el cáliz -brindar- para celebrar la vida nueva que nos viene de Cristo, resucitado por Dios, porque "mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles".

Una actualización espontánea de este acento eucarístico sobre la sangre de la alianza es el enlace con toda la "saga" que hemos seguido durante la Cuaresma, en las primeras lecturas, sobre la alianza. Entonces descubrimos que la historia de la alianza es la historia del amor y de la fidelidad de Dios para con los hombres, y eso nos ha conducido hacia la celebración de la Pascua como la plenitud de la alianza, por la sangre de Cristo; el acento de la solemnidad del Cuerpo y de la Sangre de Cristo de este año nos ilumina ahora algo central de la Eucaristía: en ella, el Sí de Dios al hombres está siempre presente, actual, ofrecido. "Las gracias de Yahvé no han terminado, su misericordia no se ha agotado. Se renuevan todas las mañanas, grande es su fidelidad" (Lm 3,22s). La Eucaristía es, siempre que la celebremos, como un revulsivo contra nuestros olvidos e infidelidades.

Otra actualización válida es valorar el sentido de la comunión con el cáliz. No se trata simplemente de "hacerlo más solemne", sino de participar en la totalidad del signo eucarístico, de seguir plenamente la institución de Cristo, de acentuar todas las dimensiones del don eucarístico. Un texto de referencia magnífico puede ser el de San Juan Crisóstomo, que se encuentra en la Liturgia de las Horas, el viernes santo, especialmente los últimos párrafos: "…Cristo alimenta siempre con su sangre a aquellos a quienes él mismo ha hecho renacer" (P. Tena).

1. Exodo 34,3-8: -Bajó Moisés del Sinaí y refirió al pueblo todas las palabras del Señor... El pueblo respondió a una voz: «Cumpliremos todas las palabras que el Señor ha dicho." Todos habremos notado ese detalle significativo: al pueblo de Israel le fue mandado guardar las distancias, quedarse al pie de la montaña, bajo amenaza de muerte a quienquiera quisiera acercarse (Éxodo 19,12). El «sentido» de ese rito es claro y siempre actual, aunque se deba traducir HOY de otro modo: Dios es misterio, Dios es lo absoluto, un foso infranqueable separa a la criatura del Creador... sin embargo, Dios ha previsto unos puentes para salvar esa distancia, Moisés sube hacia Dios sirve de intermediario. Jesús, sobre todo, será ese mediador que nos acerca Dios y abre el diálogo definitivo, esta Palabra a la que nosotros podemos responder.

-Moisés escribió todas las palabras del Señor... Levantó un altar y doce estelas por las doce tribus de Israel... Mandó a algunos jóvenes israelitas que ofreciesen sacrificios. Tomó Moisés la mitad de la sangre, la derramó sobre el altar y con la otra mitad roció al pueblo. Trato de imaginar esos ritos: ¡la sangre de las víctimas esparcida sobre el altar -que representa a Dios- y sobre el pueblo! Todo esto simboliza la alianza: en adelante, Dios y ese pueblo están vinculados con la «misma vida», con la «misma sangre».

-«Esta es la sangre de la alianza que según todas estas palabras, el Señor ha establecido con vosotros. Son casi las mismas palabras que empleó Jesús para expresar la nueva Alianza en su propia sangre. La misa ¿significa para mí la Alianza que Dios ha hecho conmigo? No estoy nunca solo: ¡tengo a «Dios-conmigo», tengo un aliado! Esto debería ser una fuente inagotable de alegría. El cristiano debería vivir sin desaliento alguno: porque participa del plan de Dios sobre el mundo y es el aliado del proyecto divino que no puede fallar. La misa significa también la Alianza que nos vincula a los demás. No soy el único aliado de Dios, individualmente: la liberación, la alianza, son fenómenos colectivos. Todos somos solidarios. Somos todo un pueblo que vive unido el rito.

-Tomó Moisés el libro de la Alianza y lo leyó ante al pueblo, que respondió... Escuchar juntos la misma Palabra y contestar juntos, es también un rito de Alianza. Es la primera parte de la misa, en la que Dios está ya presente. Cuando se han escuchado los mismos pensamientos, se ha comenzado a comulgar en las mismas verdades, en el mismo proyecto: el de Dios.

-"Obedeceremos y cumpliremos todo lo que ha dicho el Señor". Ciertamente, los ritos son necesarios, esos momentos particulares en los que se celebra la Liberación y la Alianza. Pero la finalidad de las liturgias no está en sí mismas, sino que nos retornan a nuestra vida ordinaria en la que tenemos que vivir la Palabra de Dios y cooperar a su voluntad. Ayúdanos, Señor, a practicar, a cumplir tu voluntad, en el núcleo de nuestras existencias cotidianas (Noel Quesson).

Dentro de la profunda experiencia que el pueblo hace de la manifestación de Dios en el Sinaí, la celebración de la alianza ocupa un lugar privilegiado. Así, todo el pueblo participa en este misterio que afecta realmente al futuro de todos. Yahvé, por medio de Moisés, propone la alianza (v 3): él será el Dios de Israel, es decir, su libertador, su defensor, su realizador. Y el pueblo será el pueblo de Yahvé: con toda libertad construirá su personalidad de acuerdo con la voluntad de Dios. Inmediatamente se escribe un memorial -el libro de las palabras de Yahvé- y se erige un testimonio: doce piedras (v 4c), las cuales recordarán las doce tribus que presenciaron el compromiso de todo el pueblo con Yahvé. Después, la alianza es sellada con sangre como era costumbre en la antigüedad (5.6.8). Por eso se sacrifican víctimas: unas se ofrecen en holocausto, es decir, se queman por completo; otras se inmolan como víctimas pacíficas o de comunión, dando lugar al banquete ritual, que significaba la comunión del pueblo con Dios.

La alianza es una relación de vida que compromete cada instante y toda la existencia de los individuos y del pueblo. O, como dirán después los profetas de la crisis religiosa del tiempo de la monarquía, la alianza es una relación de amor. Vida y amor siempre nuevos, siempre reanudados, siempre abiertos a todos los caminos de la comunión y de la manifestación en la imaginación, de la búsqueda constante. Vida y amor de todos los tiempos, pero especialmente del ahora, ya que tanto una como otro son realidades presentes que fluyen del pasado hacia el futuro, pero siempre terriblemente actuales. De ahí que exijan una dinámica constante de conversión, de apertura a la renovación. De ese modo, la sangre de las víctimas derramada sobre el altar y sobre el pueblo cobra todo el significado de sello vital de la alianza contraída. Participar de una misma sangre es establecer el vínculo familiar o entrar en comunión de vida. En la celebración de la alianza, la sangre de las víctimas es vínculo de unión entre Dios -el altar representa a Yahvé- y el pueblo, los cuales, a partir de ahora, serán los grandes aliados, partícipes de una misma vida y amor.

Este texto es paralelo a los que narran la institución de la eucaristía. De este modo contemplamos la antigua alianza y la nueva. Sin embargo, la primera, a pesar de su realidad histórica eficaz, no es más que una imagen de la segunda, la nueva y definitiva alianza de Dios con toda la humanidad. En la eucaristía descubrimos en una única persona las características de mediador, sacerdote, víctima y altar, que hacen que la acción de Jesús, ofreciéndose en oblación al Padre, sea la alianza definitiva y universal de toda la humanidad con Dios para siempre. «Por esta razón es el mediador de una alianza nueva: para que, después de una muerte que librase de los delitos cometidos bajo la primera alianza, los llamados puedan recibir la herencia eterna, objeto de la promesa» (Hb 9,15: J. M. Aragonés).

En resumen: Una vez ha presentado las leyes que constituyen el llamado Código de la Alianza (cf. Ex 20,22-23,19), el redactor del libro del Exodo nos propone el rito sacrificial del pacto entre Dios y el pueblo. Nuestro texto fue compuesto en el Reino de Samaría, allá por el año 750 aC. En la vida civil, en el rito de la alianza (cf. Gn 15,17-19 y Jr 34,18), después de haber sacrificado animales, los contratantes pasaban entre las víctimas sangrantes e invocaban sobre ellos la misma suerte de los animales si transgredían su compromiso. Siendo un rito profano, pasó a religioso. Ya que Dios no se hace presente en carne y huesos, el altar lo representaba ante el pueblo. La sangre, en la mentalidad bíblica está estrechamente relacionada con la vida (cf. Ct 12,23), y por eso no puede ser comida. Derramar la sangre sobre el altar es entregar la vida a Dios. Asperger con esta sangre al pueblo significa que participa de esta misma vida. Dios y el pueblo son, de alguna manera, "hermanos de sangre". La sangre queda ligada a la alianza. En el Nuevo Testamento es la sangre de Cristo, víctima inocente, la que sancionará el pacto de amor entre Dios y el Israel de la Nueva Alianza (cf. Mc 14,24 y paralelos). La carta a los cristianos hebreos (9,18-20) se refiere directamente a este pasaje del Éxodo, y lo aplica a Cristo (Jordi Latorre).

2. El salmo responsorial (115) habla de un sacrificio de alabanza por haber salvado al salmista del peligro de la muerte. Leído en clave cristiana, lo entendemos en sentido eucarístico: la fracción del pan como sacrificio de alabanza por haber salvado a Cristo de la muerte.

La comida de Pascua, o Seder, se tomaba en cada casa la primera noche de la fiesta. La mesa, en aquella ocasión estaba suntuosamente preparada. En un extremo de la mesa, delante del "dueño de casa", había tres matsoth ("pan de la miseria", sin levadura, porque la "masa de nuestros antepasados no tuvo tiempo de fermentarse cuando tuvieron que salir precipitadamente de la tierra de cautividad"). Sobre la mesa, "hierbas amargas" y lechuga, evocaban las amarguras de la vida de esclavitud... Y "el hueso carnudo, asado, de cordero pascual"... Ante cada comensal, una "copa de vino". En cuatro sorbos, durante la comida, cada uno debía vaciar su contenido recitando una bendición, testimonio de "felicidad" y de "gratitud" hacia Dios. Durante la comida, el niño más pequeño hace preguntas al "dueño de casa"; este responde mediante el Haggada o sea el relato de la "liberación de Egipto". Para finalizar la comida, se cantan los salmos de Hallel, es decir los salmos 112 al 117. El salmo 115 resume perfectamente el sentimiento de Israel en esta situación dolorosa. Horriblemente oprimido ("he sufrido mucho"), obtuvo del Faraón el permiso para salir de la hoguera. Pero de inmediato siente que le pisa los talones el ejército egipcio ("en mi confusión yo decía: ¡el hombre es sólo mentira!"). Experiencia profunda de la duplicidad humana. Morirían aprisionados entre el Mar Rojo a la espalda y los terribles carruajes del Faraón por delante... En ese momento se abre el mar ("mucho le cuesta al Señor ver morir a los suyos"). Con inmensa emoción, el salmista pasa de pronto, a la segunda persona: "yo soy, Señor, tu siervo, Tú has roto las cadenas que me ataban. Te ofreceré el sacrificio de alabanza, levantaré la copa de salvación... " La comida de Pascua era pues un inmenso grito de alegría y de acción de gracias "al Dios salvador", que salva de la desgracia y de la muerte. Esa fue la comida que Jesús vivió, aquella tarde, la última que comió antes de morir y resucitar.

Entrando en la oración de su pueblo, recitando este salmo, Jesús le infundió una dimensión "universal". El drama de Israel "desgraciado", oprimido, es el de todo hombre, bajo el peso de su "condición humana"... La acción de gracias de Israel "ante el bien que Dios le ha hecho" es la de todo hombre ante la resurrección prometida. Sí, mañana Jesús morirá. El lo sabe. Judas, durante la comida, abandonó el grupo y se fue a urdir el proceso final. Lejos de hacer un drama de su condición humana, Jesús la afronta libremente, erguida la cabeza: hace un anticipo de su muerte. Tomando el "pan de miseria sin levadura" que está ante El, Jesús dice: "este es mi cuerpo entregado por ¡vosotros!". Luego, tomando la copa de vino dice: "esta es la copa de mi sangre derramada por ¡vosotros y por muchos!". Imaginémonos a Jesús, cantando, no abstractamente, sino en el contexto de esta "vigilia" de su propia muerte "estas palabras admirables: mucho le cuesta el Señor ver morir a los suyos" ¡No! Dios no goza viendo la muerte" Esta hace parte de la condición humana, hace parte de "todo lo que no es Dios"... Por esto es inevitable. Sólo Dios es Dios. Sólo Dios es perfecto. Sólo Dios es eterno. No obstante, la nota dominante en este salmo, y en el alma de Jesús aquella tarde, es la acción de gracias. "¿Cómo podré pagar al Señor todo el bien que me ha hecho? Levantaré la copa de la salvación... Ofreceré el sacrificio de alabanza..." ¿Por qué? Porque Jesús sabe con certeza absoluta que su Padre lo ama: "Mucho le cuesta al Señor ver morir a sus hijos". Y este amor, Jesús lo sabe, será eficaz. Dios no quiere la muerte. Dios salvará de la muerte a los que ama. ¡Sí! Jesús sabe que su muerte, mañana, no será la siniestra zambullida en la nada de que hablan los ateos sino "la entrada en la Casa del Señor" para la eterna alabanza y acción de gracias.

La experiencia mortal de Jesús, es la nuestra, es la de todos los hombres. Toda ideología, toda concepción de la existencia humana que "descuide" este hecho evidente de la muerte (las civilizaciones también ¡son mortales! ¡todo lo que construimos es mortal! ¡Todo lo que hacemos en este mundo está destinado a morir!)... no es una concepción válida para el hombre. El hombre ateo de hoy, lúcidamente, saca esta conclusión inevitable: el mundo es absurdo... Y añadimos: "Si Dios no existe, el hombre tampoco tiene esperanza de vivir..." Vayamos con lucidez hasta las últimas consecuencias. Pero con Israel, con Jesús, somos de los pocos que "creen en Dios". Estamos felices de creer. Y nos atrevemos a pensar que es la única posibilidad de supervivencia que tiene el hombre. Podemos pues con alegría entonar este canto (Noel Quesson).

