sábado, 21 de abril de 2012


Domingo de la 3º semana de Pascua (B): la alegría pascual viene de nuestra filiación divina, conseguida por Jesús con su resurrección

Lectura de los Hechos de los Apóstoles 3,13-15. 17-19: En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo: -Israelitas, ¿de qué os admiráis?, ¿por qué nos miráis como si hubiésemos hecho andar a éste por nuestro propio poder o virtud? El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su siervo Jesús, al que vosotros entregasteis ante Pilato, cuando había decidido soltarlo. Rechazasteis al santo, al justo y pedisteis el indulto de un asesino; matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos y nosotros somos testigos. Sin embargo, hermanos, sé que lo hicisteis por ignorancia y vuestras autoridades lo mismo; pero Dios cumplió de esta manera lo que había dicho por los profetas: que su Mesías tenía que padecer. Por tanto, arrepentíos y convertíos, para que se borren vuestros pecados.

Salmo 4,2.4.7.9: R/. Haz brillar sobre nosotros el resplandor de tu rostro.
Escúchame cuando te invoco, Dios, defensor mío, / tú que en el aprieto me diste anchura, / ten piedad de mí y escucha mi oración. / Sabedlo: El Señor hizo milagros en mi favor, / y el Señor me escuchará cuando lo invoque.
Hay muchos que dicen: / «¿Quién nos hará ver la dicha, / si la luz de tu rostro ha huido de nosotros? / En paz me acuesto y en seguida me duermo, / porque tú sólo, Señor, me haces vivir tranquilo.

Lectura de la primera carta del Apóstol San Juan 2,1-5a: Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. El es víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros sino también por los del mundo entero. En esto sabemos que lo conocemos: en que guardamos sus mandamientos. Quien dice : «Yo lo conozco» y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso y la verdad no está en él.

Lectura del santo Evangelio según San Lucas 24,35-48. En aquel tiempo contaban los discípulos lo que les había acontecido en el camino y cómo reconocieron a Jesús en el partir el pan. Mientras hablaban, se presentó Jesús en medio de sus discípulos y les dijo: -Paz a vosotros. Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma. El les dijo: -¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo. Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Y como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo: -¿Tenéis ahí algo que comer? Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. El lo tomó y comió delante de ellos. Y les dijo: -Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros: que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí, tenía que cumplirse. Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y añadió: -Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén.

