martes, 9 de febrero de 2010

Domingo de la 4ª semana, C. La profecía y los otros dones son para ayuda a los demás, y entre todos resplandece el amor; la virtud más grande, la que

Domingo de la 4ª semana, C. La profecía y los otros dones son para ayuda a los demás, y entre todos resplandece el amor; la virtud más grande, la que nos trae Jesús, el Amor de Dios encarnado.
 
Libro de Jeremías 1,4-5.17-19. En los días de Josías, recibí esta palabra del Señor: «Antes de formarte en el vientre, te escogí; antes de que salieras del seno materno, te consagré: te nombré profeta de los gentiles. Tú cíñete los lomos, ponte en pie y diles lo que yo te mando. No les tengas miedo, que si no, yo te meteré miedo de ellos. Mira; yo te convierto hoy en plaza fuerte, en columna de hierro, en muralla de bronce, frente a todo el país: frente a los reyes y príncipes de Judá, frente a los sacerdotes y la gente del campo. Lucharán contra ti, pero no te podrán, porque yo estoy contigo para librarte.»
 
Salmo responsorial Sal 70, 1-2. 3-4a. 5-6ab. l5ab y 17. R. Mi boca contará tu salvación, Señor.
A ti, Señor, me acojo: no quede yo derrotado para siempre; tú que eres justo, líbrame y ponme a salvo, inclina a mí tu oído, y sálvame.
Sé tu mi roca de refugio, el alcázar donde me salve, porque mi peña y mi alcázar eres tú, Dios mío, líbrame de la mano perversa.
Porque tú, Dios mío, fuiste mi esperanza y mi confianza, Señor, desde mi juventud. En el vientre materno ya me apoyaba en ti, en el seno tú me sostenías.
Mi boca contará tu auxilio, y todo el día tu salvación. Dios mío, me instruiste desde mi juventud, y hasta hoy relato tus maravillas.
 
Primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 12,31-13,13. Hermanos: Ambicionad los carismas mejores. Y aún os voy a mostrar un camino excepcional. Ya podría yo hablar las lenguas de los hombres y de los ángeles; si no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o unos platillos que aturden. Ya podría tener el don de profecía y conocer todos los secretos y todo el saber, podría tener fe como para mover montañas; si no tengo amor, no soy nada. Podría repartir en limosnas todo lo que tengo y aun dejarme quemar vivo; si no tengo amor, de nada me sirve. El amor es paciente, afable; no tiene envidia; no presume ni se engríe; no es mal educado ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Disculpa sin limites, cree sin limites, espera sin limites, aguanta sin límites. El amor no pasa nunca. ¿El don de profecía?, se acabará. ¿El don de lenguas?, enmudecerá. ¿El saber?, se acabará. Porque limitado es nuestro saber y limitada es nuestra profecía; pero, cuando venga lo perfecto, lo limitado se acabará. Cuando yo era niño, hablaba como un niño, sentía como un niño, razonaba como un niño. Cuando me hice un hombre acabé con las cosas de niño. Ahora vemos confusamente en un espejo; entonces veremos cara a cara. Mi conocer es por ahora limitado; entonces podré conocer como Dios me conoce. En una palabra: quedan la fe, la esperanza, el amor: estas tres. La más grande es el amor.
 
Evangelio según san Lucas 4,21-30. En aquel tiempo, comenzó Jesús a decir en la sinagoga: - «Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.» Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios. Y decían: - «¿No es éste el hijo de José?» Y Jesús les dijo: - «Sin duda me recitaréis aquel refrán: "Médico, cúrate a ti mismo"; haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún.» Y añadió: - «Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel habla muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses, y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, más que Naamán, el sirio.» Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba.
 