El salmista es un esclavo -hijo de esclava- nacido en casa. Aun así, el Señor de la casa ha tenido a bien romper sus cadenas, sin tener en cuenta la condición de esclavo. ¿Cómo no ofrecer un sacrificio de alabanza? ¿Cómo no cumplir los votos e invocar el nombre del Señor? Jesús también fue esclavo nacido de mujer y bajo las cadenas de la ley. El Padre, no obstante, rompió las cadenas de la ley, del pecado y de la muerte. El y nosotros hemos sido llamados a la libertad. El sacrificio de Jesús, ofrecido en Jerusalén, es la más perfecta acción de gracias a la infinita bondad del Padre. A imitación de Jesús, también los cristianos ofrecemos al Padre un sacrificio de alabanza, de acción de gracias, celebrando el nombre del Señor, porque El ha roto nuestras cadenas. A pesar de nuestras maldades y de los desafíos pecaminosos de nuestra vida, Dios Padre adopta con nosotros una perenne e inconmovible actitud de gracia. El no tolera nuestra muerte -«mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles»-, y por eso la ha exterminado con la resurrección de su Hijo Jesús; no soporta nuestra falta de libertad y por eso rompió nuestras cadenas en la muerte de Cristo, hecho esclavo por nosotros. Nuestra existencia cristiana está llamada a ser una eucaristía continuada, una respuesta de acción de gracias ininterrumpidamente ante la inagotable actitud de Gracia del Padre. «¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?» La respuesta cristiana es ésta: participando en la acción de gracias, en la Eucaristía, que Jesús, Primogénito entre muchos hermanos, dirige al Padre, bebiendo con El «el cáliz de la bendición» y ajustando, en consecuencia, nuestra vida a los compromisos de nuestro bautismo, contraídos en presencia de la Iglesia.

Benedicto XVI comenta: “El Salmo 115, con el que acabamos de rezar, siempre ha sido utilizado por la tradición cristiana, a partir de san Pablo que, citando la introducción, siguiendo la traducción griega de los Setenta, escribe a los cristianos de Corinto estas palabras: «teniendo aquel espíritu de fe conforme a lo que está escrito: "Creí, por eso hablé", también nosotros creemos, y por eso hablamos» (2 Cor 4,13). El apóstol se siente en acuerdo espiritual con el salmista en la serena confianza y en el sincero testimonio, a pesar de los sufrimientos y de las debilidades humanas. Al escribir a los romanos, Pablo retomará el versículo 2 del salmo y trazará la contraposición entre la fidelidad de Dios y la incoherencia del hombre: «Que quede claro que Dios es veraz y todo hombre mentiroso» (Rom 3,4). La tradición sucesiva transformará este canto en una celebración del martirio (cf. Orígenes) a causa de la mención de «la muerte de sus fieles» (v. 15). O hará de él un texto eucarístico, considerando la referencia a «la copa de la salvación» que el salmista eleva invocando el nombre del Señor (v. 13). Este cáliz es identificado por la tradición cristiana con «la copa de la bendición» (cf. 1 Cor 10, 16), con la «copa de la Nueva Alianza» (cf. 1 Cor 11,25; Lc 22,20): expresiones que en el Nuevo Testamento hacen referencia precisamente a la Eucaristía.

…La súplica se transforma en gratitud, pues el Señor ha sacado a su fiel del torbellino oscuro de la mentira (cf. v.12). El orante se dispone, por tanto, a ofrecer un sacrificio de acción de gracias en el que se beberá el cáliz ritual, la copa de la libación sagrada que es signo de reconocimiento por la liberación (cf. v.13). La Liturgia, por tanto, es la sede privilegiada en la que se puede elevar la alabanza agradecida al Dios salvador.

De hecho, además de mencionarse el rito del sacrificio se hace referencia explícitamente a la asamblea de «de todo el pueblo», ante la cual el orante cumple su voto y testimonia su fe (cf. v.14). En esta circunstancia hará pública su acción de gracias, consciente de que incluso cuando se acerca la muerte, el Señor se inclina sobre él con amor. Dios no es indiferente al drama de su criatura, sino que rompe sus cadenas (cf. v.16). El orante salvado de la muerte se siente «siervo» del Señor, hijo de su esclava (ibídem), bella expresión oriental con la que se indica que se ha nacido en la misma casa del dueño. El salmista profesa humildemente con alegría su pertenencia a la casa de Dios, a la familia de las criaturas unidas a él en el amor y en la fidelidad.

Con las palabras del orante, el salmo concluye evocando nuevamente el rito de acción de gracias que será celebrado en el contexto del templo (cf. vv.17-19). Su oración se situará en el ámbito comunitario. Su vicisitud personal es narrada para que sirva de estímulo para todos a creer y a amar al Señor. En el fondo, por tanto, podemos vislumbrar a todo el pueblo de Dios, mientras da gracias al Señor de la vida, que no abandona al justo en el vientre oscuro del dolor y de la muerte, sino que le guía a la esperanza y a la vida.

Concluimos nuestra reflexión encomendándonos a las palabras de san Basilio Magno que, en la Homilía sobre el Salmo 115, comenta la pregunta y la respuesta de este Salmo con estas palabras: «"¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación". El salmista ha comprendido los muchos dones recibidos de Dios: del no ser ha sido llevado al ser, ha sido plasmado de la tierra y ha recibido la razón…, ha percibido después la economía de salvación a favor del género humano, reconociendo que el Señor se entregó a sí mismo como redención en lugar nuestro; y busca entre todas las cosas que le pertenecen cuál es el don que puede ser digno del Señor. ¿Qué ofreceré, por tanto, al Señor? No quiere sacrificios ni holocaustos, sino toda mi vida. Por eso dice: "Alzaré la copa de la salvación", llamando cáliz a los sufrimientos en el combate espiritual, a la resistencia ante el pecado hasta la muerte. Es lo que nos enseñó, por otro lado, nuestro salvador en el Evangelio: "Padre, si es posible, que pase de mí este cáliz"; o cuando les dijo a los discípulos: "¿podéis beber el cáliz que yo he de beber?", refiriéndose claramente a la muerte que aceptaba por la salvación del mundo»”.

3. Hb 9, 11-15. 1. En el centro de Hebreos hallamos el punto de la muerte de Cristo por la que se ha conseguido la unión definitiva entre Dios y los hombres. Las alusiones a esta muerte y a sus efectos salvadores son bastante claras. Pero puede resultar confuso todo el tema de la terminología sacrificial aplicada a la muerte de Cristo que, efectivamente, en esta carta/escrito. Y no sólo sacrificial sino sacrificial expiatorio siguiendo los ritos veterotestamentarios del Levítico. Hoy día no existe sensibilidad ni comprensión del sentido auténtico del sacrificio, no hay referentes culturales como vemos en la liturgia judía: el día de la expiación expresaba de una manera grandiosa la conciencia de culpa del hombre y el anhelo por descargarla y alcanzar la reconciliación con Dios. El Sumo Sacerdote atravesaba el velo del templo, penetraba él sólo en el "recinto santísimo" y ofrecía en sacrificio la sangre de animales para expiar sus faltas y las del pueblo. Después salía para tener que recomenzar otro año el mismo ritmo. La culpa del hombre resultaba insuprimible. Jesús ha penetrado en el santuario del cielo una vez por todas, para llegar a la presencia de Dios. Y lo ha hecho con el sacrificio de su pasión, es decir, en virtud de su propia sangre y a impulsos del Espíritu eterno de Dios. La eficacia de este acto permanece para siempre. La esperanza de los hombres de alcanzar el perdón de sus pecados y lograr la comunión con Dios queda cumplida real y definitivamente en el misterio de la muerte y exaltación de Jesucristo, el Hijo de Dios. Y la liberación conseguida en virtud de la sangre de Cristo se mantiene inagotable. La sangre de Cristo sella una alianza nueva para siempre. Cristo es mediador de una nueva alianza. En efecto: Jesús es el enviado de Dios a los hombres (apóstol) y tiende un puente (pontífice) para hacer posible la unión entre ambos. Jesús manifiesta la última voluntad (testamento) de Dios para con los hombres, y la cumple ofreciéndose a sí mismo en la cruz. Es autor y realizador del Testamento (“Eucaristía 1988”).

-"Cristo ha venido como sumo sacerdote de los bienes definitivos": El autor de los Hebreos explica el sacrificio de Cristo a partir de elementos comparativos del AT, pero con un cambio radical de su significado.

-"... ha entrado en el santuario una vez para siempre...": Como el sumo sacerdote en la celebración del Yom-Kippur entraba en el interior del santo de los santos, única ocasión anual, Cristo ha accedido una vez para siempre a Dios. Y esta entrada en la santidad de Dios la realiza a través de un tabernáculo que no pertenece al mundo de los hombres: es su mismo cuerpo renovado por la resurrección.

-".... consiguiendo la liberación eterna": Esto ha sido posible no por un sacrificio ritual, sino por el ofrecimiento de sí mismo. Inaugura de este modo el culto auténtico (personal, espiritual y perfecto) cuya eficacia es definitiva.

-"...Cristo, que, en virtud del Espíritu Santo, se ha ofrecido a Dios": Cristo es a la vez el sacerdote y la víctima. Es una víctima sin mancha, no en el sentido físico como pedía la Ley, sino por su falta de pecado y de complicidad con el mal. Es un sacerdote capaz, porque tiene el Espíritu: posee la fuerza de ofrecerse a sí mismo en obediencia a la voluntad de Dios y en solidaridad fraterna con los demás hombres y esta fuerza se eleva hasta Dios, como el fuego de los antiguos sacrificios (J. Naspleda).

La crítica que hace la epístola a los Hebreos se refiere esencialmente al valor de mediación del culto antiguo. Para el autor de la epístola, el Templo no podía conducir a Dios; al contrario, llevaba a un callejón sin salida. En efecto, al no exigir de por sí la liturgia sacrificial de la antigua alianza el compromiso personal del oficiante, el culto se revelaba incapaz de transformar en profundidad el ser del que ofrecía aquella liturgia. Cristo se abrió camino hacia Dios penetrando en "su templo, más grande y más perfecto, mediante su propia sangre". Así pues, la ofrenda de su persona diferencia esencialmente su sacrificio de los sacrificios judíos: se pasaba de un culto ritual y exterior a una ofrenda profunda y total; de un culto separado de la vida a una ofrenda que se realizaba en los dramáticos acontecimientos de la Pasión. "Destruid este templo y en tres días lo levantaré": la nueva tienda por la que Cristo tenía acceso a Dios era el templo de su cuerpo, transformado personalmente por su compromiso personal. Se había pasado así de un culto exterior al "culto en espíritu y en verdad" El salmo 46 es una invitación a alabar a Yahvé, rey de Israel y del mundo. Aquí, acompaña el retorno de Cristo a la gloria del Padre, de ese Cristo cuya grandeza está inscrita en la cruz para siempre (“Dios cada dia”, Sal Terrae).

El presente pasaje, particularmente los versículos 11-14, constituye el centro de la cristología de Heb, el núcleo de todo el escrito. El lenguaje es cultual; sin embargo, no es la acrítica comprensión del culto la que proyecta luz sobre el misterio de Cristo, sino que la cruz de Cristo da un contenido insospechado a las categorías cultuales. Lo primero que el autor pone ante nuestros ojos es el misterio del proceso personal de Jesucristo (9,11-12); sólo después, y a su luz, aborda el proceso de nuestra salvación (9,13-14). En Heb, la clave para comprender el misterio de Jesús es su muerte; la muerte de Jesús fue un sacrificio, el sacrificio del mismo Jesús. «Cristo... entró de una vez para siempre en el santuario... mediante su propia sangre». La reiterada alusión a la sangre de Jesucristo responde al lenguaje cultual del autor; pero no debe constituir una trampa para nosotros: no debemos pensar confusamente que lo importante en la muerte de Jesús fue su sufrimiento o el derramamiento material de su sangre. Para Heb, la cruz de Jesús es la revelación del gran misterio de su libertad entregada. El sacrificio de Jesús fue la libre y esforzada entrega de su «yo» personal a Dios (10,4-10). El sufrimiento y la muerte son la prueba, el signo y la realización de su donación.

Partiendo de ahí se recupera y trasciende todo el lenguaje cultual. Jesucristo «entró en el santuario» (9,11), «en el mismo cielo» (9,24), es decir, se presentó ante Dios. Pero no después ni más allá de su cruz, sino en ella; su generosa donación selló su comunión personal con Dios. Así consiguió también la «perfección»: no más allá de los sufrimientos, sino en ellos (2,10), ya que en ellos aprendió la obediencia plena a Dios (5,8-9). Y fue también en el ofrecimiento de sí mismo, no después ni al margen de él, cuando Jesucristo fue consagrado «sumo sacerdote de los bienes definitivos» (9,11); la entrega de Jesucristo al Padre es perfecta y eterna, constituye la misma definición del Salvador sacrificado. En la raíz de esta potente visión se halla la fe fundamental: Jesucristo es el Hijo llegado a la perfección (7,28).

Ese sacrificio personal ofrece realmente a los hombres (dimensión pasiva) la posibilidad de su entrega personal a Dios (dimensión activa), en la cual consiste la "purificación de la conciencia" (9,14), la verdadera salvación. Por eso, Jesucristo es el mediador de la nueva alianza (9,15-23), es decir, de la comunión personal y libre del hombre con Dios (G. Mora).

Este fragmento de la carta a los cristianos hebreos centra nuestra atención en la eficacia del sacrificio de Cristo frente a los sacrificios del Antiguo Testamento. Mientras estos eran algo externo a la persona oferente y no llegaban a transformarla, el sacrificio de Cristo es algo personal: él mismo se ofrece. El movimiento oblativo de Cristo, en virtud del "Espíritu Santo", lo ha transformado, lo ha resucitado dándole la misma vida de Dios. Pero esta transformación no se queda sólo en Jesús, sino que en virtud del mismo Espíritu, el efecto transformador repercute también en nosotros, purificando nuestra conciencia, "llevándonos al culto del Dios vivo". Tal transformación de nuestras personas y esta relación con Dios constituye "la alianza nueva" que Cristo ha inaugurado con la ofrenda de su vida, de su "sangre". El autor no ha hecho sino comprender en clave sacrificial el movimiento interno del Misterio Pascual de Cristo (Jordi Latorre).