Comentario: «Aclamad al Señor tierra entera, tocad en honor de su nombre, cantad himnos a su gloria. Aleluya» (Sal 65,1-2, antífona de entrada). Cantamos llenos de alegría también en la Colecta: «Que tu pueblo, Señor, exulte siempre al verse renovado y rejuvenecido en el espíritu; y que la alegría de haber recobrado la adopción filial afiance su esperanza de resurrección gloriosamente». Es la misma alegría que sigue resonando en la oración del Ofertorio: «Recibe, Señor, las ofrendas de su Iglesia exultante de gozo; y pues en la resurrección de su Hijo nos diste motivo para tanta alegría, concédenos participar de este gozo eterno», pues (así reza la antífona de comunión, año B) «así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión de los pecados a todos los pueblos. Aleluya» (Lc 24,46-47). Y acabamos dando gracias en la Postcomunión: «Mira, Señor, con bondad a tu pueblo y, ya que has querido renovarlo con estos sacramentos de vida eterna, concédele también la resurrección gloriosa». La alegría es un sentimiento muy propio del tiempo pascual. Contrasta notablemente con la austeridad y la sobriedad cuaresmal. Tiene su origen en la esperanza, que es inherente a la fe. Hoy la liturgia nos invita a exultar por nuestra condición de hijos adoptivos, que el pecado había desfigurado, y que Cristo nos ha restituido con su misterio pascual. Así, pues, brota espontánea la esperanza de participar de todos los beneficios de los hijos. Ya no somos esclavos, sin ningún derecho y sin ningún futuro. La filiación divina nos hace herederos de las promesas de Dios -resucitar gloriosamente-, a la vez, claro, que nos carga con la responsabilidad de los hijos. No podemos olvidar cuán cierta es la expresión evangélica: "A quién más se le dé, más se le exigirá". Y, ¿se nos puede dar algo más grande que la filiación divina? Dejemos que sea de nuevo el apóstol Pablo quien lo diga con sus palabras certeras: "No habéis recibido un espíritu de esclavos para reincidir nuevamente en el temor, sino que habéis recibido un espíritu de hijos adoptivos en el que clamamos: ¡Abba! ¡Padre! Y el Espíritu mismo testifica, junto con nuestro espíritu, que somos hijos de Dios. Hijos, y por tanto herederos: herederos de Dios y coherederos de Cristo, toda vez que padecemos con Él para ser glorificados también con El" (Rm 8,15-17). Vivir en la responsabilidad del amor, en la sensibilidad del amor, en el gozo del amor, en la novedad inacabable del amor, en la eterna juventud del amor, en el Espíritu del amor. ¡He ahí nuestro ser cristiano! (Jaume González Padrós).
1. Hch 3,13-15.17-19: Es la segunda presentación en Hechos del núcleo del kerygma primitivo. Hay hasta cinco discursos en esta línea dentro de este libro. Todos estos discursos son construcciones de Lucas, como puede apreciarse en la redacción. Pero recogen los puntos fundamentales que parece se predicaban en Jerusalén al poco tiempo de los acontecimientos pascuales. Por ello, aunque no sean simplemente históricos, ofrecen base para reconstruir este mensaje. Este anuncio primitivo se concreta en estos pocos puntos. Jesús es el enviado del Padre, ha existido realmente y ha tenido una actividad concreta beneficiosa para los hombres. Estos, sin embargo, no lo han aceptado y le han dado muerte. Pero Dios lo ha resucitado, dándole la razón en su actividad. Quien crea en esto, lo acepta con su vida, emprende una conducta acorde con ese convencimiento, obtiene la salvación global que es más que el propio perdón de los pecados. Todo esto está testimoniado por los apóstoles. Como puntos propios de esta perícopa destacan el plan de Dios anunciado y realizado en Cristo, la participación humana negativa, excusada en la línea del "perdónales, Padre" (Federico Pastor).
Pedro ha curado a un pobre tullido que pedía limosna en la puerta del templo de Jerusalén, en la que llamaban "Hermosa" o "de Nicanor", que era la más frecuentada por el pueblo. Todo el mundo se hace lenguas de lo sucedido (v. 10). Y la admiración de la gente da paso a la pregunta. Pedro se dispone ahora a dar la respuesta, pues ha llegado el momento de la evangelización. El signo y la palabra van siempre inseparablemente unidos en la actividad misionera de los apóstoles. Pedro comienza dando gloria a Dios y a Jesucristo en cuyo nombre ha realizado el milagro (v. 6). Pues no ha sido el poder de Pedro el que ha hecho andar al tullido, sino la fuerza de Dios que ha resucitado a Jesucristo; y tampoco ha de ser la fe en Pedro, sino la fe en Jesucristo, la que puede borrar los pecados del pueblo. Con sus palabras valientes, Pedro realiza a la vez y en el momento preciso el anuncio y la denuncia del evangelio. La acusación es certera, sin ambigüedades. También esto pertenece a la misión de los testigos de Jesús. Los judíos prefirieron a Barrabás, un asesino (Lc 23, 18ss.), y entregaron a la muerte al "autor de la vida". Pedro dijo entonces lo que tenía que decir, dio testimonio. Nosotros no damos testimonio de Cristo si, en vez de acusar y denunciar hoy a los que siguen entregando a la muerte a los inocentes, nos contentamos con acusar y denunciar a los judíos de aquel tiempo. Observemos cómo Pedro acentúa el carácter de primera mano que tiene el testimonio de los apóstoles sobre la resurrección de Jesús. El y sus amigos, los doce, son testigos de lo que han visto con sus propios ojos. Hay cosas que suceden, aunque no debieran suceder; otras suceden tal y como deben suceder. Pero en la historia de la salvación hay cosas que "tienen que suceder" para que se cumplan los planes de Dios y el hombre pueda salvarse, y , sin embargo, no suceden sin el pecado del hombre. Así, la muerte de Jesús "tenía que venir"; pero esto no exime de la culpa a los judíos. Con todo, Pedro ve en ello un atenuante e, igualmente, en su ignorancia y en la de las autoridades. Por eso lo menciona para disponerlos mejor al arrepentimiento. Dios borra los pecados lo mismo que se borra una deuda (cfr Col 2, 14) es decir, Dios perdona y no tiene en cuenta los pecados de aquellos que creen en Jesucristo (“Eucaristía 1985”).
Centramos nuestra atención en Cristo muerto y resucitado. Los textos bíblicos y litúrgicos nos hablan de Él. Esto nos ayuda a tomar conciencia de los frutos de conversión santificadora que en nuestras vidas debió producir la Cuaresma. Esto es lo que nos ayuda a vivir la vida del Resucitado, una vida nueva de constante renovación espiritual. Esto no deben experimentarlo solamente los recién bautizados, sino también todos los demás, porque la renovación pascual ha de revivir en todos nosotros la responsabilidad de elegidos en Cristo y para Cristo por la santidad pascual. Pedro inaugura la misión de la Iglesia, proclamando valientemente la necesidad de la conversión para responder al designio divino de salvarnos en Cristo Jesús, muerto y resucitado por nosotros. Comenta San Juan Crisóstomo: «San Pedro les dice que la muerte de Cristo era consecuencia de la voluntad y decreto divinos. ¡Ved este incomprensible y profundo designio de Dios! No es uno, son todos los profetas a coro quienes habían anunciado este misterio. Pero, aunque los judíos habían sido, sin saberlo, la causa de la muerte de Jesús, esta muerte había sido determinada por la Sabiduría y la Voluntad de Dios, sirviéndose de la malicia de los judíos para el cumplimiento de sus designios. El Apóstol nos lo dice: “aunque los profetas hayan  predicho esta muerte y vosotros la hayáis hecho por ignorancia, no penséis estar enteramente excusados”. Pedro les dice en tono suave: “Arrepentíos y convertíos”. ¿Con qué objeto? “Para que sean borrados vuestros pecados. No sólo vuestro asesinato en el cual interviene la ignorancia, sino todas las manchas de vuestra alma”».
2. Este salmo es la oración de un "fiel", un hombre religioso de Israel consciente de ser amado por Dios. Tal es el sentido de la palabra "Hassid": el fiel, objeto de la Alianza Divina. Ahora bien, este hombre lleno de fe, no está preservado: su oración al comienzo es jadeante... Para decir que ora, se atreve a decir que "grita" hacia Dios. Su gran angustia, es estar literalmente sofocado por los paganos que lo rodean: este paganismo, este ambiente materialista, diríamos hoy, es atrayente, aun para un fiel. Recurre entonces a una antiquísima costumbre religiosa usada en muchas de las religiones antiguas: "pasará una noche en el Templo", haciéndose el "huésped de Dios", esperando el favor de un "sueño profético" en que Dios le hablará. De hecho, en el fondo de sí mismo, en su fe, escucha decir a Dios que la vida "sin Dios" es "nada", una "carrera hacia la mentira", una vida engañosa. La verdadera felicidad no está en la abundancia de bienes materiales, sino en "la intimidad con Dios": "alza sobre nosotros la lumbre de tu rostro... Diste a mi corazón más alegría que cuando abundan el trigo y el vino". Jesús afirmó a menudo que la verdadera felicidad, "lo único necesario", era la vida íntima con Dios. A Marta, que se atormentaba con los quehaceres del hogar, Jesús dio como ejemplo a María, "que lo escuchaba" tranquilamente sentada junto a El (Lc 10,42). Más que ningún fiel, Jesús vivió la felicidad de sentir sobre El "la iluminación del rostro del Padre". "El Padre no me abandona jamás", decía (Jn 8,16). Jesús vivió esta paz y esta confianza total en el Padre, hasta en su reposo en el sepulcro, esperando "en paz" la resurrección. "En paz me acuesto y me duermo, porque Tú me haces reposar confiadamente, Señor". Jesús hablaba de la muerte como una especie de "sueño". "Nuestro amigo Lázaro duerme, voy a despertarlo" (Jn 11,11). Finalmente la absoluta confianza en la oración, que testimonia este salmo ("El Señor me oye cuando lo invoco"), era igualmente la certeza de Jesús: "pedid y recibiréis... Golpead y se os abrirá" (Mt 7,7). Las numerosas correspondencias entre el salmo 4 y el evangelio, no son fortuitas; Jesús estaba realmente impregnado de esta oración. Los salmos, este salmo, era "su" oración. La oración de Jesús se prolonga en nosotros, cuando recitamos este salmo.
Ante la tremenda inquietud de nuestro tiempo, el salmo habla de un verdadero sueño reparador. La fórmula del salmista es pintoresca y de una elocuencia nada banal. "En paz me acuesto y me duermo"... ¡Hace de este equilibrio un signo de su "fe"! No está turbado, no está tenso, aun en medio de sus cuidados... Su secreto, es poner su confianza en Dios. Confiesa que se duerme tranquilo y que se despierta bien dispuesto, la mañana siguiente, pasada una buena noche: "me acuesto, me duermo, luego me despierto; el Señor me protege, no temo a los muchos millares que en derredor mío acampan contra mí" (Sl 3,6), cantaba el salmo anterior, casi con las mismas palabras. Jesús, era alguien que sabía dormir, aun en medio de las fuertes tempestades, y decía que Dios cuida del trigo que crece aun cuando el agricultor duerma (Mc 4,27). Oración de la tarde antes de acostarse. Este salmo es tradicionalmente utilizado como oración de Completas. Es una bella oración vespertina. Decir a Dios que El es nuestro "único necesario". Hacer "silencio" haciendo callar las preocupaciones. ("Yo os digo, no os inquietéis", decía Jesús: Lc 12,22). Promover en nosotros mismos los valores de "paz", de "tranquilidad", de "felicidad". Luego entregarnos al sueño confiando que la acción misteriosa de Dios continúa en nosotros mientras dormimos. Tener "confianza" en Dios (la palabra se repite dos veces en el salmo) y sepultarse en esta muerte aparente que es el sueño, con la certeza del "despertar". Reflexionad en lo secreto, haced silencio, no pequéis más. Al caer la tarde, es hora del balance, de la "revisión de vida". Han ocurrido quizá cosas desagradables o malas en esta jornada. Es el momento de "reflexionar" en ellas, y de "convertirse". Señor, rectifica en mí lo que no corresponde a tu amor. Perdona mis pecados (Noel Quesson).
3. 1 Jn 2, 1-5ª: Juan acaba de proclamar el poder purificador del sacrificio de Cristo (1 Jn 1, 7). Lo que ahora hace es enumerar las condiciones. Reducido a sí mismo, el hombre no puede realizar su proyecto de llegar hasta el más allá y hasta el misterio de las cosas: el "pecado" obstaculiza sus propósitos y le extravía continuamente por entre las tinieblas. Todos los hombres han experimentado ese pecado, en virtud del cual la satisfacción inmediata de un impulso egoísta u orgulloso da al traste con cualquier movimiento hacia lo absoluto o el misterio. Pero el hombre inventa por su cuenta sistemas religiosos en los que algunos ritos de ablución y de purificación devuelven al pecador su integridad y le permiten reanudar el diálogo con lo trascendente. La religión judía, cuando ya estaba degradada, podía aparecer tan solo como un sistema de este tipo. Existían además otros caminos: refugiarse en el pneumatismo más exagerado hasta el punto de negar su condición pecadora (cf. 1 Jn 1,8), hasta conseguir, en otras palabras, crearse la conciencia de no tener pecado. Es muy probable que Juan haga alusión a alguna de estas sectas pneumáticas. De todas formas, el hombre niega su pecado, o si lo reconoce, aplaca inmediatamente su ansiedad por medio de ritos que él mismo se inventa. El cristianismo propone una regla de conducta: reconocer su pecado y aceptar el ser aceptado por alguien en esa situación de pecado. Saberse pecador y aceptar el depender no de su orgullo, no de un rito tranquilizante, sino de alguien que pueda ayudar a encontrar un medio de superar el pecado. Aceptar el ser perdonado y vivir en ese estado nuevo. Eso es la confesión de los pecados. Ahora bien: después de la resurrección de Cristo tenemos un abogado cerca del Padre, capaz de solicitar el perdón de los pecados (v. 1), puesto que El mismo ha aceptado depender de alguien, su Padre, para vencer la muerte (v. 2). En realidad, confesar sus pecados no consiste tan solo en manifestar su pecado para ser liberado de él mediante un perdón ritual y abstracto, sino que, por el contrario, consiste en aceptarse a sí mismo como aceptado por quien, al morir, aceptó y transformó lo inaceptable. El pecado es, pues, una ocasión de comulgar con Dios por medio del llamamiento al perdón que pone en juego. Solo la pretensión de considerarse sin mancha priva de esa comunión, puesto que niega la intervención salvífica de Dios y hace incluso a Dios mentiroso en su pretensión de perdonar (1 Jn 1,10; Maertens-Frisque).
La nueva vida es irreconciliable con el pecado, lo mismo que la luz y las tinieblas (1, 6). Pero Juan tiene la triste experiencia de que el pecado llega también a introducirse en la comunidad cristiana. Por eso advierte a los cristianos para que no pequen. Si alguno tiene la desgracia de pecar, debe saber que no está sin abogado que interceda por él ante el Padre. Es Jesucristo, el justo que ha muerto por los injustos (1 Pe 3,18) y ha resucitado compareciendo en presencia del Padre como intercesor de todos nosotros. Juan advierte a unos para que no pequen y anima a otros para que no desesperen del perdón de Dios. Porque Jesús no sólo es la víctima de propiciación por nuestros pecados sino incluso por todos los pecados del mundo. Su pasión y muerte en la cruz es el sacrificio que, de una vez por todas y así para todas las veces, alcanza el perdón de los pecados. Por eso es un sacrificio de perenne vigencia y actualidad. Por eso es Jesucristo el "Salvador del mundo" (cfr. 4,14; Jn 3,17; 4,42, 1 Tm 2,4s). Contra las "frases" de los falsos maestros, Juan establece el único criterio válido para discernir entre el verdadero y el falso conocimiento de Dios. Sólo conoce a Dios el que hace lo que Dios manda. Pues conocer a Dios es para Juan siempre "reconocer" a Dios, esto es, tenerlo en consideración y aceptarlo prácticamente como el que es. Es una afirmación característica de Juan ésta de que sólo se conoce la verdad cuando se hace. En consecuencia, conocer a Dios es imposible sin cumplir los mandamientos de Dios (cfr. 3,22. 24; Jn 14,15.23; 15,10). Aplicando el criterio anterior a los falsos maestros que dicen y no practican, se descubre que son unos mentirosos. La "mentira" es para Juan una oposición, a ciencia y conciencia, a la verdad, y la Verdad es Cristo. Los que se oponen a la Verdad no la conocen, pues no está en ellos, sino contra ellos. Por más que digan que conocen a Cristo, a la Verdad, si no cumplen lo que Cristo dice, están ciegos y caminan en las tinieblas. Su pretensión es el peor de los pecados, es obstinación y ceguera, es tinieblas e incredulidad. Pues no hay ortodoxia sin ortopraxis, y nadie está en la verdad si no hace la verdad (“Eucaristía 1985”).
El contexto general de la carta es desenmascarar a unos herejes a los que llama anticristos 2, 19; pseudoprofetas 4, 1. Estos defendían falsas doctrinas sobre la persona de Cristo y sobre la redención. De su doctrina hacían aplicaciones morales contrarias a la enseñanza de los apóstoles. Negaban la posibilidad de pecar y defendían que no tenían necesidad de ser redimidos por la sangre de Cristo. No se sentían ligados a los mandamientos pero creían estar en comunión con Dios. No se preocupaban de su manera de actuar porque ninguna acción, del que está unido y en comunión con Dios, puede ser pecado. El autor afirma la posibilidad del pecado y contra los herejes enseña que la fe en Dios y la observancia de los mandamientos son dos realidades que no se pueden separar, que la realidad del pecado es cierta pero que en la vida del cristiano el perdón del pecado está siempre al alcance de todos. Su conclusión es que ni la afirmación de los herejes ni la facilidad del perdón han de dar una falsa seguridad. Dios perdona en virtud de la intercesión de Cristo que es víctima de propiciación por nuestros pecados. Hay que estar siempre en guardia contra el pecado para no ser excluido de la comunión con Dios pero se puede vivir en paz porque hay un intercesor ante el Padre en caso de pecar. El criterio para saber si el conocimiento que tienen de Dios es verdadero o falso es la observancia de los mandamientos. Cumplir la palabra (v. 5) puede ser una alusión a la Palabra=Cristo. Quien sigue a Cristo tiene el auténtico amor de Dios (Pere Franquesa). Como hoy, que hay quien propugna una imposibilidad de pecar porque Dios tiene misericordia, hay que decir que las dos cosas son compatibles: podemos pecar –pues tenemos libertad- y al mismo tiempo Dios es misericordioso y nos perdona si le abrimos el corazón. Así decía S. Agustín: “Hijos míos, os escribo estas cosas para que no pequéis. Pero quizá se cuela el pecado en la vida humana. ¿Qué hacer? ¿Dejar paso a la desesperación? Escucha: Si alguien peca -dice- tenemos un abogado ante el Padre, a Jesucristo el Justo; él es propiciador por nuestros pecados. Él es nuestro abogado. Pon empeño en no pecar; mas si la flaqueza de tu espíritu te indujo al pecado, ponte en guardia al instante, desapruébalo, condénalo enseguida; una vez que le hayas condenado, podrás acercarte seguro al juez. Allí tienes tu abogado; no temas perder la causa de tu confesión. Si a veces se confía el hombre en esta vida a una lengua elocuente, y así evita el perecer, ¿vas a perecer tú, si te confías a la Palabra? Grita: Tenemos un abogado ante el Padre.
Contemplad al mismo Juan revestido de humildad. No cabe duda de que era un hombre justo y excelso, que libaba los secretos de los misterios en el pecho del Señor; él, en efecto, es quien bebiendo del pecho del Señor, eructó la divinidad: En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba en Dios (Jn 1,1). Tan gran varón no dijo: «Tenéis un abogado ante el Padre», sino: Si alguien peca, tenemos un abogado. No dijo: «Tenéis», ni «me tenéis», ni «tenéis a Cristo», sino que presentó a Cristo, no a sí mismo; dijo: «Tenemos», no: «Tenéis». Prefirió contarse en el número de los pecadores para tener por abogado a Cristo, antes que constituirse personalmente como abogado en lugar de él y hallarse entre los soberbios merecedores de condenación. Hermanos, es a Jesucristo, el Justo, a quien tenemos por abogado ante el Padre; él es propiación por nuestros pecados. Quien retiene esto, no es hereje; quien lo defiende, no es cismático. ¿De dónde se originan los cismas? De decir los hombres: «Somos justos»; de afirmar: «Nosotros santificamos a los impuros, justificamos a los impíos, nosotros pedimos y nosotros alcanzamos lo pedido». Pero ¿qué dijo Juan? Si alguien peca, tenemos un abogado ante el Padre, a Jesucristo, el Justo.
Entonces dirá alguien: «¿Luego los santos no interceden por nosotros? ¿No piden por el pueblo los obispos y prelados? Atended a la Escritura y veréis que ellos mismos se encomiendan al pueblo. El Apóstol dice a los fieles: Orad unánimes, orad por mí (Col 4,3). Ora el pueblo por el Apóstol y ora el Apóstol por el pueblo. Rogamos por vosotros, hermanos; rogad vosotros por mí. Rueguen los miembros unos por otros, interceda por todos la Cabeza. Por lo tanto, no es de admirar lo que sigue, y que al mismo tiempo tapa la boca a los que dividen la Iglesia de Dios. El que dijo: Tenemos por abogado a Jesucristo, el Justo, que es propiciación por nuestros pecados puso su mirada en los que habían de apartarse de él y decir: He aquí al Cristo, hele aquí (Mt 24,23), con la intención de mostrar que quien compró el mundo entero y posee todo lo creado se halla sólo en una parte. Por eso añadió a continuación: No sólo por los nuestros sino por los de todo el mundo”.
Si realmente el Misterio Pascual ha prendido en nuestra vida, lo evidenciará nuestra renuncia real al pecado y nuestra fidelidad amorosa a la Voluntad divina. Tal vez uno de los textos más expresivos y valioso de la mediación e intercesión de Cristo ante el Padre como Supremo Pontífice de nuestra fe lo encontremos en los escritos de Santa Gertrudis: «Vio la santa que el Hijo de Dios decía ante el Padre: “¡Oh, Padre mío, único y coeterno y consustancial Hijo! Conozco en mi insondable Sabiduría toda la extensión de la flaqueza humana mucho mejor que esta misma criatura y que toda otra cualquiera. Por eso me compadezco de mil maneras de esa flaqueza. En mi deseo de remediarla, os ofrezco, santísimo Padre mío, la abstinencia de mi sagrada boca para reparar con ella las palabras inútiles que ha dicho esta elegida”...» [Y así va enumerando diversos ofrecimientos y reparación y sigue:] “Finalmente, ofrezco, Padre amantísimo a Vuestra Majestad mi deífico Corazón por todos los pecados que ella hubiere cometido”».
4. Lc 24,35-48: Los discípulos de Emaús vuelven presurosamente a Jerusalén para contar a todo el grupo lo que les ha sucedido en el camino y cómo conocieron a Jesús "en el partir el pan". Pero, antes de abrir la boca, los otros les dicen a coro: "El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Pedro" (v. 34; cfr. 1 Cor 15,5). Por fin les dejan hablar. Pero, súbitamente, unos y otros se quedan mudos ante la presencia del Señor, que les saluda: "Paz a vosotros". Juan nos dice que esta aparición ocurrió aquella misma tarde del domingo (20,19s). Aunque todos tenían noticias de la resurrección por el testimonio de Pedro y de los de Emaús, la presencia de Jesús les sorprende. Bajo la tremenda impresión de los acontecimientos del viernes, entre el miedo a los judíos y la esperanza alimentada con las primeras noticias de aquel domingo, estos hombres no acaban de creer a causa de la inmensa alegría lo que ven con sus propios ojos. Jesús les tranquiliza y les convence de que es verdad lo que están viendo y de que no se trata de ningún fantasma. No es posible comprender cómo un cuerpo glorificado -Pablo dice "espiritualizado" (1 Co 15,44), esto es, sometido a la acción del Espíritu que es la fuerza de Dios que opera la resurrección- pueda ingerir alimentos. De todas formas, el sentido de esta afirmación es que el Señor vive verdaderamente, y lo que los discípulos han visto no es una simple "visión". Los apóstoles sólo pueden ser testigos de Jesucristo si están plenamente convencidos de que él mismo y no otro es el que murió bajo Poncio Pilato y ahora vive para siempre. Jesús les convence de esta verdad y, además, les abre el sentido de las Escrituras para que comprendan que todo ha sucedido como había sido anunciado por los profetas. La vida de Jesús, su pasión y muerte, y todas las Escrituras deben ser interpretadas a la luz de la experiencia pascual. Ahora comprenden que su Maestro no ha sucumbido ante sus enemigos ni ante la misma muerte. Pues todo ha sucedido tal y como "tenía que suceder" para que se cumpliera la voluntad de Dios. La fe no puede evitar lo que "tiene que ser", pero puede siempre aceptar la realidad e interpretarla, sabiendo que de una u otra manera todo sucede para la salvación de los hombres y la gloria de Dios. Esto no es fatalismo, sino realismo cristiano, en el que la esperanza se hace resistencia allí donde todos los optimistas fracasan y todos los pesimistas abandonan. Pues también la muerte que "tiene que ser", puede ser aceptada con esperanza y ganada para la vida. La misión de Jesús ha terminado, pues todo ha sido cumplido. Ahora resta que los apóstoles anuncien a todo el mundo lo que han visto y oído. Resta que se predique en todas partes, comenzando por Jerusalén, que Dios salva a los hombres en Jesucristo y concede el perdón de los pecados.
S. Agustín comenta así este Evangelio: “Los discípulos pensaron lo mismo que hoy piensan los maniqueos y los priscilianistas, a saber: que Cristo el Señor no tenía carne verdadera, que era sólo un espíritu. Veamos si el Señor los dejó errar. Ved que el pensar eso es un perverso error, pues el médico se apresuró a curarlo y no lo quiso confirmar. Ellos, pues, creían estar viendo un espíritu; pero quien sabía lo dañinos que eran esos pensamientos, ¿qué les dijo para erradicarlos de sus corazones? ¿Por qué estáis turbados? ¿Por qué estáis turbados y suben esos pensamientos a vuestro corazón? Ved mis manos y mis pies; tocad y ved que un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo (Lc 24,38-39). Contra cualquier pensamiento dañino, venga de donde venga, agárrate a lo que has recibido; de lo contrario, estás perdido. Cristo, la Palabra verdadera, el Unigénito igual al Padre, tiene verdadera alma humana y verdadera carne, aunque sin pecado. Fue la carne la que murió, la que resucitó, la que colgó del madero, la que yació en el sepulcro y ahora está sentada en el cielo. Cristo el Señor quería convencer a sus discípulos de que lo que estaban viendo eran huesos y carne; tú, sin embargo, le llevas la contraria. ¿Es él quien miente y tú quien dice la verdad? ¿Eres tú quien edifica y él quien engaña? ¿Por qué quiso convencerme Cristo de esto, sino porque sabía lo que me es provechoso creer y lo que me perjudica no creer? Creedlo, pues, así; él es el esposo. Escuchemos también lo referente a la esposa, pues no sé quiénes, poniéndose también de parte de los adúlteros, quieren alejar a la verdadera y poner en su lugar a la extraña. Escuchemos lo referente a la esposa. Después que los discípulos hubieron tocado sus pies, manos, carne y huesos, el Señor añadió: ¿Tenéis algo que comer? (Lc 24,41). En efecto, la consumición del alimento era una prueba más de su verdadera humanidad. Lo recibió, lo comió y repartió de él. Y, cuando aún estaban temblorosos de miedo, les dijo: ¿No os decía estas cosas cuando estaba con vosotros? ¡Cómo! ¿No estaba ahora con ellos? ¿Qué significa: Cuando aún estaba con vosotros? Cuando era aún mortal como lo sois vosotros todavía. ¿Qué os decía? Que convenía que se cumpliese todo lo que está escrito de mí en la ley, los profetas y en los salmos. Entonces les abrió la inteligencia para que comprendiesen las Escrituras; y les dijo que convenía que Cristo padeciera y resucitase de entre los muertos al tercer día (Lc 24,44-45). Eliminad la carne verdadera, y dejará de existir verdadera pasión y verdadera resurrección. Aquí tienes al esposo: Convenía que Cristo padeciera y resucitase al tercer día de entre los muertos. Retén lo dicho sobre la Cabeza; escucha ahora lo referente al cuerpo. ¿Qué es lo que tenemos que mostrar ahora? Quienes hemos escuchado quién es el esposo, reconozcamos también a la esposa. Y que se predique la penitencia y el perdón de los pecados en su nombre. ¿Dónde? ¿A partir de dónde? ¿Hasta dónde? En todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Ved aquí la esposa; que nadie te venda fábulas; cese de ladrar desde un rincón la rabia de los herejes. La Iglesia está extendida por todo el orbe de la tierra; todos los pueblos poseen la Iglesia. Que nadie os engañe, ella es la auténtica, ella la católica. A Cristo no le hemos visto, pero sí a ella: creamos lo que se nos dice de él. Los apóstoles, por el contrario, le veían a él y creían lo referente a ella. Ellos veían una cosa y creían la otra; nosotros también, puesto que vemos una, creamos la otra. Ellos veían a Cristo y creían en la Iglesia que no veían; nosotros que vemos la Iglesia, creamos también en Cristo a quien no vemos y, agarrándonos a lo que vemos llegaremos a quien aún no vemos. Conociendo, pues, al esposo y a la esposa, reconozcámoslos en el acta de su matrimonio para que tan santas nupcias no sean objeto de litigio”.
Conocer a Jesús es guardar sus mandamientos: Conocer a Jesús, reconocerlo, saber quién es y aceptarlo como Señor que vive es cumplir sus mandamientos. Pues "el que dice: "yo lo conozco" y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso y la verdad no está en él". Es un falso testigo. Ni él mismo cree lo que dice. Pero el que cumple los mandamientos de Jesús, el que ama a todos los hombres como Jesús nos ha amado, hasta la muerte y muerte de cruz si es preciso, reconoce que Jesús de Nazaret ha resucitado y no es un muerto para él sino fuente de vida y de verdadera esperanza. Y esa fe, aunque siga siendo incomprensible para los que no la comparten, tiene sin embargo su eficacia y su sentido verificable en el mundo, no es "música celestial", sino motivo de asombro y una fuerza que levanta la pregunta allí donde se manifiesta: "Israelitas, ¿de qué os asombráis?". Por tanto, son las obras de los testigos las que hacen creíble su testimonio, aunque éste pueda interpretarse de muchas maneras y sólo sea correctamente comprendido por los que creen en él. La crisis de fe, la incapacidad para seguir escuchando lo que todavía no se comprende y lo que cierra el camino a la conversión del mundo, no es el misterio que anunciamos, sino que ese misterio no se muestre más poderoso en la transformación de nuestras vidas y en el servicio desinteresado a todos los hombres. Porque lo que el mundo necesita no son palabras sobre la vida o la esperanza, sino palabras de vida y para la vida, palabras vivificantes, palabras que hagan andar a los cojos, escuchar a los sordos, resucitar a los muertos (“Eucaristía 1982”).