Comentario: Jr 1,4-5.17-19. El profeta toma la palabra para hablarnos de su vocación  y de su envío o misión, y se insertan en mdio sus dos primeros oráculos. Corre el año 628 a. de C. El es "el escogido", "consagrado" y "nombrado", términos que indican destino para la misión de la palabra. El tocar la boca del v.9 es un gesto que también dice relación a la palabra. Así el profeta queda consagrado para la misión. Como Moisés (Ex 4,10), también Jeremías se asusta ante la tarea encomendada (v.6). En aquella época de decadencia del poder asirio, él va a ser más el profeta de juicio que de salvación (cf  los verbos del v 10 en los que se recalca más la idea de destrucción que de construcción); ha de luchar constantemente contra sus paisanos que abrigaban falsas esperanzas porque un nuevo poder, el de Babilonia -dirá el profeta-, acabará con el reino del Sur (año 587 a. de C.). Jeremías es hombre débil y ha de anunciar al pueblo, al que tanto ama, aquello que no le agrada. Por eso se siente solitario, incluso forzado y violado por el Señor.
Ante este grito de angustia, el Señor le garantiza su auxilio (vs. 7-10). Su palabra es la de Dios. Jeremías debe aceptar su ministerio sin miedos y con prontitud. Esta es la paradoja de Jeremías; su palabra es potente al ser palabra de Dios, y, a la vez, impotente, ya que no puede forzar a nadie a la fe y a la obediencia. En la promesa del Señor sólo se le garantiza la asistencia y triunfo final; pero para nada se habla de triunfalismo y éxitos rotundos. Su camino es arduo y difícil, lleno de dolor y perseguido. Esta será también la suerte de todo mensajero hoy (A. Gil Modrego).
La vocación es en la vida de todo hombre lo que da sentido a toda su actividad. Confundir la vocación puede suponer el fracaso total de una personalidad. Jeremías a los veinte años tiene clara conciencia de cuál sea su vocación. Ha sido llamado para ser profeta de las naciones.
Los grandes pioneros del espíritu han dejado constancia de su vocación, de su encuentro con Dios, en el que han comprendido la misión de su vida. Cada uno a su estilo, de forma diferente pero con certeza, seguridad y eficacia. Es una profunda experiencia interior de lo divino y humano en estrecha intimidad inadecuadamente expresada después mediante los medios físicos de que disponemos. La descripción externa es irreal. La experiencia interna tan real como el pan y el agua que comemos y bebemos.
Jeremías se sabe conocedor de Dios al mismo tiempo que ha sido conocido por El. Conocimiento que es amor. En el lenguaje hebreo se conoce con el corazón. Este conocimiento amoroso ha hecho de él un consagrado, algo dedicado exclusivamente a Dios y separado de todo lo demás.
Aunque fue a los veinte años cuando tomó conciencia de todo esto, fue también entonces cuando descubrió en su intimidad con Dios -Dios se lo reveló, decimos nosotros- que este sentido de su vida estaba ya prefijado desde eterno en los planes de Dios, desde antes de que fuera formado en el seno de su madre.
Esto le hace temblar. Se ve sencillamente un hombre. Quisiera ser como uno de tantos; como un niño pequeño que no sabe hablar.
Tímido por naturaleza, está muy lejos de ofrecerse voluntario como Isaías. Pero el imperativo divino está por encima de sus sentimientos naturales. "Yo estaré contigo para salvarte". ¡Qué hermosa experiencia de intimidad y presencia de lo divino en lo humano! Yahveh sale responsable de cuanto diga. El pondrá en su boca lo que ha de decir y la fuerza para decirlo. Para ello debe primero purificarla con el simbolismo de tocarla con su mano. Desde ahora su misión está bien clara. Con la antítesis de construir y destruir sabe que deberá enderezar todo camino torcido y profundizar en la revelación, incluso con nuevas revelaciones.
Sabe que tiene que hablar porque su conciencia no puede soportar lo que contemplan sus ojos: idolatría, enoteísmo, perversión de costumbres.... Tiene que hablar y tiembla. ¿Y qué hombre no? Es la violencia de esa lucha interior entre las exigencias de la fe y la debilidad humana. Hasta Cristo sudó sangre. Así son los auténticos llamados, los genuinos profetas (com. de edic. Marova).
2. Sal 70. Es un "midrash", una especie de "parábola", un "ropaje": el pueblo de Israel está representado aquí en un anciano, escogido desde antes de su nacimiento (el amor de Dios es el primero), y que se ha esforzado por ser fiel hasta sus "cabellos blancos"... Un anciano sin fuerzas y rodeado de enemigos que quieren su perdición... Y que se atreve a pedir a Dios no simplemente la prolongación de una pobre vida maltrecha sino una "nueva vitalidad", una nueva juventud, una verdadera resurrección: ¡entonces, Israel, sin fin "cantará" la alabanza y la alegría!
Desde el punto de vista literario, miremos el hermoso movimiento en espiral, que mezcla sin cesar, la "súplica" y la "alabanza" .. EI creyente que grita y gime ante la prueba, sin embargo, jamás se desespera... A su petición suplicante, junta la acción de gracias.
Desde su infancia, Jesús estuvo "en las cosas de su Padre"... Más que nadie podía decir: "Tú me escogiste desde el vientre de mi madre... He sido motivo de asombro para muchos"... "Todo el día están llenos mis labios de alabanzas a tu gloria"... Jesús pide en su Pasión, ser librado de sus enemigos: "Dios lo abandona... ¡Veamos si Elías viene a liberarlo! Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?"
Y en esta situación extrema, seguridad en la resurrección: "Me harás vivir de nuevo, me levantarás de lo profundo de la tierra... Y cantaré la alegría de una vida que me has vuelto a dar"... Sí, hay que repetir este salmo con Jesús.
El tema de la vejez. Nunca como en nuestro mundo moderno la vejez ha sido una prueba terrible. Cuanto más el hombre moderno logra curar las enfermedades, más siente el fracaso de no poder curarse de la muerte. Cuanto más confort y bienestar proporcionan las técnicas y la ciencia, se hace más duro tener que abandonar esta vida. Nunca como hoy, el anciano ha estado tan aislado: nuestros abuelos vivían casi siempre en familia, con sus hijos... hay que experimentar el terrible sentimiento del abandono, esta impresión humanamente dramática de haber cumplido su tiempo, como un viejo utensilio ya fuera de uso... hay que afrontar lúcidamente esta cruel vivencia en que una cierta vida ha terminado, y que, aquel tiempo es irreversible... para comulgar con la esperanza del salmista: sí, para el verdadero creyente, las leyes biológicas y psicológicas de la vejez no influyen en quien espera la comunicación de la vida divina. ¡Nuestra nueva juventud, está ante nosotros, en Dios! ¡Allí está la alegría!
El deseo de vivir. Todo este salmo protesta contra la pérdida de vitalidad, aun en nombre mismo de la eternidad del amor: ya que Dios nos creó porque El nos ama (¡Desde el vientre de nuestra madre!), ¿cómo podría El abandonarnos? La resurrección de los muertos, la Resurrección de Jesucristo, está prevista desde toda la eternidad, y hace parte del proyecto inicial del creador. No acusemos jamás a Dios de haber hecho un hombre mortal. Su único proyecto, es el de un ¡hombre resucitado! Esta fe penetra ya este salmo.
El sentido de la alabanza. Aun en medio de las situaciones más dolorosas, el hombre de la Biblia continúa su canción, toma su guitarra y da gracias (Noel Quesson).
Cuando las fuerzas declinan. Hay una ley constante que cruza como un meteoro los cielos de la Historia de la Salvación: sólo los pobres poseerán a Dios. Los ricos ya tienen su dios; su corazón ya está ocupado. Y ricos no sólo son los que disponen de sólidas cuentas bancarias, sino también aquellos que gozan de una firme instalación vital: éxito, prestigio, salud.
Cuando un hombre se halla en posesión de una propiedad, ésta reclama a su propietario, y, entre éste y la propiedad se establece una apropiación, con lo que la propiedad sujeta y esclaviza al dueño, y se le transforma en objeto de culto y adoración. Al dueño se le van las entrañas, en un movimiento de adhesión y rendimiento, detrás de la propiedad, ya transformada en ídolo, absorbiendo las mejores fuerzas del corazón: tiempo, preocupación, devoción. Definitivamente, ¡qué difícil es que un rico entre en el Reino de Dios! (Mt 19,23).
Cuando el hombre se identifica con su ídolo, en una funesta simbiosis, entonces el hombre mismo se transforma en un pequeño dios de sí mismo. Y, al final de este proceso, se encuentra en posesión de un tesoro que es él mismo, jugando al «pequeño dios» en un minúsculo estadio, olvidándose de que su salvación consiste en estar abierto en lo más profundo de su ser, y de que su riqueza consiste en ser pobre de sí mismo.
Por eso, constantemente aparece en los salmos la condición indigente y fugaz del hombre, reclamando, por contraste, la solidez de Dios. Aparece la fragilidad moral o pecado como la pobreza humana más radical que, por su propia naturaleza, reclama la presencia misericordiosa del Señor.
Ser pobre consiste fundamentalmente en la carencia de algo: salud, patria prestigio, amor, estima... El hambriento es pobre porque necesita de alimento para sobrevivir. El exiliado es pobre porque le despojaron de una patria. La esposa abandonada es pobre porque necesita del cónyuge. Al perseguido le falta comprensión, o justicia, o acogida. Al calumniado le han usurpado el prestigio.
Un dato interesante: en un número elevado de salmos el salmista se eleva hacia Dios a partir de la experiencia de alguna indigencia humana: en los salmos 13, 17, 22, 88 de la experiencia de una extrema aflicción; en el salmo 71 de la experiencia de la ancianidad; en el salmo 30 y otros, de la experiencia de la inminencia de la muerte; en los salmos 35, 55, 57, 69 de la experiencia de la persecución; en los salmos 38, 51, y otros, de la experiencia del pecado. La lista se haría interminable. Es la constante pedagogía del Señor: deja que el hombre se hunda en el abismo de la indigencia; allí mismo se inicia su ascenso hacia Dios.
La observación de la vida me ha enseñado esta comprobación: en el camino de la vida, cuando una persona, en una determinada oportunidad, ha tenido un fuerte proceso de conversión, ha sido casi siempre a partir de una dura crisis, de una experiencia interior intensa de alguna indigencia, como fracasos, disgustos, desilusiones. La experiencia demuestra que, en los planes divinos, las pruebas de la vida son la pedagogía ordinaria de Dios con respecto de sus hijos. Cuando los ídolos caen y tambalean las columnas, sólo entonces Dios puede transformarse en mi Dios.
En la ancianidad. Es un salmo verdaderamente hermoso y entrañable. Entre sus pliegues palpita en todo momento una profunda intimidad; y una confianza casi invencible cruza su firmamento de un extremo a otro.
Cuarteado como un edificio en ruinas, próximo ya a las puertas del abismo, el anciano salmista mira atrás, mira hacia adelante, se mueve entre agitados contrastes, entre la impotencia y la esperanza y, a pesar de estos contrastes, una serenidad vestida de ternura está presente entre sus líneas en todo momento. En suma, es un salmo de gran consolación.
No obstante, el salmo 70 no extiende ningún puente al Más Allá; jamás levanta la mirada por encima de los horizontes. El anciano salmista se conforma con seguir viviendo unos años más en este suelo; no tiene alas de trascendencia. Le falta la mirada cristiana hacia la Patria y la resurrección final. Por eso, a pesar de su hermosura, el salmo se nos queda corto.
En los tres primeros versículos sentimos al salmista como nervioso, tenso. Se parece a un hombre que se halla ante un peligro inminente, o, quizá, a un hombre acosado por fieras que le acechan desde todas partes: ayúdame, sálvame, mira que estoy en grave peligro. Si sucumbo, ¿qué van a decir mis enemigos? Te necesito. Sé para mí roca de refugio, fortaleza invulnerable, ancla de salvación (vv. 1-3).
En este momento el anciano salmista extiende su mirada sobre su pasado, abarca de un golpe de vista todos los años de su vida, retrocede hasta la infancia, y, conmovedoramente, nos hace una deslumbrante evocación (vv. 5-8), y nos transmite un mundo de ternura: Dios lo había hecho vibrar desde la aurora de su vida, y siempre había sido sensible a los encantos divinos (v. 5).
Y, en una actitud audaz, retrocede hasta el seno materno. El anciano salmista tiene la conciencia clara de que desde entonces, desde el embrión, había sido tocado por el dedo de Dios: ya entonces me apoyaba en Ti más que en mi propia madre; desde entonces Tú fuiste la esencia de mi existencia; todavía en el seno uterino en Ti respiraba, subsistía, era. Mi madre me llevaba en el útero, pero yo te llevaba dentro de mí, y, al mismo tiempo, yo estaba dentro de Ti (v. 6). Y, sintetizando el contenido de este versículo, y abarcando todos los horizontes, nos entrega el salmista esta emotiva acotación: «Siempre he confiado en Ti.»
Desempolvando los viejos archivos, el salmista recuerda y hace presentes momentos asombrosos: era tanta su gallardía interior y su plenitud que «muchos me miraban como a un milagro» (v. 7). Pero en esto no hubo ningún mérito de mi parte: todo esto sucedía porque yo estaba contagiado de tu fuerza; yo parecía un muro indestructible porque Tú eras mi Roca (v. 7).
Continúa el salmista con su evocación: ha sido, la mía, una existencia brillante a la vista de todos. Tu gloria resplandeció a través de mis pasos y mis días; a lo largo de mis años dejé destellos de luz en las noches y rastros de tus pies en mis días. Todo fue obra tuya. Mi existencia y mi garganta no han cesado de soltar a los vientos tus alabanzas (v. 8).
Ahora en el ocaso… Después de esta evocación, el salmista baja la vista, se mira a sí mismo, y se encuentra como madera carcomida, como muro cuarteado, acosado por la enfermedad, sin fuerzas. Y, para mal de males, los raquíticos de siempre se divierten con esta situación, y hacen de ella el plato favorito de sus chismes y chistes: y es esto lo que más le duele al salmista: deshecho y despreciado. ¿Cabe mayor desgracia? Sí cabe; y es que, para colmo de desdichas, le están sucediendo tantas desgracias porque -así lo interpretan ellos- Dios lo ha abandonado (vv 9-11).
En este momento el salmista salta como un resorte desde el pozo de su impotencia apelando a la justicia divina y lanzando imprecaciones contra sus detractores (vv 12-13). ¡Siempre el instinto de venganza a flor de piel! Entre el versículo 13 y el 14 hay una violenta transición, del abatimiento a la euforia, debido, sin duda, a la experiencia general de su vida: por lo que ha sucedido en su historia pasada, el salmista sabe de antemano que su apelación será atendida, y la confesión pública es un hecho asegurado.
En efecto; después de esas imprecaciones, saltando de contraste en contraste, el viejo salmista da rienda suelta, en tres versículos victoriosos y comenzando con el «yo en cambio», a su seguridad inmutable de que será atendido por el Señor, y ya está pensando en la próxima alabanza: su esperanza jamás declinará así se caigan las estrellas y los montes se desplomen en el mar (v 14). No se cerrará mi boca; seré incansable rapsoda para narrar tus proezas, Señor mío, y contar tu victoria, obra exclusivamente tuya (v 16).
En sus típicas transposiciones de planos y alteraciones anímicas, el viejo salmista, lleno de gratitud y en un tono sumamente entrañable, vuelve, en los versículos siguientes (vv 17-20), al recuerdo de los años pasados, años cuajados de milagros y maravillas: desde los años de mi juventud fuiste mi antorcha; desde la aurora hasta el ocaso me mantenías en vilo, causando yo asombro a todos los espectadores (v 17).
Pero ahora que soy viejo, ahora que las canas blancas me coronan y el vigor se alejó para siempre, ahora no me abandones, Dios mío; mantén mis nervios en alta tensión, dame un soplo de vida, y otro más, hasta acabar mi tarea, la de describir la potencia de tu brazo ante la asamblea de las futuras generaciones. Necesito un poco más de vida para contar a los incrédulos de siempre tus indescriptibles proezas, tus memorables victorias, aquellas hazañas que dejaron mudos a los grandes de la tierra, «Dios mío, ¿quién como Tú?» (v 19).
Después de esta ardiente súplica, el anciano salmista manifiesta en los versículos 20-24 una serena confianza en el futuro, a partir, sin duda, de sus experiencias pasadas: después de tanta flaqueza, serias enfermedades y el desprecio de los prepotentes, yo sé que una desusada primavera estallará en mis venas, desde el abismo de la tierra me levantaré como un tallo esbelto, y de nuevo el árbol de la vida florecerá en mi huerto (v 20).
No sólo eso; mucho más: mi respetabilidad ante la asamblea del pueblo aumentará considerablemente, y las gentes tendrán que reconocer, mudas y asombradas, y confesar ante la faz de la tierra que Tú eres el héroe de tales proezas (v 21). Más todavía: yo sé que he de saborear la fruta más deliciosa de la vida: tu consolación; sí, yo he de beber un vaso de ese vino que me producirá una alta embriaguez; yo sé que te acercarás a mí con la ternura de madre, y me consolarás, y me vendarás las heridas (v 21).
Aquel día tomaré en mis manos las arpas vibrantes y las cítaras de oro, te entonaré en la madrugada una melodía inmortal, y al anochecer te alabaré a muchas voces, Dios mío, y tu Nombre resonará por todas las latitudes, oh Santo de Israel (v 22), y esta alma, agradecida y feliz, por haber sido rescatada de la fosa profunda, te aclamará noche y día, sin cesar, eternamente (vv 23-24; Salmos para la vida; Claret).
Juventud y vejez. «Tú, Dios mío, fuiste mi esperanza / y mi confianza, Señor, desde mi juventud. / En el vientre materno ya me apoyaba en ti; / en el seno, tú me sostenías; / siempre he confiado en ti. / No me rechaces ahora en la vejez; / me van faltando las fuerzas; no me abandones».
Tú eres parte de mi vida, Señor, desde que tengo memoria de mi existencia. Me alegro y me enorgullezco de ello. Mi niñez, mi adolescencia y mi juventud han discurrido bajo la sombra de tus manos. Aprendí tu nombre de labios de mi madre, te llamé amigo antes de tener ningún otro amigo, te abrí mi alma como no se la he abierto nunca a nadie. Al repasar mi vida, veo que está llena de ti, Señor, en mi pensar y en mi actuar, en mis alegrías y en mis penas. He caminado siempre de tu mano por senderos de sombra y de luz, y ésa es, en la pequeñez de mi existencia, la grandeza de mi ser. Gracias, Señor, por tu compañía constante a lo largo de toda mi vida.
Ahora los años se me van quedando atrás, y me pongo a pensar, aun sin quererlo, en los años que me quedan. La vida camina inexorablemente hacia su término, y mi mirada se fija en las nubes de la última cumbre, que parecía tan lejana y ahora, de repente, se asoma cercana e inminente. La edad comienza a pesar, a hacerme sentirme incómodo, a dibujar el molesto pensamiento de que los años que me quedan de vida son ya, probablemente, menos de los que he vivido. Apenas había salido de la inseguridad de la juventud cuando me encuentro de bruces en la inseguridad de la vejez. Mis fuerzas ya no son lo que eran antes, la memoria me falla, los pasos se me acortan sin sentir, y mis sentidos van perdiendo la agudeza de que antes me gloriaba. Pronto necesitaré la ayuda de otros, y sólo el pensar eso me entristece.
Más aún que el debilitarse de los sentidos, siento el progresivo alargarse de la sombra de la soledad sobre mi alma. Amigos han muerto, presencias han cambiado, lazos se han roto, mentalidades han evolucionado, y me encuentro protestando a diario contra la nueva generación, sabiendo muy bien que al hacerlo me coloco a mí mismo en la vieja. Cada vez queda menos gente a mi lado con quien compartir ideas y expresar opiniones. Me estoy haciendo suspicaz, no entiendo lo que otros dicen, ni siquiera oigo bien, y me refugio en un rincón cuando los demás hablan, y en el silencio cuando dicen cosas que no quiero entender. La soledad se va apoderando de mí como el espectro de la muerte se apodera, una a una, de las losas de un cementerio. La enfermedad que no tiene remedio. La marea baja de la vida. El peso del largo pasado. La vecindad de la última hora. Tonos grises de paisaje final.
Me da miedo pensar que, de aquí en adelante, el camino no hará más que estrecharse y no volverá ya a ensancharse jamás. Tengo miedo a caer enfermo, de quedarme inválido, de enfrentarme a la soledad, de mirar cara a cara a la muerte. Y me vuelvo a ti, Señor, que eres el único que puede ayudarme en mis temores y fortalecerme en mis achaques. Tú has estado conmigo desde mi juventud; permanece conmigo ahora en mi vejez. Tú has presidido el primer acto de mi vida; preside también el último. Sostenme cuando otros me fallan. Acompáñame cuando otros me abandonan. Dame fuerzas, dame aliento, dame la gracia de envejecer con garbo, de amar la vida hasta el final, de sonreír hasta el último momento, de hacer sentir con mi ejemplo a los jóvenes que la vida es amiga y la edad benévola, que no hay nada que temer y sí todo a esperar cuando Tú estás al lado y la vida del hombre descansa en tus manos.
¡Dios de mi juventud, sé también el Dios de mi ancianidad!
«Dios mío, me instruiste desde mi juventud, / y hasta hoy relato tus maravillas; / ahora, en la vejez y las canas, / no me abandones, Dios mío» (Carlos G. Vallés).
3. 1ª Co 12,31-13,13. Después de exponer su criterio sobre los distintos carismas Pablo pasa al punto central de la existencia cristiana: el amor. Esta realidad es la que da sentido a todos los demás carismas. No es un elemento variable, como los otros dones, sino común a todo cristiano, accesible e imprescindible a cada uno de nosotros.
Pablo supone con acierto que la vivencia del amor está abierta y es posible para cualquier miembro de la comunidad cristiana, aunque sea de diversas maneras. Pero su punto principal es exaltar el amor. Por eso se ha llamado a este fragmento "himno del amor". Quizá no lo es en el sentido estricto del término, pero tiene tal vehemencia y viveza que no es injusto llamarlo así.
