miércoles, 6 de abril de 2011

Cuaresma 4, martes: Jesús es el agua que da vida; Él cura nuestra parálisis, y nos hace sentirnos responsables de la curación de los demás.

Cuaresma 4, martes: Jesús es el agua que da vida; Él cura nuestra parálisis, y nos hace sentirnos responsables de la curación de los demás.

Libro de Ezequiel 47,1-9.12: El hombre me hizo volver a la entrada de la Casa, y vi que salía agua por debajo del umbral de la Casa, en dirección al oriente, porque la fachada de la Casa miraba hacia el oriente. El agua descendía por debajo del costado derecho de la Casa, al sur del Altar. Luego me sacó por el camino de la puerta septentrional, y me hizo dar la vuelta por un camino exterior, hasta la puerta exterior que miraba hacia el oriente. Allí vi que el agua fluía por el costado derecho. Cuando el hombre salió hacia el este, tenía una cuerda en la mano. Midió quinientos metros y me hizo caminar a través del agua, que me llegó a los tobillos. Midió otros quinientos metros y me hizo caminar a través del agua, que me llegó a las rodillas. Midió otros quinientos metros y me hizo caminar a través del agua, que me llegó a la cintura. Luego midió otros quinientos metros, y ya era un torrente que no pude atravesar, porque el agua había crecido: era un agua donde había que nadar, un torrente intransitable. El hombre me dijo: "¿Has visto, hijo de hombre?", y me hizo volver a la orilla del torrente. Al volver, vi que a la orilla del torrente, de uno y otro lado, había una inmensa arboleda. Entonces me dijo: "Estas aguas fluyen hacia el sector oriental, bajan hasta la estepa y van a desembocar en el Mar. Se las hace salir hasta el Mar, para que sus aguas sean saneadas. Hasta donde llegue el torrente, tendrán vida todos los seres vivientes que se mueven por el suelo y habrá peces en abundancia. Porque cuando esta agua llegue hasta el Mar, sus aguas quedarán saneadas, y habrá vida en todas parte adonde llegue el torrente. Al borde del torrente, sobre sus dos orillas, crecerán árboles frutales de todas las especies. No se marchitarán sus hojas ni se agotarán sus frutos, y todos los meses producirán nuevos frutos, porque el agua sale del Santuario. Sus frutos servirán de alimento y sus hojas de remedio".

Salmo 46,2-3.5-6.8-9: El Señor es nuestro refugio y fortaleza, una ayuda siempre pronta en los peligros. / Por eso no tememos, aunque la tierra se conmueva y las montañas se desplomen hasta el fondo del mar; / los canales del Río alegran la Ciudad de Dios, la más santa Morada del Altísimo. / El Señor está en medio de ella: nunca vacilará; él la socorrerá al despuntar la aurora. / El Señor de los ejércitos está con nosotros, nuestro baluarte es el Dios de Jacob. / Vengan a contemplar las obras del Señor, él hace cosas admirables en la tierra.

Evangelio según San Juan 5,1-16: Después de esto, se celebraba una fiesta de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Junto a la puerta de las Ovejas, en Jerusalén, hay una piscina llamada en hebreo Betesda, que tiene cinco pórticos. Bajo estos pórticos yacía una multitud de enfermos, ciegos, paralíticos y lisiados, que esperaban la agitación del agua. Había allí un hombre que estaba enfermo desde hacía treinta y ocho años. Al verlo tendido, y sabiendo que hacía tanto tiempo que estaba así, Jesús le preguntó: "¿Quieres curarte?". El respondió: "Señor, no tengo a nadie que me sumerja en la piscina cuando el agua comienza a agitarse; mientras yo voy, otro desciende antes". Jesús le dijo: "Levántate, toma tu camilla y camina". En seguida el hombre se curó, tomó su camilla y empezó a caminar. Era un sábado, y los judíos dijeron entonces al que acababa de ser curado: "Es sábado. No te está permitido llevar tu camilla". El les respondió: "El que me curó me dijo: 'Toma tu camilla y camina'". Ellos le preguntaron: "¿Quién es ese hombre que te dijo: 'Toma tu camilla y camina?'". Pero el enfermo lo ignoraba, porque Jesús había desaparecido entre la multitud que estaba allí. Después, Jesús lo encontró en el Templo y le dijo: "Has sido curado; no vuelvas a pecar, de lo contrario te ocurrirán peores cosas todavía". El hombre fue a decir a los judíos que era Jesús el que lo había curado. Ellos atacaban a Jesús, porque hacía esas cosas en sábado.

Comentario: En esta primera lectura, el profeta utiliza la imagen del torrente. Los torrentes son en el A.T. símbolo de la vida que Dios da, especialmente en los tiempos mesiánicos. Ezequiel utiliza la imagen de la corriente de agua milagrosa que mana del lado derecho del templo (el lugar de la presencia de Dios y el centro del culto que le es agradable), y todo lo inunda con su salud y fecundidad. En san Juan (7. 35-37) este agua es el Espíritu que mana de Cristo glorificado (Misa dominical).
1. a) El agua, como principio de vida, es una imagen que se encuentra con frecuencia en los libros sagrados (por ejemplo, Jl 4,18 Zac 14,8; Is 35, etc.). Las aguas que brotan del Templo, o sea, que vienen de Dios, lo purifican y lo curan todo a su paso, hacen que los campos produzcan fértiles frutos y que el mar muerto se llene de vida. Es una de las mejores imágenes del libro de Ezequiel, hermoso simbolismo que recuerda la visión de los huesos revitalizados del c. 37 (sólo que allí es el Espíritu quien da vida, aquí es el agua que da fertilidad a las aguas muertas, pero como veremos más adelante también simboliza Jesús y su Espíritu), imagen que volveremos a encontrar en la Vigilia Pascual. El río recuerda el paraíso (Gn 2,10-14), recuerdo de añoranza, al paraíso inicial de la humanidad, regado por los cuatro brazos de agua, y, por otra, al futuro mesiánico, que será como un nuevo paraíso.
El agua que crece se refiere al poder vivificante que se ha ido desarrollando, ganando en fecundidad y en calidad. Su salubridad llega hasta curar todo lo que toca, incluido el Mar Muerto (v 8), a que broten gran cantidad de árboles que producen toda clase de frutos y hasta una cosecha por mes; y en ella viven gran cantidad y variedad de peces: es un final apoteósico, de vuelta al paraíso perdido. Adán dejó yermo el Paraíso al ser echado fuera por su pecado, y el agua de aquí es prototipo de la de los últimos tiempos abiertos por Cristo: «Quien tenga sed, que se acerque a mí y beba. Quien crea en mí, ríos de agua viva brotarán de su entraña» (Jn 7,37-38). En Él se ha cumplido esta profecía de Ezequiel; de Él nos viene la gran efusión del Espíritu que simbolizaba el agua. Únicamente de Él nos puede venir la fecundidad, la vida, a nivel personal y a nivel colectivo. “Todo ha de pasar forzosamente a través de Él. La única salvación, la única solución se encuentra en Cristo, según indicó Pedro al pueblo de Jerusalén: «La salvación no está en ningún otro, es decir, que bajo el cielo no tenemos los hombres otro diferente de Él al que debamos invocar para salvarnos» (Hch 4,12)” (J. Pedrós). Los santos Padres ven ahí las aguas bautismales, las que brotan del costado abierto de Jesús en la Cruz: “esto significa que nosotros bajamos al agua repletos de pecados e impureza y subimos cargados de frutos en nuestro corazón, llevando en nuestro espíritu el temor y la esperanza de Jesús” (Epístola de Bernabé; lo veremos con más detalle al comentar el Evangelio de hoy).
b) la abundancia (imagen del cielo): la cosecha significa que Dios no retiene sus bienes, los reparte a profusión… río que va creciendo para evocar las gracias que cada día irrumpen en abundancia sobre la humanidad... sobre mí... “Sin cesar, Dios vierte la abundancia de su vida en mí. ¿Qué atención presto? ¿Cómo respondo a ese don?
-¿Has visto, hijo de hombre? Efectivamente, a menudo no veo. Haz que vea, Señor. HOY, trataré de ver ese río de gracia. En mi oración de la noche, trataré de recapitular, y de decir: «Gracias».
-Mira, a la orilla del torrente, a ambos lados, había gran cantidad de árboles... toda clase de árboles frutales, cuyo follaje no se marchitará. Todos los meses producirán frutos nuevos. Visión maravillosa. Es el comenzar de nuevo del paraíso terrestre: el desierto de Judá, al sur de Jerusalén se cubre «de árboles de la vida». No dan solamente «una» cosecha, sino «doce» cosechas... ¡una por mes! Decididamente, ¡no habrá hambre! Es un sueño.
¿Es realidad? Por contraste, no puedo dejar de pensar en los que sufren, en los que no tienen agua, ni frutos, en los que pasan toda su vida en la miseria. Realiza, Señor, tu promesa.
-Esta agua desemboca en el «Mar Muerto» cuyas aguas quedan saneadas... así como las tierras en las que penetra, y la vida aparece por dondequiera que pase el torrente.
Hay que haber visto el «Mar Muerto» y su paisaje desolado para captar toda la metamorfosis prometida. Las aguas de este mar, verdaderamente «muerto», tienen tal cantidad de sales, que ningún pez tiene vida en ellas y en sus alrededores también reina la muerte.
He aquí pues un «agua nueva» que tiene como un poder de resurrección: suscita seres vivos. Es un agua que da vida.
c) Su signo actual es el bautismo. En el fondo, ¿por qué no creeríamos en esa fuerza divina? ¿Acaso no sería Dios capaz de transformar el desierto de nuestros corazones en jardines florecientes de vida? ¡Oh Dios, impregna nuestras vidas de tu vida! Mi bautismo es una fuente de Vida. ¿Cómo la haría yo más abundante, más exultante, más llena de vida?” (Noel Quesson). La lectura profética nos ayuda a entender la escena del evangelio: el agua que cura y salva, y por tanto, en el marco de la Cuaresma, el recuerdo de nuestro Bautismo, que tendrá su actualización más densa en la Vigilia Pascual.
2. Lo que dice el salmo se refiere a nuestra pequeña historia: «el correr de las acequias alegra la ciudad de Dios... teniendo a Dios en medio, no vacila». El agua salvadora de Dios es su palabra, su gracia, sus sacramentos, su Eucaristía, la ayuda de los hermanos, la oración. La aspersión bautismal de los domingos, y sobre todo la de la Vigilia Pascual, nos quiere comunicar simbólica y realmente esta agua salvadora del Señor, y sigue lo dicho en la primera lectura: «Del umbral del templo manaba agua, y habrá vida dondequiera que llegue la corriente».
Este Dios “sublime y terrible, emperador de toda la tierra”, aclamación inicial que es repetida con tonos diferentes, es «nuestro refugio y nuestra fuerza». Juan Pablo II al comentarlo se refería a este doble sentido: un Dios sublime, y al mismo tiempo cercano a sus criaturas. Este himno al Señor, rey del mundo y de la humanidad, al igual que otras composiciones semejantes del Salterio (cf. Salmo 92; 95-98), supone una atmósfera de celebración litúrgica. Nos encontramos, por tanto, en el corazón espiritual de la alabanza de Israel, que se eleva al cielo partiendo del templo, el lugar en el que el Dios infinito y eterno se revela y encuentra a su pueblo”.
a) “Primero se ve al Dios sublime... (vv. 2-6) cuando con gozo se aclama al Señor "sublime y terrible" (v. 3). Exaltan la trascendencia divina, la primacía absoluta en el ser, la omnipotencia. También Cristo resucitado exclamará: "Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra" (Mateo 28, 18). “El orante descubre su presencia particular en Israel, el pueblo de la elección divina, "el predilecto", la herencia más preciosa y querida por el Señor (cf. versículo 5). Israel se siente, por tanto, objeto de un amor particular de Dios que se ha manifestado con la victoria sobre las naciones hostiles. Durante la batalla, la presencia del arca de la alianza entre las tropas de Israel les aseguraba la ayuda de Dios; después de la victoria, el arca se subía al monte Sión (cf. Salmo 67, 19) y todos proclamaban: "Dios asciende entre aclamaciones; el Señor, al son de trompetas" (Salmo 46, 6)”.
b) se presenta como un himno al Señor soberano del universo y de la historia. "Dios es el rey del mundo... Dios reina sobre las naciones”, como un Dios cercano a sus criaturas (vv. 8-9): se abre con otra ola de alabanza y de canto festivo; se alaba al Señor, sentado en su trono en la plenitud de su realeza. Este trono es definido "santo", pues es inalcanzable por el hombre limitado y pecador. Pero también es un trono celeste el arca de la alianza, presente en el área más sagrada del templo de Sión. De este modo, el Dios lejano y trascendente, santo e infinito, se acerca a sus criaturas, adaptándose al espacio y al tiempo (cf. 1 Reyes 8, 27.30).
3. Durante tres días vamos a leer el capítulo quinto de Juan. Hoy “se trata de la historia del hombre que yace enfermo desde hace treinta y ocho años, y espera curarse al entrar en la piscina de Betesda, pero no encuentra a nadie que le ayude a entrar en ella. Jesús lo cura con su poder ilimitado; El realiza en el enfermo lo que éste esperaba que ocurriera al entrar en contacto con el agua curativa”, dice Benedicto XVI al tratar una de las grandes imágenes temáticas de San Juan, el agua. Aunque dice que aquí aparece más bien de soslayo, en realidad toca a fondo el "signo" del bautismo, de la filiación divina, es decir la Nueva Ley. Podemos comentar tres perspectivas del mensaje de hoy: Jesús como nueva ley del sábado, sentido del agua, y nuestra curación (personal y colectiva).
a) El sábado, el domingo, y su aspecto social: día para obrar el bien. Esta relación se puede observar al realizar el milagro en sábado; es un lenguaje simbólico, no lo hace únicamente por motivos humanitarios, sino porque Él viene a salvar, porque se presenta como liberador (el sábado estaba consagrado al recuerdo de la liberación de Egipto: Dt 5. 12-15). Concretamente su liberación consiste en emancipar al hombre de las prácticas formalistas y elevarlo por encima de los avatares de la vida. Liberación que se adquiere no por medios mágicos, como el correr del agua, sino mediante un encuentro personal con el Señor (Misa dominical).
Benedicto XVI comenta que lo que al rabino Neusner le inquieta del mensaje de Jesús sobre el sábado “no es sólo la centralidad de Jesús mismo; la expone claramente pero, con todo, no es eso lo que objeta, sino sus consecuencias para la vida concreta de Israel: el sábado pierde su gran función social. Es uno de los elementos primordiales que mantienen unido al pueblo de Israel como tal. El hacer de Jesús el centro rompe esta estructura sacra y pone en peligro un elemento esencial para la cohesión del pueblo.
La reivindicación de Jesús comporta que la comunidad de los discípulos de Jesús es el nuevo Israel. ¿Acaso no debe inquietar esto a quien lleva en el corazón al «Israel eterno»? También se encuentra relacionada con la cuestión sobre la pretensión de Jesús de ser Él mismo la Torá y el templo en persona, el tema de Israel, la cuestión de la comunidad viva del pueblo, en el cual se realiza la palabra de Dios”. Según él, se plantea también para el cristiano la siguiente cuestión: “¿era justo poner en peligro la gran función social del sábado, romper el orden sacro de Israel en favor de una comunidad de discípulos que sólo se pueden definir, por así decirlo, a partir de la figura de Jesús? Esta cuestión se podría y se puede aclarar sólo en la comunidad de discípulos que se ha ido formando: la Iglesia”. La resurrección de Jesús «el primer día de la semana» hizo que, para los cristianos, ese «primer día» —el comienzo de la creación— se convirtiera en el «día del Señor», en el cual confluyeron por sí mismos —mediante la comunión de la mesa con Jesús— los elementos esenciales del sábado veterotestamentario: “Que en el curso de este proceso la Iglesia haya asumido así de modo nuevo la función social del sábado —orientada siempre al «Hijo del hombre»— se vio claramente cuando Constantino, en su reforma jurídica de inspiración cristiana, asoció también a este día algunas libertades para los esclavos e introdujo así en el sistema legal basado en principios cristianos el día del Señor como el día de la libertad y el descanso. A mí me parece sumamente preocupante que los modernos liturgistas quieran dejar de nuevo a un lado esta función social del domingo, que está en continuidad con la Torá de Israel, considerándola una desviación de Constantino. Pero aquí se plantea todo el problema de las relaciones entre fe y orden social, entre fe y política”. De eso hablaremos al tratar “la familia de Jesús” cuando le hablan de que su madre y hermanos han venido a verle.
b) El agua. “Volvemos al gran tema del agua viva, agua que vive y da la Vida. Como el agua de Caná y la del pozo de Jacob, también la de Betesda era estéril; no podía curar al enfermo. Como el agua de la piscina, tampoco la ley de Moisés podía dar vida al pecador: sólo podía mostrarle sus transgresiones y confirmar la pobreza de la condición humana. En lugar de salvarle, le encerraba, le mantenía en su pasado. Paralizado desde hacía treinta y ocho años...
Jesús pasó: "¿Quieres quedar sano?". El Hijo descendió a la morada de la muerte y cargó con nuestras enfermedades. En medio de las quejas mantuvo la promesa. Incluso el mar Muerto, condenado a la esterilidad, va a poder dar peces milagrosos. El hombre que estaba paralítico desde hacía treinta y ocho años, encadenado a su pasado de desdicha, se pone de pie. La tierra es recreada; los árboles, cuyas hojas no conocen ya los efectos del hielo, dan nuevos frutos cada mes. Cuando Dios da el agua viva, el viejo mundo desaparece.... Dios ha hecho que brotase del costado de su Amado sangre y agua, río de vida que purifica todo cuanto penetra. Nuestra vida reverdece cuando el Espíritu nos inunda. Hemos sido bautizados en la muerte y resurrección de Jesús y pertenecemos a una tierra liberada. Nos ha hecho atravesar el mar y nos ha sumergido en el río de la vida. Pertenecemos al mundo nuevo. En la noche de Pascua, Cristo enterrará nuestras obras estériles, y oiremos el grito de la victoria” (“Dios cada día”, de Sal Terrae).
c) La enfermedad y el milagro. Sobre el número 38, los años de enfermedad, San Agustín propone un significado místico: cuarenta es el número de los días de Cuaresma que nos traen la salud, cincuenta es el número de días ya de salud, que siguen a Pascua, hasta Pentecostés, la paga de los trabajadores en la viña, es la posesión de Dios. El pueblo está enfermo desde hace 38 años, le quedan dos cosas que le sanarán, dos mandamientos que la ley de Moisés le había ya escrito en el corazón, y cuyo alcance profundo consiguen con Cristo: "Amarás al Señor, tu Dios y al prójimo como a ti mismo". El amor de Dios, hecho visible en la persona de Cristo, ha de apoderarse del corazón del hombre, enfermo por el pecado, a fin de inflamarlo y llevarlo por los caminos de la penitencia: "¡Levántate, toma tu camilla y anda!". Es decir: “¡Levántate, recorre el camino de la penitencia, el camino de la cruz, que lleva a Dios! Entonces serás curado, te verás sano, tendrás la vida eterna. Entonces habrás dado el primer paso para salir de tu enfermedad de treinta y ocho años, y al momento, de un salto, te vas a poner no sólo en la salud de la Cuaresma, sino también en la bendita Quincuagésima, el Pentecostés que sigue a Pascua.
Entonces vas ya a marchar sano por la tierra de Dios, por la tierra de la verdadera vida, y tus apetitos desordenados, tus pasiones, a los que antes estabas atado como a un lecho, quedarán ahora dominados”. Cristo hoy “desciende al torbellino del sufrimiento y de la muerte humana, y, como el ángel de Dios, pone este mar en saludable efervescencia, lo vivifica con su muerte. De sepulcro del pecado lo torna seno maternal de la nueva vida. Viene, coge al enfermo "que no tiene a nadie", lo toma Él mismo sobre sus hombros -se reviste del cuerpo de Adán, enfermo por el pecado-, baja con él a la corriente de la muerte y lo vuelve a subir consigo, sano y salvo a la luz. Desciende cual viejo y enfermo Adán y vuelve a subir nuevo y regenerado.
Por tales razones, la presencia mística de Dios, que nos proporciona el Santo Sacrificio, es una auténtica fuente de juventud para todos los fieles, quienes constantemente están expuestos a la contaminación del mal y a la enfermedad del pecado. En el santo sacrificio, el agua del Bautismo vuelve a brillar para el fiel cristiano y le recuerda aquella hora en la que Cristo bajó a por él, le tomó consigo y lo sanó en el agua.
Le exhorta a que procure hacer duradera la salud allí recibida, y si por su ligereza volviese a correr peligro, tan sólo una cosa podrá salvarle: es la hora presente, en la cual el médico divino se le acerca de nuevo, le brinda el baño salvador de su propia sangre y le dice: "¡Levántate y anda!".
Esto lo dice al pecador, nos lo dice a nosotros, pues ¿quién de entre nosotros está sin pecado? Su palabra nos invita a emprender, animosos, el camino del arrepentimiento y de la penitencia; nos llama para obligarnos a salir de la calentura del pecado, para que tomemos sobre nuestros hombros el lecho de nuestra enfermedad y nos apresuremos, a través del desierto de este mundo, hacia Dios y hacia la vida eterna”. ¡Qué alegría, sentirse sanos después de largos años de enfermedad! “¡Qué esperanza, qué infinito agradecimiento al pensar que el médico les quiere sanar otra vez y al darse cuenta de que a diario baja para remover el baño de la salud” (Emiliana Löhr). Es lo que nos concede cuando remueve las aguas de nuestro corazón, nos da su gracia en el sacramento de la Reconciliación, fomenta en nosotros el deseo de perdón y el corazón para perdonar.
d) un nuevo pueblo, libre de enfermedad. Hemos hecho antes referencia a Jesús, que se pone en lugar del sábado, ya que es la nueva Ley (5,10); el tema de todo el cap 5 que se va a leer durante tres días, es la sustitución de la ley por la persona de Jesús, y al final se hará mención de Moisés, el dador de la Ley; esto hace ver que los cinco pórticos son un símbolo de los cinco libros de la Ley, bajo cuya opresión vivía el pueblo: "Y allí estaban echados muchos enfermos, ciegos, cojos, paralíticos"; “los tres adjetivos no designan tres clases de enfermos, sino tres males que los afligen a todos: están ciegos por obra de la tiniebla, que les impide conocer el designio de Dios; tullidos, es decir, privados de movilidad/libertad de movimientos, reducidos a la impotencia; resecos, carentes de vida: son un pueblo muerto.
Era una fiesta de los judíos, pero la multitud tirada en los pórticos está, por tanto, excluida de la fiesta, de la alegría de la vida, de la felicidad.
-"Estaba también allí un hombre que llevaba 38 años enfermo". Este hombre es la personificación de la muchedumbre. La curación que va a efectuar Jesús no va dirigida únicamente a un individuo; la curación de este hombre es el signo de la liberación de la multitud sometida a la ley. Así se explica la violenta reacción de los dirigentes, que, inmediatamente, pensarán en matarlo. "Llevaba 38 años enfermo"”, es decir toda una vida (40 es el tiempo de una generación), mucho tiempo (40 años del desierto donde murió toda la generación sin conocer la libertad esperada). "Jesús, al verlo echado y sabiendo que ya llevaba mucho tiempo, le dice: ¿Quieres quedar sano?" Jesús inmediatamente le da la salud y con ella la capacidad de actuar por sí mismo, sin la camilla que lo tenía inmóvil. La camilla era lo viejo, “Jesús lo hace dueño de aquello que lo dominaba; le hace poseer aquello que lo poseía.” (Noel Quesson).
e) Uno de los males de nuestros días es la soledad (existencial), como el enfermo al que Jesús acudió. “Todos estamos expuestos a sentirnos desamparados en los momentos duros, o en la cotidianidad de nuestro trabajo diario. Sin embargo, Cristo nos sale al encuentro. Nos cura y hace que cambie nuestra vida. Porque Él quiere permanecer con nosotros en nuestras almas, por medio de la gracia. Dios llama al corazón para que yo vuelva, para que yo aprenda a descubrir la importancia, la trascendencia que tiene en mi existencia esa dimensión interior”. Para vivir la cuaresma hay que ensanchar el corazón, dejarse amar por Dios, sentir esta solidaridad con los hombres, y al pensar en el hambre en el mundo, el despilfarro de occidente, ver que toda nuestra sociedad está enferma, paralítica, solitaria, que necesita el milagro de Jesús, que se muevan las aguas de la justicia social, que nos movamos todos a la entrega y al compromiso, volver a la propia vocación cristiana en todas sus dimensiones. “Y para lograrlo es necesario abrir primero nuestro espíritu a Dios y comprender la gravedad del pecado: del pecado de omisión, de indiferencia, de superficialidad, de ligereza. Es ineludible volver a la dimensión interior de nuestro espíritu, en definitiva, no ir caminando por la vida sin darnos cuenta que en nosotros hay un corazón que está esperando ensancharse con el amor de Dios” (Cipriano Sánchez). Dios, en la Pascua de este año, quiere convertir nuestro jardín particular, y el de toda la Iglesia, por reseco y raquítico que esté, en un vergel lleno de vida. Si hace falta, Él quiere que salgamos de nuestra soledad, de nuestra parálisis, como la del sepulcro antes de la resurrección de Jesús. “Pero, además, ¿ayudaremos a otros a que se puedan acercar a esta piscina de agua medicinal que es Cristo, si no son capaces de moverse ellos mismos («no tengo a nadie que me ayude»)?” (J. Aldazábal). Es una llamada a la responsabilidad, a la solidaridad y la evangelización, al apostolado cristiano.
Llucià Pou Sabaté