viernes, 20 de abril de 2012


SÁBADO DE LA SEGUNDA SEMANA DE PASCUA: Jesús se muestra en las tempestades de la vida, para darnos su presencia y con ella fuerza y esperanza.

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 6,1-7: 1 En aquellos días, debido a que el grupo de los discípulos era muy grande, los creyentes de origen helenista murmuraron contra los de origen judío, porque sus viudas no eran bien atendidas en el suministro cotidiano. 2 Los Doce convocaron al grupo de los discípulos y les dijeron:
— No está bien que nosotros dejemos de anunciar la Palabra de Dios para dedicarnos al servicio de las mesas. 3 Por tanto, elegid de entre vosotros, hermanos, siete hombres de buena reputación, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, a los cuales encomendaremos este servicio 4 para que nosotros podamos dedicarnos a la oración y al ministerio de la Palabra.
5 La proposición agradó a todos, y eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y del Espíritu Santo, y a Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Parmenas y Nicolás, prosélito de Antioquía. 6 Los presentaron ante los apóstoles, y ellos, después de orar, les impusieron las manos.
7 La Palabra de Dios se extendía, el número de discípulos aumentaba mucho en Jerusalén e incluso muchos sacerdotes se adherían a la fe.

Salmo Responsorial: 32,1-2, 4-5, 18-19: 1 Justos, alabad al Señor, la alabanza es propia de los rectos; 2 dad gracias al Señor con la cítara, tocad en su honor con el arpa de diez cuerdas; 4 pues la palabra del Señor es eficaz, y sus obras demuestran su lealtad; 5 Él ama la justicia y el derecho, la tierra está llena del amor del Señor.  18 Pero el Señor se cuida de sus fieles, de los que confían en su misericordia, 19 para librarlos de la muerte y sostenerlos en tiempos de hambre.
"Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti."

Evangelio: Juan 6,16-21 (también se lee en el 5º domingo de Pascua (A)): 16 A la caída de la tarde, los discípulos bajaron al lago, 17 subieron a una barca y emprendieron la travesía hacia Cafarnaum. Era ya de noche y Jesús no había llegado. 18 De pronto se levantó un viento fuerte que alborotó el lago. 19 Habían avanzado unos cinco kilómetros cuando vieron a Jesús, que se acercaba a la barca caminando sobre el lago, y les entró mucho miedo. 20 Jesús les dijo:
- Soy yo. No tengáis miedo.
21 Entonces quisieron subirlo a bordo y, al instante, la barca tocó tierra en el lugar al que se dirigían.