En la primera parte (13,1-3) Pablo pone una serie de ejemplos, claramente exagerados en su distinción respecto del amor, para mostrar que si esos dones, mencionados anteriormente al hablar de los carismas, no están animados por el amor, si no son su fruto o realización no valen nada. Naturalmente es casi imposible que se den esos actos sin amor, pero Pablo habla así para subrayar la importancia del amor.
El amor es fruto del Espíritu (cf Gal 5,22), su primer fruto y hasta se puede identificar con Él. El Espíritu es también la fuente de los carismas. Por lo cual se ve que el amor es de donde brota toda actividad en beneficio de los demás.
En la segunda parte (13,4-7) hay una exaltación en términos absolutos del propio amor. No insiste en aspectos prácticos o éticos, sino lo pondera en términos casi poéticos. También hay aquí exageración y necesidad de analizar y comprender cada expresión antes de ponerla en práctica. Pero el intento paulino está claro. Es sumergirse en esa realidad y vivirla plenamente.
En todos los aspectos. No sólo en lo que suele llamarse "caridad", sino en cualquier momento en que se dé, familia, amigos, trabajo, entregas diversas... No está limitado a un campo.
Por último (13,8-13) destaca Pablo la perennidad del amor, que supera este mundo y nos coloca en el plano divino eterno y duradero. Los demás carismas y la propia fe y esperanza o en cuanto se distinguen del amor -que no es mucho- están en función de la comunidad y el individuo itinerante. Pero el amor, don y realidad del Espíritu es permanente (F. Pastor).
Pablo advierte a los corintios del peligro que corren de dejarse engañar por las apariencias. Lo extraordinario del cristianismo no está en las manifestaciones prodigiosas o en el poder de hacer milagros, sino en que un hombre ordinario sea capaz de amar con sencillez, humildad y perseverancia.
El amor cristiano puede parecer una falta de personalidad a quienes consideran que la dignidad consiste en la hombría y en no aguantar las ofensas sin exigir reparación. Puede incluso parecer despreciable.
Frente a esa manera pagana de ver las relaciones humanas, Pablo describe el ideal cristiano de la caridad. La caridad es un amor que se manifiesta en pequeños detalles, en gestos muy concretos.
Un amor que se pone en actitud de servicio, es decir, que invita a los demás a pedir favores. Se puede contar con él. Un amor desinteresado y gratuito que renuncia a sus propios derechos, a tomarse la justicia por su mano, y se dirige precisamente a aquellos que no le devolverán nada: los pobres y los enemigos. Un amor que evita las palabras y los gestos ofensivos. Un amor que busca la verdad y la acepta, incluso si la encuentra en los propios enemigos (“Eucaristía 1989”).
Después de hablar de los dones del Espíritu y de aquellos carismas que tanto apreciaban los corintios, Pablo quiere enseñarles un “camino mejor”. Este camino es el del amor cristiano o la caridad, sin la que nada aprovechan todos los dones espirituales. De este amor o de esta caridad va a ocuparse ahora a lo largo del c. 13 y, al comenzar el capítulo siguiente, dirá: "esforzaos por alcanzar la caridad". Primero se subordinan todos los dones o carismas al amor; luego se describe el comportamiento de los que se dejan guiar por el amor, y finalmente se afirma que éste es un valor que no pasa.
El autor se refiere primero al don de "hablar en lenguas" o "glosolalia", que se manifiesta en aquellos que se sienten arrebatados por el Espíritu y prorrumpen en gritos y suspiros en medio de la comunidad. Después alude al don de profecía, necesario para interpretar el sentimiento y la experiencia de los espirituales y, por último, se refiere a la fe que mueve montañas o la fuerza que se manifiesta en los taumaturgos. El entusiasmo de los primeros no edifica a la comunidad sin la palabra de los profetas, y ésta no aprovecha a la comunidad sin la eficacia de los taumaturgos. Pero ni el entusiasmo, ni la profecía, ni los milagros son nada sin el amor.
Pablo distingue el amor de las obras de caridad, de suerte que uno puede incluso repartir en limosnas todos sus bienes o dejarse quemar vivo y, sin embargo, si carece del amor todo esto no tiene valor alguno. El amor no es un sentimiento o un estado de ánimo, tampoco es pura exterioridad o lo que llamamos "obras de caridad".
El amor es vida, dinamismo, la auténtica fuerza. Por eso, Pablo describe el amor en términos activos y utiliza nada menos que quince verbos para caracterizarlo. Por eso, aunque el amor no consiste en las obras, sólo puede verificarse y acreditarse en ellas y en la manera de hacerlas.
El saber y el decir, el don de ciencia y el don de profecía, pasarán. Pues nuestro conocimiento de Dios es imperfecto, infantil. Cuando alcancemos la edad adulta, cuando madure lo que germina y crece ya en nosotros por la gracia de Dios y llegue el tiempo de la cosecha, veremos a Dios cara a cara. Entonces quedará el amor. Pero también la fe e incluso la esperanza, porque Dios será siempre para el hombre el Misterio inagotable y la fuente de una vida eterna. La fe y la esperanza permanecerán sin las imperfecciones de ahora, en el tiempo de nuestra peregrinación. La fe se verá libre de la oscuridad y la duda, la esperanza libre del riesgo y de la insatisfacción del caminante (“Eucaristía 1986”).
"Ambicionad los carismas mejores. Y aún os voy a mostrar un camino mejor": Pablo presenta el carisma básico para el cristiano: el del amor. Tanto por el tema como por la forma, éste es uno de los textos más significativos del NT. Sin el amor, los otros dones para nada sirven.
-"El amor es comprensivo...": Después de decir lo que no es el amor, lo describe positivamente con estos rasgos: soporta las servidumbres de la vida con los demás, participando de la paciencia de Dios para con la humanidad pecadora y se manifiesta acogedor y gozoso de estar con el prójimo. Regresa después a la definición por exclusión: la "envidia" crea divisiones en la comunidad; el que "presume" no tiene sentido de la medida, y esto lo puede manifestar desde la frivolidad hasta la insolencia; el que "se engríe", "es mal educado": evitar lo que pueda herir o escandalizar; también es el reverso del amor, la irritabilidad, pues una cosa es la indignación contra el mal y otra la agresividad contra la persona; excluye la venganza, o sea, ignora el mal del prójimo; y finalmente se alegra de lo que hay de bien en los demás y participa de ello. Seguidamente Pablo vuelve a describir en positivo el amor con cuatro notas: el amor disimula el mal y los defectos del prójimo; confía; no pierde la ingenuidad; tiene esperanza en el triunfo del bien y no se descorazona soportando contra toda esperanza.
-"El amor no pasa nunca": Esta permanencia del amor, san Pablo la encuentra incluso en las dos etapas de la historia de la salvación. En la etapa presente, además del amor es preciso el conocimiento por la fe (animada por los carismas) de lo que esperamos. En la etapa definitiva, la edad adulta, el conocimiento de Dios será inmediato, no serán necesarios los carismas como ayudas para la fe; pero el amor subsistirá (J. Naspleda).
Este elogio de la caridad sigue un procedimiento corriente en las literaturas clásicas y judía (cf. Sab. 7, 22-30, muchos de cuyos versículos han sido tomados por Pablo), que se complacen en exaltar tal o cual virtud. Pablo describe en primer término los carismas más gloriosos, entre los que podían seducir a los corintios (2 Cor 12): glosolalia, profecía, beneficencia, incluso el suicidio por el fuego, considerado como el summum de la devoción. Pero todo esto no es nada: la caridad es otra cosa.
El apóstol utiliza diez veces la palabra "caridad" y todas las veces sin artículo ni complemento. De esta forma personaliza a esta cualidad o, más aún, la convierte en un absoluto al que nada puede determinar o limitar.
Los vv. 4-8a personalizan a la caridad. La caridad es paciente, con esa paciencia que soporta las injurias y domina el resentimiento (Mt. 5, 10-11, 21-24). Es benévola. No es envidiosa (sentimiento corriente entre los judíos con relación a otras religiones: Act. 5, 17; 17, 5). No se vanagloría (1 Cor. 4, 6, 18-19). No es inoportuna (1 Cor. 11, 4-6; 5, 1-6; 11, 21-22). Es desinteresada (en el sentido de que se preocupa de los débiles: 1 Cor. 8). Por último, nunca sucumbe (v. 8), sino que, puesta constantemente a prueba, siempre triunfa sobre el mal. Aquí es donde más se manifiesta la preocupación de Pablo por hacer un elogio de la caridad a la manera como los filósofos alababan a otras virtudes. La construcción "no es..., no es..., todo...todo, es característica de un procedimiento estoico.
La tercera estrofa compara el conocimiento actual con el que tendremos después de la muerte. San Pablo no menosprecia el organismo teologal actual, por eso precisa que la fe, la esperanza y la caridad permanecerán las tres, pero que la caridad es la más grande. Se impone una traducción exacta del v. 13.
Pablo no quiere decir que la fe y la esperanza desaparecerán a favor de la caridad, sino que más bien sugiere glorificar, con esta virtud, a todo el organismo teologal, que permanece todo entero, aun cuando la caridad ocupa en él un lugar preponderante. Pretender que la fe y la esperanza permanecen juntamente con la caridad parece, sin embargo, estar en contradicción con dos pasajes en que San Pablo afirma que las dos primeras virtudes desaparecerán (2 Cor 5,7; Rom 8,24); pero hay que tomarlas aquí en el sentido bíblico de las actitudes del hombre comprometido en la aceptación de la Palabra de Dios y que se remite a ella. En la nueva alianza, la Palabra es Cristo y nos revela el amor. Pero la fe continúa siendo un compromiso total y una entrega de sí mismo a Dios.
Cuando llegue la plenitud de la visión celestial, no se ve por qué habrán de desaparecer esta entrega de sí y este compromiso que son la fe y la esperanza comprendidas de esta forma. Una y otra se liberarán de la oscuridad presente, condicionamiento provisional debido al tiempo de prueba en que nos encontramos y que frecuentemente concentra toda la atención en los textos paulinos (Rom 8,24; 2 Cor 5,7), pero que no altera la esencia del organismo de hijo de Dios, puesto en nosotros para hacernos sin cesar fieles a Dios y entregados a su voluntad.
Fe, esperanza y amor son, pues, los diferentes aspectos de un organismo espiritual nuevo y complejo, ciertamente, pero único.
La lección esencial de este pasaje consiste en la manera en que Pablo rechaza todas las definiciones humanas del amor, comprendidas las que, a pesar de todo, están más espiritualizadas y hasta son las más heroicas. Todo el amor humano puede existir sin amor y no es porque se extienda su red de relaciones interpersonales en el amor y la amistad por lo que el amor está presente.
Si San Pablo canta amor tan distinto de los comportamientos humanos y que, sin embargo, es una acto humano, es porque nuestra conducta no se apoya ya en un catálogo de virtudes o en una obligación legal, sino sobre la presencia activa de Jesús en nosotros (Maertens-Frisque).
Que se rompa el espejo! Sin saberlo esperamos ahora la desaparición de los signos y los sacramentos a través de los cuales palpamos con nuestras manos a Dios y a la felicidad. Y lo esperamos precisamente porque, en el mismo momento en que celebramos la liturgia y los sacramentos, ellos mismos nos empujan hacia el futuro.
Esperamos que se rasgue el velo y "que se rompa el espejo". "Ahora, escribe S. Pablo, vemos en un espejo, confusamente" (1Co 13,12). Deseamos, ansiamos y esperamos que se rompa. Acelerar ese momento es incluso una de las características de toda celebración eucarística. De este modo, según S. Pablo, nuestra esperanza rebosa (Rm 15,13), pues todas las promesas han tenido su sí en Jesucristo (2 Co 1,20).
Si nos parece que esto es charlatanería de predicadores, significaría que no hemos comenzado aún a vivir la vida cristiana y que todavía no hemos realizado nuestro bautismo. De hecho, éste es el caso de la mayoría de los bautizados.
Viven como si no poseyeran la vida y su esperanza parece una esperanza de amargura. Esperan porque no ven qué otra cosa podrían hacer. Pero el objeto de su esperanza no está claro. Además, tendrían que dejar de esperar en el hoy, en el ahora, en el triunfo, en la grandeza de la Iglesia, en el esplendor de la "Institución", en la gloria de la ciencia. Les haría falta una esperanza que no fuese raquítica, triste, y que pudiera adecuarse a la medida de un pueblo y de un mundo cuyo rostro pasa y debe renovarse. Muchos cristianos creen que esperan, pero de hecho sólo esperan en objetos en los que volver a encontrarse a sí mismos. Es difícil dejar de esperar sólo en el propio futuro o esperar en el futuro del mundo, porque se forma parte de él. Hay esperanzas que existen únicamente porque están abiertas sobre uno mismo.
La Iglesia conoce la dificultad de la esperanza, y por eso, no sin motivo, en el transcurso de los siglos, ha cincelado una liturgia que particularmente sería (sin duda como toda liturgia, pero ahora tenemos que insistir en ello), una liturgia de esperanza, de espera en la esperanza. Pero una liturgia no es una exhortación moralizante, buenas palabras de consuelo que hacen subir la moral y dan paciencia al cliente haciéndole olvidar sus malos ratos. Se trata de poner al cristiano en contacto con una realidad, sin duda espiritual, pero no por ello menos real. Cada año, pues, la Iglesia pone al cristiano en situación vital de esperanza: debe esperar vinculado a todo el Antiguo Testamento, la llegada de la liberación. Esta liberación, ya cumplida, podrá celebrarla como una liberación presente a través de los signos y al celebrarla se dirigirá hacia un momento en el que desaparecerá todo signo. El cristiano va a realizar sacramentalmente su espera en la esperanza viviendo el pasado del Antiguo Testamento en el presente, viviendo la Encarnación como un hoy, esperando la vuelta de Cristo el último día, esperando que se rompa el espejo... Esta es toda la riqueza vital del tiempo de Adviento, del que debemos destacar las líneas maestras y profundizar las realidades de espera y esperanza para nosotros hoy y mañana.
-El amor es lo más grande (1 Co 12,31-13,11). La comunidad de Corinto -nos hemos visto precisados a hacerlo constar- no es fácil de dirigir. Si es rica en dones, es también algo turbulenta y primaria en su forma de reaccionar. San Pablo ha hablado de los dones, de los diversos ministerios y de las distintas actividades en la Iglesia. Pero surgen disputas en lo tocante a unos dones que, por su naturaleza, debían conducir a constituir la comunidad en la unidad... Pues bien, Pablo ha insistido en que un don no se concede para beneficio de la persona que lo recibe, sino en favor de toda la comunidad. Ha enumerado esos dones que han de servir a todos, finalizando por el don relativo a las lenguas. Por espectacular que sea este don, no es el mayor, y existen vías superiores a todas esas. Y san Pablo se lanza a la teología de la caridad.
Hasta aquí no se introducían diferencias radicales entre las tres virtudes, fe, esperanza y caridad; todas ellas estaban unidas entre sí. No niega san Pablo su mutua interacción, pero en la caridad ve la dinámica fundamental de toda actividad, y la ve en la base de todo don. Si los Corintios no consiguen vivir con esta caridad, ¿de qué les pueden servir los dones que han recibido y de los que tanto se ufanan? No se trata de una caridad cualquiera, sino de un don superior del Espíritu de Dios. Esto le brinda a san Pablo ocasión para describir en un estilo rítmico, casi el de un poema, el eficaz esplendor de la caridad. La caridad es insustituible y fundamento de todo (13, 1-3), en tanto que las otras dos virtudes acaban necesariamente en el encuentro definitivo con el Señor.
Esta es la doctrina siempre viva en la Iglesia de hoy, y que importa recordar. Podríamos sentirnos demasiado tentados a substituirla, cediendo a la seducción de lo extraordinario, por nuevos caminos más vistosos y que suponen también menos sacrificios. La caridad continúa siendo el criterio de fondo en todo, por el que podemos distinguir el trigo de la cizaña  (Adrien Nocent).
4. Lc 4,21-30. Continúa la homilía de Jesús sobre Is 51,1-2. Su interpretación del profeta no parece haber interesado mucho a los oyentes. Estos están más bien preocupados por la omisión de la frase del texto de Isaías sobre la venganza de Dios. Esta omisión la consideran una manipulación del texto sagrado. De ahí su protesta (v.22): "¿Quién se cree que es?". En la base de esta reacción se halla una concepción nacionalista.
El tiempo de Jesús se caracteriza, en efecto, por una tensa conciencia nacional, llena de odio y de rechazo de todo lo que no fuera judío. Para una psicología política de estas características, cualquier toma de posición exenta de venganza aparece como sospechosa de antipatriotismo. Esta es, en el fondo, la acusación que le hacen a Jesús sus paisanos: es un traidor. En realidad, Jesús no hace más que desmontar el supuesto privilegio de Israel, a base de datos tomados de la propia historia judía.
Pone las cosas en su punto, haciéndoles ver a sus paisanos que Dios no excluye a los demás pueblos, los cuales pueden incluso ser más dignos que Israel. Jesús hace una lectura apatriótica de la historia de Israel.
Después viene lo de siempre. Los patrocinadores del nacionalismo pasan de la palabra a los hechos. y éstos son, inevitablemente, violentos (“Eucaristía 1989”).
Jesús se presenta a sus paisanos para anunciarles el año de gracia, para proclamar que con su venida al mundo se inaugura ya la salvación que profetizara Isaías. Este es el contenido de la explicación que hizo Jesús en la sinagoga de Nazaret sobre el texto profético.
Aunque Lucas advierte que las palabras de Jesús eran palabras de gracia, esto es, palabras inspiradas, no hallaron fácil acceso al corazón de sus paisanos. En cierto modo el conocimiento que tenían de él y de su familia era un inconveniente para escucharle y aceptar su mensaje.
La vida cotidiana no se deja inquietar por lo extraordinario, ve incluso una amenaza en lo que se sale de lo corriente. Como si los hombres pensaran que lo verdaderamente grande y divino debe ser lo más distante. Como si los hombres se resistieran a admitir la cercanía de Dios y su encarnación entre los hombres.
Por eso, los vecinos de Nazaret no podían comprender que su carpintero fuera un enviado de Dios, mucho menos el Mesías, y no digamos ya el mismo Hijo de Dios hecho hombre. Además, ¿por qué no hacía en su pueblo lo que se decía que había hecho en Cafarnaúm?
Jesús conoce las cavilaciones de sus paisanos y las pone al descubierto con un refrán: "Sin duda me recitaréis aquel refrán: "Médico, cúrate a ti mismo", y responde con otro refrán: "Nadie es profeta en su tierra". Para mayor abundancia aclara el sentido de su respuesta con algunos ejemplos bíblicos. Ya los profetas Elías y su discípulo Eliseo tuvieron que abandonar a un pueblo recalcitrante que les rechazaba, y dirigirse a los gentiles, a los extranjeros.
En todos estos casos se muestra la soberanía de Dios, que puede dar a los gentiles lo que no merecen, por su incredulidad, los hijos de Israel. Escandalizados por las palabras de Jesús, y heridos en su amor propio, los nazaretanos atentan contra la vida del que se ha presentado ante ellos como enviado de Dios. Esta anécdota de Nazaret se radicalizará y se universalizará en el rechazo del que será objeto Jesús al ser entregado por los judíos y morir fuera de los muros de la ciudad santa bajo el poder de los romanos.
Porque "vino a los suyos, y los suyos no le recibieron" (“Eucaristía 1986”).
Lucas sugiere que Jesús se sirvió de un acontecimiento religioso para dar resonancia a su llamada pública. La cosa sucedió en Nazaret. Jesús propuso un modo nuevo de leer un texto de Isaías: no verle como un sueño del pasado, sino ponerle en práctica hoy mismo. Estableció un vehículo de relación entre un año «santo» que debía estarse celebrando por entonces y la palabra del profeta que anunciaba un año «de gracia, de favor» del Señor, un año de renovación.
La celebración del año «santo» estaba integrada en la Ley de Moisés y tenía sus normas bien determinadas: en él había que dar la libertad a los esclavos, perdonar las deudas, facilitar que todo el mundo pudiera recobrar su capital inicial vinculado a una parcela de tierra. El núcleo de esta idea era que cada 50 años todo el mundo tuviera la posibilidad de volver a comenzar sobre bases nuevas; quedaba claro, de esta forma, que las relaciones humanas no deben ser ocasión de explotación, sino de desarrollarse comunitariamente. Así unos y otros recobraban su libertad: el pobre porque había sido reducido a la esclavitud; el rico porque se ahogaba bajo el peso de la acumulación de bienes.
Normalmente cada 50 años el sumo sacerdote debía decretar en Jerusalén un año «santo» y proponer a todos la renovación que exigía la Ley de Moisés pero de hecho tomaban buenas precauciones para no llevarlo a la práctica. Por eso se comprende perfectamente que la llamada de Jesús a entrar en un verdadero año «santo» era, simultáneamente, una interpelación a todo el pueblo (la Biblia les concernía a todos), la propuesta de una transformación social y un desafío a la autoridad religiosa. Con toda justicia podía Jesús comenzar su predicación con este anuncio: «Felices los que sois pobres, vuestro es el Reino de Dios; felices los que ahora tenéis hambre, seréis saciados felices los que ahora lloráis, reiréis. Sí. Si todos respondían a la llamada del Reino, si todos cambiaban su manera de vivir, los pobres conocerían la felicidad; muerto el egoísmo, todos podrían vivir como hermanos. Nada extraño que ya desde el comienzo Jesús inquietara a los mantenedores del orden establecido: el Reino de Dios amenazaba con desestabilizar a muchas gentes muy bien establecidas (Alain Patin).
 