Cuaresma 4, lunes: las lágrimas se volverán alegría, porque el Señor con su Palabra hace nuevas todas las cosas

Cuaresma 4, lunes: las lágrimas se volverán alegría, porque el Señor con su Palabra hace nuevas todas las cosas

Libro de Isaías 65,17-21: Sí, yo voy a crear un cielo nuevo y una tierra nueva. No quedará el recuerdo del pasado ni se lo traerá a la memoria, sino que se regocijarán y se alegrarán para siempre por lo que yo voy a crear: porque voy a crear a Jerusalén para la alegría y a su pueblo para el gozo. Jerusalén será mi alegría, yo estaré gozoso a causa de mi pueblo, y nunca más se escucharán en ella ni llantos ni alaridos. Ya no habrá allí niños que vivan pocos días ni ancianos que no completen sus años, porque el más joven morirá a los cien años y al que no llegue a esa edad se lo tendrá por maldito. Edificarán casas y las habitarán, plantarán viñas y comerán sus frutos:

Salmo 30,2.4-6.11-13: Yo te glorifico, Señor, porque tú me libraste y no quisiste que mis enemigos se rieran de mí. / Tú, Señor, me levantaste del Abismo y me hiciste revivir, cuando estaba entre los que bajan al sepulcro. / Canten al Señor, sus fieles; den gracias a su santo Nombre, / porque su enojo dura un instante, y su bondad, toda la vida: si por la noche se derraman lágrimas, por la mañana renace la alegría. / Escucha, Señor, ten piedad de mí; ven a ayudarme, Señor". / Tú convertiste mi lamento en júbilo, me quitaste el luto y me vestiste de fiesta, / para que mi corazón te cante sin cesar. ¡Señor, Dios mío, te daré gracias eternamente!

Evangelio según San Juan 4,43-54: Transcurridos los dos días, Jesús partió hacia Galilea. Él mismo había declarado que un profeta no goza de prestigio en su propio pueblo. Pero cuando llegó, los galileos lo recibieron bien, porque habían visto todo lo que había hecho en Jerusalén durante la Pascua; ellos también, en efecto, habían ido a la fiesta. Y fue otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había allí un funcionario real, que tenía a su hijo enfermo en Cafarnaúm. Cuando supo que Jesús había llegado de Judea y se encontraba en Galilea, fue a verlo y le suplicó que bajara a curar a su hijo moribundo. Jesús le dijo: "Si no ven signos y prodigios, ustedes no creen". El funcionario le respondió: "Señor, baja antes que mi hijo se muera". "Vuelve a tu casa, tu hijo vive", le dijo Jesús. El hombre creyó en la palabra que Jesús le había dicho y se puso en camino. Mientras descendía, le salieron al encuentro sus servidores y le anunciaron que su hijo vivía. El les preguntó a qué hora se había sentido mejor. "Ayer, a la una de la tarde, se le fue la fiebre", le respondieron. El padre recordó que era la misma hora en que Jesús le había dicho: "Tu hijo vive". Y entonces creyó él y toda su familia. Este fue el segundo signo que hizo Jesús cuando volvió de Judea a Galilea.

