lunes, 19 de abril de 2010

SÁBADO DE LA SEGUNDA SEMANA DE PASCUA: Jesús se muestra en las tempestades de la vida, para darnos su presencia y con ella fuerza y esperanza.


Hechos (6,1-7): "En aquellos días, debido a que el grupo de los
discípulos era muy grande, los creyentes de origen helenista
murmuraron contra los de origen judío, porque sus viudas no eran bien
atendidas en el suministro cotidiano. Los Doce convocaron al grupo de
los discípulos y les dijeron:
— No está bien que nosotros dejemos de anunciar la Palabra de Dios
para dedicarnos al servicio de las mesas. Por tanto, elegid de entre
vosotros, hermanos, siete hombres de buena reputación, llenos del
Espíritu Santo y de sabiduría, a los cuales encomendaremos este
servicio para que nosotros podamos dedicarnos a la oración y al
ministerio de la Palabra.
La proposición agradó a todos, y eligieron a Esteban, hombre lleno de
fe y del Espíritu Santo, y a Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Parmenas
y Nicolás, prosélito de Antioquía. Los presentaron ante los apóstoles,
y ellos, después de orar, les impusieron las manos.
La Palabra de Dios se extendía, el número de discípulos aumentaba
mucho en Jerusalén e incluso muchos sacerdotes se adherían a la fe".
Los recién llegados, los de una cultura nueva, se sentían cristianos
de segunda clase respecto a los judíos «de origen». Son problemas
humanos, que también vemos en la Iglesia: los "antiguos" y sus
"privilegios", ante la actitud que ha de ser siempre abierta y
acogedora a los recién llegados. Tensiones que en diversas épocas
pueden ser distintas, estar más a gusto con unos u otros, o de
acuerdo.
a) -"No conviene que abandonemos la Palabra de Dios por servir a las
mesas". Había banquete, es una idea que sugiere regocijo, fiesta,
comunión humana que termina con la comunión del mismo Cristo.
Son siete los elegidos, un número que recuerda los 70 jueces que elige
Moisés para que le ayuden a administrar justicia o los 70 miembros del
Sanedrín. La elección de los siete abre un nuevo apartado de los
Hechos de los Apóstoles, en el que ocupan el primer plano cristianos
procedentes de mundo griego. A partir de ahora, los cristianos se
llamarán "discípulos" en los Hechos. Veremos, de entre los escogidos,
destacar Esteban. Los Apóstoles dicen: «nosotros nos dedicaremos a la
oración y al servicio de la Palabra». Es todo un programa de
apostolado. Sin vida interior, sin oración, no es posible una
verdadera evangelización. Así lo ve San Agustín: «Al hablar haga
cuanto esté de su parte, para que se le escuche inteligentemente, con
gusto y docilidad. Pero no dude de que, si logra algo y en la medida
en que lo logre, es más por la piedad de sus oraciones que por sus
dotes oratorias. Por tanto, orando por aquellos a quienes ha de
hablar, sea antes varón de oración, que de peroración y cuando se
acerque la hora de hablar, antes de comenzar a proferir palabras,
eleve a Dios su alma sedienta, para derramar de lo que bebió y exhalar
de lo que se llenó». Y también: «Si no arde el ministro de la Palabra,
no enciende al que predica».
Cuando aparecen problemas, ¿los resolvemos hablando?
Salmo (32,1-2,4-5,18-19): "Justos, alabad al Señor, la alabanza es
propia de los rectos; dad gracias al Señor con la cítara, tocad en su
honor con el arpa de diez cuerdas; pues la palabra del Señor es
eficaz, y sus obras demuestran su lealtad; Él ama la justicia y el
derecho, la tierra está llena del amor del Señor. Pero el Señor se
cuida de sus fieles, de los que confían en su misericordia, para
librarlos de la muerte y sostenerlos en tiempos de hambre. Que tu
misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti."
Jesús resucitado quiere salvarnos de todo lo que es negativo en
nuestra vida. Se nos exige una confianza absoluta en la misericordia
del Señor. En este sentido hay que entender la mirada amorosa de Dios,
y no como han querido hacernos ver otras veces: "Dondequiera que
vayas, hagas lo que hagas, tanto en las tinieblas como a la luz del
día, el ojo de Dios te mira", comenta san Basilio.