Comenta S. Agustín: “Así, pues, el verdadero sacrificio es toda obra buena hecha para unirnos a Dios en santa alianza, es decir, referido a la meta de aquel bien que puede hacernos de verdad felices. Y así, aun la misericordia con que se socorre al hombre, si no se hace por Dios, no es sacrificio. Pues aunque sea hecho u ofrecido por el hombre, el sacrificio es una obra divina. Tal es el significado que aun los latinos antiguos dieron a esta palabra. De ahí viene que el mismo hombre, consagrado en nombre de Dios y ofrecido a Dios, en cuanto muere al mundo a fin de vivir para Dios, es sacrificio. Pues esto pertenece a la misericordia que cada uno practica para consigo mismo. Por eso está escrito: Compadécete de tu alma haciéndola agradable a Dios (Eclo 30,24). También es sacrificio el castigo que infligimos a nuestro cuerpo por la templanza, si, como debemos, lo hacemos por Dios, a fin de no usar de nuestros miembros como arma de iniquidad para el pecado, sino como arma de justicia para Dios.

Exhortándonos a esto, dice el Apóstol: Por ese cariño de Dios os exhorto, hermanos, a que ofrezcáis vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios, como vuestro culto auténtico. Si el cuerpo, pues, de que usa el alma como un siervo inferior o como un instrumento, cuando su uso bueno y recto se refiere a Dios, es sacrificio, ¡cuánto más se hará sacrificio el alma misma cuando se refiere a Dios, para que, encendida en el fuego de su amor, pierda la forma de la concupiscencia del siglo, y se reforme como sometida a la forma inconmutable, resultándole así agradable por ser iluminada de su hermosura! Esto mismo añade el Apóstol de inmediato: Y no os amoldéis a este mundo, sino id transformándoos con la nueva mentalidad para ser vosotros capaces de distinguir lo que es voluntad de Dios, lo bueno, lo conveniente, lo acabado (Rom 12,1-2).

Los verdaderos sacrificios son, pues, las obras de misericordia, sea para con nosotros mismos, sea para con el prójimo; obras de misericordia que no tienen otro fin que librarnos de la miseria y así ser felices; lo cual no se consigue sino con aquel bien, del cual está escrito: Para mí lo bueno es adherirme a Dios (Sal 72,28). De aquí se sigue ciertamente que toda la ciudad redimida, o sea la congregación y sociedad de los santos, se ofrece a Dios como un sacrificio universal por medio del gran Sacerdote, que en forma de siervo se ofreció a sí mismo por nosotros en su pasión, para que fuéramos miembros de tal Cabeza; según ella es nuestro mediador, en ella es sacerdote, en ella es sacrificio.

Para eso nos exhortó el Apóstol a ofrecer nuestros propios cuerpos como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, como nuestro culto auténtico, y a no amoldarnos a este mundo, sino a irnos transformando con la nueva mentalidad; y para demostrarnos cuál es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, lo conveniente y agradable, ya que el sacrificio total somos nosotros, dice: En virtud del don que he recibido, aviso a cada uno de vosotros, sea quien sea, que no se tenga en más de lo que hay que tenerse, sino que se tenga en lo que debe tenerse, según el cupo de la fe que Dios haya repartido a cada uno. Porque en el cuerpo, que es uno, tenemos muchos miembros, pero no todos tienen la misma función; lo mismo nosotros, con ser muchos, unidos a Cristo formamos un solo cuerpo, y respecto a los demás, cada uno es miembro, pero con dotes diferentes, según el regalo que Dios nos haya hecho (Rom 12,3-6). Éste es el sacrificio de los cristianos: unidos a Cristo formamos un solo cuerpo. Este misterio lo celebra también la Iglesia asiduamente en el sacramento del altar, conocido de los fieles, donde se le muestra que es ofrecida ella misma en lo que ofrece”.

4. Mc 14, 12-16.22-26: Forma parte del relato de la pasión. El autor precisa el tiempo en clave cronológica griega. Para los griegos el día iba de salida de sol a salida de sol. Ello explica que el primer día de los ázimos o pascua a secas y matanza de los corderos puedan tener lugar en la misma fecha. La matanza comenzaba a las 14,30 horas y la pascua a las 18 horas. En cambio, en clave cronológica judía la coincidencia en la misma fecha es imposible, pues las 14,30 horas pertenecían al final de un día y las 18 horas marcaban el comienzo del siguiente. Lo mismo que los preparativos de la entrada en Jerusalén en Mc. 11, 1-6, los preparativos de la cena reproducen un modelo de actitud soberana, dueña en todo momento de la situación. Ya en la cena, el autor se centra en dos gestos de Jesús; el pan partido y repartido; el vino repartido. En ambos casos a la notificación del gesto por parte del autor sigue la interpretación del gesto a cargo de Jesús. A la interpretación del gesto de la copa siguen otras palabras de Jesús sobre su destino personal en perspectiva de futuro glorioso. El texto se cierra con una indicación del autor, preparatoria del arresto de Jesús en Mc 14, 32.

Según el entender de Marcos, la última cena de Jesús fue una cena de Pascua. Y como la cena de pascua sólo se podía tomar en la ciudad santa, era necesario que todos los peregrinos se procurasen un espacio (una sala), en el que se consumiese el cordero sacrificado en el templo; consumición que regularmente debía ser hecha por una comunidad de al menos diez participantes. Para que tales comunidades fueran posibles, los habitantes de Jerusalén debían poner a disposición gratuitamente los salones de sus casas y ofrecerlos. Sabemos por muchos testimonios que los habitantes de Jerusalén hacían esto gustosamente para con los peregrinos. Así, pues, se explica que los dos discípulos enviados por delante pudieran preparar la cena como se indica. En la cena, primeramente, todo discurre con normalidad, como era costumbre. Jesús, como presidente ("padre de la familia o de la casa"), pronuncia la bendición sobre el pan, a lo que los discípulos tuvieron que contestar "¡amén!", como signo de que tal bendición también se hacía en su nombre. Después, Jesús parte el pan y acontece lo sorprendente. Mientras que lo normal, tanto en una cena de pascua como en otra, era que el "padre de la casa" no dijera nada al entregar el pan bendecido y partido, Jesús dice: "Tomad, esto es mi cuerpo". Y como los discípulos ya sabían, por su Biblia, que, hablando del "cuerpo", uno se refería al hombre entero, comprendieron perfectamente que Jesús, su Señor, se les quería entregar en ese pan. Después de esta sorpresa, la cena volvió a tomar su curso normal. Jesús también sabía, por la Sagrada Escritura, que los hombres podemos cargar representativamente con las calamidades que amenazan a los demás y así defenderlos. Y como esto era lo importante para él, ya que, "a pesar de que mi pueblo rechace de momento la oferta del Reino de Dios, no tendrá por qué acabar mal: el presente y el futuro de ese reino dependen ahora de mí absolutamente", es entonces cuando sorprende por segunda vez a sus discípulos y les invita (cf. 1 Cor 11, 25) a beber todos juntos de su cáliz (“Eucaristía 1988”).

El texto evangélico nos presenta el relato de la última cena de Jesús omitiendo los versículos referentes a la traición de Judas (vv 17-21). Esta cena inaugura el relato de la pasión en los cuatro evangelistas. La víspera de su martirio, Jesús se prepara a interpretar el sentido de su muerte ante sus discípulos. Toda su vida entregada a la voluntad del Padre en el anuncio del Reino desemboca en el rechazo de los hombres. Jesús asume este rechazo, incluso a costa de su propia vida, por fidelidad a su donación a la voluntad del Padre. El recuerdo del Éxodo, la muerte del cordero inmolado, el simbolismo del vino-sangre... y del pan partido... son los elementos de la cena pascual que sirven a Jesús para presentar el sentido salvífico de su muerte. "Esto es mi cuerpo... esta es mi sangre... de la alianza". Jesús se mueve en un clima estrechamente sacrificial. En los antiguos sacrificios la víctima era el vínculo de unión entre los hombres y la divinidad. Con la entrega sacrificial de su propia vida, Cristo quiere ser el instrumento de unidad entre Dios y los suyos. La mención de la sangre "de la alianza" une este texto a la primera lectura de hoy (Ex 24,8).

"Derramada por todos". Del mismo modo que en los sacrificios era derramada la sangre sobre el altar, así Cristo derrama la suya en su muerte martirial. La sangre de los sacrificios tenía carácter expiatorio: cubre los pecados y reconcilia al oferente con Dios. La muerte de cristo lo introduce en la plena comunión con Dios que es la vida del Resucitado, por eso no le afecta tan sólo a él, sino que repercute en "todos", es decir, en la humanidad entera.

" ... beberé el vino nuevo en el Reino de Dios". La era mesiánica se compara con frecuencia con un banquete (cf. Is 25,6; 65,13; Mt 8,11; 22.1-14; Lc 14,16-24; Ap 19,9). Jesús volverá a beber el vino de la bendición en la Pascua eterna que celebrará en el Reino de su Padre con todos los redimidos.

Las lecturas de hoy centran la festividad en el tema de la sangre derramada, como expresión de la entrega generosa y voluntaria de la vida de Cristo, lo cual inaugura una nueva "alianza" o estilo de relación del hombre con Dios: la de la disponibilidad total a su voluntad (Jordi Latorre).

Comenta S. Agustín: “Cristo nuestro Señor que en su pasión ofreció por nosotros lo que había tomado de nosotros en su nacimiento, constituido príncipe de los sacerdotes para siempre, ordenó que se ofreciera el sacrificio que estáis viendo, el de su cuerpo y sangre. En efecto, de su cuerpo, herido por la lanza, brotó sangre y agua, mediante la cual borró los pecados del mundo. Recordando esta gracia, al hacer realidad la liberación de vuestros pecados, puesto que es Dios quien la realiza en vosotros, acercaos con temor y, temblor a participar de este altar. Reconoced en el pan lo que colgó del madero, y en el cáliz lo que manó del costado. En su múltiple variedad, aquellos antiguos sacrificios del pueblo de Dios figuraban a este único sacrificio futuro. Cristo mismo es, a la vez, cordero por la inocencia y sencillez de su alma, y cabrito por su carne, semejante a la carne de pecado. Todo lo anunciado de muchas y variadas formas en los sacrificios del Antiguo Testamento se refiere a este único sacrificio que ha revelado el Nuevo.

Recibid, pues, y comed el cuerpo de Cristo, transformados ya vosotros mismos en miembros de Cristo, en el cuerpo de Cristo; recibid y bebed la sangre de Cristo. No os desvinculéis, comed el vínculo que os une; no os estiméis en poco, bebed vuestro precio. A la manera como se transforma en vosotros cualquier cosa que coméis o bebéis, transformaos también vosotros en el cuerpo de Cristo viviendo en actitud obediente y piadosa. Cuando se acercaba ya el momento de su pasión y estaba celebrando la pascua con sus discípulos, él bendijo el pan que tenía en sus manos y dijo: Esto es mi cuerpo que será entregado por vosotros (1 Cor 11,24). Igualmente les dio el cáliz bendecido, diciendo: Ésta es mi sangre de la nueva alianza, que será derramada por muchos para el perdón de los pecados (Mt 26,28). Estas cosas las leíais en el evangelio o las escuchabais, pero ignorabais que esta eucaristía era el Hijo; ahora, en cambio, rociado vuestro corazón con la conciencia limpia y lavado vuestro cuerpo con el agua pura, acercaos a él y seréis iluminados y vuestros rostros no se avergonzarán (Sal 33,6). Si recibís santamente este sacramento que pertenece a la nueva alianza y os da motivo para esperar la herencia eterna, si guardáis el mandamiento nuevo de amaros unos a otros, tendréis vida en vosotros, pues recibís aquella carne de la que dice la Vida misma: El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo (Jn 6,52) y quien no coma mi carne y beba mi sangre, no tendrá vida en sí.

Teniendo, pues, vida en él, seréis una carne con él. En efecto, este sacramento no ofrece el cuerpo de Cristo de forma que conlleve el estar separados de él. El Apóstol recuerda que esto se halla predicha ya en la Sagrada Escritura: Serán dos en una misma carne. Misterio grande es este, dice, pero yo lo aplico a Cristo y a la Iglesia (Ef 5,31-32). En otro lugar dice también respecto a esta Eucaristía: Siendo muchos, somos un único pan, un único cuerpo (1 Cor 10,17). Comenzáis, pues, a recibir lo que ya habéis comenzado a ser, si no lo recibis indignamente, para no comer y beber vuestra propia condenación. Dice así. Quien come el pan y bebe el cáliz del Señor indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor. Examínese el hombre a sí mismo, y luego coma del pan y beba del cáliz, pues quien come y bebe indignamente, come y bebe su condenación (1 Cor 11,27-29).

Lo recibís dignamente si os guardáis del fermento de las doctrinas perversas, de forma que seáis panes ácimos de sinceridad y de verdad (1 Cor 5,8); o si conserváis aquel fermento de la caridad que oculta la mujer en tres medidas de harina hasta que fermente toda la masa (Lc 13,21). Esta mujer es la sabiduría de Dios, aparecida en carne mortal gracias a una virgen, que sembró su evangelio en toda la tierra, que restauró después del diluvio a partir de los tres hijos de Noé cual si fuesen las tres medidas dichas hasta que fermentase la totalidad. Ésta es la totalidad que en griego se dice «holon», donde estaréis si guardáis el vínculo de la paz «según la totalidad», que en griego recibe el nombre de «catholon», de donde viene el nombre de católica”.