Comentario: Las lecturas cambian de orientación. Hasta ahora leíamos según una unidad temática, unas líneas-fuerza, con los tres evangelistas sinópticos y pasajes del Antiguo Testamento correspondientes. Ahora comenzamos hasta Pentecostés la lectura semicontinuada de San Juan. Nuestro camino de conversión hace ahora el camino de Jesús, con la creciente oposición de sus adversarios, que acabarán llevándole a la cruz.
1. En la película “La Pasión” Jesús consuela a la Virgen diciéndole que en ese momento, con su sufrimiento, hace nuevas todas las cosas. Con la muerte y resurrección de Jesús ha comenzado ya la nueva creación, los «cielos nuevos y la tierra nueva»; tal comienzo es imperceptible, pero no se detendrá. La creación antigua sigue existiendo, pero la nueva se ha impuesto y desplaza cada vez más a la primera. La historia humana sigue dominada, en gran parte, por el pecado, la corrupción y la muerte; pero algo va cambiando. La convivencia del lobo y del cordero significa que el odio y la hostilidad deben dar paso al amor; la injusticia, al derecho. De hecho, los «cielos nuevos y la tierra nueva» consisten en una nueva relación con Dios y en una nueva justicia con los hombres. Esta existencia ha sido diseñada por el mismo Jesús. Quien sigue sus pasos es una nueva criatura: «El que está en Cristo es una nueva criatura; lo viejo ha pasado; mirad, existe algo nuevo» (2Cor 5, 17). “La fe en la creación, tal como lo entiende la catequesis bíblica, significa el principio de la libertad humana y el fin de la dependencia de poderes mágicos. Es una afirmación sobre el hombre en el contexto de una afirmación sobre el mundo y su evolución. El proceso del universo está relacionado con Dios”. Cristo es autor de esta creación; en él se hace Dios presente al mundo. A través de su vida se realiza el ser de Dios para nosotros (F. Raurell).
El profeta anuncia como una vuelta al paraíso inicial: Dios está proyectando un cielo nuevo y una tierra nueva. Dios quiere que el hombre y la sociedad vuelvan al estado primero de felicidad, equilibrio y armonía. En el Adviento también se toca este tema. “La vuelta del destierro de Babilonia -que es lo que anuncia el profeta- se describe con tonos poéticos, un poco idílicos, de nueva creación en todos los sentidos: todo será alegría, fertilidad en los campos y felicidad en las personas” (J. Aldazábal).
Hace poco hablábamos sobre la tristeza que aparece en momentos de desgracias, y una corriente de psicología positiva querría arrancar del corazón humano esas experiencias, cuando en realidad la vida está hecha de todas estas cosas, dulces y agrias, y todo sirve al final; dolor y alegría, penitencia y expansión, bocanadas de aire nuevo y gritos de esperanza, como las lecturas de hoy, yendo ya –después del domingo de alegría- hacia la Pascua de resurrección. No hemos nacido para morir sino para vivir, y hemos de saber vivir en la novedad de Cristo. De retorno del exilio, vuelven los deportados a entrar en Palestina. Saborean la libertad, el retorno a su tierra. Esto nos lleva a otro sentido más profundo, de alcanzar un paraíso que anhelamos, una novedad por la que suspiramos, la salvación como una nueva creación. En la esperanza escatológica todo se convierte en alegría. No habrá dolor ni llanto, pues su gozo es el mismo Dios, su creador. San Gregorio de Nisa dice: «“Porque el Reino de Dios está en medio de vosotros”. Quizás quiera esto manifestar la alegría que se produce en nuestras almas por el Espíritu Santo; imagen y testimonio de la constante alegría que disfrutan las almas de los santos en la otra vida». Es una llamada a la esperanza: «Si tenemos fija la mirada en las cosas de la eternidad, y estamos persuadidos de que todo lo de este mundo pasa y termina, viviremos siempre contentos y permaneceremos inquebrantables en nuestro entusiasmo hasta el fin. Ni nos abatirá el infortunio, ni nos llenará de soberbia la prosperidad, porque consideraremos ambas cosas como caducas y transitorias» (Casiano). «Entonces será la alegría plena y perfecta, entonces el gozo completo, cuando ya no tendremos por alimento la leche de la esperanza, sino el manjar sólido de la posesión. Con todo, también ahora, antes de que nosotros lleguemos a esta posesión, podemos alegrarnos ya con el Señor. Pues no es poca la alegría de la esperanza que ha de convertirse luego en posesión» (san Agustín).
2. “Una intensa y suave acción de gracias se eleva a Dios desde el corazón de quien reza, después de desvanecerse en él la pesadilla de la muerte. Este es el sentimiento que emerge con fuerza en el Salmo 29, que acaba de resonar en nuestros oídos y, sin duda, también en nuestros corazones. Este himno de gratitud posee una gran fineza literaria y se basa en una serie de contrastes que expresan de manera simbólica la liberación obtenida gracias al Señor.
De este modo, al descenso «a la fosa» se le opone la salida «del abismo» (versículo 4); a su «cólera» que «dura un instante» le sustituye «su bondad de por vida» (versículo 6); al «lloro» del atardecer le sigue el «júbilo» de la mañana (ibídem); al «luto» le sigue la «danza», al «sayal» luctuoso el «vestido de fiesta» (versículo 12).
Pasada, por tanto, la noche de la muerte, surge la aurora del nuevo día. Por este motivo, la tradición cristiana ha visto este Salmo como un canto pascual”. En las Vísperas va una nota del siglo IV, de Juan Casiano: «Cristo da gracias al padre por su resurrección gloriosa». El salmo –como recuerda Juan Pablo II- glorifica a Dios, agradecido dentro del “recuerdo terrible de la pesadilla pasada y la alegría de la liberación. Ciertamente, el peligro que ha quedado atrás es grave y todavía provoca escalofríos; el recuerdo del sufrimiento pasado es todavía claro y vivo; hace muy poco tiempo que se ha enjugado el llanto de los ojos. Pero ya ha salido la aurora del nuevo día; a la muerte le ha seguido la perspectiva de la vida que continúa”.
(Se omite el versículo que muestra la tentación de prescindir de Dios, y se subraya nuestra dependencia de Él). “Para mostrar que la ayuda de la gracia divina, aunque ya se cuente con ella, tiene que ser de todos modos invocada humildemente sin interrupción, añade: "A ti, Señor, llamo, suplico a mi Dios". Nadie pide ayuda si no reconoce su necesidad, ni cree que puede conservar lo que posee confiando sólo en sus propias fuerzas. Quien ora recuerda entonces la manera en que imploró al Señor: (cf. vv. 9-11): gritó, pidió ayuda, suplicó que le preservara de la muerte, ofreciendo como argumento el hecho de que la muerte no ofrece ninguna ventaja a Dios, pues los muertos no son capaces de alabar a Dios, no tienen ya ningún motivo para proclamar la fidelidad de Dios, pues han sido abandonados por Él”.
Podemos encontrar este mismo argumento en el Salmo 87, en el que el orante, ante la muerte, le pregunta a Dios: «¿Se anuncia en el sepulcro tu misericordia, o tu fidelidad en el reino de la muerte?» (Salmo 87, 12). Del mismo modo, el rey Ezequías, gravemente enfermo y después curado, decía a Dios: «El Seol no te alaba ni la Muerte te glorifica... El que vive, el que vive, ése te alaba» (Isaías 38, 18-19).
“El Antiguo Testamento expresaba de este modo el intenso deseo humano de una victoria de Dios sobre la muerte y hacía referencia a los numerosos casos en los que fue alcanzada esta victoria: personas amenazadas de morir de hambre en el desierto, prisioneros que escaparon a la pena de muerte, enfermos curados, marineros salvados de naufragio (Cf. Salmo 106, 4-32). Ahora bien, se trataba de victorias que no eran definitivas. Tarde o temprano, la muerte lograba imponerse.
La aspiración a la victoria se ha mantenido siempre a pesar de todo y se convirtió al final en una esperanza de resurrección. Es la satisfacción de que esta aspiración poderosa ha sido plenamente asegurada con la resurrección de Cristo, por la que nunca daremos suficientemente gracias a Dios”. A través de la revelación (libro de Job, y Macabeos de forma más directa) se va preparando la esperanza cristiana y de redención.
El perdón es como una nueva creación; el pecador perdonado vive alegre, pues se le ofrecen nuevas posibilidades de vida. Por eso el alma se dilata al alabar a Dios, fuente de perdón y de misericordia. Así lo proclamamos con el Salmo 29. Dios jamás olvidará, ni abandonará a sus hijos. Aun en medio de las grandes pruebas; aun en medio de las grandes persecuciones, Dios permanecerá siempre a nuestro lado, y jamás permitirá que nuestros enemigos se rían de nosotros. Confiemos en el Señor y Él nos salvará. Y aun cuando en algún momento pareciera como que somos vencidos, Dios hará que incluso nuestra muerte tenga sentido de salvación, pues tanto en vida como en muerte somos del Señor. Él hará que al final de nuestra existencia nos levantemos victoriosos, con la Victoria de Cristo, para gozar eternamente de su Glorificación. A Él sea dada toda alabanza, y todo honor y toda gloria ahora y por siempre.
3. En el evangelio de hoy, Jesús cura a un niño que estaba a punto de morir. Signo mesiánico. Beneficio anunciado por Dios para «el final de los tiempos». Victoria de Dios sobre el mal. Realización de la profecía de Isaías. Hay una visión muy falsa de la humanidad y de la creación que consiste en soñar una edad de oro, que hubiera tenido lugar antaño... como si los hombres fueran de decadencia en decadencia. Para Dios, en cambio, la historia es una subida, un progreso que avanza hacia una «nueva creación». Lo mejor están siempre por llegar, el porvenir de la humanidad es "el gozo y la alegría". Tú lo has dicho. Enfermedades, pruebas, pecados... todo esto se acabará un día. El porvenir no está cerrado. ¡La creación de Dios triunfará! ¡Y que yo, contigo, trabaje en ella! Pero, da también, Señor, a todos los afligidos, ese consuelo. Que todos los que sufren sean reconfortados por la esperanza cierta de esa promesa de felicidad. Hiciste al hombre para la felicidad: ¡creo en la resurrección de la carne y en la vida perdurable! (Noel Quesson).
San Juan después del encuentro de Nicodemo y la Samaritana con Jesús, nos habla hoy de un pagano que se presenta a Jesús y nos revela las verdaderas condiciones de la fe: su confianza en la persona de Cristo, que le dice "anda, tu hijo está curado" (Misa dominical).
La enfermedad suponía una exclusión de la sociedad, como en el caso de los leprosos. Se la suponía como un castigo de Dios por pecado o infidelidad. Cristo destroza todos los tabúes, atiende a la gente y quiere manifestar el amor compasivo del Padre. También otros profetas como Eliseo y Elías habían hecho algunas curaciones, y Jesús las hace como signo de la llegada del Reino de Dios. Cristo cura por la fuerza de su palabra; fomenta la fe dentro del mismo proceso de curación. Es la misma fe que nos lleva a creer en los milagros, pues un Dios que no puede hacer milagros no sería Dios (por influencia del protestantismo, se intentan difuminar los milagros de Jesús, o darles explicaciones racionalistas). La dimensión salvífica y la apologética van siempre unidas en los milagros de Cristo, busca nuestra conversión.
Un hombre que ejerce autoridad se acerca a Jesús, movido por la necesidad, necesita ayuda de Jesús a favor de su hijo, que está a punto de morir: que baje en persona y lo cure. Le contestó Jesús: "Como no veáis señales portentosas, no creéis". Parece que por él se dirige a los poderosos. La expresión, "señales portentosas" ("signos y prodigios"), es típica de la actuación de Dios por medio de Moisés para salvar al pueblo de la esclavitud de Egipto. Así, Ex 7, 3: "Yo endureceré el corazón del Faraón y haré muchos signos y prodigios en Egipto". Aquí hay alguien mayor, del que Moisés era profeta. Hay quien ha visto este significado simbólico: La negativa de Jesús a ejercer una actividad parecida a la de Moisés muestra el sentido del episodio. Su tema es, como en el Éxodo, la liberación de una esclavitud. En el funcionario aparece la figura del poder, en el muchacho enfermo la del hombre en situación extrema y próximo a la muerte (correspondiente al antiguo Israel en Egipto). La figura de Jesús se opone a la de Moisés, que salvó al pueblo de manera prodigiosa, insinuando que el Mesías, del que se esperaba la renovación de los prodigios del éxodo, lo realizará de forma diversa. Jesús no accede al deseo del funcionario, de que baje a Cafarnaúm, ni al despliegue de poder que él cree necesario para que el hijo escape de la muerte. No propone la imagen de Dios reflejada en el Éxodo. La obra del Mesías no será la de los signos prodigiosos, sino la del amor fiel (1, 14). Jesús, para salvar, no hará ningún alarde de poder; ante el: "Señor, baja antes de que se muera mi niño" (confiesa la impotencia del poderoso ante la debilidad y la muerte, pero su amor es más fuerte y por eso va a Jesús, saltándose el prestigio, exponiéndose a ser mal considerado: a la hora de la verdad, el poder de este mundo es impotente para salvar), Jesús le dice: "Ponte en camino, que tu hijo vive. Se fió el hombre de las palabras que le dijo Jesús y se puso en camino". Jesús comunica vida con su palabra. ¿Lo pone a prueba, para ver si renuncia a su deseo de señales espectaculares? Sea lo que sea, aquí el Señor expresa sencillez, huye de la ostentosidad de un signo majestuoso, y va a la sencillez de la palabra: La hora de la curación coincide con la de las palabras de Jesús. La determinación del tiempo tiene para S. Juan un sentido particular. El hecho de que recuerde incluso la hora que era el día en que Jesús se cruzó con él a orillas del mar de Tiberíades y lo llamó, dice mucho sobre esa importancia. Y más aún, tratándose en el caso del relato evangélico de una narración sin orden cronológico, porque no se trata de hacer una biografía de Jesús. No hay duda: para Juan, conocer a Jesús, ser llamado a su amistad para siempre, esa fue la hora de su vida…La hora de Jesús aún no ha llegado.
"Creer" sin necesidad de signos ni de prodigios: fuente de vida y de curación. Los hombres están ávidos de lo sensacional… creer sin ver... Después de los primeros gustos, en la vida espiritual llega lo duro, sin emociones… hay quien espera “lo extraordinario” y piensa que en la oración ha de “pasar algo”, y quizá se desanima al final. Es "la noche". Es el tiempo de la purificación de la Fe. El gran salto en lo desconocido. El gran riesgo de la Fe.
“En este momento de mi propia vida, ¿qué "signos y prodigios" estoy tentado, humanamente, de pedir a Dios? Y es muy natural; y quizás hay que pedirlos... Pero, pensando siempre en la invitación de Jesús, que quiere purificar nuestra Fe.
-Vete, tu hijo vive. Creyó el hombre en la palabra que le dijo Jesús y se fue...
San Juan subraya que el hombre creyó en la palabra, sin poderla verificar... Se fue. No tenía ninguna prueba. Tenía solamente "la Palabra" de Jesús.
Ante todas tus promesas, Señor, nos encontramos en la misma situación. Ante tu promesa esencial: la vida eterna, la redención total y definitiva, la victoria del amor, la supresión de todo llanto y de todo sufrimiento, la resurrección, la vida dichosa junto a Dios en la claridad... ante toda esta promesa ¡hay que creer en tu palabra! En la Fe, en el salto de la Fe, en la confianza ilimitada de la Fe. "A quién iremos, Señor, Tú tienes palabras de vida eterna".
-Reflexionó el padre, que le dejó la calentura a la hora misma que Jesús le dijo: "Tu hijo está bueno"; y así creyó él y toda su familia. Este fue el segundo milagro.
Este hijo curado entre tantos otros que no lo serán... hay tan pocos milagros... éste no es sino el segundo- atestigua que el Reino de Dios ha empezado. Dios, creador de los cielos nuevos, una tierra nueva y una humanidad nueva, una vida sin muerte, está actuando.
Desde ahora, Señor, quiero creer. Fuerte en esta Fe, ¿cómo puedo cooperar a esta obra de Dios? ¿Cuál será mi forma de luchar contra el mal... y para la vida?” (Noel Quesson).
También puede entenderse en otro sentido el hecho de que Jesús actúe a distancia: “Esto nos recuerda a todos nosotros que podemos hacer mucho bien a distancia, es decir, sin tener que hacernos presentes en el lugar donde se nos solicita nuestra generosidad. Así, por ejemplo, ayudamos al Tercer Mundo colaborando económicamente con nuestros misioneros o con entidades católicas que están allí trabajando. Ayudamos a los pobres de barrios marginales de las grandes ciudades con nuestras aportaciones a instituciones como Cáritas, incluso sin pisar sus calles. Del mismo modo, podemos dar una alegría a mucha gente que está muy distante de nosotros con una llamada de teléfono, una carta o un correo electrónico.
Muchas veces nos excusamos de hacer el bien porque no tenemos posibilidades de hacernos físicamente presentes en los lugares en los que hay necesidades urgentes. Jesús no se excusó porque no estaba en Cafarnaúm, sino que obró el milagro.
La distancia no es ningún problema a la hora de ser generoso, porque la generosidad sale del corazón y traspasa todas las fronteras. Como diría san Agustín: «Quien tiene caridad en su corazón, siempre encuentra alguna cosa para dar»” (Octavio Sánchez). Es preciso compatibilizar nuestra misión concreta, lo que nos toca, con la misión solidaria, ser parte de ese “todo” que somos “todos”. Llucià Pou Sabaté

domingo, 3 de abril de 2011

Cuaresma 4, Domingo A: Dios se conmueve por nosotros y nos lleva como el buen pastor a su oveja preferida hacia la felicidad para siempre


Cuaresma 4, Domingo A: Dios se conmueve por nosotros y nos lleva como el buen pastor a su oveja preferida hacia la felicidad para siempre

Lectura del primer libro de Samuel 16,1b. 6-7. 10-13a: En aquellos días, dijo el Señor a Samuel: -Llena tu cuerno de aceite y vete. Voy a enviarte a Jesé, de Belén, porque he visto entre sus hijos un rey para mí.
Cuando se presentó vio a Eliab y se dijo: «Sin duda está ante el Señor su ungido.
Pero el Señor dijo a Samuel: -No mires su apariencia ni su gran estatura, pues yo lo he descartado. La mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el hombre mira las apariencias, pero el Señor mira el corazón.
Hizo pasar Jesé a sus siete hijos ante Samuel, pero Samuel dijo: -A ninguno de éstos ha elegido el Señor.
Preguntó, pues, Samuel a Jesé: -¿No quedan ya más muchachos?
El respondió: -Todavía falta el más pequeño, que está guardando el rebaño.
Dijo entonces Samuel a Jesé: -Manda, que lo traigan, porque no comeremos hasta que haya venido.
Mandó, pues, que lo trajeran; era rubio, de bellos ojos y hermosa presencia. Dijo el Señor: -Levántate y úngelo, porque éste es.
Tomó Samuel el cuerno de aceite y lo ungió en medio de sus hermanos.