El Evangelio (Juan 6,16-21): "A la caída de la tarde, los discípulos
bajaron al lago, subieron a una barca y emprendieron la travesía hacia
Cafarnaum. Era ya de noche y Jesús no había llegado. De pronto se
levantó un viento fuerte que alborotó el lago. Habían avanzado unos
cinco kilómetros cuando vieron a Jesús, que se acercaba a la barca
caminando sobre el lago, y les entró mucho miedo. Jesús les dijo:
- Soy yo. No tengáis miedo.
Entonces quisieron subirlo a bordo y, al instante, la barca tocó
tierra en el lugar al que se dirigían".
La tradición ha visto en esta barca la imagen de la Iglesia,
zarandeada a lo largo de los siglos por el oleaje de las
persecuciones, de las herejías y de las infidelidades. Siempre, desde
el principio sufrió contradicciones, y hoy como ayer se sigue
combatiendo a la Iglesia. Eso nos hace sufrir, pero a la vez nos da
una inmensa seguridad y una gran paz, que Cristo mismo esté dentro de
la barca; vive para siempre en la Iglesia, y por eso, las puertas del
infierno no prevalecerán contra Ella; durará hasta el final de los
tiempos. No nos dejemos impresionar porque ha arreciado la tempestad
contra nuestra Madre, porque perderíamos la paz, la serenidad y la
visión sobrenatural. Cristo está siempre cerca de nosotros, de cada
uno, y nos pide confianza.
La Iglesia durará hasta el fin del mundo, y no habrá cambio sustancial
en su doctrina, en su constitución o en su culto. La razón de la
permanencia de la Iglesia está en su íntima unión con Cristo, que es
su Cabeza y Señor. Después de subir a los cielos envió a los suyos el
Espíritu Santo para que les enseñe toda la verdad, y cuando les
encargó predicar el Evangelio a todas las gentes, les aseguró que Él
estaría siempre con ellos hasta el final del mundo. La fe nos
atestigua que esta firmeza en su constitución y en su doctrina durará
siempre, hasta que Él venga. Los ataques a la Iglesia, los malos
ejemplos, los escándalos, nos llevarán a amarla más, a rezar por esas
personas y a desagraviar. Permanezcamos siempre en comunión con Ella,
fieles a su doctrina, unidos a sus sacramentos, y dóciles a la
jerarquía.
Inmediatamente después de la multiplicación de los panes, san Juan nos
trae este relato de una acción misteriosa de Jesús: alcanza a sus
discípulos, a media noche, caminando sobre las aguas del lago en medio
de las cuales ellos bregan contra la tempestad. En el momento de
alcanzarlos, cuando ellos, asustados, quieren hacerlo subir a bordo,
la barca toca tierra. Es uno de los llamados "milagros sobre la
naturaleza", diferentes de las curaciones y los exorcismos y mucho
menos numerosos. Jesús acaba de manifestarse como el Profeta, como
Moisés o Eliseo, que alimenta al pueblo en el desierto, de forma
generosa y milagrosa. Ahora, caminando sobre las aguas del lago, no
puede ser otro que el Señor del universo, creador y ordenador de las
fuerzas del mundo que, como tantas veces es descrito en el AT, domina
las aguas del caos, envía la lluvia a la tierra, hace pasar a su
pueblo, sin mojarse los pies, a través del Mar Rojo. El mismo que se
sienta por encima de la tormenta y cuyos caballos pisotean el océano
sin dejar rastro de sus huellas. Por eso la palabra de Jesús para
calmar a sus discípulos es muy significativa: "Yo soy, no tengan
miedo". El "Yo soy" nos remite al nombre mismo de Dios tal y como lo
reveló a Moisés al pie de la zarza. Esto significa que los cristianos
entre los cuales se formó y difundió inicialmente el evangelio de san
Juan, afirmaban la divinidad de Jesucristo, parangonable a Dios, el
Padre, partícipe de sus atributos. Y esto gracias a la fe en la
resurrección por la cual Dios había exaltado a Jesús manifestándolo
como su hijo muy amado.
Jesús llega inesperadamente caminando sobre las aguas, para auxiliar a
los Apóstoles que se encontraban llenos de pavor, para robustecer su
fe débil y para darles ánimos en medio de la tempestad. En nuestra
vida personal no faltarán tempestades. Con el Señor, mediante la
oración y los sacramentos, las tormentas interiores se tornan en
ocasiones de crecer en fe, en esperanza, en caridad y fortaleza. Con
el tiempo comprenderemos el sentido de estas dificultades. Siempre
contaremos con la ayuda de nuestra Madre del Cielo, especialmente
cuando lo pasamos mal. No dejemos de acudir a Ella" (Francisco
Fernández Carvajal-Tere Correa).
b) "No tengáis miedo... Soy Yo". Juan Pablo II comentó mucho esta
expresión del Señor: "Cristo dirigió muchas veces esta invitación a
los hombres con que se encontraba. Esto dijo el Ángel a María: "No
tengas miedo". Y esto mismo a José: "No tengas miedo". Cristo lo dijo
a los Apóstoles, y a Pedro, en varias ocasiones, y especialmente
después de su Resurrección, e insistía: "¡No tengáis miedo!"; se daba
cuenta de que tenían miedo porque no estaban seguros de si Aquel que
veían era el mismo Cristo que ellos habían conocido. Tuvieron miedo
cuando fue apresado, y tuvieron aún más miedo cuando, Resucitado, se
les apareció. Esas palabras pronunciadas por Cristo las repite la
Iglesia. Y con la Iglesia las repite también el Papa. Lo ha hecho
desde la primera homilía en la plaza de San Pedro: "¡No tengáis
miedo!" No son palabras dichas porque sí, están profundamente
enraizadas en el Evangelio; son, sencillamente, las palabras del mismo
Cristo.
¿De qué no debemos tener miedo? No debemos temer a la verdad de
nosotros mismos. Pedro tuvo conciencia de ella, un día, con especial
viveza, y dijo a Jesús: "¡Apártate de mí, Señor, que soy un hombre
pecador!" Pienso que no fue sólo Pedro quien tuvo conciencia de esta
verdad. Todo hombre la advierte. La advierte todo Sucesor de Pedro. La
advierte de modo particularmente claro el que, ahora, le está
respondiendo. Todos nosotros le estamos agradecidos a Pedro por lo que
dijo aquel día: "¡Apártate de mí, Señor, que soy un hombre pecador!"
Cristo le respondió: "No temas; desde ahora serás pescador de
hombres". ¡No tengas miedo de los hombres! El hombre es siempre igual;
los sistemas que crea son siempre imperfectos, y tanto más imperfectos
cuanto más seguro está de sí mismo. ¿Y esto de dónde proviene? Esto
viene del corazón del hombre, nuestro corazón está inquieto; Cristo
mismo conoce mejor que nadie su angustia, porque "Él sabe lo que hay
dentro de cada hombre"". Así lo decía también en el último encuentro
de los jóvenes: "¡Queridos jóvenes! Cada vez más me doy más cuenta de
cómo fue providencial y profético el que este día, Domingo de Ramos y
de la Pasión del Señor, se convirtiera en vuestra jornada. Esta fiesta
contiene una gracia especial, la de la alegría unida a la Cruz,
sintetiza el misterio cristiano. Os digo hoy: continuad sin cansaros
el camino emprendido el camino emprendido para ser por doquier
testigos de la Cruz gloriosa de Cristo. ¡No tengáis miedo! Que la
alegría del Señor, crucificado y resucitado, sea vuestra fuerza, y que
María Santísima esté siempre a vuestro lado".
¡Qué poca fe la nuestra cuando dudamos porque arrecia la tempestad!
Nos dejamos impresionar demasiado por las circunstancias: enfermedad,
trabajo, reveses de fortuna, contradicciones del ambiente. Olvidamos
que Jesucristo es, siempre, nuestra seguridad. Debemos aumentar
nuestra confianza en Él y poner los medios humanos que están a nuestro
alcance. Jesús no se olvida de nosotros: "nunca falló a sus amigos"
(Santa Teresa). Dios nunca llega tarde para socorrer a sus hijos;
siempre llega, aunque sea de modo misterioso y oculto, en el momento
oportuno. La plena confianza en Dios, da al cristiano una singular
fortaleza y una especial serenidad en todas las circunstancias. "Si no
le dejas, Él no te dejará" (J. Escrivà). Y nosotros le decimos que no
queremos dejarle. " Cuando imaginamos que todos se hunde ante nuestros
ojos, no se hunde nada, porque Tú eres, Señor, mi fortaleza. Si Dios
habita en nuestra alma, todo lo demás, por importante que parezca, es
accidental, transitorio. En cambio, nosotros, en Dios, somos lo
permanente" (Id.) Esta es la medicina para barrer, de nuestras vidas,
miedos, tensiones y ansiedades. En toda nuestra vida, en lo humano y
en lo sobrenatural, nuestro "descanso", nuestra seguridad, no tiene
otro fundamento firme que nuestra filiación divina. Esta realidad es
tan profunda que afecta al mismo hombre, hasta tal punto de que Santo
Tomás afirma que por ella el hombre es constituido en un nuevo ser.
Dios es un Padre que está pendiente de cada uno de nosotros y ha
puesto un Ángel para que nos guarde en todos los caminos. En la
tribulación acudamos siempre al Sagrario, y no perderemos la
serenidad. Nuestra Madre nos enseñará a comportarnos como hijos de
Dios; también en las circunstancias más adversas.
"Soy yo, no tengáis miedo", hemos de sentir esa palabra de Jesús que
nos da confianza. "¿Quién no ha pasado por una situación idéntica? Se
ha cerrado la noche, el viento nos es contrario, el mar de la vida se
encrespa y todo parecen ser dificultades, y cuando aparece el fantasma
resulta que el susto se transforma en el encuentro esperado, que nos
descubre que todo está en su sitio, y que ya llegamos a la meta de la
que nos parecía estar tan lejos... Situaciones de noche cerrada y mar
contrario… El ser humano es un ser que no puede caminar por la vida a
la fuerza, contra el viento y contra el mar, en noche cerrada... Eso
sólo en algunos momentos. No se puede convivir con los fantasmas de la
noche... Confianza en la vida, en la gente, en sí mismo (autoestima) y
también en Él, el único fantasma que nos puede decir insinuantemente:
«Soy yo»... Cuando el sinsentido, la mala suerte, el absurdo, o la
culpa nos cierran el paso y nos parece estar perdidos, como aquellos
discípulos, es bueno descubrir que tras esos fantasmas muchas veces es
Dios mismo quien nos prueba, y quien llegado el momento nos mira con
amor y nos dice «Soy yo, no temas» (Juan Mateos-Jesús Peláez; "Diario
Bíblico").
c) Esta noche fatídica del pánico por la mar encrespada y, además, por
la visión de Jesús que se les acerca caminando sobre las aguas, es
motivo para pensar en nuestros miedos y oír las palabras
tranquilizadoras: «soy yo, no temáis». Como en el caso de las pescas
milagrosas, cuando no está Jesús con ellos, es inútil su esfuerzo y no
tienen paz. Cuando se acerca Jesús, vuelve la calma y el trabajo
resulta plenamente eficaz. Cuando se hace de noche en todos los
sentidos, cuando arrecia el viento contrario y se encrespan los
acontecimientos, cuando se nos junta todo en contra y perdemos los
ánimos y a Jesús no lo tenemos a bordo -porque estamos nosotros
distraídos o porque Él nos esconde su presencia- no es extraño que
perdamos la paz y el rumbo de la travesía. Si a pesar de todo,
supiéramos reconocer la cercanía del Señor en nuestra historia, sea
pacífica o turbulenta, nos resultaría bastante más fácil mantener o
recobrar la calma. Cada vez que celebramos la Eucaristía, el
Resucitado se nos hace presente en la comunidad reunida, se nos da
como Palabra salvadora, y -lo que es el colmo de la cercanía y de la
donación- Él mismo se nos da como alimento para nuestro camino. Es
verdad que su presencia es siempre misteriosa, inaferrable, como para
los discípulos de entonces. Pero por la fe tenemos que saber oír la
frase que tantas veces se repite con sus variaciones en la Biblia:
«soy yo, no temáis». Llegaríamos a la playa con tranquilidad, y de
cada Misa sacaríamos ánimos y convicción para el resto de la jornada,
porque el Señor nos acompaña, aunque no le veamos con los ojos humanos
(J. Aldazábal).
d) «Tú has querido hacernos hijos tuyos: míranos siempre con amor de
padre", para que "alcancemos la libertad verdadera y la herencia
eterna» (oración), y «que esta Eucaristía nos haga progresar en el
amor» (comunión), en medio de la oscuridad de la noche: "En el mar
trazaste tu camino, tu paso en las aguas profundas, y nadie pudo
reconocer tus huellas". El mar, símbolo de las potencias malignas, es
vencido por Jesús, como fue vencido antes por Dios en la creación, en
el éxodo, en el combate escatológico (León-Dufour). Él nos hará llegar
rápida y seguramente al puerto" ("Diario Bíblico"). Este es el motivo
de los milagros que Jesús realiza, afianzar nuestra fe: «Mas Jesús
llevaba, por los milagros que hacía, a los que contemplaban aquel
hermoso espectáculo a que mejorasen en sus costumbres. ¿Cómo no pensar
entonces en que se ofrecía a sí mismo como ejemplo de la vida más
santa, no sólo ante sus auténticos discípulos, sino también ante los
otros? Ante sus discípulos, para moverlos a enseñar a los hombres
conforme a la voluntad de Dios; ante los otros, para que enseñados a
la par por la doctrina, vida y milagros cómo habían de vivir, todo lo
hicieran con intención de agradar a Dios sumo» (Orígenes). "El miedo
llamó a mi puerta; / la fe fue a abrir / y no había nadie" (Juan
Carlos Martos). "Jesús no es un fantasma, ni la figura de un Dios que
venga a causarnos terror. Él es el Dios que se hace cercanía a
nosotros siempre; y en los momentos más difíciles de nuestra vida no
podemos espantarnos pensando que el Señor se nos ha acercado para
castigarnos a causa de nuestros pecados. Dios se acerca constantemente
a nosotros, especialmente, de un modo culminante, en la Eucaristía. Su
paz es nuestra paz; ojalá no perdamos la paz a causa de volver a
desviar nuestros caminos de Él. El Señor nos alimenta con su Palabra y
con su Pan de Vida eterna. Nosotros nos alegramos porque, a pesar de
que muchas veces vivimos lejos de Él, ahora nos recibe en su casa para
perdonarnos y para sentarnos a su mesa. Pero el Señor al llenarnos de
su Vida y al hacernos partícipes de su salvación, nos quiere
comprometidos con nuestro mundo para manifestarle el rostro amoroso de
Dios, que se acerca para socorrer a los necesitados y para remediar
los males de los que sufren. Por eso nuestra Eucaristía se convierte
para nosotros en un auténtico compromiso que nos ha de llevar a
cumplir con la misma Misión que el Padre Dios encomendó a su Hijo y
que el Hijo nos encomendó a nosotros. También nosotros hemos de llevar
esta presencia. Nosotros, por voluntad de Dios, hemos de ser la
cercanía amorosa de Dios para nuestro prójimo
(www.homiliacatolica.com).

VIERNES DE LA SEGUNDA SEMANA DE PASCUA: la Eucaristía, fortaleza para ser testimonios de la verdad, da alas para amar


Hechos (5,34-42): Entonces un fariseo, Gamaliel, les dijo que fueran
con cuidado, pues Teudas, Judas el Galileo perecieron al cabo de poco
de levantarse con sus proclamas y se disolvió su grupo. "Y ahora os
digo: Dejad a estos hombres; porque si este consejo o esta obra es de
los hombres, se desvanecerá: mas si es de Dios, no la podréis
deshacer; no seáis tal vez hallados resistiendo a Dios. Y convinieron
con él: y llamando a los apóstoles, después de azotados, les intimaron
que no hablasen en el nombre de Jesús, y los soltaron. Y ellos
partieron de delante del concilio, gozosos de que fuesen tenidos por
dignos de padecer afrenta por el Nombre. Y todos los días, en el
templo y por las casas, no cesaban de enseñar y predicar a
Jesucristo".
Fariseo de tendencia liberal, Gamaliel fue el profesor de Pablo de
Tarso. Nos da una lección de coherencia, de honradez, de no dejarse
llevar por la moda. Cuando es difícil ejercer lúcidamente un
discernimiento, vemos gente que se pone del lado de la Iglesia por
motivos de sinceridad, de buscar la verdad aunque no compartan la
doctrina. Gamaliel recuerda a los senadores judíos que esas
insurrecciones acabaron en nada: sus jefes fueron muertos
violentamente y sus seguidores dispersados. Les aconseja entonces que
no den mucha importancia al naciente movimiento de los apóstoles: si
es de los hombres se disolverá por sí mismo. Si es de Dios nada podrán
contra ellos. Hombres como él están muy cerca del Reino de Dios, son
los que llamamos "hombres de buena voluntad" que, sin saberlo,
encarnan muchos de los valores y de las virtudes evangélicas ("Diario
Bíblico"), esa familia inaugurada por Jesús, aunque algunos no lo
sepan, como recordamos en la Entrada: «Con tu sangre, Señor, has
comprado para Dios hombres de toda tribu, lengua, pueblo y nación; has
hecho de ellos una dinastía sacerdotal que sirva a Dios. Aleluya», y
esta familia tiene una tierra, que es la que nos promete la esperanza,
que recordamos en la Colecta: «Oh Dios, que, para librarnos del poder
del enemigo, quisiste que tu Hijo muriera en la Cruz; concédenos
alcanzar la gracia de la resurrección». Supone vivir con los pies en
la tierra pero sin valorar lo material más que lo que es para siempre,
como pedimos en el Ofertorio: «Acoge, Señor, con bondad las ofrendas
de tu pueblo, para que, bajo tu protección, no pierda ninguno de tus
bienes y descubra los que permanecen para siempre».
Es de destacar la alegría de los Apóstoles por padecer por Cristo,
como recuerda Juan Pablo II: «La alegría cristiana es una realidad que
no se puede describir fácilmente, porque es espiritual y también forma
parte del misterio. Quien verdaderamente cree que Jesús es el Verbo
Encarnado, el Redentor del hombre, no puede menos de experimentar en
lo íntimo un sentido de alegría inmensa, que es consuelo, paz,
abandono, resignación, gozo... ¡No apaguéis esa alegría que nace de la
fe en Cristo crucificado y resucitado! ¡Testimoniad vuestra alegría!
¡Habituaros a gozar de esta alegría!»