 
 

Sábado de la semana 3ª: no estamos libres de culpa, y nos dejamos llevar por señuelos que nos distraen de la auténtica felicidad, pero el Señor es fie

Sábado de la semana 3ª: no estamos libres de culpa, y nos dejamos llevar por señuelos que nos distraen de la auténtica felicidad, pero el Señor es fiel y nos pide que no tengamos miedo, que pidamos perdón, que Él está con nosotros
 
Segundo Libro de Samuel 12,1-7.10-17. Entonces el Señor le envió al profeta Natán. El se presentó a David y le dijo: "Había dos hombres en una misma ciudad, uno rico y el otro pobre. El rico tenía una enorme cantidad de ovejas y de bueyes. El pobre no tenía nada, fuera de una sola oveja pequeña que había comprado. La iba criando, y ella crecía junto a él y a sus hijos: comía de su pan, bebía de su copa y dormía en su regazo. ¡Era para él como una hija! Pero llegó un viajero a la casa del hombre rico, y este no quiso sacrificar un animal de su propio ganado para agasajar al huésped que había recibido. Tomó en cambio la oveja del hombre pobre, y se la preparó al que le había llegado de visita". David se enfureció contra aquel hombre y dijo a Natán: "¡Por la vida del Señor, el hombre que ha hecho eso merece la muerte! Pagará cuatro veces el valor de la oveja, por haber obrado así y no haber tenido compasión". Entonces Natán dijo a David: "¡Ese hombre eres tú! Así habla el Señor, el Dios de Israel: Yo te ungí rey de Israel y te libré de las manos de Saúl; Por eso, la espada nunca más se apartará de tu casa, ya que me has despreciado y has tomado por esposa a la mujer de Urías, el hitita. Así habla el Señor: 'Yo haré surgir de tu misma casa la desgracia contra ti. Arrebataré a tus mujeres ante tus propios ojos y se las daré a otro, que se acostará con ellas en pleno día. Porque tú has obrado ocultamente, pero yo lo haré delante de todo Israel y a la luz del sol'". David dijo a Natán: "¡He pecado contra el Señor!". Natán le respondió: "El Señor, por su parte, ha borrado tu pecado: no morirás. No obstante, porque con esto has ultrajado gravemente al Señor, el niño que te ha nacido morirá sin remedio". Y Natán se fue a su casa. El Señor hirió al niño que la mujer de Urías había dado a David, y él cayó gravemente enfermo. David recurrió a Dios en favor del niño: ayunó rigurosamente, y cuando se retiraba por la noche, se acostaba en el suelo. Los ancianos de su casa le insistieron para que se levantara del suelo, pero él se negó y no quiso comer nada con ellos.
 
Salmo 51,12-17. Crea en mí, Dios mío, un corazón puro, y renueva la firmeza de mi espíritu. No me arrojes lejos de tu presencia ni retires de mí tu santo espíritu. Devuélveme la alegría de tu salvación, que tu espíritu generoso me sostenga: yo enseñaré tu camino a los impíos y los pecadores volverán a ti. ¡Líbrame de la muerte, Dios, salvador mío, y mi lengua anunciará tu justicia! Abre mis labios, Señor, y mi boca proclamará tu alabanza.
 
Evangelio según San Marcos 4,35-41. Al atardecer de ese mismo día, les dijo: "Crucemos a la otra orilla". Ellos, dejando a la multitud, lo llevaron a la barca, así como estaba. Había otras barcas junto a la suya. Entonces se desató un fuerte vendaval, y las olas entraban en la barca, que se iba llenando de agua. Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal. Lo despertaron y le dijeron: "¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?". Despertándose, él increpó al viento y dijo al mar: "¡Silencio! ¡Cállate!". El viento se aplacó y sobrevino una gran calma. Después les dijo: "¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?". Entonces quedaron atemorizados y se decían unos a otros: "¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?".
 
Comentario: 1. 2S 12,1-7a.10-17. Después del pecado, el arrepentimiento sincero de David. El profeta Natán, que en otras ocasiones le transmite al rey palabras de bendición y promesas, ahora denuncia valientemente su pecado, con ese expresivo apólogo del rico que le roba al pobre su única oveja. David reacciona bien y reconoce su culpa, pidiendo perdón a Dios. El autor del libro interpreta las desgracias que le llegarán a David, en forma de muertes e insurrecciones, como castigo de Dios por su pecado. Además de ese primer hijo con Betsabé, otros más le murieron prematuramente a David: Absalón, Adonías...
-Envió el Señor a Natán donde David. Se trata del mismo profeta que había anunciado a David las maravillosas promesas divinas. Se atreve ahora a ir donde el rey para un mandado muy diferente. Los profetas son la conciencia viviente del pueblo de Dios. Pero su habilidad como educador y su delicadeza son notorias. Natán no condena desde el exterior. Cuenta una parábola y conduce al rey a que tome conciencia por sí mismo y a que sea él mismo quien aporte un juicio sobre su pecado. Gracias, Señor. Ayúdanos a respetar siempre el lento caminar de las conciencias.
-"Tú eres ese hombre". Cuando la conciencia de David se hubo despertado, el profeta sólo tuvo que constatar y autentificar. "Es verdad lo que dices: tú eres ese hombre.» Y esa bonita historia del "pobre y del rico" nos recuerda al mismo tiempo, y una vez más, que Dios, sistemáticamente toma la defensa de los pobres, de los oprimidos, de las víctimas... Si esto nos irrita, es porque nos colocamos a nosotros mismos entre los «ricos». Del mismo modo, si nos escandalizamos de la parábola de la centésima oveja que el pastor busca, abandonando las restantes noventa y nueve, es porque nos situamos entre esas «noventa y nueve». Peor para nosotros. ¡Gracias, Señor. por tomar la defensa de los pobres! ¡Del fondo de mi corazón te digo: "Gracias"! Ayúdame a tomar conciencia de mis pobrezas y Iimitaciones. Ayúdame a no caer jamás en esa terrible pendiente que es la nuestra, que era la de David, que es la de todo hombre, de "aplastar a su hermano". El hombre, víctima del hombre. El fuerte aplastando al débil. El rico aplastando al pobre. Perdónanos. Señor. ¡Tú eres ese hombre! ¿Soy yo? ¿Cuál es mi forma de opresión sobre los demás? ¿De utilización de los otros en provecho propio? Resulta muy fácil condenar a David.
-He pecado contra el Señor. -El Señor perdona tu falta. La verdadera santidad de David es ¡haber sabido reconocer su falta! "Oh Dios, crea en mí un corazón puro. Devuélveme la alegría de tu salvación. Exímeme de la sangre". Esto es ya como un avance del sacramento de la Penitencia, con el papel del penitente, y el del confesor que escucha la confesión y transmite el perdón divino. Sólo Dios cambia el corazón del pecador: pero ha sido necesaria la mediación de un diálogo, de una conversación con Natán, para que David "se entienda" y haga un juicio más objetivo sobre sí mismo. «Hay más alegría en el cielo por un pecador que se convierte que por noventa y nueve justos.» Ese tema del perdón se encuentra a todo lo largo de la Biblia: ¡es una revelación tuya, Señor! «Perdónanos nuestras deudas, como nosotros perdonamos a nuestros deudores.» El verdadero sentido del pecado en la Biblia no es solamente un sentimiento de «culpabilidad» moral, no es tan solo la «transgresión de una ley». El pecado no se entiende de veras en su profundidad más que en el marco de las relaciones personales entre el pecador y Dios. Hay que ser un santo, hay que ser muy sensible a Dios, para «pecar» de veras. Muchos hombres, faltos de amor a Dios se quedan al nivel de la transgresión moral. Señor, haz que comprendamos tu amor. Danos el sentido del pecado (Noel Quesson).
Esas alegrías tan breves. “Noches alegres, mañanas tristes; borracho mío…¿dónde estuviste?.” Cada vez más personas los domingos por la mañana (o lo que ellos llaman “por la mañana” ,es decir, hacia las dos del mediodía), mascan en su boca la reseca, el resultado de ese “planazo” propuesto el día anterior y que, casualmente, era el mismo de todos los fines de semana, que dejará huellas en sus neuronas y en su hígado, pero no en su corazón. Buscar la alegría parece difícil, siempre va unida al miedo a que se acabe (“poco dura la alegría en casa del pobre”, por seguir con los dichos), a que la alegría sea un momento y que la época de prueba dure bastante más. Por eso se nos proponen alegrías momentáneas, una tras otra, esperando que no se acaben o, por lo menos, que nos hagan más corta la espera entre un momento placentero y otro, entre una copa y otra, una pastilla y otra, un “rollete” y otro. Hay que “vivir el momento”, “Carpe Diem” que nos grita el “Club de los poetas muertos” y un montón de películas en que se exalta el hacer lo quieras, cuando quieras, pero sin consecuencias posteriores, y que además llenan la vida de “no momentos” pues parece que es imposible “vivir intensamente” la rutina del trabajo, el estudio, los ratos con la familia…, y esos ratos se convierten en “no momentos”.
El “Carpe Diem” del rey David fue Betsabé, aprovechó “tanto” el momento que tuvo un hijo pero ¡a qué precio!, al precio de mandar matar a Urias, al precio de la muerte posterior de su hijo, al precio de perder su relación de amistad con Dios que le había designado rey de Israel. Visto desde fuera parece una barbaridad y alguno exclamará ¡Qué Dios tan cruel!, como David exclamó: “¡Vive Dios, que el que ha hecho esto es reo de muerte!” pero al comprender su pecado sólo le queda buscar la misericordia de Dios, tener ante Dios “un corazón puro”, pues comprende que ese “momento” de su vida con Betsabé no es un hecho aislado, David no tenía “no momentos”, toda su vida era delante de Dios que lo había elegido, lo había ungido y le mantenía en su presencia. Por un instante de placer, de falsa felicidad, sufrió la amargura. Sólo él y Natán comprendieron la profundidad de su pecado y, por seguir con los dichos, “en el pecado llevó la penitencia”.
A nosotros nos toca aprovechar el momento, cada momento, como si fuera el último pero sabiendo que en nuestra vida no hay “no momentos”. Cada cosa que hagas, la más espectacular o la más rutinaria, la haces en la presencia de tu Padre Dios que te quiere en cada instante, que ama – como los padres que miran embelesados los primeros pasos de sus hijos- cada uno de tus pensamientos , de tus acciones, de tus sentimientos.
Te parecerá que esto no es posible, que Dios no puede comprender el ajetreo de tu vida diaria, que estás en medio de un mar proceloso, de una tormenta en la que es imposible encontrarte con Dios, pero escúchale en el fondo de tu alma, el Señor dirá a tanta actividad desordenada: “Silencio, cállate!” y te vendrá una gran calma pues estarás con Jesús, como lo estuvo María, como lo han estado los santos.
¿Quién de nosotros puede sentirse libre de culpa? Dios conoce nuestras maldades, miserias y pecados. ¡Ojalá y con grandes penitencias hubiésemos logrado lavar nuestras culpas! Hay Alguien que, por nuestros pecados, aceptó ir libremente a la muerte para purificarnos y presentarnos libres de culpa ante su Padre Dios. Y por más ayunos, por más sayales que nos hubiésemos puesto, por más oraciones elevadas ante Dios, por nosotros mismos jamás hubiésemos logrado ser perdonados. Por eso no podemos decir que hubiésemos podido evitar que Cristo muriera, pues la Salvación sólo nos llegaría por su Muerte Salvadora. A nosotros corresponde no vivir encadenados al mal, sino aceptar esa salvación que sólo nos viene de Dios por medio de su Hijo. Por eso, reconozcamos con humildad que hemos pecado, confesemos nuestros pecados, aceptemos a Cristo como nuestra única salvación, y Dios tendrá compasión de nosotros y nos dará vida eterna.
 
