miércoles, 23 de mayo de 2012
MIÉRCOLES DE LA SÉPTIMA SEMANA DE PASCUA: Jesús nos santifica para que santifiquemos el mundo, amándolo apasionadamente, sin ser mundanos, en una dona
Hechos de los apóstoles 20, 28-38: “Pablo siguió hablando a los principales de Éfeso a los que había llamado, y les dijo: tened cuidado de vosotros y del rebaño que el Espíritu Santo os ha encargado guardar, como pastores de la Iglesia de Dios, que él adquirió por la sangre de su Hijo. Ya sé que cuando yo os deje se meterán entre vosotros lobos feroces que no tendrán piedad del rebaño. Incluso algunos de entre vosotros deformarán la doctrina y arrastrarán a los discípulos. Estad alerta: acordaos que durante tres años, de día y de noche, no he cesado de aconsejar con lágrimas en los ojos a cada uno en particular. Ahora os dejo en manos de Dios y de su palabra, que es gracia. Ahora os encomiendo a Dios y a la palabra de su gracia, que es poderosa para edificar y conceder la herencia a todos los santificados. No he codiciado de nadie plata, oro o vestidos. Sabéis bien que las cosas necesarias para mí y los que están conmigicao las proveyeron estas manos. Os he enseñado en todo que trabajando así es como debemos socorrer a los necesitados, y que hay que recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo: Mayor felicidad hay en dar que en recibir.
Dichas estas cosas se puso de rodillas y oró con todos ellos. Se produjo entonces un gran llanto de todos y abrazándose al cuello de Pablo le besaban, afligidos sobre todo por lo que había dicho de que no volverían a ver su rostro. Y le acompañaron hasta la nave.
Salmo responsorial: 67, 29-30.33-36: Tú, Dios mío, ordena tu poder, oh Dios, que actúa en favor nuestro. A tu templo de Jerusalén traigan los reyes su tributo. Reyes de la tierra, cantad a Dios, tocad para el Señor, que avanza por los cielos, los cielos antiquísimos, que lanza su voz, su voz poderosa: "Reconoced el poder de Dios". Sobre Israel resplandece su majestad, y su poder sobre las nubes. Desde el santuario, Dios impone reverencia: es el Dios de Israel quien da fuerza y poder a su pueblo. ¡Dios sea bendito!
Evangelio según san Juan 17, 11-19 (también se lee el domingo 7ª de Pascua B): “Jesús siguió orando, y levantando los ojos al cielo, dijo: ¡Padre santo! , guarda en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno, como nosotros. Mientras he permanecido con ellos, yo he guardado en tu nombre a los que me diste y los custodiaba... Pero ahora voy a ti... Yo les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los retires del mundo sino que los guardes del mal... Santifícalos en la verdad: tu palabra es la verdad. Como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo...”
Comentario: 1. Segunda parte del discurso con que, según este relato de Lucas, se despide Pablo de la comunidad de Éfeso. Todo el discurso es muy emotivo, por las confidencias personales que Lucas pone en boca de Pablo. En el fragmento de hoy, la emotividad sube de tono por el anuncio de los problemas y dificultades que tendrá que sufrir la comunidad. (Lo que mencionan los versículos 29-30, son problemas reales que se daban en la comunidad de Lucas). Y se desborda la emoción, cuando “todos” rompen a llorar abrazando y besando a Pablo por el adiós definitivo. En la exhortación final a “trabajar para socorrer a los necesitados”, brilla con fuerza el dicho o enseñanza de Jesús: “hay más dicha en dar que en recibir” (20,35). Este texto es una página antológica del Pablo integral que ha quemado tres años de vida en servicio de maestro, pastor, colaborador y amigo; que derrama lágrimas en la despedida como derramó gotas de sudor en su trabajo; que vive temeroso de maestros insinceros y desleales; que pone como signo de buen obrar el ser solícitos por los demás. La lectura de hoy está consagrada, sobre todo, a los deberes pastorales de sus sucesores en la dirección de la Iglesia de Efeso (cf. Lumen gentium 6).
Pablo les recuerda, en primer lugar, el carácter sagrado de este cargo (v. 28). Les anuncia, después, los peligros que amenazan sobre su comunidad y les hace una llamada a la vigilancia constante (vv. 29-31). Finalmente, implora la gracia de Dios (vv. 32 y 36) antes de hacerles algunas recomendaciones para que sean desinteresados según él mismo lo ha sido (versículo 33-35). Cuando Pablo se dirige a lo Ancianos de Mileto, la función de estos últimos no es todavía muy precisa: "presbíteros" o "ancianos", se les llama también "episcopos" o "guardianes", y además deben "apacentar" un rebaño. Hay una relación entre su cargo pastoral y la vida trinitaria. La Iglesia es la esfera donde el Espíritu ejerce de manera privilegiada su acción santificadora de la humanidad; la Iglesia es, la heredad particular que el Padre se reserva para manifestar la gloria de su nombre. Para realizar este designio precisamente, la Trinidad confía la Iglesia a hombres. Estos deben comunicar la santidad del Espíritu a sus semejantes, deben responder de la Sangre de Cristo derramada por sus hermanos y velar por la integridad del dominio del Padre. De esta esencia trinitaria del cargo pastoral se desprenden algunas actitudes y responsabilidades. Pablo, sin miedo, había asumido sus responsabilidades con valentía (vv. 20 y 27) y pide a sus sucesores que tengan conciencia de su propia debilidad, pero confianza en el poder de la Palabra. El no se preocupó de su subsistencia, quedando, de esta forma, más libre para atender a los más pobres, porque la Palabra es lo suficientemente potente en él, pide esto mismo a los pastores (Maertens-Frisque).
La segunda parte del discurso de despedida de Pablo, antes del emocionante adiós junto al barco, se refiere al futuro de la comunidad y a la actuación de sus responsables. La primera frase es muy densa: «Tened cuidado de vosotros y del rebaño que el Espíritu Santo os ha encargado guardar, como pastores de la Iglesia de Dios, que él adquirió con la sangre de su Hijo». O sea: - la comunidad o la Iglesia es de Dios Padre, - que se la ha adquirido o comprado con la Sangre de su Hijo, Jesús, - ha sido el Espíritu quien ha puesto a estos presbíteros como responsables y pastores de la comunidad, - y tienen que tener cuidado de ellos mismos y del rebaño a ellos confiado. El ministerio pastoral no es algo que solamente proceda de la comunidad ni es una delegación de poder por parte del grupo. Es un papel, una tarea confiada por Dios, recibida de Dios. No es un cargo que uno mismo toma, ni que recibe de los hombres... sino que ¡se recibe del Espíritu! Responsabilidad misteriosa. Plegaria por aquellos que la han recibido, para conducir la Iglesia de Dios... Dios, aquí, es el Padre. Toda la Trinidad es evocada, para definir el ministerio. La «comunidad» cuyos presbíteros son responsables es, en la tierra, el reflejo de otra «comunidad». Las tres Divinas Personas, a la vez distintas e íntimamente unidas, son el modelo de la Iglesia, que Dios se adquirió con la sangre de su Hijo. Ser "pastor" de un rebaño es batirse contra «lobos»: un combate contra fuerzas enemigas (de fuera y de dentro). La Iglesia está compuesta de pecadores. Constantemente está corriendo el riesgo, desde el interior -"entre vosotros"- de ser descompuesta, de no poder establecer con ella una comunión.
El protagonista es Dios Trino, por una parte: «ahora os dejo en manos de Dios y de su palabra, que es gracia». Y por otra, la comunidad. Los pastores han sido nombrados para que cuiden de ella, librándola de los peligros que la acechan: lobos feroces deformarán la doctrina e intentarán arrastrar a los discípulos. Los buenos pastores deberán estar alerta, como lo había estado siempre el mismo Pablo. Además, deberán mostrarse desinteresados en el aspecto económico. De nuevo se pone Pablo como ejemplo, porque nunca quiso ser carga para la comunidad. Y cita unas palabras de Jesús que no aparecen en los evangelios: «más vale dar que recibir».
El cuadro que traza Pablo de una comunidad cristiana sigue teniendo una actualidad admirable. Su punto de referencia tiene que seguir siendo Dios: «os dejo en manos de Dios». Pero también en manos de unos pastores responsables, que tienen que dedicarse, con vigilancia y amor, a cuidar de la comunidad, animándola, defendiéndola de los peligros, dando ejemplo de entrega generosa. Toda la comunidad, basada en la Palabra y la gracia de Dios, sintiéndose animada por el Espíritu de Jesús, debe tender a «construirse» y «tener parte en la herencia de los santos», con un sentido de pertenencia mutua y de corresponsabilidad. ¿Tenemos esta visión dinámica y conjunta de nuestra comunidad? Todos somos llamados a la tarea común, en la que entra el apoyo en Dios, pero también la vigilancia contra los errores y desviaciones, y el amor generoso en la entrega por los demás.