Esta alegría es la que proclamamos con el Salmo 26: «El Señor es mi
luz y mi salvación, ¿a quién temeré? Una cosa pido al Señor, eso
buscaré: habitar en la Casa del Señor por los días de mi vida; gozar
de la dulzura del Señor contemplando su Templo. Espero gozar de la
dicha del Señor en el país de la vida. Espera en el Señor, sé
valiente, ten ánimo, espera en el Señor», pues como recordamos en la
Comunión, «Cristo nuestro Señor fue entregado por nuestros pecados y
resucitado para nuestra justificación. Aleluya».
Querer vivir en la casa del Señor puede ser el mejor de los deseos. La
confianza absoluta en Dios tiene una referencia completa en Jesús, luz
del mundo que ilumina el camino que se ha encendido plenamente en su
resurrección; este es el sentido de "tierra de los vivos" pues el
cielo es donde está el Santuario.
Juan Pablo II comentaba que este Salmo tiene como telón de fondo el
templo de Sión, sede del culto de Israel, en un ambiente de confianza
en Dios. Ante las dificultades, no está el hombre solo y su corazón
mantiene una paz interior sorprendente, pues -como dice la espléndida
«antífona» de apertura del Salmo- «El Señor es mi luz y mi salvación».
Parece ser un eco de las palabras de san Pablo que proclaman: «Si Dios
está por nosotros ¿quién contra nosotros?»… «habitaré en la casa del
Señor por años sin término». Y mientras, buscamos en esta tierra el
rostro del Señor, la intimidad divina a través de la oración, en la
liturgia, hasta que un día «le veremos tal cual es», «cara a cara».
Orígenes, escribe: «Si un hombre busca el rostro del Señor, verá la
gloria del Señor de manera desvelada y, al hacerse igual que los
ángeles, verá siempre el rostro del Padre que está en los cielos». Y
san Agustín, en su comentario a los Salmos, continúa de este modo la
oración del salmista: «No he buscado en ti algún premio que esté fuera
de ti, sino tu rostro. "Tu rostro buscaré, Señor". Con perseverancia
insistiré en esta búsqueda; no buscaré otra cosa insignificante, sino
tu rostro, Señor, para amarte gratuitamente, ya que no encuentro nada
más valioso..."
El Evangelio (Juan 6,1-15): -"Levantando pues los ojos, y contemplando
la gran muchedumbre que venía a Él, dijo a Felipe: "¿Dónde compraremos
pan para dar de comer a estos?"" Dios es amor, dirá san Juan en su
primera Epístola. Jesús es amor, nos revela a Dios. Jesús ve las
necesidades de los hombres. Jesús se preocupa de la felicidad de los
hombres. Jesús tiene presente la vida de los hombres. Y hace un
milagro, la multiplicación de los panes, como más tarde el sacramento
de eucaristía... son gestos de amor. ¡Me paro a escuchar tu voz,
Jesús! Eres Tú quien nos interroga, quien nos provoca. Eres Tú, Señor,
quien nos pide saber mirar el hambre de los hombres, y sus necesidades
aun las más prosaicas... "para que tengan de qué comer" Tú dices...
¡simplemente de qué comer! Y nosotros que tan a menudo soñamos en un
Dios lejano, en las nubes. Eres Tú que nos conduces a nuestra vida
humana cotidiana. Amar... ¡ahí está! es un humilde servicio cotidiano.
-"Hay aquí un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces;
pero ¿qué es esto para tanta gente?" Ante los grandes problemas
humanos -el Hambre, la Paz, la Justicia- repetimos constantemente la
misma respuesta: "¿qué podemos hacer nosotros? esto nos rebasa."
Retengo la inmensa desproporción: 5 panes... 2 peces... 5.000 hombres.
-"Jesús tomó los panes, y, habiendo "eucaristiado" -habiendo "dado
gracias"- se los distribuyó". Dar Gracias. Agradecer a Dios. Tal es el
sentimiento de Jesús en este instante. Piensa en otra multiplicación
de "panes". Piensa en el inaudito misterio de la comida pascual que
ofrecerá a los hombres de todos los tiempos. No descuida el "hambre
corporal", pero piensa sobre todo en el "hambre de Dios" que es de tal
modo más grave aún para los hombres.
-"Verdaderamente éste es el gran profeta, que ha de venir al mundo."
Pero Jesús conociendo que iban a venir para arrebatarle y hacerle rey
se retiró otra vez al monte El solo. Jesús no quiere dejar creer que
El trabaja para un reino terrestre. Su proyecto no es político,
incluso si tiene incidencias humanas profundas. Jesús no entra
directamente en el proyecto de "liberación" cívica en el que sus
contemporáneos quisieran arrastrarle. Esto será por otra parte la gran
decepción de estas gentes, que le abandonarán todos. Jesús piensa que
su proyecto es otro: su gran discurso sobre el "pan de la vida eterna"
nos revelará ese "proyecto"" (Noel Quesson).
"En un mundo también ahora desconcertado y hambriento, Cristo Jesús
nos invita a la continuada multiplicación de su Pan, que es él mismo,
su Cuerpo y su Sangre. También ahora la Eucaristía se puede entender
como relacionada a los dones humanos y limitados, pero dones al fin,
que podemos aportar nosotros. Los cinco panes y dos peces del joven
pueden compararse a los deseos de justicia y de paz por parte de la
humanidad, el amor ecologista a la naturaleza, la igualdad apetecida
entre hombres y mujeres, y entre razas y razas, los progresos de la
ciencia: Jesús multiplica esos panes y se nos da él mismo como el
alimento vital y la respuesta a las mejores aspiraciones de la
humanidad. Nosotros, los que podemos gozar de la Eucaristía diaria,
apreciamos más todavía el don de Cristo que se nos da como Palabra
iluminadora y como Pan de vida (J. Aldazábal).
Quiero comentar brevemente aquella frase: «Se lo decía para probarle,
porque Él sabía lo que iba a hacer». Hoy leemos el Evangelio de la
multiplicación de los panes: «Tomó entonces Jesús los panes y, después
de dar gracias, los repartió entre los que estaban recostados y lo
mismo los peces, todo lo que quisieron». El agobio de los Apóstoles
ante tanta gente hambrienta nos hace pensar en una multitud actual, no
hambrienta, sino peor aún: alejada de Dios, con una "anorexia
espiritual", que impide participar de la Pascua y conocer a Jesús. No
sabemos cómo llegar a tanta gente... Aletea en la lectura de hoy un
mensaje de esperanza: no importa la falta de medios, sino los recursos
sobrenaturales; no seamos "realistas", sino "confiados" en Dios. Así,
cuando Jesús pregunta a Felipe dónde podían comprar pan para todos, en
realidad «se lo decía para probarle, porque Él sabía lo que iba a
hacer» (Jn 6,5-6). El Señor espera que confiemos en Él.
Al contemplar esos "signos de los tiempos", no queremos pasividad
(pereza, languidez por falta de lucha...), sino esperanza: el Señor,
para hacer el milagro, quiere la dedicación de los Apóstoles y la
generosidad del joven que entrega unos panes y peces. Jesús aumenta
nuestra fe, obediencia y audacia, aunque no veamos enseguida el fruto
del trabajo, como el campesino no ve despuntar el tallo después de la
siembra. «Fe, pues, sin permitir que nos domine el desaliento; sin
pararnos en cálculos meramente humanos. Para superar los obstáculos,
hay que empezar trabajando, metiéndonos de lleno en la tarea, de
manera que el mismo esfuerzo nos lleve a abrir nuevas veredas» (San
Josemaría), que aparecerán de modo insospechado.
No esperemos el momento ideal para poner lo que esté de nuestra parte:
¡cuanto antes!, pues Jesús nos espera para hacer el milagro. «Las
dificultades que presenta el panorama mundial en este comienzo del
nuevo milenio nos inducen a pensar que sólo una intervención de lo
alto puede hacer esperar un futuro menos oscuro», escribió Juan Pablo
II. Acompañemos, pues, con el Rosario a la Virgen, pues su intercesión
se ha hecho notar en tantos momentos delicados por los que ha surcado
la historia de la Humanidad.

domingo, 18 de abril de 2010

JUEVES DE LA SEGUNDA SEMANA DE PASCUA: la vida nueva lleva a obedecer a Dios en lo profundo de nuestra conciencia.

Hechos (5,27-33): "Los trajeron y los presentaron al tribunal supremo.
El sumo sacerdote les preguntó: «¿No os ordenamos solemnemente que no
enseñaseis en nombre de ése? Y, sin embargo, habéis llenado Jerusalén
de vuestra doctrina y queréis hacernos responsables de la sangre de
este hombre». Pedro y los apóstoles respondieron: «Hay que obedecer a
Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres ha resucitado
a Jesús, a quien vosotros matasteis colgándolo de un madero. Dios lo
ha ensalzado con su diestra como jefe y salvador para dar a Israel el
arrepentimiento y el perdón de los pecados. Nosotros somos testigos de
estas cosas, como lo es también el Espíritu Santo que Dios ha dado a
los que lo obedecen». Ellos, enfurecidos con estas palabras, querían
matarlos".
Los apóstoles no admiten un mandato injusto, por eso desobedecen al
Sanedrín, recuerdan a los gobernantes que la obediencia a Dios es lo
primero. La profundidad de las convicciones que Jesús ha despertado ya
no se apagará con el martirio, al revés: se extenderá más y más la fe.
"Este grito –serviam!- es voluntad de 'servir' fidelísimamente, aun a
costa de la hacienda, de la honra y de la vida, a la Iglesia de Dios"
(J. Escrivá).
"-Los guardias se llevaron a los Apóstoles y los presentaron ante el
Gran Consejo. Imagino la escena. Once hombres. El grupo de los
apóstoles, conducidos por la policía al tribunal. En Jerusalén, están
de actualidad estos días: arrestos sucesivos... cárcel...
interrogatorios. Se piensa en ese Gran Consejo, el Sanedrín, ante el
cual compareció, hace poco otro «personaje» llamado Jesús, y que ese
mismo Gran Consejo tuvo a bien hacer desaparecer.
-Os prohibimos severamente enseñar en ese nombre... Queréis, pues,
hacer recaer sobre nosotros la sangre de ese hombre... En el fondo,
los jefes de Jerusalén tienen miedo. Les remuerde la conciencia el
recuerdo del homicidio cometido hace poco: ¡la sangre derramada les
atormenta! No se atreven siquiera a pronunciar su nombre: El caso
Jesús continúa embarazándolos. De hecho Jesús está siempre allí, se
prolonga en sus apóstoles. En realidad, ¡la cosa no les ha salido
bien! Se creyó haberlo suprimido. En vez de uno, ¡son ahora once! Y no
es por azar que reproduzcan casi físicamente la vida de su maestro:
Vedlos también, a pocos días de distancia, ante el mismo tribunal. La
Iglesia es la continuación de Cristo. Hoy, la Iglesia sigue también
estando expuesta al «juicio» del mundo.
-Pedro y los apóstoles contestaron... Toda la realidad del «colegio
apostólico» existe ya y se está manifestando. El papel de Pedro no
compite con el de los demás. El Papa es el continuador de esa misión
de unificación, de fiador, de porta-voz en nombre de todos.
-Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. En su situación de
acusados, los apóstoles continúan siendo testigos. Ninguna situación
incluso la más desfavorable nos dispensa de ser apóstoles. ¿Me
encuentro yo también, alguna vez, ante opciones o decisiones de ese
género: obedecer a Dios, o bien, obedecer a los hombres? Decidirme por
lo que Dios quiere y no por lo que el mundo quiere. Ser capaz de
resistir a las mentalidades corrientes, a las incitaciones recíprocas,
a los hábitos. ¡Ayúdanos, Señor!
-Dios resucitó a ese Jesús a quien vosotros disteis muerte. Tiempo
pascual. Tiempo de testimonio y de resurrección. Tiempo de audacia y
de valentía. Tiempo de esperanza y de certeza: Dios conducirá bien su
obra. La obra de Dios no puede fracasar. La muerte no puede quedar
victoriosa. El pecado no puede vencernos siempre. «¡Dios resucitó a
Jesús!».
-Nosotros somos testigos de estas cosas, nosotros y el Espíritu Santo.
«Nosotros... y el Espíritu...» ¡Qué audacia y que conciencia de ser
los portavoces de Dios! Se han entregado totalmente a la empresa de
Dios. Señor, envía tu Espíritu.
-El Espíritu Santo que ha dado Dios a los que le obedecen. «Los que le
obedecen...» Una de las definiciones del cristiano. ¡Si fuese así, en
realidad! ¡Qué imagen más dinámica del apóstol nos dan esas páginas!:
un hombre apasionado de Dios, investido por Dios... para ser testigo
de Dios entre los hombres; apasionado por sus hermanos, vuelto hacia
sus hermanos para dirigirlos hacia Dios" (Noel Quesson).