2. El Salmo 50, el «miserere», que hoy cantamos como salmo de meditación de la primera lectura, cuyo autor desconocemos, aunque se haya atribuido a David, es la oración modélica de un pecador que reconoce humildemente su culpa ante Dios y le pide un corazón nuevo. Es un salmo que resume los sentimientos de tantas personas que, en toda la historia de la humanidad, han experimentado la debilidad pero que se han vuelto confiadamente a la misericordia de Dios. También nosotros somos débiles. No matamos ni cometemos adulterio. Pero si podemos, en niveles más domésticos, aplastar de algún modo los derechos de los demás y tener un corazón enrevesado. Pues bien, somos invitados a reaccionar como David. Podríamos rezar despacio el Salmo 50, aplicándolo a nuestra vida. Cada vez que celebramos la Eucaristía empezamos con un acto penitencial que quiere ser como un ejercicio sencillo de humildad ante la santidad infinita de Dios, mientras que nosotros somos tan imperfectos y débiles. En el Padrenuestro volvemos a pedir a Dios que perdone nuestras ofensas. Y sobre todo en el sacramento de la Reconciliación expresamos nuestra conversión a Dios, le pedimos perdón y nos dejamos comunicar con confianza el triunfo de Cristo en la Cruz sobre el pecado.
Sólo Dios puede crear en nosotros un corazón nuevo y un espíritu nuevo. Él, el Dios misericordioso, nos dará su salvación y nos renovará para que caminemos ante Él con un corazón puro. A nosotros sólo corresponde ponernos en las manos de Dios y dejarlo llevar adelante su obra de salvación en nosotros. Nuestras buenas obras manifestarán que realmente la salvación ha llegado a nosotros. Y nuestra fidelidad nos hará cada día más dignos de confianza ante Dios que, finalmente, nos confiará los bienes eternos, no sólo para que los disfrutemos, sino para nos esforcemos en hacerlos llegar a los demás. Por eso, habiendo experimentado el amor de Dios, enseñemos a los descarriados los caminos del Señor para que los pecadores vuelvan a Él, pues, desde nuestra experiencia de Dios no estaremos anunciando fábulas ni inventos humanos, sino al Dios vivo y verdadero que se ha hecho cercanía amorosa y misericordiosa para con nosotros.
 
3.- Mc 4,35-40 (ver domingo 12B). Después de las parábolas, empieza aquí una serie de cuatro milagros de Jesús, para demostrar que de veras el Reino de Dios ya ha llegado en medio de nosotros y está actuando. El primero es el de la tempestad calmada, que pone de manifiesto el poder de Jesús incluso sobre la naturaleza cósmica, ante el asombro de todos. Es un relato muy vivo: las aguas encrespadas, el susto pintado en el rostro de los discípulos, la serenidad en el de Jesús. El único tranquilamente dormido, en medio de la borrasca, es Jesús. Lo que es señal de una buena salud y también de lo cansado que quedaba tras las densas jornadas de trabajo predicando y atendiendo a la gente. El diálogo es interesante: los discípulos que riñen a Jesús por su poco interés, y la lección que les da él: «¿por qué sois tan cobardes? ¿aún no tenéis fe?».
Una tempestad es un buen símbolo de otras muchas crisis humanas, personales y sociales. El mar es sinónimo, en la Biblia, del peligro y del lugar del maligno. También nosotros experimentamos en nuestra vida borrascas pequeñas o no tan pequeñas. Tanto en la vida personal como en la comunitaria y eclesial, a veces nos toca remar contra fuertes corrientes y todo da la impresión de que la barca se va a hundir. Mientras Dios parece que duerme. El aviso va también para nosotros, por nuestra poca fe y nuestra cobardía. No acabamos de fiarnos de que Cristo Jesús esté presente en nuestra vida todos los días, como nos prometió, hasta el fin del mundo. No acabamos de creer que su Espíritu sea el animador de la Iglesia y de la historia. A los cristianos no se nos ha prometido una travesía apacible del mar de esta vida. Nuestra historia, como la de los demás, es muchas veces una historia de tempestades. Cuando Marcos escribe su evangelio, la comunidad cristiana sabe mucho de persecuciones y de fatigas. A veces son dudas, otras miedo, o dificultades de fuera, crisis y tempestades que nos zarandean. Pero a ese Jesús que parece dormir, sí le importa la suerte de la barca, sí le importa que cada uno de nosotros se hunda o no. No tendríamos que ceder a la tentación del miedo o del pesimismo. Cristo aparece como el vencedor del mal. Con él nos ha llegado la salvación de Dios. El pánico o el miedo no deberían tener cabida en nuestra vida. Como Pedro, en una situación similar, tendríamos que alargar nuestra mano asustada pero confiada hacia Cristo y decirle: «Sálvame, que me hundo» (J. Aldazábal).
Después de la serie de parábolas, Marcos aborda una serie de milagros. Los cuatro milagros citados aquí por san Marcos no fueron hechos en presencia de la muchedumbre, sino sólo ante los discípulos... para ellos, para su educación. Es algo así como con las parábolas, de las que Marcos cuida varias veces de advertirnos de "que Jesús lo explicaba todo, en particular, a sus discípulos" (Mc 4,10; 4,34).
-Jesús había hablado a la muchedumbre. Llegada ya la tarde dijo a sus discípulos: "Pasemos al otro lado. Y despidiendo a la muchedumbre, le llevaron según estaba en la barca... Imagino esos instantes de intimidad más tranquilos, en los que Jesús está solo con su grupito. El es quien ha previsto y preparado esos instantes: "pasemos al otro lado". Deja la Galilea, donde desde ahora las gentes están y le acosan. Va a la región pagana, de los Gerasenos, país nuevo donde la Palabra de Dios no ha sonado todavía, país de misión... donde viven nuevos creyentes en potencia y donde hay nuevas conversiones posibles. Va allá "con sus discípulos". Tendrán algo más de tiempo para hablar, con la mente reposada, tranquilamente, lejos de la gente. Señor, si lo quieres, sube a menudo a mi barca, salgamos juntos.
-Se levantó un fuerte vendaval. Las olas se echaban sobre la barca, de suerte que se llenaba de agua. ¡Sorpresa! ¡No, evidentemente, no habían dejado la Galilea para esto! Lo imprevisto de Dios. La ráfaga que empuja la vela y, de repente, sin esperarlo, tumba la barca. El lago Tiberíades parece estar habituado a estos bruscos asaltos inesperados. Dios que confunde. Dios desconcertante. ¿Acepto yo dejarme conducir por Dios, hasta no saber adónde me va a llevar?
-El estaba en la popa, durmiendo sobre un cabezal. ¡Es realmente desconcertante! Humanamente, para llegar a esto, para dormir tranquilamente en lo profundo de la tempestad, se necesita: -Sea un equilibrio natural excepcional... -Sea una fatiga inmensa... Contemplo a Jesús durmiendo, su cabeza sobre el cabezal, en la popa del barco. -Sus compañeros le despiertan y le gritan: "Maestro, ¿no te importa? Estamos perdidos. Admirable escena. Plegaria para ser repetida: un grito... una audaz familiaridad... una pregunta... ¡Cuántas veces tenemos también nosotros esta impresión! Señor, ¿Tú duermes? ¡Despiértate!
-Y despertando, mandó al viento y dijo al mar: "Calla, sosiégate". Y se aquietó el viento y se hizo completa calma. Sueño, Señor, con esa completa calma que siguió... Contigo, ¿cómo temeré?
-Jesús les dijo: "¿Por que teméis? ¿Aún no tenéis fe?" Y sobrecogidos de gran temor se decían unos a otros: "¿Quién será éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?" Es la primera vez que Marcos anota esta cuestión, en el grupo de los discípulos. Cuestión esencial sobre la persona profunda de ese joven rabí con quien se han embarcado: ¿quién es? ¿Para qué clase de aventura? ¿Dónde nos conducirá? Por de pronto no hay respuesta... tienen miedo. Es natural (Noel Quesson).
El Evangelio de este día nos narra cómo los discípulos pierden la calma y vacilan en la fe frente a un acontecimiento natural como una tormenta en medio de la travesía por el mar. Ellos creían que ir con Jesús les hacía estar libres de que alguna calamidad alterara la buena marcha en la travesía. Fue el momento para caer en cuenta que aun junto a él, también las olas se sienten fuertes y hacen estremecer la barca.
Jesús al ver que sus discípulos lo llaman con tanto susto, los interpela y les reprocha haber perdido la calma con tanta facilidad. Ellos estaban acostumbrados a la presencia del maestro. Pero Jesús los lanza a la aventura de poder enfrentarse a la vida con fe, ya que la pérdida de fe es pérdida de rumbo en la buena marcha de los compromisos adquiridos con el maestro.
Mientras transcurre el tiempo de nuestra vida, necesitamos tener fe. Ya que en la medida en que nosotros dudemos seremos presa fácil en mano de nuestros opresores que tienen tanta fuerza como aquel mar que hacía tambalear la barca. Pero una fe solida tendrá la fuerza de destruir toda fuerza que genere división y muerte en medio del pueblo.
La Iglesia debe aunar esfuerzos para luchar por la construcción de una sociedad más justa y fraterna. Sabiendo que todos los días hay que renovar nuestra fe para no desfallecer en la causa, ya que muchas veces nuestro barco también es tambaleado por la fuerte tormenta del egoísmo, de la desilusión, de la falta de fe... (servicio bíblico latinoamericano).
Hoy, el Señor riñe a los discípulos por su falta de fe: «¿Cómo no tenéis fe?» (Mc 4,40). Jesucristo ya había dado suficientes muestras de ser el Enviado y todavía no creen. No se dan cuenta de que, teniendo con ellos al mismo Señor, nada han de temer. Jesús hace un paralelismo claro entre “fe” y “valentía”.
En otro lugar del Evangelio, ante una situación en la que los Apóstoles dudan, se dice que todavía no podían creer porque no habían recibido el Espíritu Santo. Mucha paciencia le será necesaria al Señor para continuar enseñando a los primeros aquello que ellos mismos nos mostrarán después, y de lo que serán firmes y valientes testigos.
Estaría muy bien que nosotros también nos sintiéramos “reñidos”. ¡Con más motivo aun!: hemos recibido el Espíritu Santo que nos hace capaces de entender cómo realmente el Señor está con nosotros en el camino de la vida, si de verdad buscamos hacer siempre la voluntad del Padre. Objetivamente, no tenemos ningún motivo para la cobardía. Él es el único Señor del Universo, porque «hasta el viento y el mar le obedecen» (Mc 4,41), como afirman admirados los discípulos.
Entonces, ¿qué es lo que me da miedo? ¿Son motivos tan graves como para poner en entredicho el poder infinitamente grande como es el del Amor que el Señor nos tiene? Ésta es la pregunta que nuestros hermanos mártires supieron responder, no ya con palabras, sino con su propia vida. Como tantos hermanos nuestros que, con la gracia de Dios, cada día hacen de cada contradicción un paso más en el crecimiento de la fe y de la esperanza. Nosotros, ¿por qué no? ¿Es que no sentimos dentro de nosotros el deseo de amar al Señor con todo el pensamiento, con todas las fuerzas, con toda el alma?
Uno de los grandes ejemplos de valentía y de fe, lo tenemos en María, Auxilio de los cristianos, Reina de los confesores. Al pie de la Cruz supo mantener en pie la luz de la fe... ¡que se hizo resplandeciente en el día de la Resurrección! (Joaquim Fluriach Domínguez).
Jesús es Dios-con-nosotros. ¿Creemos realmente esto? Si es así entonces no podemos tener miedo ni aunque se levante una tempestad tormentosa que quisiera acabar con nosotros. Al proclamar el Evangelio del Señor tratamos, como instrumentos del Espíritu Santo que habita en nosotros, de suscitar la fe en Jesús. Tal vez este anuncio sea acompañado de señales que ayuden a comprender que no vamos en nombre propio, sino en Nombre de Dios. Pero finalmente esas señales no son tan importantes cuanto sí lo ha de ser el lograr la finalidad del Evangelio: Que Jesús sea reconocido como Dios y como el único Salvador de la humanidad. Vivamos confiados en Dios y dejémonos conducir por su Espíritu para que al anunciar su Nombre a los demás no queramos hacer nuestra obra, sino la obra de Dios para que todos encuentren en Cristo el camino que nos conduce al Padre.
Nos reconocemos pecadores; pero sabemos que Dios nos sigue amando. Con humildad nos acercamos a Él, confundidos por nuestra maldad, para pedirle que tenga misericordia de nosotros por la Sangre que su Hijo derramó por nosotros. Y Dios ha tenido misericordia de nosotros; nos ha perdonado y nos ha recibido nuevamente en su casa como a hijos suyos. Nuestro encuentro con Él en esta Eucaristía es el momento culminante de su amor y de su perdón. Por eso nos acercamos a Él llenos de gratitud, pues no nos abandonó a la muerte ni dejó que nuestra vida se hundiera en la maldad. Dios nos pide, así, que no nos detengamos, sino que sigamos con paso firme, fortalecidos con su Espíritu Santo, hasta que alcancemos la otra orilla donde nos encontraremos definitivamente en la casa eterna de nuestro Padre Dios.
Mientras caminamos por este mundo debemos esforzarnos porque el Reino de Dios y la misericordia de nuestro Padre llegue a todos, pues Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Dios jamás se ha olvidado de nosotros; Él va siempre como compañero de viaje en nuestra vida. Sin embargo Él no está con nosotros para suplir lo que a cada uno corresponde realizar en la vida. Cada uno de nosotros debe aportar todo su esfuerzo, toda su vida para construir un mundo que no se quede estancado en la maldad, ni se resigne con las realizaciones logradas; siempre será necesario ir más allá, hasta que, por obra y gracia de Dios, logremos llegar a la perfección del mismo Dios conforme a la invitación de Jesús: Sean perfectos como su Padre Dios es perfecto. Sabemos que esto no lo lograremos en esta vida, pero sí debemos hacer de nuestro mundo un signo cada vez más claro del Reino de Dios por el amor fraterno, en que todos disfrutemos de la Paz y vivamos la solidaridad, la comunión fraterna y la justicia social.
Roguémosle a Dios, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de vivir totalmente comprometidos con su Reino, pidiéndole al mismo Dios que nos purifique de todo pecado para que siempre pasemos haciendo el bien a todos siguiendo las huellas de Jesús, nuestro Salvador. Amén (www.homiliacatolica.com).
 
