domingo, 15 de mayo de 2011

DOMINGO 4º DE PASCUA (A): abrir nuestra puerta a Jesús, buen pastor, que nos da la felicidad, vivir la sublime alegría de sentirnos hijos de Dios, ama

DOMINGO 4º DE PASCUA (A): abrir nuestra puerta a Jesús, buen pastor, que nos da la felicidad, vivir la sublime alegría de sentirnos hijos de Dios, amar a los demás en la esperanza del cielo

PRIMERA LECTURA. Lectura de los Hechos de los Apóstoles 2,14a. 36-41: El día de Pentecostés se presentó Pedro con los once, levantó la voz y dirigió la palabra: -“Todo Israel esté cierto de que al mismo Jesús, a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha constituido Señor y Mesías”. Estas palabras les traspasaron el corazón, y preguntaron a Pedro y a los demás apóstoles: -“¿Qué tenemos que hacer, hermanos?” Pedro les contestó: -“Convertíos y bautizaos todos en nombre de Jesucristo para que se os perdonen los pecados, y recibiréis el Espíritu Santo. Porque la promesa vale para vosotros y para vuestros hijos y, además, para todos los que llame el Señor Dios nuestro, aunque estén lejos”. Con éstas y otras muchas razones los urgía y los exhortaba diciendo: -“Escapad de esta generación perversa”. Los que aceptaron sus palabras se bautizaron, y aquel día se les agregaron unos tres mil.

SALMO RESPONSORIAL 22,1-3a. 3b-4. 5. 6: R/. El Señor es mi pastor, nada me falta [o Aleluya].
El Señor es mi pastor, nada me falta: / en verdes praderas me hace recostar, / me conduce hacia fuentes tranquilas / y repara mis fuerzas. // Me guía por el sendero justo; por el honor de su nombre. / Aunque camine por cañadas oscuras, / nada temo, porque tú vas conmigo / tu vara y tu cayado me sosiegan. / Preparas una mesa ante mí, / enfrente de mis enemigos; / me unges la cabeza con perfume, / y mi copa rebosa. // Tu bondad y tu misericordia me acompañan / todos los días de mi vida, / y habitaré en la casa del Señor / por años sin término.

SEGUNDA LECTURA. Lectura de la primera carta del Apóstol San Pedro 2,20b-25: Queridos hermanos: Si obrando el bien soportáis el sufrimiento, hacéis una cosa hermosa ante Dios, pues para esto habéis sido llamados, ya que también Cristo padeció su pasión por vosotros, dejándoos un ejemplo para que sigáis sus huellas. El no cometió pecado ni encontraron engaño en su boca; cuando lo insultaban, no devolvía el insulto; en su pasión no profería amenazas; al contrario, se ponía en manos del que juzga justamente. Cargado con nuestros pecados subió al leño, para que, muertos al pecado, vivamos para la justicia. Sus heridas os han curado. Andabais descarriados como ovejas, pero ahora habéis vuelto al pastor y guardián de vuestras vidas.

Lectura del santo Evangelio según San Juan 10,1-10: En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos: -“Os aseguro que el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte, ése es ladrón y bandido; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el guarda y las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz: a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños”.
Jesús, les puso esta comparación, pero ellos no entendieron de qué les hablaba. Por eso añadió Jesús: -“Os aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos; pero las ovejas no los escucharon. Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos. El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estrago; yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante”.