Salmo (34,2.9.17-20): "Bendeciré al Señor a todas horas, su alabanza
estará siempre en mi boca; / Gustad y ved qué bueno es el Señor,
dichoso el hombre que se refugia en Él. / El Señor se enfrenta con los
criminales para borrar su memoria de la tierra. / Ellos gritan, el
Señor los atiende y los libra de todas sus angustias; / el Señor está
cerca de los atribulados, Él salva a los que están hundidos. / El
hombre justo tendrá muchas contrariedades, pero de todas el Señor lo
hará salir airoso". Habla de cómo la ley divina es una pedagogía hacia
la libertad interior, que da seguir esta ley inscrita en la conciencia
"en cuya obediencia consiste la libertad humana y por la cual será
juzgado personalmente. La conciencia es el núcleo más secreto y el
sagrario del hombre, en el que éste se siente a solas con Dios, cuya
voz resuena en el recinto más íntimo de aquélla" (Gaudium et spes 16),
la base para vivir la moralidad. A veces tenemos miedo de que esa voz
interior nos hable y nos diga lo que no queremos oír, porque nuestros
sueños nos parecen más interesantes que la verdad. También podemos
dudar de Dios y de que nos ame, pero -me decía una persona- "noto a
Dios entre las costillas, algo así como un dolor que me hace ver lo
que he hacer aunque cueste", es hacer aquello que es justo, "lo que
hay que hacer"… de algún modo es lo que hace ver Susanna Tamaro al
pintar qué pasa cuando no se escucha la voz: "Mi madre vivió
plenamente su tiempo, se dejó arrastrar por aquella corriente
colectiva sin sospechar la inminente vorágine del precipicio. Habiendo
crecido sin raíces sólidas la arrolló el ímpetu del torrente… puede
que ante el estruendo de la cascada, que al cabo de poco la arrojaría
a lo desconocido, haya sentido nostalgia de esas raíces que nunca
tuvo… las estalactitas continúan bajando hacia las estalagmitas como
enamorados separados por una divinidad perversa. En ese mundo creado
por el agua todo vive y se repite con un orden casi invariable. Así
mi madre vivió con fervor los años de la revolución y, para abrazar
ese sueño, llegó hasta alterar sus sentimientos: entonces era más
importante la aprobación del grupo… prosiguiendo su navegación
llegarían al fin a un mundo nuevo, una tierra en la que el mal no
tendría ya razón de existir y reinaría soberana la fraternidad. La
grandeza de esa meta no permitía dudas ni indecisiones, había que
seguir adelante unidos, sin individualismos, sin añoranzas, marcando
todos el mismo paso como las hormigas africanas, capaces de devorar un
elefante en pocos instantes"… esa falta de moralidad conduce al
desastre, al comunismo o el nihilismo, "porque es amar y ser amado, y
no la revolución, la aspiración más profunda de toda criatura que
viene a este mundo". Y, en referencia a esta ley inscrita dentro,
añade: "Un niño que nace no es una pizarra limpia sobre la que se
puede escribir cualquier cosa, sino una tela en la que alguien ha
trazado ya la trama de un bordado: ¿recorrerá ese camino marcado por
otro o escogerá uno diferente? ¿Continuará calcando el surco trazado o
tendrá el valor de salirse de él? ¿Por qué uno rompe la urdimbre y
otro la completa con ciega diligencia?"… Esta ley con todos estos
condicionantes, "¿existe algún lugar del cielo que los contiene: un
catálogo, un archivo, una memoria cósmica?" No: nuestra percepción de
la verdad es dinámica, a través de las decisiones y de las
equivocaciones entramos en ese "saber", en el juicio de la balanza de
lo bueno y lo malo… hay una búsqueda de algo… "era precisamente la
belleza la luz que ilumina el corazón del hombre" que tiene muchas
manifestaciones artísticas, por eso dice: después de haber hecho Dios
el mundo, inventó la música para que el hombre lo pudiera comprender.
"Estoy convencido de que tenía mucho que ver en esto su relación con
la armonía, con la música: en el terreno de la belleza lograban
disolver cualquier conflicto". Esta estética es divina y constituye la
sabiduría, el árbol de la vida, que nos da Jesús ya ahora en la
esperanza...
En el salmo hay una intensificación de esa presencia de Dios que nos
infunde confianza, ante Él está el justo, que no sólo actúa con recta
conducta, sino también es quien vive el arrepentimiento y la vuelta
humilde a Dios. También nos indica que Jesús pasó por la Cruz para
llegar a la Resurrección. Es necesario que el grano de trigo muera
para que pueda dar fruto. Los sufrimientos de todo apóstol, de todo
creyente, pues todos hemos de ser apóstoles en nuestro ambiente, están
marcados con vida. El Señor está cerca de los que sufren. A Dios
pedimos hoy «que los dones recibidos en esta Pascua den fruto
abundante en toda nuestra vida» (oración), con la firme esperanza de
las palabras del Señor: «Sabed que yo estoy con vosotros todos los
días, hasta el fin del mundo» (aleluya). Damos gracias al Padre, que
"en la resurrección de Jesucristo nos has hecho renacer a la vida
eterna" (comunión) y le pedimos "que el alimento que acabamos de
recibir fortalezca nuestras vidas" (comunión).
San Juan Crisóstomo hablaba de esta rectitud de conciencia: «Lo que
hay que temer no es el mal que digan contra nosotros, sino la
simulación de nuestra parte; entonces sí que perderíais vuestro sabor
y seríais pisoteados. Pero, si no cejáis en presentar el mensaje con
toda su austeridad, si después oís hablar mal de vosotros, alegraos.
Porque lo propio de la sal es morder y escocer a los que llevan una
vida de molicie. Por tanto, estas maledicencias son inevitables y en
nada os perjudicarán, antes serán pruebas de vuestra firmeza. Mas, si
por el temor de ellas, cedéis en la vehemencia conveniente, peor será
vuestro sufrimiento, ya que entonces todos hablarán mal de vosotros y
os despreciarán; en esto consiste en ser pisoteados por la gente». Y
San Agustín advierte: «En otros tiempos se incitaba a los cristianos a
renegar de Cristo; en nuestra época se enseña a los mismos a negar a
Cristo. Entonces se impelía, ahora se enseña; entonces se oía rugir al
enemigo, ahora, presentándose con mansedumbre insinuante y rondando,
difícilmente se le advierte. Es cosa sabida de qué modo se violentaba
entonces a los cristianos a negar a Cristo; procuraban atraerlos así
para que renegasen; pero ellos, confesando a Cristo, eran coronados.
Ahora se enseña a negar a Cristo y, engañándoles, no quieren que
parezca que se les aparta de Cristo (…). Como ciego que oye las
pisadas de Cristo que pasa, le llamo... pero cuando haya comenzado a
seguir a Cristo, mis parientes, vecinos y amigos comienzan a bullir.
Los que aman el siglo se me ponen enfrente: "¿Te has vuelto loco? ¡Qué
extremoso eres! ¿Por ventura los demás no son cristianos? Esto es una
tontería. Esto es una locura". Y cosas tales clama la turba para que
no sigamos llamando al Señor los ciegos».
Evangelio (Jn 3,31-36): "El que es de la tierra es terreno y habla
como terreno; el que viene del cielo está sobre todos. Da testimonio
de lo que ha visto y oído, pero nadie acepta su testimonio. El que lo
acepta certifica que Dios dice la verdad. Porque el que Dios ha
enviado dice las palabras de Dios, pues Dios le ha dado su espíritu
sin medida. El Padre ama al hijo y ha puesto en sus manos todas las
cosas. El que cree en el hijo tiene vida eterna; el que no quiere
creer en el hijo no verá la vida; la ira de Dios pesa sobre él»".
Son como ideas básicas del Evangelio de Juan:
- Jesús ha venido del cielo, es el enviado de Dios, nos trae sus
palabras, que son la verdadera sabiduría y las que dan sentido a la
vida: son la mejor prueba del amor que Dios tiene a su Hijo y a
nosotros;
- el que acoge a Jesús y su palabra es el que acierta: tendrá la vida
eterna que Dios le está ofreciendo a través de su Hijo; el que no le
quiera aceptar, él mismo se excluye de la vida.
Nosotros seguramente hemos hecho hace tiempo la opción, en nuestra
vida, de acoger a Jesús como el enviado de Dios. Hemos considerado que
es él quien da sentido pleno a nuestra existencia, y nos esforzamos
por seguir su estilo de vida. Estamos guiándonos, no con los criterios
«de la tierra», sino los «del cielo», como decía Jesús a Nicodemo.
Esto supone que nos esforzamos, día tras día, en ir asimilando
vitalmente las categorías evangélicas, para no dejarnos llevar de las
categorías humanas que se respiran en este mundo, que son «de la
tierra» y a veces opuestas a las «de arriba».
Pedro nos ha dicho que Jesús es el Jefe y Salvador, que en él
encontramos el perdón de los pecados. El evangelio nos ha repetido que
el que cree y sigue a este Jesús posee la vida eterna. Esto nos llena
de alegría y a la vez de compromiso.
Si tenemos la posibilidad y la opción de una Eucaristía diaria, ella
nos da la mejor ocasión de acudir a la escuela de Jesús, de escuchar
su Palabra, de dejarnos iluminar continuamente por los criterios de
Dios. Para que nuestra categoría de valores y nuestra manera de pensar
y de interpretar a las personas y los hechos de la historia vayan
coincidiendo plenamente con la de Dios. Y además, la Eucaristía nos da
la fuerza diaria para que podamos realizar esto en la vida.