Comentario: 1. Los recién llegados, los de una cultura nueva, se sentían cristianos de segunda clase respecto a los judíos «de origen». Son problemas humanos, que también vemos en la Iglesia: los “antiguos” y sus “privilegios”, ante la actitud que ha de ser siempre abierta y acogedora a los recién llegados. Tensiones que en diversas épocas pueden ser distintas, estar más a gusto con unos u otros, o de acuerdo.
a) -“No conviene que abandonemos la Palabra de Dios por servir a las mesas”. Había banquete, es una idea que sugiere regocijo, fiesta, comunión humana que termina con la comunión del mismo Cristo.
-“Buscad entre vosotros unos hermanos... y los pondremos al frente de este cargo. Mientras que nosotros nos dedicaremos a la oración y al servicio de la Palabra”. De este incidente humano, sale una nueva organización de la Iglesia. La Iglesia “inventa” este «ministerio» nuevo, porque hay de él necesidad; de la necesidad surgen cosas nuevas (Noel Quesson). Son siete los elegidos, un número que recuerda los 70 jueces que elige Moisés para que le ayuden a administrar justicia (Ex 18, 13-27; Nm 11, 16-17) o los 70 miembros del Sanedrín. La elección de los siete abre un nuevo apartado de los Hechos de los Apóstoles, en el que ocupan el primer plano cristianos procedentes de mundo griego. A partir de ahora, los cristianos se llamarán “discípulos” en los Hechos. Veremos, de entre los escogidos, destacar Esteban. Los Apóstoles dicen: «nosotros nos dedicaremos a la oración y al servicio de la Palabra». Es todo un programa de apostolado. Sin vida interior, sin oración, no es posible una verdadera evangelización. Así lo ve San Agustín: «Al hablar haga cuanto esté de su parte, para que se le escuche inteligentemente, con gusto y docilidad. Pero no dude de que, si logra algo y en la medida en que lo logre, es más por la piedad de sus oraciones que por sus dotes oratorias. Por tanto, orando por aquellos a quienes ha de hablar, sea antes varón de oración, que de peroración y cuando se acerque la hora de hablar, antes de comenzar a proferir palabras, eleve a Dios su alma sedienta, para derramar de lo que bebió y exhalar de lo que se llenó». Y también: «Si no arde el ministro de la Palabra, no enciende al que predica».
La primera comunidad de Jerusalén, al crecer, también conoció dificultades internas, además de las externas: problemas en la convivencia. La razonable descentralización y división de funciones entre los apóstoles y los diáconos surgió de la necesidad, de la vida: así las leyes surgen de la experiencia. Nos puede ayudar esta manera positiva de resolver problemas, cuando en nuestra comunidad, ya sea la familiar o eclesial o social, aparezcan problemas de convivencia y casos de discriminación, que pueden dar lugar a momentos de tensión y contestación entre unos y otros (hombres y mujeres, jóvenes y mayores, nativos y emigrantes). No pararse en lo que divide, y dedicarse a la expansión del Reino: «la Palabra de Dios iba cundiendo, y en Jerusalén crecía mucho el número de discípulos». La unidad fraterna es la que posibilita el trabajo misionero. El signo que más creíble hace lo que se predica, es la caridad: la caridad hacia dentro y hacia fuera. ¿Resolvemos en nuestra comunidad los problemas que van surgiendo con este espíritu de diálogo y sinceridad?; ¿no podría ser la falta de unidad interna la razón de la poca eficacia en nuestro apostolado hacia fuera? (J. Aldazábal).
2. –Jesús resucitado es signo manifiesto de que Dios quiere salvarnos de todo lo que es negativo en nuestra vida. Se nos exige una confianza absoluta en la misericordia del Señor. Así nos lo dice el Salmo 32: «Que la misericordia del Señor venga sobre nosotros, como lo esperamos de Él». Es un himno a la providencia de Dios: “dividido en 22 versículos, tantos cuantas letras hay en el alfabeto hebraico, es un canto de alabanza al Señor del universo y de la historia. Está impregnado de alegría desde sus primeras palabras: "Aclamad, justos, al Señor, que merece la alabanza de los buenos. Dad gracias al Señor con la cítara, tocad en su honor el arpa de diez cuerdas; cantadle un cántico nuevo, acompañando los vítores con bordones" (vv. 1-3). Por tanto, esta aclamación (tern'ah) va acompañada de música y es expresión de una voz interior de fe y esperanza, de felicidad y confianza. El cántico es "nuevo", no sólo porque renueva la certeza en la presencia divina dentro de la creación y de las situaciones humanas, sino también porque anticipa la alabanza perfecta que se entonará el día de la salvación definitiva, cuando el reino de Dios llegue a su realización gloriosa” (Juan Pablo II). Nuevo por la alegría y que las palabras sirvan para expresar lo que lleva el corazón (s. Agustín). "Habitualmente se llama "nuevo" a lo insólito o a lo que acaba de nacer. Si piensas en el modo de la encarnación del Señor, admirable y superior a cualquier imaginación, cantas necesariamente un cántico nuevo e insólito. Y si repasas con la mente la regeneración y la renovación de toda la humanidad, envejecida por el pecado, y anuncias los misterios de la resurrección, también entonces cantas un cántico nuevo e insólito" (San Basilio). Y sigue diciendo el Papa: “En resumidas cuentas, según san Basilio, la invitación del salmista, que dice: "Cantad al Señor un cántico nuevo", para los creyentes en Cristo significa: "Honrad a Dios, no según la costumbre antigua de la "letra", sino según la novedad del "espíritu". En efecto, quien no valora la Ley exteriormente, sino que reconoce su "espíritu", canta un "cántico nuevo"" (ib.)…
En el libro bíblico de los Proverbios se afirma sintéticamente: "Muchos proyectos hay en el corazón del hombre, pero sólo el plan de Dios se realiza" (Pr 19, 21). De modo semejante, el salmista nos recuerda que Dios, desde el cielo, su morada trascendente, sigue todos los itinerarios de la humanidad, incluso los insensatos y absurdos, e intuye todos los secretos del corazón humano.
"Dondequiera que vayas, hagas lo que hagas, tanto en las tinieblas como a la luz del día, el ojo de Dios te mira", comenta san Basilio. Feliz será el pueblo que, acogiendo la revelación divina, siga sus indicaciones de vida, avanzando por sus senderos en el camino de la historia. Al final sólo queda una cosa: "El plan del Señor subsiste por siempre; los proyectos de su corazón, de edad en edad" (Sal 32, 11)”.  
Es el señorío de Dios sobre la historia humana. Los ojos de Dios velan por los que le son fieles (v. 18); a su divino auxilio debemos la vida y la fidelidad y la misericordia divinas nos cuidan (vv. 4-5). "La humildad de los que sirven a Dios -explica también san Basilio- muestra que esperan en su misericordia. En efecto, quien no confía en sus grandes empresas, ni espera ser justificado por sus obras, tiene como única esperanza de salvación la misericordia de Dios". El Salmo concluye con una antífona que es también el final del conocido himno Te Deum: "Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti" (v. 22). “La gracia divina y la esperanza humana se encuentran y se abrazan. Más aún, la fidelidad amorosa de Dios (según el valor del vocablo hebraico original usado aquí, hésed), como un manto, nos envuelve, calienta y protege, ofreciéndonos serenidad y proporcionando un fundamento seguro a nuestra fe y a nuestra esperanza”.
3. Narra el Evangelio de la Misa que los Apóstoles navegaban hacia Cafarnaum cuando ya había oscurecido. El mar estaba agitado por el fuerte viento, y la barca estaba batida por las olas. La tradición ha visto en esta barca la imagen de la Iglesia, zarandeada a lo largo de los siglos por el oleaje de las persecuciones, de las herejías y de las infidelidades. Siempre, desde el principio sufrió contradicciones, y hoy como ayer se sigue combatiendo a la Iglesia. Eso nos hace sufrir, pero a la vez nos da una inmensa seguridad y una gran paz, que Cristo mismo esté dentro de la barca; vive para siempre en la Iglesia, y por eso, las puertas del infierno no prevalecerán contra Ella (Mateo 16, 18); durará hasta el final de los tiempos. No nos dejemos impresionar porque ha arreciado la tempestad contra nuestra Madre, porque perderíamos la paz, la serenidad y la visión sobrenatural. Cristo está siempre cerca de nosotros, de cada uno, y nos pide confianza.
La indefectibilidad de la Iglesia significa que ésta tiene carácter imperecedero, es decir, que durará hasta el fin del mundo, e igualmente que no habrá cambio sustancial en su doctrina, en su constitución o en su culto. La razón de la permanencia de la Iglesia está en su íntima unión con Cristo, que es su Cabeza y Señor. Después de subir a los cielos envió a los suyos el Espíritu Santo para que les enseñe toda la verdad (Juan 14, 16), y cuando les encargó predicar el Evangelio a todas las gentes, les aseguró que Él estaría siempre con ellos hasta el final del mundo (Mateo 28, 20). La fe nos atestigua que esta firmeza en su constitución y en su doctrina durará siempre, hasta que Él venga. Los ataques a la Iglesia, los malos ejemplos, los escándalos, nos llevarán a amarla más, a rezar por esas personas y a desagraviar. Permanezcamos siempre en comunión con Ella, fieles a su doctrina, unidos a sus sacramentos, y dóciles a la jerarquía.
Inmediatamente después de la multiplicación de los panes, san Juan nos trae este relato de una acción misteriosa de Jesús: alcanza a sus discípulos, a media noche, caminando sobre las aguas del lago en medio de las cuales ellos bregan contra la tempestad. En el momento de alcanzarlos, cuando ellos, asustados, quieren hacerlo subir a bordo, la barca toca tierra. Es uno de los llamados “milagros sobre la naturaleza”, diferentes de las curaciones y los exorcismos y mucho menos numerosos. Jesús acaba de manifestarse como el Profeta, como Moisés o Eliseo, que alimenta al pueblo en el desierto (Ex 16, 9-16; 2Re 4, 42-44), de forma generosa y milagrosa. Ahora, caminando sobre las aguas del lago, no puede ser otro que el Señor del universo, creador y ordenador de las fuerzas del mundo que, como tantas veces es descrito en el AT, domina las aguas del caos (Gn 1, 6-10), envía la lluvia a la tierra (Sal 65, 10-11), hace pasar a su pueblo, sin mojarse los pies, a través del Mar Rojo (Ex 14, 15-31). El mismo que se sienta por encima de la tormenta (Sal 29, 10) y cuyos caballos pisotean el océano sin dejar rastro de sus huellas (Sal 77, 17-20). Por eso la palabra de Jesús para calmar a sus discípulos es muy significativa: “Yo soy, no tengan miedo”. El “Yo soy” nos remite al nombre mismo de Dios tal y como lo reveló a Moisés al pie de la zarza (Ex 3, 13-14). Esto significa que los cristianos entre los cuales se formó y difundió inicialmente el evangelio de san Juan, afirmaban la divinidad de Jesucristo, parangonable a Dios, el Padre, partícipe de sus atributos. Y esto gracias a la fe en la resurrección por la cual Dios había exaltado a Jesús manifestándolo como su hijo muy amado.
Jesús llega inesperadamente caminando sobre las aguas, para auxiliar a los Apóstoles que se encontraban llenos de pavor, para robustecer su fe débil y para darles ánimos en medio de la tempestad. En nuestra vida personal no faltarán tempestades. Con el Señor, mediante la oración y los sacramentos, las tormentas interiores se tornan en ocasiones de crecer en fe, en esperanza, en caridad y fortaleza. Con el tiempo comprenderemos el sentido de estas dificultades. Siempre contaremos con la ayuda de nuestra Madre del Cielo, especialmente cuando lo pasamos mal. No dejemos de acudir a Ella” (Francisco Fernández Carvajal-Tere Correa).
b) "No tengáis miedo... Soy Yo". Juan Pablo II comentó mucho esta expresión del Señor: “Cristo dirigió muchas veces esta invitación a los hombres con que se encontraba. Esto dijo el Ángel a María: "No tengas miedo" (cfr. Lucas 1,30). Y esto mismo a José: "No tengas miedo" (cfr. Mateo 1,20). Cristo lo dijo a los Apóstoles, y a Pedro, en varias ocasiones, y especialmente después de su Resurrección, e insistía: "¡No tengáis miedo!"; se daba cuenta de que tenían miedo porque no estaban seguros de si Aquel que veían era el mismo Cristo que ellos habían conocido. Tuvieron miedo cuando fue apresado, y tuvieron aún más miedo cuando, Resucitado, se les apareció. Esas palabras pronunciadas por Cristo las repite la Iglesia. Y con la Iglesia las repite también el Papa. Lo ha hecho desde la primera homilía en la plaza de San Pedro: "¡No tengáis miedo!" No son palabras dichas porque sí, están profundamente enraizadas en el Evangelio; son, sencillamente, las palabras del mismo Cristo.
¿De qué no debemos tener miedo? No debemos temer a la verdad de nosotros mismos. Pedro tuvo conciencia de ella, un día, con especial viveza, y dijo a Jesús: "¡Apártate de mí, Señor, que soy un hombre pecador!" (Lucas 5,8). Pienso que no fue sólo Pedro quien tuvo conciencia de esta verdad. Todo hombre la advierte. La advierte todo Sucesor de Pedro. La advierte de modo particularmente claro el que, ahora, le está respondiendo. Todos nosotros le estamos agradecidos a Pedro por lo que dijo aquel día: "¡Apártate de mí, Señor, que soy un hombre pecador!" Cristo le respondió: "No temas; desde ahora serás pescador de hombres" (Lucas 5,10). ¡No tengas miedo de los hombres! El hombre es siempre igual; los sistemas que crea son siempre imperfectos, y tanto más imperfectos cuanto más seguro está de sí mismo. ¿Y esto de dónde proviene? Esto viene del corazón del hombre, nuestro corazón está inquieto; Cristo mismo conoce mejor que nadie su angustia, porque "Él sabe lo que hay dentro de cada hombre" (cfr. Juan 2,25)”. Así lo decía también en el último encuentro de los jóvenes: “¡Queridos jóvenes! Cada vez más me doy más cuenta de cómo fue providencial y profético el que este día, Domingo de Ramos y de la Pasión del Señor, se convirtiera en vuestra jornada. Esta fiesta contiene una gracia especial, la de la alegría unida a la Cruz, sintetiza el misterio cristiano. Os digo hoy: continuad sin cansaros el camino emprendido el camino emprendido para ser por doquier testigos de la Cruz gloriosa de Cristo. ¡No tengáis miedo! Que la alegría del Señor, crucificado y resucitado, sea vuestra fuerza, y que María Santísima esté siempre a vuestro lado”.
¡Qué poca fe la nuestra cuando dudamos porque arrecia la tempestad! Nos dejamos impresionar demasiado por las circunstancias: enfermedad, trabajo, reveses de fortuna, contradicciones del ambiente. Olvidamos que Jesucristo es, siempre, nuestra seguridad. Debemos aumentar nuestra confianza en Él y poner los medios humanos que están a nuestro alcance. Jesús no se olvida de nosotros: “nunca falló a sus amigos” (Santa Teresa). Dios nunca llega tarde para socorrer a sus hijos; siempre llega, aunque sea de modo misterioso y oculto, en el momento oportuno. La plena confianza en Dios, da al cristiano una singular fortaleza y una especial serenidad en todas las circunstancias. “Si no le dejas, Él no te dejará” (J. Escrivà). Y nosotros le decimos que no queremos dejarle. “ Cuando imaginamos que todos se hunde ante nuestros ojos, no se hunde nada, porque Tú eres, Señor, mi fortaleza (Salmos 42, 2). Si Dios habita en nuestra alma, todo lo demás, por importante que parezca, es accidental, transitorio. En cambio, nosotros, en Dios, somos lo permanente” (Id.) Esta es la medicina para barrer, de nuestras vidas, miedos, tensiones y ansiedades. En toda nuestra vida, en lo humano y en lo sobrenatural, nuestro “descanso”, nuestra seguridad, no tiene otro fundamento firme que nuestra filiación divina. Esta realidad es tan profunda que afecta al mismo hombre, hasta tal punto de que Santo Tomás afirma que por ella el hombre es constituido en un nuevo ser. Dios es un Padre que está pendiente de cada uno de nosotros y ha puesto un Ángel para que nos guarde en todos los caminos. En la tribulación acudamos siempre al Sagrario, y no perderemos la serenidad. Nuestra Madre nos enseñará a comportarnos como hijos de Dios; también en las circunstancias más adversas.
“Soy yo, no tengáis miedo”, hemos de sentir esa palabra de Jesús que nos da confianza. “¿Quién no ha pasado por una situación idéntica? Se ha cerrado la noche, el viento nos es contrario, el mar de la vida se encrespa y todo parecen ser dificultades, y cuando aparece el fantasma resulta que el susto se transforma en el encuentro esperado, que nos descubre que todo está en su sitio, y que ya llegamos a la meta de la que nos parecía estar tan lejos... Situaciones de noche cerrada y mar contrario… El ser humano es un ser que no puede caminar por la vida a la fuerza, contra el viento y contra el mar, en noche cerrada... Eso sólo en algunos momentos. No se puede convivir con los fantasmas de la noche... Confianza en la vida, en la gente, en sí mismo (autoestima) y también en Él, el único fantasma que nos puede decir insinuantemente: «Soy yo»... Cuando el sinsentido, la mala suerte, el absurdo, o la culpa nos cierran el paso y nos parece estar perdidos, como aquellos discípulos, es bueno descubrir que tras esos fantasmas muchas veces es Dios mismo quien nos prueba, y quien llegado el momento nos mira con amor y nos dice «Soy yo, no temas» (Juan Mateos-Jesús Peláez; “Diario Bíblico”).
c) Esta noche fatídica del pánico por la mar encrespada y, además, por la visión de Jesús que se les acerca caminando sobre las aguas, es motivo para pensar en nuestros miedos y oír las palabras tranquilizadoras: «soy yo, no temáis». Como en el caso de las pescas milagrosas, cuando no está Jesús con ellos, es inútil su esfuerzo y no tienen paz. Cuando se acerca Jesús, vuelve la calma y el trabajo resulta plenamente eficaz. Cuando se hace de noche en todos los sentidos, cuando arrecia el viento contrario y se encrespan los acontecimientos, cuando se nos junta todo en contra y perdemos los ánimos y a Jesús no lo tenemos a bordo -porque estamos nosotros distraídos o porque Él nos esconde su presencia- no es extraño que perdamos la paz y el rumbo de la travesía. Si a pesar de todo, supiéramos reconocer la cercanía del Señor en nuestra historia, sea pacífica o turbulenta, nos resultaría bastante más fácil mantener o recobrar la calma. Cada vez que celebramos la Eucaristía, el Resucitado se nos hace presente en la comunidad reunida, se nos da como Palabra salvadora, y -lo que es el colmo de la cercanía y de la donación- Él mismo se nos da como alimento para nuestro camino. Es verdad que su presencia es siempre misteriosa, inaferrable, como para los discípulos de entonces. Pero por la fe tenemos que saber oír la frase que tantas veces se repite con sus variaciones en la Biblia: «soy yo, no temáis». Llegaríamos a la playa con tranquilidad, y de cada Misa sacaríamos ánimos y convicción para el resto de la jornada, porque el Señor nos acompaña, aunque no le veamos con los ojos humanos (J. Aldazábal).
d) «Tú has querido hacernos hijos tuyos: míranos siempre con amor de padre”, para que “alcancemos la libertad verdadera y la herencia eterna» (oración), y «que esta Eucaristía nos haga progresar en el amor» (comunión), en medio de la oscuridad de la noche: "En el mar trazaste tu camino, tu paso en las aguas profundas, y nadie pudo reconocer tus huellas" (Sal 77, 20). El mar, símbolo de las potencias malignas, es vencido por Jesús, como fue vencido antes por Dios en la creación (Is 51, 9s), en el éxodo (Ex 14-15), en el combate escatológico (Dan 7, 2-7; León-Dufour). Él nos hará llegar rápida y seguramente al puerto” (“Diario Bíblico”). Este es el motivo de los milagros que Jesús realiza, afianzar nuestra fe: «Mas Jesús llevaba, por los milagros que hacía, a los que contemplaban aquel hermoso espectáculo a que mejorasen en sus costumbres. ¿Cómo no pensar entonces en que se ofrecía a sí mismo como ejemplo de la vida más santa, no sólo ante sus auténticos discípulos, sino también ante los otros? Ante sus discípulos, para moverlos a enseñar a los hombres conforme a la voluntad de Dios; ante los otros, para que enseñados a la par por la doctrina, vida y  milagros cómo habían de vivir, todo lo hicieran con intención de agradar a Dios sumo» (Orígenes). “El miedo llamó a mi puerta; / la fe fue a abrir / y no había nadie” (Juan Carlos Martos). “Jesús no es un fantasma, ni la figura de un Dios que venga a causarnos terror. Él es el Dios que se hace cercanía a nosotros siempre; y en los momentos más difíciles de nuestra vida no podemos espantarnos pensando que el Señor se nos ha acercado para castigarnos a causa de nuestros pecados. Dios se acerca constantemente a nosotros, especialmente, de un modo culminante, en la Eucaristía. Su paz es nuestra paz; ojalá no perdamos la paz a causa de volver a desviar nuestros caminos de Él. El Señor nos alimenta con su Palabra y con su Pan de Vida eterna. Nosotros nos alegramos porque, a pesar de que muchas veces vivimos lejos de Él, ahora nos recibe en su casa para perdonarnos y para sentarnos a su mesa. Pero el Señor al llenarnos de su Vida y al hacernos partícipes de su salvación, nos quiere comprometidos con nuestro mundo para manifestarle el rostro amoroso de Dios, que se acerca para socorrer a los necesitados y para remediar los males de los que sufren. Por eso nuestra Eucaristía se convierte para nosotros en un auténtico compromiso que nos ha de llevar a cumplir con la misma Misión que el Padre Dios encomendó a su Hijo y que el Hijo nos encomendó a nosotros. También nosotros hemos de llevar esta presencia. Nosotros, por voluntad de Dios, hemos de ser la cercanía amorosa de Dios para nuestro prójimo (www.homiliacatolica.com).