Como menos conocidas, por no estar en los evangelios, tendríamos que hacer hoy nuestras las consignas de Jesús que nos recuerda Pablo, y que pueden dar sentido a nuestro trabajo en y por la comunidad: «Más vale dar que recibir. Más dichoso es el que da que el que recibe» (Noel Quesson/J. Aldazábal).
Todo el discurso es muy emotivo, por las confidencias personales donde la emotividad sube de tono por el anuncio de los problemas y dificultades que tendrá que sufrir la comunidad. Y se desborda la emoción, cuando “todos” rompen a llorar abrazando y besando a Pablo por el adiós definitivo. En la exhortación final a “trabajar para socorrer a los necesitados”, brilla con fuerza el dicho o enseñanza de Jesús: “hay más dicha en dar que en recibir” (20,35).
Padre, guárdalos en tu nombre… “Ven, Espíritu divino... / Ven, dulce huésped del alma, / descanso de nuestro esfuerzo, / tregua en el duro trabajo, / brisa en las horas de fuego, / gozo que enjuga las lágrimas / y reconforta en los duelos”. Huésped, descanso, tregua, brisa, gozo, consuelo... Todo eso y mucho más significa la presencia amorosa del Espíritu en nuestras vidas, porque nos ayuda a entender cada momento y cada circunstancia con ecuanimidad y fortaleza, sin dar lugar al desaliento. A la luz de ese Espíritu vivía Pablo en sus viajes misionales, y movido por ese Espíritu divino actuaba Jesús, camino del desierto, de Galilea o de Jerusalén... Aprendamos también nosotros a leer, según ese Espíritu las palabras de la liturgia en este día. Pablo, que ayer hallaba en Mileto, hoy está en Éfeso, hablando a los presbíteros y venerables de su iglesia, y lo hace con especial ternura, audacia y lágrimas, porque se encuentra en el momento de la despedida. Y Jesús, que se dispone a volver al Padre, para enviarnos su Espíritu, prolonga la oración por sí mismo y por nosotros. Participemos de ella.
2. Sal. 67. Mientras gozamos del Año de Gracia del Señor, acerquémonos a Él llenos de amor y de confianza. No vengamos sólo a ofrecerle tributos externos; vengamos a ofrecernos nosotros mismos. El Señor quiere que nosotros seamos suyos, y que lo glorifiquemos con una vida intachable. Algún día vendrá, lleno de gloria. Entonces habrá terminado el año de gracia, y el Señor aparecerá como juez de todas las naciones. Pero quienes le hayamos vivido y perseverado fieles hasta el final no tendremos ningún temor, pues permaneceremos de pie en su presencia. Por eso, ya desde ahora, dejemos que la Gloria del Señor resplandezca sobre el rostro de su Iglesia porque nuestras buenas obras manifiesten que, en verdad, Dios permanece en nosotros y nosotros en Él.
3. Jesús, en su oración al Padre, se preocupa de sus discípulos y de lo que les va a pasar en el futuro. Igual que durante su vida él los guardó, para que no se perdiera ni uno (excepción hecha de Judas), pide al Padre que les guarde de ahora en adelante, porque van a estar en medio de un mundo hostil: «no ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del mal». Sigue en pie la distinción: los discípulos de Jesús van a estar «en el mundo», son enviados «al mundo» («como tú me enviaste al mundo, así los envío yo al mundo»), pero no deben ser «del mundo» («no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo»).
-“Padre Santo, guarda en la fidelidad a tu nombre a esos que me has dado. Mientras yo estaba con ellos yo los guardaba en la fidelidad a tu nombre... Guárdales del mal...” "Guardar"... Es el tercer verbo de la plegaria de Jesús repetido tres veces.
-"Desde ahora yo no estaré en el mundo; ellos se quedan en el mundo... cuando Yo estaba con ellos, los guardaba..." Paradoja de la situación de los creyentes: han sido llamados por Jesús, y Jesús se va. Jesús es consciente de la gran dificultad en que pone a sus apóstoles desapareciendo.
-Ellos no son "del mundo"... Como Yo no soy del "mundo"... Como Tú me enviaste "al mundo"... Así Yo los envié a ellos "al mundo". Tal es la tensión paradójica en la que Jesús ha introducido a sus amigos: estar en el mundo sin ser del mundo. Una solución a esta tensión, para preservarles, para guardarles... sería retirarlos del mundo. Pro, no...
-No te pido que los saques del mundo, sino que los guardes del "mal". El creyente no es un ser aparte. Incluso el monje, en cierta medida, no puede vivir totalmente separado, "retirado del mundo": su vocación peculiar, indispensable, debe estar inserta en el mundo donde realizará su misión profética. Pero la palabra de Jesús, con mayor razón, se aplica a los laicos, a los sacerdotes y a los obispos: "Yo no pido que les retires del mundo..." El Concilio ha reemprendido y valorizado esta doctrina: (P.O. 3; A.A. 2): Para los sacerdotes: "Situados aparte en el seno del pueblo de Dios no para estar separados de este pueblo, ni de cualquier hombre, sea el que sea. No podrían ser ministros de Cristo si no fueran testigos y dispensadores de una vida, distinta a la terrena; pero tampoco serían capaces de servir a los hombres si permanecieran extraños a su existencia y a sus condiciones de vida". Para los laicos: "Lo propio y peculiar del estado laico es vivir en medio del mundo y de los asuntos profanos: han sido llamados por Dios a ejercer su apostolado en el mundo -a la manera de la levadura en la masa-, gracias al vigor de su espíritu cristiano." ¿Cuáles son mis presencias en el mundo, en qué lugares y obras me he comprometido?
-Ellos no son del mundo, como yo no soy del mundo. Santifícalos en la verdad, pues tu palabra es verdad. Como Tú me enviaste al mundo, así Yo los envié a ellos al mundo. Y Yo por ellos me santifico, para que ellos sean santificados en la verdad. "Consagrar" o también "santificar" según una traducción más próxima al griego, -es el cuarto verbo de la plegaria de Jesús, que aquí se repite tres veces. Sólo Dios es "santo, pero comunica algo de su santidad a los creyentes. El cristiano "enviado al mundo" ha sido enviado para vivir en el mundo la santidad de Dios... como Jesús fue enviado por el Padre para "santificar" al mundo... El cristiano es, primero, "un hombre", como todos los demás... pero es también un "consagrado": Jesús dice que es la "verdad", ¡la que obra esto en ellos! ¡Cuántos cristianos, por desgracia, son poco conscientes de esta extraordinaria dignidad! Yo mismo, ¿soy consciente de estar en comunión con el Dios santo? ¿Qué cambios origina esto en mi vida? ¿Qué deseo de perfección? ¿Tengo hambre de absoluto? ¿Dejo que Dios trabaje en mi interior? ¿Voy en busca del bien, de lo bello, de lo verdadero? Ten piedad de nosotros, Señor, y continúa tu plegaria para que seamos consagrados, de verdad. Jesús quiere que sus discípulos, además, vivan unidos («para que sean uno, como nosotros»), que estén llenos de alegría («para que ellos tengan mi alegría cumplida») y que vayan madurando en la verdad («santifícalos en la verdad»). También el programa de Jesús para los suyos es denso y dinámico. Y está hablando del futuro de su comunidad. O sea, de nosotros. Estamos en este mundo concreto, al que tenemos que saber ayudar, sin renegar de él. No pedimos ser sacados del mundo. Es a esta nuestra generación, no a otras posibles, a la que tenemos que anunciar el mensaje de Cristo, con nuestras palabras y sobre todo con nuestras obras. El Vaticano II nos ha renovado la invitación a dialogar con el mundo. Eso si: se nos encomienda que no seamos «del mundo», o sea, que no tengamos como mentalidad la de este mundo que para el evangelista Juan es siempre sinónimo de la oposición a Dios, sino la de Cristo. Que no sigamos las bienaventuranzas del mundo, sino las de Cristo. Nuestro punto de referencia debe ser siempre la Verdad, que es la Palabra de Dios. No las verdades a medias o incluso las falacias que a veces nos propone el mundo. En la Eucaristía, y siempre que rezamos el Padrenuestro, pedimos a Dios: «no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal». Que puede traducirse también «del Maligno». Andamos empeñados en una lucha entre el bien y el mal. Con la confianza puesta en Dios, todos deseamos vernos libres del mal y ayudar a los demás a unirse también a la victoria de Cristo contra el pecado y la muerte. Sobre todo cuando recibimos en la comunión al «que quita el pecado del mundo» (Noel Quesson/J. Aldazábal).