Comentario: El pastor se distingue del ladrón en que frente al rebaño tiene una actitud de generosidad y de entrega. La división de los cristianos en muchos rebaños replantea si realmente seguimos el “buen pastor”. Ayer veíamos a Pedro como portavoz de la Iglesia, es más: como fiel fundamento de la unidad de la fe, como le anunció Jesús (“confirma a tus hermanos” “sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”). El hecho de que Benedicto XVI haya rechazado el título de Patriarca de Occidente va en esta línea, quitar los obstáculos temporales para un papel que ha de ser espiritual: no un jefe de los obispos, sino el fundamento de la unidad en la fe, que se puede ejercer de muchas formas, y ahora se está estudiando desde el ecumenismo, el compromiso decidido a favor del «rebaño». Cristo es a la vez Pastor del pueblo y Cordero de Dios entregado en sacrificio. Porque se entregó hasta la muerte para salvar al pueblo, sin conservar para sí nada, hemos sido salvados, pues andábamos descarriados como ovejas. Jesús es Pastor porque ha renunciado a su vida, haciéndose Cordero de Dios entregado para la salvación de todos, es el hilo de la liturgia de hoy, concentrada en la Colecta: «Dios Todopoderoso y eterno, que has dado a tu Iglesia el gozo inmenso de la resurrección de Jesucristo; concédenos también la alegría eterna del Reino de tus elegidos, para que así el débil rebaño de tu Hijo tenga parte en la admirable victoria de su Pastor».. Acudimos para ello a lo alto, pues «la misericordia del Señor llena la tierra, la palabra del Señor hizo el Cielo. Aleluya» (Sal 32,5-6; ant. entrada).
1. –Hechos 2,14.36-41: Dios lo ha hecho Señor y Mesías. Pedro es siempre el Primer Pastor-Vicario de Cristo que nos llama a todos, por la conversión y por la fe al redil de salvación que es la Iglesia. Pedro habla tanto en la primera como segunda lectura, sigue como ayer siendo el protagonista en el seguimiento de Jesús, el discernimiento para el buen espíritu, el fiel intérprete del sentir cristiano: “Convertíos y bautizaos…” instrumentos del Espíritu Santo, ofrecido a todos para participar en la familia de Jesús, pero de una manera segura (como refleja el cirio pascual encendido) con el Bautismo lo recibimos en un asentimiento de la fe, que es principio de la vida espiritual, como señalan los Padres como p. ej., san San Basilio: «De la misma manera que los cuerpos transparentes y nítidos, al recibir los rayos de luz se vuelven resplandecientes e irradian brillo, las almas que son llevadas e ilustradas por el Espíritu Santo se vuelven también espirituales y llevan a los demás la luz de la gracia. Del Espíritu Santo proviene el conocimiento de las cosas futuras, el entendimiento de los misterios, la comprensión de las verdades ocultas, la distribución de los dones, la ciudadanía celeste, la conversación con los ángeles. De Él la alegría que nunca termina, la perseverancia en Dios, la semejanza con Dios y, lo más sublime que puede ser pensado, el hacerse Dios».
“Ni entonces ni hoy se trata de un mero proselitismo para que aumente el número de los socios de la institución-iglesia, sino de facilitar el encuentro de Cristo con el hombre de nuestro tiempo, porque la iglesia no es la luz, sino testigo de la luz. Si con excusas de libertad y respeto, jamás presentamos y ofrecemos a nuestros amigos el valor de nuestra fe, tendrían que pensar forzosamente o que no creemos de verdad en Jesucristo o que no les queremos verdaderamente a ellos. Cuando alguien descubre un tesoro, debe intentar compartirlo con aquellos a quienes ama” (“Eucaristía” 1990).
Se trata del final del primer discurso de Pedro a un auditorio exclusivamente judío (v. 36) y de la reacción provocada en el mismo (vs. 37-41). El v. 36 es una apretada síntesis del mensaje pascual. Dos hechos. El primero (la crucifixión), simplemente constatado; el segundo (la resurrección), interpretado. La resurrección de Jesús es presentada como entronización. Señor y Mesías, una realeza que lleva a cumplimiento las profecías mesiánicas; un Señor, que abre el futuro: volverá y su vuelta inaugurará la fase gloriosa del Reino de Dios. Testigo y actor de excepción es Dios en persona. Durante su caminar por Palestina, Jesús se había manifestado de tal manera que denunciaba poseer rango divino. Tenía, pues, que ser Dios mismo, en cuyo lugar se había puesto Jesús, quien aclarase si éste era o no un impostor. La resurrección constituye precisamente la respuesta de Dios; es la gran señal de que Dios aprueba la actitud prepascual de Jesús. El es efectivamente el Hijo de Dios. La conversión predicada por los profetas (Mt 3,2) y Jesús mismo (Mt 4, 17) se expresa en el bautismo (Mt 28, 19). S. Agustín ponía la atención en el centro del misterio cuando decía que este discurso muestra la magnitud del perdón hacia los que mataron a Jesús y ahora son invitados a la Eucaristía, mucho más la redención se extiende a todos: “¿Quién perderá la esperanza de que se le perdonen los pecados, si se les perdonó el crimen de dar muerte a Cristo? Pertenecían al pueblo judío y se convirtieron; se convirtieron y se bautizaron. Se acercaron a la mesa del Señor y bebieron con fe la sangre que habían derramado con furor. Los Hechos de los Apóstoles manifiestan cuán total y plena fue su conversión. Vendieron todo lo que poseían y depositaron el precio de la venta a los pies de los apóstoles; y se distribuía a cada uno según lo que necesitaba, y nadie llamaba propio a nada, sino que todas las cosas les eran comunes. Así está escrito: ‘Tenían un alma sola y un solo corazón tendido hacia Dios’ (Hch 4,32-35).
Éstas son las ovejas de las que dijo: ‘No he sido enviado sino a las ovejas que perecieron de la casa de Israel’ (Mt 15,24). A ellas manifestó su presencia, y al ser crucificado oró por ellas que se ensañaban contra él, diciendo: ‘Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen’ (Lc 23,34). El médico veía a los locos que, perdida la razón, daban muerte al médico, y al dar muerte al médico, sin saberlo, se propinaban una medicina. Con ese Señor muerto nos hemos curado todos; hemos sido redimidos con su sangre y liberados del hambre con el pan de su cuerpo. Esa presencia manifestó Cristo a los judíos. Por eso dijo: No he sido enviado sino a las ovejas que perecieron de la casa de Israel (Mt 15,24). Quería manifestarles la presencia de su cuerpo, pero no desdeñar o marginar a las ovejas que tenía entre los gentiles”.
2. Con el Salmo 22 vemos la maravillosa profecía de lo que es la esperanza cristiana, siglos antes de ser proclamada; estos 6 versículos en sus 4 estrofas dan la pauta de todo comportamiento confiado en este Dios que lo es todo, a modo de excursión, en el camino que es la vida. La primera nos lleva de buena mano a un lugar delicioso: «El Señor es mi Pastor nada me falta, en verdes praderas me hace recostar...». Cuando las cosas no están tan fáciles, en el dolor, aparece en la segunda estrofa la confianza: “aunque pase por barrancos tenebrosos el Señor está a mi vera”, él nos cuida y nos da serenidad y paz en la dificultad. Luego, la llegada: el festín: sentados a su mesa (alusión a la Eucaristía, donde tenemos la prenda de vida eterna) él llena nuestra copa y nos sirve: "El bienaventurado David te da a conocer la gracia del sacramento (de la Eucaristía), cuando dice: "Has preparado una mesa delante de mis ojos, frente a los que me persiguen. ¿Qué otra cosa puede significar con esta expresión sino la Mesa del sacramento y del Espíritu que Dios nos ha preparado? Has ungido mi cabeza con óleo. Sí. El ha ungido tu cabeza sobre la frente con el sello de Dios que has recibido para que quedes grabado con el sello, con la consagración a Dios. Y ves también que se habla del cáliz; es aquél sobre el que Cristo dijo, después de dar gracias: Este es el cáliz de mi sangre" (S. Cirilo de Jerusalén). Y San Ambrosio: "Escucha cuál es el sacramento que has recibido, escucha a David que habla. También él preveía, en el espíritu, estos misterios y exultaba y afirmaba "no carecer de nada". ¿Por qué? Porque quien ha recibido el Cuerpo de Cristo no tendrá jamás hambre. ¡Cuántas veces has oído el salmo 22 sin entenderlo! Ahora ves qué bien se ajusta a los sacramentos del cielo". Por fin, concluido el camino terreno viviremos –cuarta estrofa- en la casa de Dios por años sin fin, en el gozo del Señor.
Ayer veíamos como S. Pedro, ante la desbandada posterior al discurso de Cafarnaum, y la pregunta de Jesús de si querían ellos también irse, respondía: “¿A quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna”. Jesús, el buen pastor, es el único que nos habla con verdad de las dos palabras importantes de la vida: amor y muerte. No como los charlatanes que no saben tocar la fibra, hablar auténticamente del sentido de la vida. Jesús –recordaba Benedicto XVI- es el filósofo: “Él nos dice quién es en realidad el hombre y qué debe hacer para ser verdaderamente hombre. Él nos indica el camino y este camino es la verdad. Él mismo es ambas cosas, y por eso es también la vida que todos anhelamos. Él indica también el camino más allá de la muerte; sólo quien es capaz de hacer todo esto es un verdadero maestro de vida. Lo mismo puede verse en la imagen del pastor... el pastor expresaba generalmente el sueño de una vida serena y sencilla, de la cual tenía nostalgia la gente inmersa en la confusión de la ciudad. Pero ahora la imagen era contemplada en un nuevo escenario que le daba un contenido más profundo: «El Señor es mi pastor, nada me falta... Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo...» (Sal 22,1-4). El verdadero pastor es Aquel que conoce también el camino que pasa por el valle de la muerte; Aquel que incluso por el camino de la última soledad, en el que nadie me puede acompañar, va conmigo guiándome para atravesarlo: Él mismo ha recorrido este camino, ha bajado al reino de la muerte, la ha vencido, y ha vuelto para acompañarnos ahora y darnos la certeza de que, con Él, se encuentra siempre un paso abierto. Saber que existe Aquel que me acompaña incluso en la muerte y que con su «vara y su cayado me sosiega», de modo que «nada temo» (cf. Sal 22,4), era la nueva «esperanza» que brotaba en la vida de los creyentes”.
El salmo 22 comienza con una afirmación atrevida: "El Señor es mi pastor, nada me falta". Hay gente que lo tiene todo aparentemente, pero se aburre... hay muchas cosas, que podríamos llamar salud física, y “social”, pero la salud interior es la más importante. Este sentido espiritual de la persona es lo esencial, donde desde Aristóteles se ha situado la centralidad de lo que es la búsqueda de la felicidad; y hay elementos difíciles de encuadrar como las emociones y sentimientos, sobre todo la búsqueda de belleza y sus variantes artísticas (música, pintura, contemplación de la naturaleza y el cosmos...). Podemos sin embargo especificar 3 aspectos: conocer la verdad (la búsqueda de la verdadera sabiduría, es, según Boecio, la verdadera medicina del alma); amar y sentirse amado (lo esencial de la persona); y tener esperanza incluso más allá de la muerte, es decir motivos para luchar en los proyectos, que es el máximo ejercicio de la libertad: el compromiso (para un cristiano, quedan ahí reflejadas la fe, la caridad y la esperanza). Con ello tenemos la armonía de las tres funciones espirituales –trascendentales- de la persona, que son inteligencia, amor y libertad. Interactúan en una realización personal en la comunión, pues la persona no se realiza sola sino como don a los demás, y es importante saber relacionarse, la empatía y formas de carácter sociable: buscando la felicidad de los demás encontramos la propia.
Iremos desarrollando estos puntos, pero ahora quería tocar algo que está como en el motor de arranque, eso que llaman ganas de emprender proyectos, ilusión por la vida, o como dice Jesús Arellano “encontrarse existiendo”, ese disfrutar de la vida tiene algo que ver con el sentido de lo sublime, de participar de lo grandioso, de lo bello: sólo la belleza es divina (porque de ahí surge todo crecimiento espiritual, en el entender, sentirse amado y amar, y vivir la libertad en una apertura a la esperanza). Perseguimos la sublimidad, como opuesto a lo muerto, lo banal: queremos optar por la vida y la tenemos en la Vida: en el fondo tenemos ganas de ser Dios, y esto se cumple con lo la suplantación (tomar el fruto del árbol de la vida con técnicas reproductivas o progresos que nos hagan innecesario a Dios) sino con la filiación divina, por el encuentro con Cristo, ser el mismo Cristo (“ipse Christus”), o como dice s. Pablo, el “sublime conocimiento de Jesucristo” (Fil 3, 8). Si la persona humana es, y debe seguir siendo, la clave hermenéutica para encontrar el camino hacia este diálogo por la promoción humana, la Iglesia ha declarado claramente su convicción de que su propia identidad está fundada al mismo tiempo y de manera igual en los órdenes antropológicos, teológicos y evangélicos que se reúnen en la clave hermenéutica de la persona de Jesucristo. Gaudium et Spes 22 lo indica claramente al enseñar que “el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado.” Jesucristo “manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación”. El es “el fin de la historia humana, punto de convergencia hacia el cual tienden los deseos de la historia y de la civilización, centro de la humanidad, gozo del corazón humano y plenitud total de sus aspiraciones” (n 45). De este deseo de sublimidad nacen las ganas de vivir para algo alto, aunque no se sepa qué es… y de ahí surge esta multiplicidad de funciones que se han sintetizado antes.
Las pasiones incontroladas desencadenan pulsiones instintivas y dependencias (alcohol, sexo, drogas). Hay que educar toda pasión para que –integrándola en la interioridad– nos ayuden a tener un corazón bueno, a base de acciones buenas que se convierten en virtudes. Así, las tendencias hacia el bien, la verdad y la belleza van dominando todo lo que hacemos, va creciendo en nosotros un anhelo de sublimidad, de cosas grandes, y el deseo básico de amar y ser amado se va purificando de adherencias egoístas que hacen daño. La nostalgia de no tenerlo aún todo se va transformando en plenitud de tenerlo todo en la esperanza. La pena causada por la limitación de la realidad (limitaciones físicas o psicológicas, mal de la naturaleza y maldad humana) se vuelve entrega, servicio, y la certeza de que todo mal no sería permitido por Dios si no fuera porque de ello puede sacar –por caminos a nosotros desconocidos todavía– un bien más alto: surge de ahí una confianza muy grande en la vida, que ponemos no en nuestras fuerzas o en el destino, sino en algo que está más allá… en el fondo, en el amor de Dios, que no siempre se intuye directamente. Pero cuando miramos un paisaje precioso, una puesta de sol, los ojos de una persona amiga, nos embarga esa emoción del misterio… Einstein en 1930 publicó un credo, “En qué creo”, apoyando a un grupo de derechos humanos. En él defendía la noción de misterio. “La emoción más hermosa que podemos experimentar es lo misterioso. Es la emoción fundamental que está en la cuna de todo verdadero arte y ciencia. Aquel a quien esta emoción le es ajena, que ya no puede maravillarse y extasiarse en reverencia, es como si estuviera muerto, un candil apagado. Sentir que detrás de lo que puede experimentarse hay algo que nuestras mentes no pueden asir, cuya belleza y sublimidad nos alcanza sólo indirectamente: esto es la religiosidad. En esto sentido, y sólo en este, soy un hombre devotamente religioso.”
Desde el punto de vista teológico, estamos hablando de la conformación con Cristo por la gracia y en la gloria, como explicaría Santo Tomás. Si la predestinación lleva a ser conformes a la imagen de Cristo resucitado (Rom 8, 29), ¿en qué consiste esta conformación, para que seamos dios sin dejar de ser nosotros mismos? Es decir, en el cielo no podemos estar como pegados exteriormente a un Cristo total, pero tampoco podemos disolvernos en Él pues sería panteísmo. Veamos los datos que tenemos en la teología tomasiana de la conformación “in via”, para intuir más de la sublimidad de este misterio: algunos términos claves en este sentido son: -similitudo, assimilatio de la persona a Cristo, o coniformitas, conformatio, configuratio: hay una misteriosa presencia del Espíritu Santo en el alma (misión invisible): “Spiritus enim Sanctus in se sempre vivit, sed in nobis vivit, quando facit nos in se vivere”. Y esta presencia no es pasiva sino activa (cfr. Gal 4, 6), es el Espíritu del Hijo que nos conforma a Cristo. Y así “la criatura racional puede poseer la Persona divina”. El “vivir la vida de Cristo”, es “revestirse de Cristo”, la radicalidad bautismal: Revestirse de Cristo es vivir a su semejanza por las virtudes; es necesario que quien se asemeja a Cristo por el bautismo, se asemejen a su resurrección por la inocencia de la vida (cf. 2 Tim 2, 11), revestirse del hombre nuevo (induite novum hominem: Ef 4, 24) que es Jesucristo, que es principio de vida espiritual. La vida de Cristo «redunda» y «se reproduce» de algún modo en el cristiano. ¿De qué modo? Él es un maestro que enseña interiormente, mostrando los errores, y limpia los afectos -pues mueve los corazones para aspirar a los bienes más altos-, también a través de los Sacramentos, acciones de Cristo. Cristo es la Luz que dirige interiormente al hombre, moviendo su voluntad, con la colaboración libre del creyente que entonces recibe por el Espíritu Santo no sólo el Hijo sino también el Padre (cf. Io 13, 20). «El Hijo de Dios quiso comunicar a los hombres una filiación semejante a la suya (conformitatem suæ), de modo que fuera no sólo Hijo, sino el primogénito de muchos hijos», “teniendo el mismo Padre que Él”. La elevación a ser divinæ consortes naturæ (2 Petr 1, 4), en el Aquinate, es sinónimo de la gracia : «Gratia est quædam supernaturalis participatio divinæ naturæ, secundum quam divinæ efficimur consortes naturæ, ut dicitur in 2 Petr 1, 4, secundum cuius acceptionem dicimur regenerari in filios Dei». En continuidad con los Padres de la Iglesia, considera Santo Tomás que el hombre es imagen de Dios, por su ser espiritual, y que se produce una espiritualización progresiva. «No conviene creer, sin embargo, que el alma racional esté tomada de la substancia de Dios, como erróneamente han creído algunos». Se trata de una perfección real de la «esencia del alma» que sitúa a quienes la reciben en un “cierto orden divino”, en virtud del cual son “en un cierto modo constituidos deiformes”. Esta “semejanza divina” no lo es sólo de las operaciones de Dios, sino también de su vida eterna. El camino para esa unión es la Humanidad Santísima de Jesucristo. La expresión “in Christo” expresa entre otras cosas una participación escatológica en la misma vida misma de Cristo: por la filiación divina participamos en el linaje de Cristo, el nuevo Adán, nos incorporamos a la vida de Cristo: somos hijos de Dios in Christo, viviendo su vida.
Desde el punto de vista antropológico, estamos hablando de entender la vida como regalo. A veces pasamos por delante de algo precioso y no nos paramos a mirar, banalizamos lo más grande, y así nos pasa cuando dedicamos nuestra condición de personas a otra cosa que al regalo de darse a los demás, como decía T. Melendo: “Cualquier otra realidad, incluso el trabajo o la obra de arte más excelsa, se demuestra escasa para acoger la sublimidad ligada a la condición personal: ni puede ser «vehículo» de mi persona, ni está a la altura de aquella a la que pretendo entregarme. De ahí que, con total independencia de su valor material, el regalo sólo cumple su cometido en la medida en que yo me comprometo —me «integro»— en él. («¿Regalo, don, entrega? / Símbolo puro, signo / de que me quiero dar», escribió magistralmente Salinas)”, y la entrega a Dios Padre, la filiación divina, es lo más sublime. Quizá se podría poner ahí la clave de ser uno mismo, sentirse vivo, y la energía para ser feliz: el sentirse hijos de Dios, pero claro, para quien no conoce mucho le basta seguir ese impulso, tan luminoso que a veces los Padres lo usan como base de sus argumentos para demostrar otras verdades de fe, y se entusiasman en presentar la excelencia y sublimidad de la adopción sobrenatural; ha sido para ellos tema de desarrollos al mismo tiempo elevados como también prácticos. Así Cirilo de Jerusalén y el de Alejandría, S. Basilio, S. Juan Crisóstomo, S. Agustín, etc. Según S. Ireneo, constituye el fin de la Encarnación. S. Atanasio deja clara su relación con la totalidad de la obra salvadora de Cristo, también con sus sufrimientos. Clemente de Alejandría muestra su conexión con la vocación a través del bautismo. Insisten -con la Escritura- en que la gloria de Dios consiste en hacer de nosotros hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia (Eph 1, 5-6): «Porque la gloria de Dios es el hombre vivo, y la vida del hombre es la visión de Dios: si ya la revelación de Dios por la creación procuró la vida a todos los seres que viven en la tierra, cuánto más la manifestación del Padre por el Verbo procurará la vida a los que ven a Dios» S. Agustín resalta: «El Verbo se hizo carne y moró entre nosotros. ¡Trueque admirable! Él se hace carne, y éstos se hacen espíritu (...). Fuisteis comprados a mucho precio; por vosotros se hizo el Verbo carne; por vosotros, quien era el Hijo de Dios, hízose hijo del hombre, a fin de que los hijos del hombre fuerais hechos hijos de Dios». A los que creen en su nombre dioles facultad de ser hijos de Dios (Io 1, 12); y añade: «¿Y cómo son hechos hijos de Dios? Los cuales no de la sangre, ni de la voluntad de varón ni de la voluntad de la carne, sino que de Dios son nacidos. Al recibir la facultad de ser hechos hijos de Dios, nacieron de Dios. Notadlo bien: nacieron de Dios, no por la mezcla de las sangres, como tiene lugar la primera generación (...). ¿Qué eran, en efecto, estos nuevos hijos de Dios? (...) El primer nacimiento es de varón y mujer; el segundo es de Dios y de la Iglesia». Sentirse en casa, libres, sin atarse a nada más que a intentar dejarse amar por ese Dios que nos ama… eso es la vida. Decía Mossen Cima que un alma se fue al cielo, con miedo de qué decirle a Dios, y el ángel le tranquilizó: “-le dirás lo que todos…” y él insistió en sus miedo: “¿y qué me dirá Dios, pues me he portado tan mal…” –“tranquilo, le respondió el ángel: te dirá lo que a todos”. Cuando estuvo en la presencia de Dios le dijo sólo: “¡Gracias, Señor, por amarme tanto!”, y Dios Padre le contestó: “-Gracias a ti, por haberme pedido perdón tantas veces”. Es la única cosa que Dios no puede, esa limitación e impotencia de Dios, de