Hoy celebramos una fiesta entrañable para nosotros. Hoy celebramos lo único que realmente podemos celebrar los cristianos y aun los hombres todos. Porque hoy celebramos el amor de Dios, que Dios es amor y que nos ama desmesuradamente. Frente a tantas elucubraciones de sabios y eruditos, que a veces desfiguran el rostro de Dios y nos lo hacen terrible o inaccesible, la fiesta del Corpus nos descubre el verdadero rostro de Dios, que es su amor por nosotros, hasta el colmo del sacrificio del cuerpo y de la sangre de su propio Hijo "por nosotros". Por eso es importante despojarnos de prejuicios y escuchar con atención y sencillez la palabra de Dios. Lo que Dios nos ha manifestado sobre sí mismo en su Hijo Jesucristo. Moisés rubricó la alianza de Dios con su pueblo con la sangre de los animales sacrificados. La mitad la vertió sobre el altar, la parte de Dios; y la otra mitad la asperjó sobre el pueblo. De esta suerte, el pueblo entendió que Dios estaba con ellos, de su parte. Y el pueblo se comprometió a poner en práctica todo cuanto el Señor les había ordenado y que estaba recogido en las tablas de la ley. Los diez mandamientos son uno de los primeros documentos que recogen los principales derechos del hombre: el derecho a la vida, a la familia, al honor y buen nombre, a la información y expresión, a la propiedad. La consecuencia de aquella primera alianza, rota y restaurada infinidad de veces es la historia de Israel, era una nueva religión, fundada no tanto en el temor, cuanto en el respeto al pacto sellado por mediación de Moisés. La sangre derramada de Cristo sella una nueva y definitiva alianza entre Dios y la humanidad. Esta vez no hará falta la sangre de los animales sacrificados. Jesús, el Hijo de Dios, entregará su cuerpo al sacrificio y derramará hasta la última gota de su sangre para la remisión de los pecados. Será un sacrificio definitivo, de una vez por todas y para todos. El sacrificio de Jesús no se repetirá, sólo se actualizará ininterrumpidamente en la eucaristía. Las infidelidades de los hombres no harán precisa una nueva alianza, como ocurriera en el primitivo pueblo de Dios. La alianza con Dios por mediación de Jesucristo se renovará sacramentalmente siempre que sea necesario, sin necesidad de repetirse. Jesús no volverá a morir. Murió y resucitó y vive para siempre.

Esta nueva alianza, sellada con la sangre de Cristo, supone una novedad radical en las relaciones entre los hombres y Dios, porque nueva es la relación de Dios con los hombres por Jesucristo. Esta relación es la religión del amor. Toda la vida de Jesús, todas sus obras y sus palabras no tuvieron otra intención que la de darnos a conocer el misterio insondable de Dios, que es amor, amor a los hombres. Y el momento culminante de la vida de Jesús, su muerte en la cruz, fue la demostración suprema del amor de Dios. El mismo Jesús lo entendió así: "Nadie tiene mayor amor que el que da la vida". Y así lo entendió también el discípulo amado, cuando dice que "Jesús, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo" de entregar su cuerpo en comida y en bebida su sangre. Ahora sí que podemos entender que Dios es amor. Ahora podemos estar seguros de una cosa: que Dios es sobre todo "el que nos ama desmesuradamente". Ahora podemos vislumbrar también el misterio trinitario de Dios, que es nuestro Padre, nuestro hermano, nuestro abogado.

Y ahora tenemos que comprender, por fin, que el cristianismo , que viene de Cristo, en quien hemos visto el amor de Dios, es la religión del amor, de la caridad, de la solidaridad. El verdadero culto, que nos recordaba Pablo, el culto que expresamos insuperablemente en la eucaristía, es la praxis del amor cristiano. Recientemente, Juan Pablo II, al hacernos partícipes de su gran preocupación y solicitud por los problemas sociales, hacía un angustioso llamamiento a la solidaridad como alternativa a un mundo que presume de desarrollo y progreso, cuando lo que más se desarrolla y progresa es el abismo que separa al Norte del Sur, a los ricos de los pobres.

Hoy, fiesta del cuerpo y de la sangre de Cristo, es el día de la caridad. Caritas quiere ser el instrumento que facilite y canalice el amor de todos los cristianos, para que el amor de los cristianos no se reduzca a limosnas, sino que sea de verdad amor y sea eficaz. Porque la exigencia del amor cristiano no es dar de lo que nos sobre, ni siquiera quitarnos lo que necesitamos. El amor de Dios nos urge a crear un mundo más humano, más justo, más solidario, más igual, donde se ponga fin al estigma de la pobreza, del abandono, del paro, del hambre y de la desesperación de la mayoría (“Eucaristía 1988”).

Sábado de la semana 9ª del tiempo ordinario: el abandono en Dios deja actuar a la gracia y obra maravillas en el mundo

Tobías 12,1.5-15.20 1 Acabados los días de la boda, llamó Tobit a su hijo Tobías y le dijo: «Hijo, ya es tiempo de pagar el salario al hombre que te acompañó. Y le añadirás un sobresueldo.» 5 Le llamó, pues, Tobías y le dijo: «Toma como salario la mitad de todo cuanto trajiste y vete en paz.» 6 Entonces Rafael llevó aparte a los dos y les dijo: «Bendecid a Dios y proclamad ante todos los vivientes los bienes que os ha concedido, para bendecir y cantar su Nombre. Manifestad a todos los hombres las acciones de Dios, dignas de honra, y no seáis remisos en confesarle. 7 Bueno es mantener oculto el secreto del rey y también es bueno proclamar y publicar las obras gloriosas de Dios. Practicad el bien y no tropezaréis con el mal. 8 «Buena es la oración con ayuno; y mejor es la limosna con justicia que la riqueza con iniquidad. Mejor es hacer limosna que atesorar oro. 9 La limosna libra de la muerte y purifica de todo pecado. Los limosneros tendrán larga vida. 10 Los pecadores e inicuos son enemigos de su propia vida. 11 «Os voy a decir toda la verdad, sin ocultaros nada. Ya os he manifestado que es bueno mantener oculto el secreto del rey y que también es bueno publicar las obras gloriosas de Dios. 12 Cuando tú y Sara hacíais oración, era yo el que presentaba y leía ante la Gloria del Señor el memorial de vuestras peticiones. Y lo mismo hacía cuando enterrabas a los muertos. 13 Cuando te levantabas de la mesa sin tardanza, dejando la comida, para esconder un cadáver, era yo enviado para someterte a prueba. 14 También ahora me ha enviado Dios para curarte a ti y a tu nuera Sara. 15 Yo soy Rafael, uno de los siete ángeles que están siempre presentes y tienen entrada a la Gloria del Señor». 20 Y ahora bendecid al Señor sobre la tierra y confesad a Dios. Mirad, yo subo al que me ha enviado. Poned por escrito todo cuanto os ha sucedido.» Y se elevó.

Tobías 13,2,6-8 2 Porque Él es quien castiga y tiene compasión; el que hace descender hasta el más profundo Hades de la tierra y el que hace subir de la gran Perdición, sin que haya nada que escape de su mano. 6 Si os volvéis a Él de todo corazón y con toda el alma, para obrar en verdad en su presencia, se volverá a vosotros sin esconder su faz. Mirad lo que ha hecho con vosotros y confesadle en alta voz. Bendecid al Señor de justicia y exaltad al Rey de los siglos. Yo le confieso en el país del destierro, y publico su fuerza y su grandeza a gentes pecadoras. ¡Volved, pecadores! Practicad la justicia en su presencia. ¡Quién sabe si os amará y os tendrá misericordia! 7 Yo exalto a mi Dios y mi alma se alegra en el Rey del Cielo. Su grandeza 8 sea de todos celebrada y confiésenle todos en Jerusalén.

Marcos 12,38-44 38 Decía también en su instrucción: «Guardaos de los escribas, que gustan pasear con amplio ropaje, ser saludados en las plazas, 39 ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; 40 y que devoran la hacienda de las viudas so capa de largas oraciones. Esos tendrán una sentencia más rigurosa. 41 Jesús se sentó frente al arca del Tesoro y miraba cómo echaba la gente monedas en el arca del Tesoro: muchos ricos echaban mucho. 42 Llegó también una viuda pobre y echó dos moneditas, o sea, una cuarta parte del as. 43 Entonces, llamando a sus discípulos, les dijo: «Os digo de verdad que esta viuda pobre ha echado más que todos los que echan en el arca del Tesoro. 44 Pues todos han echado de lo que les sobraba, ésta, en cambio, ha echado de lo que necesitaba, todo cuanto poseía, todo lo que tenía para vivir.

Comentario: 1. -Tobit llamó a su hijo y le preguntó: "¿Qué podemos dar a ese hombre que te acompañó?" Le rogaron que aceptase la mitad de todo lo que habían traído. Todo ello es hermoso, como un cuento de hadas. ¡Quizá, decimos, es demasiado hermoso! Pero, en el fondo, ¿no es mejor que el espíritu se empape de esa generosidad, antes que entretenerse en una literatura que sólo nos presenta vicios y lodo? Sin embargo sigue siendo verdad que existen gentes capaces de agradecimiento y de juego limpio en un mundo en que dominan los interesados y los aprovechados. Tendré hoy especial cuidado de expresar mi agradecimiento.

-Rafael les dijo entonces: "Bendecid a Dios y proclamadlo... La oración, el ayuno y la limosna valen más que montones de oro..." ¿Estoy de veras convencido de ello? ¿Qué lugar ocupan en mi vida la oración, la ascesis, el compartir? La oración ha llenado todo este libro de Tobías. ¿Llena también cada uno de mis días? La ascesis o capacidad que tiene el hombre de dominar sus deseos, sus pulsiones, la ejerzo yo también con mis rechazos concretos a abandonarme a mis caprichos y con la tenacidad en mantener mis propósitos? El compartir es ser capaz de privarme de algo, de aceptar las molestias que se deriven de nuestra atención a los demás ¿Acepto con alegría y con buen humor todo lo que puede estorbar a mis proyectos? ¿Qué es lo que hago exclusivamente «para ellos» y no «para mí»? Ser hombre de ese temple, de oración, de renuncia, de amor, vale más que montones de oro.

-“Porque la limosna libra de la muerte, purifica los pecados y obtiene la misericordia y la vida eterna... Cuando tú orabas con lágrimas, cuando abandonabas tus comidas para enterrar a los muertos... Yo presentaba tu oración al Señor”. ¡La limosna purifica los pecados! ¡Obtiene la vida eterna! Amar... dar... Dios nos lo repite en todas las páginas de la Escritura. Pero, cuidado; la palabra «amor» es engañosa, ambigua. Cuando decimos «amo la primavera»... no es la primavera a la que amamos, sino a «nosotros mismos». Cuando una madre, digna de ese nombre dice: «amo a mis hijos»... es porque es capaz de sacrificarse por ellos. Así el mejor punto de referencia del verdadero amor, es la «capacidad de sacrificarse» por amor: «no hay más grande amor que el dar la vida por aquellos que se ama» (Jn 15,13). «Cuando abandonabas tus comidas... cuando eras capaz de sufrir molestias por los demás...» decía ya, con mucha experiencia humana el autor del libro de Tobías.

-“Y porque eras agradable a Dios, fue necesario que la tentación te pusiera a prueba”. He ahí una concepción muy positiva de la tentación: el banco de prueba, el lugar donde se verifica la calidad de una cosa. Ante la prueba, nos viene la idea de preguntarnos: «qué es lo que yo he hecho a Dios?» Tobías, con toda la tradición espiritual de sabios y santos, nos dice aquí que la prueba no es precisamente un castigo, sino que puede considerarse como una misteriosa prueba de amor, de un amor exigente .

-“Soy Rafael, uno de los siete ángeles que están siempre presentes ante el Señor. Es hora de que retorne junto a Aquel que me ha enviado. En cuanto a vosotros, bendecid a Dios y proclamad sus maravillas”. ¿No os recuerdan estas palabras el final del evangelio? El antiguo Testamento, si sabemos leerlo, nos prefigura el Nuevo (Noel Quesson).

Final de la novela. El ángel se manifiesta como tal. Es Rafael, el mensajero de Dios. No acepta lo que le quieren ofrecer -la mitad de la suma cobrada- y les invita a bendecir y dar gracias a Dios. El autor del libro aprovecha para que el lector saque las lecciones de toda esta historia: - a Dios le agrada la oración y el ayuno y la limosna - la fidelidad de la familia de Tobías en medio de un mundo pagano es ejemplar - las oraciones de los fieles suben a la presencia de Dios y le son agradables - las pruebas de la vida las permite Dios para su bien: «por eso tuviste que pasar por la prueba». Son claves para entender la historia y sobre todo para ordenar la vida de un creyente según el plan de Dios. La Palabra de Dios es siempre como un espejo en el que se nos invita a que nos miremos, sacando las consecuencias coherentes. Nuestra vida, ¿está construida sobre estos valores que aparecen alabados en el libro de Tobías? - ¿valoramos la oración, en nuestra relación con Dios? aquí somos invitados a bendecir a Dios, a dirigirle nuestra oración en todo momento, a divulgar a otros sus maravillas; - ¿valoramos la limosna, en nuestro trato con los demás? ¿tenemos un corazón siempre pronto a ayudar al que nos necesite? ¿apreciamos esas obras que -con un nombre antiguo pero con una realidad muy actual- se llaman «obras de misericordia»?; - ¿valoramos el ayuno, como control de nosotros mismos?: aquí se nos dice que «los que cometen pecados son enemigos de sí mismos»; ¿somos fuertes en la defensa de nuestra identidad cristiana en medio de la sociedad?; - ¿perdemos fácilmente la esperanza cuando nos sobrevienen las pruebas de la vida, o sabemos conservar la confianza en Dios? A Tobit y Sara les ayudó el ángel del Señor. También en nuestra vida hemos de creer que la cercanía de Dios se nos manifiesta de mil modos: no sólo por su Hijo Jesús, nuestro Maestro, Guía y Alimento en la Eucaristía, sino también con la cercanía de la Virgen y los Santos, y también la de los ángeles, a quienes invocamos cada día en la misa, cantando con ellos el «Santo», o en nuestra oración de conversión, «yo confieso», o en nuestra oración por los difuntos, pidiéndoles que los acompañen hasta la presencia de Dios.