jueves, 19 de abril de 2012

VIERNES DE LA SEGUNDA SEMANA DE PASCUA: la Eucaristía, fortaleza para ser testimonios de la verdad, da alas para amar

Hechos de los apóstoles 5, 34-42: Entonces levantándose en el concilio un Fariseo llamado Gamaliel, doctor de la ley, venerable á todo el pueblo, mandó que sacasen fuera un poco á los apóstoles. 35 Y les dijo: Varones Israelitas, mirad por vosotros acerca de estos hombres en lo que habéis de hacer. 36 Porque antes de estos días se levantó Teudas, diciendo que era alguien; al que se agregó un número de hombres como cuatrocientos: el cual fué matado; y todos los que le creyeron fueron dispersos, y reducidos á nada. 37 Después de éste, se levantó Judas el Galileo en los días del empadronamiento, y llevó mucho pueblo tras sí. Pereció también aquél; y todos los que consintieron con Él, fueron derramados. 38 Y ahora os digo: Dejaos de estos hombres, y dejadlos; porque si este consejo ó esta obra es de los hombres, se desvanecerá: 39 Mas si es de Dios, no la podréis deshacer; no seáis tal vez hallados resistiendo á Dios. 40 Y convinieron con Él: y llamando á los apóstoles, después de azotados, les intimaron que no hablasen en el nombre de Jesús, y soltáronlos. 41 Y ellos partieron de delante del concilio, gozosos de que fuesen tenidos por dignos de padecer afrenta por el Nombre. 42 Y todos los días, en el templo y por las casas, no cesaban de enseñar y predicar á Jesucristo.

Samo 27, 1.4.13-14: el Altísimo es mi luz y mi salvación: ¿de quién temeré? el Altísimo es la fortaleza de mi vida: ¿de quién he de atemorizarme? 4 Una cosa he demandado á el Altísimo, ésta buscaré: Que esté yo en la casa del Altísimo todos los días de mi vida, Para contemplar la hermosura del Altísimo, y para inquirir en su templo. 13 Hubiera yo desmayado, si no creyese que tengo de ver la bondad del Altísimo En la tierra de los vivientes. 14 Aguarda á el Altísimo; Esfuérzate, y aliéntese tu corazón: Sí, espera á el Altísimo.

Evangelio según san Juan 6,1-15 (también se lee el domingo 17 (B)): En aquel tiempo, se fue Jesús a la otra ribera del mar de Galilea, el de Tiberíades, y mucha gente le seguía porque veían las señales que realizaba en los enfermos. Subió Jesús al monte y se sentó allí en compañía de sus discípulos. Estaba próxima la Pascua, la fiesta de los judíos. Al levantar Jesús los ojos y ver que venía hacia Él mucha gente, dice a Felipe: «¿Dónde vamos a comprar panes para que coman éstos?». Se lo decía para probarle, porque Él sabía lo que iba a hacer. Felipe le contestó: «Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno tome un poco». Le dice uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro: «Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es eso para tantos?».
Dijo Jesús: «Haced que se recueste la gente». Había en el lugar mucha hierba. Se recostaron, pues, los hombres en número de unos cinco mil. Tomó entonces Jesús los panes y, después de dar gracias, los repartió entre los que estaban recostados y lo mismo los peces, todo lo que quisieron. Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: «Recoged los trozos sobrantes para que nada se pierda». Los recogieron, pues, y llenaron doce canastos con los trozos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido. Al ver la gente la señal que había realizado, decía: «Éste es verdaderamente el profeta que iba a venir al mundo». Dándose cuenta Jesús de que intentaban venir a tomarle por la fuerza para hacerle rey, huyó de nuevo al monte Él solo.