superar la barrera de nuestra libertad, por eso el Evangelio nos pide (Juan Pablo II lo repetía): “¡abrir las puertas a Cristo!”, o al menos abrir el cerrojo de nuestra alma, para que él pueda entrar. Santa Catalina de Siena, al ver en la persona humana la imagen de la dignidad del Autor, su amor inextinguible “con el que contemplaste a tu criatura en ti mismo y te dejaste cautivar de amor por ella… ¡Inmenso abismo de caridad! ¿Puede haber un corazón tan duro que pueda mantenerse entero y no partirse al contemplar el descenso de la infinita sublimidad hasta lo más hondo de la vileza, como es la de la condición humana?” Espíritu de Amor que remite a la sublimidad de la propia esencia de Dios en la revelación de Jesucristo. El lenguaje humano siente la rígida limitación de sus palabras, encerradas siempre dentro de la «jaula» (L. Wittgenstein) que nos impide dar nombre a lo que constituye la esencia del misterio, de esta vida auténticamente vivida, de aprender a disfrutar estos “momentos mágicos” especiales de la vida, pero sobre todo encontrar la sublimidad en lo ordinario. La felicidad no está tanto en las grandes hazañas que soñamos con la imaginación, como en vivir de manera sublime las cosas pequeñas, cosa más difícil: dicen que los españoles son capaces de un “2 de mayo” (fecha del levantamiento ante los invasores), es decir un acto heroico, pero que lo que no son capaces es de un “3 de mayo, de un 4…”, es decir la rutina del día a día… Vivimos para la sublimidad, y hemos de saber encontrar la belleza en lo ordinario, no hemos de esperar un mañana donde se hagan realidad los sueños que vamos haciendo, ese “mañana” también vendrá, pues lo mejor siempre está por llegar, pero lo que es verdaderamente importante es encontrar en el “hoy” una vida llena, aunque no tenga momentos de “éxtasis”, entusiasmantes, de estar haciendo continuamente algo “extraordinario”, con descargas de adrenalina. En este sentido, es equivocado quien busca emociones siempre nuevas, porque no hay fuego sólo en la hoguera, también es fuego las brasas, que a veces bajo la ceniza van dando calor... En el fondo, cada día tiene un sentido positivo, porque la vida es una canción que tiene una letra y una música; la letra, es lo que toca hacer, y la música lo que da el ritmo, el entusiasmo, la armonía. Ésta es la música del corazón: el amor, y se trata de ponerla en la letra ordinaria, el “guión” de cada día. El misterio de la vida está ahí, descubrir que todo es del Señor, y cuando nos alejamos de Él perdemos esta sublimidad, vuelve el vacío, cuando hemos probado el cielo la tierra no satisface, lo auténtico está, como decía Joan Maragall, en ver que Dios está aquí, en lo de cada día, el hombre está hecho para Dios, y de tendencia mira también la tierra, y cuando absolutiza esta tendencia pierde terreno la otra, y se pierde. No hablamos aquí de quien se aburre porque tiene falta de serotonina, por una cuestión química, sino que hay una retro-alimentación entre el sentido de sublimidad que estamos analizando bajo la óptica de la filiación divina, y la vida en el espíritu y virtudes, que de alguna manera vemos en toda educación, que básicamente consta de dos elementos: motivación y esfuerzo. Quien está motivado, se esfuerza, y quien se esfuerza crece interiormente y se va motivando. Según este esquema, la vida cristiana tendría como motor de arranque (más o menos consciente) este querer ser dios, hijos de Dios, que se aviva con su consideración: el sentirse hijos de Dios, que da alegría y libertad, de ello hablaremos en otro momento.
Al ver el mundo materializado, no hemos de juzgar ni condenar, que Jesús no lo hace, sino proclamar la divina misericordia, ese amor de Dios, que es lo que más mueve: el castigo también existe, pues si no hay posibilidad de rechazo no hay libertad. Pero una vez dejado claro este supuesto, volvamos a la necesidad de las personas, de sentirse valoradas, cosa que se nota cuando oímos hablar a alguien, cuando reclama atención nos lo está diciendo de mil modos. Esto no quiere decir que las obligaciones no sean importantes, pues son todo palabras si no hay hechos, servicio, y aunque muchas personas hayan trabajado por hacer la voluntad de Dios, por un sentido de obligación quizá muy ligado a la ley, ahí están sus obras de amor, que son lo que cuentan, y no las palabras. Pero también es importante el acogimiento, sentirse querido, como me decía una persona al conocer a otros: “aquí me he sentido acogido, me he sentido bien, querido: me gusta…” Por esto hemos de volver siempre a Jesús, pues en los momentos de la historia (Papas, Concilios, teología…) se ha explicado en el tiempo, en la cultura del momento, una verdad que tienen mil potencialidades, que es dinámica, como también es dinámica nuestra comprensión, nuestro acercamiento a la verdad… La Biblia nos da siempre pistas del discernimiento, para salir de la cultura racionalista que nos ha aprisionado y nos aprisiona con su moralismo y sus reglas que se multiplican hasta un nuevo fariseísmo, hay que volver a Jesús continuamente, a ese sentirnos mirados por Él, sentir el amor que cura. Jesús cuando nos mira nos muestra como podemos ser, y esto nos mueve a ser nosotros mismos, a amar más, a vivir la radicalidad del Evangelio, todo esto significa la luz del cirio pascual. Y fuera de Jesús, todo cansa, nos despistamos, y hemos de volver a la pista… todo esto es que con Jesús “nada me falta”: es quien se sabe guiado y acompañado por la mano firme y protectora del pastor, proclama con tranquila audacia su ausencia de ambiciones. Tiene todo lo que necesita: conducción, seguridad, alimento, defensa, escolta, techo donde habitar... Difícilmente anidarán en su corazón la agresividad, la envidia, la rivalidad, todas esas actitudes que amenazan siempre el convivir con los otros fraternalmente.
Tendríamos que imaginarnos cómo pronuncia Jesús en persona: "Nada me falta... El Padre me conduce... Aunque tenga que pasar por un valle de muerte, no temo mal alguno... Mi copa desborda... Benevolencia y felicidad sin fin... Porque Tú, Oh Padre, estás conmigo...". ¿Quién mejor que Jesús, vivió una intimidad amorosa con el Padre, su alimento, su mesa (Jn 4,32.34)? Es oveja, y pastor… "Yo soy el Buen Pastor" (Juan 10,11). La tonalidad íntima de este salmo, hace pensar en "una oveja", la única oveja que se siente mimada por el Pastor: "El Señor es mi Pastor, nada me falta". Esto evoca la solicitud de que habla Jesús cuando no duda un momento en "dejar las 99 para ir a buscar la única oveja perdida" (Mateo 18,12). Este mismo clima de "intimidad" evocará San Juan para hablar de la unión con Cristo Resucitado, retomando la imagen de la mesa servida: "entraré en su casa para cenar con El, yo cerca de El y El cerca de mí" (Apocalipsis 3,20). Los primeros cristianos cantaron mucho este salmo que lo consideraron como el salmo bautismal por excelencia: este salmo 22 se leía a los recién bautizados, la noche de Pascua, mientras subían de la piscina de inmersión de "aguas tranquilas que los hicieron revivir"... Y se dirigían hacia el lugar de la Confirmación, en que se "derramaba el perfume sobre su cabeza"... antes de introducirlos a su primera Eucaristía, "mesa preparada para ellos". Bajo estas imágenes pastorales de "majada" como telón de fondo, tenemos una oración de gran profundidad teológica y mística; Jesucristo es el único Pastor que procura no falte nada a la humanidad... El nos hace revivir en las aguas bautismales... Nos infunde su Espíritu Santo... Nos preparó la mesa con su cuerpo entregado... Y la copa de su Sangre derramada... El conduce a los hombres, más allá de los valles tenebrosos de la muerte, hasta la Casa del Padre en que todo es gracia y felicidad. No podemos buscar ser felices mientras miramos tanta gente desgraciada, la felicidad es una puerta que se abre hacia fuera, hacia los demás. Pero tiene una fuente secreta, estar con Dios: "porque Tú estás conmigo"... "Nada me falta", cuando vivo esta experiencia. Vuelta a la naturaleza. Es esta una de las aspiraciones del hombre moderno. "Mirad las flores del campo", decía Jesús. Este salmo nos invita a mirar las praderas, las fuentes, los trabajos pastoriles, la mesa en que recibimos a los amigos, las casas que nos alojan. Muchas alegrías inocentes están a nuestro alcance. ¿Por qué no aprovecharlas? ¿Por qué no proporcionarlas a los demás? (Noel Quesson).
San Gregorio Nisa escribe: "En el salmo, David invita a ser oveja cuyo Pastor sea Cristo, y que no te falte bien alguno a ti para quien el Buen Pastor se convierte a la vez en pasto, en agua de reposo, en alimento, en tregua en la fatiga, en camino y guía, distribuyendo sus gracias según tus necesidades. Así enseña a la Iglesia que cada uno debe hacerse oveja de este Buen Pastor que conduce, mediante la catequesis de salvación, a los prados y a las fuentes de la sagrada doctrina". San Cirilo de Alejandría dice de este salmo que es "el canto de los paganos convertidos, transformados en discípulos de Dios, que alimentados y reanimados espiritualmente, expresan a coro su reconocimiento por el alimento salvador y aclaman al Pastor, pues han tenido por guía no un santo como Israel tuvo a Moisés, sino al Príncipe de los pastores y al Señor de toda doctrina en quien están todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia."
3. 1 Pedro 2,20-25: Hay situaciones en las que el hombre, injustamente oprimido, sólo puede resistir a la injusticia con la paciencia. Si el cristiano descubre entonces el sentido del sufrimiento y, sin temor a los hombres, acepta la cruz pacientemente, su dolor estará fortalecido con la esperanza que no defrauda; imitará al Maestro que también padeció injustamente, y alcanzará la vida. Jesús, que fue llevado a la muerte como oveja al matadero; Jesús, por cuyas heridas hemos sido curados, vive, y ahora es el pastor y guardián de nuestras vidas. El sufrimiento del cristiano, asociado al sufrimiento de Cristo, tiene un sentido redentor. La paciencia cristiana es la única manera de resistir a la injusticia sin desesperaciones suicidas y sin traiciones cobardes a la justicia. Estos consejos que Pedro da a los esclavos de su tiempo, deben entenderse teniendo en cuenta la situación y sabiendo que, en cualquier caso, es preciso obedecer antes a Dios que a los hombres (Hech 5, 29). Por eso, recuerda en este contexto: "Respetad al rey, pero temiendo a Dios" (v. 17). Con ello señala un límite a toda autoridad humana y condena todo servilismo (“Eucaristía” 1981). Esta paciencia tiene su fundamento en la esperanza en Jesús, como recordaba S. Agustín: “¿Cuál es, sino, la esperanza de los fieles santos que llevan bajo la alianza conyugal, con castidad y concordia, el yugo del matrimonio, o la de quienes doman en la continencia de la viudez los placeres de la carne, o la de quienes, poniendo más alta la cima de la santidad y floreciendo en la nueva virginidad, siguieron al cordero adondequiera que fuera? ¿Qué esperanza, repito, les queda; qué esperanza nos queda a nosotros, si sólo siguen a Cristo quienes derraman su sangre por él? ¿Ha de perder la madre Iglesia a sus hijos, que engendró con tanta mayor fecundidad cuanta mayor era la tranquilidad de que gozaba en tiempo de paz? ¿Ha de suplicar que llegue la persecución y la prueba para perderlos? De ninguna manera, hermanos. ¿Cómo puede pedir la persecución quien grita día a día: No nos dejes caer en la tentación? (Mt 6,13). Aquel huerto del Señor, hermanos, tiene -y lo repito una y tres veces- no sólo las rosas de los mártires, sino también los lirios de las vírgenes, la hiedra del matrimonio y las violetas de las viudas. De ninguna manera, amadísimos, tiene que perder la esperanza de su vocación ninguna categoría de hombres: Cristo padeció por todos. Con toda verdad está escrito de él: ‘Quien quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad’ (1 Tim 2,4)”.
Si nos preguntamos qué es ser cristiano no podemos responder que es creer en Dios, y menos aún creer en cualquier imagen de Dios (recordemos que los primeros cristianos fueron acusados de ateísmo... y de ateísmo militante). Ser cristiano es creer en aquel Dios que se nos ha manifestado en Jesús el Cristo. Pero una cosa es que Jesús sea la puerta, y otra que se quite la libertad. Los cristianos han querido configurar socialmente el espíritu del evangelio: habla de la necesidad de entrar en la Vida, y se ha querido formar un Reino, facilitando “entrar por la puerta y no intentar saltar por otras partes”. Estas comparaciones, típicas del lenguaje de Juan, son espirituales, pero en la historia se han hecho leyes sociales sobre este espíritu, y algunos se han sentido forzados. Se ha asociado la fe a unas obligaciones, mirando más la explicación histórica de la doctrina, que a la esencia del mensaje de Jesús de Nazaret. Las formas renacentistas y ilustradas de pensamiento, nacidas en estos países cristianos, y no en otras partes del mundo, que han dado lugar al progreso que hoy conocemos en occidente, han surgido como hijas de ese “humus” griego-judeo-romano-cristiano, pero no han sido reconocidas por su padre, al mismo tiempo que ellas también se han alejado de su padre. La filosofía también ha ayudado a formar este modo de pensar, quizá por esto junto al monoteísmo, en esas sociedades cristianas se ha dado también el teísmo y el ateísmo, como formas de adhesión o rechazo a una cierta unión entre reino espiritual-reino terrenal. Todos desean también eso que denominamos la Vida, el Reino (o, simplemente, Dios). Pero han escogido otros caminos, por motivos emotivos, de ideas equivocadas, de incomprensiones y falta de diálogo fe-razón (basta pensar en el ateísmo de Nietzsche y su crítica a la “religión de esclavos”).
Son efectivamente las formas equivocadas de religiosidad, que provocan rechazo en gentes que –sin ser unos santitos- tienen, eso sí, percepción de qué no es humano… ¿Qué tiene la Ley que es tan duramente descalificada en el texto de san Pablo que comentamos? La respuesta es clara: la Ley infantiliza y mata. Jesús es el fin de la Ley. Con el cuarto evangelio en la mano la respuesta es también clara: la Ley incapacita, inmoviliza. Su símbolo son la muchedumbre de ciegos, cojos y paralíticos en el estanque de cinco soportales y en donde la vida se reparte a cuentagotas (cf. Jn 5,1ss). En contraposición con este panorama leemos en el texto de hoy: "quien entre a través de mí estará a salvo; entrará y saldrá libremente y siempre encontrará sustento... Yo he venido para que todos tengan vida y la tengan abundante". El hombre religioso prefiere la Ley; el cristiano prefiere a Jesús. El primero es heterónomo y servil; el segundo es autónomo y dueño. Es importante tener muy clara esta distinción en los tiempos que corren, más propensos a lo religioso que a lo cristiano. Sucede también muy a menudo que ambos órdenes se confunden y se habla de Jesús, cuando lo que en el fondo importa es la Ley (A. Benito).
4. El domingo 4º de Pascua es siempre el del Buen Pastor, se lee Juan 10 dividido, según los ciclos. Este año, la primera parte: la referida a Cristo como puerta: "Tenemos entrada libre al santuario, en virtud de la sangre de Jesús; contamos con el camino nuevo y vivo que él ha inaugurado para nosotros a través de la cortina, o sea de su carne" (Hb 10.19; Mt 27. 51). Es, pues, la misma humanidad pascual de Cristo la que se ha convertido en puerta de acceso al "santuario", a los bienes de la salvación, a "los pastos", a "la vida abundante". Aunque estemos en una Misa con pocos hermanos en la fe, de ahí surge una fuerza que puede llegar a todos, pues la salvación, ofrecida para todos, viene por esta Humanidad de Jesús y sus frutos de la aplicación de la redención, que se vive en estos sacramentos. Jesús camina delante y conoce a sus ovejas, es el interesarse por cada uno con amor, no trata a la gente como “masa social”. Censura los malos pastores. S. Agustín hablaba de cómo hay que tener un amor que lleve a buscar incluso al que no quiere ser buscado: “Tú quieres errar, tú quieres perderte; pero no quiero yo. En última instancia no quiere aquel que me atemoriza. Si yo lo quisiera, mira lo que me dice, mira cómo me increpa: No recondujisteis a la que estaba descarriada ni buscasteis a la que se había perdido”, no es fácil “conquistar” un alma que no quiere y que da miedo de que no nos escuche, en un análisis psicológico entra al fondo del alma como el buen pastor: “Llamaré a la oveja descarriada, buscaré a la perdida. Quieras o no, lo haré. Y aunque al buscarla me desgarren las zarzas de los bosques, pasaré por todos los lugares, por angostos que sean; derribaré todas las vallas; en la medida en que me dé fuerzas el Señor que me atemoriza, recorreré todo. Llamaré a la descarriada, buscaré a la perdida. Si no quieres tener que soportarme, no te extravíes, no te pierdas”. Recuerdo una película-serie, “La mejor juventud” en la que cae por el suelo el concepto de libertad de “dejar hacer” sin más, de la revolución cultural de 1968, a veces se ve cómo esconde falta de amor, cuando con un poco más de cuidado se evitan daños graves.
-«Yo soy la puerta» «Muy muchas veces lo he visto por experiencia; hámelo dicho el Señor; he visto claro que por esta puerta hemos de entrar», escribía desenfadada Santa Teresa de Jesús. No hay otro camino que Cristo para llegar a Dios. Su humanidad es la puerta del templo. Cristo-Puerta. La puerta es una imagen entrañable y familiar; es una invitación a la relación y al encuentro; es signo de apertura. Cristo es, en primer lugar, puerta de Dios, porque nos facilita el acceso al Padre. «Siempre que se piense de Cristo, nos acordemos del amor con que nos hizo tantas mercedes y cuán grande nos le mostró Dios en darnos tal prenda del que nos tiene; que amor saca amor» (Santa Teresa).
“La Eucaristía de hoy está empapada de la presencia de Jesús bajo la imagen del Buen Pastor. En otras páginas del cuarto evangelio, san Juan nos presenta a Jesús -generalmente utilizando sus mismas palabras- bajo imágenes muy ricas y sugerentes: cordero inmolado que quita el pecado del mundo; camino, verdad y vida; luz que ilumina a los que están en las tinieblas; fuente de agua viva para todos los que tienen sed; pan bajado del cielo para dar vida a la humanidad... Hoy nos lo presenta bajo la figura del buen Pastor y de puerta del aprisco. Todas estas imágenes tienen su razón de ser y su explicación en esas últimas palabras del evangelio de hoy: "yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante".
La parábola-alegoría del buen Pastor tiene un gran interés eclesiológico. La Iglesia de Cristo es como un rebaño espiritual, al cual todo el mundo está llamado. Conducido por un solo Pastor (Cristo), vive la misma vida sobrenatural (la gracia) y se alimenta en los mismos pastos (palabra de Dios y sacramentos).
Entre el Pastor supremo y guardián del rebaño y las ovejas, existe una mutua relación de simpatía y de amor efectivo, una vida íntima de familia. Todo el rebaño se beneficia de la muerte del Pastor que dio libremente su vida por las ovejas. Resucitado de entre los muertos, sigue influyendo sobre ellas, sirviéndose normalmente de otros pastores que, unidos sacramental- mente con él y subordinados a él, hacen presente y eficaz su acción redentora.
Estas figuras del evangelio de hoy (puerta y pastor) expresan la función salvadora y mediadora de Jesús y también su estilo de servidor sacrificado que da la vida por sus ovejas. Jesús es el único mediador entre Dios y los hombres (1 Tm 2. 5); sólo a través de él la vida y la luz llegan a los hombres, y los hombres llegan a la salvación y al Padre. Jesús no admite ninguna concurrencia en esta función; todas las demás mediaciones -incluso la singular de María- son derivadas y analógicas” (Josep Maria Guix). San Gregorio de Nisa dice al Buen Pastor: «¿Dónde pastoreas, Pastor Bueno, Tú que cargas sobre tus hombros a toda la grey? Muéstrame el lugar de tu reposo, guíame hasta el pasto nutritivo, llámame por mi nombre, para que yo escuche tu voz y tu voz me dé la vida eterna» (J. Gomis). La Iglesia ora este domingo por las vocaciones a los distintos ministerios y servicios, dentro del Pueblo de Dios. Necesitamos imperante- mente pastores al estilo del Buen Pastor. Hacen falta personas generosas, dispuestas a ofrecerse a Dios y a la Iglesia, para ser signo de la presencia y el amor del Buen Pastor, mensajeros de su Palabra, testigos de su amor, encarnación de su acogida y entrega (Jn 4,35). La figura evangélica del Buen Pastor es una imagen bella y poética que penetró hondamente en los corazones de los cristianos de Roma. En las catacumbas de Domitila, que se remontan al siglo I, aparecen pinturas del Buen Pastor. Imagen oficial en lugar del crucificado; tal vez por repugnancia. Sabemos que Cristo tiene muchos nombres. Fray Luis de León escribió un libro sobre ellos: Pimpollo o Retoño, Rostro de Dios, Camino, Monte, Rey, Pujanza de Dios, Hijo, Verbo, Salvador, Cordero de Dios, Esposo, Amado, Padre del siglo venidero, Príncipe de la Paz, Profeta, etc, etc. Pero este nombre de Pastor es el que se impuso Él solemnemente al final de su predicación y lo explicó largamente. No fue nada original... en el nombre, sí en lo que significa. Homero llamó a uno de sus héroes Agamenón, "Pastor de pueblos". Y su casi contemporáneo Isaías escribe en el Libro de la Consolación: "Ahí está vuestro Dios. Como Pastor pastorea su rebaño, recoge en sus brazos a los corderillos, en el seno los lleva y trata con cuidado a las paridas".
Vivimos en un mundo de contradicciones, ídolos y modelos que ofrecen liderazgos contrapuestos, variados, contradictorios… ¿estamos en un mundo vacío de ideales? Son días de oír al Buen Pastor: “Oveja perdida, ven / sobre mis hombros; que hoy / no sólo tu Pastor soy / sino tu pasto también. // Por descubrirte mejor / cuando balabas perdida, / dejé en un árbol la vida, / donde me subió tu amor; / si prenda quieres mayor, / mis obras hoy te la den. // Oveja perdida, ven / sobre mis hombros; que hoy / no sólo tu Pastor soy / sino tu pasto también. // Pasto al fin yo tuyo hecho, / ¿cuál dará mayor asombro, / el traerte yo en el hombro / o traerme tú en el pecho? / Prendas son de amor estrecho / que aun los más ciegos las ven. // Oveja perdida, ven / sobre mis hombros; que hoy / no sólo tu Pastor soy / sino tu pasto también” (Luís de Góngora). Son días de pedirle: “Pastor bueno, vela con solicitud sobre nosotros y haz que el rebaño adquirido por la sangre de tu Hijo pueda gozar eternamente de las verdes praderas de tu reino y tener parte de la admirable victoria de su Pastor” (Oración después de la comunión / Oración colecta).Llucià Pou Sabaté