2. El cántico que leemos como salmo responsorial (Tobías 13) no responde al contexto histórico en el que el autor había situado su historia: la deportación de los israelitas a Asiria en el s. VIII a.C., sino que corresponde a la destrucción de Jerusalén y cautividad de los judíos en Babilonia del VI a.C., de todas formas es algo parecido, y está compuesto para ser recitado para los judíos de la diáspora en cualquier circunstancia. Todo ello se canta en la esperanza de la venida de Jesucristo y de la Iglesia, y de la nueva Jerusalén que aparecerá gloriosa al final de los tiempos (cf Ap 21,2-22,15; notas de la Biblia de Navarra).

3. Mc 12, 38-44. Hoy es el último día en que leemos a Marcos. Falta todavía la pasión, muerte y resurrección de Jesús, pero eso lo leemos en la Semana Santa y en la Pascua. El lunes empezaremos el evangelio de Mateo. Esta última página es un contraste entre los letrados y la pobre viuda. A los letrados judíos «les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias», «buscan los asientos de honor y los primeros puestos». Además de orgullosos, son también avaros, «devoran los bienes de las viudas». Mientras que la viuda pobre se acerca al cepillo del Templo y de un modo discreto, sin imaginar que la están mirando nada menos que el Mesías y sus discípulos, deposita allí dos reales: «Ha echado en el cepillo más que nadie, porque ha echado todo lo que tenía para vivir». ¿En cuál de las dos estampas quedamos retratados nosotros? ¿De qué vamos por la vida: buscando los primeros lugares o tratando de hacer el bien sin llamar la atención? ¿idólatras del dinero o desprendidos? ¿dando lo que nos sobra o dándonos a nosotros mismos, y sin factura? A la buena mujer no le aplaudieron los hombres, que no se hubieran dado ni cuenta si no llega a ser por la observación de Jesús. Pero Jesús sí se dio cuenta y la puso como modelo para generaciones y generaciones de cristianos. Y le aplaudió Dios: «el Señor, que ve en lo oculto, te lo recompensará», había dicho Jesús en el sermón de la montaña. Dios lo ve todo. Los que han recibido diez talentos, pueden dar más. Los que sólo uno, menos. Pero Dios ve el corazón. No todos son líderes, ni salen en los periódicos. Dos reales, pero dados con amor. En nuestra vida de cada día ¿cuánto tiempo y cariño y atención damos, tanto a Dios como al prójimo? «Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el cepillo más que nadie» (J. Aldazábal). Hoy, como entonces, “los devotos —y todavía más los “profesionales” de la religión— podemos sufrir la tentación de una especie de hipocresía espiritual, manifestada en actitudes vanidosas, justificadas por el hecho de sentirnos mejores que el resto: por alguna cosa somos los creyentes, practicantes... ¡los puros! Por lo menos, en el fuero interno de nuestra conciencia, a veces quizá nos sentimos así; sin llegar, sin embargo, a “hacer que rezamos” y, menos aún a “devorar los bienes de nadie”. En contraste evidente con los maestros de la ley, el Evangelio nos presenta el gesto sencillo, insignificante, de una mujer viuda que suscitó la admiración de Jesús: «Llegó también una viuda pobre y echó dos moneditas» (Mc 12,42). El valor del donativo era casi nulo, pero la decisión de aquella mujer era admirable, heroica: dio todo lo que tenía para vivir. En este gesto, Dios y los otros y los demás pasaban delante de ella y de sus propias necesidades. Ella permanecía totalmente en las manos de la Providencia. No le quedaba ninguna otra cosa a la que agarrarse porque, voluntariamente, lo había puesto todo al servicio de Dios y de la atención de los pobres. Jesús —que lo vio— valoró el olvido de sí misma, y el deseo de glorificar a Dios y de socorrer a los pobres, como el donativo más importante de todos los que se habían hecho —quizá ostentosamente— en el mismo lugar. Todo lo cual indica que la opción fundamental y salvífica tiene lugar en el núcleo de la propia conciencia, cuando decidimos abrirnos a Dios y vivir a disposición del prójimo; y cuando el valor de la elección no viene dado por la cualidad o cantidad de la obra hecha, sino por la pureza de la intención y la generosidad del amor” (Enric Prat i Jordana).

Esta viuda representa lo mejor de la piedad del verdadero Israel. Ella no ha pervertido la religión del templo. Para ella, como para Jesús, el templo es “casa de oración” (Mc 11,17). Por eso va al lugar santo y pone su vida en las manos de Dios. Colocando aquellas moneditas en las arcas sagradas, lo da todo para el culto divino y para el bien de otros pobres. Esta mujer también representa el ideal del discípulo cristiano. Desde su pobreza y su abandono, se convierte en auténtico símbolo del Mesías, que ha venido a “dar su vida” (en griego: tēn psichēn autou) (Mc 10,45). Con su gesto de abandono amoroso en Dios y de gratuidad total, anticipa la muerte de Jesús por la salvación de todos. Es una verdadera encarnación del reino de Dios y un espejo de su gracia, ya que ha ofrecido todo lo que es y todo lo que posee.

Madre Teresa dijo (y vivió, por supuesto) que hay que “amar hasta que nos duela”. ¡Ya tenemos un buen termómetro para saber si somos realmente generosos! Si mi donación es costosa, voy por buen camino. Si no me exige sacrificio alguno, es seguro que puedo dar mucho más. Y este “dar” se identifica con la generosidad cuando se hace pensando en el bien del otro, cuando se da por amor.

Jesucristo, siendo de condición divina, no consideró codiciable el ser igual a Dios. Al contrario se despojó de su grandeza, tomó la condición de esclavo y se hizo semejante a los hombres. Quienes creemos en Él y vamos tras sus huellas no podemos buscar honores personales, ni podremos pretender enriquecernos económica y materialmente a costa del Evangelio. El Señor nos quiere al servicio de los demás. Hemos de aprender a despojarnos de todo para entregarlo todo, consagrarlo todo a Dios, aun cuando nuestra vida parezca insignificante a los ojos del mundo. Dios sabrá recibir lo que, siendo suyo, finalmente se le devuelve y se le consagra. Él hará que quienes somos suyos seamos los portadores de su Evangelio, de su amor, de su gracia, de su salvación. Pues Dios ha escogido lo despreciable de este mundo, lo que no cuenta a los ojos de los hombres para convertirlo en instrumento de salvación para todos. No busquemos, pues, nuestra gloria, sino la gloria de Dios, ya que Dios es el único que nos elevará para que recibamos, no la gloria humana, sino la Gloria del Hijo de Dios que ha reservado para los que vivan siéndole fieles.

En la Eucaristía Jesús lo ha dado todo por nosotros. Su cuerpo se entrega por nosotros y su Sangre se derrama para el perdón de nuestros pecados. ¿Habrá más amor que aquel del que da su vida por los que ama? De su plenitud hemos recibido gracia sobre gracia. Él ha querido enriquecernos con su pobreza, despojándose de todo por nosotros. Él no se ha reservado nada para sí, nos lo ha dado todo, nos lo ha revelado todo para que seamos uno con Él y en Él seamos hechos hijos de Dios. Vivamos, pues, nuestra plena unión con Él haciendo nuestros su vida y su Espíritu, de tal forma que podamos no sólo llamarnos hijos de Dios sino serlo en verdad ( www.homiliacatolica.com). Hay aquí un nexo entre Tobías y la viuda y Jesús. En los tres casos, vemos la figura de aquel que se siente abandonado por Dios y se abandona totalmente en Dios, y en Él confía -como Jesús en la Cruz- y como fruto de esa entrega viene la acción del Espíritu en el mundo, la Redención. De ahí que fuera necesario poner ese fragmento de Tobías como responsorial, y en el aleluya cantar la bienaventuranza de los pobres en el espíritu, los que no son triunfadores a los ojos del mundo, son los que hacen la historia. El Pobre, el crucificado, es el que salva.

jueves, 7 de junio de 2012

Viernes de la semana 9ª del tiempo ordinario: el camino de retorno a Dios se realiza en Jesús, el Salvador.

PRIMERA LECTURA
El que se proponga vivir piadosamente en Cristo Jesús será perseguido
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo 3, 10-17

Querido hermano:

Tú seguiste paso a paso mi doctrina y mi conducta, mis planes, fe y paciencia, mi amor fraterno y mi aguante en las persecuciones y sufrimientos, como aquellos que me ocurrieron en Antioquia, Iconio y Listra.

¡Qué persecuciones padecí! Pero de todas me libró el Señor.

Por otra parte, todo el que se proponga vivir piadosamente en Cristo Jesús será perseguido.

En cambio, esos perversos embaucadores irán de mal en peor, extraviando a los demás y extraviándose ellos mismos.

Pero tú permanece en lo que has aprendido y se te ha confiado, sabiendo de quién lo aprendiste y que desde niño conoces la sagrada Escritura; ella puede darte la sabiduría que, por la fe en Cristo Jesús, conduce a la salvación.

Toda Escritura inspirada por Dios es también útil para enseñar, para reprender, para corregir, para educar en la virtud; así el hombre de Dios estará perfectamente equipado para toda obra buena.
Palabra de Dios.

Sal 118, 157. 160. 161. 165. 166. 168
R. Mucha paz tienen los que aman tus leyes, Señor.

Muchos son los enemigos que me persiguen,
pero yo no me aparto de tus preceptos. R
.

El compendio de tu palabra es la verdad,
y tus justos juicios son eternos. R.

Los nobles me perseguían sin motivo,
pero mi corazón respetaba tus palabras. R.

Mucha paz tienen los que aman tus leyes,
y nada los hace tropezar. R.

Aguardo tu salvación, Señor,
y cumplo tus mandatos. R.

Guardo tus decretos,
y tú tienes presentes mis caminos. R.

EVANGELIO

Tobías 11: 5 – 17 5 Estaba Ana sentada, con la mirada fija en el camino de su hijo. 6 Tuvo la corazonada de que él venía y dijo al padre: «Mira, ya viene tu hijo y el hombre que le acompañaba.» 7 Rafael iba diciendo a Tobías, mientras se acercaban al padre: «Tengo por seguro que se abrirán los ojos de tu padre. 8 Úntale los ojos con la hiel del pez, y el remedio hará que las manchas blancas se contraigan y se le caerán como escamas de los ojos. Y así tu padre podrá mirar y ver la luz.» 9 Corrió Ana y se echó al cuello de su hijo, diciendo: «¡Ya te he visto, hijo! ¡Ya puedo morir!» Y rompió a llorar. 10 Tobit se levantó y trompicando salió a la puerta del patio. 11 Corrió hacia él Tobías, llevando en la mano la hiel del pez; le sopló en los ojos y abrazándole estrechamente le dijo: «¡Ten confianza, padre!» Y le aplicó el remedio y esperó; 12 y luego, con ambas manos le quitó las escamas de la comisura de los ojos. 13 Entonces él se arrojó a su cuello, lloró y le dijo: «¡Ahora te veo, hijo, luz de mis ojos!» 14 Y añadió: ¡Bendito sea Dios! ¡Bendito su gran Nombre! ¡Bendito todos sus santos ángeles! ¡Bendito su gran Nombre por todos los siglos! 15 Porque me había azotado, pero me tiene piedad y ahora veo a mi hijo Tobías. Tobías entró en casa lleno de gozo y bendiciendo a Dios con toda su voz; luego contó a su padre el éxito de su viaje, cómo traía el dinero y cómo se había casado con Sarra, la hija de Ragüel, y que venía ella con él y estaba ya a las puertas de Nínive. 16 Tobit salió al encuentro de su nuera hasta las puertas de Nínive, bendiciendo a Dios, lleno de gozo. Cuando los de Nínive le vieron caminar, avanzando con su antigua firmeza, sin necesidad de lazarillo, se maravillaron. Tobit proclamó delante de ellos que Dios se había compadecido de él y le había abierto los ojos. 17 Se acercó Tobit a Sarra, la mujer de su hijo, y la bendijo diciendo: «¡Bienvenida seas, hija! Y bendito sea tu Dios, hija, que te ha traído hasta nosotros. Bendito sea tu padre, y bendito Tobías, mi hijo, y bendita tú misma, hija. Bienvenida seas, entra en tu casa con gozo y bendición.»

Salmo 146,1-2,6-10 1 ¡Aleluya! ¡Alaba a Yahvé, alma mía! 2 A Yahvé, mientras viva, he de alabar, mientras exista salmodiaré para mi Dios, 6 que hizo los cielos y la tierra, el mar y cuanto en ellos hay; que guarda por siempre lealtad, 7 hace justicia a los oprimidos, da el pan a los hambrientos, Yahvé suelta a los encadenados. 8 Yahvé abre los ojos a los ciegos, Yahvé a los encorvados endereza, ama Yahvé a los justos, 9 Yahvé protege al forastero, a la viuda y al huérfano sostiene, mas el camino de los impíos tuerce; 10 Yahvé reina para siempre, tu Dios, Sión, de edad en edad.

Marcos 12,35-37 35 Jesús, tomando la palabra, decía mientras enseñaba en el Templo: «¿Cómo dicen los escribas que el Cristo es hijo de David? 36 David mismo dijo, movido por el Espíritu Santo: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos debajo de tus pies. 37 El mismo David le llama Señor; ¿cómo entonces puede ser hijo suyo?» La muchedumbre le oía con agrado.