MIÉRCOLES DE LA SEGUNDA SEMANA DE PASCUA: por amor Jesús se nos entrega, y nos ofrece participar de este amor, que es la luz para iluminar la vida, y fuerza para caminar

Hechos (5,27-33): "En aquellos días el sumo sacerdote y los de su
partido –los saduceos- mandaron prender a los apóstoles y meterlos en
la cárcel común. Y así lo hicieron. Pero por la noche un ángel del
Señor les abrió las puertas de la cárcel y los sacó fuera,
diciéndoles: "Id al templo y explicad allí al pueblo este modo de
vida".
Al amanecer, ellos entraron en el templo y se pusieron a enseñar... El
comisario salió con los guardias y se los trajo de nuevo a la cárcel,
sin emplear la fuerza, por miedo a que el pueblo los apedrease".
Los apóstoles han sido detenidos ya una vez por su predicación. Su
detención es decretada de nuevo y no cabe esperar sino que esta vez la
condena será pesada. En los Hechos, cada detención de los apóstoles va
seguida inmediatamente de una liberación providencial: así, por
ejemplo, la de Pedro, la de Pablo y la que es objeto de la lectura de
este día. Esta liberación milagrosa se produce, ante todo, para dar
ánimos a los perseguidos y convencerles de que viven realmente los
tiempos mesiánicos caracterizados por la apertura de las prisiones
según las profecías (Maertens-Frisque).
-El que cree en Él, no es juzgado. El que no quiere creer, ya está
condenado. Es "la opción" radical: por... o contra... Jesús; creer...
no creer en... Jesús. Hay pues una responsabilidad del hombre. ¡Qué
misterio! Dios quiere salvar. Pero algunos "rehúsan" esta salvación y
se condenan a sí mismos.
-Cuando vino la luz al mundo, los hombres amaron más las tinieblas que
la luz, porque sus obras eran malas. Todo el que obra mal aborrece la
luz... Pero el que obra según la verdad viene a la luz.
"Hacer el bien"... "Hacer el mal"... Suele ser de esta manera práctica
que se hace la división. Cualquiera que hace el bien aun si no conoce
a Cristo -está ya en una cierta comunión con Dios" (Noel Quesson).
Así pedimos en las oraciones de hoy: «Que el misterio pascual que
celebramos se actualice siempre en el amor» (oración). Damos gracias
al Señor: «Jesucristo, nos amaste y lavaste nuestros pecados con tu
sangre» (aleluya), y a la disposición del Padre: «Tanto amó Dios al
mundo que entregó a su Hijo único» (evangelio). Y queremos
corresponder: «Que nuestra vida sea manifestación y testimonio de esta
verdad que conocemos» (ofrendas). Con la confianza que nos muestran
los apóstoles, sin miedo, por la gracia del Espíritu Santo, como
recuerda San Juan Crisóstomo: «Muchas son las olas que nos ponen en
peligro y una gran tempestad nos amenaza; sin embargo, no tememos ser
sumergidos, porque permanecemos de pie sobre la roca. Aun cuando el
mar se desate, no romperá esta roca; aunque se levanten las olas nada
podrán contra la barca de Jesús. Decidme, ¿qué podemos temer? ¿La
muerte? Para mí la vida es Cristo y la muerte una ganancia. ¿El
destierro? Del Señor es la tierra y cuanto la llena. ¿La confiscación
de los bienes? Nada trajimos al mundo, de modo que nada podemos
llevarnos de él. Yo me río de todo lo que es temible en este mundo y
de sus bienes. No temo la muerte ni envidio las riquezas. No tengo
deseos de vivir si no es para vuestro bien espiritual. Por eso os
hablo de lo que ahora sucede, exhortando vuestra caridad a la
confianza».
Salmo (34/33): «Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está
siempre en mi boca; mi alma se gloría en el Señor, ensalcemos juntos
su nombre. Yo consulté al Señor y me respondió, me libró de todas mis
ansias. Contempladlo y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se
avergonzará. Si el afligido invoca al Señor, Él lo escucha y lo salva
de sus angustias. El ángel del Señor acampa en torno a sus fieles y
los protege. Gustad y ved qué bueno es el Señor, dichoso el que se
acoge a Él». Sintiéndonos amados y protegidos por Dios, vivamos con
fidelidad en su presencia, de tal forma que toda nuestra vida se
convierta en una continua alabanza de su santo Nombre. Él jamás
abandonará a los suyos, pues es nuestro Dios y Padre. Él sabe que
somos frágiles e inclinados a la maldad desde muy temprana edad; por
eso envió a nuestros corazones su Espíritu Santo, para que nos
fortalezca y desde nosotros dé testimonio de la Verdad, del Amor y de
la rectitud que se espera de quienes ya no se dejan guiar por los
propios caprichos y pasiones, sino por Aquel que habita en nuestros
corazones como en un templo (www.homiliacatolica.com).
Según san Agustín, «el que medita día y noche la Palabra del Señor, es
como si rumiase y encontrase deleite en el sabor de esa Palabra divina
dentro del que podría llamarse paladar del corazón».
Evangelio (Juan 3,31-36): "Continuando su conversación con Nicodemo,
Jesús le dijo: Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único,
para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan
vida eterna.
Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que
el mundo se salve por Él.
Quien cree en el Hijo no será condenado; el que no cree, ya está
condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.
Esta es la causa de la condenación: que la luz vino al mundo, y los
hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras son
malas..."
Como Tomás, a veces nos falta fe, pero el proyecto de Dios no es de
condenación, ni de juicio, sino de vida eterna y salvación. El juicio
se concreta en la adhesión a Cristo, la luz que vino al mundo, y en el
rechazo de la tiniebla, de las obras malas. La motivación y la
finalidad del don o del envío por Dios del Hijo único es el amor
(«tanto amó Dios al mundo»), «para que tengan vida eterna», «para que
el mundo se salve por Él». Aunque existe la triste posibilidad de
escoger las tinieblas, como comenta San Agustín: «Amaron las tinieblas
más que la luz... Muchos hay que aman sus pecados y muchos también que
los confiesan. Quien confiesa y se acusa de sus pecados hace las paces
con Dios. Dios reprueba tus pecados... Deshaz lo que hiciste para que
Dios salve lo que hizo. Es preciso que aborrezcas tu obra y que ames
en ti la obra de Dios. Cuando empiezas a desterrar lo que hiciste,
entonces empiezan tus obras buenas, porque repruebas las tuyas malas.
El principio de las obras buenas es la confesión de las malas.
Practicas la verdad y vienes a la luz. ¿Qué es practicar la verdad? No
halagarte, ni acariciarte, ni adularte tú a ti mismo, ni decir que
eres justo, cuando eres inicuo. Así es como tú empiezas a practicar la
verdad, así es como vienes a la Luz».
La oscuridad nos inquieta. La luz, en cambio, nos da seguridad. En la
oscuridad no sabemos dónde estamos. En la luz podemos encontrar un
camino. En pocas líneas, el Evangelio nos presenta los dos grandes
misterios de nuestra historia. Por un lado, "tanto amó Dios al mundo".
Sin que lo mereciéramos, nos entregó lo más amado. Aún más, se entregó
a sí mismo para darnos la vida. Cristo vino al mundo para iluminar
nuestra existencia. Y en contraste, "vino la luz al mundo y los
hombres amaron más las tinieblas que la luz". No acabamos de darnos
cuenta de lo que significa este amor de Dios, inmenso, gratuito,
desinteresado, un amor hasta el extremo.
El infinito amor de Dios se encuentra con el drama de nuestra libertad
que a veces elige el mal, la oscuridad, aun a pesar de desear
ardientemente estar en la luz. Pero precisamente, Cristo no ha venido
para condenar sino para salvarnos. Viene a ser luz en un mundo
entenebrecido por el pecado, quiere dar sentido a nuestro caminar.
Obrar en la verdad es la mejor manera de vivir en la luz. Y obrar en
la verdad es vivir en el amor. Dejarnos penetrar por el amor de Dios
"que entregó a su Hijo unigénito", y buscar corresponderle con nuestra
entrega.
San Pablo en su carta a los Romanos no sale del asombro en cuanto al
desmedido amor de Dios, pues dice: "Por un hombre bueno alguien
estaría dispuesto a dar su vida, pero Dios probó que nos ama, dando a
su Hijo por nosotros que somos malos". ¿Quién puede entender un amor
como este, un amor que no reclama sino que se goza en dar, y en dar
incluso lo que más ama? Esta es la locura del amor de Dios: amarnos a
nosotros, pobres pecadores. Pero si esto es asombroso lo es más el
hecho de que no sólo nos amó y se entregó por nosotros, sino que junto
con esto nos regaló el poder ser "hijos de Dios", nos dio la vida y la
Vida en Abundancia. Es triste que haya todavía quien no acepta este
regalo y que sigue creyendo en el Dios vengativo y castigador. Jesús
murió y resucitó para que no sigamos viviendo en el temor. Su
resurrección nos abrió las puertas a la alegría y al gozo, a la
confianza infinita en el amor y el perdón del Padre que nos ha amado,
nos ama y no dejará jamás de amarnos. Y lo mejor es que no puede hacer
otra cosa que amarnos de manera infinita. Te invito a hacerte
consciente del gran amor de Dios en tu vida (Ernesto María Caro).

Martes de la segunda semana de Pascua: el amor es vínculo de esta familia de hijos de Dios, con la nueva vida que se fomenta en la consideración de la filiación divina.