“Mundo” tiene varias acepciones: el conjunto de la creación (Gn 1,1), los hombres a quien Dios ama entrañablemente (Prv 8,31), los bienes de la tierra (que nos pueden seducir) o bien la misma seducción (“el príncipe de este mundo”) y en este sentido san Juan de la Cruz quería estar “… en toda desnudez y pobreza y vacío”… como comenta Ernestina de Chambourcin: “porque en toda pobreza / me quisiste, Señor, / toda pobre me tienes. / En pobreza de amor, / en pobreza de espíritu, / sin fuerzas y sin voz. // Que anduviste en vacío / me pediste y ya voy / hacia Ti por la nda / que de mi ser quedó / la noche en que me abriste / -¡qué aurora!- el corazón. // Desnuda de mí misma / en tus manos estoy. / En pobreza y vacío / ¡renaceré, Señor! /// Porque lo quiero todo / ya apenas quiero nada. / Voluntad de no ir / donde lo fácil llama, / de evitar la ribera / donde el sentido basta. / ¡Qué hondo no querer, / qué absolutoa desgana, / qué desviar lo inútil / arrancándole al alma / el último asidero / y hasta esa luz prestada / que le roba a lo oscuro / su claridad intacta! // Porque lo quiero todo / ya apenas quiero nada”, cuando el Señor nos da un nombre, es decir nos ama y nos llama, en Él lo tenemos todo.
Pero el mundo es bueno, y este esencial humanismo, sobrenatural y natural, lo vivió y predicó san Josemaría Escrivá: amó apasionadamente las cosas terrenas y la realidad del mundo mismo como criatura de Dios, por su origen divino, incluso en los menudos pormenores de la vida diaria. «Lo he enseñado constantemente con palabras de la Escritura Santa: el mundo no es malo, porque ha salido de las manos de Dios, porque es criatura suya, porque Yahvé lo miró y vio que era bueno […] Cualquier modo de evasión de las honestas realidades de la vida diaria es para vosotros, hombres y mujeres del mundo, cosa opuesta a la voluntad de Dios». Hay mal en el mundo, y una aparente impotencia de Dios, que «prefiere» que le queramos libremente. «No desea siervos forzados, prefiere hijos libres», «ha querido correr el riesgo de nuestra libertad». La actitud religiosa como sumisión del hombre a Dios es contraria a esa libertad de los hijos de Dios, en la medida que tiene idea de un rebajamiento, inevitablemente connotada por el concepto de la sumisión, esta palabra está gastada y hoy no parece la más acertada y oportuna para expresar lo que realmente sucede cuando se juntan el querer humano y el divino. Frente a la idea del sometimiento o sumisión, la religión como rebeldía –salir de toda esclavitud, querer a Dios “porque nos da la gana”-, no es una libertad que se doblega ante Dios, sino una libertad que se eleva basta Él, levantándose contra la tiranía de la bestia que se agazapa tantas veces en el hombre (A. Millán Puelles).
Es la libertad que nos ganó Cristo. Nuestro Dios y Padre, a pesar de nuestras grandes fragilidades, miserias y pecados, nos ha amado sin medida. Él envió a su propio Hijo, la Palabra eterna, para que, hecho uno de nosotros, nos santificara perdonándonos nuestros pecados mediante su muerte en la cruz, y dándonos nueva vida mediante su gloriosa resurrección. Desde entonces nuestra vocación mira a llegar a poseer los bienes eternos, pues Dios nos ha hecho coherederos de los mismos, junto con su Hijo. Pero mientras vamos como peregrinos por este mundo, quienes hemos sido santificados por el Señor, somos enviados por Él para que, en su Nombre, hagamos llegar la salvación a todos los hombres. Por eso, confiados plenamente en el Señor, no podemos huir del mundo; debemos permanecer en él como testigos de Cristo. Y puesto que nuestra naturaleza es frágil debemos dejarnos conducir por el Señor, y fortalecer por su Espíritu, de tal forma que el anuncio de la salvación no lo hagamos sólo con los labios, sino con una vida íntegra. Que el Señor nos libre del mal y nos haga auténticos testigos suyos. El Señor nos quiere fraternalmente unidos por el Amor que procede de Él. Hoy nos reúne en torno a su Mesa para hacernos partícipes de su Vida y de su Espíritu. Su Palabra, pronunciada sobre nosotros, nos santifica, nos purifica y, al encarnarse en nosotros, nos hace ser un signo creíble de su amor en el mundo. El Señor, como nuestro Buen Pastor, no sólo vela por nosotros sino que nos alimenta y fortalece para que no nos dobleguemos ante las insidias del mal ni de nuestra propia concupiscencia. Su oración ante el Padre Dios, elevada junto con su Iglesia en esta Eucaristía, se convierte para nosotros en la garantía de que seremos sus testigos y los constructores fieles de su Reino entre nosotros. Elevemos, junto con Él, nuestra oración de alabanza al Padre Dios y, junto con Él, pidamos la fuerza necesaria para no dejarnos dominar por el mal. El Señor nos quiere no sólo fraternalmente unidos, sino trabajando constantemente por la unidad, de tal forma que el amor, que procede de Él y que habita en nuestro corazón, nos haga auténticos constructores de unidad y no de división. Al paso del tiempo han surgido lobos rapaces, que no han tenido compasión del rebaño, que han anunciado doctrinas perversas y han destruido la unidad en torno a nuestro único Dios y Padre. Él nos ama a todos y quiere que seamos un solo rebaño bajo un solo Pastor, Cristo Jesús. Santificados por la Palabra de Dios somos enviados al mundo para santificarlo, no para destruirlo. Que Dios nos conceda la Fuerza de su Espíritu Santo para que podamos vivir como testigos de Cristo, y no como predicadores de inventos nuestros, que no han nacido de Dios sino de una visión demasiado corta o mal interpretada del amor que Él nos ha manifestado por medio de su Hijo amado. Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vivir una auténtica unidad en torno a Cristo, de tal forma que algún día podamos vivir esa unidad en plenitud en la Casa del Padre. Amén (www.homiliacatolica.com).
martes, 22 de mayo de 2012
MARTES DE LA SÉPTIMA SEMANA DE PASCUA: Jesús abre su alma en una despedida-testamento a sus discípulos (lo mismo vemos de Pablo a sus iglesias): oraci
Hechos 20,17-27: 17Desde Mileto envió un mensaje a Éfeso y convocó a los presbíteros de la iglesia. 18Cuando llegaron les dijo: Vosotros sabéis cómo me he comportado en vuestra compañía desde el primer día que entré en Asia, 19sirviendo al Señor con toda humildad y lágrimas y con las dificultades que me han venido por las insidias de los judíos; 20cómo no dejé de hacer nada de cuanto podía aprovecharos, y os he predicado y enseñado públicamente y en vuestras casas, 21anunciando a judíos y griegos la conversión a Dios y la fe en nuestro Señor Jesús. 22Ahora, encadenado por el Espíritu, me dirijo a Jerusalén, sin conocer lo que allí me sucederá, 23excepto que por todas las ciudades el Espíritu Santo testimonia en mi interior para decirme que me esperan cadenas y tribulaciones. 24Pero en nada estimo mi vida, con tal de consumar mi carrera y el ministerio que recibí del Señor Jesús de dar testimonio del Evangelio de la gracia de Dios.
25Sé ahora que ninguno de vosotros, entre quienes pasé predicando el Reino, volveréis a ver mi rostro. 26Os testifico por ello en este día que estoy limpio de la sangre de todos, 27pues no dejé de anunciaros todos los designios de Dios. Hch 20, 17-27
Salmo responsorial: 67, 10-11.20-21: Derramaste una lluvia copiosa, oh Dios, / reconfortaste tu heredad extenuada. / Tu grey habitó en la heredad / que, en tu bondad, oh Dios, preparaste al pobre. // ¡Bendito sea el Señor, día tras día! / Él lleva nuestras cargas, es el Dios de nuestra salvación. / Dios es para nosotros el Dios que salva, / y al Señor, nuestro Dios, / debemos el escapar de la muerte.