 

Viernes 3º del tiempo ordinario: el Reino de Dios es algo del corazón, que va creciendo, y hay que tener paciencia como en la espera de que la simient

Viernes 3º del tiempo ordinario: el Reino de Dios es algo del corazón, que va creciendo, y hay que tener paciencia como en la espera de que la simiente fructifique
 
Segundo Libro de Samuel 11,1-10.13-17. Al comienzo del año, en la época en que los reyes salen de campaña, David envió a Joab con sus servidores y todo Israel, y ellos arrasaron a los amonitas y sitiaron Rabá. Mientras tanto, David permanecía en Jerusalén. Una tarde, después que se levantó de la siesta, David se puso a caminar por la azotea del palacio real, y desde allí vio a una mujer que se estaba bañando. La mujer era muy hermosa. David mandó a averiguar quién era esa mujer, y le dijeron: "¡Pero si es Betsabé, hija de Eliám, la mujer de Urías, el hitita!". Entonces David mandó unos mensajeros para que se la trajeran. La mujer vino, y David se acostó con ella, que acababa de purificarse de su menstruación. Después ella volvió a su casa. La mujer quedó embarazada y envió a David este mensaje: "Estoy embarazada". Entonces David mandó decir a Joab: "Envíame a Urías, el hitita". Joab se lo envió, y cuando Urías se presentó ante el rey, David le preguntó cómo estaban Joab y la tropa y cómo iba la guerra. Luego David dijo a Urías: "Baja a tu casa y lávate los pies". Urías salió de la casa del rey y le mandaron detrás un obsequio de la mesa real. Pero Urías se acostó a la puerta de la casa del rey junto a todos los servidores de su señor, y no bajó a su casa. Cuando informaron a David que Urías no había bajado a su casa, el rey le dijo: "Tú acabas de llegar de viaje. ¿Por qué no has bajado a tu casa?". David lo invitó a comer y a beber en su presencia y lo embriagó. A la noche, Urías salió y se acostó junto a los servidores de su señor, pero no bajó a su casa. A la mañana siguiente, David escribió una carta a Joab y se la mandó por intermedio de Urías. En esa carta, había escrito lo siguiente: "Pongan a Urías en primera línea, donde el combate sea más encarnizado, y después déjenlo solo, para que sea herido y muera". Joab, que tenía cercada la ciudad, puso a Urías en el sitio donde sabía que estaban los soldados más aguerridos. Los hombres de la ciudad hicieron una salida y atacaron a Joab. Así cayeron unos cuantos servidores de David, y también murió Urías, el hitita.
 
Salmo 51,3-7.10-11. ¡Ten piedad de mí, Señor, por tu bondad, por tu gran compasión, borra mis faltas! ¡Lávame totalmente de mi culpa y purifícame de mi pecado! Porque yo reconozco mis faltas y mi pecado está siempre ante mí.
Contra ti, contra ti solo pequé e hice lo que es malo a tus ojos. Por eso, será justa tu sentencia y tu juicio será irreprochable; yo soy culpable desde que nací; pecador me concibió mi madre. Anúnciame el gozo y la alegría: que se alegren los huesos quebrantados. Aparta tu vista de mis pecados y borra todas mis culpas.
 
Evangelio (Mc 4,26-34): En aquel tiempo, Jesús decía a la gente: «El Reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo. La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga. Y cuando el fruto lo admite, en seguida se le mete la hoz, porque ha llegado la siega».
Decía también: «¿Con qué compararemos el Reino de Dios o con qué parábola lo expondremos? Es como un grano de mostaza que, cuando se siembra en la tierra, es más pequeña que cualquier semilla que se siembra en la tierra; pero una vez sembrada, crece y se hace mayor que todas las hortalizas y echa ramas tan grandes que las aves del cielo anidan a su sombra». Y les anunciaba la Palabra con muchas parábolas como éstas, según podían entenderle; no les hablaba sin parábolas; pero a sus propios discípulos se lo explicaba todo en privado.
 
Comentario: 1. 2Sam 11,1-4.5-10.13-17. Hoy leemos una página bochornosa de la vida de David: su doble y vil pecado de adulterio y de asesinato. Ciertamente el episodio es una mancha vergonzosa en la imagen de este gran rey. La Biblia no nos narra sólo las páginas edificantes, sino también las impresentables. En el camino de David hacia el trono hubo muchos muertos, no justificados ni siquiera por el contexto de la guerra. Pero nada de lo anterior es comparable con la manera tan traicionera, llena de sangre fría y cálculo interesado, como se deshizo del marido de la mujer con la que había pecado.
Los personajes del AT que vamos encontrando en nuestras lecturas (como los del NT) son pecadores y débiles. Pero también desde su pecado nos resultan instructivos. Nos vemos retratados en ellos porque también nosotros somos débiles y tenemos fallos. También los puntos negativos de la Historia de Salvación nos ayudan a entender los planes de Dios y a ponernos en guardia sobre los peligros que también a nosotros nos acechan. Por otra parte esto nos resulta consolador. Aun los grandes hombres, como ahora David y luego Pedro, le fallan a Dios en cosas muy graves. Y no por ello les abandona Dios, y ellos saben recibir con gratitud el perdón, se rehacen en su vida y siguen sirviéndole en la misión que les ha encomendado. En la lista genealógica de Jesús aparecen algunas personas nada recomendables. Pero son su familia. Se ha encarnado en una humanidad no ideal o angélica, sino normal y débil. Entre estos antepasados de Jesús no falta Betsabé, con la que pecó David, la madre de Salomón. «No he venido para los justos, sino para los pecadores».
Hemos visto la fe de David y la calidad de su oración. Eso no impide que sea un pobre hombre, y un gran pecador, en sus horas malas. La Biblia nos relata la historia de un pueblo de pecadores, de pecadores-salvados. Y ésta es una de las páginas más bellas. Una vez más y por adelantado, oímos en ella "la buena nueva" del evangelio anunciado a los pobres. Es ya la página de la samaritana, de la pecadora en casa de Simón el fariseo, de la mujer adúltera. "No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores" .
-El pecado de David. David ve a una mujer que se estaba bañando. "Era una mujer muy hermosa" añade el texto sagrado. La desea y la seduce. Pero es la mujer de otro. Es pues un adulterio: a la falta de dominio propio en su sexualidad se añade una injusticia hacia esa mujer y su legítimo marido. Betsabé, la mujer de Urías, será la madre de Salomón. La citará Mateo en su genealogía, entre los antepasados de Jesús. Por ella está inserto Jesús en la dinastía de David. "Hosanna al hijo de David" gritarán las muchedumbres... y por ella se inserta en un linaje de pecadores, a los que viene a salvar. Señor, a través de ese pecado, pienso en mis propios pecados. ¡Qué misterio, Señor, que nos hayas creado con una libertad capaz de pecar! Cuando se piensa en la inmensa marea del mal que irrumpe sobre la humanidad, pensamos que si la has permitido, Señor, debe de ser porque esperas de ella un mayor bien.
-Un pecado no viene solo jamás. Hemos apuntado ya "la falta de dominio propio"... y "la injusticia". Veremos ahora todo lo que de ellos se sigue. "La hipocresía". David quisiera quizá descargarse de su responsabilidad y endosar el embarazo al marido legítimo. ¡Cuán humano y cuán repugnante a la vez es esto! Pero no lo logra. El tosco hitita Urías, tiene sus principios y los respeta: existía entonces la norma de la abstención sexual durante una guerra. Incluso estando borracho, Urías la recuerda. Y David que lo ha instigado a beber en demasía para hacerle perder la cabeza se siente libre para proseguir en su crimen. «El homicidio" premeditado. Sombría y lamentable historia, en verdad. «Poned a Urías en lo más recio del combate... que caiga herido y muera.» El pecado es un ataque a la Ley de Dios. Es una infidelidad a ese Dios que ha favorecido tanto a David, y ¡a quien ha hecho tan hermosas promesas! Pero la cara innoble del pecado aparece muy especialmente, cuando, como en este caso, ¡todo el cálculo de un hombre inteligente se ha puesto en el provecho personal aplastando a los demás! Para la Biblia, con el pecado de Adán, será éste el pecado-tipo (Noel Quesson).
Ayer leímos una de las más bellas manifestaciones de la religiosidad de David y el momento más sublime de su vida, cuando Dios le firma la alianza mesiánica. Hoy asistimos al momento más vergonzoso de su vida, y en la lectura de mañana el mismo profeta Natán, que le había comunicado los favores divinos, le transmitirá la reprensión por su pecado. Nada más lejos de las crónicas oficiales de otros reinos antiguos -¡y modernos!-, triunfalistas y aduladoras, que esta historia, que con todo realismo y lujo de detalles subraya lo odioso y la malicia del adulterio y del homicidio a que la pasión ha empujado a David. No sólo peca contra los mandamientos del decálogo, que prohíben el adulterio y la codicia de la mujer del prójimo, sino que abusa, en personal beneficio, de la autoridad que Dios le ha dado para procurar el bien de su pueblo. Además, el marido perjudicado es un soldado valiente y fiel, que se halla en aquel momento luchando con el ejército de Israel; tan fiel que, cuando David, para tapar su pecado, le hace venir a Jerusalén ni embriagándolo puede conseguir que entre en su casa: si todo el ejército está en campaña y acampa al raso, ¡él no ha de ir a su casa a banquetear y a yacer con su mujer! Y es tan valiente que David, conociéndolo, ordena a Joab -esta vez David es tan sanguinario y traidor como su general- que aproveche un ataque en el que, según costumbre, vaya Urías en vanguardia, lo dejen solo y serán los enemigos quienes lo maten. Y así ocurre. David se encuentra atrapado por la dialéctica de su propio pecado. Para disimular un adulterio ha de cometer un homicidio. El pecado es simiente de pecados, si no tenemos la sinceridad de reconocer la culpa y el coraje de rectificar. Una mentira nos obliga a decir otras mayores para tapar la primera. Un vicio puede empujar a robar para pagar su costo, y el hurto o el robo pueden llevar hasta el homicidio. De esta manera podríamos decir que todos cometemos «pecados originales», que inauguran una espiral cada vez más ancha y vertiginosa de pecados, de la que no saldremos si no es por el camino de una gran sinceridad y de una radical conversión. Que es lo que hizo David.
La historia de David que vamos leyendo es muy sobria en comentarios y reflexiones piadosas. Especialmente la historia de su sucesión, que va desde 2 Sm 9 hasta 1 Re 2. Se trata de un documento humanístico, en el que la intervención de Dios no se manifiesta en prodigios exteriores, sino tocando al corazón del hombre, donde se juega el drama del bien y del mal, del pecado y la gracia. En toda esta historia el nombre de Yahvé sólo es citado explícitamente en tres momentos, el primero de los cuales es justamente éste: "Pero Yahvé reprobó lo que había hecho David" (11,27; H. Raguer).
De lo que son capaces los poderosos para apropiarse de lo que no es suyo, y para evitar ser descubiertos en sus desórdenes y desequilibrios personales. Ante los hombres parecerán justos, pero no ante Dios, pues Él conoce hasta lo más profundo de nuestros corazones. Cuesta permanecer fieles a Dios, especialmente cuando el corazón del hombre se encuentra inclinado hacia el mal desde su más tierna adolescencia. Por eso no podemos buscar nosotros mismos el peligro; y si el peligro sale a nuestro paso debemos centrarnos en Dios para que Él sea nuestra fortaleza, nuestra defensa, nuestra roca de salvación. Pero si cometemos algún error no tratemos de lavarlo a nuestro modo; no tratemos de justificarnos a costa de la destrucción de los inocentes, pues eso, en lugar de manifestarnos como salvadores nos manifestaría como sanguinarios, desequilibrados por el poder e incapaces de enfrentar nuestra propia vida. Que Dios nos conceda luz para saber reconocernos pecadores y nos dé sabiduría para saber confiar nuestra vida a Aquel que es el único que nos puede mantener firmes en el bien: nuestro Dios y Padre.
 