Comentario: 1. Tras la despedida de los padres empieza la narración del viaje de Tobías y el ángel, en la cual resplandece nuevamente la fe y la obediencia del hijo de Tobit. Llegados a la orilla del Tigris, Tobías baja a bañarse. Allí tiene lugar el episodio del pez, que, por designio divino, será el instrumento que sanará a Tobit y Sara. El hígado, el corazón y la hiel de determinados peces poseen virtudes curativas. Concretamente, Plinio habla del poder curativo de la hiel respecto a enfermedades de los ojos. El proceso de la misma narración confirmará posteriormente la utilidad del acto de obediencia que hace Tobías sin ver su inmediato provecho. Porque el ángel dice a Tobías que el corazón y el hígado obrarán como exorcismos liberadores (v 8). A partir del versículo 9 se inicia el desarrollo del plan divino respecto a la boda de Tobías y Sara, hija de Raguel. En Nm 36,6-8 se habla de la obligación que tenían las hijas de Salfajad: «Se casarán dentro de los clanes de la tribu paterna». Así, pues, Tobías, como miembro de la misma tribu y familia, era el primero que tenía derecho a casarse con la hija de Raguel. El ángel, verdadero instrumento del beneplácito divino, insiste en este sentido. Sin embargo, Tobías conoce las desgracias de Sara con los siete maridos que se acercaron a ella en la cámara nupcial. El ángel tranquiliza a Tobías: el hígado y el corazón del pez alejarán de Sara el espíritu maligno, el cual, después de oler el humo producido por la quema de las mencionadas vísceras, jamás volverá a ella. Con todo, es preciso no olvidar la plegaria al Dios omnipotente. Por encima de todo remedio humano están la misericordia y la salvación, que sólo pueden venir de aquel Señor que siempre se compadece de los hombres. Más aún: Sara estaba reservada a Tobías desde la eternidad. Este pensamiento encierra una realidad profundísima: la providencia eterna de Dios para con sus escogidos. Tal pensamiento debe infundir siempre gran confianza a todos los que viven en paz con Dios (J. O`Callaghan).

Una vez terminadas las ceremonias de su matrimonio, Tobías y Sara se ponen en camino hacia la casa del viejo Tobías. Apenas llega, el joven Tobías aplica la medicina de Rafael a los ojos de su padre y éste recupera la vista (vv. 11-13) e inmediatamente da gracias a Dios por su bondad (vv. 14-17). El libro de Tobías es la historia simbólica de las familias judías en el Exilio: sumergidos en las tinieblas, descubren progresivamente que los ojos del corazón son los únicos capaces de permanecer siempre alerta. Un colirio misterioso devuelve la luz a los ojos enfermos (Ap 3, 18) y les permite enfocar los acontecimientos al estilo de Dios y no ya al estilo miope de los hombres. Los judíos de aquel entonces sentían tal devoción por los ángeles que no podían comprender la curación de Tobías sino mediante la intervención de Rafael, cuya mediación sirve a veces de pantalla a la presencia actuante de Dios. Para un hebreo la luz designa fundamentalmente la felicidad. Al igual que la vida, está considerada como un don de Dios que adquiere su verdadera dimensión en la alianza. Yavhé es la luz de su pueblo porque le ama y espera de él fidelidad en correspondencia. Pero el hombre es pecador y la conciencia del pecado es el reino de las tinieblas o de la infelicidad. Yahvé espera, por tanto, su conversión para otorgarle definitivamente la luz. A medida que se van ampliando los ángulos de sus puntos de vista respecto a la retribución temporal, Israel toma conciencia de que la luz no es sólo un bien material. Lo esencial está situado a un nivel más interno: lo que tiene que iluminarse es el corazón del hombre para que pueda estructurarse la felicidad requerida, y es él el que debe rechazar el pecado. Pero no lo consigue sino en la medida en que Dios le ofrece su claridad. El Padre ha hecho ya que Jesús pasara de las tinieblas a la gloria y todos cuantos sigan las huellas de Cristo conseguirán esa misma iluminación (Jn 8, 12: Maertens-Frisque).

La narración empieza con una delicada contraposición entre la angustia de los padres de Tobías y la intención, por parte de los suegros, de que el joven permaneciera en casa. Las escenas de la despedida están inspiradas, literariamente, en la perícopa de Gn 24,54-61. En los vv 11-13 se puede descubrir el deseo de los israelitas de ver asegurada la descendencia. Son delicados y generosos los consejos a Sara para que honre a sus suegros, porque desde aquel momento serán ya sus padres. Nuevamente, la bendición dirigida a Dios en labios de Tobías como testimonio conclusivo de todos los bienes recibidos en el hogar de Ragüel. La escena en que la madre aparece sentada esperando la vuelta del hijo tiene un sabor muy bíblico. Recuerda la parábola del hijo pródigo (Lc 15,20). Al fin y al cabo, la felicidad de los padres siempre depende de los hijos... porque están unidos a ellos por amor. Amar es hacerse vulnerable... estar siempre al alcance del amado. Algunos detalles precisos hacen pensar que Jesús pudiera utilizar reminiscencias de ese texto para relatar la parábola del «hijo que regresa a su casa».

-Ana iba a sentarse todos los días al borde del camino, sobre una altura desde donde podía ver a lo lejos. En cuanto lo divisó corrió a anunciarlo a su marido. La mujer de Tobit, la que antaño injuriaba a su marido, participa ahora con él de la espera febril del hijo. ¡Todo está bien si acaba bien! ¡El tiempo arregla muchas cosas! En este libro optimista, todo se arregla al final. «Vale más así», podríamos decir. ¡Si fuera siempre verdad! Pero, de hecho, esa convicción positiva ¿no deberían adoptarla más a menudo, sobre todo las personas propensas a angustiarse?: es uno de los aspectos de la esperanza... después de todo y no el menor y ¡a menudo verdadero! ¡Confesémoslo!

-Rafael dijo al joven Tobías: «En cuanto entres en tu casa adora al Señor tu Dios»; y después de darle gracias acércate a tu padre y abrázalo. Lejos de tratarse de una serie de prácticas formalistas esta oración es una maravillosa disposición permanente que hace que la «acción de gracias" surja a propósito de todo: "¡gracias, Dios mío!"... «Bendito seas,.... Voy donde alguien, toco el timbre: ¡una plegaria mientras espero! Voy de compras, camino por la calle: ¡una plegaria! Alguien ha llamado a la puerta. Voy a abrir: ¡una plegaria mientras voy!

-Entonces el perro que los había acompañado en el viaje se adelantó corriendo, llegó como mensajero meneando la cola en señal de alegría. El padre ciego se levantó, echó a correr, tropezó, tomó la mano de un niño para alcanzar a su hijo, lo abrazó, lo besó lo mismo que a su mujer y todos lloraron de alegría. El texto pertenece al gran arte narrativo, con su sentido del detalle concreto bien observado. Es, sencillamente, muy humano. La Encarnación del Hijo de Dios en una verdadera familia, en situaciones humanas reales, nos dirá pronto que la aventura divina se realiza en el corazón de las realidades más humildes, más cotidianas.

-Cuando hubieron adorado a Dios y dado gracias, se sentaron. Entonces Tobías tomó la hiel del pez y frotó con ella los ojos de su padre... Este recobró la vista. La curación del ciego de nacimiento es interpretada explícitamente por Jesús como símbolo de esta "luz que proviene de Dios y que permite mirar los acontecimientos a la manera de Dios" (Juan 9, 40-41). En efecto, la luz es «ver como Dios", esto es la fe y la felicidad. Por el contrario, el pecado es tinieblas y desgracia. Abre nuestros ojos, Señor... haznos lúcidos y clarividentes... ilumina nuestras vidas.

De acuerdo con los preceptos del ángel, Tobías ungió con la hiel los ojos de su padre; cayeron las escamas, y Tobit volvió a ver. Este reencuentro de Tobit con su hijo es evidentemente el punto culminante de la narración. Dios no abandona a los justos. La prueba se transforma en bendición. De hecho ahora Tobit recupera mucho más de lo que había perdido. La lectura acaba con la gozosa bendición de Tobit tras haber recobrado la vista. En esta bendición alaba al Señor de la misma forma que en los pasajes anteriores. Tobit tiene muchos motivos para alabar a Dios. Todas las páginas del libro están impregnadas de la convicción de que la providencia del Señor gobierna todo. El Señor nunca abandona a los justos. Por eso Tobit puede decir (14): «Bendito sea Dios, bendito su gran nombre..., porque si antes me castigó, ahora veo a mi hijo Tobías". Es un final que, con mucha más razón que las purificaciones exigidas por los cánones de la tragedia griega, deja al alma convencida de que Dios es, sobre todo, un padre que ama. La historia se acerca a su fin. Naturalmente, no la escuchamos entera, y no estaría mal que aprovecháramos para leerla íntegra en la Biblia, porque tiene otros muchos matices interesantes.

-Todos glorificaban a Dios: él, su mujer y todos sus conocidos. El viejo Tobit decía: «Yo te bendigo, Señor, porque me has afligido y me has salvado." ¿Es la "bendición", el dar gracias a Dios, el clima habitual de mi vida? Acaso en mi felicidad, mis alegrías, mis éxitos ¿me olvido de Dios? (Noel Quesson/J. O`Callaghan). Lo que parece desastroso en nuestra historia, muchas veces resulta para bien. Dios lo conduce todo para nuestro provecho. Cuántas veces tenemos la experiencia de que una enfermedad, o la falta de suerte, o un accidente, o un fracaso que nos hicieron sufrir, luego han resultado beneficiosos para nuestra vida. ¿Sabemos reaccionar con una cierta serenidad y con actitud de fe ante las pruebas de la vida? ¿nos hundimos fácilmente, o somos capaces de bendecir a Dios incluso en la desgracia? ¿sabemos, luego, en el momento de la felicidad, dar gracias a Dios? No está mal que aprendamos la lección de este relato edificante: Dios no deja sin premio la fe y la conducta leal de las dos familias, de Tobías y Sara, o la nuestra. Nuestra oración nunca deja de subir a su presencia. Nuestros esfuerzos por vivir honradamente como personas y como cristianos nunca quedarán sin recompensa, aunque no sepamos cuál será el momento y el modo de esta recompensa.

2. Sal. 146/145. El salmo de hoy nos inspira los sentimientos justos para nuestra vida: «alaba, alma mía, al Señor, que mantiene su fidelidad perpetuamente», «el Señor liberta a los oprimidos, abre los ojos al ciego, endereza a los que ya se doblan», «el Señor ama a los justos y trastorna el camino de los malvados». “La contemplación del profeta, le empuja a situarse, por así decir, en el final de los tiempos. Entonces, viendo la fragilidad de todo lo que, por ser terreno, resulta caduco, no piensa más que en alabar a Dios. Este fin del mundo vendrá presto para cada uno de nosotros: vendrá en el momento en que muramos y nos desliguemos de cuanto nos rodea. Enderecemos, pues, nuestros afanes hacia lo que constituirá, al fin, nuestra ocupación perenne” (Casiodoro).

Las acciones que cuenta el salmo con las que Dios manifiesta su poder y bondad (poder del Dios de Jacob, que además realiza su misericordia hacia los necesitados en distintas situaciones, por eso se puede confiar en Él en cualquier momento), las ha realizado Jesús: sus milagros son signos de su obra redentora, cumpliendo las palabras del salmo (cf también Is 61,1-2; Lc 4,17-21).

3. - Mc 12, 35-37: -Jesús enseñaba en el templo. A menudo se menciona esa función de Jesús: Enseñaba a las gentes. Función eminente. Ruego por los que la ejercen hoy en la sociedad y en la Iglesia. De una u otra manera, es una función que a todos nos incumbe.

-"¿Cómo dicen los escribas que el Mesías es hijo de David?" Ahora es Jesús el que pregunta. David mismo, inspirado por el Espíritu Santo ha dicho: "Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra" Jesús cita el salmo 110. Ya hemos comentado que debía saberlos de memoria. Era la plegaria habitual de la comunidad, y el repertorio de cánticos usados en las sinagogas. ¿Me gusta leer o recitar salmos? ¿Me doy cuenta, cuando los pronuncio de que son una plegaria de Jesús; una plegaria que Jesús ciertamente ha pronunciado y que vuelve a pronunciar, por así decir, por mis labios?

-Si el mismo David le llama Señor: "Entonces, ¿cómo puede ser Hijo suyo?" Tenemos aquí un ejemplo típico de argumentación rabínica: se cotejan dos textos de la Escritura para llegar a una síntesis nueva. El argumento de Jesús es el siguiente: es inconcebible que un padre de familia otorgue el grandioso título de "Señor" a uno de sus hijos. ¿Cómo, pues, os contentáis con llamarme "hijo de David", como si yo no fuera sino esto? Si es Señor, ¿cómo puede ser hijo? Con esta pregunta, Jesús querría llamar la atención sobre el misterio de su persona. Jesús sabe que no es solamente "hijo de David" sino "hijo de Dios". Lo afirma discretamente, pero también con firmeza. La cualidad de Mesías no se confunde con la filiación davídica: aquella sobrepasa a ésta. Ha sido preciso que David estuviera inspirado por el Espíritu Santo, para hacer una tal declaración: "El Señor dijo a mi Señor..." Señor, ayuda a los hombres de nuestro tiempo a no reducir el formidable misterio de tu Encarnación, con el pretexto de que es difícilmente concebible imaginar un hombre-Dios. Quiero adorarte sin comprender. Todo prueba que esta pretensión exorbitante ha sido la tuya.

-"Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos debajo de tus pies. Los primeros cristianos han citado a menudo este pasaje del salmo 110, para aplicarlo al Señorío de Jesús que ha sido revelado muy particularmente en su resurrección; Hechos 2,34; 7,55; Ap 3,21; Col 3,1; Hb 1,3; 1 P 3,22. Estar sentado a la diestra de Dios, es participar de su poder. La realeza de Jesús sobrepasa en todos los aspectos a la realeza nacional de David; es de otro orden. Es la resurrección de Jesús lo que constituye su realeza: y la muerte es el enemigo que ha puesto debajo de sus pies por nosotros... Es de este Cristo, con esta estatura del que tenemos necesidad. Un hombre, incluso excepcional, un superhombre, no nos bastaría. Es necesario que Cristo sea Dios para salvarnos del último abismo, del último enemigo (Noel Quesson).