Hechos (4,32-37): "En el grupo de los creyentes todos pensaban y
sentían lo mismo: lo poseían todo en común y nadie llamaba suyo propio
nada de lo que tenía. Los apóstoles daban testimonio de la
resurrección del Señor Jesús con mucho valor. Y Dios los miraba a
todos con mucho agrado. Ninguno pasaba necesidad, pues los que poseían
tierras o casas las vendían, traían el dinero y lo ponían a
disposición de los apóstoles; luego se distribuía según lo que
necesitaba cada uno. José, a quien los apóstoles apellidaron Bernabé,
que significa Consolado, que era levita y natural de Chipre, tenía un
campo y lo vendió; llevó el dinero y lo puso a disposición de los
apóstoles". Es un nuevo resumen de la vida de la primera Iglesia, la
familia de Jesús: vemos cómo se busca la concordia entre los hermanos,
el perdón y la armonía, como luego recordamos en el canto del Ubi
caritas: "cesen las disputas malvadas y los conflictos, para que viva
entre nosotros Cristo Dios", pues ese amor entre los hermanos
manifiesta visiblemente la unidad interna de la Iglesia: "un solo
Señor, una sola fe y un solo bautismo" (Ef 4,5), que con el Papa
contiene la unidad de un solo Dios Padre e Hijo en el Espíritu Santo.
La renuncia de las riquezas de Bernabé y otros habla del
desprendimiento y sencillez de corazón, y se intuye ahí un sistema
organizado de ayuda a los necesitados, asistencia a los pobres más o
menos institucionalizada en la línea de lo que hoy vemos en "Caritas".
Estas dos cosas que trata aquí Lucas van unidas: amor y
desprendimiento. Jesús decía que no se puede amar a Dios y a las
riquezas, y podríamos añadir que si uno pone el corazón en las cosas,
éstas ejercen un poder de atracción como el anillo de "El Señor de los
anillos", que va tomando nuestra voluntad hasta ser esclavo de esa
idolatría, el "dios don dinero", y entonces no cabe el amor en el
corazón pues el cáncer se ha hecho con todo el espacio. Jesús nos
habló de esto en aquel monte: sea cual sea el lugar donde se encuentra
el «monte de las Bienaventuranzas», éste en realidad se ha de formar
en nuestro corazón, que entonces se distingue por esta paz y esta
belleza, la libertad para servir, libertad para la misión, confianza
extrema en Dios, que se ocupa no sólo de las flores del campo, sino
sobre todo de sus hijos. Esta moda del mundo oriental tiene algo de
bueno: el desapego de lo material, un correctivo para nosotros y
nuestro tiempo, que con el sistema capitalista hemos perdido la
libertad como pájaros que están anjaulados. Hemos de recuperar la
sencillez, y «tener como si no se tuviera». Me decía una persona estos
días que vendió un reloj caro, y le dolía hacerlo aunque tuviera la
ventaja de poder hacer unas compras necesarias. Pero luego vio que se
sentía más libre, pues antes estaba muy pendiente de si se le rayaba o
perdía, y ahora estaba más tranquilo. Va bien tener un "remanente"
para llegar a final de mes, pero no caer en una excesiva preocupación.
No amar las cosas, no poner en ellas el amor que se debe a las
personas, pues una persona que ame «así» las cosas no deja lugar en su
alma para el amor a Dios. Son incompatibles el «apegamiento» a los
bienes y querer al Señor: no podéis servir a Dios y a las riquezas.
Las cosas pueden convertirse en una atadura que impida el perfecto
señorío y la más plena libertad. Ese amor a los bienes llenó de
tristeza al joven rico, que tenía muchas posesiones y estaba muy
apegado a ellas. Un ídolo ocupa entonces el lugar que sólo Dios debe
ocupar. Se trata, en este equilibrio que supone la educación, de no
absolutizar algún aspecto, y vivir la vida en plenitud: "La vida es
corta, viviendo todo falta, muriendo todo sobra" (Lope de Vega).
Salmo (93/92,l-2.5): "El Señor reina, vestido de majestad, el Señor,
vestido y ceñido de poder. / Así está firme el orbe y no vacila. Tu
trono está firme desde siempre, y tú eres eterno. / Tus mandatos son
fieles y seguros; la santidad es el adorno de tu casa, Señor, por días
sin término": realeza de Dios, Él reina sobre todo el mundo y su trono
es firme y eterno. Este reinado es punto central en la predicación de
Jesús, ya se manifestó con su vida, es un reino eterno y universal, y
con su Cruz y resurrección establece la Iglesia, que recuerda todo
esto en la fiesta de Jesucristo, Rey del Universo con la que se cierra
el año litúrgico. Es un reinado que ya Dios estableció con la
creación, luego esta realeza se ejercita al dar una Ley al pueblo
escogido, y su presencia en el Templo, profecía también de esa Ley
nueva y Templo del Espíritu y vida que se nos invita a tener en
nuestro corazón.
Evangelio (Juan 3,5a.7b-l5): "En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:
-«Tenéis que nacer de nuevo; el viento sopla donde quiere y oyes su
ruido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que
ha nacido del Espíritu.» Nicodemo le preguntó: - «¿Cómo puede suceder
eso?» Le contestó Jesús: - « Y tú, el maestro de Israel, ¿no lo
entiendes? Te lo aseguro, de lo que sabemos hablamos; de lo que hemos
visto damos testimonio, y no aceptáis nuestro testimonio. Si no creéis
cuando os hablo de la tierra, ¿cómo creeréis cuando os hable del
cielo? Porque nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el
Hijo del hombre. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el
desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo
el que cree en Él tenga vida eterna.»" Jesús con Nicodemo: ayer
comenzó, y continúa los días siguientes. Se centra en el don de la
vida eterna para todo el que cree en Jesús como enviado e Hijo de
Dios. La plenitud de la vida, en todo hombre, se adquiere no por el
cumplimiento de la ley, sino por la capacidad de amar. Nicodemo es un
representante judío, observante y maestro de la ley, que espera un
Mesías del orden, un maestro capaz de explicar la ley e inculcar su
práctica, para llegar así a construir el hombre y la sociedad. Jesús
nos llama a la vida plena, en el amor a Dios y a los hermanos, no por
la observancia de la ley, sino por la capacidad de amar. (Emilio
Gómez).
b) Esta vida nueva como hijos de Dios se resume en el Evangelio, que a
su vez se puede expresar en tres cosas: todo lo que es Jesús vivo está
en la Eucaristía, lo que enseñó con esta vida como camino para vivir
auténticamente está en las Bienaventuranzas, y todo lo que necesitamos
y rezamos está en la oración que nos enseñó, y cuyo principio ahora
comentaremos: "Padre nuestro, que estás en el cielo". Con la
invocación «Padre» está resumido este compendio de todo el Evangelio,
que es la oración que Jesús nos enseñó. Reinhold Schneider -como
también Joaquim Jeremias-, nos dice que es un gran consuelo poder
llamar a Dios con este nombre, Padre, "papá", como dice un niño: "En
una sola palabra como ésta se contiene toda la historia de la
redención. Podemos decir Padre porque el Hijo es nuestro hermano y nos
ha revelado al Padre; porque gracias a Cristo hemos vuelto a ser hijos
de Dios». Pero el hombre de hoy no percibe inmediatamente el gran
consuelo de la palabra «padre», pues muchas veces la experiencia del
padre o no se tiene, o se ve oscurecida por las deficiencias de los
padres.
Comentaba Benedicto XVI: "Por eso, a partir de Jesús, lo primero que
tenemos que aprender es qué significa precisamente la palabra «padre».
En la predicación de Jesús el Padre aparece como fuente de todo bien,
como la medida del hombre recto («perfecto»)…
Lucas especifica las «cosas buenas» que da el Padre cuando dice: «...
¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a quienes
se lo piden?» Esto quiere decir: el don de Dios es Dios mismo. La
«cosa buena» que nos da es Él mismo. En este punto resulta
sorprendentemente claro que lo verdaderamente importante en la oración
no es esto o aquello, sino que Dios se nos quiere dar. Este es el don
de todos los dones, lo «único necesario». La oración es un camino para
purificar poco a poco nuestros deseos, corregirlos e ir sabiendo lo
que necesitamos de verdad: a Dios y a su Espíritu.
Cuando el Señor enseña a conocer la naturaleza de Dios Padre a partir
del amor a los enemigos y a encontrar en eso la propia «perfección»,
para así convertirnos también nosotros en «hijos», entonces resulta
perfectamente manifiesta la relación entre Padre e Hijo. Se hace
patente que en el espejo de la figura de Jesús reconocemos quién es y
cómo es Dios: a través del Hijo encontramos al Padre. «El que me ve a
mí, ve al Padre», dice Jesús en el Cenáculo ante la petición de
Felipe: «Muéstranos al Padre». «Señor, muéstranos al Padre», le
decimos constantemente a Jesús, y la respuesta, una y otra vez, es el
Hijo: a través de Él, sólo a través de Él, aprendemos a conocer al
Padre. Y así resulta evidente el criterio de la verdadera paternidad.
El Padrenuestro no proyecta una imagen humana en el cielo, sino que
nos muestra a partir del cielo —desde Jesús— cómo deberíamos y cómo
podemos llegar a ser hombres. Pero ahora debemos observar aún mejor
para darnos cuenta de que, según el mensaje de Jesús, el hecho de que
Dios sea Padre tiene para nosotros dos dimensiones: por un lado, Dios
es ante todo nuestro Padre puesto que es nuestro Creador. Y, si nos ha
creado, le pertenecemos: el ser como tal procede de Él y, por ello, es
bueno, porque es participación de Dios. Esto vale especialmente para
el ser humano. El Salmo 33, 15 dice en su traducción latina: «Él
modeló cada corazón y comprende todas sus acciones». La idea de que
Dios ha creado a cada ser humano forma parte de la imagen bíblica del
hombre. Cada hombre, individualmente y por sí mismo, es querido por
Dios. Él conoce a cada uno. En este sentido, en virtud de la creación,
el ser humano es ya de un modo especial «hijo» de Dios. Dios es su
verdadero Padre: que el hombre sea imagen de Dios es otra forma de
expresar esta idea.
Esto nos lleva a la segunda dimensión de Dios como Padre. Cristo es de
modo único «imagen de Dios». Basándose en esto, los Padres de la
Iglesia dicen que Dios, cuando creó al hombre «a su imagen», estaba
prefigurando a Cristo y creó al hombre según la imagen del «nuevo
Adán», del Hombre que es la medida de la humanidad. Pero, sobre todo,
Jesús es «el Hijo» en sentido propio, es de la misma sustancia del
Padre. Nos quiere acoger a todos en su ser hombre y, de este modo, en
su ser Hijo, en la total pertenencia a Dios.
Así, la filiación se convierte en un concepto dinámico: todavía no
somos plenamente hijos de Dios, sino que hemos de llegar a serlo más y
más mediante nuestra comunión cada vez más profunda con Cristo. Ser
hijos equivale a seguir a Jesús. La palabra Padre aplicada a Dios
comporta un llamamiento para nosotros: a vivir como «hijo» e «hija».
«Todo lo mío es tuyo», dice Jesús al Padre en la oración sacerdotal, y
lo mismo le dice el padre al hermano mayor en la parábola del hijo
pródigo. La palabra «Padre» nos invita a vivir siendo conscientes de
esto. Así se supera también el afán de la falsa emancipación que
había al comienzo de la historia del pecado de la humanidad. Adán, en
efecto, ante las palabras de la serpiente, quería él mismo ser dios y
no necesitar más de Dios. Es evidente que «ser hijo» no significa
dependencia, sino permanecer en esa relación de amor que sustenta la
existencia humana y le da sentido y grandeza.
Por último queda aún una pregunta: ¿es Dios también madre? Se ha
comparado el amor de Dios con el amor de una madre: «Como a un niño a
quien su madre consuela, así os consolaré Yo». «¿Puede una madre
olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas?
Pues aunque ella se olvide, Yo no te olvidaré». El misterio del amor
maternal de Dios aparece reflejado de un modo especialmente conmovedor
en el término hebreo rahamim, que originalmente significa «seno
materno», pero después se usará para designar el con-padecer de Dios
con el hombre, la misericordia de Dios. En el Antiguo Testamento se
hace referencia con frecuencia a órganos del cuerpo humano para
designar actitudes fundamentales del hombre o sentimientos de Dios,
como aún hoy en día se dice «corazón» o «cerebro» para expresar algún
aspecto de nuestra existencia. De este modo, el Antiguo Testamento no
describe las actitudes fundamentales de la existencia de un modo
abstracto, sino con el lenguaje de imágenes tomadas del cuerpo. El
seno materno es la expresión más concreta del íntimo entrelazarse de
dos existencias y de las atenciones a la criatura débil y dependiente
que, en cuerpo y alma, vive totalmente custodiada en el seno de la
madre. El lenguaje figurado del cuerpo nos permite comprender los
sentimientos de Dios hacia el hombre de un modo más profundo de lo que
permitiría cualquier lenguaje conceptual". Y decimos Padre "nuestro"
porque formamos "la familia de Jesús", a la que todos los hombres
están llamados, ser todos "familia", y Jesús nos da la clave de ese
amor: prójimo son todos, y la regla de oro es amar a Dios sobre todas
las cosas, y a los demás como a uno mismo. Pero también hemos de
aprender de oriente, a no amar las cosas, pues se cae en esclavitud de
idolatría (no se puede ser amigo de Dios y las riquezas). ¿Y cómo he
de amarme, es decir hay que ser algo "egoístas"? Cuando me miro al
espejo sin relación a los demás, me neurotizo, quizá sirve esta
consideración: sólo nos conocemos cuando nos damos, es al mirarme con
los ojos que me miran cuando sé quien soy.
Pero volvemos al final de la consideración de Ratzinger: "A partir de
este «nuestro» entendemos también la segunda parte de la invocación:
«... que estás en el cielo». Con estas palabras no situamos a Dios
Padre en una lejana galaxia, sino que afirmamos que nosotros, aun
teniendo padres terrenos diversos, procedemos todos de un único Padre,
que es la medida y el origen de toda paternidad. «Por eso doblo las
rodillas ante el Padre, de quien toma nombre toda familia en el cielo
y en la tierra», dice san Pablo. Como trasfondo, escuchamos las
palabras del Señor: «No llaméis padre vuestro a nadie en la tierra,
porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo». La paternidad de Dios
es más real que la paternidad humana, porque en última instancia
nuestro ser viene de Él; porque Él nos ha pensado y querido desde la
eternidad; porque es Él quien nos da la auténtica, la eterna casa del
Padre. Y si la paternidad terrenal separa, la celestial une: cielo
significa, pues, esa otra altura de Dios de la que todos venimos y
hacia la que todos debemos encaminarnos. La paternidad «en los cielos»
nos remite a ese «nosotros» más grande que supera toda frontera,
derriba todos los muros y crea la paz".
Esta nueva vida, con una comunión en fraternidad basada en la clara
conciencia de la filiación divina, que empapa todo el Evangelio, da
unidad a todo lo que hacemos y ofrece al hombre una respuesta
exhaustiva a sus preguntas. La Iglesia, para ayudarnos nos propuso
desde el comienzo la norma de rezar tres veces el Padrenuestro cada
día (queda la costumbre en las tres oraciones de la Misa, laudes y
vísperas), para ir subiendo poco a poco a las almas a comprender la
llamada divina, y ser contemplativos. El misterio de nuestra filiación
en Cristo tiene muchas perspectivas: la elevación de la naturaleza
humana y la divinización del cristiano, inhabitación de la Santísima
Trinidad y acción del Espíritu Santo en el alma del justo, la
configuración con Cristo... pero quiero subrayar la fuerza que tiene
el conocimiento operativo–sapiencial de esta verdad, fruto de su
consideración. Se trata de una toma de conciencia de filiación divina
fomentada con su consideración frecuente: de ahí proviene un modo de
vivir con serenidad, alegría... un nuevo modo de conocer y de amar,
según Dios, que perfecciona el nuestro, que comprende todas las
virtudes y los dones: audacia, gratitud y magnanimidad; de ahí surge
una lucha ascética confiada, el sentido de la penitencia unida a la
alegría, en un espíritu de conversión de los hijos de Dios; humildad y
«endiosamiento»; una juventud del alma que proviene del amor y que
lleva –con sentido deportivo– a una esperanza: «todo es para bien»....
San Josemaría Escrivá desarrolló con su vida y su impulso espiritual
un modo de vivir la filiación divina –que se ha analizado en diversas
perspectivas – y que estalla en una espiritualidad que surge de ese
amor filial: "Niño audaz, grita: ¡Qué amor el de Teresa! —¡Qué celo el
de Xavier! —¡Qué varón más admirable San Pablo! —¡Ah, Jesús, pues yo…
te quiero más que Pablo, Xavier y Teresa!".