Sal 22,1-3a. 3b-4. 5. 6: El Señor es mi pastor, nada me falta; / en verdes praderas me hace recostar; / me conduce hacia fuentes tranquilas / y repara mis 'fuerzas.
Me guía por el sendero justo, / por el honor de su nombre. / Aunque camine por cañadas oscuras, / nada temo, porque tú vas conmigo: / tu vara y tu cayado me sosiegan.
Preparas una mesa ante mí, / enfrente de mis enemigos; / me unges la cabeza con perfume, / y mi copa rebosa.
Tu bondad y tu misericordia me acompañan / todos los días de mi vida, / y habitaré en la casa del Señor /por años sin término.

Carta a los Efesios 5,8-14: En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor. Caminad como hijos de la luz (toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz) buscando lo que agrada al Señor, sin tomar parte en las obras estériles de las tinieblas, sino más bien poniéndolas en evidencia. Pues hasta ahora da vergüenza mencionar las cosas que ellos hacen a escondidas. Pero la luz, denunciándolas, las pone al descubierto, y todo lo descubierto es luz. Por eso dice: «Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz.»

Texto del Evangelio (Jn 9,1-41): En aquel tiempo, al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Y le preguntaron sus discípulos: «Rabbí, ¿quién pecó, él o sus padres, para que haya nacido ciego?». Respondió Jesús: «Ni él pecó ni sus padres; es para que se manifiesten en él las obras de Dios. Tenemos que trabajar en las obras del que me ha enviado mientras es de día; llega la noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo, soy luz del mundo». Dicho esto, escupió en tierra, hizo barro con la saliva, y untó con el barro los ojos del ciego y le dijo: «Vete, lávate en la piscina de Siloé» (que quiere decir Enviado). El fue, se lavó y volvió ya viendo.
Los vecinos y los que solían verle antes, pues era mendigo, decían: «¿No es éste el que se sentaba para mendigar?». Unos decían: «Es él». «No, decían otros, sino que es uno que se le parece». Pero él decía: «Soy yo». Le dijeron entonces: «¿Cómo, pues, se te han abierto los ojos?». Él respondió: «Ese hombre que se llama Jesús, hizo barro, me untó los ojos y me dijo: ‘Vete a Siloé y lávate’. Yo fui, me lavé y vi». Ellos le dijeron: «¿Dónde está ése?». El respondió: «No lo sé».
Lo llevan donde los fariseos al que antes era ciego. Pero era sábado el día en que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. Los fariseos a su vez le preguntaron cómo había recobrado la vista. Él les dijo: «Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo». Algunos fariseos decían: «Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado». Otros decían: «Pero, ¿cómo puede un pecador realizar semejantes señales?». Y había disensión entre ellos. Entonces le dicen otra vez al ciego: «¿Y tú qué dices de Él, ya que te ha abierto los ojos?». Él respondió: «Que es un profeta».
No creyeron los judíos que aquel hombre hubiera sido ciego, hasta que llamaron a los padres del que había recobrado la vista y les preguntaron: «¿Es éste vuestro hijo, el que decís que nació ciego? ¿Cómo, pues, ve ahora?». Sus padres respondieron: «Nosotros sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego. Pero, cómo ve ahora, no lo sabemos; ni quién le ha abierto los ojos, eso nosotros no lo sabemos. Preguntadle; edad tiene; puede hablar de sí mismo». Sus padres decían esto por miedo por los judíos, pues los judíos se habían puesto ya de acuerdo en que, si alguno le reconocía como Cristo, quedara excluido de la sinagoga. Por eso dijeron sus padres: «Edad tiene; preguntádselo a él».
Le llamaron por segunda vez al hombre que había sido ciego y le dijeron: «Da gloria a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador». Les respondió: «Si es un pecador, no lo sé. Sólo sé una cosa: que era ciego y ahora veo». Le dijeron entonces: «¿Qué hizo contigo? ¿Cómo te abrió los ojos?». Él replicó: «Os lo he dicho ya, y no me habéis escuchado. ¿Por qué queréis oírlo otra vez? ¿Es qué queréis también vosotros haceros discípulos suyos?». Ellos le llenaron de injurias y le dijeron: «Tú eres discípulo de ese hombre; nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios; pero ése no sabemos de dónde es». El hombre les respondió: «Eso es lo extraño: que vosotros no sepáis de dónde es y que me haya abierto a mí los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores; mas, si uno es religioso y cumple su voluntad, a ése le escucha. Jamás se ha oído decir que alguien haya abierto los ojos de un ciego de nacimiento. Si éste no viniera de Dios, no podría hacer nada». Ellos le respondieron: «Has nacido todo entero en pecado ¿y nos da lecciones a nosotros?». Y le echaron fuera.
Jesús se enteró de que le habían echado fuera y, encontrándose con él, le dijo: «¿Tú crees en el Hijo del hombre?». El respondió: «¿Y quién es, Señor, para que crea en él?». Jesús le dijo: «Le has visto; el que está hablando contigo, ése es». Él entonces dijo: «Creo, Señor». Y se postró ante Él. Y dijo Jesús: «Para un juicio he venido a este mundo: para que los que no ven, vean; y los que ven, se vuelvan ciegos». Algunos fariseos que estaban con él oyeron esto y le dijeron: «Es que también nosotros somos ciegos?». Jesús les respondió: «Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; pero, como decís: ‘Vemos’ vuestro pecado permanece».