Evangelio según san Juan 17,1-11 (también se lee el domingo 7ª de Pascua A): Jesús, dicho esto, elevó sus ojos al cielo y exclamó: Padre, ha llegado la hora. Glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te glorifique; ya que le diste poder sobre toda carne, que él dé vida eterna a todos los que Tú le has dado. Esta es la vida eterna: que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo a quien Tú has enviado. Yo te he glorificado en la tierra: he terminado la obra que Tú me has encomendado que hiciera. Ahora, Padre, glorifícame Tú a tu lado con la gloria que tuve junto a Ti antes de que el mundo existiera. He manifestado tu nombre a los que me diste del mundo. Tuyos eran, me los confiaste y han guardado tu palabra. Ahora han conocido que todo lo que me has dado proviene de Ti, porque las palabras que me diste se las he dado, y ellos las han recibido y han conocido verdaderamente que yo salí de Ti, y han creído que Tú me enviaste. Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo sino por los que me has dado, porque son tuyos. Todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío, y he sido glorificado en ellos. Ya no estoy en el mundo, pero ellos están en el mundo y yo voy a Ti.
Comentario: 1. Un motín dirigido contra Pablo obliga a éste a abandonar Éfeso. Las constantes persecuciones de los judaizantes le obligan a modificar continuamente sus planes de viaje: está acosado. Se acerca el desenlace. Sabe que, desde ahora no tardarán en atraparle. En su escala a Mileto se despide de los «Ancianos», venidos expresamente de Éfeso. En este tercer gran discurso de Pablo, el discurso de despedida emocionada a todas las iglesias que ha fundado, tenemos un verdadero testamento pastoral, está destinado especialmente a los que ejercen un cargo en la Iglesia (segunda parte). He aquí el retrato del «apóstol» según san Pablo (primera parte). Hoy y mañana escuchamos este discurso de despedida, y como en todo discurso de despedida, encontramos una mirada al pasado, otra al presente y una final al futuro de la comunidad (esta última la leeremos mañana). Pablo, ante todo, hace un resumen global de su ministerio, en el que se presenta a sí mismo como modelo de apóstol y de responsable de comunidad (tal vez hay que entender que es Lucas quien redactó un panegírico tan encendido de Pablo): «he servido al Señor», «no he ahorrado medio alguno», «he predicado y enseñado en público y en privado», «nunca me he reservado nada». Y todo esto con mil contratiempos y «maquinaciones de los judíos» contra él. La teología y la situación de las Iglesias que se manifiesta en su trasfondo hacen pensar que se trata de una composición literario-teológica de Lucas, como ocurre generalmente con los discursos de los Hechos. Pero no por eso tendría menos valor o es menos; pero la Biblia de Navarra indica al contrario que el patetismo, la agilidad y la hondura espiritual del discurso nos hablan de la autoría de Pablo.
Ahora Pablo se dirige a Jerusalén, «forzado por el Espíritu». Y de nuevo es admirable su actitud y disponibilidad: «no sé lo que me espera allí», aunque sí «estoy seguro que me aguardan cárceles y luchas». Y sin embargo va con confianza: «no me importa la vida: lo que me importa es completar mi carrera y cumplir el encargo que me dio el SeñorJesús: ser testigo del Evangelio, que es la gracia de Dios».
-«Sirviendo al Señor, con humildad...» ha hecho un servicio, imitar a Cristo o dejar que Cristo hiciera por él: ser instrumento de Jesús. Lo que dice no es su propia palabra: Pablo es «servidor» de otro. En la humildad. Danos, Señor, da especialmente a los sacerdotes ese desprendimiento de cualquier suficiencia, de cualquier orgullo, para estar siempre y exclusivamente a tu servicio.
-“Con lágrimas y en medio de muchas pruebas... que me han ocasionado las maquinaciones de los judaizantes”. Ya sabe Pablo que «el servidor no está por encima de su amo». Tú lo dijiste, Señor. El apostolado no es un tranquilo entretenimiento. Toda responsabilidad en la Iglesia, toda vida cristiana auténtica están marcadas por la cruz. Para Pablo, su cruz principal vino de los que no aceptaban evolucionar, pasar del judaísmo a la fe en Cristo. Cada uno de nosotros tiene su cruz. Toda "prueba" tiene valor si sabemos asociarla a la redención. La salvación de la humanidad no se logra de otro modo, sino de la manera que Jesucristo ha establecido. Es duro Señor... pero danos la gracia de aceptarlo.
-“Yo nunca me acobardé, cuando era necesario anunciar la palabra de Dios”. Valentía. Seguridad. Audacia. «Yo nunca me acobardé» Esta fórmula deja suponer que alguna vez, Pablo sintió la tentación de «acobardarse», de huir, de callarse, de renunciar. Perdón, Señor por todas nuestras cobardías, por todos nuestros silencios.
-“En público y en privado, daba testimonio a judíos y a griegos para que se convirtieran a Dios”. Este fue el auditorio y la búsqueda de Pablo. ¡Sin discriminación! Si los judíos, por su estrechez de miras, perjudicaron tanto a Pablo, éste no les guarda ningún resentimiento: también a ellos ha de proclamar la Palabra de Dios, como la proclama a los griegos… diríamos hoy: «creyentes de siempre» y «no-creyentes»... También hoy la Palabra de Dios se dirige a todos. En los conflictos del mundo nuestro, en el que las clases sociales están, a veces, tan diferenciadas, ¡suscita, Señor, apóstoles como san Pablo! (cf. Presbiterorum ordinis 5).
-“Ahora, yo, encadenado por el Espíritu... sin saber lo que me va a suceder...” Este es el motor profundo de su acción apostólica. Está acabado. El dice «encadenado», pero por el Espíritu. No hace lo que quiere. Va donde el Espíritu le lleva. Es la aventura integral, sin ninguna previsión posible por adelantado. Decía san Josemaría Escrivá: “El camino del cristiano, el de cualquier hombre, no es fácil. Ciertamente, en determinadas épocas, parece que todo se cumple según nuestras previsiones; pero esto habitualmente dura poco. Vivir es enfrentarse con dificultades, sentir en el corazón alegrías y sinsabores; y en esta fragua el hombre puede adquirir fortaleza, paciencia, magnanimidad, serenidad (…) Lógicamente, en nuestra jornada no toparemos con tales ni con tantas contradicciones como se cruzaron en la vida de Saulo. Nosotros descubriremos la bajeza de nuestro egoísmo, los zarpazos de la sensualidad, los manotazos de un orgullo inútil y ridículo, y muchas otras claudicaciones: tantas, tantas flaquezas. ¿Descorazonarse? No. Con San Pablo, repitamos al Señor: siento satisfacción en mis enfermedades, en los ultrajes, en las necesidades, en las persecuciones, en las angustias por amor de Cristo; pues cuando estoy débil, entonces soy más fuerte”
-“Mi propia vida no cuenta para mí, con tal que termine mi carrera y cumpla el ministerio que he recibido del Señor Jesús”. Ha dado su vida. Ya no le pertenece. No cuenta para él. Ama. Vive para otro: Jesús.
-“Dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios...” Anunciar, por entero, la voluntad de Dios. Tal es el contenido del feliz mensaje: el don gratuito (Noel Quesson).
Pablo fue en verdad un gigante como apóstol y como dirigente de comunidades. El retrato que hemos visto hoy está más que justificado con las páginas de los Hechos que hemos ido leyendo estas semanas: su entrega a la evangelización, su generosidad y su espíritu creativo, siempre al servicio del Señor y dejándose llevar en todo momento por el Espíritu. Es un misionero excepcional y un líder nato. Pablo nos resulta un estímulo a todos nosotros. Lo que él hizo por Jesús y lo que estamos haciendo nosotros en la vida, probablemente no se pueden comparar. Al final de un curso, o de un año, o de nuestra vida, ¿podríamos nosotros trazar un resumen así de nuestra entrega a la causa de Cristo, de la radicalidad de nuestra entrega y del testimonio que estamos dando de El en nuestro ambiente? Confusión y vergüenza, en cuanto que la generosidad que vemos en Él no tiene límites en la entrega, mientras que la nuestra adolece casi siempre de cobardías, medias tintas, ambigüedades, reservas. No acabamos de ser totalmente de Cristo. También nosotros lo podemos todo con la fuerza del Espíritu. Recuerdo aquella poesía de Ernestina de Champourcin: “Espíritu que limpias, santificas y creas. / Espíritu que abrasas y consumes la escoria, / Tú que aniquilas todo lo inútil y lo impuro / y puedes convertirnos en antorchas vivientes, // ciéganos con tu luz, ven y arrasa este mundo, ven y arrasa este mundo / sucio de tantos siglos que lo surcan y agobian… / Se nos derrumba el suelo maltrecho y abrumado / bajo la carga inmensa del tiempo y del dolor. // Sana esta pobre tierra enferma de nosotros, / de nuestro andar confuso que no sabe abrir rastros, / de nuestra eterna duda con su temblor constante, / de las vacilaciones que ahogan la semilla. // Desgaja, rompe, azota… Seremos leño dócil / si quieres inflamarnos para prender tu hoguera. / Visítanos, al fin, con un viento de gracia / que aniquile y destruya para sembrar de nuevo. // Espíritu de Dios, quémanos las entrañas / con ese fuego oculto que corroe y devora. / Cuando sólo seamos unos huesos ardientes / se iniciará en nosotros la gloria de tu reino”.