Al rey David se le prometió que de su casa, de su descendencia, vendría el Mesías. Pero en el Salmo 109 («Oráculo del Señor a mi señor»), que se atribuía a David, éste le llama «Señor» a su descendiente y Mesías. ¿Cómo puede ser hijo y a la vez señor de David? La respuesta hubiera podido ser sencilla por parte de los letrados: el Mesías, además de ser descendiente de la familia de David, sería también el Hijo de Dios, sentado a la derecha de Dios. Pero eso no lo podían reconocer. Sus ojos estaban cegados para ver tanta luz.

Cuarta discusión de Jesús con los representantes de las sectas judías, que esta vez son los fariseos. Inmediatamente toma la iniciativa y orienta el tema hacia los orígenes del Mesías. Los escribas piensan que el Mesías es hijo de David cuando David, por su parte, pensaba que era Señor. Ahora bien, en Oriente es inconcebible que un padre de familia conceda el título de Señor a uno de sus hijos. Por consiguiente, David tuvo que haber estado inspirado por el Espíritu al hacer una declaración de ese tipo. La argumentación de Jesús se fundamenta en un procedimiento rabínico consistente en contraponer dos tradiciones o dos textos bíblicos para llegar a una síntesis. Y precisamente a esa síntesis va a pasar la última pregunta de Cristo: "Si es Señor, ¿cómo puede ser hijo?" La solución sería evidentemente decir que el Mesías no puede ser al mismo tiempo hijo de David y Señor si no es a la vez hombre y Dios (Rom 1,3-4). Los cristianos encontrarán la solución contemplando el misterio de Pascua y citarán con frecuencia el salmo 109/110 para aclarar cómo el hijo de David es también hijo de Dios (Act 2,34; 7,55-56; 1 Pe 3,22; Ap 3,21; Col 3,1; Heb 1,3-13, etc.). El reino mesiánico de Jesús trasciende, pues, el reino nacionalista de David. Pero las palabras de Cristo las recogió con particular esmero la comunidad primitiva que vio en ellas una prueba de su resurrección y de su filiación divina. En efecto, entendió la palabra "Señor" en el sentido que le daba después de la resurrección y quiso que la realeza mesiánica de Jesús tuviera cumplimiento en su soberanía de Hijo de Dios resucitado. Esta asociación entre el título mesiánico y el título señorial de Jesús (cf. Rom 1,1-5) permite comprender que Dios no se ha unido tan sólo con la humanidad en general, sino con una humanidad concreta, condicionada por el contexto social y político de Palestina. El Mesías es un regalo de Dios, pero es también un fruto de la historia de los hombres (Maertens-Frisque).

Jesús de Nazaret, el Mesías, el hijo de David, es el Señor, el Hijo de Dios. En todo el evangelio de Marcos estaba resonando esta pregunta: ¿quién es en realidad Jesús? Nosotros respondemos fácilmente: Jesús es el Señor y el Hijo de Dios. Él mismo nos ha dicho que Él es la luz, el camino, la verdad, la vida, el maestro, el pastor. No sólo sabemos responder eso, sino que hemos programado nuestra vida para seguirle fielmente, y aceptar su proyecto de vida, vivir y pensar como Él. En eso consiste sobre todo nuestra fe en Cristo. No sólo en saber cosas de Él. Sino en seguirle: o sea, hacer nuestros los valores que Él aprecia, imitar sus grandes actitudes vitales, su amor de hijo a Dios, su libertad interior, su entrega por los demás, su esperanza optimista en las personas y en la vida... (J. Aldazábal).

Hoy, el judaísmo aún sabe que el Mesías ha de ser “hijo de David” y debe inaugurar una nueva era del reinado de Dios. Los cristianos “sabemos” que el Mesías Hijo de David es Jesucristo, y que este reino ha empezado ya incoativamente —como semilla que nace y crece— y se hará realidad visible y radiante cuando Jesús vuelva al final de los tiempos. Pero ahora ya Jesús es el Hijo de David y nos permite vivir “en esperanza” los bienes del reino mesiánico. El título “Hijo de David” aplicado a Jesucristo forma parte de la médula del Evangelio. En la Anunciación, la Virgen recibió este mensaje: «El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la estirpe de Jacob por siempre» (Lc 1,32-33). Los pobres que pedían la curación a Jesús, clamaban: «¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!» (Mc 10,48). En su entrada solemne en Jerusalén, Jesús fue aclamado: «¡Bendito el reino que viene, el de nuestro padre David!» (Mc 11,10). El antiquísimo libro de la Didakhé agradece a Dios «la viña santa de David, tu siervo, que nos has dado a conocer por medio de Jesús, tu siervo». Pero Jesús no es sólo hijo de David, sino también Señor. Jesús lo afirma solemnemente al citar el Salmo davídico 110, cita incomprensible para los judíos: pues resulta imposible que el hijo de David sea “Señor” de su padre. San Pedro, testigo de la resurrección de Jesús, vio claramente que Jesús había sido constituido “Señor de David”, porque «David murió y fue sepultado, y su sepulcro aún se conserva entre nosotros (…). A este Jesús Dios lo ha resucitado, y de ello somos testigos todos nosotros» (Ac 2,14). Jesucristo, «nacido, en cuanto hombre, de la estirpe de David y constituido por su resurrección de entre los muertos Hijo poderoso de Dios», como dice san Pablo (Rm 1,3-4), se ha convertido en el foco que atrae el corazón de todos los hombres, y así, mediante su atracción suave, ejerce su señorío sobre todos los hombres que se dirigen a Él con amor y confianza.

Jesús es consciente de su Mesianidad, de su ser Señor y Rey. Sin embargo toda su vida se desarrolla en el servicio y en la entrega en amor por nosotros; amor que llega hasta el extremo de llevarle a dar su vida por nosotros, como si nosotros fuésemos los Señores. Él mismo diría: ¿Quién es el más importante, el que está a la mesa o el que sirve? ¿Verdad que el que está a la mesa? Pues yo, que soy su Maestro y Señor, he estado en medio de ustedes como el que sirve. Él nos ha dado ejemplo, para que hagamos como Él lo ha hecho. Efectivamente el camino de la Iglesia es el camino del servicio. Hemos sido ungidos por el Espíritu Santo, y hemos sido hechos hijos de Dios por nuestra unión con Cristo, para ser enviados como testigos del Evangelio y ser puestos al servicio de la salvación de todos. No podemos vivir como opresores, ni como simples maestros que proclamen el Evangelio desde los estrados. Necesitamos caminar con la gente para remediar sus diversos males. Entonces no sólo seremos aquellos que anuncian el Evangelio, sino aquellos que dan testimonio del mismo con la vida, hecha Evangelio viviente del Padre para la humanidad entera. El Señor nos ha mostrado el camino, vayamos tras las huellas de Cristo… Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber escuchar su Palabra, meditarla en nuestro corazón, encarnarla en nuestra vida diaria y proclamarla como fuente de salvación para todos. Amén (www.homiliacatolica.com).

Jueves de la 9ª semana del Tiempo ordinario: el camino del amor a Dios y a los demás, es la senda auténtica de la vida feliz

PRIMERA LECTURA
La palabra de Dios no está encadenada. Si morimos con él, viviremos con él
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo 2, 8-15

Querido hermano:
Haz memoria de Jesucristo, resucitado de entre los muertos, nacido del linaje de David. .
Éste ha sido mi Evangelio, por el que sufro hasta llevar cadenas, como un malhechor; pero la palabra de Dios no está encadenada.
Por eso lo aguanto todo por los elegidos, para que ellos también alcancen la salvación, lograda por Cristo Jesús, con la gloria eterna.
Es doctrina segura: Si morimos con él, viviremos con él. Si perseveramos, reinaremos con él. Si lo negamos, también él nos negará. Si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo.
Sígueles recordando todo esto, avisándoles seriamente en nombre de Dios que no disputen sobre palabras; no sirve para nada y es catastrófico para los oyentes.
Esfuérzate por presentarte ante Dios y merecer su aprobación, como un obrero irreprensible que predica la verdad sin desviaciones.
Palabra de Dios.

Sal 24, 4-5ab. 8-9. 10 y 14
R. Señor, enséñame tus caminos

Señor, enséñame tus caminos,
instrúyeme en tus sendas:
haz que camine con lealtad;
enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador. R.

El Señor es bueno y es recto,
y enseña el camino a los pecadores;
hace caminar a los humildes con rectitud,
enseña su camino a los humildes. R.

Las sendas del Señor son misericordia y lealtad
para los que guardan su alianza y sus mandatos.
El Señor se confía con sus fieles
y les da a conocer su alianza. R.

EVANGELIO

Tobías 6: 10 – 11 10 Cuando entraron en Media, y estando ya cerca de Ecbátana,11 dijo Rafael al joven: «Hermano Tobías.» Le respondió: «¿Qué deseas?» Contestó él: «Pararemos esta noche en casa de Ragüel; es pariente tuyo y tiene una hija que se llama Sarra; 7,1 Cuando entraron en Ecbátana dijo Tobías: «Hermano Azarías, guíame en derechura a casa de Ragüel, nuestro hermano.» Le condujo, pues a casa de Ragüel y le encontraron sentado a la puerta del patio. Le saludaron ellos primero y él les contestó: «Mucha dicha os deseo, hermanos, y en buena salud vengáis.» Los llevó a su casa 9 Después de lavarse y bañarse, se pusieron a comer. Tobías dijo entonces a Rafael: «Hermano Azarías, di a Ragüel que me dé por mujer a mi hermana Sarra.» 10 Al oír Ragüel estas palabras dijo al joven: «Come, bebe y disfruta esta noche, porque ningún hombre hay, fuera de ti, que tenga derecho a tomar a mi hija Sarra, de modo que ni yo mismo estoy facultado para darla a otro, si no es a ti, que eres mi pariente más próximo. Pero voy a hablarte con franqueza, muchacho. 11 Ya la he dado a siete maridos, de nuestros hermanos, y todos murieron la misma noche que entraron donde ella. Así que, muchacho, ahora come y bebe y el Señor os dará su gracia y su paz.» Pero Tobías replicó: «No comeré ni beberé hasta que no hayas tomado una decisión acerca de lo que te he pedido.» Ragüel le dijo: «¡Está bien! A ti se te debe dar, según la sentencia del libro de Moisés, y el Cielo decreta que te sea dada. Recibe a tu hermana. A partir de ahora, tú eres su hermano y ella es tu hermana. Tuya es desde hoy por siempre. Que el Señor del Cielo os guíe a buen fin esta noche, hijo, y os dé su gracia y su paz.» 12 Llamó Ragüel a su hija Sarra, y cuando ella se presentó, la tomó de la mano y se la entregó a Tobías, diciendo: «Recíbela, pues se te da por mujer, según la ley y la sentencia escrita en el libro de Moisés. Tómala y llévala con bien a la casa de tu padre. Y que el Dios del Cielo os guíe en paz por el buen camino.» 13 Llamó luego a la madre, mandó traer una hoja de papiro y escribió el contrato matrimonial, con lo cual se la entregó por mujer, conforme a la sentencia de la ley de Moisés. 14 Y acabado esto, empezaron a comer y beber. 15 Ragüel llamó a su mujer Edna y le dijo: «Hermana, prepara la otra habitación y lleva allí a Sarra.» 16 Ella fue y preparó un lecho en la habitación, tal como se lo había ordenado, y llevó allí a Sarra. Lloró ella y luego, secándose las lágrimas, le dijo: «Ten confianza, hija: que el Señor del Cielo te dé alegría en vez de esta tristeza. Ten confianza, hija.» Y salió. 8,4 Los padres salieron y cerraron la puerta de la habitación. Entonces Tobías se levantó del lecho y le dijo: «Levántate, hermana, y oremos y pidamos a nuestro Señor que se apiade de nosotros y nos salve.» 5 Ella se levantó y empezaron a suplicar y a pedir el poder quedar a salvo. Comenzó él diciendo: ¡Bendito seas tú, Dios de nuestros padres, y bendito sea tu Nombre por todos los siglos de los siglos! Bendígante los cielos, y tu creación entera, por los siglos todos. 6 Tú creaste a Adán, y para él creaste a Eva, su mujer, para sostén y ayuda, y para que de ambos proviniera la raza de los hombres. Tú mismo dijiste: “No es bueno que el hombre se halle solo; hagámosle una ayuda semejante a él”. 7 Yo no tomo a esta mi hermana con deseo impuro, mas con recta intención. Ten piedad de mí y de ella y podamos llegar juntos a nuestra ancianidad. 8 Y dijeron a coro: «Amén, amén.» 9 Y se acostaron para pasar la noche. Se levantó Ragüel y, llamando a los criados que tenía en casa, fueron a cavar una tumba,

Salmo 128,1–5 1 Canción de las subidas. Dichosos todos los que temen a Yahveh, los que van por sus caminos. 2 Del trabajo de tus manos comerás, ¡dichoso tú, que todo te irá bien! 3 Tu esposa será como parra fecunda en el secreto de tu casa. Tus hijos, como brotes de olivo en torno a tu mesa. 4 Así será bendito el hombre que teme a Yahveh. 5 ¡Bendígate Yahveh desde Sión, que veas en ventura a Jerusalén todos los días de tu vida.

Marcos 12,28-34 28 Acercóse uno de los escribas que les había oído y, viendo que les había respondido muy bien, le preguntó: «¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?» 29 Jesús le contestó: «El primero es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, 30 y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. 31 El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe otro mandamiento mayor que éstos.» 32 Le dijo el escriba: «Muy bien, Maestro; tienes razón al decir que El es único y que no hay otro fuera de El, 33 y amarle con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a si mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.» 34 Y Jesús, viendo que le había contestado con sensatez, le dijo: «No estás lejos del Reino de Dios.» Y nadie más se atrevía ya a hacerle preguntas.