2. Sal 50. Puestos de rodillas, humillados en la presencia de Dios golpeemos nuestro pecho diciéndole: Apiádate de mí, Señor, porque soy un pecador. Y Dios tendrá compasión de nosotros. Pues ¿quién de nosotros puede decir que no tiene pecado, si hasta el justo peca siete veces al día? Dios es rico en misericordia para cuantos lo invocan. Volvamos a Él; y sabiendo que lo hemos ofendido pidámosle que nos perdone, pues pecamos contra el cielo y contra Él y ya no merecemos llamarnos hijos suyos. Dios, por medio de la sangre de su Hijo, purificará nuestros corazones de todo pecado; nos revestirá de Cristo y nos hará nuevamente hijos suyos. No nos quedemos instalados en nuestras maldades. Si tenemos la esperanza de disfrutar de un mundo más fraterno, más justo, más en paz esforcémonos por hacerlo realidad entre nosotros. No importa lo que hayamos sido antes; lo único que importa es lo que haremos en el futuro de nuestra vida. Y Dios está dispuesto a ponerse de nuestro lado, pues Él, por darnos una vida nueva nos entregó a su propio Hijo. ¿Acaso necesitamos una prueba mayor para entender que Dios no quiere que nos sigamos destruyendo, sino que alcancemos en Él la plenitud de la vida?
 
3. Mc 4,26-34. Otras dos parábolas tomadas de la vida del campo y, de nuevo, con el protagonismo de la semilla, que es el Reino de Dios. La primera es la de la semilla que crece sola, sin que el labrador sepa cómo. El Reino de Dios, su Palabra, tiene dentro una fuerza misteriosa, que a pesar de los obstáculos que pueda encontrar, logra germinar y dar fruto. Se supone que el campesino realiza todos los trabajos que se esperan de él, arando, limpiando, regando. Pero aquí Jesús quiere subrayar la fuerza intrínseca de la gracia y de la intervención de Dios. El protagonista de la parábola no es el labrador ni el terreno bueno o malo, sino la semilla.
La otra comparación es la de la mostaza, la más pequeña de las simientes, pero que llega a ser un arbusto notable. De nuevo, la desproporción entre los medios humanos y la fuerza de Dios.
El evangelio de hoy nos ayuda a entender cómo conduce Dios nuestra historia. Si olvidamos su protagonismo y la fuerza intrínseca que tienen su Evangelio, sus Sacramentos y su Gracia, nos pueden pasar dos cosas: si nos va bien, pensamos que es mérito nuestro, y si mal, nos hundimos.
No tendríamos que enorgullecernos nunca, como si el mundo se salvara por nuestras técnicas y esfuerzos. San Pablo dijo que él sembraba, que Apolo regaba, pero era Dios el que hacia crecer. Dios a veces se dedica a darnos la lección de que los medios más pequeños producen frutos inesperados, no proporcionados ni a nuestra organización ni a nuestros métodos e instrumentos. La semilla no germina porque lo digan los sabios botánicos, ni la primavera espera a que los calendarios señalen su inicio. Así, la fuerza de la Palabra de Dios viene del mismo Dios, no de nuestras técnicas.
Por otra parte, tampoco tendríamos que desanimarnos cuando no conseguimos a corto plazo los efectos que deseábamos. El protagonismo lo tiene Dios. Por malas que nos parezcan las circunstancias de la vida de la Iglesia o de la sociedad o de una comunidad, la semilla de Dios se abrirá paso y producirá su fruto. Aunque no sepamos cómo ni cuándo. La semilla tiene su ritmo. Hay que tener paciencia, como la tiene el labrador.
Cuando en nuestra vida hay una fuerza interior (el amor, la ilusión, el interés), la eficacia del trabajo crece notablemente. Pero cuando esa fuerza interior es el amor que Dios nos tiene, o su Espíritu, o la gracia salvadora de Cristo Resucitado, entonces el Reino germina y crece poderosamente.
Nosotros lo que debemos hacer es colaborar con nuestra libertad. Pero el protagonista es Dios. El Reino crece desde dentro, por la energía del Espíritu.
No es que seamos invitados a no hacer nada, pero si a trabajar con la mirada puesta en Dios, sin impaciencia, sin exigir frutos a corto plazo, sin absolutizar nuestros méritos y sin demasiado miedo al fracaso. Cristo nos dijo: «Sin mí no podéis hacer nada». Sí, tenemos que trabajar. Pero nuestro trabajo no es lo principal (J. Aldazábal).
* El Reino de Dios no es un programa político o de acción social, consiste en «la santidad y la gracia, la Verdad y la Vida, la justicia, el amor y la paz» (Prefacio de la Solemnidad de Cristo Rey), que Jesucristo nos ha venido a traer. Es en primer lugar una realidad interior, en el “alma de cada cristiano, Jesús ha sembrado —por el Bautismo— la gracia, la santidad, la Verdad... Hemos de hacer crecer esta semilla para que fructifique en multitud de buenas obras: de servicio y caridad, de amabilidad y generosidad, de sacrificio para cumplir bien nuestro deber de cada instante y para hacer felices a los que nos rodean, de oración constante, de perdón y comprensión, de esfuerzo por conseguir crecer en virtudes, de alegría...” (Jordi Pascual).
Así, este Reino de Dios —que comienza dentro de cada uno— se extenderá a nuestra familia, a nuestro pueblo, a nuestra sociedad, a nuestro mundo. Porque quien vive así, «¿qué hace sino preparar el camino del Señor (...), a fin de que penetre en él la fuerza de la gracia, que le ilumine la luz de la verdad, que haga rectos los caminos que conducen a Dios?» (San Gregorio Magno). La fuerza de Dios se difunde y crece con un vigor sorprendente. Como en los primeros tiempos del cristianismo, Jesús nos pide hoy que difundamos su Reino por todo el mundo.
** Benedicto XVI reflexionaba sobre la comprensión de este Reinado en el pueblo de Israel: “Salmos de entronización, que proclaman la soberanía de Dios (YHWH), una soberanía entendida en sentido cósmico-universal y que Israel acepta con actitud de adoración (cf. Sal 47; 93; 96; 97; 98; 99). A partir del siglo VI, dadas las catástrofes de la historia de Israel, la realeza de Dios se convierte en expresión de la esperanza en el futuro. En el Libro de Daniel —estamos en el siglo II antes de Cristo— se habla del ser soberano de Dios en el presente, pero sobre todo nos anuncia una esperanza para el futuro, para la cual resulta ahora importante la figura del «hijo del hombre», que es quien debe establecer la soberanía. En el judaísmo de la época de Jesús encontramos el concepto de soberanía de Dios en el culto del templo de Jerusalén y en la liturgia de las sinagogas; lo encontramos en los escritos rabínicos y también en los manuscritos de Qumrán. El judío devoto reza diariamente el Shemá Israel: «Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios es solamente uno. Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas.» (Dt 6, 4; 11, 13; cf. Nm 15, 37-41). El rezo de esta oración se interpretaba como el cargar con el yugo de la soberanía de Dios: no se trata sólo de palabras; quien la recita acepta el señorío de Dios que, de este modo, a través de la acción del orante, entra en el mundo, llevado también por él y determinando a través de la oración su modo de vivir, su vida diaria; es decir, se hace presente en ese lugar del mundo. Vemos así que la señoría de Dios, su soberanía sobre el mundo y la historia, sobrepasa el momento, va más allá de la historia entera y la trasciende; su dinámica intrínseca lleva a la historia más allá de sí misma. Pero al mismo tiempo es algo absolutamente presente, presente en la liturgia, en el templo y en la sinagoga como anticipación del mundo venidero; presente como fuerza que da forma a la vida mediante la oración y la existencia del creyente, que carga con el yugo de Dios y así participa anticipadamente en el mundo futuro.
Precisamente en este punto se puede comprobar que Jesús fue un «israelita de verdad» (cf. Jn 1,47) y, al mismo tiempo, que fue más allá del judaísmo, en el sentido de la dinámica interna de sus promesas. Nada se ha perdido de los contenidos que acabamos de ver. Sin embargo, hay algo nuevo que se expresa sobre todo en las palabras «está cerca el Reino de Dios» (Mc 1, 15), «ha llegado a vosotros» (Mt 12, 28), está «dentro de vosotros» (Lc 17, 21). Se hace referencia aquí a un proceso de «llegar» que se está actuando ahora y afecta a toda la historia”. Hay muchas teorías sobre la venida de Jesús definitiva, unos decían que era inminente, de hecho estas formulaciones se intensifican en los fines de milenios (por eso se llama “mileranismo” a esta manera de pensar), y grupos de magia o líderes de sectas nos siguen hablando, como algunas películas apocalípticas, de ese final. El miedo, el afán de lo extraordinario, y algunos fenómenos físicos como el actual fenómeno atmosférico del calentamiento global pueden alimentarlos, porque está latente en la conciencia el afán de las cosas extraordinarias. También hay otra visión del Reino: un reino temporal, donde la expresión “Cristo Rey” tenga expresiones sociales y políticas. El mensaje de Jesús acerca del reino recoge afirmaciones “que expresan la escasa importancia de este reino en la historia: es como un grano de mostaza, la más pequeña de todas las semillas. Es como la levadura, una parte muy pequeña en comparación con toda la masa, pero determinante para el resultado final. Se compara repetidamente con la simiente que se echa en la tierra y allí sufre distintas suertes: la picotean los pájaros, la ahogan las zarzas o madura y da mucho fruto. Otra parábola habla de que la semilla del reino crece, pero un enemigo sembró en medio de ella cizaña que creció junto al trigo y sólo al final se la aparta (cf. Mt 13, 24-30)”.
*** Por último, la idea de paciente espera, de no perder los nervios hasta que haya fruto, también está presente en el Evangelio de hoy. De algún modo es un aprender a poner objetivos a largo plazo. Hay gente inconstante, que siguen siendo niños que se cansan de los proyectos que comienzan y cambian de rumbo constantemente. Ahora que el fracaso escolar es tan grande, nos puede servir las palabras que se recogen en el libro “Siempre alegres para hacer felices a los demás”, de Jesús Urteaga, provenientes de un personaje norteamericano que cuenta con muchos fracasos en su infancia: “no podré olvidar jamás tres palabras de mi padre que cambiaron mi vida. Las dijo en un tranvía, entre dos campanadas del conductor. Tres palabras para ayudar y alentar a un chico”. Su padre era herrero, y trabajaba en una cochera de tranvías de Boston. El chico tenía entonces 17 años, y el resultado de los exámenes trimestrales fue catastrófico: “desilusionado con los resultados de mis exámenes, el padre director había concertado a toda prisa una entrevista con mi padre. La cita tenía que ser a última hora. Las luces de las calles estaban encendidas antes de que regresara a casa. Mi padre trabajaba diez horas diarias.
Recuerdo muy bien aquella noche fatídica. Cincuenta y tres años después puedo recordar perfectamente lo que ocurrió. A las ocho de la noche estábamos en el Seminario. Yo me temía lo peor y así fue. El rector le dijo a mi padre: ‘después de todo, Dios llama a sus hijos por caminos muy distintos, son pocos los llamados a la vida intelectual, y menos todavía los que alcanzan la vida sacerdotal; porque, no lo he dicho todavía, yo quería ser sacerdote.
Mi padre trató de defenderme por el fracaso de los exámenes, pero el rector le cortó en seco: ‘no debe usted aflijirse. San José era carpintero. Dios encontrará trabajo para ese hijo suyo’. Nos despedimos. No había nada que hacer. Estaba claro que me expulsaban del colegio.
Como si fuera ayer, recuerdo aquella noche fría, oscura, húmeda. Fuimos a casa en silencio, cada uno dando vueltas a sus propios pensamientos. Los míos eran tristes. Al fin, demostrando indiferencia como suelen hacer los chicos, dije: ‘que se queden con su título. Conseguiré un empleo y te ayudaré en el trabajo, padre’.
Mi padre puso su mano sobre mi hombro y me dijo estas pocas palabras, que hoy las escribo por si pueden alentar a otros: ‘sigue adelante, hijo’. Y yo seguí”. Y a continuación iba la firma del que tenía ya setenta años cumplidos y que a los 17 expulsaron del colegio, porque no valía para estudiar para sacerdote. La firma decía: “Richard, Cardenal Cushing. Arzobispo de Boston”.
Vemos ahí la disponibilidad del padre, como la de Dios, por no juzgar por adelantado al niño, no perder la confianza en él.
Pienso que también Juan Bautista Maria Vianney iba a dejar sus estudios para sacerdote por no saber latín, y también fue alentado pues él soñaba con salvar almas, y le dijo para animarle el rector: “piensa que si te vas, adiós almas”, y él se quedó. Y es el patrón de los sacerdotes. La perseverancia puede ser difícil a veces. Por ejemplo, los estudiantes a principios de año comienzan con "buenos propósitos", reflexiones sobre mejorar en nuestras virtudes y quitar defectos, tomar resoluciones firmes, cambiar. Todos hacemos propósitos, como hacer gimnasia o seguir una dieta o dejar de fumar... y ni siquiera un par de semanas pasan a veces, antes de que se olviden. La perseverancia es hermana de la fortaleza, para continuar por encima de las dificultades, más allá de las flaquezas o desánimos. Puede ser una verdadera lucha. A veces veo un chico en una escuela con cara de pena: “¿qué tal?” le pregunto. “Aburrido”, es la respuesta. Me entran ganas de decirle que por eso hemos pasado todos, que era muy cansado escuchar profesores que hablan y hablan... y no digamos luego, cuando ya en el trabajo les toca a algunos un jefe con neuras o paraonias, o una novia o un novio absorventes, o un marido o esposa celosos de cualquier relación humana que tenga su cónyuge, o tantas cosas que pueden hacernos romper los nervios, y muchos momentos de la vida difíciles.... pequeñas crisis o grandes huracanes, que nos muestran la cara oculta de esta vida que es hermosa, pero también es luchay si somos como un churro nos lleva la corriente como un barquito de papel, la menor llovizna nos hunde irremediablemente. Hace falta la fortaleza.
La perseverancia, ese esfuerzo continuado, es muy importante en la formación de una persona. Hay gente inconstante, que siguen siendo niños que se cansan de los proyectos que comienzan y cambian de rumbo constantemente. Recuerdo cómo unos niños se ofrecían para elevar unas persianas, yo les dejaba las manivelas y comenzaban ilusionados; como era tarea larga, si dejaba de mirarles e iba un momento a otro sitio, al volver a veces estaban las manivela pero no los niños: necesitaban alguien que les mirara, para sentirse útiles. Esta es una realidad psicológica que ha de tener en cuenta toda pedagogía: los padres no han de dejar su función motivadora, por inconstancia. Así muchos necesitan la gratificación inmediata, y no saben trabajar como en las tareas de campo, que el fruto llega después de mucho tiempo, sin que desfallezca la ilusión se van realizando los trabajos de arado y siembra..., mientras se sueña con la esperanza de recolectar. Es un reclamo para que nuestra educación a los niños, desde edad temprana (en la familia y la escuela) se dé esta educación en objetivos a largo plazo, para que haya menos “agujeros” y no se meta el autoengaño, tan sutil. El valor de la perseverancia es muy necesario en un mundo cambiante, y da como fruto el gozo de poseer lo que aspirábamos, que a veces no llega sino al cabo del tiempo, pero disfrutamos en el camino por la esperanza de tenerlo, y mientras va madurando el carácter, con la estabilidad emocional, la confianza en uno mismo. El que persevera alcanza. El Evangelio de hoy es una referencia para poder marcar unos objetivos en la vida y cuando te ves desfallecer pensar en las consecuencias que acarrea, para seguir (o dejar de hacerlo).
 