A nosotros nos falta generosidad y nos sobra cobardía. Es que no nos dejamos ganar por la voluntad del Padre, por la oración de Jesús, por la invitación del Espíritu. Cristo dice al Padre que ha cumplido su misión y que nos ha adoctrinado. Pero reconoce que nos encuentra siempre débiles; y ardientemente ruega por nosotros al Padre. Y al hacer su oración por nosotros, nos va señalando el buen camino: Reconocernos como somos, y confiar en el que puede más que nosotros y está a nuestro lado. ¡Qué hermoso es aventurarnos en la gran aventura de ponernos en sus manos, y, al mismo tiempo, ponernos al servicio del bien, de los hermanos, de los pobres, de cuantos nos necesitan! (J. Aldazábal).
Anunciar a Cristo a tiempo y a destiempo. No escatimar nada, con tal de que el Evangelio llegue a todos. Esa es la Misión que el Señor nos confió. Si no queremos ser responsables de la condenación de los demás anunciémosles en su totalidad el Mensaje de Salvación. Hagámoslo no sólo con las palabras, sino con el testimonio de nuestra vida misma. Dios nos quiere fieles a Él, hasta que lleguemos, junto con Cristo, victoriosos al final de nuestra carrera, ahí donde Cristo nos espera para hacernos participar de su Gloria. Ante esta esperanza que tenemos depositada en Él ¿nos angustiará la muerte? No. Nuestra única preocupación es estar con Cristo eternamente. Y esto sólo lo lograremos en la medida en que hayamos unido a Él nuestra vida, y hayamos cumplido el encargo que recibimos del Señor Jesús: anunciar a todos el Evangelio de la gracia de Dios.
2. Sal. 67. Dios ha sido nuestra fortaleza, nuestro poderoso protector, nuestro amparo, nuestro auxilio. Dios jamás nos ha abandonado en nuestros sufrimientos, en nuestras pobrezas y enfermedades. Como Padre lleno de amor por sus Hijos Él nos ha colmado de sus favores. Más aún, viéndonos desorientados como ovejas sin Pastor, envió a su propio Hijo para que quienes creamos en Él, en Él tengamos el perdón de nuestros pecados y la vida eterna. Esos bienes y esa herencia es lo que el Señor ha preparado para los pobres, que somos nosotros. Por eso sea Él bendito ahora y por siempre, pues nos lleva sobre sus alas para salvarnos y librarnos de la muerte.
3. Leemos hoy y en los dos próximos días, toda la oración-testamento de Jesús (Jn 17,1-26). En el uso litúrgico se llama oración sacerdotal, desde el siglo XVI. Y en el contexto ecuménico, oración por la unión de los cristianos. Tiene, pues, diferentes lecturas, según los contextos en que se use. En la Biblia es una síntesis de la teología joánica, escrita en el género literario “oracional”. A este género literario pertenecen los discursos-testamento que el AT pone en boca de personajes como Jacob (Gn 49) y Moisés (Dt 31-34). Esta oración-testamento del evangelio de Juan, resume en boca de Jesús los temas importantes de su misión y su enseñanza, centrándolos en la unidad de amor y de vida de Jesús con el Padre. Unidad, por la que el Hijo participa de la gloria del Padre. La gloria de Dios se manifiesta en la actividad salvadora por la que Dios da nueva vida. De esa gloria participa Jesús como su enviado, porque, unido a Dios Padre, lo da a conocer dando nueva vida (Pere Oliva).
Hacia el final de su última reunión con sus discípulos, la tarde del Jueves santo, el tono de Jesús cambia. Juan nos lo muestra rogando al Padre como a su único interlocutor. Esta oración sacerdotal que leeremos estos días tiene tres partes: en los vv. 1-5 pide Jesús la glorificación de su Humanidad y la aceptación por parte del padre de su sacrificio en la Cruz. En vv. 6-19 ruega por sus discípulos a los que va a enviar al mundo; y vv. 20-26 ruega por la unidad de todos los creyentes.
-“Jesús, levantando los ojos al cielo, añadió”: Una actitud corporal de oración. Los "ojos" de Jesús... expresan la actitud de todo su ser. Nosotros, por la fe, querríamos participar de este anhelo divino, de esta “presencia a oscuras” que decía Ernestina de Champourcin: “Estrella que viste a Dios, / dame un rayo de su luz. / ¡Oh nube que me lo ocultas, / desgarra un poco tu velo! / Águila que lo rozaste, / inclina hacia mí tus alas. / Sol que estuviste a sus pies, / ¡abrásame con tu fuego”: querríamos entrar en él Cenáculo, “en silencio”: “Quiero cerrar los ojos y mirar hacia dentro / para verte, Señor, / quiero cerrar los ojos y volver la mirada / al faro de tu amor; / quiero cerrar mis ojos y olvidar los paisajes / de tan lánguido ardor, / que en el alma despiertan morbosas inquietudes / de escondido dulzor; / quiero olvidar pupilas que en las mías clavaron / su hechizo tentador, / dejando para siempre temblando en mi recuerdo / su místico dolor. / Quiero cerrar los ojos y sentir de tu fuerza / el terrible vigor, / quiero cerrar los ojos y mirar hacia dentro / ¡para verte, Señor!” Es el “¡Señor, que vea!” que decía san Josemaría en su barruntar, cerca de 10 años buscando…
-"Padre, llegó la hora; glorifica a tu Hijo, para que el Hijo te glorifique". Este verbo "glorificar" se repetirá cuatro veces en unas pocas frases. Esta palabra expresa una densidad de oración de una intensidad extrema: la "gloria", para toda la tradición bíblica, era lo propio de Dios (resplandor, honor: “hemos visto su gloria”… Jn 1,14). La palabra hebrea "Kabod" sugiere la idea de "peso". A diferencia de nuestra lengua, la "Gloria" no es pues sobre todo este "brillante exterior del renombre" que desgraciadamente puede existir sin valor real... sino que justamente es aquel peso real de un ser lo que define su importancia efectiva. Lo que Jesús pide a Dios, su Padre, es que esta Gloria divina se manifieste a la hora misma de su muerte (cf. Fil 2,6s).
-“El dará la vida eterna a todos los que Tú le diste y la vida eterna es que te conozcan a ti, único Dios verdadero y a tu enviado, Jesucristo”. La gloria de Dios, es la salvación del hombre, y la salvación del hombre, es el conocimiento de Dios. La "vida"... "conocer a Dios". La "vida eterna..." Esta vida ha empezado ya en la medida en que avanzamos en este conocimiento, que no es sobre todo un avanzar intelectual, sino la unión de todo nuestro ser con Dios. Ciertas personas muy sencillas tienen un profundo conocimiento de Dios, que no alcanzan a tener jamás ciertos sabios. ¡Danos, Señor, este conocimiento vital de ti!
-“He manifestado tu nombre a los hombres que de este mundo me has dado. Tuyos eran y Tú me los diste y ellos han puesto por obra tu palabra”. La segunda palabra importante, después de la de glorificar es la de "dar: en la única página del evangelio de hoy, Jesús la pronuncia diez veces... El Padre ha "dado" poder al Hijo... ha "dado" la Gloria al Hijo... ha "dado" palabras al Hijo... Y Jesús "da" la vida eterna a los hombres... "da" las palabras del Padre a los hombres... Sí, la obra de Jesús, es hacer participar a la humanidad en todo lo que ha recibido del Padre. Dar. Darse. Actitudes esenciales del amor.
-“Todo lo que es mío es tuyo, todo lo que es tuyo es mío”. Es una de las más perfectas definiciones del amor, de la Alianza. He aquí lo que Jesús decía de Dios, he aquí lo que él decía a Dios. ¿Puedo yo mismo repetirlo pensando en Dios? Pensando también en todos aquellos a quienes creo amar... Verdaderamente ¿hago participar de lo mío a los demás? ¿Es verdad también que no guardo nada? Señor Jesús, ven a enseñarnos a amar de verdad (Noel Quesson).