Comentario: 1.- Tb 6,10-11a.7,1.9-17.8,4-10. La oración de Tobías, el anciano ciego y la de Sarra, la joven injuriada... han sido escuchadas. Ahora es Tobías hijo el que aparece como protagonista. Acompañado por el personaje misterioso, que ellos no saben que es el arcángel Rafael, emprende viaje hasta la casa del pariente Ragüel, a cobrar una deuda pendiente de hacía años. El joven Tobías es retratado con rasgos de persona muy creyente, como su padre. Al llegar a casa de Ragüel, el amor a primera vista entre el joven Tobías y Sara crea una situación penosa, hasta que el ángel les asegura que no se va a repetir el caso de los siete novios anteriores. El matrimonio tiene lugar según las costumbres sociales del tiempo, en familia, con la bendición del padre y la escritura matrimonial y el banquete. Todo ello en un clima de fe y de acción de gracias a Dios, incluidas las tres noches de oración intensa. El amor viene de Dios. Ha sido Dios el que, ya desde Adán y Eva, como muy bien recuerda Tobías, ha pensado en esta admirable complementariedad entre hombre y mujer y ha instituido el matrimonio. Leyendo esta página edificante, uno no puede por menos de pensar en la diferencia con los modos en que ahora se lleva a cabo en muchos casos el noviazgo y el matrimonio de los jóvenes. Ciertamente no con esta fe, esta actitud de oración y esta madurez que demuestran Tobías y Sara. ¿Les falta alguien que haga de ángel y les ayude a discernir, preparar, profundizar y enfocarlo todo, no sólo desde las perspectivas humanas, sino desde la fe en Dios? Así es como se pondría la mejor base para una vida matrimonial más estable y feliz.

Acompañado de Rafael, el hijo de Tobías va a casa de Sarra.

-Hay aquí un hombre llamado Ragüel, tu pariente, miembro de tu tribu y que tiene una hija llamada Sarra. El autor insiste, evidentemente en esos vínculos raciales. En aquel tiempo las bodas se concertaban «entre personas del mismo clan». No olvidemos que el problema capital de los exiliados y emigrados fue siempre conservar su identidad y su fe. La familia es la célula esencial donde se transmiten las tradiciones, las convicciones profundas. Y el momento decisivo es el del matrimonio. De él depende todo el porvenir. Porque los exiliados tienen el gran riesgo de ser progresivamente asimilados a las naciones paganas por el hecho natural de casarse. Ruego por los jóvenes que se preparan al matrimonio: que sean muy conscientes de lo que en él está en juego y de las consecuencias en el porvenir que pueden vislumbrarse a través de sus relaciones. Señor haz que crezca en nosotros el sentido de nuestras responsabilidades.

-Entraron en casa de Ragüel que lo recibió muy contento. Hablaron y Ragüel ordenó que mataran un cabrito y prepararan la mesa. No será una comida ordinaria sino festiva: preparan un cabrito. ¡Sentido de la hospitalidad! ¿Sabemos también nosotros, en el ajetreo de nuestras vidas, encontrar el tiempo de acoger?

-Rafael dijo: No temas dar tu hija a Tobías: es fiel a Dios y con él debe casarse; he ahí por qué nadie la ha tenido por esposa". Más allá del simplismo aparente de ese razonamiento, admiro la "lectura de fe" que hace Rafael del "acontecimiento": la fatalidad de la muerte de los prometidos podría dejarse solamente al nivel de la «mala suerte» o de la mala magia... pero se puede también acceder a ese nivel más profundo de la fe. Sí, todo acontecimiento puede interpretarse en una síntesis más vasta, la de proyecto de Dios. En todo lo que me sucede ¿procuro ver más allá de las apariencias inmediatas? En particular el «encuentro de dos seres» que van a casarse ¿es solamente un juego del azar, una simple pulsión hormonal, una costumbre sociológica, una ocasión de placer...? o bien ¿hay algo más en el interior de esos condicionamientos tan reales? Dios está ahí, activo, en todo acto humano decisivo. La actitud de FE es procurar descubrir el proyecto de Dios y corresponder a él. Eso no dispensa de los análisis humanos lúcidos.

-Ragüel dijo entonces: «Veo ahora que Dios ha atendido mi oración y comprendo que El os ha conducido a los dos hasta mí, para que mi hija se case con un hombre de su tribu, según la ley de Moisés... ¡Yo te la doy!» Luego tomó la mano derecha de su hija y la puso en la de Tobías diciendo: «Que el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob sea con vosotros. Que El mismo os una y os colme de su bendición." Mandó traer una hoja de papiro y escribió el contrato matrimonial. Acabado esto empezaron el banquete bendiciendo a Dios... Esta escena es muy relevante. No hay «sacerdote», ni «santuario», ese matrimonio aparentemente es un matrimonio civil, profano, todo pasa en el plan humano ordinario. Vemos «la aprobación de los padres»... «la evocación de la Ley»... «la mano en la mano»... «el contrato en buena y debida forma»... «el banquete de boda»... Sin embargo nada hay exclusivamente profano: Dios se encuentra en el hondón de las realidades humanas. La teología HOY también como en aquel tiempo nos dice que son los mismos esposos, los «ministros» de su sacramento: ¡felices los esposos que, a lo largo de su vida conyugal, acceden a la conciencia de darse recíprocamente la gracia de Dios! (Noel Quesson).

El encuentro de los dos jóvenes con la familia de Raguel tiene el encanto y la sencillez propios de la era patriarcal. Los semitas poseían esta cordialidad y la consideraban como una de sus obligaciones características. Los vv 9-16 nos cuentan el matrimonio de Tobías y Sara, que tiene cierto parecido con el de Rebeca e Isaac (Gn 24). A pesar de la invitación a participar de los alimentos y bebidas, Tobías tiene muy presente el motivo de su llegada a casa de Raguel y quiere supeditar todo al cumplimiento de su misión: recibir los dineros y casarse dentro de la tribu de su padre. Al fin y al cabo, Tobías tenía el máximo derecho a recibir a Sara como esposa. Así lo reconoció Raguel, el cual le ofreció de hecho su hija. De nuevo quiere el autor que reconozcamos en los acontecimientos la mano providente de Dios, que, por una serie de circunstancias, hace que se vuelvan a encontrar en el gozo imprevisible de unas bodas unos parientes atribulados. En la ceremonia de la boda podemos distinguir dos partes: en primer lugar, la entrega de la mujer por parte del padre, junto con la bendición que la acompaña; en segundo lugar, el documento escrito como testimonio de la validez de la unión. La redacción de un documento para confirmar la validez de la boda data de tiempo muy antiguo; consta ya en el art. 128 del código de Hammurabi. Al principio de la segunda perícopa vemos cómo Tobías cumple fielmente los consejos del ángel. Las lágrimas de Edna se explican perfectamente por la historia de calamidades que habían acompañado las primeras noches de los matrimonios anteriores de Sara. Esta vez era distinto. El designio de Dios había de cumplirse, pero no podía faltar la colaboración humana. De ahí la bellísima plegaria de Tobías, que comienza con una triple invocación, continúa con la explicación del motivo y termina implorando una vejez feliz. La preparación de la tumba y el recuerdo de Raguel contrastan con la inesperada y agradable sorpresa de encontrarlos durmiendo a los dos, Tobías y Sara. Realmente esta vez no era como las anteriores. El auxilio del Señor no falta allí donde la plegaria es constante y sincera: precedida de toda una vida «por las sendas de la verdad y de la justicia» (J. O`Callaghan).

2. Salmo 128/127: enlaza con el anterior, y explicita quién confía en Dios y le tema: los hijos. Comienza con la afirmación de la dicha de quien es fiel a Dios (v. 1) donde “temed al Señor” equivale a cumplir sus mandatos: “para nosotros, el temor de Diso reside sobre todo él en el amor, y su contenido es el ejercidio de la perfecta caridad: obedecer los consejos de Dios, atenderse a sus mandatos y confiar en sus promesas” (S. Hilario de Poitiers). Esta felicidad es también para la familia (vv. 2-4): tanto por tener lo suficiente para vivir (v. 2) como por la paz entre padres e hijos (v. 3); equivale a cumplir los mandamientos, que es camino de la felicidad: “en verdad es muy grande el premio que proporciona la observancia de tus mandamientos y no sólo aquel mandamiento, el primero y el más grande, es provechoso para el hombre que lo cumple, no para Dios que lo impone, sino que también los demás mandamientos de Dios perfeccionan al que los cumple, lo embellecen, lo instruyen, lo ilustran, lo hacen en definitiva bueno y feliz. Por esto, si juzgas rectamente, comprenderás que has sido creado para la gloria de Dios y para tu eterna salvación, comprenderás que éste es tu fin, que éste es el objetivo de tu alma, el tesoro de tu corazón. Si llegas a este fin, serás dichoso; si no lo alcanzas, serás un desdichado” (S. Roberto Belarmino). La bendición final (v. 5) cuadra en el contexto de la peregrinación al Templo, donde un sacerdote o levita la pronuncía sobre los que llegan, forma parte de la acogida a los peregrinos. Todo ello adquiere nueva perspectiva en la bendición de Dios que el hombre recibe en y a través de nuestro Señor Jesucristo (cf Ef 1,3-10).

3.- Mc 12, 28b-34. -Un escriba se acerca a Jesús y le pregunta: Jesús es preguntado, Jesús es abordado en la calle. ¿Suelo preguntar muchas cosas a Jesús?

-"¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?" A los escribas les gustaba mucho discutir sobre la Ley. ¿Tenemos también esta afición, esta voluntad de búsqueda, por las cosas de Dios? ¿Sabemos buscar lo esencial?

-Jesús le da esa respuesta: "Escucha Israel, el primero es: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas." (Dt 6, 5). Amar. Primer mandamiento Dios. El primer amado. La acumulación de esos términos -"corazón, alma, mente, fuerza"- quiere significar una plenitud de amor que comprende todas nuestras facultades de amar. Es preciso que el amor arda en nosotros de pies a cabeza, del espíritu al cuerpo, de la mañana a la noche y de la noche a la mañana, de la infancia a la vejez. ¿Amo yo a Dios? ¿Qué hago para probarle mi amor?

-El segundo es éste: "Amaras a tu prójimo como a ti mismo". Amar. Segundo mandamiento. El prójimo. Segundo amor. Hay que ser fiel a esos dos mandamientos distintos. Como reacción a una cierta espiritualidad de huida del mundo, se ha tenido demasiada tendencia a decir que el segundo reemplazaba el primero. ¡No! Evidentemente esto es burlarse del pensamiento de Jesús. No basta con amar al prójimo. Hay también, y en primer lugar, que amar a Dios.

-Díjole el escriba: "Muy bien, Maestro... Sí, esto es mejor que todas las ofrendas y todos los sacrificios." El también conocía perfectamente su Biblia, cita a 1 Samuel 15, 22.

-Viendo Jesús cuán atinadamente había respondido le dijo: "No estás lejos del Reino de Dios." Es el único pasaje en todos los evangelios, en que Jesús felicita a un escriba. Habitualmente más bien tuvo muchos disgustos con esta clase de gentes demasiado seguros de sus conocimientos religioso y bloqueados en sus certidumbres. Incluso en los pasajes paralelos de Mateo (22, 35) y de Lucas (10, 25), se subraya abiertamente que la pregunta fue hecha con malevolencia "como una zancadilla". Marcos quiso terminar esta serie de controversias con una nota positiva. Ninguna categoría humana es desechada a priori por el Señor. Seguramente hubo escribas que pasaron a ser discípulos. Te ruego, Señor, por los que buscan la verdad con lealtad. Y te ruego también por los que están bloqueados y ya no tratan de buscar. Ayúdanos a todos a permanecer abiertos y disponibles (Noel Quesson).

Esta vez la pregunta es sincera y merece una respuesta de Cristo, a la vez que una alabanza al letrado ante su buena reacción. Habría que estar agradecido a este buen hombre por haber formulado su pregunta a Jesús. Le dio así ocasión de aclarar, también para beneficio nuestro, cuál es el primero y más importante de los mandamientos. Jesús, en su respuesta, une los dos que ya aparecían en el AT: amar a Dios y amar al prójimo. También a nosotros nos conviene saber qué es lo más importante en nuestra vida. Como los judíos se veían como ahogados por tantos preceptos (248 positivos y 365 negativos), complicados aún más por las interpretaciones de las varias escuelas de rabinos, también nosotros nos movemos en medio de innumerables normas en nuestra vida eclesial (el Código de Derecho Canónico contiene 1752 cánones). La gran consigna de Jesús es el amor. Eso resume toda la ley. Un amor en dos direcciones. El primer mandamiento es amar a Dios, haciéndole lugar de honor en nuestra vida, en nuestra mentalidad y en nuestra jerarquía de valores. Amar a Dios significa escucharle, adorarle, encontrarnos con él en la oración, amar lo que ama él. El segundo es amar al prójimo, a los simpáticos y a los menos simpáticos, porque todos somos hijos del mismo Padre, porque Cristo se ha entregado por todos. Amar a los demás significa, no sólo no hacerles daño, sino ayudarles, acogerles, perdonarles. Jesús une las dos direcciones en la única ley del amor. Ser cristiano no es sólo amar a Dios. Ni sólo amar al prójimo. Sino las dos cosas juntas. No vale decir que uno ama a Dios y descuidar a los demás. No vale decir que uno ama al prójimo, olvidándose de Dios y de las motivaciones sobrenaturales que Cristo nos ha enseñado. Al final de la jornada estaría bien que nos hiciéramos esta pregunta: ¿he amado hoy? ¿o me he buscado a mí mismo? Esto no es necesario que se proyecte siempre a nuestras relaciones con el Tercer Mundo o con los más marginados de nuestra sociedad (direcciones en que también debemos estar en sintonía generosa), sino que debe tener una traducción diaria en nuestras relaciones familiares y comunitarias con las muchas o pocas personas con las que a lo largo del día entramos en contacto. Momentos antes de ir a comulgar con Cristo se nos invita a darnos la paz con los más cercanos. Es un buen recordatorio para que unamos las dos grandes direcciones de nuestro amor (J. Aldazábal). Tan sólo quedaban diez días para la boda cuando he recibido un correo diciéndome que no me preocupe por ir, se ha anulado la