Comentario: Este domingo “Laetare" –comienza con “Alégrate, Jerusalén…”- porque la Pascua está cerca, pasada ya la mitad de la Cuarentena nos tomamos un momento de respiro en el tono penitencial; segundo domingo de escrutinios en el catecumenado, tiempo de hacer experiencia de examen interior, renovación –para cada uno, en solidaridad con los llamados al bautismo-, domingo "luminoso" sobretodo en este Evangelio; algunos preparan hoy el Cirio pascual. Como es típico en esta época, también la segunda lectura acompaña directamente al evangelio. La primera lectura –temática, según las etapas de la historia salvífica- toca hoy el "reino"; este año en la primera unción del rey David: su "elección" por parte de Dios, cuando guardaba los rebaños de su padre; es también "elegido" como los llamados al bautismo; su pastoreo es imagen del Pastor que nos guía, como rememoramos en el salmo.
Esta doctrina se condensa en las oraciones, hoy en el prefacio. La primera parte está centrada en el misterio de la encarnación: el Hijo de Dios se ha hecho hombre (que celebramos en fecha no muy lejana, el 25 de marzo), y “la encarnación es vista como una fuerza que conduce hacia la luz, en tanto que la luz-Cristo ha venido a habitar en medio de las tinieblas-linaje humano: “Cristo se dignó hacerse hombre / para conducir al género humano, / peregrino en tinieblas, / al esplendor de la fe; / y a los que nacieron esclavos del pecado, / los hizo renacer por el bautismo, / transformándolos en hijos adoptivos del Padre”.
El prólogo de san Juan es la referencia de esta idea, y la narración del ciego de nacimiento su verificación”. Se habla de Jesús como "este hombre"; y se usa del barro para dar la vista al ciego, recuerdo del Génesis: el divino alfarero trabaja el barro del hombre "terrenal", iluminado-recreado por el Enviado, en el bautismo. El segundo momento es el sacramental: Cristo-luz continúa conduciéndonos de las tinieblas a la luz, por medio del baño de regeneración, por el que somos "hijos de adopción". El canto litúrgico que san Pablo recoge en la segunda lectura de hoy dice exactamente esto: "Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz". Los cristianos son luz, como Cristo es luz, viviendo entre los hombres, para iluminarlos. El bautismo es "iluminación". Hay una analogía con la samaritana del domingo pasado, que conducía a "escrutar" las disposiciones interiores para acoger el Don del Espíritu como agua vida, aquí las regiones tenebrosas del corazón se abren a la luz, aquellos rincones profundos donde se combina la admiración por la belleza de la gracia con el reclamo sugestivo del pecado, la contradicción de un amor que hace a veces exclusión de personas, de fe con dudas de sospecha o interrogación… la Palabra de Dios, la contemplación personal, los sacramentos de la Eucaristía y de Penitencia, son puntos de luz para que el claroscuro se convierta en día. La oración postcomunión expresa precisamente esta petición (Pere Tena): "Ve y lávate en la piscina de Siloé" es quizá la expresión que une este domingo y el anterior.
1. El rey se va consolidando como portador de esperanza: un mesías que anuncia al Mesías. Cuando lo ha señalado el carisma o la unción, el rey es reconocido por el pueblo. Reconoce así, no restrictivamente a una persona, sino al espíritu de Dios que en ella se manifiesta. David es señalado por un carismático y ungido; así después su dinastía (II Sam 7). El mesianismo real se apoya ahí. A pocos personajes se les dedica, en la Biblia tantas páginas como a David, guerrero-músico, guerrero-pastor... tradiciones diferentes van perfilando el relato amasado con recuerdos y teología.
Saúl rechazado, David elegido; traspaso de poderes. Dios no se fija en las apariencias, mira el corazón. Hay silimilud con Gedeón, que al ser llamado pronuncia: "Perdón, Señor mío, ¿cómo voy yo a salvar a Israel? Mi clan es el más pobre de Manasés y yo el último en la casa de mi padre" (Jc 6,15); con Saúl: “¿No soy yo de Benjamín, la menor de las tribus de Israel? ¿No es mi familia la más pequeña de todas las de la tribu de Benjamín?" (1S 9,21); con S. Pablo quien recuerda cómo Dios escoge la debilidad humana para que así brille su poder y su gracia (1 Co 1, 26-28).
¿Cómo es su corazón? Lo vemos guerrero que comete pillaje, pero noble, perdona la vida a Saúl que le persigue para matarle; adúltero que luego reconoce su culpa y pide perdón; lo quiere todo, con entusiasmo, con pasión, vive a fondo... con etapas de luz y algunas de sombra (A. Gil Modrego).
2. Dios es presentado como este "Pastor" diligente (Ezequiel 34 - Oseas 4,16 - Jeremías 23,1- Miqueas 7,14 - Isaías 40,10; 49,10; 63,11), pero aquí aparece con la belleza sublime de la poesía.
Es un texto profundamente cristológico: ¿Quién mejor que Jesús, vivió una intimidad amorosa con el Padre, su alimento, su mesa (Jn 4,32.34)? Jesús se identificó varias veces con este pastor, que ama a sus ovejas y que vela amorosamente sobre ellas: "Yo soy el Buen Pastor" (Juan 10,11). Pero como hemos visto también en el clima de "intimidad" evoca el alma, San Juan habla de la unión con Cristo Resucitado, retomando la imagen de la mesa servida: "entraré en su casa para cenar con El, yo cerca de El y El cerca de mí" (Apocalipsis 3,20). Los primeros cristianos lo consideraron como el salmo bautismal por excelencia: este salmo 22 se leía a los recién bautizados, la noche de Pascua, mientras subían de la piscina de inmersión de "aguas tranquilas que los hicieron revivir".. . Y se dirigían hacia el lugar de la Confirmación, en que se "derramaba el perfume sobre su cabeza"... antes de introducirlos a su primera Eucaristía, "mesa preparada para ellos". Bajo estas imágenes pastorales de "majada" como telón de fondo, tenemos una oración de gran profundidad teológica y mística; Jesucristo es el único Pastor que procura no falte nada a la humanidad... El nos hace revivir en las aguas bautismales... Nos infunde su Espíritu Santo... Nos preparó la mesa con su cuerpo entregado... Y la copa de su Sangre derramada... El conduce a los hombres, más allá de los valles tenebrosos de la muerte, hasta la Casa del Padre en que todo es gracia y felicidad.
El pastor viaja por caminos llenos de peligros, por eso necesita expresar su confianza en Yahvé: «El Señor es mi pastor». El se encarga de que llegue sano y salvo. También el pueblo camina en su éxodo, y Señor-pastor conducirá al pueblo a través del desierto, después de la prueba del destierro. Y él mismo preparará la mesa (v. 5) para los que vuelven del destierro extenuados. De este modo las palabras del salmo serían para el pueblo judío un incomparable motivo de ánimo en la esperanza de su prueba. Cristo tenía presente este salmo cuando contaba la parábola del buen pastor y ha cambiado a sabiendas las primeras palabras «el Señor es mi pastor» por «yo soy el buen pastor» (Jn 10, 14).
El problema más difícil del salmo 22 está en la interpretación del último versículo. Según se traduzca «retornaré» o «habitaré» en la casa del Señor, cambia notablemente el sentido de todo el salmo; abarca los dos movimientos, de “vuelta Dios” y conversión, y de esperanza. En cualquier caso, todo se expresa en el confiado abandono: “El Señor es mi pastor, nada me falta (v. 1). El significado y la densidad de esta expresión va más allá de una disección de estudiosos. “Señor, me veo parte de tu gran rebaño. Pero tengo la maldita costumbre de ponerme siempre a la cola, rezagado en la última fila. El camino se me hace difícil, las piernas están doloridas, me pesa el sol, la sed, el polvo que seca la garganta, y ciertos perros odiosos que siempre están dispuestos a morder apenas intentas separarte, que me quitan la libertad. Y muchas veces pienso que vas demasiado rápido. Pero ¿por qué te empeñas en ir tan deprisa? Me cuesta ver que nos guías «por el sendero justo» (v. 3), porque con frecuencia es cuesta arriba. A veces camino triste con la cabeza baja, y no veo más que polvo, piedras y cardos; las prohibiciones me irritan, me quitan libertad; algunas ovejas son encantadoras, pero otras fieles y celosas, de cerca me desilusionan y casi me empujan a marchar, sus caras no son felices, no me atrae ir por los caminos que van, ya no me atrae la gente que vive con “corrección” sino la que vive con “comprensión”; ayúdame a aprender a levantar la cabeza de una vez. A mirarte. Porque, entonces, ya no tendría que amargarme ante los peligros del camino y tu mirada de amor puesta en mí sería la luz y el único camino hacia esas praderas encantadoras donde me harás descansar. Porque he estado inquieto con tantas cosas y necesito estar en paz, contigo; a veces cuando más perdido me veo, cuando no controlo nada, veo de golpe que «tú vas conmigo» (v. 4), has venido a buscarme. Tu amor va más allá de esas ideas de libertad baratas de “él se lo ha buscado, que vuelva si quiere”, tú pones el corazón, sabes adivinar incluso cuando alguien te dice “déjame en paz” si en realidad te está gritando: “ven, te necesito”. Y tú no has estado en paz hasta que no le has encontrado. Te sentías empobrecido de esa oveja. De mí, la oveja de la última fila. Ni una palabra siquiera de reprensión. «¿Qué has hecho? ¿A qué viene esto? ¿Mira cómo estás?». He entendido en qué estado me encontraba por tu gesto de subirme a las espaldas evitando hasta la fatiga del retorno. Y como castigo: Preparas una mesa ante mí…; me unges la cabeza con perfume, y mi copa rebosa (v. 5). Ahora veo que ser cristiano es aceptar la alegría del pastor por haber recuperado la oveja escapada, rezagada, en la cola del hatajo. He vuelto a mi mundo, con grandezas y miserias, mías y de los demás, pero con el descubrimiento decisivo: mi corazón está lleno del corazón del pastor. Desde ahí, las deficiencias de los demás ya no me escandalizan. Ya no tengo ansias de grandeza, disfruto más pues no deseo ser más que los demás, «nada me falta» (v. 1): el amor de verdad es lo que más llena: “Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida” (v. 6). Sobre la montaña pelada del sufrimiento de no tener lo que deseo, y la monotonía del día a día, me has hecho descubrir el mejor alimento, el desierto de mis días se ha transformado en verde pradera. Y la pobreza una riqueza. Y la mansedumbre una fuerza. Y las lágrimas una fuente de alegría.Y las persecuciones y los ultrajes, un certificado de felicidad. «El monte de la calavera» será el «sendero justo» (v. 3), cuando al partir en dos tu vara y hacer una cruz, el pastor convertido en cordero que vierte la sangre por la oveja rezagada, se convierte en Rey glorioso resucitado que desposa mi alma y la invita al festín «y mi copa rebosa» (v. 5). Sí, ahora me siento seguro: «tu vara y tu cayado me sosiegan» (v. 4). Esté donde esté, pase lo que pase, con tu amor conmigo me siento “en casa”: “Y habitaré en la casa del Señor por años sin término” (v. 6; cf. Alessandro Pronzato, texto adaptado).
El hermano Roger, superior de Taizé, recordaba esta lucha contra el mal, y cómo el Señor nos conduce a la "fiesta sin fin": "descubrimos, en el fondo de nuestro ser, el Cristo Resucitado, ¡El es nuestra fiesta! Conocer los dramas del presente, las guerras, las minorías raciales maltratadas, es intolerable... Porque el hombre, para nosotros, es sagrado. ¿Cómo quedarse con los brazos cruzados, ante el hombre víctima del hombre? Pero en la sed de participar en una mayor justicia, ¿iríamos hasta renunciar a la fiesta íntima que se ofrece a todo cristiano? Sólo nos quedaría doblegarnos bajo el peso de la desesperación y proponer a la humanidad entera nuestra tristeza. ¿Vivir la fiesta, sería óbice para combatir y luchar por la justicia? Al contrario. La fiesta no es una simple euforia pasajera. Está animada por Cristo, en hombres y mujeres plenamente lúcidos sobre la situación del mundo y capaces de asumir los acontecimientos más graves...".
Sí, ¡hay una especie de "deber de ser feliz"! A condición de que esta felicidad se ponga en lo esencial y se quiera para todos.
La intimidad con Dios. Sería grave, que los cristianos aparecieran como gente desesperada y triste, ellos que tienen el secreto fantástico de la plena alegría: la humanidad avanza hacia Dios, felicidad infinita. ¿Por qué no comenzar de inmediato? "Sólo bondad y benevolencia me acompañan todos los días de mi vida; y moraré en la Casa del Señor todos los días de mi vida". El clima árido "de la sociedad de consumo" lleva a muchos jóvenes y menos jóvenes a la búsqueda de "fuentes frescas". El hombre no vive solamente de pan ni de supermercados, ni de placeres... Hoy descubre alegrías más profundas. La experiencia de la "vida con" Dios hace parte de estas alegrías secretas: "porque Tú estás conmigo"... "Nada me falta", cuando vivo esta experiencia.
Vuelta a la naturaleza. Es esta una de las aspiraciones del hombre moderno. "Mirad las flores del campo", decía Jesús. Este salmo nos invita a mirar las praderas, las fuentes, los trabajos pastoriles, la mesa en que recibimos a los amigos, las casas que nos alojan. Muchas alegrías inocentes están a nuestro alcance. ¿Por qué no aprovecharlas? ¿Por qué no proporcionarlas a los demás? (Noel Quesson).
Tres mil años de historia no han hecho perder nada a esa poesía altísima, al revés, cada vez resplandece con más belleza. W. Beecher nos dirá: "¡Bendito el día en que nació este salmo! pues él ha calmado más dolor que toda la filosofía del mundo". Y H. Bergson igualmente: "Los centenares de libros que yo he leído no me han procurado tanta luz ni tanto consuelo como el verso de este salmo 22: "El Señor es mi pastor, nada me falta... aunque camine por cañadas oscuras nada temo porque tú vas conmigo". De la misma forma J. Green nos dirá: "Estas frases sencillas, estas frases de niño se quedaron sin dificultad en mi memoria. Yo veía el pastor, el valle de la sombra de la muerte, yo veía la mesa preparada. Era el evangelio en pequeño. Cuántas veces, en las horas de angustia, me he acordado del cayado reconfortante que ahuyenta el peligro. Cada día recitaba este pequeño poema profético cuyas riquezas yo nunca agotaría". Recuerdo alguna persona en el momento de la muerte, me ha pedido recitar juntos este salmo, y en el contexto de alguien que está diciendo las últimas palabras adquiere un valor especial, un sentido más profundo, pues se ve que el salmo refleja los sentimientos-resumen de una vida de esperanza, que expresa en germen el sermón de la montaña, condensado en la imagen poética que es única manera de expresar lo inexpresable, y al recitarlo un santo que se está muriendo, se ven que esas palabras expresan el fruto maduro de una fe inquebrantable, la confianza, serenidad, optimismo. Cuando las recita alguien curtido por las luchas de la vida, por situaciones angustiosas, por pruebas de todo tipo, adquieren una viveza pues se vuelven como el testamento de quien por encima de todo, el alma entonces se ve como oveja que es conocida por su pastor. Su rara brevedad es lógica: no hacen falta más que sus 6 versículos, pues está todo dicho ahí.
Dios como pastor nos lleva (vv. 1-4), Dios como anfitrión nos dará el cielo (v. 5-6), ya aquí nos hará degustar su bondad, providencia, ayuda, generosidad, esplendidez (cf. J. M. Vernet), como Joan Maragall expresó tan bien en su “Cant espiritual”, y eso es el bautismo y los demás sacramentos, como bien dirá San Ambrosio: "Escucha cuál es el sacramento que has recibido, escucha a David que habla. También él preveía, en el espíritu, estos misterios y exultaba y afirmaba "no carecer de nada". ¿Por qué? Porque quien ha recibido el Cuerpo de Cristo no tendrá jamás hambre. ¡Cuántas veces has oído el salmo 22 sin entenderlo! Ahora ves qué bien se ajusta a los sacramentos del cielo". San Gregorio Nisa escribe: "En el salmo, David invita a ser oveja cuyo Pastor sea Cristo, y que no te falte bien alguno a ti para quien el Buen Pastor se convierte a la vez en pasto, en agua de reposo, en alimento, en tregua en la fatiga, en camino y guía, distribuyendo sus gracias según tus necesidades. Así enseña a la Iglesia que cada uno debe hacerse oveja de este Buen Pastor que conduce, mediante la catequesis de salvación, a los prados y a las fuentes de la sagrada doctrina". Y San Cirilo de Alejandría: es "el canto de los paganos convertidos, transformados en discípulos de Dios, que alimentados y reanimados espiritualmente, expresan a coro su reconocimiento por el alimento salvador y aclaman al Pastor, pues han tenido por guía no un santo como Israel tuvo a Moisés, sino al Príncipe de los pastores y al Señor de toda doctrina en quien están todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia." Veremos con más detalle estas ideas al hablar de Jesús como buen pastor.
3. Las "tinieblas" del pecado y la ignorancia dejan paso a la "luz" de la presencia de Dios en Cristo, "la luz del mundo" (cf. evangelio de hoy). Cuando se proyecta la luz sobre el pecado, se consigue que el pecado aparezca como tal, digno de reprobación, y esto conecta con el bautismo como dinamismo de despertar, resucitar, ser iluminado por Cristo. Ahora hemos de vivir en coherencia con esa luz, e iluminar a cuantos todavía permanecen en las tinieblas (J. M. Grané). “Hijos de Dios. —Portadores de la única llama capaz de iluminar los caminos terrenos de las almas, del único fulgor, en el que nunca podrán darse oscuridades, penumbras ni sombras.
—El Señor se sirve de nosotros como antorchas, para que esa luz ilumine… De nosotros depende que muchos no permanezcan en tinieblas, sino que anden por senderos que llevan hasta la vida eterna” (J. Escrivá). Así lo explica el Catecismo (1695): "Justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios" (1 Co 6,11), "santificados y llamados a ser santos" (1 Co 1,2), los cristianos se convierten en "el templo del Espíritu Santo" (cf 1 Co 6,19). Este "Espíritu del Hijo" les enseña a orar al Padre (cf Gál 4,6) y, haciéndose vida en ellos, les hace obrar (cf Gal 5,25) para dar "los frutos del Espíritu" (Gal 5,22) por la caridad operante. Curando las heridas del pecado, el Espíritu Santo nos renueva interiormente por una transformación espiritual (cf Ef 4,23), nos ilumina y nos fortalece para vivir como "hijos de la luz" (Ef 5,8), "por la bondad, la justicia y la verdad" en todo (Ef 5,9)”.
4. ¿Es lícito o no curar en sábado? A nosotros la pregunta nos hace reír. Pero la risa se hiela en los labios, cuando lo traducimos a nuestra época: ¿Se puede hacer el bien cuando su esto va en contra de las normas establecidas, de la ley? El “sábado” aparece como una excusa, para no ayudar: hoy será la distancia para no dar alimentos al tercer mundo, la distinción de quien “no tiene papeles” para no sentir la responsabilidad de darle la atención que requiere (trabajo, casa, medicinas…). El ciego de hoy carece de autonomía; necesita de los demás; es dependiente. Jesús lo libera (por dentro y por fuera), ya no será dependiente de otros, podrá ser libre, andar solo. Pensemos que más que normas y reglamentos el Evangelio ofrece actitudes; metas altísimas que estimulan a volar en un camino de libertad. El sábado no será esclavitud; ni las abluciones rituales antes de comer porque no es lo que el hombre toca sino lo que el hombre alberga en su interior, lo que lo hace puro o impuro. Por eso a Jesucristo no le importa comer con los oficialmente "pecadores". Jesús es un hombre absolutamente libre que no conocía más que una norma: hacer la voluntad de su Padre, la norma del amor. El Código que nos da como testamento será su Espíritu de amor, vivo en la Eucaristía y entre nosotros (Dabar). Hoy, día de los neófitos, día de los grandes escrutinios (“Aperirio aurium, -Apertura de los oídos"), es una nueva obra de creación, según San Ambrosio -quien cita a San Ireneo- con las poderosas manos creadoras del Padre: "Por la palabra del Señor se asentaron los cielos y por el Espíritu de su boca toda su fuerza" (Sal 32, 6; cf. Emiliana Löhr).
En la vigilia pascual, al encender el cirio, se proclama la luz del mundo, que ilumina nuestra vida, se hace feliz. San Agustín, partiendo de su propia experiencia, afirmaba que no hay nada más infeliz que la felicidad de aquellos que pecan: San Agustín: «El Señor dice: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida. Esta breve sentencia contiene un mandato y una promesa. Cumplamos, pues, lo que nos manda, y así tendremos derecho a esperar lo que nos promete. No sea que nos diga el día del juicio: «¿Ya hiciste lo que te mandaba, pues que esperas alcanzar lo que prometí?» «¿Qué es lo que mandaste, Señor, Dios nuestro?» Te dice: «Que me siguieras.» Has pedido un consejo de vida. ¿Y de qué vida sino de aquella acerca de la cual está escrito: En ti está la fuente viva? Por consiguiente, ahora que es tiempo, sigamos al Señor; deshagámonos de las amarras que nos impiden seguirlo. Pero nadie es capaz de soltar estas amarras sin la ayuda de aquel de quien dice el salmo: Rompiste mis cadenas. Y como dice también otro salmo: El Señor liberta a los cautivos, el Señor endereza a los que ya se doblan. Y nosotros, una vez libertados y enderezados, podemos seguir aquella luz de la que afirma: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida. Porque el Señor abre los ojos al ciego. Nuestros ojos, hermanos, son ahora iluminados por el colirio de la fe. Para iluminar al ciego de nacimiento, primero le untó los ojos con tierra mezclada con saliva. También nosotros somos ciegos desde nuestro nacimiento de Adán, y tenemos necesidad de que Él nos ilumine». «El género humano está representado en este ciego, y esta ceguedad viene por el pecado al primer hombre, de quien todos descendemos. Es, pues, un ciego de nacimiento. El Señor escupió en la tierra y con la saliva hizo lodo, “porque el Verbo se hizo carne” (Jn 1,14). Untó los ojos del ciego de nacimiento. Tenía puesto el lodo y aun no veía, porque cuando lo untó, quizá le hizo catecúmeno. Le envió a la Piscina que se llama Siloé, porque fue bautizado en Cristo, y fue entonces cuando lo iluminó. Tocaba al Evangelista el darnos a conocer el nombre de esta Piscina, y por eso dice: “Que quiere decir Enviado”, porque si Aquél no hubiera sido enviado, ninguno de nosotros habría sido absuelto del pecado».
«Vete, lávate» (Jn 9,7), nos dice Jesús… San Juan Cristóstomo nos ofrece una interpretación: «quiso enseñarnos que Él era el mismo Creador, que al principio se sirviera de lodo para formar al hombre. Por eso no se sirve de agua para hacer el lodo, sino de saliva, para que no atribuyéramos nada a la virtud de la fuente y entendiésemos que por la virtud de su boca hizo y abrió los ojos». ¿Y por qué recién ve luego de lavarse en la piscina de Siloé? Una clave fundamental de interpretación es la que da el mismo apóstol y evangelista cuando explica que Siloé «significa Enviado.» Así, deduce el Crisóstomo, «el que sana en ella [la piscina] es Cristo». Él es el Enviado del Padre, enviado a hacer sus obras (Jn 9,4), enviado a curar de la ceguera y arrancar de las tinieblas del pecado a todo hombre, enviado a iluminarlo y a hacer de él un hijo de la luz (2ª. lectura).
La piscina tomaba el nombre de un canal subterráneo, excavado en la roca, que recogía las aguas de una fuente externa de la ciudad de Jerusalén para introducirlas al interior de la misma, conduciéndolas a esta piscina. De allí que al canal se le había dado el nombre de “el que envía” el agua, y al agua de la piscina “el [líquido] enviado”. Es evidente que para San Juan esta agua es símbolo de Cristo, el enviado del Padre que devuelve la vista al ciego de nacimiento. La roca nos recuerda la fuente que mana de la fe en Cristo, agua viva –como hemos leído estos días, de muchos modos-. Después de la primera iluminación vendrá otra de mucho mayor trascendencia para el que era ciego. Culminado el durísimo interrogatorio –las pruebas, como el oro en el crisol- y echado fuera de la sinagoga –las contradicciones, por Jesús- el Señor sale a su encuentro y se apresta a abrirle también los ojos de la fe a quien ha sido fiel a la verdad: «“¿Tú crees en el Hijo del hombre?” Él respondió: “¿Y quién es, Señor, para que crea en él?” Jesús le dijo: “Le has visto; el que está hablando contigo, ése es”. Él entonces dijo: “Creo, Señor”. Y se postró ante él» (v.35). Es un itinerario “neocatecumenal”, que lo llevó gradualmente a descubrir Aquél que lo había curado, como el Hijo enviado del Padre, «la luz verdadera que ilumina a todo hombre» (Jn 1,9). La ceguera puede ser de muchos modos: «habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, antes bien se ofuscaron en sus razonamientos y su insensato corazón se entenebreció» (Rom 1,21; la palabra con que en la Escritura se designa este oscurecimiento de la mente y corazón es “escotosis”, que deriva del griego skotos, oscuridad, tinieblas. La escotosis es la ceguera en la que vive aquél que dice que ve, incluso con mucha claridad, cuando en realidad se encuentra en la más espantosa penumbra).
Ciego está el hombre cuando -sin poder entenderse sin Dios-, opta por desconocer a Dios, como un aviador accidentado en medio del desierto, perdido, solo, incomunicado, sin brújula, sin GPS, sin un mapa o instrumento que le indique dónde se encuentra y hacia dónde ir para poder sobrevivir…, el hombre caminará entonces desorientado, su sed se hará cada vez más fuerte, empezará a desvariar por el calor, creerá que puede saciar su sed en los oasis que no son sino espejismos, y finalmente moriría en su desventura si no fuera por la misericordia divina (cf. salmo del buen pastor): «Dios se deja ver de los que son capaces de verlo, porque tienen abiertos los ojos de la mente. Porque todos tienen ojos, pero algunos los tienen bañados en tinieblas y no pueden ver la luz del sol. Y no porque los ciegos no vean deja por eso de brillar la luz solar, sino que ha de atribuirse esta oscuridad a su defecto de visión. Así tú tienes los ojos entenebrecidos por tus pecados y malas acciones. (…) Pero, si quieres, puedes sanar; confíate al médico y él punzará los ojos de tu mente y de tu corazón. ¿Quién es ese médico? Dios, que por su Palabra y su sabiduría creó todas las cosas. (…) Si eres capaz, oh hombre, de entender todo esto y procuras vivir de un modo puro, santo y piadoso, podrás ver a Dios; pero es condición previa que haya en tu corazón la fe y el temor de Dios, para llegar a entender estas cosas» (San Teófilo de Antioquia), con «la luz del mundo» (Jn 9,4), «la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo» (Jn 1,9): «Cristo, el nuevo Adán, en la revelación misma del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre su altísima vocación» (Gaudium et spes, 22). ¡Déjate iluminar por Él y tendrás la luz de la vida, y tú mismo te convertirás en luz para muchos! (Jürgen Daum).