También aquí -en un paralelo interesante con el discurso de despedida de Pablo- Jesús resume la misión que ha cumplido: «yo te he glorificado sobre la tierra», «he coronado la obra que me encomendaste», «he manifestado tu nombre a los hombres», «les he comunicado las palabras que tú me diste y ellos han creído que tú me has enviado». Dentro de poco, en la cruz, Jesús podrá decir la palabra conclusiva que resume su vida entera: «consummatum est: todo está cumplido». Misión cumplida. Ahora, su oración pide ante todo su «glorificación», que es la plenitud de toda su misión y la vuelta al Padre, del que procedía: «glorifica a tu Hijo». Pero es también una oración por los suyos: «por estos que tú me diste y son tuyos». Les va a hacer falta, por el odio del mundo y las dificultades que van a encontrar: «ellos están en el mundo, mientras yo voy a ti».
Es la hora de las despedidas: la de Jesús en la Ultima Cena y la de Pablo en Mileto. La oración de Jesús está impregnada de amor a su Padre, de unión íntima con Él, y a la vez de amor y preocupación por los suyos que quedan en este mundo. Todos nosotros estábamos ya en el pensamiento de Jesús en su oración al Padre. Sabía de las dificultades que íbamos a encontrar en nuestro camino cristiano. No quiere abandonarnos: - pide sobre nosotros la ayuda del Padre, - él mismo nos promete su presencia continuada; el día de la Ascensión nos dirá: «yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo»; como dice el prefacio de la Ascensión, «no se ha ido para desentenderse de este mundo»; - y además nos da su Espíritu para que en todo momento nos guíe y anime, y sea nuestro Abogado y Maestro. Con todo esto, ¿tenemos derecho a sentirnos solos?, ¿tenemos la tentación del desánimo? Entonces ¿para qué hemos estado celebrando durante siete semanas la Pascua de Jesús, que es Pascua de energía, de vida, de alegría, de creatividad, de Espíritu? (J. Aldazábal).
Jesús es como si nos dijera lo de este himno de Laudes: “Me voy, sí, pero / Yo no dejo la tierra. / No. Yo no olvido a los hombres. / ya se marca nuestra hora, / comienza nuestra tarea, / y hay que partir a la aurora”. Jesús ha llevado a cabo la obra que el Padre Dios le confió: darnos a conocer a Dios como nuestro Padre, y hacernos partícipes de la vida eterna. Conocer, hacer nuestro al Padre y al Hijo, vivir en Él y que Él viva en nosotros en una auténtica comunión de vida, en eso consiste la Vida eterna. Ahora Jesús, llegado al momento supremo de su amor por nosotros y de su fidelidad amorosa a su Padre Dios, le pide a Él que lo glorifique. Es decir que el Padre Dios cumpla también su obra en Cristo Jesús, glorificándolo, elevándolo a su Diestra como Dios y Señor, para que el mundo crea y se salve. Así Cristo se convierte en el único camino que nos conduce a la perfección en Dios, pues no hay ni habrá otro nombre en el cual podamos salvarnos. Nosotros, junto con Cristo, hemos sido glorificados, perdonados, santificados. La salvación, la vida de la que participamos es para que la manifestemos a los demás. Los que hemos sido liberados de nuestras esclavitudes, por medio del Misterio Pascual de Cristo, no podemos continuar viviendo como condenados. Tratemos de continuar trabajando para que el Nombre de Dios sea glorificado entre nosotros.
Reunidos en esta celebración Eucarística, venimos para entrar en una más intima comunión de vida con el Señor. Él nos glorifica a nosotros, pues nos salva y nos hace participar de su Vida y de su Espíritu. Tal vez nosotros no hemos vivido totalmente comprometidos con la glorificación de Dios, dando a conocer su Nombre a los demás con nuestras palabras, con nuestras obras, con nuestras actitudes y con toda nuestra vida. El Señor sabe que somos frágiles; y con gran amor ha escuchado nuestra petición de perdón, que le hemos hecho con humildad. Pero Él no sólo quiere perdonarnos por medio del Sacramento de la Reconciliación. También quiere vernos comprometidos en la manifestación de su Nombre a todas las naciones, para que todos reconozcan públicamente que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre. Así también nosotros, toda la Iglesia debemos tener ese señorío sobre el mundo; señorío que nos debe llevar a estar al servicio del evangelio, y no como dominadores conforme a los criterios de este mundo. Toda nuestra vida, por tanto, tiene como finalidad convertirse en una continua glorificación del Nombre de nuestro Dios y Padre.
Y glorificamos a nuestro Dios y Padre cuando damos a conocer, desde el rostro descubierto de la Iglesia, el Rostro amoroso de Dios a nuestro prójimo. Habiendo sido renovados en Cristo vivamos amando, como nosotros hemos sido amados por Él. Sepamos perdonarnos mutuamente, sabiendo que si Dios nos ha perdonado no podemos condenar a nadie. Sepamos socorrer a los necesitados, pues Dios no quiere que vivamos de un modo egoísta; los bienes que ha puesto en nuestras manos deben ser como las armas con las que venzamos al mal, pues, como dice la Escritura, el que socorre a los pobres borra la multitud de sus propios pecados. Tratemos de llegar al final de nuestra carrera con las manos y el corazón llenos de buenas obras. Entonces, no importando que hayamos perdido la vida por nuestro amor a Cristo y a nuestros hermanos, seremos coronados con la Vida eterna, pues, siendo de Cristo y permaneciéndole fieles seremos del Padre eternamente. Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber abrir nuestro corazón al perdón, a la Vida y al Espíritu de Dios en nosotros, para que podamos glorificar a Dios con una vida recta, dándolo a conocer a nuestros hermanos, hasta que, algún día, nuestro Padre Dios nos glorifique junto con su Hijo en la eternidad. Amén (www.homiliacatolica.com).
domingo, 20 de mayo de 2012
LUNES DE LA SÉPTIMA SEMANA DE PASCUA: hemos de fomentar una fe sin miedo a nada ni nadie, porque Jesús ha vencido todo lo malo, con Él estamos seguros
Lectura de los Hechos de los Apóstoles 19, 1-8: 1Mientras Apolo estaba en Corinto, Pablo, una vez recorridas las regiones altas, llegó a Efeso, encontró a algunos discípulos 2y les preguntó: ¿Habéis recibido el Espíritu Santo al abrazar la fe? Ellos le respondieron: Ni siquiera hemos oído que haya Espíritu Santo. 3El les replicó: ¿Entonces con qué bautismo habéis sido bautizados? Con el bautismo de Juan, respondieron. 4Pablo contestó: Juan bautizó con un bautismo de penitencia diciendo al pueblo que creyeran en el que había de venir detrás de él, esto es, en Jesús. 5Cuando oyeron esto se bautizaron en el nombre del Señor Jesús. 6Al imponerles Pablo las manos, vino el Espíritu Santo sobre ellos, de modo que hablaban en lenguas y profetizaban. 7Eran entre todos unos doce hombres. 8Entró en la sinagoga y habló abiertamente durante tres meses, exponiendo lo referente al Reino de Dios y tratando de convencerles.
Salmo responsorial: 67, 2-3.4-5ac.6-7ab: Se levanta Dios, y se dispersan sus enemigos, / huyen de su presencia los que lo odian; / como el humo se disipa, se disipan ellos; / como se derrite la cera ante el fuego, / así perecen los impíos ante Dios.
En cambio, los justos se alegran, / gozan en la presencia de Dios, / rebosando de alegría. / Cantad a Dios, tocad en su honor… su nombre es el Señor…
Padre de huérfanos, protector de viudas, / Dios vive en su santa morada. / Dios prepara casa a los desvalidos, / libera a los cautivos y los enriquece.
Evangelio según Jn 16, 29-33: Dicen sus discípulos: Ahora sí que hablas con claridad y no usas ninguna comparación; ahora vemos que lo sabes todo, y no necesitas que nadie te pregunte; por esto creemos que has salido de Dios. Jesús les dijo: ¿Ahora creéis? Mirad que llega la hora, y ya llegó, en que os dispersaréis cada uno por su lado, y me dejaréis solo, aunque no estoy solo porque el Padre está conmigo. Os he dicho esto para que tengáis paz en mí. En el mundo tendréis tribulación, pero confiad: yo he vencido al mundo.