Comentario: 1. Fariseo de tendencia liberal, Gamaliel fue el profesor de Pablo de Tarso (cf. Hch 22,3). Cuando fueron detenidos los apóstoles, sugirió al tribunal que dejara que las cosas siguieran su curso. Según él, si el movimiento cristiano venía de Dios, los hombres no podrían nada contra él; si, por el contrario, venía de los hombres, desaparecería por sí mismo.
a) La historia de Teudas y Judas son recogidas por Flavio Josefa (Antiquitates iud. 18,4-10;20,169-172), parece que fueron revueltas de tiempos del nacimiento de Jesús. Sagacidad y cálculo es la base del procedimiento de los miembros del Sanedrín. Mandan azotar a los apóstoles, como lo fueron Jeremías, y Elías y otros muchos amenazados; el efecto causado en los apóstoles no es de retraimiento sino de alegría por haber sufrido a causa de Jesús, y por ello se dedican a la predicación con ardor, inmediatamente, según las palabras que recogerá Mateo de la boca de Jesús: “bienaventurados seréis cuando os injurien…” (5,11-12).
b) Gamaliel nos da una lección de coherencia, de honradez, de no dejarse llevar por la moda. Cuando es difícil ejercer lúcidamente un discernimiento, vemos gente que se pone del lado de la Iglesia por motivos de sinceridad, de buscar la verdad aunque no compartan la doctrina. Gamaliel recuerda a los senadores judíos que esas insurrecciones acabaron en nada: sus jefes fueron muertos violentamente y sus seguidores dispersados. Les aconseja entonces que no den mucha importancia al naciente movimiento de los apóstoles: si es de los hombres se disolverá por sí mismo. Si es de Dios nada podrán contra ellos. Hombres como él están muy cerca del Reino de Dios, son los que llamamos “hombres de buena voluntad” que, sin saberlo, encarnan muchos de los valores y de las virtudes evangélicas (“Diario Bíblico”), esa familia inaugurada por Jesús, aunque algunos no lo sepan, como recordamos en la Entrada: «Con tu sangre, Señor, has comprado para Dios hombres de toda tribu, lengua, pueblo y nación; has hecho de ellos una dinastía sacerdotal que sirva a Dios. Aleluya» (Apoc 5,9-10), y esta familia tiene una tierra, que es la que nos promete la esperanza, que recordamos en la Colecta: «Oh Dios, que, para librarnos del poder del enemigo, quisiste que tu Hijo muriera en la Cruz; concédenos alcanzar la gracia de la resurrección». Supone vivir con los pies en la tierra pero sin valorar lo material más que lo que es para siempre, como pedimos en el Ofertorio: «Acoge, Señor, con bondad las ofrendas de tu pueblo, para que, bajo tu protección, no pierda ninguno de tus bienes y descubra los que permanecen para siempre».
c) es de destacar la alegría de los Apóstoles por padecer por Cristo, como recuerda Juan Pablo II: «La alegría cristiana es una realidad que no se puede describir fácilmente, porque es espiritual y también forma parte del misterio. Quien verdaderamente cree que Jesús es el Verbo Encarnado, el Redentor del hombre, no puede menos de experimentar en lo íntimo un sentido de alegría inmensa, que es consuelo, paz, abandono, resignación, gozo... ¡No apaguéis esa alegría que nace de la fe en Cristo crucificado y resucitado! ¡Testimoniad vuestra alegría! ¡Habituaros a gozar de esta alegría!»
2. Esta alegría es la que proclamamos con el Salmo 26: «El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la Casa del Señor por los días de mi vida; gozar de la dulzura del Señor contemplando su Templo. Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida. Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor», pues como recordamos en la Comunión, «Cristo nuestro Señor fue entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación. Aleluya» (Rom 4,25), y pedimos en la Postcomunión: «Dios todopoderoso, no ceses de proteger con amor a los que has salvado, para que así, quienes hemos sido redimidos por la Pasión de tu Hijo, podamos alegrarnos en su resurrección».
Querer vivir en la casa del Señor puede ser el mejor de los deseos. La confianza absoluta en Dios tiene una referencia completa en Jesús, luz del mundo que ilumina el camino (cf. Jn 8,12; 1,9) que se ha encendido plenamente en su resurrección; este es el sentido de “tierra de los vivos” (v. 13) pues el cielo es donde está el Santuario (v. 4; Ap 7,15-16).
Juan Pablo II comentaba así este Salmo, que tiene como telón de fondo el templo de Sión, sede del culto de Israel. “De hecho, el salmista habla explícitamente de la «casa del Señor», del «templo» (versículo 4)… En el original hebreo, estos términos indican más precisamente el «tabernáculo» y la «tienda», es decir, el corazón mismo del templo, en el que el Señor se revela con su presencia y palabra”. El Salmo está imbuido de un ambiente de gran serenidad, basada en la confianza en Dios. Ante las dificultades, no está el hombre solo y su corazón mantiene una paz interior sorprendente, pues -como dice la espléndida «antífona» de apertura del Salmo- «El Señor es mi luz y mi salvación». Parece ser un eco de las palabras de san Pablo que proclaman: «Si Dios está por nosotros ¿quién contra nosotros? » (Romanos 8, 31)… «habitaré en la casa del Señor por años sin término». Entonces podrá «gozar de la dulzura del Señor» (Salmo 26, 4). El monje Isaías lo aplica a la oración en la tentación: «Si vemos que los enemigos nos rodean con su astucia, es decir, con la acidia, debilitando nuestra alma en el placer, ya sea porque no contenemos nuestra cólera contra el prójimo cuando actúa contra su deber, o si tientan nuestros ojos con la concupiscencia, o si quieren llevarnos a experimentar los placeres de gula, si hacen que para nosotros la palabra del prójimo sean como el veneno, si nos hacen devaluar la palabra de los demás, si nos inducen a diferenciar a los hermanos diciendo: "Este es bueno, este es malo", si nos rodean de este modo, no nos desalentemos, más bien, gritemos como David con corazón firme diciendo: "El Señor es la defensa de mi vida" (v.1)». Es bellísimo el llamamiento que se dirige a sí mismo al final el salmista: «Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor» (versículo 14; Cf. Salmo 41,6.12 y 42,5). También en otros Salmos estaba viva la certeza de que del Señor se obtiene fortaleza y esperanza: «a los fieles protege el Señor... ¡Valor, que vuestro corazón se afirme, vosotros todos que esperáis en el Señor!» (Salmo 30, 24-25). El profeta Oseas exhortaba así a Israel: «espera en tu Dios siempre» (Oseas 12, 7). En varias ocasiones el Salmo reclama: «Buscad mi rostro. Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro» (versículos 8-9). “El rostro de Dios es, por tanto, la meta de la búsqueda espiritual del orante. Al final emerge una certeza indiscutible, la de poder «gozar de la dicha del Señor» (v. 13).
En el lenguaje de los salmos, «buscar el rostro del Señor» es con frecuencia sinónimo de la entrada en el templo para celebrar y experimentar la comunión con el Dios de Sión. Pero la expresión comprende también la exigencia mística de la intimidad divina a través de la oración. En la liturgia, por tanto, y en la oración personal, se nos concede la gracia de intuir ese rostro que nunca podremos ver directamente durante nuestra existencia terrena (cf. Ex 33,20). Pero Cristo nos ha revelado, de manea accesible, el rostro divino y ha prometido que en el encuentro definitivo de la eternidad -como nos recuerda san Juan- «le veremos tal cual es» (1 Juan 3, 2). Y san Pablo añade: «Entonces veremos cara a cara» (1 Corintios 13, 12)”. Orígenes, escribe: «Si un hombre busca el rostro del Señor, verá la gloria del Señor de manera desvelada y, al hacerse igual que los ángeles, verá siempre el rostro del Padre que está en los cielos» (PG 12, 1281). Y san Agustín, en su comentario a los Salmos, continúa de este modo la oración del salmista: «No he buscado en ti algún premio que esté fuera de ti, sino tu rostro. "Tu rostro buscaré, Señor". Con perseverancia insistiré en esta búsqueda; no buscaré otra cosa insignificante, sino tu rostro, Señor, para amarte gratuitamente, ya que no encuentro nada más valioso... "No te alejes airado de tu siervo" para que buscándote no me encuentre con otra cosa. ¿Qué pena puede ser más dura que ésta para quien ama y busca la verdad de tu rostro?
Pero ese buscar el rostro del Señor, querer encontrar refugio, consuelo y apoyo en el Señor no puede convertirse para nosotros en un signo de huida del mundo y del cumplimiento de nuestros compromisos temporales. No nos importa tanto el templo, sino el saber que al llegar a él nos vamos a reunir con aquellos con quienes disfrutamos de la misma fe, con quienes tenemos las mismas aspiraciones para darle un nuevo rumbo a nuestra historia. Ahí nos sentiremos fortalecidos por Dios y por los hermanos. Ahí encontraremos fuerzas para seguir luchando por el Reino de Dios y su justicia. Busquemos al Señor para orar, para escuchar su Palabra y para vivir totalmente comprometidos en el trabajo a favor de su Reino entre nosotros.
3. “Empezamos hoy la lectura del famoso capítulo 6 de san Juan: es una verdadera síntesis teológica sobre la eucaristía y sobre la fe. Según un procedimiento de composición, habitual en san Juan, tendremos el relato de dos milagros, luego un largo discurso de Jesús que expresa y prolonga la significación de estos dos "signos" prodigiosos. La lectura de este conjunto abarcará toda la próxima semana. 1) Multiplicación de los panes. 2) Marcha sobre las aguas. 3) Discurso sobre el Pan de Vida. La alusión explícita a la proximidad de la Pascua... y, como enseguida veremos, la fórmula de bendición de los panes (eucaristasas en griego) que es exactamente la utilizada durante la Cena-comida pascual... prueban que san Juan pensaba ciertamente en la Eucaristía. No olvidemos, además, que cuando Juan escribió este relato, la Iglesia tenía ya una práctica de al menos unos 40 o 50 años de celebraciones eucarísticas.
-“Levantando pues los ojos, y contemplando la gran muchedumbre que venía a El, dijo a Felipe: "¿Dónde compraremos pan para dar de comer a estos?"” Dios es amor, dirá san Juan en su primera Epístola. Jesús es amor, nos revela a Dios. Jesús ve las necesidades de los hombres. Jesús se preocupa de la felicidad de los hombres. Jesús tiene presente la vida de los hombres. Su milagro de la multiplicación de los panes, como su sacramento de eucaristía... son gestos de amor. ¡Me paro a escuchar tu voz, Jesús! Eres Tú quien nos interroga, quien nos provoca. Eres Tú, Señor, quien nos pide saber mirar el hambre de los hombres, y sus necesidades aun las más prosaicas... "para que tengan de qué comer" Tú dices... ¡simplemente de qué comer! Y nosotros que tan a menudo soñamos en un Dios lejano, en las nubes. Eres Tú que nos conduces a nuestra vida humana cotidiana. Amar... ¡ahí está! es un humilde servicio cotidiano.
-“Hay aquí un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es esto para tanta gente?” Ante los grandes problemas humanos -el Hambre, la Paz, la Justicia- repetimos constantemente la misma respuesta: "¿qué podemos hacer nosotros? esto nos rebasa." Retengo la inmensa desproporción: 5 panes... 2 peces... 5.000 hombres.
-“Jesús tomó los panes, y, habiendo "eucaristiado" -habiendo "dado gracias"- se los distribuyó”. Dar Gracias. Agradecer a Dios. Tal es el sentimiento de Jesús en este instante. Piensa en otra multiplicación de "panes". Piensa en el inaudito misterio de la comida pascual que ofrecerá a los hombres de todos los tiempos. No descuida el "hambre corporal", pero piensa sobre todo en el "hambre de Dios" que es de tal modo más grave aún para los hombres.
-"Verdaderamente éste es el gran profeta, que ha de venir al mundo." Pero Jesús conociendo que iban a venir para arrebatarle y hacerle rey se retiró otra vez al monte El solo. Jesús no quiere dejar creer que El trabaja para un reino terrestre. Su proyecto no es político, incluso si tiene incidencias humanas profundas. Jesús no entra directamente en el proyecto de "liberación" cívica en el que sus contemporáneos quisieran arrastrarle. Esto será por otra parte la gran decepción de estas gentes, que le abandonarán todos. Jesús piensa que su proyecto es otro: su gran discurso sobre el "pan de la vida eterna" nos revelará ese "proyecto"” (Noel Quesson).
b) “En un mundo también ahora desconcertado y hambriento, Cristo Jesús nos invita a la continuada multiplicación de su Pan, que es él mismo, su Cuerpo y su Sangre. También ahora la Eucaristía se puede entender como relacionada a los dones humanos y limitados, pero dones al fin, que podemos aportar nosotros. Los cinco panes y dos peces del joven pueden compararse a los deseos de justicia y de paz por parte de la humanidad, el amor ecologista a la naturaleza, la igualdad apetecida entre hombres y mujeres, y entre razas y razas, los progresos de la ciencia: Jesús multiplica esos panes y se nos da él mismo como el alimento vital y la respuesta a las mejores aspiraciones de la humanidad. Nosotros, los que podemos gozar de la Eucaristía diaria, apreciamos más todavía el don de Cristo que se nos da como Palabra iluminadora y como Pan de vida (J. Aldazábal).
Quiero comentar brevemente aquella frase: «Se lo decía para probarle, porque Él sabía lo que iba a hacer». Hoy leemos el Evangelio de la multiplicación de los panes: «Tomó entonces Jesús los panes y, después de dar gracias, los repartió entre los que estaban recostados y lo mismo los peces, todo lo que quisieron» (Jn 6,11). El agobio de los Apóstoles ante tanta gente hambrienta nos hace pensar en una multitud actual, no hambrienta, sino peor aún: alejada de Dios, con una "anorexia espiritual", que impide participar de la Pascua y conocer a Jesús. No sabemos cómo llegar a tanta gente... Aletea en la lectura de hoy un mensaje de esperanza: no importa la falta de medios, sino los recursos sobrenaturales; no seamos "realistas", sino "confiados" en Dios. Así, cuando Jesús pregunta a Felipe dónde podían comprar pan para todos, en realidad «se lo decía para probarle, porque Él sabía lo que iba a hacer» (Jn 6,5-6). El Señor espera que confiemos en Él.
Al contemplar esos "signos de los tiempos", no queremos pasividad (pereza, languidez por falta de lucha...), sino esperanza: el Señor, para hacer el milagro, quiere la dedicación de los Apóstoles y la generosidad del joven que entrega unos panes y peces. Jesús aumenta nuestra fe, obediencia y audacia, aunque no veamos enseguida el fruto del trabajo, como el campesino no ve despuntar el tallo después de la siembra. «Fe, pues, sin permitir que nos domine el desaliento; sin pararnos en cálculos meramente humanos. Para superar los obstáculos, hay que empezar trabajando, metiéndonos de lleno en la tarea, de manera que el mismo esfuerzo nos lleve a abrir nuevas veredas» (San Josemaría), que aparecerán de modo insospechado.
No esperemos el momento ideal para poner lo que esté de nuestra parte: ¡cuanto antes!, pues Jesús nos espera para hacer el milagro. «Las dificultades que presenta el panorama mundial en este comienzo del nuevo milenio nos inducen a pensar que sólo una intervención de lo alto puede hacer esperar un futuro menos oscuro», escribió Juan Pablo II. Acompañemos, pues, con el Rosario a la Virgen, pues su intercesión se ha hecho notar en tantos momentos delicados por los que ha surcado la historia de la Humanidad.
Llucià Pou Sabaté

miércoles, 18 de abril de 2012

JUEVES DE LA SEGUNDA SEMANA DE PASCUA: la vida nueva lleva a obedecer a Dios en lo profundo de nuestra conciencia.

1ª Lectura, Hch 5,27-33 (también se lee en el 3º domingo (C)): 27 Los trajeron y los presentaron al tribunal supremo. El sumo sacerdote les preguntó: 28 «¿No os ordenamos solemnemente que no enseñaseis en nombre de ése? Y, sin embargo, habéis llenado Jerusalén de vuestra doctrina y queréis hacernos responsables de la sangre de este hombre». 29 Pedro y los apóstoles respondieron: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. 30 El Dios de nuestros padres ha resucitado a Jesús, a quien vosotros matasteis colgándolo de un madero. 31 Dios lo ha ensalzado con su diestra como jefe y salvador para dar a Israel el arrepentimiento y el perdón de los pecados. 32 Nosotros somos testigos de estas cosas, como lo es también el Espíritu Santo que Dios ha dado a los que lo obedecen». 33 Ellos, enfurecidos con estas palabras, querían matarlos.

Salmo Responsorial, 34,2.9.17-20: 2 Bendeciré al Señor a todas horas, su alabanza estará siempre en mi boca; 9 Gustad y ved qué bueno es el Señor, dichoso el hombre que se refugia en Él. 17 El Señor se enfrenta con los criminales para borrar su memoria de la tierra. 18 Ellos gritan, el Señor los atiende y los libra de todas sus angustias; 19 el Señor está cerca de los atribulados, Él salva a los que están hundidos. 20 El hombre justo tendrá muchas contrariedades, pero de todas el Señor lo hará salir airoso.

Evangelio Jn 3,31-36: 31 El que es de la tierra es terreno y habla como terreno; el que viene del cielo está sobre todos. 32 Da testimonio de lo que ha visto y oído, pero nadie acepta su testimonio. 33 El que lo acepta certifica que Dios dice la verdad. 34 Porque el que Dios ha enviado dice las palabras de Dios, pues Dios le ha dado su espíritu sin medida. 35 El Padre ama al hijo y ha puesto en sus manos todas las cosas. 36 El que cree en el hijo tiene vida eterna; el que no quiere creer en el hijo no verá la vida; la ira de Dios pesa sobre él».