sábado, 14 de mayo de 2011

SÁBADO DE LA TERCERA SEMANA DE PASCUA: el Apóstol Pedro, vicario de Jesús, está asistido por el Espíritu Santo a lo largo del tiempo, y es portavoz de

SÁBADO DE LA TERCERA SEMANA DE PASCUA: el Apóstol Pedro, vicario de Jesús, está asistido por el Espíritu Santo a lo largo del tiempo, y es portavoz de la fe de la Iglesia.

1ª: Hechos 9,31-42: Entonces por toda Judea, Galilea y Samaria la iglesia tenía paz. Iba edificándose y vivía en el temor del Señor, y con el consuelo del Espíritu Santo se multiplicaba. 32 Aconteció que mientras Pedro recorría por todas partes, fue también a visitar a los santos que habitaban en Lida. 33 Allí encontró a cierto hombre llamado Eneas, que estaba postrado en cama desde hacía ocho años, pues era paralítico. 34 Pedro le dijo: "Eneas, ¡Jesucristo te sana! Levántate y arregla tu cama." De inmediato se levantó, 35 y le vieron todos los que habitaban en Lida y en Sarón, los cuales se convirtieron al Señor.
36 Entonces había en Jope cierta discípula llamada Tabita, que traducido es Dorcas. Ella estaba llena de buenas obras y de actos de misericordia que hacía. 37 Aconteció en aquellos días que ella se enfermó y murió. Después de lavarla, la pusieron en una sala del piso superior. 38 Como Lida estaba cerca de Jope, los discípulos, al oír que Pedro estaba allí, le enviaron dos hombres para que le rogaran: "No tardes en venir hasta nosotros."
39 Entonces Pedro se levantó y fue con ellos. Cuando llegó, le llevaron a la sala y le rodearon todas las viudas, llorando y mostrándole las túnicas y los vestidos que Dorcas hacía cuando estaba con ellas. 40 Después de sacar fuera a todos, Pedro se puso de rodillas y oró; y vuelto hacia el cuerpo, dijo: "¡Tabita, levántate!" Ella abrió los ojos, y al ver a Pedro se sentó. 41 Él le dio la mano y la levantó. Entonces llamó a los santos y a las viudas, y la presentó viva.
42 Esto fue conocido en todo Jope, y muchos creyeron en el Señor. 43 Pedro se quedó muchos días en Jope, en casa de un tal Simón, curtidor.

Salmo responsorial : 116/115, 12-17 (también en Corpus y Jueves Santo): ¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? 12 ¿Qué daré a Yahvé por todas sus bendiciones para conmigo? 13 Alzaré la copa de la salvación e invocaré el nombre de Yahvé. 14 Cumpliré mis votos a Yahvé delante de todo su pueblo. 15 Estimada es en los ojos de Yahvé la muerte de sus fieles. 16 Escúchame, oh Yahvé, porque yo soy tu siervo; soy tu siervo, hijo de tu sierva. Tú rompiste mis cadenas. 17 Te ofreceré sacrificio de acción de gracias e invocaré el nombre de Yahvé.