Cuaresma 3, sábado: la misericordia divina se vuelca en nuestro corazón, cuando nos dejamos querer por Dios y llenar de su misericordia

Cuaresma 3, sábado: la misericordia divina se vuelca en nuestro corazón, cuando nos dejamos querer por Dios y llenar de su misericordia

Profeta Oseas 6, 1-6: “Esto dice el Señor a su pueblo, previendo cómo acudirá a Él en su aflicción: madrugarán para buscarme, y se dirán: ¡Ea, volvamos al Señor! Él nos desgarró, él nos curará; él nos hirió, él nos vendará. En dos días nos sanará, el tercero nos resucitará y viviremos delante de Él. Esforcémonos por conocer al Señor: su amanecer es como la aurora, y su sentencia surge como la luz…
Esto dice el Señor: Yo os herí por medio de profetas, y si os condené fue por las palabras de mi boca; y lo hice porque quiero misericordia y no sacrificios, conocimiento de Dios más que holocaustos”

Salmo responsorial 50, 3-4.18-19.20-21ab: Misericordia, Dios mío, por tu bondad; por tu inmensa compasión borra mi culpa; lava del todo mi delito, limpia mi pecado… / Los sacrificios no te satisfacen; si te ofreciera un holocausto no lo querrías. / Mi sacrificio es un espíritu quebrantado: un corazón quebrantado y humillado Tú no lo desprecias. / Señor, por tu bondad, favorece a Sión, reconstruye las murallas de Jerusalén: entonces aceptaras los sacrificios rituales, ofrendas y holocaustos.

Texto del Evangelio (Lc 18,9-14): En aquel tiempo, Jesús dijo también a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, esta parábola: «Dos hombres subieron al templo a orar; uno fariseo, otro publicano. El fariseo, de pie, oraba en su interior de esta manera: ‘¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni tampoco como este publicano. Ayuno dos veces por semana, doy el diezmo de todas mis ganancias’. En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: ‘¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!’. Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se ensalce será humillado; y el que se humille será ensalzado».

Comentario: 1. Hoy también es el profeta Oseas el que nos invita a convertirnos a los caminos de Dios, pero una conversión que esta vez vaya en serio, pues el pueblo volvía una y otra vez a sus desvaríos (como su mujer). Una vez más se nos dice en qué ha de consistir la conversión: no en ritos exteriores, sino en la actitud interior de la misericordia, esa es la luz del alma: «su amanecer es como la aurora y su sentencia surge como la luz». Como siempre estos días, coinciden algunas ideas de la primera lectura con el Salmo, donde se dicen de modo poético, y la central de hoy es: De ningún modo los ritos y las ceremonias nos harán ser agradables a Dios. Lo que Dios espera de nosotros es que le amemos. «Es amor lo que quiero». Un amor que se transforme en misericordia, a imagen de Dios, y que empape todos los actos de nuestras vidas, incluidos los ritos y las ceremonias, pero sobre todo nuestros actos ordinarios.
“El profeta Oseas, como todos los profetas, como Jesús, opone el amor de Dios a los ritos celebrados sin amor.
Es verdad y hay que confesarlo ¡Cuántas veces salimos de misa sin haber encontrado a Dios! ¡Sin haberle conocido y amado más! ¡Cuántas misas, a las que llegamos tarde y no se tiene tiempo de situarse en presencia del Invisible!
-Venid, volvamos al Señor. Corramos al conocimiento del Señor. El tema del «conocimiento» de Dios es muy corriente en el profeta Oseas. No hay que oponer "amor" a «conocimiento»: no va uno sin el otro. Quien conoce a otro, será más capaz de amarle. Quien ama a otro quiere conocerlo mejor. Señor, danos ese deseo de conocerte más y más. Nunca acabamos de descubrirte. Estas meditaciones de tu Palabra, regulares, reiterativas son un medio, entre otros, de conocerte mejor. Ayúdame a proseguir en ellas, no mecánicamente, sino con amor, con fidelidad. Sin formalismo. Con amor.
-Cierta como la aurora es su venida. La regularidad de los ritmos de la naturaleza era, para los semitas, un asesoramiento de la regularidad de Dios. La certeza de la llegada de la aurora al final de la noche... es una imagen de la certeza de la «venida» de Dios. Dios, una aurora. El día que viene.
-Su venida será para nosotros como el aguacero, como las lluvias tardías que riegan la tierra. Evoco en mis recuerdos las imágenes aquí propuestas. Una lluvia de primavera por la que reverdecen los prados y corren los riachuelos. Así Dios para nuestras vidas invernales y a menudo resecas... ¡es una promesa de vida!
-Vuestro amor es fugitivo como la bruma mañanera. Como el rocío que se evapora al apuntar el día. Dios espera nuestro amor; y a menudo le decepcionamos. Hoy escucho su queja... trato de oírla y me la aplico: «Tu amor, el tuyo... (aquí pongo mi nombre) es fugitivo». Ayúdame, Señor, a amarte, a corresponder a tu amor” (Noel Quesson).
Por eso nos dice hoy el profeta, para que vivamos hoy: «Ea, volvamos al Señor». Nos ha invitado a conocer mejor a Dios. A organizar nuestra vida más según las actitudes interiores -la misericordia hacia los demás- que según los actos exteriores. Entonces sí que la Cuaresma será una aurora de luz y una primavera de vida nueva.
2. El salmo "Miserere" es una de las oraciones más célebres del Salterio, “el salmo penitencial más intenso y repetido, el canto del pecado y del perdón, la meditación más profunda sobre la culpa y su gracia”, como recordaba en su comentario Juan Pablo II (en la Liturgia de las Horas lo recitamos en Laudes todos los viernes): “La tradición judía ha puesto el salmo 50 en labios de David, quien fue invitado a hacer penitencia por las palabras severas del profeta Natán (cf. versículos 1-2; 2 Samuel 11-12), que le reprochaba el adulterio cometido con Betsabé y el asesinato de su marido Urías. El salmo, sin embargo, se enriquece en los siglos sucesivos con la oración de otros muchos pecadores que recuperan los temas del "corazón nuevo" y del "Espíritu" de Dios infundido en el hombre redimido, según la enseñanza de los profetas Jeremías y Ezequiel (cf. v. 12; Jeremías 31,31-34; Ezequiel 11,19; 36, 24-28)”.
Su composición presenta dos horizontes: “Ante todo, aparece la región tenebrosa del pecado (cf. versículos 3-11)”, pero si “el hombre confiesa su pecado, la justicia salvífica de Dios se demuestra dispuesta a purificarlo radicalmente. De este modo, se pasa a la segunda parte espiritual del salmo, la luminosa de la gracia (cf. versículos 12-19). A través de la confesión de las culpas se abre de hecho para el orante un horizonte de luz en el que Dios actúa. El Señor no obra sólo negativamente, eliminando el pecado, sino que vuelve a crear la humanidad pecadora a través de su Espíritu vivificante: infunde en el hombre un "corazón" nuevo y puro, es decir, una conciencia renovada, y le abre la posibilidad de una fe límpida y de un culto agradable a Dios.
Orígenes habla en este sentido de una terapia divina, que el Señor realiza a través de su palabra mediante la obra sanadora de Cristo: "Al igual que Dios predispuso los remedios para el cuerpo de las hierbas terapéuticas sabiamente mezcladas, así también preparó para el alma medicinas con las palabras infusas, esparciéndolas en las divinas Escrituras... Dios otorgó también otra actividad médica de la que es primer exponente el Salvador, quien dice de sí: "No tienen necesidad de médico los sanos; sino los enfermos". Él es el médico por excelencia capaz de curar toda debilidad, toda enfermedad”. Hoy se pone el acento en este sentido, según los versículos escogidos para mostrar “una arraigada convicción del perdón divino que "borra", "lava", "limpia" al pecador (cf. versículos 3-4) y llega incluso a transformarlo en una nueva criatura de espíritu, lengua, labios, corazón transfigurados (cf. versículos 14-19). "Aunque nuestros pecados fueran negros como la noche -afirmaba santa Faustina Kowalska-, la misericordia divina es más fuerte que nuestra miseria. Sólo hace falta una cosa: que el pecador abra al menos un poco la puerta de su corazón... el resto lo hará Dios... Todo comienza en tu misericordia y en tu misericordia termina”.
En la última parte del salmo 50 se termina el itinerario de nuestra realidad pecadora -«no es justo ante Ti ningún viviente», Señor (salmo 142, 2); «¿cómo un hombre será justo ante Dios?, ¿cómo puro el nacido de mujer? Si ni la luna misma tiene brillo, ni las estrellas son puras a sus ojos, ¡cuánto menos un hombre, esa gusanera, un hijo de hombre, ese gusano!» (Job 25, 4-6)- en una actitud de confianza en Dios, en su misericordia: “Frases fuertes y dramáticas que quieren mostrar con toda seriedad el límite y la fragilidad de la criatura humana, su capacidad perversa para sembrar el mal y la violencia, la impureza y la mentira. Sin embargo, el mensaje de esperanza del «Miserere», que el Salterio pone en labios de David, pecador convertido, es éste: Dios «borra», «lava», «limpia» la culpa confesada con corazón contrito (Cf. Salmo 50, 2-3). Con la voz de Isaías, el Señor dice: «Así fueran vuestros pecados como la grana, cual la nieve blanquearán. Y así fueran rojos como el carmesí, cual la lana quedarán» (1,18)”.
El final del salmo 50 está, pues, “lleno de esperanza, pues el orante es consciente de haber sido perdonado por Dios (17-21). Su boca está a punto de proclamar al mundo la alabanza del Señor, atestiguando de este modo la alegría que experimenta el alma purificada del mal y, por ello, liberada del remordimiento (17).
El orante testimonia de manera clara otra convicción, relacionada con la enseñanza reiterada por los profetas (Cf. Isaías 1, 10-17; Amós 5, 21-25; Oseas 6, 6): el sacrificio más grato que se eleva hasta el Señor como delicado perfume (Cf. Génesis 8, 21) no es el holocausto de toros o de corderos, sino más bien el «corazón quebrantado y humillado» (Salmo 50, 19)”. La «Imitación de Cristo» señala: «La contrición de los pecados es para Ti sacrificio grato, un perfume mucho más delicado que el perfume del incienso... En ella se purifica y se lava toda iniquidad» (III, 52,4).
“El salmo concluye de manera inesperada con una perspectiva totalmente diferente, que parece incluso contradictoria (Cf. versículos 20-21). De la última súplica de un pecador se pasa a una oración en la que se pide la reconstrucción de toda la ciudad de Jerusalén, transportándonos de la época de David a la de la destrucción de la ciudad, siglos después. Por otra parte, tras haber expresado en el versículo 18 el rechazo divino de las inmolaciones de los animales, el salmo anuncia en el versículo 21 que a Dios le agradarán estas mismas inmolaciones.
Está claro que este pasaje final es un añadido posterior de tiempos del exilio, que en cierto sentido quiere corregir o al menos completar la perspectiva del salmo de David. Lo hace en dos aspectos: por una parte, no quiere que el salmo se reduzca a una oración individual; era necesario pensar también en la situación penosa de toda la ciudad. Por otra parte, quiere redimensionar el rechazo divino de los sacrificios rituales; este rechazo no podía ser completo ni definitivo pues se trataba de un culto prescrito por el mismo Dios en la Torá. Quien completó el salmo tuvo una válida intuición: comprendió la necesidad en que se encuentran los pecadores, la necesidad de la mediación de un sacrificio. Los pecadores no son capaces de purificarse por sí mismos; no son suficientes los buenos sentimientos. Se necesita una mediación exterior eficaz. El Nuevo Testamento revelará en sentido pleno esta intuición, mostrando que, con la entrega de su vida, Cristo ha realizado una mediación de sacrificio perfecto.
En sus «Homilías sobre Ezequiel», san Gregorio Magno comprendió bien la diferencia de perspectiva que se da entre los versículos 19 y 21 del «Miserere». Propone una interpretación que podemos hacer nuestra, concluyendo así nuestra reflexión. San Gregorio aplica el versículo 19, que habla de espíritu contrito, a la existencia terrena de la Iglesia, mientras que refiere el versículo 21, que habla de holocausto, a la Iglesia en el cielo. Estas son las palabras de aquel gran pontífice: «La santa Iglesia tiene dos vidas: una en el tiempo y otra en la eternidad; una de fatiga en la tierra, otra de recompensa en el cielo; una en la que se gana los méritos, otra en la que goza de los méritos ganados. Tanto en una como en la otra vida ofrece el sacrificio: aquí el sacrificio de la compunción y allá arriba el sacrificio de alabanza. Sobre el primer sacrificio se ha dicho: «Mi sacrificio a Dios es un espíritu quebrantado» (Salmo 50, 19); sobre el segundo está escrito: «entonces aceptarás los sacrificios rituales, ofrendas y holocaustos» (Salmo 50, 21)… En ambos casos se ofrece la carne, pues aquí la oblación de la carne es la mortificación del cuerpo, mientras que allá arriba la oblación de la carne es la gloria de la resurrección en la alabanza a Dios. Allá arriba se ofrecerá la carne como holocausto, cuando transformada en la incorruptibilidad eterna, ya no se dé ningún conflicto ni haya nada mortal, pues perdurará totalmente encendida de amor por Él, en la alabanza sin fin».
3. El Evangelio se centra en la parábola del fariseo y el publicano, dos posturas, dos actitudes que definen dos tipos personas. Jesús no compara un pecador con un justo, sino un pecador humilde con un justo satisfecho de sí mismo. Vuelve a resonar ese motivo… El que se enaltece a sí mismo, será humillado. El que se humilla, será enaltecido por Dios: Jesús «dijo esta parábola por algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás». Palabras que nos tocan a fondo, pues podemos caer en la tentación de ofrecer a Dios actos externos de Cuaresma: el ayuno, la oración, la limosna, y no darnos cuenta de que lo principal que se nos pide es algo interior: por ejemplo, la misericordia, el amor a los demás, como se nos recuerda a fondo estos días (J. Aldazábal). San Agustín dice: «El Señor es excelso y dirige su mirada a las cosas humildes. A los que se ensalzan, como aquel fariseo, los conoce, en cambio, de lejos. Las cosas elevadas las conoces desde lejos, pero en ningún modo las desconoce.
Mira de cerca la humildad del publicano. Es poco decir que se mantenía en pie a lo lejos, ni siquiera alzaba los ojos al cielo; para no ser mirado, rehuía él mirar. No se atrevía a levantar la vista hacia arriba; le oprimía la conciencia y la esperanza lo levantaba... Pon atención a Quién ruega. ¿Por qué te admiras de que Dios perdone cuando el pecador se reconoce como tal? Has oído la controversia sobre el fariseo y el publicano, escucha la sentencia. Escuchaste al acusador soberbio y al reo humilde. Escucha ahora al Juez: “En verdad os digo que aquel publicano descendió del templo justificado, más que aquel fariseo”».
Hoy, inmersos en la cultura de la imagen, el Evangelio que se nos propone tiene una profunda carga de contenido: “En el pasaje que contemplamos vemos que en la persona hay un nudo con tres cuerdas, de tal manera que es imposible deshacerlo si uno no tiene presentes las tres cuerdas mencionadas. La primera nos relaciona con Dios; la segunda, con los otros; y la tercera, con nosotros mismos. Fijémonos en ello: aquéllos a quienes se dirige Jesús «se tenían por justos y despreciaban a los demás» (Lc 18,9) y, de esta manera, rezaban mal. ¡Las tres cuerdas están siempre relacionadas! ¿Cómo fundamentar bien estas relaciones? ¿Cuál es el secreto para deshacer el nudo? Nos lo dice la conclusión de esa incisiva parábola: la humildad. Así mismo lo expresó santa Teresa de Ávila: «La humildad es la verdad». Es cierto: la humildad nos permite reconocer la verdad sobre nosotros mismos. Ni hincharnos de vanagloria, ni menospreciarnos. La humildad nos hace reconocer como tales los dones recibidos, y nos permite presentar ante Dios el trabajo de la jornada. La humildad reconoce también los dones del otro. Es más, se alegra de ellos. Finalmente, la humildad es también la base de la relación con Dios. Pensemos que, en la parábola de Jesús, el fariseo lleva una vida irreprochable, con las prácticas religiosas semanales e, incluso, ¡ejerce la limosna! Pero no es humilde y esto carcome todos sus actos” (David Compte i Verdaguer).
Estos días nos vamos acercando al momento cumbre de la humildad de Jesús, en la Cruz: «El Señor crucificado es un testimonio insuperable de amor paciente y de humilde mansedumbre» (Juan Pablo II). Allí veremos uno de esos pecadores que rezan aprovechando, Dimas: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino» (Lc 23,42), y el Señor responde con un premio “rápido”: «En verdad te digo, hoy mismo estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23,43). Jesús es el espejo para que nos situemos «en verdad», nos dice: «quiero amor, no sacrificio». Las páginas del Evangelio están llenas de ejemplos vivos: Magdalena, Zaqueo, Mateo… van saliendo al hilo de las lecturas de esos días pasados, y seguirán saliendo.
El peligro del fariseísmo está siempre vivo en nuestro corazón y en la Iglesia: evitar el pecado, multiplicar los sacrificios y las buenas obras, estar en regla, vivir las reglas. Estar en regla con Dios, merecer el amor de Dios, el cielo… el Señor se rodea de pecadores. Ya sabemos que el publicano era un traidor, maldito, pecador público, sanguijuela de su pueblo y que se queda con una parte de las contribuciones… "¡Dios mío, ten misericordia de mí, que soy un pecador!" -Os digo que bajó este "justificado" a su casa y no aquél.
“Le sigo con la mirada: regresa a su casa, apaciguado, curado, "justificado" por Dios, perdonado, feliz. Y ¿qué ha hecho para obtener este resultado? Ha reconocido su pecado: "Ten misericordia de mí que soy un pecador". Señor, ayúdame a saber reconocer mis pecados, mis miserias. Devuelve el valor y el ánimo a todos los desesperados. Que nadie dude de tu amor a pesar de todas las apariencias contrarias. Jesús, revélate tal como eres, a todos nosotros, pobres pecadores” (Noel Quesson).
Aunque no correspondamos bien, Dios se mueve a base de "misericordia" ("jésed" que significa también "lealtad", "fidelidad", "piedad" y "gracia"...): “Indica la dulzura de un lenguaje común, algo así como esa atmósfera de entendimiento en el amor que tienen quienes comparten unas mismas convicciones, unos mismos afectos, es decir: los que están en comunión. Cuando el Señor dice: "yo quiero jésed y no sacrificios", está refiriéndose a esa relación entrañable de proximidad y amor. Los "sacrificios" son un modo de establecer un pacto con Dios, un modo de negociar con él. Y eso es detestable para quien quiere que exista una atmósfera de amor y comunión. Por eso la "jésed" va unida a la "da-aht", que suele ser traducida por "conocimiento" de Dios”. El amor no entiende de “te doy para que me des” (“"Da-aht" alude a "estar despierto", "ser consciente, abrir los ojos, darse cuenta". El sacrifico y el holocausto tienen una lógica que puede volverse ciega y mezquina en su repetición: hago esto y Dios hará aquello. Es necesario tener "da-ath"; es preciso estar conscientes, darse cuenta de Quién es el que nos llama y con Quién estamos tratando. No es una ley anónima, no es una energía sin nombre, no es destino ciego: es el Dios vivo y verdadero y hay que saber Quién es él y qué quiere para agradarle y vivir la "jésed" que él espera de nosotros”).
El amor es lo que marca las distancias, los conceptos de lo cercano y lo lejano. “El fariseo se creía cercano y estaba muy lejos; el publicano parecía distante pero su oración, que era apenas un susurro, alcanzó los oídos del Altísimo.
Hay una relación aquí con el tema de la jésed que hemos explicado antes. El publicano no se apoya en sí mismo para hablar a Dios. Este es su gran acierto. Deja a Dios ser Dios; es consciente de quién es Aquél a quien está hablando y por eso entra en una relación de piedad desde su miseria, que no oculta.
El fariseo, por su parte, habla desde sí mismo. Apoyado en lo que cree que son sus méritos tiene bastante que admirar en su propia vida y no le queda ánimo para admirar la misericordia del Dios que lo recibe en su casa. Por lo visto, Dios existe ante todo para admirarlo a él y para aplaudirle su buena vida. En su ignorancia, este pobre habla solo; no habla con Dios”. Es el dejarse llenar de Dios y de su amor, o de amor a uno mismo. Pero tampoco podemos decir: "te alabo, Señor, porque no soy como ese ridículo fariseo...". “¿Qué solución queda, entonces? Pedir misericordia para todos: para el publicano que somos y para el fariseo que duerme en nosotros” (Fray Nelson).
El Señor se conmueve y derrocha sus gracias ante un corazón humilde. La soberbia es el mayor obstáculo que el hombre pone a la gracia divina. Y es el vicio capital más peligroso: se insinúa y tiende a infiltrarse hasta en las buenas obras, haciéndoles perder su condición y su mérito sobrenatural; su raíz está en lo más profundo del hombre (en el amor propio desordenado), y nada tan difícil de desarraigar e incluso de llegar a reconocer con claridad.
El Señor recomendará a sus discípulos: No hagáis como los fariseos. Todas sus obras las hacen para ser vistos por los hombres (Mateo 23, 5). Para ser humildes no podemos olvidar jamás que quien presencia nuestra vida y nuestras obras es el Señor, a quien hemos de procurar agradar en cada momento. La soberbia tiene manifestaciones en todos los aspectos de la vida: nos hace susceptibles e impacientes, injustos en nuestros juicios y en nuestras palabras. Se deleita en hablar de las propias acciones, luces, dificultades y sufrimientos. Inclina a compararse y creerse mejor que los demás y a negarles las buenas cualidades. Hace que nos sintamos ofendidos cuando somos humillados, o no nos obsequian como esperábamos. Nosotros, con la gracia de Dios, hemos de alejarnos de la oración del fariseo que se complacía en sí mismo, y repetir la oración del publicano: Dios mío, ten misericordia de mí, que soy un pecador.
Nuestra oración debe ser como la del publicano (Lucas 18, 9-14): humilde, atenta, confiada, procurando que no sea un monólogo en el que nos damos vueltas a nosotros mismos, a las virtudes que creemos poseer. La humildad es el fundamento de toda nuestra relación con Dios y con los demás. Es la primera piedra de este edificio que es nuestra vida interior. La ayuda de la Virgen Santísima es nuestra mejor garantía para ir adelante en esta virtud. Cuando contemplamos su humilde ejemplo, podemos acabar nuestra oración con esta petición: “Señor, quita la soberbia de mi vida; quebranta mi amor propio, este querer afirmarme yo e imponerme a los demás. Haz que el fundamento de mi personalidad sea la identificación contigo” (San Josemaría Escrivá; cf. Francisco Fernández Carvajal).
Llucià Pou Sabaté