Comentario: 1. -Después de atravesar las altas regiones, Pablo llegó a Éfeso. Pablo es un gran viajero. Un misionero itinerante. Vuelve a Éfeso por segunda o tercera vez. Ahora se quedará allá por lo menos dos años y medio, el tiempo de estabilizar esa importante comunidad. Estamos entre los años 53 y 56. Éfeso, la gran metrópoli de Asia, y una de las ciudades más importantes del mundo de entonces, capital de la provincia romana y punto de confluencia entre el Occidente y las vías de comunicación hacia las regiones interiores de Asia, es el nuevo centro estratégico donde trabaja Pablo, funda una Iglesia, y hace de ella un punto de irradiación para «todos los habitantes de Asia" (v 10). Desde Éfeso Pablo enviará dos cartas: la epístola a los Gálatas, y la primera epístola a los Corintios. El relato de Lucas es un tejido de episodios llamativos como el que hoy leemos del grupo que sólo había recibido el bautismo de Juan, preparación para la gracia de Cristo. Es época heroica de las fundaciones y la simplicidad de la primera evangelización... “nosotros no hemos oído decir siquiera que exista el Espíritu Santo”: hay que completar el trabajo, con la novedad del bautismo cristiano, un orden nuevo, unos ojos nuevos que sólo el Espíritu puede dar: Pablo les impuso las manos, y el Espíritu Santo vino sobre ellos, y se pusieron a hablar en lenguas y a profetizar. Hablar es dar testimonio, profetizar es hacer apostolado: ¿Estamos dispuestos a avanzar por una nueva etapa de vida? Dios actúa en nosotros por etapas. Sus llamadas a una mayor perfección son sucesivas. Si quisiéramos quedarnos en la etapa a la que hemos llegado, podríamos rehusar esas nuevas llamadas de Dios. En este momento, ¿hacia qué progreso me empuja el Espíritu? Para llegar a él, he de renunciar a mis certezas y seguridades anteriores, como los discípulos de "Juan Bautista" debieron aceptar dar un nuevo paso. Este episodio tiene el paralelo de los bautizados de Samaría que todavía no habían recibido el Espíritu Santo (Hch 8,14-17) y resalta que el Espíritu Santo con el carisma es el rasgo que caracteriza a la comunidad de Jerusalén frente a la de Juan (4-6). ¡Una lección de ecumenismo! El milagro de las «lenguas» -glosolalia: los nuevos cristianos investidos del Espíritu se ponían a hablar lenguas incomprensibles -es un fenómeno significativo. Seguir al Espíritu es dejarse introducir por El en las zonas imprevistas de la aventura espiritual. -Eran en total unos doce hombres… unos pocos que comienzan una revolución fabulosa, por la gracia de Dios; pidamos una fe valiente (Noel Quesson).
Como en Éfeso, también entre nosotros hay situaciones muy dispares a la hora de acercarse a la fe en Jesús. De todo el libro de los Hechos tendríamos que aprender cómo ayudar a cada persona, desde su situación concreta, y no desde unos tópicos generales que sólo están en los libros, a llegar hasta Jesús: los judíos de la sinagoga, o el eunuco que viaja a su patria, o los pensadores griegos del Areópago, o las mujeres que van a rezar a orillas del río, o estos que habían recibido ya el bautismo de Juan. Para todos tiene respuesta amable la comunidad cristiana. Para todos sabe encontrar el lenguaje adecuado, a partir de lo que ya conocen y aprecian. En concreto Pablo nos da un ejemplo de adaptación creativa a cada circunstancia que encuentra. En este caso, no condena el bautismo de Juan, sino que les conduce a su natural complemento, que es la fe en Jesús, el Mesías al que anunciaba el Bautista. También nosotros deberíamos evangelizar con esta pedagogía, respetando en cada caso los tiempos oportunos, no desautorizando sin más la situación en que se halla cada persona, partiendo de los valores ya asimilados, y que seguramente constituyen un buen camino hacia el Valor supremo que es Cristo. Como lo teníamos que haber hecho en la historia, no destruyendo, sino completando los valores culturales y religiosos que se encontraban en América o en África o en Asia. Si lo hiciéramos así, el Espíritu subrayaría, incluso con carismas, como en Éfeso, este carácter de universalidad y pedagogía personal. Porque es él quien regala a su comunidad todo lo que tiene de vida y de imaginación y de animación, evangelizando toda cultura y toda situación personal (J. Aldazábal).
En la imposición de manos de Pablo, acontece la efusión del Espíritu. Un pentecostés en Éfeso, en línea con el de Jerusalén (Hch 2,4) y el de Samaría (Hch 8,17). Con esta efusión los cristianos dan testimonio de la verdad, con la fortaleza de llevar un estilo de vida cristiano aún en medio de las dificultades, son convertidos en piedras vivas que edifican la Iglesia, son instrumentos de paz, para llevar la buena nueva a muchos; servidores, en nuestro ambiente cotidiano, del Reino de vida según la justicia y el amor solidario del Dios de Jesús. Atentos siempre a los signos de los tiempos, por los cuales el mismo Espíritu que nos consagró, nos ilumina, nos llama y nos desafía frente a las situaciones, hechos y tendencias que amenazan, pervierten o matan la vida digna, justa y solidaria en las personas, en las relaciones, en los pueblos, en el medio ambiente... Esa misión se ha de traducir, dentro de nuestros contextos históricos, en acciones y reacciones concretas; no sólo personales, también sociales, comunitarias. Viene a animarnos y a movernos a ello, el mensaje del evangelio de hoy, que cierra alentadoramente la despedida y el testamento de Jesús en su última Cena, y que se nos hace eficaz en cada eucaristía.
2. Sal. 67. Por medio de la Ley, dada en el Sinaí, Dios camina con su Pueblo hasta establecerlo en Sión, su Ciudad Santa. Cuando el Pueblo, una vez establecido en sus diversas heredades en la tierra prometida, caminen hacia el Templo para adorar al Señor, irán al encuentro de Aquel que siempre ha estado con ellos y que los acompaña día y noche por vivir con la Ley inscrita en sus corazones. Cristo Jesús, por medio del amor, ha llevado a su plenitud la Ley; por medio de ese amor inició su camino hacia el hombre, en el cual ha hecho su morada, pues al infundir en nuestros corazones el Don de su Amor, Él habita en nosotros como en un templo. El Dios de Israel vive en el Templo desde donde protege al débil (vv. 5-7), es el Dios que protege su pueblo en el desierto y que se manifiesta en Sinaí a Moisés, como Padre (cf. Catecismo 238 que recoge los matices de la paternidad divina en la Biblia). Nosotros nos encaminamos, no a la posesión de una ciudad terrena, sino de la Ciudad eterna en los cielos de la que es imagen la Jerusalén terrenal. Nuestro Dios y Padre siempre irá con nosotros, encaminando a su Iglesia hacia su perfección en Cristo. Quienes tenemos a Dios con nosotros debemos ser motivo de socorro para huérfanos y viudas, de auxilio para los desvalidos, de libertad para los cautivos y de alegría para los tristes. Sólo así estaremos manifestando, desde nuestra vida, la Victoria que Cristo nos ha participado y que hemos hecho nuestra.
3. Es el final del último discurso de Jesús después de la cena. Después de tantas incomprensiones, después de un largo camino sembrado de vacilaciones, de dudas, parece, por fin, que los apóstoles, ¡han llegado a la fe! Por lo menos, esta es una nueva afirmación de su fe... porque el camino doloroso de sus dudas, de sus cobardías y de sus abandonos, no ha terminado todavía.
"Ahora sí que hablas claro y no usas comparaciones. Ahora vemos que lo sabes todo y no necesitas que te pregunten; por ello creemos que saliste de Dios". Esto es justamente lo que los discípulos han experimentado en su trato con Jesús; sabe las cosas de Dios y sabe cuanto se refiere a la felicidad y a la desgracia del hombre.
"Vemos que lo sabes todo y no necesitas que te pregunten". La segunda parte de la frase parece incorrecta; lo lógico sería: "no necesitas preguntar a nadie", es decir, puesto que lo sabe todo, no necesita que nadie le informe de nada, no necesita preguntar a nadie. ¿Por qué razón se dice, entonces, "no necesitas que te pregunten?". Porque la ciencia de Jesús, es decir, el conocimiento que Jesús tiene acerca de Dios y acerca del hombre, es una sabiduría que El comunica a los suyos. No es como los maestros de este mundo, un saber que él guarde exclusivamente para sí y que únicamente va comunicando a los suyos, como a cuentagotas, a base de las preguntas que le vayan formulando.
"Todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer". "El Espíritu de la verdad os conducirá a la verdad plena". En esa ciencia reveladora de Jesús quedan superadas todas las preguntas de los discípulos. En todo lo que él nos ha revelado se encuentra la respuesta de todas las preguntas humanas. Más aún, desde el momento en que uno acepta a Jesús como Señor de su vida y toma en serio su palabra como norma suprema, esas preguntas ya están todas contestadas anticipadamente.
"Les contestó Jesús: ¿Ahora creéis? Pues mirad; está para llegar la hora; mejor, ya ha llegado, en que os disperséis cada cual por su lado y a mi me dejéis solo". "¿Ahora creéis?" Un interrogante que tiene sabor de sorpresa… cuando llega esa hora que anuncia Jesús, la hora de la pasión y de la muerte, la hora en la que no tiene sentido las cosas que suceden, dejamos de creer. Los discípulos -como nosotros- aún no tenían fe; la fe está inseparablemente unida a la hora, a la muerte y resurrección. La fe es inseparable del escándalo de la cruz. Por eso cuando llegó la hora del escándalo tuvo lugar la dispersión y el abandono de los discípulos. La situación histórica de los discípulos, dispersados por la muerte de Jesús, es la situación, repetida constantemente en los creyentes. Se tiene la impresión una vez más, que el vencedor es el diablo, el príncipe de este mundo; el creyente siente la tentación de abandonar a Jesús y buscar refugio en el mundo. Seguir confiando en Jesús y en su palabra es la única manera de encontrar la paz. Porque él no está solo. El Padre está con él y, por tanto, tiene que ser en realidad el vencedor. El Padre no puede ser vencido. Esta Palabra de Jesús está dirigida a mí, como lo está a todos los creyentes: quiere revelar la incapacidad de cada uno de nosotros para traducir efectivamente en nuestros actos, la Fe... que afirmamos sin embargo con nuestros labios al recitar el "credo". No, no basta cantar el Credo para enorgullecerse de ser de los que están en la Verdad. ¿Cuántas de nuestras conductas abandonan a Jesús? Señor, haz que seamos humildes. Señor, haced que nuestra vida cotidiana corrresponda a lo que afirmamos el domingo.
«¿Ahora creéis?». Él sabe muy bien que dentro de pocas horas le van a abandonar todos, asustados ante el cariz que toman las cosas y que llevarán a su Maestro a la muerte. Allí flaquearán todos. Jesús les quiere dar ánimos ya desde ahora, antes de que pase. Quiere fortalecer su fe, que va a sufrir muy pronto contrariedades graves. Pero la victoria es segura: «en el mundo tendréis luchas, pero tened valor: yo he vencido al mundo». Así acaba el documento vaticano dirigido a los sacerdotes: “Por lo demás, el Señor Jesús, que dijo: "Confiad, yo he vencido al mundo" (Jn., 16, 33), no prometió a su Iglesia con estas palabras una victoria completa en este mundo. Pero se goza el Sagrado Concilio porque la tierra, repleta de la semilla del Evangelio, fructifica ahora en muchos lugares bajo la guía del Espíritu del Señor, que llena el orbe de la tierra, y que excitó en los corazones de muchos sacerdotes y fieles el espíritu verdaderamente misional. De todo ello el Sagrado Concilio da amantísimamente las gracias a todos los presbíteros del mundo: "Y al que es poderoso para hacer que copiosamente abundemos más de lo que pedimos o pensamos, en virtud del poder que actúa en nosotros, a El sea la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús" (Ef., 3, 20-21)”.
-“Pero no estoy solo: el Padre esta conmigo”. Cuán emocionante resulta este final de la frase de Jesús. A sus apóstoles acaba de decirles que todos le abandonarán: vosotros me dejaréis solo... ¡pero no! "No estoy nunca solo... El Padre está conmigo... El, no me abandona nunca... estoy seguro de que puedo contar con El... El, me ama sin fallo..." Entretenerse en decir, y en repetir, esta palabra de Jesús.. . en meditar y volver a meditar esta forma... en contemplar y volver a contemplar lo que esto nos revela del "interior de Jesús. Y a mí, ¿me llega también la tentación de pensar que estoy solo? Os he dicho esto para que tengáis paz en mí. En el mundo tendréis tribulación. Pero, ¡confiad!; Yo he vencido al mundo. Jesús nos repite aquí nuestra doble pertenencia: los creyentes están "en el mundo", y "en Jesús"... de aquí nuestros quebrantos y nuestros abandonos. Pero de las dos pertenencias una es más fuerte que la otra: confiad, Yo he vencido "al mundo". Así pues, ya no es el sufrimiento el que domina, sino la paz. Esta es la última palabra que Jesús dirigió a sus amigos. A partir de este momento, Jesús entrará en el misterio de su última plegaria: en lo sucesivo se dirigirá a su Padre (Noel Quesson).
¿De veras creemos? La pregunta de Jesús podría ir dirigida hoy a cada uno de nosotros, que decimos que tenemos fe. Nunca es segura nuestra adhesión a Cristo. Sobre todo cuando se ve confrontada con las luchas que él nos anuncia y de las que tenemos amplia experiencia. ¿Hasta qué punto es sólida nuestra fe en Jesús? ¿aceptamos también la cruz, o no quisiéramos que apareciera en nuestro camino? Nos puede pasar como a Pedro, antes de la Pascua. Todo lo iba aceptando, menos cuando el Maestro hablaba de la muerte, o cuando se humillaba para lavar los pies de los suyos. La cruz y la humillación no entraban en su mentalidad, y por tanto en su fe en Cristo. Luego maduró por obra del Espíritu. ¿Abandonamos a Cristo cuando sus criterios de vida son contrarios a nuestro gusto o a la moda de la sociedad? ¿le seguimos también cuando exige renuncias? El mismo Jesús nos ha dado ánimos: ninguna dificultad, ni externa ni interna, debería hacernos perder el valor. Unidos a él, participaremos de su victoria contra el mal y el mundo. La última palabra no es la cruz, sino la vida. Y ahí encontraremos la serenidad: «para que encontréis la paz en mí»” (J. Aldazábal).
Son días para pensar en la fiesta de Pentecostés a la que nos preparan las lecturas, de la mano de María en este mes de mayo, y estos días contemplándola como Esposa del Espíritu Santo. Él nos enseñará a guardar todo cuanto nos ha mandado Jesús, quien añadió: “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 16-20). El Señor se marcha, pero no nos deja huérfanos: permanecerá con nosotros hasta el fin de los siglos. ¿Cómo se queda? En la Iglesia, en los Sacramentos (por su presencia bautismal, por la sustancial presencia de Jesús en la Eucaristía), por su Palabra al meditar la Escritura, en la intimidad del corazón donde fomenta con su presencia las virtudes teologales y cardinales dando a la inteligencia y voluntad un dejarse llevar dócilmente por esa fuerza divina. Dicen los teólogos que es la prolongación en el tiempo de la Procesión eterna del Padre y del Hijo, por las misiones del Hijo y del Espíritu Santo; así la Encarnación y la Pentecostés se unen como puente de la inhabitación invisible de toda la Trinidad en el alma del cristiano. La palabra clave en esta relación nuestra con el Divino Espíritu es docilidad: si se lo permitimos, Él nos transforma con su acción santificadora. «Derrama sobre nosotros la fuerza del Espíritu, para que demos testimonio de ti con nuestras obras» (oración)
Y hoy concretamente, el Señor nos pide que tengamos paz en Él. Y para eso nos pide permanecer en Él aún en los momentos más angustiantes de nuestra vida. Quien persevere hasta el final, se salvará. Quienes vivimos unidos a Cristo debemos aprender a esforzarnos por construir un mundo más justo, más fraterno y más en paz. Las tribulaciones por las que debamos pasar por ser de Cristo no deben desanimarnos ni apocarnos. El Señor nos quiere valientes testigos suyos y no unos traidores. Y traicionamos nuestra fe cuando tal vez somos puntuales en el cumplimiento de nuestras prácticas de culto, pero nos olvidamos de dar testimonio de nuestra fe, y razón de nuestra esperanza en la vida ordinaria, en la vida familiar y en la vida laboral. El Espíritu Santo, que hemos recibido, debe ir conformándonos día a día a Cristo, de tal manera que, siendo fieles en todo al Señor, podamos no sólo confesar que Jesús es el Enviado del Padre para salvarnos, sino que Él nos ha llamado para que, con un amor fiel, continuemos su obra de salvación en el mundo. Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de saber trabajar por la paz verdadera en el mundo, sin diluir nuestra fe en Cristo queriendo congraciarnos con los poderosos de este mundo. Amén (www.homiliacatolica.com).