Evangelio: Juan 6,61-70 (igual que el Domingo 21B): Sabiendo Jesús en sí mismo que sus discípulos murmuraban de esto, les dijo:
-¿Esto os escandaliza? 62 ¿Y si vierais al Hijo del Hombre subir a donde estaba primero? 63 El Espíritu es el que da vida; la carne no aprovecha para nada. Las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida. 64 Pero hay entre vosotros algunos que no creen.
Pues desde el principio Jesús sabía quiénes eran los que no creían y quién le había de entregar, 65 y decía: -Por esta razón os he dicho que nadie puede venir a mí, a menos que le haya sido concedido por el Padre.
66 Desde entonces, muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con Él. 67 Entonces Jesús dijo a los doce: -¿Queréis acaso iros vosotros también?
68 Le respondió Simón Pedro: -Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. 69 Y nosotros hemos creído y conocido que Tú eres el Santo de Dios.
70 Jesús les respondió: -¿No os escogí yo a vosotros doce, y uno de vosotros es diablo?
Comentario: 1. En la historia de la primera comunidad de Jerusalén llegamos ahora a una época de paz. Vemos la acción del Espíritu Santo, más allá de los poderes humanos y del demonio. Y aprovechando la ocasión, el protagonista de hoy, Pedro, sale de Jerusalén y hace un recorrido por las comunidades cristianas, a modo de visita pastoral, para reanimarlas en su fe (sobre la fe, hablaremos al comentar el Evangelio).
Su presencia va acompañada por hechos milagrosos. La fuerza curativa de Jesús se ha comunicado ahora a su Iglesia, en la persona de Pedro, que explícitamente invoca a Jesús: «Eneas, Jesucristo te da la salud, levántate». Y también al resucitar a la mujer, primero se arrodilla y se pone a rezar, antes de mandarle: «Tabita, levántate». Es lo que habían hecho él y Juan a la puerta del Templo cuando curaron al paralítico «en el nombre de Jesús». Vemos los protagonistas de la historia de la Iglesia: Jesús, su Espíritu y la comunidad misma, con sus ministros. Jesús, desde su existencia gloriosa, sigue presente en su Iglesia, la llena de fuerza por su Espíritu y sigue así actuando a través de ella. Se explica que Lucas pueda describir un panorama tan optimista: «la comunidad se iba construyendo y progresaba en la fidelidad al Señor, y se multiplicaba animada por el Espíritu Santo». El mal retrocede. -Tabita era rica en buenas obras y en limosnas que hacía... Las viudas de la ciudad mostraron a Pedro las túnicas y mantos que confeccionaba cuando estaba con ellas. "¡Tabita, levántate!" Siempre la misma frase: «¡levántate!» La misma que Pedro había dirigido ya al mendigo de la Puerta Hermosa en Jerusalén... esa palabra que Jesús había dicho tan a menudo a los enfermos, a los pecadores. (Mt 9,5;17,7; Jn 5,8). Todo Jope -ciudad de Tabita- supo la noticia de esa resurrección y muchos creyeron en el Señor. El milagro está en función de la fe. Y la fe se propaga (Noel Quesson).
Como Pedro en su tiempo, deberíamos ser cada uno de nosotros «buenos conductores» de la salud y de la vida del Resucitado. Yo no tengo el «milagro» a mi disposición, como se lo diste a Pedro para facilitar la primera expansión de tu Iglesia. Pero puedo actuar «en el sentido de la vida»: ¿cómo puedo traducir, concretamente, el poder de tu resurrección en mis responsabilidades, en mis compromisos, en mis relaciones... para que crezca la vitalidad profunda de la humanidad? Para que retrocedan el mal, el pecado, la injusticia, el egoísmo. Celebrar la Pascua es dejarnos llenar nosotros mismos de la fuerza de Jesús, y luego irla transmitiendo a los demás, en los encuentros con las personas. ¿Curamos enfermos, resucitamos muertos en nombre de Jesús? Sin llegar a hacer milagros, pero ¿salen animados los que sufren cuando se han encontrado con nosotros?, ¿logramos reanimar a los que están sin esperanza, o se sienten solos, o no tienen ganas de luchar? Todo eso es lo que podríamos hacer si de veras estamos llenos nosotros de Pascua, y si tenemos en la vida la finalidad de hacer el bien a nuestro alrededor, no por nuestras propias fuerzas, sino en el nombre de Jesús. La Eucaristía nos debería contagiar la fuerza de Cristo para poder ayudar a los demás a lo largo de la jornada. Salir de nosotros mismos -fue un buen símbolo que Pedro saliera de Jerusalén- y recorrer los caminos de los demás -saberles «visitar»-para animarles en su fe, podría ser una buena consigna para nuestra actuación de cristianos en la Pascua.
La esperanza de esta primitiva Iglesia estaba ligada a la maternidad de María, y en este sábado pascual queremos felicitarla por la resurrección de Jesús, y agradecerle sus cuidados maternales para con la Iglesia: “Señor, tú hiciste de María la llena de gracia; te bendecimos. / María, en este nuevo sábado del tiempo pascual, celebramos tu gozo maternal. / Jesús, María, haced de nosotros y de nuestros corazones vuestra morada. / Jesús, María, sed nuestros reyes de paz, justicia, amor, solidaridad”. El Espíritu Santo y María nunca pueden ni deben estar ausentes en la liturgia de la Iglesia de Cristo y en el corazón de los fieles. Todos fuimos redimidos por el Hijo de Dios que se encarnó por obra del Espíritu Santo en el seno de la Virgen María; y en su amor vivimos. Jesús y María son la realización perfecta del ideal de amor que el Evangelio proclama y al que nosotros, como cristianos, debemos aspirar amando a todos con perfecta caridad. San Cipriano comenta: «En los Hechos de los Apóstoles está claro que las limosnas no sólo ayudan al pobre. Habiendo enfermado y muerto Tabita, que hacía muchas buenas obras y limosnas, fue llamado Pedro y apenas se presentó, con toda diligencia de su caridad apostólica, le rodearon las viudas con lágrimas y súplicas... rogando por la difunta más con sus gestos que con sus palabras. Creyó Pedro que podría lograrse lo que pedían de manera tan insistente y que no faltaría el auxilio de Cristo a las súplicas de los pobres en quienes Él había sido vestido... No dejó, en efecto, de prestar su auxilio a Pedro, al que había dicho en el Evangelio que se concedería todo lo que se pidiera en su nombre. Por tal causa se interrumpe la muerte y la mujer vuelve a la vida y con admiración de todos se reanima, retornando a la luz del mundo el cuerpo resucitado. Tanto pudieron las obras de misericordia, tanto poder ejercieron las obras buenas». Recordemos la sentencia: Si amas al que te ama, bien está, es tu deber. Pero eso hacen incluso los pecadores. Si amas también a quien se te muestra indiferente o displicente contigo, este amor es mejor, pues en él tu corazón se hace más generoso. Y si amas incluso al que te desprecia u odia, esto es perfecto, porque aquí tu amor sería puro amor, nacido de la grandeza de un corazón que, olvidado de sí, goza en el bien del otro por él mismo. ¿No es ésa la estampa de Jesús que sube hasta la cumbre del Calvario y derrama amor? ¿No es ésa la estampa de María ofreciendo a su Hijo, ofreciéndose a sí misma, por amor a los pecadores que coronaron de espinas a su Hijo? No hay tribunal de justicia humana que a ofensores y verdugos perdone su maldad. Pero hay entrañas de amor divino que desde la cruz y con el corazón desgarrado perdonan al pecador para que su salvación lo alcance y transfigure, como recordamos en la Entrada: «Por el Bautismo fuisteis sepultados con Cristo y habéis resucitado con Él, porque habéis creído en la fuerza de Dios que lo resucitó. Aleluya» (Col 2,12); y en la Colecta:: «Oh Dios, que has renovado por las aguas del bautismo a los que creen en ti, concede tu ayuda a los que han renacido en Cristo, para que venzan las insidias del Mal y permanezcan siempre fieles a los dones que de Ti han recibido».
2. Sal. 116/115. Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. Dios está siempre cerca de sus fieles para librarlos de la muerte. Quien invoque al Señor jamás será defraudado por Él. Desde la resurrección de Cristo el camino de la humanidad tiene un nuevo significado: Quien crea en Cristo Jesús, aun cuando tenga que pasar por la muerte, debe saber que después de la cruz está la resurrección y la glorificación junto a Él. Por eso no tengamos miedo en ofrecerle a Dios nuestra propia vida como una ofrenda agradable a su Santo Nombre, sabiendo que Él velará siempre por nosotros y nos llevará sanos y salvos a su Reino celestial.
Con su resurrección Cristo ha vencido a la muerte. Las cadenas que nos ataban han quedado definitivamente rotas. Jesús nos ha salvado ¿Cómo pagar tan inmenso bien? La Santa Misa es la acción de gracias más agradable al Padre. Con el Salmo decimos: «¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre”, alusión a la libación ritual, quizá, de vino y aceite (Ex 29,40-41; Lv 6,14), copa derramada en acción de gracias por haber sido librado de la muerte: “¿Quién te dio la copa de salvación, de suerte que, tomándola e invocando el nombre del Señor, le retribuyas por todo lo que a ti te retribuyo? Quien sino Aquel que dice: ‘¿podéis beber el cáliz que yo he de beber? ¿Quién te otorgó imitar sus padecimientos sino Aquel que primeramente padeció por ti? Por tanto, preciosa es delante del Señor la muerte de sus santos. La compró con su sangre, que primeramente derramó por la salud de sus siervos, para que sus siervos no dudasen en derramarla por el Nombre del Señor” (S. Agustín). “Cumpliré al Señor mis votos en presencia de todo el pueblo. Mucho le cuesta al Señor la muerte de su fieles. Señor, yo soy tu siervo, siervo tuyo, hijo de tu esclava: Rompiste mis cadenas. Te ofreceré un sacrificio de alabanza, invocando tu nombre, Señor». El sacrificio de acción de gracias tenía lugar en el Templo (donde habitaba el Señor): esas palabras eran citadas (vv. 12-14) en la antigua liturgia romana antes de la comunión (la mejor manera de pagar la deuda es unirse al sacrificio de Jesús), y es un salmo que se usa con frecuencia para preparar el sacrificio de la Misa y lo proclama la liturgia en la fiesta del Corpus y el Jueves santo.
“¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?”. La única correspondencia que nos pide Dios es la de la gratitud y la lealtad. Cuando Jesús relataba cada una de las Bienaventuranzas, pensaba en cada uno de nosotros: los perseguidos, los que lloran, los que sufren… pero, además, entraban en el mismo “saco” los limpios de corazón, los pacíficos, etc. Esa “mezcla” entre lo que a primera vista puede parecer bueno y malo, es de una coherencia sobrenatural que debe asombrarnos. Se trata del mismo recorrido que hizo Cristo, y nosotros hemos sido llamados por Él para acompañarle y dar testimonio de lo que en verdad es el hombre: un ser limitado con aspiraciones de eternidad (de archidiócesis Madrid).
3. Hoy vemos que el discurso eucarístico tiene un efecto de escándalo y rechazo de la gran mayoría...: ¡es la crisis! Hasta aquí las muchedumbres le han seguido y buscado. Pero la revelación del misterio eucarístico repele a la mayor parte de los oyentes: -Muchos de sus discípulos gritaron: "¡Duras son estas palabras! ¿Quién puede escucharlas?" "¿Cómo puede este hombre darnos a comer su carne?" Lejos de retirar sus afirmaciones o de explicarlas simbólicamente, Jesús las subrayará: -"¿Esto os escandaliza? Pues, ¿qué, si viereis al Hijo del Hombre subir adonde antes estaba?..."
Se trata pues efectivamente de un misterio "divino" para las simples fuerzas humanas. Hace falta fe. Jesús alude a su "ser" divino: va a subir "allá donde antes estaba". Solamente por la razón o la inteligencia humana, la eucaristía no podrá ser nunca explicada. El hombre no puede sino encontrar absurdas las palabras de Jesús... a no ser que se ponga, de entrada, en una perspectiva de humildad.
-"El Espíritu es el que da vida, la carne no aprovecha para nada. Las palabras que Yo os he hablado, son Espíritu y son Vida. Pero hay algunos de vosotros que no creen". Las palabras de Jesús sobre la eucaristía, más que todas las demás palabras suyas, presuponen la acción del Espíritu Santo. Nos encontramos, verdaderamente, en el núcleo del evangelio. Después de todo esto ¿cómo podría reducirse el evangelio a una predicación moral y aun generosa -"amaos los unos a los otros"? Hay un aspecto abrupto del evangelio, que el mismo Jesús no atenúa en absoluto, a riesgo de ver, a fin de cuentas, disminuir considerablemente el número de sus discípulos: -A partir de este momento, muchos de sus discípulos se alejaron y dejaron de ir con Él.
Entonces, Jesús dijo a los Doce: "¿Queréis iros vosotros también?" "Yo no os retengo..." parece decir. Sois libres. En el conflicto actual entre muchos jóvenes y sus padres, cara a la eucaristía, recordemos ese gran misterio. Decía una canción de “Operación Triunfo” algo sobre el amor, que en parte se puede aplicar a esa experiencia de amor con Jesús, que aunque se sufra y muchas cosas no se entiendan, o cuesten… se prefiere a otras cosas: “Traigo en los bolsillos tanta soledad, desde que te fuiste no me queda más... que un triste sentimiento... por ti he dejado todo sin mirar atrás, aposté la vida y me dejé ganar. Te extraño, te olvido, te amo de nuevo… Te extraño: porque anidan en mí tus recuerdos, te olvido: a cada minuto lo intento, te: amo... es que ya no tengo remedio... Te extraño te olvido te amo de nuevo. Por ti... He perdido todo hasta la identidad, y si lo pidieras más podría dar... Es que cuando se ama nada es demasiado. Me enseñas el límite de la pasión, y no me enseñaste a decir adiós…, he aprendido ahora que te has marchado. Por ti he dejado todo sin mirar atrás, aposté la vida y me dejé ganar”. Podemos decirle nosotros con san Pedro que no queremos dejarle: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna". Estar sin Jesús es un infierno insoportable, y estar con Jesús es un dulce paraíso (como decía Kempis). Hemos de ser como la luna, que refleja la luz del sol, así llenos de ese amor llevarlo a los demás. Llenarnos de la alegría que va con la libertad de amar que Jesús nos da. «No dejan huella en el alma las buenas costumbres, sino los buenos amores (...). Esto es en verdad el amor: obedecer y creer a quien se ama» (San Agustín). El amor lleno de fe guía la respuesta del Apóstol: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6, 68). Estas palabras fueron el lema de la Jornada Mundial de la Juventud de 1996 convocada por Juan Pablo II: “«Señor, ¿a quién iremos?». La meta y el término de nuestra vida es Él, Cristo, que nos espera, a cada uno y a todos juntos, para guiarnos más allá de los confines del tiempo en el abrazo eterno del Dios que nos ama.
Pero si la eternidad es nuestro horizonte de hombres hambrientos de verdad y sedientos de felicidad, la historia es el escenario de nuestro compromiso diario. La fe nos enseña que el destino del hombre está inscrito en el corazón y en la mente de Dios, que gobierna los hilos de la historia. Y nos enseña asimismo que el Padre pone en nuestras manos la tarea de comenzar ya desde aquí la construcción del reino de los cielos que el Hijo vino a anunciar y que llegará a su plenitud al final de los tiempos.
Así pues, tenemos el deber de vivir dentro de la historia, al lado de nuestros contemporáneos, compartiendo sus anhelos y esperanzas, porque el cristiano es, y debe ser, plenamente hombre de su tiempo. No se evade a otra dimensión, ignorando los dramas de su época, cerrando los ojos y el corazón a las inquietudes que impregnan su existencia. Al contrario, es un hombre que, aun sin ser de este mundo, está inmerso cada día en este mundo, dispuesto a acudir a donde haya un hermano a quien ayudar, una lágrima que enjugar, una petición de ayuda a la cual responder. En esto seremos juzgados.
Recordando la advertencia del Maestro: «Tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme» (Mt 25, 35-36), debemos poner en práctica el «mandamiento nuevo» (Jn 13, 34).
Nos opondremos así a lo que parece hoy la derrota de la civilización, para reafirmar con energía la civilización del amor, la única que puede abrir de par en par a los hombres de nuestro tiempo horizontes de auténtica paz y de justicia duradera en la legalidad y en la solidaridad.
La caridad es el camino real que nos debe llevar también a la meta del gran jubileo. Para llegar a esa cita, es preciso saber analizarse, haciendo un riguroso examen de conciencia, premisa indispensable de una conversión radical, capaz de transformar la vida y de darle un sentido auténtico, que permita a los creyentes amar a Dios con todo su corazón, con toda su alma, con todas sus fuerzas, y al prójimo como a sí mismos (cf. Lc 10, 27).
Confrontando vuestra vida diaria con el Evangelio del único Maestro que tiene palabras de vida eterna, podréis convertiros en auténticos constructores de justicia, poniendo en práctica el mandamiento que hace del amor la nueva frontera del testimonio cristiano. Ésta es la ley de la transformación del mundo (cf. Gaudium et spes, 38).
Es preciso, ante todo, que vosotros, jóvenes, deis un gran testimonio de amor a la vida, don de Dios; un amor que se debe extender desde el inicio hasta el fin de toda existencia y debe luchar contra toda pretensión de hacer del hombre el árbitro de la vida del hermano, tanto del que aún no ha nacido como del que se halla en su ocaso, del minusválido y del débil.
A vosotros, jóvenes, que de forma natural e instintiva hacéis del deseo de vivir el horizonte de vuestros sueños y el arco iris de vuestras esperanzas, os pido que os transforméis en profetas de la vida. Sedlo con las palabras y con las obras, rebelándoos contra la civilización del egoísmo que a menudo considera al ser humano un instrumento en vez de un fin, sacrificando su dignidad y sus sentimientos en nombre del mero lucro; hacedlo ayudando concretamente a quien tiene necesidad de vosotros y que tal vez sin vuestra ayuda tendría la tentación de resignarse a la desesperación.
La vida es un talento (cf. Mt 25, 14-30) que se nos ha confiado para que lo transformemos y lo multipliquemos, dándola como don a los demás. Ningún hombre es un iceberg a la deriva en el océano de la historia; cada uno de nosotros forma parte de una gran familia, dentro de la cual tiene un puesto que ocupar y un papel que desempeñar. El egoísmo vuelve sordo y mudo; el amor abre de par en par los ojos y el corazón, capacita para dar la aportación original e insustituible que, junto a los innumerables gestos de tantos hermanos, a menudo lejanos y desconocidos, contribuye a constituir el mosaico de la caridad, que puede cambiar el rumbo de la historia.