viernes, 1 de abril de 2011

Cuaresma 3, viernes: el amor de Dios está por encima de todo; dejarnos amar por Él, dejar que brote de nuestro corazón, el amor a los demás

1ª: Os 14, 2-10: Israel, vuelve al Señor, tu Dios, porque por tu culpa te ha hecho caer. Buscad palabras y volved al Señor. Decidle: Perdona todas nuestras culpas para que recobremos la felicidad y te ofrezcamos en sacrificio palabras de alabanza. Asiria no nos puede salvar; no montaremos ya en los caballos, y no diremos más «dios nuestro» a la obra de nuestras manos, pues en Ti encuentra compasión el huérfano.
Yo los curaré de su apostasía, los amaré de todo corazón, pues mi ira se ha apartado ya de ellos. Seré como el rocío para Israel; él florecerá como el lirio y echará sus raíces como el olmo. Sus ramas se extenderán lejos, hermosas como el ramaje del olivo, y su fragancia será como la del Líbano. Volverán a sentarse en mi sombra; cultivarán el trigo, florecerán como la viña y su renombre será como el del vino del Líbano. Efraín..., ¿qué tengo yo que ver con los ídolos? Yo lo atenderé y lo protegeré. Yo soy como un pino siempre verde; de mí procede todo fruto. Que el sabio comprenda estas cosas, que el inteligente las entienda, porque los caminos del Señor son rectos; por ellos caminarán los justos, mas los injustos tropezarán en ellos.

Salmo 80: Oigo un lenguaje desconocido: / "retiré sus hombros de la carga, / y sus manos dejaron la espuerta. / Clamaste en la aflicción, y te libré, / te respondí oculto entre los truenos, / te puse a prueba junto a la fuente de Meribá. / Escucha, pueblo mío, doy testimonio contra ti; / ¡ojalá me escuchases Israel! / No tendrás un dios extraño, / no adorarás un dios extranjero; / yo soy el Señor, Dios tuyo, / que saqué del país de Egipto; / abre la boca que te la llene. ¡Ojalá me escuchase mi pueblo / y caminase Israel por mi camino!: …/ te alimentaría con flor de harina, / te saciaría con miel silvestre.

Texto del Evangelio (Mc 12,28b-34): En aquel tiempo, uno de los maestros de la Ley se acercó a Jesús y le hizo esta pregunta: «¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?». Jesús le contestó: «El primero es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe otro mandamiento mayor que éstos».
Le dijo el escriba: «Muy bien, Maestro; tienes razón al decir que Él es único y que no hay otro fuera de Él, y amarle con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios». Y Jesús, viendo que le había contestado con sensatez, le dijo: «No estás lejos del Reino de Dios». Y nadie más se atrevía ya a hacerle preguntas.