Comentario: 1. a) Los apóstoles no admiten un mandato injusto, por eso desobedecen al Sanedrín, recuerdan a los gobernantes que la obediencia a Dios es lo primero. La profundidad de las convicciones que Jesús ha despertado ya no se apagará con el martirio, al revés: se extenderá más y más la fe. “Este grito –serviam!- es voluntad de ‘servir’ fidelísimamente, aun a costa de la hacienda, de la honra y de la vida, a la Iglesia de Dios” (J. Escrivá). El Salmo 119 (57-64) habla de cómo la ley divina es una pedagogía hacia la libertad interior, que da seguir esta ley inscrita en la conciencia “en cuya obediencia consiste la libertad humana y por la cual será juzgado personalmente (cf. Rm 2,15-16). La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que éste se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo de aquélla” (Gaudium et spes 16), la base para vivir la moralidad. A veces tenemos miedo de que esa voz interior nos hable y nos diga lo que no queremos oír, porque nuestros sueños nos parecen más interesantes que la verdad. También podemos dudar de Dios y de que nos ame, pero -me decía una persona- “noto a Dios entre las costillas, algo así como un dolor que me hace ver lo que he hacer aunque cueste”, es hacer aquello que es justo, “lo que hay que hacer”… de algún modo es lo que hace ver Susanna Tamaro al pintar qué pasa cuando no se escucha la voz: “Mi madre vivió plenamente su tiempo, se dejó arrastrar por aquella corriente colectiva sin sospechar la inminente vorágine del precipicio. Habiendo crecido sin raíces sólidas la arrolló el ímpetu del torrente… puede que ante el estruendo de la cascada, que al cabo de poco la arrojaría a lo desconocido, haya sentido nostalgia de esas raíces que nunca tuvo… las estalactitas continúan bajando hacia las estalagmitas como enamorados separados por una divinidad perversa. En ese mundo creado por el agua todo vive y se repite con un orden casi invariable. Así mi madre vivió con fervor los años de la revolución y, para abrazar ese sueño, llegó hasta alterar sus sentimientos: entonces era más importante la aprobación del grupo… prosiguiendo su navegación llegarían al fin a un mundo nuevo, una tierra en la que el mal no tendría ya razón de existir y reinaría soberana la fraternidad. La grandeza de esa meta no permitía dudas ni indecisiones, había que seguir adelante unidos, sin individualismos, sin añoranzas, marcando todos el mismo paso como las hormigas africanas, capaces de devorar un elefante en pocos instantes”… esa falta de moralidad conduce al desastre, al comunismo o el nihilismo, “porque es amar y ser amado, y no la revolución, la aspiración más profunda de toda criatura que viene a este mundo”. Y, en referencia a esta ley inscrita dentro, añade: “Un niño que nace no es una pizarra limpia sobre la que se puede escribir cualquier cosa, sino una tela en la que alguien ha trazado ya la trama de un bordado: ¿recorrerá ese camino marcado por otro o escogerá uno diferente? ¿Continuará calcando el surco trazado o tendrá el valor de salirse de él? ¿Por qué uno rompe la urdimbre y otro la completa con ciega diligencia?”… Esta ley con todos estos condicionantes, “¿existe algún lugar del cielo que los contiene: un catálogo, un archivo, una memoria cósmica?” No: nuestra percepción de la verdad es dinámica, a través de las decisiones y de las equivocaciones entramos en ese “saber”, en el juicio de la balanza de lo bueno y lo malo… hay una búsqueda de algo… “era precisamente la belleza la luz que ilumina el corazón del hombre” que tiene muchas manifestaciones artísticas, por eso dice: después de haber hecho Dios el mundo, inventó la música para que el hombre lo pudiera comprender. “Estoy convencido de que tenía mucho que ver en esto su relación con la armonía, con la música: en el terreno de la belleza lograban disolver cualquier conflicto”. Esta estética es divina y constituye la sabiduría, el árbol de la vida, que nos da Jesús ya ahora en la esperanza...
b) “-Los guardias se llevaron a los Apóstoles y los presentaron ante el Gran Consejo. Imagino la escena. Once hombres. El grupo de los apóstoles, conducidos por la policía al tribunal. En Jerusalén, están de actualidad estos días: arrestos sucesivos... cárcel... interrogatorios. Se piensa en ese Gran Consejo, el Sanedrín, ante el cual compareció, hace poco otro «personaje» llamado Jesús, y que ese mismo Gran Consejo tuvo a bien hacer desaparecer.
-Os prohibimos severamente enseñar en ese nombre... Queréis, pues, hacer recaer sobre nosotros la sangre de ese hombre... En el fondo, los jefes de Jerusalén tienen miedo. Les remuerde la conciencia el recuerdo del homicidio cometido hace poco: ¡la sangre derramada les atormenta! No se atreven siquiera a pronunciar su nombre: El caso Jesús continúa embarazándolos. De hecho Jesús está siempre allí, se prolonga en sus apóstoles. En realidad, ¡la cosa no les ha salido bien! Se creyó haberlo suprimido. En vez de uno, ¡son ahora once! Y no es por azar que reproduzcan casi físicamente la vida de su maestro: Vedlos también, a pocos días de distancia, ante el mismo tribunal. La Iglesia es la continuación de Cristo. Hoy, la Iglesia sigue también estando expuesta al «juicio» del mundo.
-Pedro y los apóstoles contestaron...
Toda la realidad del «colegio apostólico» existe ya y se está manifestando. El papel de Pedro no compite con el de los demás. El Papa es el continuador de esa misión de unificación, de fiador, de porta-voz en nombre de todos.
-Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres.
En su situación de acusados, los apóstoles continúan siendo testigos. Ninguna situación incluso la más desfavorable nos dispensa de ser apóstoles. ¿Me encuentro yo también, alguna vez, ante opciones o decisiones de ese género: obedecer a Dios, o bien, obedecer a los hombres? Decidirme por lo que Dios quiere y no por lo que el mundo quiere. Ser capaz de resistir a las mentalidades corrientes, a las incitaciones recíprocas, a los hábitos. ¡Ayúdanos, Señor!
-Dios resucitó a ese Jesús a quien vosotros disteis muerte.
Tiempo pascual. Tiempo de testimonio y de resurrección. Tiempo de audacia y de valentía. Tiempo de esperanza y de certeza: Dios conducirá bien su obra. La obra de Dios no puede fracasar. La muerte no puede quedar victoriosa. El pecado no puede vencernos siempre. «¡Dios resucitó a Jesús!».
-Nosotros somos testigos de estas cosas, nosotros y el Espíritu Santo.
«Nosotros... y el Espíritu...» ¡Qué audacia y que conciencia de ser los portavoces de Dios! Se han entregado totalmente a la empresa de Dios. Señor, envía tu Espíritu.
-El Espíritu Santo que ha dado Dios a los que le obedecen.
«Los que le obedecen...» Una de las definiciones del cristiano. ¡Si fuese así, en realidad! ¡Qué imagen más dinámica del apóstol nos dan esas páginas!: un hombre apasionado de Dios, investido por Dios... para ser testigo de Dios entre los hombres; apasionado por sus hermanos, vuelto hacia sus hermanos para dirigirlos hacia Dios” (Noel Quesson). La valentía en el hablar la recordaba San Gregorio Magno: «Así como el hablar indiscreto lleva al error, así el silencio imprudente deja en su error a quienes pudieran haber sido adoctrinados».
2. En el salmo hay una intensificación de esa presencia de Dios que nos infunde confianza, ante Él está el justo, que no sólo actúa con recta conducta, sino también es quien vive el arrepentimiento y la vuelta humilde a Dios. También nos indica que Jesús pasó por la Cruz para llegar a la Resurrección. Es necesario que el grano de trigo muera para que pueda dar fruto. Los sufrimientos de todo apóstol, de todo creyente, pues todos hemos de ser apóstoles en nuestro ambiente, están marcados con vida. El Señor está cerca de los que sufren. A Dios pedimos hoy «que los dones recibidos en esta Pascua den fruto abundante en toda nuestra vida» (oración), con la firme esperanza de las palabras del Señor: «Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (aleluya). Damos gracias al Padre, que “en la resurrección de Jesucristo nos has hecho renacer a la vida eterna” (comunión) y le pedimos “que el alimento que acabamos de recibir fortalezca nuestras vidas” (comunión).
San Juan Crisóstomo hablaba de esta rectitud de conciencia: «Lo que hay que temer no es el mal que digan contra nosotros, sino la simulación de nuestra parte; entonces sí que perderíais vuestro sabor y seríais pisoteados. Pero, si no cejáis en presentar el mensaje con toda su austeridad, si después oís hablar mal de vosotros, alegraos. Porque lo propio de la sal es morder y escocer a los que llevan una vida de molicie. Por tanto, estas maledicencias son inevitables y en nada os perjudicarán, antes serán pruebas de vuestra firmeza. Mas, si por el temor de ellas, cedéis en la vehemencia conveniente, peor será vuestro sufrimiento, ya que entonces todos hablarán mal de vosotros y os despreciarán; en esto consiste en ser pisoteados por la gente». Y San Agustín advierte: «En otros tiempos se incitaba a los cristianos a renegar de Cristo; en nuestra época se enseña a los mismos a negar a Cristo. Entonces se impelía, ahora se enseña; entonces se oía rugir al enemigo, ahora, presentándose con mansedumbre insinuante y rondando, difícilmente se le advierte. Es cosa sabida de qué modo se violentaba entonces a los cristianos a negar a Cristo; procuraban atraerlos así para que renegasen; pero ellos, confesando a Cristo, eran coronados. Ahora se enseña a negar a Cristo y, engañándoles, no quieren que parezca que se les aparta de Cristo (…). Como ciego que oye las pisadas de Cristo que pasa, le llamo... pero cuando haya comenzado a seguir a Cristo, mis parientes, vecinos y amigos comienzan a bullir. Los que aman el siglo se me ponen enfrente: “¿Te has vuelto loco? ¡Qué extremoso eres! ¿Por ventura los demás no son cristianos? Esto es una tontería. Esto es una locura”. Y cosas tales clama la turba para que no sigamos llamando al Señor los ciegos».
3. a) Las palabras con las que concluye el diálogo de Jesús con Nicodemo son el resumen de todo el evangelio de Juan:
- Jesús ha venido del cielo, es el enviado de Dios, nos trae sus palabras, que son la verdadera sabiduría y las que dan sentido a la vida: son la mejor prueba del amor que Dios tiene a su Hijo y a nosotros;
- el que acoge a Jesús y su palabra es el que acierta: tendrá la vida eterna que Dios le está ofreciendo a través de su Hijo; el que no le quiera aceptar, él mismo se excluye de la vida.
Nosotros seguramente hemos hecho hace tiempo la opción, en nuestra vida, de acoger a Jesús como el enviado de Dios. Hemos considerado que es él quien da sentido pleno a nuestra existencia, y nos esforzamos por seguir su estilo de vida. Estamos guiándonos, no con los criterios «de la tierra», sino los «del cielo», como decía Jesús a Nicodemo.
Esto supone que nos esforzamos, día tras día, en ir asimilando vitalmente las categorías evangélicas, para no dejarnos llevar de las categorías humanas que se respiran en este mundo, que son «de la tierra» y a veces opuestas a las «de arriba».
Pedro nos ha dicho que Jesús es el Jefe y Salvador, que en él encontramos el perdón de los pecados. El evangelio nos ha repetido que el que cree y sigue a este Jesús posee la vida eterna. Esto nos llena de alegría y a la vez de compromiso.
Si tenemos la posibilidad y la opción de una Eucaristía diaria, ella nos da la mejor ocasión de acudir a la escuela de Jesús, de escuchar su Palabra, de dejarnos iluminar continuamente por los criterios de Dios. Para que nuestra categoría de valores y nuestra manera de pensar y de interpretar a las personas y los hechos de la historia vayan coincidiendo plenamente con la de Dios. Y además, la Eucaristía nos da la fuerza diaria para que podamos realizar esto en la vida.
b) “Hoy, el Evangelio nos invita a dejar de ser “terrenales”, a dejar de ser hombres que sólo hablan de cosas mundanas, para hablar y movernos como «el que viene de arriba» (Jn 3,31), que es Jesús. En este texto vemos —una vez más— que en la radicalidad evangélica no hay término medio. Es necesario que en todo momento y circunstancia nos esforcemos por tener el pensamiento de Dios, ambicionemos tener los mismos sentimientos de Cristo y aspiremos a mirar a los hombres y las circunstancias con la misma mirada del Verbo hecho hombre. Si actuamos como “el que viene de arriba” descubriremos el montón de cosas positivas que pasan continuamente a nuestro alrededor, porque el amor de Dios es acción continua a favor del hombre. Si venimos de lo alto amaremos a todo el mundo sin excepción, siendo nuestra vida una tarjeta de invitación para hacer lo mismo.
«El que viene de arriba está por encima de todos» (Jn 3,31), por esto puede servir a cada hombre y a cada mujer justo en aquello que necesita; además «da testimonio de lo que ha visto y oído» (Jn 3,32). Y su servicio tiene el sello de la gratuidad. Esta actitud de servir sin esperar nada a cambio, sin necesitar la respuesta del otro, crea un ambiente profundamente humano y de respeto al libre albedrío de la persona; esta actitud se contagia y los otros se sienten libremente movidos a responder y actuar de la misma manera.
Servicio y testimonio siempre van juntos, el uno y el otro se identifican. Nuestro mundo tiene necesidad de aquello que es auténtico: ¿qué más auténtico que las palabras de Dios?, ¿qué más auténtico que quien «da el Espíritu sin medida» (Jn 3,34)? Es por esto que «el que acepta su testimonio certifica que Dios es veraz» (Jn 3,33).
“Creer en el Hijo” quiere decir tener vida eterna, significa que el día del Juicio no pesa encima del creyente porque ya ha sido juzgado y con un juicio favorable; en cambio, «el que rehúsa creer en el Hijo, no verá la vida, sino que la cólera de Dios permanece sobre él» (Jn 3,36)..., mientras no crea” (Melcior Querol).
c) Quien cree tiene la vida eterna... Fe y esperanza en el Nuevo Testamento y en los comienzos de la Iglesia van unidos; “pero siempre se ha tenido también claro que no sólo hablamos del pasado; toda la reflexión concierne a la vida y a la muerte en general y, por tanto, también tiene que ver con nosotros aquí y ahora. No obstante, es el momento de preguntarnos ahora de manera explícita: la fe cristiana ¿es también para nosotros ahora una esperanza que transforma y sostiene nuestra vida? ¿Es para nosotros «performativa», un mensaje que plasma de modo nuevo la vida misma, o es ya sólo «información» que, mientras tanto, hemos dejado arrinconada y nos parece superada por informaciones más recientes? En la búsqueda de una respuesta quisiera partir de la forma clásica del diálogo con el cual el rito del Bautismo expresaba la acogida del recién nacido en la comunidad de los creyentes y su renacimiento en Cristo. El sacerdote preguntaba ante todo a los padres qué nombre habían elegido para el niño, y continuaba después con la pregunta: «¿Qué pedís a la Iglesia?». Se respondía: «La fe». Y «¿Qué te da la fe?». «La vida eterna». Según este diálogo, los padres buscaban para el niño la entrada en la fe, la comunión con los creyentes, porque veían en la fe la llave para «la vida eterna». En efecto, ayer como hoy, en el Bautismo, cuando uno se convierte en cristiano, se trata de esto: no es sólo un acto de socialización dentro de la comunidad ni solamente de acogida en la Iglesia. Los padres esperan algo más para el bautizando: esperan que la fe, de la cual forma parte el cuerpo de la Iglesia y sus sacramentos, le dé la vida, la vida eterna. La fe es la sustancia de la esperanza” (Benedicto XVI).

martes, 17 de abril de 2012

MIÉRCOLES DE LA SEGUNDA SEMANA DE PASCUA: por amor Jesús se nos entrega, y nos ofrece participar de este amor, que es la luz para iluminar la vida, y

MIÉRCOLES DE LA SEGUNDA SEMANA DE PASCUA: por amor Jesús se nos entrega, y nos ofrece participar de este amor, que es la luz para iluminar la vida, y fuerza para caminar

Hechos de los apóstoles 5, 27-33: “En aquellos días el sumo sacerdote y los de su partido –los saduceos- mandaron prender a los apóstoles y meterlos en la cárcel común. Y así lo hicieron. Pero por la noche un ángel del Señor les abrió las puertas de la cárcel y los sacó fuera, diciéndoles: “Id al templo y explicad allí al pueblo este modo de vida”.
Al amanecer, ellos entraron en el templo y se pusieron a enseñar... El comisario salió con los guardias y se los trajo de nuevo a la cárcel, sin emplear la fuerza, por miedo a que el pueblo los apedrease”.