Lunes de la segunda semana de Pascua: Jesús nos invita a nacer de nuevo, a una vida de la gracia, de hijos de Dios.

Hechos (4,23-31): "Puestos en libertad, fueron a reunirse con los
suyos y les contaron lo que les habían dicho los sumos sacerdotes y
los ancianos. Después de escucharlos, hicieron todos juntos, en voz
alta, esta oración a Dios: «Soberano Señor, tú eres el Dios que has
hecho el cielo y la tierra, el mar y cuanto hay en ellos; el que por
boca de nuestro padre David, tu siervo, dijiste: ¿Por qué se amotinan
las naciones y los pueblos hacen proyectos vanos? Se levantan los
reyes de la tierra y los príncipes conspiran a una contra el Señor y
su Mesías. Así ha sido. En esta ciudad, Herodes y Poncio Pilato se
confabularon con los paganos y gentes de Israel contra tu santo siervo
Jesús, tu Mesías, para hacer lo que tu poder y tu sabiduría habían
determinado que se hiciera. Ahora, Señor, mira sus amenazas y concede
a tus siervos predicar tu palabra, y extiende tu mano para curar y
obrar señales y prodigios en el nombre de tu santo siervo Jesús».
Acabada su oración, tembló el lugar en que estaban reunidos, y
quedaron todos llenos del Espíritu Santo, y anunciaban con absoluta
libertad la palabra de Dios".
-Una vez libres, Pedro y Juan volvieron junto a sus hermanos. Después
del milagro de la curación del tullido, Pedro y Juan pasaron una noche
en la cárcel. ¡El primer Papa en la cárcel! por haber curado a un
enfermo y haber anunciado la resurrección de Jesús. Ahora también
algunos abogados querrían meterlo en la cárcel con motivo de su viaje
a Inglaterra… Te ruego Señor, por todos los que están «encarcelados»
por haber dado testimonio de su fe... por todos los que tienen
dificultad en ser testigos, porque el ambiente en que viven es
opresivo y constituye a su alrededor algo así como una cárcel que les
impide vivir y anunciar a Jesucristo.
Los hermanos elevaron la voz hacia Dios: "¿Por qué esa agitación de
las naciones?" El primer reflejo de esa «comunidad de hermanos» es
orar. No es un grupo humano ordinario, es un grupo que se sitúa
delante de Dios. Inmediatamente, dilucidan la situación en la que
viven -¡un arresto de dos de los suyos!- por medio de la Palabra de
Dios. El suceso vivido es confrontado a esa Palabra: eso es orar...
ver nuestras cosas con ojos de Dios.
«¿Por qué esas naciones en tumulto, y esos vanos proyectos de los
pueblos? «Se levantaron los reyes de la tierra contra el Ungido del
Señor. «Pero Dios, desde el cielo se sonríe. "Os anuncio el decreto
del Señor: Tú eres mi Hijo... te doy en herencia las naciones!" ¡Qué
valentía y audacia debieron sacar de tales plegarias!
-Efectivamente, en esta ciudad se han aliado Herodes, Poncio Pilato y
los pueblos paganos con Israel... La aplicación concreta es también
inmediata, y sin inquietarse por preocupaciones diplomáticas. Son
pobres. No tienen nada que perder. Se atreven a enfrentarse al Poder
político y religioso dominante. -Ten en cuenta, Señor, sus amenazas y
concede a tus siervos que puedan predicar tu Palabra con valentía.
Hacía poco que este mismo Pedro temblaba de miedo ante unas criadas
del sumo sacerdote. Y ahora se halla rebosante de audacia y valentía.
Ser apóstol no requiere tener cualidades excepcionales, ni
competencias extraordinarias. Ninguno de los apóstoles tiene
instrucción. Concede, Señor, a todos los cristianos, a todos los
bautizados que sepamos dar testimonio en todos los ambientes en los
cuales vivimos.
-Acabada su oración todos quedaron llenos del Espíritu Santo. Este
estribillo se repite continuamente en los primeros tiempos de la
Iglesia. Es el tiempo del Espíritu. Es el fruto de la resurrección.
¡Señor, elévanos! ¡Señor, envía tu soplo sobre nuestras vidas! ¡Señor,
llénanos de tu Espíritu! y danos la gracia de serle fieles. En este
tiempo pascual, haznos descubrir la devoción al Espíritu Santo. El
espíritu va unido a la plegaria: «acabada su oración...» Concédenos la
perseverancia en la oración para llenarnos del Espíritu. -Entonces
predicaron la Palabra de Dios. El apostolado, la evangelización, se
derivan de ello. No hay conflicto en ellos entre «contemplación» y
«acción». Pasan sin interrumpir de la oración a la proclamación del
Evangelio (Noel Quesson).
Después de la liberación de Pedro y de Juan, la comunidad cristiana
ora rememorando las palabras del Salmo 2, interpretadas como una
profecía de la pasión y de la resurrección del Mesías. Se trata de la
primera oración comunitaria de la Iglesia. La persecución provoca y
acentúa una mayor unión de sentimientos y el recurso a Dios, que
escucha la súplica de la Iglesia reunida. En la acción eucarística, al
hacer presente la actuación salvífica de Dios en Cristo, pedimos y
recibimos la fuerza del Espíritu, que se ha de manifestar en el
testimonio valiente de nuestras palabras y de nuestras obras. San
Agustín habla muchas veces sobre la oración y sus cualidades y
eficacia: «Cuando nuestra oración no es escuchada es porque pedimos
mal, porque somos malos y no estamos bien dispuestos para la petición.
Mal, con poca fe y sin perseverancia, o con poca humildad. Mal, porque
pedimos cosas malas, o van a resultar, por alguna razón, no
convenientes para nosotros».
Sea lo que sea lo que nos pase a nosotros -podemos perder la libertad
e ir a parar a la cárcel- lo que pedimos es que la Palabra nunca se
vea maniatada. Que pueda seguirse anunciando la Buena Noticia del
Evangelio a todos. Si para ello hacen falta carismas y milagros,
también los pedimos a Dios, para que todos sepan que se hacen en el
nombre de Jesús. El temblor del lugar de la reunión se interpreta en
la Escritura como asentimiento de Dios: Dios escuchó la oración de
aquella comunidad. Los llenó de su Espíritu, como en un renovado
Pentecostés. Y así pudieron seguir predicando la Palabra, a pesar de
los malos augurios de la persecución.
Ojalá supiéramos interpretar y «rezar» nuestra historia desde la
perspectiva de Dios. Por ejemplo, a partir de los salmos. Los salmos
que rezamos y cantamos se cumplen continuamente en nuestras vidas. Con
ellos no hacemos un ejercicio de memoria histórica. Cuando los rezamos
pedimos a Dios que salve a los hombres de nuestra generación, alabamos
a Dios desde nuestra historia, meditamos sobre el bien y el mal tal
como se presentan en nuestra vida de cada día, protestamos del mal que
hay ahora en el mundo, no por el que existía hace dos mil quinientos
años. Como la primera generación aplicaba el salmo 2 a su historia (y
el salmo 21, a Cristo en la cruz: ¿por qué me has abandonado?),
nosotros los tendríamos que hacer nuestros, con su actitud de
alabanza, de súplica o de protesta. Una oración así da intensidad y a
la vez serenidad a nuestra visión de la historia, la eclesial, la
social, la personal. Otra lección que nos da la comunidad de
Jerusalén: ¿tenemos ese amor a la evangelización que tenían ellos?
¿Estamos dispuestos a ir a la cárcel, o soportar algún fracaso, o
entregar nuestras mejores energías para que la Buena Nueva de Cristo
Jesús se vaya extendiendo en nuestro entorno? ¿Andamos preocupados
por nuestro bienestar, o por la eficacia de la evangelización en medio
de este mundo a veces hostil?
Dios ha constituido a su Hijo en Señor y Mesías de todo lo creado.
¿Podrá alguien oponerse al Plan de salvación de Dios? Dios nos ha
unido a su propio Hijo como se unen la Cabeza y los demás miembros del
cuerpo. Dios nos ha constituido en la prolongación de la encarnación
de su Hijo, para que, a través de la historia, la Iglesia sea la
responsable de hacer que la salvación llegue a todas las naciones,
hasta el último rincón de la tierra. La Iglesia vive en medio de
tribulaciones y persecuciones dando testimonio de su Señor, muerto y
resucitado para que seamos perdonados de nuestros pecados y tengamos
vida nueva. Su Señor le ha prometido a su Iglesia que los poderes del
infierno no prevalecerán sobre ella. ¿Podrá alguien oponerse al Plan
de Dios sobre nosotros? Por eso vivamos confiados en el Señor, pues Él
hará que su Iglesia reine, junto con su Hijo, eternamente.
El Evangelio (Juan 3,1-8) nos dice que "había entre los fariseos un
hombre importante, llamado Nicodemo. Una noche fue a ver a Jesús y le
dijo: «Maestro, sabemos que Dios te ha enviado para enseñarnos, porque
nadie puede hacer los milagros que Tú haces si no está Dios con él».
Jesús le respondió: «Te aseguro que el que no nace de nuevo no puede
ver el reino de Dios». Nicodemo le preguntó: «¿Cómo puede uno nacer de
nuevo siendo viejo? ¿Es que puede volver al seno de su madre y nacer
de nuevo?». Jesús respondió: «Te aseguro que el que no nace del agua y
del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios. Lo que nace de la
carne es carne, y lo que nace del Espíritu es espíritu. No te extrañe
que te diga: Es necesario nacer de nuevo. El viento sopla donde
quiere; oyes su voz, pero no sabes de dónde viene y a dónde va; así es
todo el que nace del Espíritu»".
A partir de hoy, durante todo el Tiempo Pascual, leeremos el evangelio
de Juan. Empezando durante cuatro días por el capítulo tercero, el