Cuando, considerando demasiado duro su lenguaje, muchos de sus discípulos lo abandonaron, Jesús preguntó a los pocos que habían quedado: «¿También vosotros queréis marcharos?», le respondió Pedro: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6, 67-68). Y optaron por permanecer con Él. Se quedaron porque el Maestro tenía palabras de vida eterna, palabras que, mientras prometían la eternidad, daban pleno sentido a la vida.
Hay momentos y circunstancias en que es preciso hacer opciones decisivas para toda la existencia. Como sabéis muy bien, vivimos momentos difíciles, en los que con frecuencia no logramos distinguir el bien del mal, los verdaderos maestros de los falsos. Jesús nos ha advertido: «Mirad, no os dejéis engañar. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: "Yo soy" y "el tiempo está cerca". No les sigáis» (Lc 21, 8). Orad y escuchad su palabra; dejaos guiar por verdaderos pastores; no cedáis jamás a los halagos y a los fáciles espejismos del mundo que luego, con demasiada frecuencia, se transforman en trágicos desengaños.
En los momentos difíciles, en los momentos de prueba se mide la calidad de las opciones. Así pues, en estos tiempos de dificultad cada uno de vosotros está llamado a tomar decisiones valientes. No existen atajos hacia la felicidad y la luz. Prueba de ello son los tormentos de las personas que, en el decurso de la historia de la humanidad, se han puesto a buscar con empeño el sentido de la vida, la respuesta a los interrogantes fundamentales inscritos en el corazón de todo ser humano.
Ya sabéis que estos interrogantes no son sino la expresión de la nostalgia de infinito sembrada por Dios mismo en el interior de cada uno de nosotros. Así pues, con sentido del deber y del sacrificio debéis caminar por las sendas de la conversión, del compromiso, de la búsqueda, del trabajo, del voluntariado, del diálogo, del respeto a todos, sin rendiros ante los fracasos, conscientes de que vuestra fuerza está en el Señor, que guía con amor vuestros pasos, dispuesto a acogeros de nuevo como al hijo pródigo (cf. Lc 15, 11-24).
Queridos jóvenes, os he invitado a ser profetas de la vida y del amor. Os pido también que seáis profetas de la alegría: el mundo nos debe reconocer por el hecho de que sabemos comunicar a nuestros contemporáneos el signo de una gran esperanza ya realizada, la de Jesús, muerto y resucitado por nosotros.
No olvidéis que «la suerte futura de la humanidad está en manos de aquellos que sean capaces de transmitir a las generaciones venideras razones para vivir y para esperar» (Gaudium et spes, 31).
Purificados por la reconciliación, fruto del amor divino y de vuestro arrepentimiento sincero, practicando la justicia, viviendo en acción de gracias a Dios, podréis ser en el mundo, a menudo sombrío y triste, profetas de alegría creíbles y eficaces. Seréis heraldos de la plenitud de los tiempos.
El camino que Jesús os señala no es cómodo; se asemeja más bien a un sendero escarpado de montaña. No os desalentéis. Cuanto más escarpado sea el sendero, tanto más rápidamente sube hacia horizontes cada vez más amplios. Os guíe María, estrella de la evangelización. Dóciles, al igual que ella, a la voluntad del Padre, recorred las etapas de la historia como testigos maduros y convincentes.
Con ella y con los Apóstoles sabed repetir en cada instante la profesión de fe en la presencia vivificante de Jesucristo: Tú tienes palabras de vida eterna”.
Y decía en una fiesta del Corpus: “Jesús se define "el Pan de vida", y añade: "El pan que yo daré, es mi carne para la vida del mundo" (Jn 6, 51).
¡Misterio de nuestra salvación! Cristo, único Señor ayer, hoy y siempre, quiso unir su presencia salvífica en el mundo y en la historia al sacramento de la Eucaristía. Quiso convertirse en pan partido, para que todos los hombres pudieran alimentarse con su misma vida, mediante la participación en el sacramento de su Cuerpo y de su Sangre.
Como los discípulos, que escucharon con asombro su discurso en Cafarnaum, también nosotros experimentamos que este lenguaje no es fácil de entender (cf. Jn 6, 60). A veces podríamos sentir la tentación de darle una interpretación restrictiva. Pero esto podría alejarnos de Cristo, como sucedió con aquellos discípulos que "desde entonces ya no andaban con Él" (Jn 6, 66).
Nosotros queremos permanecer con Cristo, y por eso le decimos con Pedro: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna" (Jn 6, 68). Con la misma convicción de Pedro, nos arrodillamos hoy ante el Sacramento del altar y renovamos nuestra profesión de fe en la presencia real de Cristo”.
Y al preparar el encuentro del 2000 volvía sobre el tema: “Roma es «ciudad santuario», donde las memorias de los Apóstoles Pedro y Pablo y de los mártires recuerdan a los peregrinos la vocación de todo bautizado. Ante el mundo, en el mes de agosto del próximo año, repetiremos la profesión de fe del apóstol Pedro: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6,68) porque «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16).
También a ustedes, muchachos y muchachas, que serán los adultos del siglo próximo, se les ha confiado el «Libro de la vida», que en la noche de Navidad de este año el Papa, al cruzar el primero el umbral de la puerta santa, mostrará a la Iglesia y al mundo como fuente de vida y esperanza para el tercer milenio (cfr. Incarnationis mysterium, 8). Que el Evangelio se convierta en su tesoro más valioso: en el estudio atento y en la acogida generosa de la palabra del Señor hallarán alimento y fuerza para la vida diaria, y encontrarán las razones de un compromiso constante en la construcción de la civilización del amor”; y Benedicto XVI en su primer encuentro volvía al tema: “Esta fuerza de atracción interna de Dios ha hecho que los Tres Reyes Magos hace 2000 años emprendieran el camino para encontrar a Cristo, y os ha traído a vosotros hoy aquí a Colonia para buscar y encontrar a Jesús. Él os garantiza un gran futuro, una vida plena. No existe alternativa en relación a Jesucristo. Cuando algunos de sus discípulos se sintieron molestos por las palabras de Jesús, no siguieron el camino junto con él. Luego Jesús les preguntó a los que se quedaron con él: "¿Queréis acaso iros vosotros también?" Y es el primero de los Pedros el que le da una respuesta al Señor que prácticamente es el primer credo y el más corto a la vez, dentro de toda la Santa Biblia: "Señor, ¿a quién iremos? Tu tienes palabras de vida eterna" (Jn. 6,68). Esta declaración de San Pedro también es nuestro propio credo: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna". El Señor nos dice explícitamente: "Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere" (Jn. 6,44). A vosotros, queridas hermanas y queridos hermanos, el Padre os ha guiado. Y esto forma el último motivo por el que estáis aquí en Colonia. Es el resultado de una acción divina llena de gracia. Y os prometo lo siguiente, y os doy mi palabra: Por medio de vosotros, Él seguirá siendo nuestro guía, para que vosotros lleguéis a ser una bendición para vuestro medioambiente, vuestra patria, para el mundo, convirtiendo en la cercanía de Dios, por medio de vuestro empeño, la gran distancia que existe a nivel global entre los hombres y Dios. Porque sólo así, este mundo seguirá siendo habitable para los hombres, que son los hijos de Dios”.
Es importante aquella respuesta de la fe de Pedro: "Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Y nosotros hemos creído y sabemos que Tú eres el Santo, el Santo de Dios." Palabra humilde de Pedro. Palabra de amor delicado: Jesús es irremplazable para ellos. Así, Jesús parece terminar por un fracaso su catequesis esencial sobre el más grande misterio de su Presencia. Pero la Iglesia está ya aquí, en estos "doce" que confían en Él. En estas últimas palabras de Pedro, tenemos un equivalente de la famosa "confesión de Cesarea". San Juan no embellece, no adorna el evangelio: dice, de otro modo, a su manera, las mismas cosas que Mateo, Marcos y Lucas (Noel Quesson).
También en el mundo de hoy, como para los oyentes que tenía en Cafarnaum, Jesús se convierte en signo de contradicción, como había anunciado el anciano Simeón, cuando María y José presentaron a su hijo en el Templo. Cristo es difícil de admitir en la propia vida, si se entiende todo lo que comporta el creer en Él. Es pan duro, pan con corteza. No sólo consuela e invita a la alegría. Muchas veces es exigente, y su estilo de vida está no pocas veces en contradicción con los gustos y las tendencias de nuestro mundo. Creer en Jesús, y en concreto también comulgar con Él en la Eucaristía, que es una manera privilegiada de mostrar nuestra fe en Él, puede resultar difícil. Nosotros, gracias a la bondad de Dios, somos de los que han hecho opción por Cristo Jesús. No le hemos abandonado. Como fruto de cada Eucaristía, en la que acogemos con fe su Palabra en las lecturas y le recibimos a Él mismo como alimento de vida, tendríamos que imitar la actitud de Pedro: «¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna» (J. Aldazábal). Y pedimos en el Ofertorio: «Acoge, Señor, con bondad las ofrendas de tu pueblo, para que, bajo tu protección, no pierda ninguno de tus bienes y descubra los que permanecen para siempre». Insistimos en la Postcomunión: «Dios Todopoderoso, no ceses de proteger con amor a los que has salvado, para que así, quienes hemos sido redimidos por la pasión de tu Hijo, podamos alegrarnos en su resurrección»; y esto con la confianza puesta en Jesús: «Padre, por ellos ruego, para que todos sean uno en nosotros, y así crea el mundo que Tú me has enviado, dice el Señor. Aleluya» (Jn 17,20-21; ant. de Comunión).
¿Qué es la fe? “fido”, confiar, fiarse, “fides” (del griego “pistis”), y de ahí “fidus” (fiel, leal), “fidelitas” (fidelidad), “fiducia” (confianza), “confidentia” (confidencia). Así, S. Agustín analizaba esta base humana, y confesaba a Dios: “y, fríamente, me hacíais ponderar con qué firmeza y entereza de fe retenía en mi convicción de qué padres había yo nacido, lo cual no pudiera saber si oyéndolo no lo hubiera creído”. Es un proceso psicológico (fe humana, que es confianza en los hombres; fe divina, confianza en Dios)… avanzaba… “no era esto aquella luz, sino otra cosa, otra cosa muy diferente. Ni tampoco estaba sobre mi entendimiento como el aceite encima del agua, ni como el cielo encima de la tierra, sino encima de mí, porque ella me hizo y yo debajo de ella, porque soy hechura suya. Quien conoce la verdad, ese la conoce, y quien la conoce, conoce la eternidad”. Es, en el uso que tiene en la Sagrada Escritura, una confianza en Aquel en quien se cree (“fiarse de”, “abandonarse en”, “hacer pie en Jesucristo”: Lc 12,22.32), no sólo adhesión intelectual, es confianza basada en la autoridad del que habla, y (como en catalán, donde la palabra “creure” tiene también este otro sentido) obediencia, compromiso de unión con Cristo, opción decisiva que determina la vida: “el que crea y se bautice, se salvará” (Mc 16,16). Ya sabemos que el contenido (depósito) es de una parte la “fides qua creditur” (subjetiva, capacidad del creyente) y “fides quae creditur” (creída, la sustancia de la revelación). Los dos usos se resumen en fidelidad activa (confianza en Dios) y pasiva (Dios inspira confianza porque es fiel a sus promesas), y abarca tanto la inteligencia como la voluntad. Seguía S. Agustín preguntándole a Dios: “¿por ventura, el que sabe estas cosas ya os agrada, Señor Dios, de verdad? Desventurado es el hombre que las sabe todas y os ignora a Vos, y bienaventurado el que os conoce, aunque no las sepa. Más aquel que os conoce a Vos y a ellas no es más bienaventurado por conocerlas a ellas, sino que sólo por Vos es bienaventurado, si, conociéndoos a Vos como a Vos, os glorifica y os da gracias y no se desvanece en sus pensamientos”. Algo misterioso, cuando “el corazón entiende las razones que la razón desconoce” (Pascal), como mejor expresa la poesía: “Dice la razón: tú mientes. Y contesta el corazón: quien miente eres tú, razón, que dices lo que no sientes” (Machado). “Dios quiere necesitar de nosotros: tengo necesidad de tus manos para continuar bendiciendo, tengo necesidad de tus labios para continuar hablando, tengo necesidad de tu cuerpo para continuar amando, tengo necesidad de ti para continuar salvando.” (M. Quoist). E, insistiendo en lo mismo, hace unos días aparecían estas frases en el calendario-taco que edita Mensajero: “Dios cuenta contigo siempre: /Dios puede crear, pero tú has de dar valor a lo que Él ha creado. /Dios puede dar la vida, pero tú has de transmitirla y respetarla. /Dios puede dar fe, pero tú has de ser un signo de Dios para todos. /Dios puede dar el amor, pero tú has de aprender a querer al prójimo. /Dios puede dar la esperanza, pero tú has de devolver la confianza a otros. /Dios puede dar la fuerza, pero tú has de animar. /Dios puede dar la paz, pero tú has de hacer las paces siempre. /Dios puede dar el gozo, pero tú has de sonreír. /Dios puede ser luz para el camino, pero tú has de hacerla brillar. /Dios puede hacer milagros, pero tú has de buscar cinco panes y dos peces. /Dios puede hacer lo imposible, pero tú has de hacer todo lo posible.” A veces cuesta… cuentan de un capitán de barco de vela, que mandó un grumete al palo mayor, y desde arriba, al ver pequeña la cubierta, y con el balanceo, bajo él el mar inmenso y profundo, tuvo miedo, y el capitán al verlo le gritó: “¡muchacho, mira hacia arriba!” y al ver el cielo que conocía se sintió tranquilo. Luego, el capitán continuó: “baja poco a poco, pero no dejes de mirar hacia arriba” y todo fue bien. Quien mira hacia arriba todo lo supera, nada le perturba, mantiene la ilusión debida y la fortaleza deseada, nunca le faltarán motivos para la esperanza y la alegría (J. M. Alimbau). “Levanta el corazón hacia mí, cielo arriba, y no te contristarán los desprecios de los hombres” (Tomás de Kempis), o el salmo 33: “Levantad hacia Dios la mirada y os llenará de luz”. Hace falta una opción, en esa dinámica dócil ante la fuerza divina, como hacen los santos: “¡Dios mío, que odie el pecado, y me una a ti… no reservándome nada…”
Simón Pedro proclama su fe en Él, el Mesías, el Hijo de Dios. Comenta San Agustín: «¿Nos alejas de Ti? Danos otros igual que Tú. ¿A quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Mirad cómo comprendió esto Pedro con la ayuda de Dios y confortación del Espíritu Santo. ¿De dónde le viene esta inteligencia sino de su fe? Tú tienes palabras de vida eterna. Porque Tú das la vida eterna en el servicio de tu cuerpo y de tu sangre y nosotros hemos creído y entendido. No entendimos y creímos, sino creímos y entendimos. Creímos, pues, para llegar a comprender; porque si quisiéramos entender primero y creer después, no nos hubiera sido posible entender sin creer. ¿Qué es lo que hemos creído y qué lo que hemos entendido? Que Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, es decir, que Tú eres la misma vida eterna y que no comunicas en el servicio de carne y sangre sino lo que Tú eres».
Dios, el Dios de vida y no de muerte, ha venido a restaurar nuestra humanidad herida por el pecado y del que el pago es la muerte. Nosotros tenemos el precio de lo que vale la sangre derramada por el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo, para que ya no vivamos para nosotros mismos, sino para Aquel que por nosotros murió y resucitó. Al participar de la Eucaristía estamos permitiéndole a Dios que por medio del Misterio Pascual de su Hijo seamos restaurados en lo más íntimo de nuestro ser, para que volvamos a Él ya no como esclavos sino como hijos en el Hijo. Ojalá nuestra presencia ante el Señor en la Eucaristía no esté envuelta en la hipocresía, de tal forma que aparentemente lo adoremos y bendigamos para después marcharnos lejos de Él y profanar su santo Nombre ante las naciones a causa de llevar una vida de escándalo, de maldad y de pecado. Si nos hemos hecho uno con Cristo manifestemos con nuestras buenas obras que en verdad el Espíritu Santo nos conduce a confesar no sólo con los labios, sino con la vida que Cristo es realmente nuestro Dios y Señor.
La Iglesia de Cristo está llamada a ser portadora de Vida; de la Vida que nos viene del mismo Dios. En el cumplimiento de la misión que el Señor nos ha confiado nos encontraremos con muchas personas deterioradas por el pecado, por la enfermedad, por la pobreza, por la injusticia. No podemos pasar de largo ante ellos sin ser unos traidores a Cristo y a su Evangelio. No sólo abandona a Cristo quien deja de orar, sino también quien cierra sus ojos ante el sufrimiento de su hermano y, para justificar su egoísmo, se pregunta: ¿acaso soy yo el responsable de mi hermano? La Eucaristía nos hace entrar en una comunión íntima con Cristo. Pero la Eucaristía nos lanza para que nosotros vayamos como Pan de Vida a continuar fortaleciendo a quienes necesitan de una mano que, en nombre de Dios, se les tienda para devolverles su dignidad, para levantarlos de sus tumbas de maldad y para ayudarles a caminar en el bien. Quienes recibimos la misión de proclamar el Evangelio de salvación y de vida no podemos llegar a los demás para después seguirlos presentando muertos a causa de sus pecados; mientras por medio de nosotros el Señor no haga que hasta los muertos se levanten, estaremos fallando en la Misión que el Señor nos confió de ir y buscar todo lo que se había perdido, para hacerlo volver a Dios a través del perdón de los pecados y de la reconciliación que nos ha ofrecido por medio de la entrega de su propio Hijo.
Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de ser portadores de signos de Vida y no de muerte, pues hemos sido bautizados en Cristo, Señor de la vida y Vida eterna, que quiere que ya desde ahora poseamos y manifestemos, como verdaderos discípulos suyos, el Don que de Él hemos recibido hasta que lleguemos a la posesión definitiva de los bienes eternos. Amén (www.homiliacatolica.com).
Llucià Pou Sabaté