Salmo 34/33: «Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca; mi alma se gloría en el Señor, ensalcemos juntos su nombre. Yo consulté al Señor y me respondió, me libró de todas mis ansias. Contempladlo y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará. Si el afligido invoca al Señor, Él lo escucha y lo salva de sus angustias. El ángel del Señor acampa en torno a sus fieles y los protege. Gustad y ved qué bueno es el Señor, dichoso el que se acoge a Él».

Evangelio según san Juan 3, 31-36: Continuando su conversación con Nicodemo, Jesús le dijo: Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna.
Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él.
Quien cree en el Hijo no será condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.
Esta es la causa de la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras son malas...”

Comentario: 1. a) Los apóstoles han sido detenidos ya una vez por su predicación (Hch 4,1-21). Su detención es decretada de nuevo (v. 18) y no cabe esperar sino que esta vez la condena será pesada. En los Hechos, cada detención de los apóstoles va seguida inmediatamente de una liberación providencial: así, por ejemplo, la de Pedro (Hch 12,7-10), la de Pablo (Hch 16, 25-26) y la que es objeto de la lectura de este día (v. 19). Esta liberación milagrosa se produce, ante todo, para dar ánimos (v. 20) a los perseguidos y convencerles de que viven realmente los tiempos mesiánicos caracterizados por la apertura de las prisiones (Is 42,7; Sal 106/107,10; Is 49, 9). Tras su primera detención, los apóstoles habían pedido precisamente a Dios que les hiciera patente su presencia mediante algunos signos, para darles fuerza y valor (Hch 4, 23-31): he aquí que han sido escuchados. El misterio de la liberación pascual no se les presenta ya a los apóstoles tan solo como un acontecimiento de la vida de Cristo de la que han de dar testimonio: se convierte en una experiencia religiosa personal, un hecho de vida concreto. Sólo en ese momento alcanza la fe su culminación. La Eucaristía conmemora precisamente los hechos antiguos para que aprendamos a encontrarlos en nuestra vida personal, y especialmente en todo acontecimiento que libera y promociona al hombre. La amnistía de los prisioneros y la asistencia a los condenados incluso por delitos de derecho común han sido siempre signos de la fe cristiana en las estructuras del mundo (Maertens-Frisque).
b) -El que cree en Él, no es juzgado. El que no quiere creer, ya está condenado. Es "la opción" radical: por... o contra... Jesús; creer... no creer en... Jesús. Hay pues una responsabilidad del hombre. ¡Qué misterio! Dios quiere salvar. Pero algunos "rehúsan" esta salvación y se condenan a sí mismos.
-Cuando vino la luz al mundo, los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Todo el que obra mal aborrece la luz... Pero el que obra según la verdad viene a la luz.
"Hacer el bien"... "Hacer el mal"... Suele ser de esta manera práctica que se hace la división. Cualquiera que hace el bien aun si no conoce a Cristo -está ya en una cierta comunión con Dios” (Noel Quesson).
Así pedimos en las oraciones de hoy: «Que el misterio pascual que celebramos se actualice siempre en el amor» (oración). Damos gracias al Señor: «Jesucristo, nos amaste y lavaste nuestros pecados con tu sangre» (aleluya), y a la disposición del Padre: «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único» (evangelio). Y queremos corresponder: «Que nuestra vida sea manifestación y testimonio de esta verdad que conocemos» (ofrendas). Con la confianza que nos muestran los apóstoles, sin miedo, por la gracia del Espíritu Santo, como recuerda San Juan Crisóstomo: «Muchas son las olas que nos ponen en peligro y una gran tempestad nos amenaza; sin embargo, no tememos ser sumergidos, porque permanecemos de pie sobre la roca. Aun cuando el mar se desate, no romperá esta roca; aunque se levanten las olas nada podrán contra la barca de Jesús. Decidme, ¿qué podemos temer? ¿La muerte? Para mí la vida es Cristo y la muerte una ganancia. ¿El destierro? Del Señor es la tierra y cuanto la llena. ¿La confiscación de los bienes? Nada trajimos al mundo, de modo que nada podemos llevarnos de él. Yo me río de todo lo que es temible en este mundo y de sus bienes. No temo la muerte ni envidio las riquezas. No tengo deseos de vivir si no es para vuestro bien espiritual. Por eso os hablo de lo que ahora sucede, exhortando vuestra caridad a la confianza».
2. Sal. 33. Dios está cerca de aquellos que le temen y en su bondad confían; los libra de la mano de sus enemigos. Hagamos la prueba y veremos qué bueno es el Señor. Sintiéndonos amados y protegidos por Dios, vivamos con fidelidad en su presencia, de tal forma que toda nuestra vida se convierta en una continua alabanza de su santo Nombre. Él jamás abandonará a los suyos, pues es nuestro Dios y Padre. Él sabe que somos frágiles e inclinados a la maldad desde muy temprana edad; por eso envió a nuestros corazones su Espíritu Santo, para que nos fortalezca y desde nosotros dé testimonio de la Verdad, del Amor y de la rectitud que se espera de quienes ya no se dejan guiar por los propios caprichos y pasiones, sino por Aquel que habita en nuestros corazones como en un templo (www.homiliacatolica.com).
La acción de Dios en el interior del hombre está vista con profundidad por el salmista, que la canta, todo ello es mucho más rico desde la fe cristiana. Según san Agustín, «el que medita día y noche la Palabra del Señor, es como si rumiase y encontrase deleite en el sabor de esa Palabra divina dentro del que podría llamarse paladar del corazón».
3. a) “Hoy, el Evangelio nos vuelve a invitar a recorrer el camino del apóstol Tomás, que va de la duda a la fe. Nosotros, como Tomás, nos presentamos ante el Señor con nuestras dudas, pero Él viene igualmente a buscarnos: «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16). La mañana del día de Pascua, en la primera aparición, Tomás no estaba. «Pasados ocho días», no obstante su rechazo a creer, Tomás se une a los otros discípulos. La indicación está clara: lejos de la comunidad no se conserva la fe. Lejos de los hermanos, la fe no crece, no madura. En la Eucaristía de cada domingo reconocemos su Presencia. Si Tomás muestra la honestidad de su duda es porque el Señor no le concedió inicialmente lo que sí tuvo María Magdalena: no sólo escuchar y ver al Señor, sino tocarlo con sus propias manos. Cristo viene a nuestro encuentro, sobre todo, cuando nos reencontramos con los hermanos y cuando con ellos celebramos la fracción del Pan, es decir, la Eucaristía. Entonces nos invita a “meter la mano en su costado”, es decir, a penetrar en el misterio insondable de su vida. El paso de la incredulidad a la fe tiene sus etapas. Nuestra conversión a Jesucristo —el paso de la oscuridad a la luz— es un proceso personal, pero necesitamos de la comunidad. En los pasados días de Semana Santa, todos nos sentimos urgidos a seguir a Jesús en su camino hacia la Cruz. Ahora, en pleno tiempo pascual, la Iglesia nos invita a entrar con Él a la vida nueva, con obras hechas según la luz de Dios (cf. Jn 3,21). También nosotros hemos de sentir hoy personalmente la invitación de Jesús a Tomás: «No seas incrédulo, sino fiel» (Jn 3,21). Nos va la vida en ello, ya que «el que cree en Él, no es juzgado» (Jn 3,18), sino que va a la luz” (Manuel Valls).
El proyecto de Dios no es de condenación, ni de juicio, sino de vida eterna y salvación. El juicio se concreta en la adhesión a Cristo, la luz que vino al mundo, y en el rechazo de la tiniebla, de las obras malas. La motivación y la finalidad del don o del envío por Dios del Hijo único es el amor («tanto amó Dios al mundo»), «para que tengan vida eterna», «para que el mundo se salve por Él». Aunque existe la triste posibilidad de escoger las tinieblas, como comenta San Agustín: «Amaron las tinieblas más que la luz... Muchos hay que aman sus pecados y muchos también que los confiesan. Quien confiesa y se acusa de sus pecados hace las paces con Dios. Dios reprueba tus pecados... Deshaz lo que hiciste para que Dios salve lo que hizo. Es preciso que aborrezcas tu obra y que ames en ti la obra de Dios. Cuando empiezas a desterrar lo que hiciste, entonces empiezan tus obras buenas, porque repruebas las tuyas malas. El principio de las obras buenas es la confesión de las malas. Practicas la verdad y vienes a la luz. ¿Qué es practicar la verdad? No halagarte, ni acariciarte, ni adularte tú a ti mismo, ni decir que eres justo, cuando eres inicuo. Así es como tú empiezas a practicar la verdad, así es como vienes a la Luz».
La oscuridad nos inquieta. La luz, en cambio, nos da seguridad. En la oscuridad no sabemos dónde estamos. En la luz podemos encontrar un camino. En pocas líneas, el Evangelio nos presenta los dos grandes misterios de nuestra historia. Por un lado, “tanto amó Dios al mundo”. Sin que lo mereciéramos, nos entregó lo más amado. Aún más, se entregó a sí mismo para darnos la vida. Cristo vino al mundo para iluminar nuestra existencia. Y en contraste, “vino la luz al mundo y los hombres amaron más las tinieblas que la luz”. No acabamos de darnos cuenta de lo que significa este amor de Dios, inmenso, gratuito, desinteresado, un amor hasta el extremo.
El infinito amor de Dios se encuentra con el drama de nuestra libertad que a veces elige el mal, la oscuridad, aun a pesar de desear ardientemente estar en la luz. Pero precisamente, Cristo no ha venido para condenar sino para salvarnos. Viene a ser luz en un mundo entenebrecido por el pecado, quiere dar sentido a nuestro caminar.
Obrar en la verdad es la mejor manera de vivir en la luz. Y obrar en la verdad es vivir en el amor. Dejarnos penetrar por el amor de Dios “que entregó a su Hijo unigénito”, y buscar corresponderle con nuestra entrega.
San Pablo en su carta a los Romanos no sale del asombro en cuanto al desmedido amor de Dios, pues dice: “Por un hombre bueno alguien estaría dispuesto a dar su vida, pero Dios probó que nos ama, dando a su Hijo por nosotros que somos malos”. ¿Quién puede entender un amor como este, un amor que no reclama sino que se goza en dar, y en dar incluso lo que más ama? Esta es la locura del amor de Dios: amarnos a nosotros, pobres pecadores. Pero si esto es asombroso lo es más el hecho de que no sólo nos amó y se entregó por nosotros, sino que junto con esto nos regaló el poder ser “hijos de Dios”, nos dio la vida y la Vida en Abundancia. Es triste que haya todavía quien no acepta este regalo y que sigue creyendo en el Dios vengativo y castigador. Jesús murió y resucitó para que no sigamos viviendo en el temor. Su resurrección nos abrió las puertas a la alegría y al gozo, a la confianza infinita en el amor y el perdón del Padre que nos ha amado, nos ama y no dejará jamás de amarnos. Y lo mejor es que no puede hacer otra cosa que amarnos de manera infinita. Te invito a hacerte consciente del gran amor de Dios en tu vida (Ernesto María Caro).
b) La Pasión y Muerte de Jesucristo es la manifestación suprema del amor de Dios por los hombres. Él tomó la iniciativa en el amor entregándonos a su propio Hijo. Dios es amor, amor que se difunde y se prodiga; y todo se resume en esta gran verdad que todo lo explica y lo ilumina. Es necesario ver la historia de Jesús bajo esta luz. Él me ha amado, escribe San Pablo, y cada uno de nosotros puede y debe repetírselo a sí mismo: Él me ha amado y sacrificado por mí (Ga 2,20)”. El amor de Dios por nosotros culmina en el Sacrificio del Calvario. La entrega de Cristo constituye una llamada apremiante para corresponder a ese amor: amor con amor se paga. El hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios (Ge 1,27), y Dios es Amor (1 Jn 4,8). Por eso el corazón del hombre está hecho para amar, y cuanto más ama, más se identifica con Dios; sólo cuando ama puede ser feliz. La santificación personal está centrada en el amor a Cristo, en un amor de mutua amistad. Para amar al Señor es necesario tratarle, hablarle, conocerle. Le conocemos en el Evangelio, en la oración y en los sacramentos, especialmente en la Eucaristía.
Cuanto el Señor ha hecho por nosotros es un derroche de amor. Nunca nos debe parecer suficiente nuestra correspondencia a tanto amor. La prueba más grande de esta correspondencia es la fidelidad, la lealtad, la adhesión incondicional a la Voluntad de Dios. La Voluntad de Dios se nos muestra principalmente en el cumplimiento fiel de los Mandamientos y de las demás enseñanzas que nos propone la Iglesia. El amor a Dios no consiste en sentimientos sensibles. Consiste esencialmente en la plena identificación de nuestro querer con el de Dios. “Amor con amor se paga”, pero amor efectivo, que se manifiesta en realizaciones concretas, en cumplir nuestros deberes para con Dios y para con los demás, aunque esté ausente el sentimiento, y hayamos de ir “cuesta arriba”, incluso con una aridez total, si el Señor permitiera esta situación.
El verdadero amor, sensible o no, incluye todos los aspectos de la existencia, en una verdadera unidad de vida. Una persona verdaderamente piadosa procura cumplir su deber de cada día con pleno abandono, abrazando siempre la Voluntad del Señor. La falsa piedad carece de consecuencias en la vida ordinaria del cristiano: no se traduce en el mejoramiento de la conducta, en una ayuda a los demás. La Santísima Virgen, que pronunció y llevó a la práctica aquel ‘hágase en mí según tu palabra’ (Lucas 1, 38), nos ayudará a cumplir en todo la Voluntad de Dios (Francisco Fernández Carvajal).