diálogo entre Jesús y Nicodemo. El fariseo, doctor de la ley, está
bastante bien dispuesto. Va a visitar a Jesús, aunque lo hace de
noche. Sabe sacar unas conclusiones buenas: reconoce a Jesús como
maestro venido de Dios, porque le acompañan los signos milagrosos de
Dios. Tiene buena voluntad. Es hermosa la escena. Jesús acoge a
Nicodemo. A la luz de una lámpara dialoga serenamente con él. Escucha
las observaciones del doctor de la ley, algunas de ellas poco
brillantes. Es propio del evangelista Juan redactar los diálogos de
Jesús a partir de los malentendidos de sus interlocutores. Aquí Jesús
no habla de volver a nacer biológicamente, como no hablaba del agua
del pozo con la samaritana, ni del pan material cuando anunciaba la
Eucaristía. Pero Jesús no se impacienta. Razona y presenta el misterio
del Reino. No impone: propone, conduce. Jesús ayuda a Nicodemo a
profundizar más en el misterio del Reino. Creer en Jesús -que va a ser
el tema central de todo el diálogo- supone «nacer de nuevo», «renacer»
de agua y de Espíritu. La fe en Jesús -y el bautismo, que va a ser el
rito de entrada en la nueva comunidad- comporta consecuencias
profundas en la vida de uno. No se trata de adquirir unos
conocimientos o de cambiar algunos ritos o costumbres: nacer de nuevo
indica la radicalidad del cambio que supone el «acontecimiento Jesús»
para la vida de la humanidad. El evangelio, con sus afirmaciones sobre
el «renacer», nos interpela a nosotros igual que a Nicodemo: la Pascua
que estamos celebrando ¿produce en nosotros efectos profundos de
renacimiento? El día de nuestro Bautismo recibimos por el signo del
agua y la acción del Espíritu la nueva existencia del Resucitado.
Celebrar la Pascua es revivir aquella gracia bautismal. La noche de
Pascua, en la Vigilia, renovamos nuestras promesas bautismales.
¿Fueron unas palabras rutinarias, o las dijimos en serio? ¿Hemos
entendido la fe en Cristo como una vida nueva que se nos ha dado y que
resulta más revolucionaria de lo que creíamos, porque sacude nuestras
convicciones y tendencias? Nacer de nuevo es recibir la vida de Dios.
No es como cambiar el vestido o lavarse la cara. Afecta a todo nuestro
ser. Ya que creemos en Cristo y vivimos su vida, desde el Bautismo,
tenemos que estar en continua actitud de renacimiento, sobre todo
ahora en la Pascua: para que esa vida de Dios que hay en nosotros,
animada por su Espíritu, vaya creciendo y no se apague por el
cansancio o por las tentaciones de la vida (J. Aldazábal).
El que no nazca de nuevo no puede ver el Reino de Dios. En el
Ofertorio rezamos: «Recibe, Señor, las ofrendas de tu Iglesia
exultante de gozo, y pues en la resurrección de tu Hijo nos diste
motivo de tanta alegría, concédenos participar de este gozo eterno».
El buen fariseo, Nicodemo, se muestra abierto, reconocido ante Jesús,
pero no expresa su modo de pensar. Jesús se lo descubre: mira, entrar
en el Reino es cambiar de raíz en el modo de pensar y sentir. Hay que
nacer de nuevo, según el Espíritu. ¿Tú quieres ser 'hombre nuevo'? En
la Entrada decimos: «Cristo, una vez resucitado de entre los muertos,
ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre Él. Aleluya» (Rom
6,9). Jesús manifiesta a Nicodemo el misterio del bautismo, como nuevo
nacimiento a la vida divina y como entrada en el Reino de Dios. Todo
está relatado en orden al Bautismo. Comenta San Juan Crisóstomo: «En
adelante nuestra naturaleza es concebida en el cielo con Espíritu
Santo y agua. Ha sido elegida el agua y cumple funciones de generación
para el fiel... Desde que el Señor entró en las aguas del Jordán, el
agua no produce ya el bullir de animales vivientes, sino de almas
dotadas de razón, en las que habita el Espíritu Santo». Y San Agustín:
«No conoce Nicodemo otro nacimiento que el de Adán y Eva, e ignora el
que se origina de Cristo y de la Iglesia. Sólo entiende de la
paternidad que engendra para la muerte, no de paternidad que engendra
para la vida. Existen dos nacimientos; mas él sólo de uno tiene
noticia. Uno es de la tierra y otro es del cielo; uno de la carne y
otro del Espíritu; uno de la mortalidad, otro de la eternidad... Los
dos son únicos. Ni uno ni otro se pueden repetir».
En un diálogo íntimo, Nicodemo le pregunta a Jesús por su misión.
Jesús le contesta: es preciso nacer de nuevo. Se trata de un
nacimiento espiritual por el agua y el Espíritu Santo: es un mundo
completamente nuevo el que se abre ante los ojos de Nicodemo. Estas
palabras constituyen un horizonte sin límites para todos los
cristianos que queremos dejarnos llevar dócilmente por las
inspiraciones y mociones del Espíritu Santo. La vida interior no
consiste solamente en adquirir una serie de virtudes naturales o en
guardar algunas formas de piedad. Tenéis que despojaros del hombre
viejo según el cual habéis vivido en vuestra vida pasada, decía San
Pablo a los Efesios. Es una transformación interior, obra de la gracia
en el alma y de nuestra mortificación de la inteligencia, de los
recuerdos y de la imaginación. Así como la imaginación puede ser de
gran ayuda en la vida interior, para la contemplación de la vida del
Señor, podría convertirse en "la loca de la casa" si nos arrastra a
cosas vanas, insustanciales, fantásticas y aun prohibidas. Su
sometimiento a la razón se consigue con mortificación.
Dejar suelta la imaginación supone, en primer lugar, perder el tiempo,
que es un don de Dios. Cuando no hay mortificación interior, los
sueños de la imaginación giran frecuentemente alrededor de los propios
talentos, de lo bien que se ha quedado en determinada actuación, en la
admiración que se despierta alrededor, lo que lleva a perder la
rectitud de intención y a que la soberbia tome cuerpo. Otras veces la
imaginación juzga el modo de actuar de otros y lleva por lo tanto a
cometer faltas internas de caridad, porque lleva a emitir juicios
negativos y poco objetivos: sólo Dios lee la verdad de los corazones.
Vale la pena que hoy examinemos cómo llevamos esa mortificación
interior de la imaginación, que tanto ayuda a mantener la presencia de
Dios y a evitar muchas tentaciones y pecados. La mortificación de la
imaginación no está en la frontera del pecado, sino en el terreno de
la presencia de Dios, del Amor. Purifica el alma y facilita que
aprovechemos bien el tiempo dedicado a la oración; nos permite
aprovechar mejor el tiempo en el trabajo, haciéndolo a conciencia,
santificándolo; nos permite vivir la caridad al estar pendiente de los
demás. La imaginación purificada nos ayuda en el trato con Dios porque
nos ayuda a meditar las escenas del Evangelio y a meternos en él como
un personaje más. Imitemos a la Santísima Virgen, que guardaba todas
estas cosas –los sucesos de la vida del Señor- y las meditaba en su
corazón (Francisco Fernández Carvajal).
El tiempo pascual es un tiempo de plenitud: la resurrección de Jesús
ha revelado su "ser' profundo... su misterio divino. Era bastante
natural, en este momento del año, colocar el evangelio que ha ido más
lejos en la contemplación de la "Persona" de Jesús. El tema
fundamental de san Juan podría expresarse así: El Hijo único de Dios
se ha encarnado y ha sido entregado por el Padre al mundo a fin de
revelar y comunicar a los hombres las riquezas misteriosas de la vida
divina. Ser bautizado, es renacer. Es como si todo volviera a empezar.
Es una resurrección. Un nuevo ser. Señor, haz que yo renazca, nuevo
cada día. -Lo que nace de la carne, carne es; pero lo que nace del
Espíritu, es espíritu. "Nacido de la carne"... "Nacido del
Espíritu..." Dejo resonar en mí esta oposición. Yo sé lo que es la
"carne": es la naturaleza humana con sus posibilidades y sus
límites... es una maravilla frágil. Adivino lo que es el "Espíritu"...
es la potencia divina. Desde mi bautismo, habita en mí el Espíritu de
Dios. Yo he "nacido del Espíritu". ¿Pero es realmente verdad que soy
"espiritual", que soy "espíritu"? ¿Qué exigencias debería tener esto
en mi vida cotidiana? -El viento sopla donde quiere. Oyes su voz. Pero
no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo hombre nacido del
Espíritu. En griego, la misma palabra "pneuma" designa a la vez el
"viento" y el "espíritu". La imagen es sugestiva: Jesús subraya el
carácter "misterioso, invisible, difícil de controlar, del viento. No
se sabe de dónde viene ni adónde va. Estar bautizado es ser conducido
por ese soplo divino invisible. ¿Acepto yo que sea Dios, el Espíritu,
quien me impulse hacia adelante, quien me conduzca "no sé adónde"? "El
viento sopla donde quiere." ¡Vivir con lo invisible! "Lo esencial es
invisible para los ojos", escribía A. Saint-Exupery en el "Pequeño
Príncipe". -No te maravilles si te he dicho: "Es preciso renacer."
Sí, es una novedad radical... un "hombre divinizado", un hombre
animado de una vida superior, un hombre participante actualmente de la
vida divina. Es conveniente hallar de vez en cuando el tiempo para
pensar en ello, para realizar esta vida de verdad: la oración, tiempo
privilegiado de empalmar con el Espíritu (Noel Quesson).