Comentario: 1. Oseas –después de sus desgracias, la más fuerte es la mujer amada que lo traiciona- termina su libro con ese canto a la conversión al Dios del amor. El perdón del profeta, que vuelve a tomar su esposa, es símbolo del amor que Dios tiene a su pueblo. “Israel, con quien Dios se ha desposado, se ha conducido como una mujer infiel, como una prostituta, y ha provocado el furor y los celos de su esposo divino. Este sigue queriéndola, y si la castiga, es para atraerla hacia sí y devolverle la alegría del primer amor.
Con una audacia que sorprende y una pasión que impresiona, el alma tierna y violenta de Oseas expresa por vez primera las relaciones de Dios con Israel mediante la imagen y terminología del matrimonio. Todo su mensaje tiene como tema fundamental el amor de Dios despreciado por su Pueblo.
Oseas arremete con furia mal contenida contra todo cuanto en la historia de Israel ha sido desprecio para el Señor. Sus críticas a las clases dirigentes, a los sacerdotes y a los explotadores son duras. Habla desde su propia rabia convertida ahora en símbolo: la Palabra de Dios adquiere ahora en su lengua todo el fuego pasional de un marido engañado”. Esa entrega es signo del amor de Cristo con su Iglesia; y los místicos cristianos como Teresa de Ávila y Juan de la Cruz la extendieron a todas las almas fieles, esposas amadas de Cristo. Este es el contexto de las palabras que hoy meditamos. “El corazón de Oseas se ha ido vaciando poco a poco, a lo largo de trece capítulos, de toda la ira y amargura que se almacenaron en su alma. Han sido palabras en las que se mezclaron el símbolo y la realidad de su dolor. Pero no son la palabra última de su corazón creyente.
El Dios de Oseas, tan herido, tan maltratado por su pueblo, no se consume en lamentos estériles y rencorosos, sino que al final de tanto desprecio, queda brillando en este último capítulo la esperanza de que el pueblo se volverá al Señor al cabo de una larga experiencia”. Para este retorno a Dios es necesario una confesión de los equivocados caminos que se han seguido, una rectificación: "Israel, conviértete al Señor Dios tuyo porque tropezaste con tu pecado. Preparad vuestro discurso, volved al Señor y decidle: perdona del todo la iniquidad". Lo mismo que el menor de la parábola, debemos preparar nuestras palabras: "Me levantaré, iré a mi Padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo".
“La mayor falta de todas es la resistencia a encontrar a Dios en la vida diaria. El pecado es negarse a ver a Dios en la historia. Por eso la conversión esencial no consiste en hacer cosas sino en que vivamos cada acontecimiento de cada día como iniciativa de Dios.
"Rectos son los caminos del Señor: los justos andan por ellos; los pecadores tropiezan en ellos" (Os 14, 10). El camino del Señor es su Palabra viniendo a nosotros los hombres, para que el hombre pueda por ella volver a Dios”.
“La respuesta del Señor representa el triunfo del amor, del cual Oseas era el gran teólogo y poeta. Este amor gratuito de Dios será como el beso del rocío que devuelve el frescor y la vida. La más bella glosa a la teología del amor, de la conversión y del perdón, según Oseas, podría ser la parábola del padre misericordioso, que no habla solamente de la mutación de sentimientos, sino que expone además la respuesta de Dios a la conversión. El padre, lleno de gozo, acoge a aquel hijo perdido que rehace el camino: «Estaba muerto y ha vuelto a la vida, se había perdido y se le ha encontrado» (Lc 15,32). Quien no encuentra el camino de Dios, quien no se deja hallar como oveja perdida, pierde el sentido de la vida” (F. Raurell).
“Oseas, en el Antiguo Testamento, era también el profeta y el poeta del amor. Ese amor es aún más hermoso. No es sólo un amor que promete la felicidad, si se es fiel. Es un amor que perdona y que pide «Volver».
-Has tropezado a causa de tu pecado... Pero ¡vuelve al Señor! El profeta Oseas vivió esa experiencia en su propio hogar. El mismo narra en su libro que su propia mujer lo había abandonado. Y cuenta cómo vio en ello una parábola del sufrimiento de Dios, abandonado por nosotros frecuentemente. Dios le pidió que aceptase de nuevo a esa mujer a pesar de haberle traicionado... para simbolizar con ello lo que Él mismo está haciendo sin parar.
Después de cada una de nuestras faltas, Dios es capaz de volver de nuevo a amarnos. Nos dice: «¡Vuelve!». Como dos esposos que se perdonan. Como dos amigos que reemprenden su amistad después de una temporada de frialdad. -Queremos reparar... No montaremos ya caballos de guerra... Eres Tú quien se apiada de nosotros. El hombre tiende siempre a querer contar con sus propias fuerzas, con «sus caballos de guerra». Pero, quebrantado, reconoce a veces, como Israel, que el único salvador es Dios.
-Entonces sanaré sus infidelidades; les amaré generosamente. Dios, amor decepcionado, es quien dice esas cosas. He de escuchar esas palabras de ternura.
-Seré como rocío para Israel que florecerá como el lirio. Hundirá sus raíces como el cedro del Líbano, cuyas ramas se desplegarán. Su belleza será la del olivo: su fragancia, la del Líbano. Volverán a sentarse a su sombra. Florecerán como la vid; su renombre será como el del vino del Líbano. Sorprendente acumulación de imágenes de prosperidad y de felicidad. Frescor. Fecundidad. Belleza. Fragancia. Flores. Solidez. Hay que "saborear" cada una de las imágenes: el rocío... el lirio... el árbol frondoso... el vino... los perfumes... las frutas... Y estamos en plena cuaresma, en medio de la cuaresma. ¡Y Dios nos promete todas esas cosas!” (Noel Quesson).
Como es propio del viernes, día penitencial por excelencia, se nos habla de la conversión: «perdona nuestra iniquidad, recibe el sacrificio de nuestros labios».
Seguimos teniendo la tentación de controlar todo, -“montar a caballo”: poner nuestra confianza en medios humanos-, tener ídolos en los que ponemos el corazón. La clave será mirar nuestro corazón y ver ¿cómo va nuestro amor? «Que sepamos dominar nuestro egoísmo y secundar las inspiraciones que nos vienen del cielo» (oración), pues el amor será el que guía nuestro caminar: «Rectos son los caminos del Señor, los justos andan por ellos» (1ª lectura), para ello tenemos la fuerza de la oración: «Ojalá me escuchase mi pueblo y caminase por mi camino» (salmo). “La misma conversión es obra del amor gratuito y generoso de Dios. Él sugiere las palabras, sana la infidelidad, es el rocío vivificador, el fruto procede de su gran compasión. En definitiva, triunfa su infinito Amor”, y nos lleva a un paraíso, por haber sido capaces de recibir la Palabra de Dios en el corazón: ése es elemento fundamental, nuestra conciencia.
2. A ello nos lleva el salmo, que toma las ideas de antes, y las pone en lenguaje poético, siguiendo con la imagen de la tentación del agua, que esta semana sigue como imagen de fondo, al igual que el camino de Dios. Todo ello confluye en hacer la voluntad divina, vivir el mandamiento del amor. Juan Pablo II lo comentaba en torno a dos polos: “Por una parte, está el don divino de la libertad que se ofrece a Israel oprimido e infeliz: "Clamaste en la aflicción, y te libré" (v. 8). Se alude también a la ayuda que el Señor prestó a Israel en su camino por el desierto, es decir, al don del agua en Meribá, en un marco de dificultad y prueba.
Sin embargo, por otra parte, además del don divino, el salmista introduce otro elemento significativo. La religión bíblica no es un monólogo solitario de Dios, una acción suya destinada a permanecer estéril. Al contrario, es un diálogo, una palabra a la que sigue una respuesta, un gesto de amor que exige adhesión. Por eso, se reserva gran espacio a las invitaciones que Dios dirige a Israel.
El Señor lo invita ante todo a la observancia fiel del primer mandamiento, base de todo el Decálogo, es decir, la fe en el único Señor y Salvador, y la renuncia a los ídolos (cf. Ex 20, 3-5). En el discurso del sacerdote en nombre de Dios se repite el verbo "escuchar", frecuente en el libro del Deuteronomio, que expresa la adhesión obediente a la Ley del Sinaí y es signo de la respuesta de Israel al don de la libertad.
Efectivamente, en nuestro salmo se repite: "Escucha, pueblo mío. (...) Ojalá me escuchases, Israel (...). Pero mi pueblo no escuchó mi voz, Israel no quiso obedecer. (...) Ojalá me escuchase mi pueblo" (Sal 80, 9. 12. 14).
Sólo con su fidelidad en la escucha y en la obediencia el pueblo puede recibir plenamente los dones del Señor. Por desgracia, Dios debe constatar con amargura las numerosas infidelidades de Israel. El camino por el desierto, al que alude el salmo, está salpicado de estos actos de rebelión e idolatría, que alcanzarán su culmen en la fabricación del becerro de oro (cf. Ex 32, 1-14).
La última parte del salmo (cf. vv. 14-17) tiene un tono melancólico. En efecto, Dios expresa allí un deseo que aún no se ha cumplido: "Ojalá me escuchase mi pueblo, y caminase Israel por mi camino" (v. 14). Con todo, esta melancolía se inspira en el amor y va unida a un deseo de colmar de bienes al pueblo elegido. Si Israel caminase por las sendas del Señor, él podría darle inmediatamente la victoria sobre sus enemigos (cf. v. 15), y alimentarlo "con flor de harina" y saciarlo "con miel silvestre" (v. 17).
Sería un alegre banquete de pan fresquísimo, acompañado de miel que parece destilar de las rocas de la tierra prometida, representando la prosperidad y el bienestar pleno, como a menudo se repite en la Biblia (cf. Dt 6, 3; 11, 9; 26, 9. 15; 27, 3; 31, 20). Evidentemente, al abrir esta perspectiva maravillosa, el Señor quiere obtener la conversión de su pueblo, una respuesta de amor sincero y efectivo a su amor tan generoso.
En la relectura cristiana, el ofrecimiento divino se manifiesta en toda su amplitud. En efecto, Orígenes nos brinda esta interpretación: el Señor "los hizo entrar en la tierra de la promesa; no los alimentó con el maná como en el desierto, sino con el grano de trigo caído en tierra (cf. Jn 12, 24-25), que resucitó... Cristo es el grano de trigo; también es la roca que en el desierto sació con su agua al pueblo de Israel. En sentido espiritual, lo sació con miel, y no con agua, para que los que crean y reciban este alimento tengan la miel en su boca".
Como siempre en la historia de la salvación, la última palabra en el contraste entre Dios y el pueblo pecador nunca es el juicio y el castigo, sino el amor y el perdón. Dios no quiere juzgar y condenar, sino salvar y librar a la humanidad del mal. Sigue repitiendo las palabras que leemos en el libro del profeta Ezequiel: "¿Acaso me complazco yo en la muerte del malvado y no más bien en que se convierta de su conducta y viva? (...) ¿Por qué habéis de morir, casa de Israel? Yo no me complazco en la muerte de nadie, sea quien fuere, oráculo del Señor. Convertíos y vivid" (Ez 18, 23. 31-32).
La liturgia se transforma en el lugar privilegiado donde se escucha la invitación divina a la conversión, para volver al abrazo del Dios "compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad" (Ex 34, 6)”. Esta es la memoria que debe hacer Israel: “Un pueblo que olvida sus orígenes pierde su identidad”, como pasó en Egipto hasta que los sacó el Señor. El sentido espiritual es evidente para nosotros, pues es la nueva vida que constituye la identidad que tenemos como cristianos (Carlos G. Vallés).
3. La Ley de Cristo es el amor a Dios y al prójimo. San Bernardo dice: «El amor, basta por sí solo, satisface por sí solo y por causa de sí. Su mérito y su premio se identifican con él mismo. El amor no requiere otro motivo fuera de él mismo, ni tampoco ningún provecho; su fruto consiste en su misma práctica. Amo porque amo, amo para amar. Gran cosa es el amor, con tal de que recurra a su principio y origen, con tal de que vuelva siempre a su fuente y sea una continua emanación de la misma». Esa fuente no es otra que Dios. “Hemos de aprender a amar en nuestra vida ordinaria: a través del espíritu de servicio, con el trabajo bien hecho, con una conversación amable, con la serenidad en los momentos difíciles, agradeciendo los dones a Dios y al prójimo”. El amor es quien nos liberará de los ídolos de piedra hechos por nuestras manos, valores que absolutizamos: el dinero, el éxito, el placer, la comodidad, las estructuras, nuestra propia persona.
«No existe otro mandamiento mayor que éstos». Es más, es la razón de nuestra existencia: «El alma no puede vivir sin amor, siempre quiere amar alguna cosa, porque está hecha de amor, que yo por amor la creé» (Santa Catalina de Siena), nos dice el Dios que es amor todopoderoso, amor hasta el extremo, amor crucificado: «Es en la cruz donde puede contemplarse esta verdad» (Benedicto XVI). “Este Evangelio no es sólo una autorrevelación de cómo Dios mismo -en su Hijo- quiere ser amado. Con un mandamiento del Deuteronomio: «Ama al Señor, tu Dios» (Dt 6,5) y otro del Levítico: «Ama a los otros» (Lev 19,18), Jesús lleva a término la plenitud de la Ley. Él ama al Padre como Dios verdadero nacido del Dios verdadero y, como Verbo hecho hombre, crea la nueva Humanidad de los hijos de Dios, hermanos que se aman con el amor del Hijo.
La llamada de Jesús a la comunión y a la misión pide una participación en su misma naturaleza, es una intimidad en la que hay que introducirse. Jesús no reivindica nunca ser la meta de nuestra oración y amor. Da gracias al Padre y vive continuamente en su presencia. El misterio de Cristo atrae hacia el amor a Dios -invisible e inaccesible- mientras que, a la vez, es camino para reconocer, verdad en el amor y vida para el hermano visible y presente. Lo más valioso no son las ofrendas quemadas en el altar, sino Cristo que se quema como único sacrificio y ofrenda para que seamos en Él un solo altar, un solo amor.
Esta unificación de conocimiento y de amor tejida por el Espíritu Santo permite que Dios ame en nosotros y utilice todas nuestras capacidades, y a nosotros nos concede poder amar como Cristo, con su mismo amor filial y fraterno. Lo que Dios ha unido en el amor, el hombre no lo puede separar. Ésta es la grandeza de quien se somete al Reino de Dios: el amor a uno mismo ya no es obstáculo sino éxtasis para amar al único Dios y a una multitud de hermanos” (Pere Montagut).
Jesús resume hoy toda la ley en el amor: -Vuelve, Israel, al Señor, tu Dios. “El amor es esencial del evangelio y de la vida evangélica. Es la "buena nueva" que mi vida toda debería estar proclamando. ¿Amo yo, efectivamente? ¿A quién amo? ¿A quién dejo de amar? ¿Cómo se traduce este amor? ¿Quién es mi prójimo? Como tú mismo... Como tú misma...", ¡no es decir poco! ¿Cómo me amo a mí mismo/a? ¿Qué deseo yo para mí? ¿Cuáles son mis aspiraciones profundas? ¿A qué cosas estoy más aferrado? ¿Qué es lo que más me falta? Y todo esto quererlo también para mi prójimo. No debo pasar muy rápidamente sobre todas estas cuestiones. Debo tomar, sobre ellas, una decisión en este tiempo de cuaresma.
-Díjole el escriba “Muy bien, Maestro, tienes razón...” Viendo Jesús cuán atinadamente había respondido, le dijo: "No estás lejos del reino de Dios." ¡Jesús felicitó a un escriba! En cualquier conversación, saber reconocer los aciertos en las intervenciones de los otros para valorarlos y estimularlos es una forma humilde de amor al prójimo, que Jesús pone aquí en práctica. "El Reino de Dios" = ¡amar!, ¡a Dios y a los hermanos! Este es también el contenido esencial de la Iglesia y que la liturgia cristiana expresa. Cada asamblea eucarística debería ser a la vez: -Un lugar de encuentro y de amor de Dios. -Un lugar de encuentro y de amor fraterno” (Noel Quesson).
La caracterización del amor, y su intensidad, si queremos que en él se cumpla la voluntad de Dios, ha de ser: “Único: dirigido al único Dios y Señor. Si se divide, entre Dios y el diablo, no es válido. De todo corazón: sin resquicio alguno, y poniendo en tensión todas las vísceras. Con toda el alma: abrazando cuerpo y espíritu, exterioridad e interioridad profunda. Con toda tu mente: que no consista en meros impulsos sino que goce de luz, de verdad, para que ideas engañosas, egoístas y manipuladoras, no turben la unidad y armonía. Y esa misma intensidad del amor habría que aplicarla gradualmente a nuestra relación mutua entre los hombres: en solidaridad, justicia, gratuidad, sacrificio, desprendimiento, cercanía. Jesús nos ha puesto las cosas muy difíciles, pero por ahí va el camino de la perfección o santidad de vida. Seamos perfectos en el amor, como nuestro Padre celestial es perfecto” (Gratis date). Como decimos en la Comunión, «Amar a Dios con todo corazón y al prójimo como a ti mismo vale más que todos los sacrificios» (cf. Mc 12,33), y pedimos luego que sea prenda de lo que será: «Señor, que la acción de tu poder en nosotros penetre íntimamente nuestro ser, para que lleguemos un día a la plena posesión de lo que ahora recibimos en la Eucaristía» (Postcomunión).
¡Tantas veces se ha hecho el encontradizo! En la alegría y en el dolor. Como muestra de amor nos dejó los sacramentos, “canales de la misericordia divina”. Nos perdona en la Confesión y se nos da en la Sagrada Eucaristía. Nos ha dado a su Madre por Madre nuestra. También nos ha dado un Ángel para que nos proteja. Y Él nos espera en el Cielo donde tendremos una felicidad sin límites y sin término. Pero amor con amor se paga. Y decimos con Francisca Javiera: “Mil vidas si las tuviera daría por poseerte, y mil... y mil... más yo diera... por amarte si pudiera... con ese amor puro y fuerte con que Tú siendo quien eres... nos amas continuamente” (Decenario al Espíritu Santo).
Dios espera de cada hombre una respuesta sin condiciones a su amor por nosotros. Nuestro amor a Dios se muestra en las mil incidencias de cada día: amamos a Dios a través del trabajo bien hecho, de la vida familiar, de las relaciones sociales, del descanso... Todo se puede convertir en obras de amor. Cuando correspondemos al amor a Dios los obstáculos se vencen; y al contrario, sin amor hasta las más pequeñas dificultades parecen insuperables. El amor a Dios ha de ser supremo y absoluto. Dentro de este amor caben todos los amores nobles y limpios de la tierra, según la peculiar vocación recibida, y cada uno en su orden. La señal externa de nuestra unión con Dios es el modo como vivimos la caridad con quienes están junto a nosotros. Pidámosle hoy a la Virgen que nos enseñe a corresponder al amor de su Hijo, y que sepamos también amar con obras a sus hijos, nuestros hermanos (Francisco Fernández Carvajal).
Este es el fondo de la conversión que se nos pide: aprender a confiar en el amor de Dios, apoyarnos ahí, roca firme, que nunca nos va a engañar, que no se va a quebrar, y al interiorizar ese don se hace vida, y el amor brota para los demás.
Llucià Pou Sabaté