VIERNES DE LA TERCERA SEMANA DE PASCUA: la vida de Jesús se nos transmite por la fe y la Eucaristía, y esta experiencia de Vida podemos comunicarla a

VIERNES DE LA TERCERA SEMANA DE PASCUA: la vida de Jesús se nos transmite por la fe y la Eucaristía, y esta experiencia de Vida podemos comunicarla a otros.

1ª Lectura Hechos 9,1-20: 1 Saulo, por su parte, respirando aún amenazas de muerte contra los discípulos del Señor, se presentó al sumo sacerdote 2 y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, con el fin de que si encontraba algunos que siguieran este camino, hombres o mujeres, pudiera llevarlos presos a Jerusalén. 3 En el camino, cerca ya de Damasco, de repente le envolvió un resplandor del cielo; 4 cayó a tierra y oyó una voz que le decía: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?». 5 Él preguntó: «¿Quién eres, Señor?». Y Él: «Yo soy Jesús, a quien tú persigues. 6 Levántate y entra en la ciudad; allí te dirán lo que debes hacer». 7 Los que lo acompañaban se quedaron atónitos, oyendo la voz, pero sin ver a nadie. 8 Saulo se levantó del suelo, y, aunque tenía los ojos abiertos, no veía nada; lo llevaron de la mano a Damasco, 9 donde estuvo tres días sin ver y sin comer ni beber. 10 Había en Damasco un discípulo llamado Ananías, a quien el Señor llamó en una visión: «¡Ananías!». Y él respondió: «Aquí estoy, Señor». 11 El Señor le dijo: «Vete rápidamente a la casa de Judas, en la calle Recta, y pregunta por un tal Saulo de Tarso, que está allí en oración 12 y ha tenido una visión: un hombre llamado Ananías entraba y le imponía las manos para devolverle la vista». 13 Ananías respondió: «Señor, he oído a muchos hablar de ese hombre y decir todo el mal que ha hecho a tus fieles en Jerusalén. 14 Y está aquí con plenos poderes de los sumos sacerdotes para prender a todos los que te invocan». 15 El Señor le dijo: «Anda, que éste es un instrumento que he elegido yo para llevar mi nombre a los paganos, a los reyes y a los israelitas. 16 Yo le mostraré cuánto debe padecer por mí». 17 Ananías partió inmediatamente y entró en la casa, le impuso las manos y le dijo: «Saulo, hermano mío, vengo de parte de Jesús, el Señor, el que se te apareció en el camino por el que venías, para que recobres la vista y quedes lleno del Espíritu Santo». 18 En el acto se le cayeron de los ojos como escamas, y recobró la vista; se levantó y fue bautizado. 19 Comió y recobró fuerzas. Y se quedó unos días con los discípulos que había en Damasco. 20 Y en seguida se puso a predicar en las sinagogas proclamando que Jesús es el Hijo de Dios.

Salmo Responsorial 117,1-2: 1 ¡Aleluya! Alabad al Señor, todos los pueblos, aclamadlo, todas las naciones, 2 pues su amor por nosotros es muy grande y su lealtad dura por siempre.

Evangelio Jn 6,52-59 (también Jn 6, 51-59 se lee en el DOMINGO 20B): 52 Los judíos discutían entre ellos: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?». 53 Jesús les dijo: «Os aseguro que si no coméis la carne del hijo del hombre y no bebéis su sangre no tendréis vida en vosotros. 54 El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día. 55 Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. 56 El que come mi carne y bebe mi sangre vive en mí y yo en él. 57 Como el Padre que me ha enviado vive y yo vivo por el Padre, así el que me come vivirá por mí. 58 Éste es el pan que ha bajado del cielo; no como el que comieron los padres, y murieron. El que come este pan vivirá eternamente». 59 Dijo todo esto enseñando en la sinagoga de Cafarnaum.

Comentario: 1. a) La conversión de Pablo es un acontecimiento muy recordado en el Nuevo Testamento (Hch 9,1-20; 22,6.21; Gl 1,11-17; 1 Cor 15,3-8); impresiona que el perseguidor pase a ser el apóstol más audaz: ¡Señor, transfórmanos! ¡Señor, mira los países perseguidos! ¡Señor, cambia nuestros corazones! Señor, ayúdanos a ver cómo tu designio puede ir progresando misteriosamente en todas las situaciones aparentemente opuestas al evangelio.
-“Yendo de camino y cerca ya de Damasco, de repente le rodeó la claridad de una luz venida del cielo”; la capital de Siria estaba a 230-250 km de distancia. Hay una persecución, como hoy, quizá por ideas equivocadas, por miserias y resentimientos… En nuestro camino, podemos ir contra Jesús, sin verle: “son también nuestras miserias las que ahora nos impiden contemplar al Señor, y nos presentan opaca y contrahecha su figura. Cuando tenemos turbia la vista, cuando los ojos se nublan, necesitamos ir a la luz. Y Cristo ha dicho: ego sum lux mundi! (Jn 8,12), yo soy la luz del mundo. Y añade: el que me sigue no camina a oscuras, sino que tendrá la luz de la vida” (S. Josemaría Escrivá).
Cayó en tierra y oyó una voz que le decía: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?» Decía uno: “De muchacho oí predicar que para convertirse el hombre necesita ‘agere contra’, luchar contra sus propias tendencias, ir contra corriente de su alma, cambiarse como un guante al que se da la vuelta. Así si eras impetuoso tenías que volverte apocado; si tímido, en atrevido; si impulsivo, en sereno… Pensando, no encontraba respuesta ¿es posible que si Dios me quería rápido, me haya creado lento? ¿por qué no empezó por ahí?” Es verdad, más que cambiar hemos de aceptarnos como somos. La felicidad no está en cambiar. Dice una historia: “Durante años fui un neurótico (aquí cada uno puede poner sus defectos: impuntual, desordenado, caótico…). Era un ser angustiado, deprimido y egoísta. Y todo el mundo insistía en decirme que cambiara. No dejaban de recordarme lo neurótico que yo era. Y yo me ofendía, aunque estaba de acuerdo con ellos, y deseaba cambiar, pero no acababa de conseguirlo por mucho que lo intentara. Lo peor era que en mi familia tampoco dejaban de recordarme lo neurótico que yo estaba. Y también insistían en la necesidad de que yo cambiara. También con ellos estaba de acuerdo, y no podía sentirme ofendido. De manera que me sentía impotente y como atrapado. Pero un día me dijo un amigo: «No cambies. Sigue siendo tal como eres. En realidad no importa que cambies o dejes de cambiar. Yo te quiero tal como eres y no puedo dejar de quererte». Aquellas palabras sonaron en mis oídos como música: «No cambies. No cambies. No cambies... Te quiero...». Entonces me tranquilicé. Y me sentí vivo. Y, ¡oh, maravilla!, cambié. Ahora sé que en realidad no podía cambiar hasta encontrar a alguien que me quisiera, prescindiendo de que cambiara o dejara de cambiar”. El cambio de vida comienza por ese aceptarse a uno mismo y a los demás, respetar su libertad y no perseguir a nadie para que cambie…
Ya vimos cuando el pueblo de Israel va por el desierto y llegan las “serpientes venenosas”, símbolos de espanto: animal sinuoso y deslizante, difícil de atrapar, que ataca siempre por sorpresa y cuya mordedura es venenosa, de potencia maléfica, casi mágica. En este mundo, podemos ser felices y tocar el paraíso con los dedos cuando nos elevamos de puntillas y alargamos las manos con la esperanza, y para ello hay que esquivar el hechizo de esas serpientes del amor desordenado a las cosas que hace envidiar y odiar a las personas, cuando el amor es sólo para las personas. Y, como consecuencia, la falta de amor a uno mismo, querer ser de otra manera, ansiar salir de cómo somos. El paraíso tiene en el centro el árbol de la vida, al que no podemos llegar por la técnica y el poder: la sabiduría de la vida auténtica se consigue de otro modo, por el amor, como cuenta también otra historia sobre “el secreto para ser feliz”.
Hace muchísimos años, vivió en la India un sabio de quien se decía guardaba en un cofre encantado un gran secreto que lo hacía el hombre más feliz del mundo. Muchos reyes, envidiosos, le ofrecían poder y dinero, y hasta intentaron robarlo para obtener el cofre, pero todo era en vano. Cuanto más lo intentaban, más infelices eran, pues la envidia no los dejaba vivir. Así pasaban los años. Un día llegó ante el sabio un niño y le dijo: “Señor, al igual que tú, también quiero ser inmensamente feliz. ¿Por qué no me enseñas qué debo hacer para conseguirlo?” El sabio, al ver la sencillez y la pureza del niño, le dijo: “A ti te enseñaré el secreto para ser feliz. Ven conmigo y presta mucha atención: En realidad son dos cofres en donde guardo el secreto para ser feliz y estos son mi mente y mi corazón y, el gran secreto no es otro que una serie de pasos que debes seguir a lo largo de la vida: El primero es saber ver a Dios en todas las cosas, amarlo y darle gracias por todo lo que tienes y lo que te pasa. El segundo, es que debes quererte a ti mismo, y todos los días al levantarte y al acostarte debes afirmar: Yo soy importante, yo valgo, soy capaz, soy inteligente, soy cariñoso, espero mucho de mí, no hay obstáculo que no pueda vencer. El tercer paso es que debes poner en práctica todo lo que dices que eres, es decir, si piensas que eres inteligente, actúa inteligentemente; si piensas que eres capaz, haz lo que te propones; si piensas que eres cariñoso, expresa tu cariño; si piensas que no hay obstáculos que no puedas vencer, entonces proponte metas en tu vida y lucha por ellas hasta lograrlas: se llama motivación. El cuarto, es que no debes envidiar a nadie por lo que tiene o por lo que es, ellos alcanzaron su meta, logra tú las tuyas. El quinto, es que no debes albergar en tu corazón rencor hacia nadie; ese sentimiento no te dejará ser feliz; deja que las leyes de Dios hagan justicia, y tú... Perdona y olvida. El sexto es que no debes tomar las cosas que no te pertenecen, recuerda que de acuerdo a las leyes de la naturaleza, mañana te quitarán algo de más valor. El séptimo, es que no debes maltratar a nadie; todos los seres del mundo tenemos derecho a que se nos respete y se nos quiera. Y por ultimo, levántate siempre con una sonrisa en los labios, observa a tu alrededor y descubre en todas las cosas el lado bueno y bonito; piensa en lo afortunado que eres al tener todo lo que tienes; ayuda a los demás, sin pensar que vas a recibir nada a cambio; mira a las personas y descubre en ellas sus cualidades.
Volvemos a Saulo. Los hombres que iban con él se habían detenido mudos de espanto; oían la voz, pero no veían a nadie… Saulo está a punto de sufrir una transformación, y tendrá que pasar por la soledad que pasó Jesús en la Pasión.
La verdad no está en ser “perfecto” mirándose sólo a sí mismo. Pasarse la vida luchando ‘contra’ los propios defectos, es tiempo perdido. ‘Cuando deje de ser egoísta, podré empezar a amar’, así no empezaré a amar nunca. Si me digo: ‘voy a empezar a amar…’ entonces el amor irá pulverizando el egoísmo que me corroe. No es que tengamos muchos defectos; en realidad practicamos pocas virtudes, y así el horno interior está apagado. Y, claro, en un alma semivacía pronto empieza a multiplicarse la hojarasca.
-“Cayó en tierra y oyó una voz que le decía: "Saulo, Saulo, ¿por qué «me» persigues?"” Todos buscan a Jesús, se preguntan: ¿Qué hago con la vida?; ¿de donde vengo…? ¿A donde voy? ¿Me salvaré? Cristo revela el hombre al hombre y le manifiesta la grandeza de su vocación (Gaudium et spes), en su caminar terreno decían de él: “porque salía de Él una fuerza que sanaba a todos”; y resucitado también. La humanidad de Cristo sigue viva, y funda la iglesia, por eso entiende Pablo que perseguir a los cristianos es perseguir a Jesús, que Jesús está presente en los cristianos, en la Iglesia: estar en ella es estar con Jesús, en ella encontramos a Jesús. Quienes desprecian la Iglesia como Saulo reciben estas palabras: “yo soy Jesús, a quien tú persigues”. “No dice –S. Beda- ¿por qué persigues a mis miembros? Sino ¿por qué me persigues? Porque Él todavía padece afrentas en su Cuerpo, que es la iglesia”, perseguir a la Iglesia es perseguir a Jesús. Llevamos la gente a Jesús cuando les invitamos a una charla de formación, a visitar el Sagrario, a rezar el Rosario o asistir a un retiro, a rezar (hablar con Dios): por la piedad, Dios dice de cada uno (imagen de su Hijo): “este es mi hijo amado, escuchadle”. Toda persona lleva dentro inquietudes, como la cierva que tiene sed se pregunta: ¿por dónde voy a beber? Como las ovejas que van a buen pasto… y necesitan un pastor, el buen pastor es el Papa, buen pastor son los fieles a Jesús.
Saulo creía perseguir a discípulos, hombres y mujeres. Encuentra a «Jesús». Es sorprendido por Cristo viviente, resucitado, presente en sus discípulos. «Lo que hiciereis al más pequeño de los míos, había dicho, me lo habréis hecho a mí.» Pablo encuentra a Jesús, en esos hombres y esas mujeres a quienes está persiguiendo: "¿por qué «me» persigues?" Desde el primer día de su encuentro con Jesús, se encuentra con el Cuerpo total de Jesús: los cristianos son el Cuerpo de Cristo, como dirá más tarde a los Romanos (12,5) «Vosotros sois el Cuerpo de Cristo... miembros de su Cuerpo...». Al comer el «Cuerpo de Cristo» en la eucaristía, los cristianos pasan a ser «cuerpo de Cristo». Gran responsabilidad la nuestra: en nosotros hacemos visible a Cristo, somos el cuerpo de Cristo... Ayúdame, Señor, a sacar las consecuencias concretas de este descubrimiento.
-“¿Quién eres, Señor? Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Pero, levántate, entra en la ciudad y se te dirá lo que debes hacer”. Allí pasó tres días sin ver, sin comer y sin beber… Bernardino Herrando dice: “La conversión es mucho más que un arrepentimiento o un clara conciencia de un mal hecho. La conversión es emprender un nuevo camino bajo la misericordia de Dios. Y sin dejar de ser uno mismo. Convertirse no es haber sido impetuoso y ser ahora una malva. Es ser ahora impetuoso bajo la misericordia de Dios. Por fortuna, San Pablo se convirtió de verdad; es decir, siguió siendo él mismo. Cambió de camino, pero no de alma”. A San Pablo un día Dios le tiró (los pintores lo ponen cayendo del caballo) y le explicó que toda esa violencia era agua desbocada. Pero no le convirtió en un muchachito bueno, dulce y pacífico. No le cambió el alma de fuego por otra de mantequilla. Su amor a la ley judaica se transmutó por unas ansias por la Ley de Cristo. Efectivamente, había cambiado de camino, pero no de alma. Este es el cambio que Dios espera del hombre: que luchemos por el espíritu, como hasta ahora hemos peleado por dominar; que nos empeñemos en ayudar a los demás, como deseábamos que todos nos sirvieran. No que echemos agua al moscatel de nuestro espíritu, sino que se convierta en vino que conforte y no emborrache. A veces parece que esto quita libertad, que ata. “¡Cadenas de Jesús! Cadenas, que voluntariamente se dejó Él poner, atadme, hacedme sufrir con mi Señor, para que este cuerpo de muerte se humille... Porque -no hay término medio- o le aniquilo o me envilece. Más vale ser esclavo de mi Dios que esclavo de mi carne” (san Josemaría).
La resurreción es, como dice Bessiere, “un fuego que corre por la sangre de nuestra humanidad. Un fuego que nada ni nadie puede apagar”. Salvo nuestra propia mediocridad y aburrimiento. Los resucitados son los que tienen un “plus” de vida que les sale por los ojos y se convierte enseguida en algo contagioso. Algo que demuestra que el espíritu es más fuerte que el cuerpo.
Ahora entra en escena el bueno de Ananías, que recibe el encargo de ir a curar a Saulo: «Señor, he oído a muchos hablar de ese hombre y de los muchos males que ha causado a tus santos en Jerusalén y que está aquí con poderes de los sumos sacerdotes para apresar a todos los que invocan tu nombre.» El Señor le contestó: «Vete, pues éste me es un instrumento de elección que lleve mi nombre ante los gentiles, los reyes y los hijos de Israel. Yo le mostraré todo lo que tendrá que padecer por mi nombre.»
Decía uno: “Yo conozco mucha gente que sin ir a médicos especialistas viven resucitados: una ciega que reparte alegría en un hospital de cancerosos; un pianista ciego que toca para asilos de ancianos; jóvenes que gastan el tiempo que no tienen en despertar minusválidos…” Pues eso: Dedícate a repartir resurrección… basta con chapuzarse en el río de tus propias esperanzas para salir de él chorreando amor a los demás.
“Pero levántate, entra en la ciudad y se te dirá lo que debes hacer”… es la llamada al apostolado, como decía Pablo VI: “el apostolado es… una voz interior inquietante y tranquilizante a un tiempo, una voz dulce e imperiosa, una voz molesta y a la vez amorosa, una voz que, coincidiendo con circunstancias imprevistas y con grandes acontecimientos, se convierte en un determinado momento en atrayente, determinante, casi reveladora de nuestra vida y nuestro destino, incluso profética y casi victoriosa, que al fin hace huir toda incertidumbre, toda timidez y todo temor y simplifica –hasta hacerla fácil, deseable y feliz- la respuesta de nuestro ser, en la expresión de esa sílaba que desvela el supremo secreto del amor: sí, sí, Señor, dime lo que tengo que hacer y lo intentaré, lo haré. Como san Pablo, derribado a las puertas de Damasco: ¿Qué quieres que haga?
La raíz del apostolado se hunde en esta profundidad: el apostolado es vocación, es elección, es encuentro interior con Cristo, es abandono de la propia y personal autonomía a su voluntad, a su invisible presencia; es una cierta sustitución de nuestro pobre corazón inquieto, voluble y a veces infiel pero ávido de amor, por el suyo, por el corazón de Cristo que comienza a latir en la criatura que ha elegido. Entonces se desarrolla el segundo acto del drama psicológico del apostolado: la necesidad de expandirse, la necesidad de hacer, la necesidad de dar, la necesidad de hablar, la necesidad de transmitir a los demás el propio tesoro, el propio fuego (…). El apostolado se convierte en expansión continua de un alma, en exuberancia de una personalidad poseída de Cristo y animada por su Espíritu; se convierte en la necesidad de correr, de trabajar, de intentar todo lo posible para la difusión del Reino de Dios, para la salvación de los otros, de todos”.
Tomó alimento y recobró las fuerzas. Estuvo algunos días con los discípulos de Damasco, y en seguida se puso a predicar a Jesús en las sinagogas: que Él era el Hijo de Dios.
Todo comenzó con aquel encuentro luminoso. Esta es una de las maneras de afirmar el «hecho» de la resurrección. En aquel día, Jesús es para Pablo un ser vivo. Ese diálogo de hoy lo seguirá cada día a lo largo de toda su vida, en una oración incesante. «¿Quién eres? -Yo soy Jesús.» Todas las epístolas de san Pablo serán fruto de ese diálogo. Desde ahora, Pablo y Jesús vivirán juntos, como dos compañeros, uno «visible» que hace el trabajo y toma la palabra... el otro «invisible» que anima el trabajo desde el interior, que sugiere la palabra... Pablo, lugarteniente de Cristo, teniendo-el-lugar de Cristo, otro Cristo.
-“Este hombre es el instrumento que he elegido para que lleve mi nombre ante las naciones, los reyes y los hijos de Israel”. Señor, haz de mí también un instrumento de tu salvación, de tu alegría (Noel Quesson).
b) Pablo es modelo. Hoy los jóvenes se preguntan: “¿Qué personaje admiro? ¿Quién es mi mujer/hombre impacto? ¿Con qué fotos forro la carpeta del colegio? Saulo corría, pero fuera del camino, como aquel hombre en trineo que iba hacia el norte sobre el hielo, sin saber que estaba en un iceberg, y que se dirigía hacia el sur en realidad, perdido en medio del océano: cuanto más corre, más lejos está. Jesús nos interpela también a nosotros: ¿por qué me persigues? Ananías ayudó en ese camino nuevo… "En materia de religión hay dos tipos de personas dignas de elogio: los que han encontrado a Dios y a éstos hay que suponerlos plenamente felices, y los que lo buscan ardorosa y sinceramente. En cambio, hay tres tipos de hombres a los que hay que censurar y condenar sin ambages: primero, los que tienen un prejuicio, es decir, creen saber lo que no saben; luego, los que teniendo conciencia de no saber, buscan de tal manera que no pueden encontrar; y finalmente los que ni piensan saber ni quieren buscar" (S. Agustín).
El Señor llamó en una visión a «Ananías.» Caso parecido al de Pedro (Hch 10,1) cuando en Cesarea había un hombre, llamado Cornelio, centurión de la cohorte Itálica, piadoso y temeroso de Dios, como toda su familia, daba muchas limosnas al pueblo y continuamente oraba a Dios. Vio claramente en visión, hacia la hora nona del día, que el Ángel de Dios entraba en su casa y le decía: «Cornelio.» Él le miró fijamente y lleno de espanto dijo: «¿Qué pasa, señor?» Le respondió: “Tus oraciones y tus limosnas han subido como memorial ante la presencia de Dios. Ahora envía hombres a Joppe (hoy Jaffa, que forma el núcleo antiguo de Tel-Aviv) y haz venir a un tal Simón, a quien llaman Pedro. Este se hospeda en casa de un tal Simón, curtidor, que tiene la casa junto al mar…”
El Señor es tan fino y delicado que nunca nos manifestará sus deseos directamente. Prefiere nuestra libertad a sus preferencias. Tanto en lo humano, como en lo sobrenatural, necesitamos una ayuda, quizá un “entrenador” o director espiritual. Sólo se vive una vez, y hay que aprovechar los “cartuchos” de cada día de la existencia, no echarlos a perder, vivir con sensatez, en un clima de confianza. La Lituania comunista estaba plagada de caras desconfiadas, con el alma repleta de cicatrices por seguir a tantos líderes que les han engañado. Necesitamos en la vida un clima de confianza, desde el cielo viene la voz de Dios y por la confianza se nos concreta: Oración, ayuda de esa confianza personal… "Saulo, ¿por qué me persigues?" (Hch 9,04). «¿Desde dónde grita? Desde el cielo. Luego está arriba, ¿Por qué me persigues? Luego está abajo» (San Agustín). A la cabeza y al cuerpo, al Señor glorificado y a la comunidad de los creyentes, que forman juntos el Cristo uno.
2. –Por eso lo mejor que podemos hacer es cantar con el Salmo 117/116: «Alabad al Señor todas las naciones, celebradlo todos los pueblos. Firme es su misericordia con nosotros, su fidelidad permanece por siempre». Glorifiquemos a Dios y démosle gracias, pues Él ha hecho que su salvación no se quede como privilegio de una raza o de un sólo pueblo, sino que llegue a todas las naciones, de todos los tiempos, lugares y culturas. Efectivamente Dios quiere que todos los hombres se salven. Y aquel pueblo que era considerado un olivo silvestre ha sido injertado en el olivo verdadero, en Cristo Jesús, pues la salvación, conforme al plan previsto y sancionado por Dios, nos ha llegado por medio de los judíos. Así, por medio de Cristo Jesús, Señor nuestro, todo aquel que lo acepte en su propia vida podrá convertirse en una oblación pura y en una continua alabanza del Nombre de Dios, nuestro Padre. Dios, en Adán, prometió enviarnos un salvador. Y en Adán no estaba simbolizado un pueblo, sino la humanidad entera. Y Dios ha cumplido sus promesas, dando así a conocer su amor por nosotros y que su fidelidad es eterna. Aprovechemos la oportunidad de ser renovados en Cristo, pues no tendremos ya otro nombre en el cual podamos alcanzar el perdón de los pecados y la salvación eterna.
3. a) -Discutían entre sí los judíos: "¿Cómo puede este darnos a comer su carne? Ellos lo interpretan de la manera más realista; y les choca.
-Jesús dijo entonces: "Sí, en verdad os digo que, si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros." Lejos de atenuar el choque, Jesús repite lo que ya ha dicho; lo enlaza explícitamente con el "sacrificio del caIvario"... "el pan que yo daré, es mi carne... que habré dado antes en la Pasión, para la vida del mundo". La alusión a la "sangre", en el pensamiento de Jesús, remite también a la cruz y a la muerte que da la vida. No olvidemos que cuando San Juan puso por escrito este discurso había estado celebrando la eucaristía durante más de 60 años. ¿Cómo podría admitirse que sus lectores de entonces no hubiesen aplicado inmediatamente estas frases a la eucaristía: cuerpo entregado y sangre vertida? Por otra parte, si Jesús no hubiese nunca hablado así, ¿cómo los apóstoles, la tarde de la Cena, hubiesen podido comprender algo de lo que Jesús estaba haciendo? La institución de la eucaristía, la tarde del jueves santo, hubiera sido ininteligible para los Doce, si Jesús no les hubiera jamás preparado anteriormente.
-“El que come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna, y Yo le resucitaré en el último día. En efecto, mi carne es la verdadera comida, y mi sangre es la verdadera bebida… Tomad y comed, esto es mi cuerpo... Tomad y bebed, esta es mi sangre..."
El discurso de Jesús ha sido intenso, y nos invita a pensar si nuestra celebración de la Eucaristía produce en nosotros esos efectos que Él anunciaba en Cafarnaum. Lo de «tener vida» puede ser una frase hecha que no significa gran cosa si la entendemos en la esfera meramente teórica. ¿Se nota que, a medida que celebramos la Eucaristía y en ella participamos de la Carne y Sangre de Cristo, estamos más fuertes en nuestro camino de fe, en nuestra lucha contra el mal? ¿o seguimos débiles, enfermos, apáticos? Lo que dice Jesús: «el que me come permanece en mí y yo en él», ¿es verdad para nosotros sólo durante el momento de la comunión o también a lo largo de la jornada? Después de la comunión -en esos breves pero intensos momentos de silencio y oración personal- le podemos pedir al Señor, a quien hemos recibido como alimento, que en verdad nos dé su vida, su salud, su fortaleza, y que nos la dé para toda la jornada. Porque la necesitamos para vivir como seguidores suyos día tras día (J. Aldazábal): «El Señor crucificado resucitó de entre los muertos y nos rescató. Aleluya» (Comunión).
c) Àngel Caldas: “Hoy, Jesús hace tres afirmaciones capitales, como son: que se ha de comer la carne del Hijo del hombre y beber su sangre; que si no se comulga no se puede tener vida; y que esta vida es la vida eterna y es la condición para la resurrección (cf. Jn 6,53.58). No hay nada en el Evangelio tan claro, tan rotundo y tan definitivo como estas afirmaciones de Jesús. No siempre los católicos estamos a la altura de lo que merece la Eucaristía: a veces se pretende “vivir” sin las condiciones de vida señaladas por Jesús y, sin embargo, como ha escrito Juan Pablo II, «la Eucaristía es un don demasiado grande para admitir ambigüedades y reducciones». “Comer para vivir”: comer la carne del Hijo del hombre para vivir como el Hijo del hombre. Este comer se llama “comunión”. Es un “comer”, y decimos “comer” para que quede clara la necesidad de la asimilación, de la identificación con Jesús. Se comulga para mantener la unión: para pensar como Él, para hablar como Él, para amar como Él. A los cristianos nos hacía falta la encíclica eucarística de Juan Pablo II, La Iglesia vive de la Eucaristía. Es una encíclica apasionada: es “fuego” porque la Eucaristía es ardiente. «Vivamente he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer» (Lc 22,15), decía Jesús al atardecer del Jueves Santo. Hemos de recuperar el fervor eucarístico. Ninguna otra religión tiene una iniciativa semejante. Es Dios que baja hasta el corazón del hombre para establecer ahí una relación misteriosa de amor. Y desde ahí se construye la Iglesia y se toma parte en el dinamismo apostólico y eclesial de la Eucaristía. Estamos tocando la entraña misma del misterio, como Tomás, que palpaba las heridas de Cristo resucitado. Los cristianos tendremos que revisar nuestra fidelidad al hecho eucarístico, tal como Cristo lo ha revelado y la Iglesia nos lo propone. Y tenemos que volver a vivir la “ternura” hacia la Eucaristía: genuflexiones pausadas y bien hechas, incremento del número de comuniones espirituales... Y, a partir de la Eucaristía, los hombres nos aparecerán sagrados, tal como son. Y les serviremos con una renovada ternura”.
d) Apéndice, especialmente para sacerdotes; es un largo comentario, pero estos días estoy pensando que lo propio de la persona, de su espiritualidad, es lo sublime: sólo la belleza es divina (porque de ahí surge todo crecimiento espiritual, en el entender, sentirse amado y amar, y vivir la libertad en una apertura a la esperanza); perseguimos la sublimidad, como opuesto a lo muerto, lo banal: queremos optar por la vida y la tenemos en la Vida, y como la experiencia que sigue es universal pongo el nombre de su autor al final, pues puede ser también de cada uno: “Comienzo por la pregunta que me han planteado muchas veces: ¿por qué celebrar la eucaristía cada día? ¿No es suficiente el encuentro dominical en el que se reúne toda la comunidad cristiana? ¿Y por qué celebrar la Misa estando solo o ante «dos gatos»? ¿No se vacía así del sentido comunitario que tiene la celebración de la muerte y la resurrección de Jesús? Quisiera responder a estas preguntas no sólo a partir de mis convicciones teológicas (que, por otra parte, son las de la Iglesia, explicitadas, en especial, desde el principio del segundo milenio), sino bajo la luz de la experiencia espiritual… que son un testimonio luminoso y convincente. Voy pronto al grano: ¿por qué somos sacerdotes? ¿Quién nos ha impulsado a dar nuestra vida por este ministerio del Evangelio de la reconciliación, la eucaristía y la caridad? Hay sólo una respuesta posible: Jesús. Somos sacerdotes porque así lo ha querido Él, porque para ello nos ha llamado y nos ha amado, y aún sigue queriéndonos y amándonos por ello, Él que es siempre fiel en el amor. El sentido de nuestra vida, la razón verdadera de nuestra vocación, no consiste en algo, aunque fuera lo más hermoso del mundo, sino en Alguien: y ese Alguien es Él, Cristo el Señor. Somos sacerdotes porque un día Él nos alcanzó (cada cual sabe cómo: en la palabra de un testigo, en un gesto de caridad que nos ha tocado el corazón, en el silencio de un camino de escucha y oración, tal vez en el dolor de una vida que de repente nos pareció desperdiciada sin Él...).
A Él que nos llamaba le dijimos que sí: y desde entonces en nosotros se encendió una llama de amor vivo, que con su gracia nunca se ha apagado. Una llama que nos hace arder por Él, nos hace desearlo, querer lo que Él quiere para nosotros. No creo estar exagerando, ni usando palabras demasiado aladas. En realidad, no hubiéramos podido ser sacerdotes, y serlo, a pesar de todo, en la fidelidad, si no hubiéramos recibido de Él, si Él no hubiera vivido en nosotros, si Él no nos hiciera siempre enamorarnos de Él. Este amor nos ha impulsado a todas las obras que hemos hecho por los demás: desde la simple y mera acogida del corazón, hasta la escucha perseverante y paciente de los demás y el esfuerzo de transmitirles el sentido y la belleza de la vida vivida por Dios y su Evangelio, hasta las obras de caridad y el compromiso por la justicia, compartiendo en especial la angustia del pobre y tratando de ser la voz de quien no tiene voz. Por supuesto, siempre nos parece poco lo que hemos podido hacer: pero lo cierto es que, si hemos hecho algo verdadero y bello por los demás, lo hemos hecho porque Jesús nos ha brindado la posibilidad de hacerlo, Él es quien se nos ha donado y nos ha vuelto capaces de gestos gratuitos que nosotros solo no hubiéramos podido siquiera pensar o soñar.
Este prólogo (que no es más que el testimonio humilde de nuestra vida de llamados y amados por Cristo) me ayuda a explicar la razón por la que considero justo y necesario celebrar cada día la eucaristía: no se trata de un precepto, sino de una real necesidad, no sólo emotiva (es más, pues a veces la emotividad parece quedar totalmente de lado), sino profunda e ineludible. Es la necesidad de colmar mi vida cada día con Su persona: es Jesús quien nos ha dicho que cada día tiene bastante con su mal (cfr. Mt 6,34), es decir, cada día es lo suficientemente largo como para sostener la lucha por conservar la fe. Cada día el sol se levanta para nosotros y cada día nuestro corazón, sediento de amor, necesita que el sol del Amado lo alcance y vuelva a calentarlo: si Él es nuestra vida, su sentido y su belleza, no podemos dejar de encontrarlo allí, donde Él, vivo y verdadero, se ofrece por nosotros. ¿Qué diríamos de un enamorado que, pudiendo hacerlo, no sintiera la necesidad de encontrar hasta todos los días a la persona amada? Y si así es para el amor humano, que a menudo es tan frágil y voluble, ¿cómo podría ser distinto para el amor que no desilusiona ni traiciona, el amor que hace vivir en el tiempo y por la eternidad, el amor de Dios en Cristo Jesús, nuestra vida?
Es ésta la razón por la que tenemos la necesidad de encontrarlo cada día y siempre nuevamente: y, ¿dónde podríamos encontrarlo sino allí en donde Él nos ha prometido y garantizado el don de Su presencia? «Éste es mi cuerpo, éste es el cáliz de la nueva y eterna alianza, derramado por vosotros y por todos para remisión de los pecados». Sí, todos los días tenemos necesidad de Ti, Jesús: y si el domingo Te encontramos en la fiesta del día primero y último, el día octavo de Tu resurrección y de la nueva vida que Tú das a Tu Iglesia y al mundo, la gracia que Tú nos ofreces, con generosidad infinita, de poder celebrar cada día el memorial de Tu pascua, nos llena de alegría y paz. Verdaderamente, no estamos solos en el camino de nuestro ministerio: Tú eres quien llega siempre hasta nosotros con Tu Palabra de vida; Tú eres quien nos visita en los hermanos y hermanas que envías en nuestro camino; Tú eres el que nos pide amor en el pobre y en todo el que tiene necesidad del amor, que nos llamas a brindar; Tú eres, en la cima de todo esto y como fuente viva de este río de vida y amor, quien se hace presente en la eucaristía, para que podamos alimentarnos de Ti, vivir de Ti, amarte, hoy y para la eternidad.
Pues, ¿por qué celebrar la eucaristía cada día y hacer lo posible para que nunca falte? ¿Por qué celebrarla cuando junto conmigo, el celebrante, la viven sólo la Virgen Madre María, los ángeles y los santos y algún que otro fiel (y, a veces, sucede que ni siquiera él o ella)? Para encontrarte a Ti, Jesús, amor que a todo confieres sentido y todo lo transformas, único amor que nos hace capaces de gracia y perdón. Celebrar cada día significa volver a pedirte siempre, en la novedad del tiempo, que todos puedan conocerte y amarte de la manera en que sólo Tú puedes capacitar a cada uno. Celebrar cada día quiere decir ser conscientes de que, así como cada día tenemos necesidad del pan para vivir, también cada día tenemos necesidad de Ti para vivir la vida que no se acaba: en este doble sentido le decimos al Padre, por nosotros y por nuestros hermanos, las palabras que Tú nos enseñaste: «Danos hoy nuestro pan de cada día». Celebrar cada día es encontrarte, Señor Jesús, para que nos alcances y transformes cada vez más con Tu belleza que libera y salva, para que seamos, a pesar de nosotros mismos, un reflejo pobre y enamorado de Ti, el Pastor hermoso. Claro está que todo esto puede convertirse en una costumbre: por eso es necesario vigilar para que el encuentro con Cristo sea nuevo y verdadero cada día. Sin embargo, también la costumbre, si es signo de fidelidad, es algo verdadero y bello. Al encontrarte, podemos decir verdaderamente que celebramos para los demás y con ellos, aunque no estén visiblemente presentes, porque en Ti encontramos al pueblo que nos has confiado, a Ti confiamos su amor y su dolor, aunque muchos nunca lo sepan. Éste es el misterio de intercesión al que nos has llamado, de oración por los demás y en su lugar, también por quienes no hemos conocido ni conoceremos nunca, esa oración que sólo podemos vivir verdaderamente unidos a Ti, en Ti y por Ti, porque Tú eres el Sacerdote de la nueva y eterna alianza, entregado por la vida, la alegría y la belleza de cada una de tus criaturas.
Sí, porque Tú, Señor Jesucristo, no eres sólo verdad y bondad: eres la belleza, la belleza que salva. Eres el pastor hermoso que nos guía por los prados de la vida, donde tu belleza no tiene ocaso. Celebrando cada día, esperamos volvernos también nosotros un poco más verdaderos, mejores, más hermosos, en Ti que en tu Iglesia llegas hasta nosotros como el único bien, la bondad perfecta, la belleza que todo lo transfigura. No es temerario pensar que en el fondo del corazón de cada presbítero, siervo de la reconciliación, testigo del evangelio, unido a Ti, Cabeza del Cuerpo eclesial, exista la misma necesidad. Es, pues, verdaderamente una gracia el que podamos encontrarnos todos cada día en el altar de la vida: cada uno de nosotros llevará a los demás, y todos a cada uno, y, al mismo tiempo, Cristo nos llevará a nosotros, llevará nuestra cruz y también la de los que nos han sido confiados, nos dará Su vida de Resucitado, que ha vencido el pecado y la muerte para vencerlos en nosotros y en nuestros compañeros de camino, en el tiempo y por la eternidad. Verdaderamente —como afirma Juan Pablo II concluyendo su encíclica— «en el humilde signo del pan y el vino, transustanciados en su cuerpo y sangre, Cristo camina con nosotros, es nuestra fuerza y nuestro viático, convirtiéndonos en testigos de la esperanza para todos. Si, ante este Misterio, la razón siente sus límites, el corazón iluminado por la gracia del Espíritu Santo intuye plenamente qué actitud tomar, sumergiéndose en la adoración y en un amor sin límites. Hagamos nuestros los sentimientos de santo Tomás de Aquino, sumo teólogo y, al mismo tiempo, cantor apasionado de Cristo eucarístico, y dejemos que también nuestra alma se abra en la esperanza a la contemplación de la meta hacia la que aspira el cuerpo, pues está sediento de gozo y paz: “Bone pastor, panis vere, Iesu, nostri miserere...”. “Buen pastor, pan verdadero, oh Jesús, ten piedad de nosotros: aliméntanos y defiéndenos, condúcenos a los bienes eternos en la tierra de los vivos. Tú que todo lo sabes y puedes, que nos alimentas en la tierra, guía a tus hermanos al banquete del cielo en el gozo de tus santos. Amén”» (Ecclesia de Eucharistia, n° 62)” (Bruno Forte).