 
 
 
Las dos parábolas de hoy tienen en común el "símbolo" de la germinación, de la potencia de la "vida naciente". Jesús ve así su obra.
-El "Reino de Dios" es como un hombre que arroja la semilla en la tierra. Contemplo a Jesús sembrando. Es un gesto absolutamente natural, apasionante, misterioso. Un gesto de esperanza y de aventura. ¿Crecerá? ¿Habrá buena cosecha, o no habrá nada? ¿Helará en invierno y destruirá las tiernas plantas? o bien, ¿quemará el sol lo que estoy sembrando? No lo sé. Pero lo que sí sé es que hay que sembrar y arriesgarse. Gracias, Jesús. Tú eras de aquella raza, campesina, que estaba en contacto con la naturaleza, en contacto con la vida... tú eras de los que creen en la vida, que tienen confianza en el porvenir, de los que siembran a manos llenas ¡para que la "vida" se multiplique! Pero esta imagen es válida para cualquier vida humana: para los empresarios, médicos, profesores, programadores, artesanos, madres de familia, asistentas, artistas, sacerdotes, etc... hay que sembrar, hay que invertir sobre el porvenir. Jesús es consciente de estar haciendo esto: siembra. Emprende una gran obra que tiene porvenir. El "Reino de Dios" comienza; como un gran tiempo de siembra.
-De noche y de día, duerma o vele, la semilla germina y crece sin que él sepa cómo. Por sí misma la tierra da fruto, primero la hierba, luego la espiga, enseguida el fruto que llena la espiga, y cuando el fruto está maduro, se mete allí la hoz, porque la mies está en sazón. Marcos es el único que nos relata esta maravillosa, corta y optimista parábola del "grano-que-crece-solo" ¡Releedla! Dejaos llevar por su alegre movimiento. Sí, todo reside en la vitalidad de la semilla: el germen es una potencia concentrada, formidable, invencible... pero menuda, escondida y aparentemente frágil. Desde que la semilla ha sido arrojada a la tierra, comienzan en lo secreto, una serie de maravillas. Poco importa que el campesino se preocupe o no, por ello; en último término, la cosa no depende ya de él. De esa manera, dijo Jesús, el Reino de Dios es como una semilla viva. Sembrada en un alma, sembrada en el mundo, crece con un lento, imperceptible, pero continuo crecimiento. Incluso inapercibida, y no verificable aún, la vida progresa y no abdica jamás. ¿Qué quieres decirme, Señor, a mí, hoy, a través de estas palabras de esperanza? ¿A qué me invitas?
-¿A qué podemos comparar el "Reino de Dios"? A un "grano de mostaza ... que cuando se siembra en la tierra es la más pequeña de todas las semillas del mundo. Pero sembrado, crece y se hace más grande que todas las hortalizas y echa ramas tan grandes que las aves del cielo pueden abrigarse a su sombra. Basta releer y repetir estas palabras y estas imágenes para hacer una auténtica oración. Imaginar que salen de la mente, del corazón, de los labios de Jesús. Aplicarlo a la Historia: en ese momento, Jesús estaba solo, a orillas del lago, con doce hombres y algunos oyentes galileos... y la "pequeña semilla" de ese día ha llegado a ser un árbol grande, ha llegado hasta los extremos de la tierra. Pienso en la Iglesia, en su pequeñez y fragilidad. Pienso en mi propia vida espiritual, tan débil y "pequeña". ¡Releo tu promesa, Señor! Aplico eso también a mis empresas humanas o apostólicas, a mis desalientos, a mis riesgos de abandono. Y vuelvo a leer su parábola de esperanza. ¡Gracias, Señor! Gracias Marcos, por habérnosla relatado (Noel Quesson).
El sembrador sabe que la semilla que cayó en tierra fértil necesitará de un tiempo para germinar. Es todo un proceso. Esa semilla irá creciendo poco a poco, nos toca a nosotros tener paciencia sin dudar, en ningún momento, que es una relación que está creciendo y que por más pequeña y frágil que parezca, será tan fuerte como ese árbol de mostaza. Dará, a su tiempo, los frutos necesarios para que se consolide el reino de Dios (Miosotis).
Hoy Jesús habla a la gente de una experiencia muy cercana a sus vidas: «Un hombre echa el grano en la tierra (...); el grano brota y crece (...). La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga» (Mc 4,26-28). Con estas palabras se refiere al Reino de Dios, que consiste en «la santidad y la gracia, la Verdad y la Vida, la justicia, el amor y la paz» (Prefacio de la Solemnidad de Cristo Rey), que Jesucristo nos ha venido a traer. Este Reino ha de ser una realidad, en primer lugar, dentro de cada uno de nosotros; después en nuestro mundo.
En el alma de cada cristiano, Jesús ha sembrado —por el Bautismo— la gracia, la santidad, la Verdad... Hemos de hacer crecer esta semilla para que fructifique en multitud de buenas obras: de servicio y caridad, de amabilidad y generosidad, de sacrificio para cumplir bien nuestro deber de cada instante y para hacer felices a los que nos rodean, de oración constante, de perdón y comprensión, de esfuerzo por conseguir crecer en virtudes, de alegría...
Así, este Reino de Dios —que comienza dentro de cada uno— se extenderá a nuestra familia, a nuestro pueblo, a nuestra sociedad, a nuestro mundo. Porque quien vive así, «¿qué hace sino preparar el camino del Señor (...), a fin de que penetre en él la fuerza de la gracia, que le ilumine la luz de la verdad, que haga rectos los caminos que conducen a Dios? (San Gregorio Magno).
La semilla comienza pequeña, como «un grano de mostaza que, cuando se siembra en la tierra, es más pequeña que cualquier semilla que se siembra en la tierra; pero una vez sembrada, crece y se hace mayor que todas las hortalizas» (Mc 4,31-32). Pero la fuerza de Dios se difunde y crece con un vigor sorprendente. Como en los primeros tiempos del cristianismo, Jesús nos pide hoy que difundamos su Reino por todo el mundo (Jordi Pascual i Bancells España).
La fidelidad a la gracia. La semilla, una vez sembrada, crece con independencia de que el dueño del campo duerma o vele, y sin que sepa cómo se produce. Así es la semilla de la gracia que cae en las almas; si no se le ponen obstáculos, si se le permite crecer, da su fruto sin falta, no dependiendo de quien siembra o de quien riega, sino de Dios que da el incremento (1 Cor 3,5-9). Así es el apostolado: “la doctrina, el mensaje que hemos de propagar, tiene una fecundidad propia e infinita, que no es nuestra, sino de Cristo” (J. Escrivá, Es Cristo que pasa). El Señor nos ofrece constantemente su gracia para ayudarnos a ser fieles, cumpliendo el pequeño deber de cada momento, en que se nos manifiesta su voluntad y en el que está nuestra santificación. De nuestra parte está aceptar Su ayuda y cooperar con generosidad y docilidad.
La docilidad a las inspiraciones del Espíritu Santo es necesaria para conservar la vida de la gracia y para tener frutos sobrenaturales. “Las oportunidades de Dios nos esperan: llegan y pasan. La palabra de vida no aguarda; si no nos la apropiamos, se la llevará el demonio” (J. H. Newman, Sermón para el Domingo de Sexagésima: Llamadas de la gracia). La resistencia a la gracia produce sobre el alma el mismo efecto que “el granizo sobre un árbol en flor que prometía abundantes frutos; las flores quedan agostadas y el fruto no llega a sazón” (R. Garrigou Lagrange, La tres edades de la vida interior). Una gracia lleva consigo otra: -al que tiene se le dará-, y el alma se fortalece en el bien en la medida en que lo practica, cuanto más trecho se recorre. Cada día es un regalo que nos hace el Señor para que lo llenemos de amor en una correspondencia alegre, contando con las dificultades y obstáculos y con el impulso divino para superarlos y convertirlos en motivo de santidad y apostolado. Todo es bien distinto cuando lo realizamos por amor y para el Amor.
La vida interior necesita tiempo, crece y madura como el trigo en el campo. “Hay que tener paciencia con todo el mundo –señala San Francisco de Sales-, pero en primer lugar con uno mismo” (Cartas) Nada es irremediable para quien espera en el Señor; nada está totalmente perdido; siempre hay posibilidad de perdón: humildad, sinceridad y arrepentimiento... y volver a empezar, correspondiendo al Señor, que está empeñado en que superemos los obstáculos. Pidamos a Nuestra Madre la paciencia necesaria para nosotros y para los demás, y continuidad humilde en nuestra lucha (Francisco Fernández Carvajal).
¿No es ésta la más pequeña de entre todas las semillas? Y aún así es el más grande de todos los arbustos. Así es la vida interior, y Cristo nos la ha dado ha conocer de esa misma manera. Lo único que se tiene que hacer para poseer ese magnifico arbusto es cultivar esa pequeña semillita hasta que crezca totalmente. Así la vida interior, en un principio es como una pequeña semilla, posteriormente, dentro de nuestro corazón, crece tanto que llena todo el corazón. Es como el amor que da verdadera felicidad, es tan pequeño al inicio que hay que irlo cultivando para que crezca y se fortalezca. Poco a poco éste se hace más fuerte hasta que se mantiene en pie por sí solo, pero sigue siendo frágil, porque cualquier hachazo puede derribarlo, por lo tanto necesita un cuidado continuo. Quizá este fin de semana podría ser una buena idea echarse un clavado y bucear en el océano de nuestro interior.
Muchas veces nos sentamos a planear nuestro trabajo de evangelización. Armamos pláticas; adjuntamos dinámicas; ponemos un horario de trabajo apostólico; ponemos momentos fuertes de oración con quienes nos escucharán. Tal vez invitamos a vivir un encierro para encontrarnos con el Señor. Al paso del tiempo podemos angustiarnos porque vemos que el tiempo programado de trabajo está llegando a su fin y no se logran los frutos que, según nuestros planes, deberían darse con grandes conversiones, pues todo el teatro que armamos le debería haber movido el tapete a cualquiera. Tal vez algunos, más sensibles, respondan acercándose a Dios, y al rato los veamos nuevamente perdidos y desorientados en su vida. Hoy el Señor nos invita a sembrar; a sembrar con la humildad de quien sabe que la Semilla, que es la Palabra, hará su obra por la fuerza divina que posee, y no por la eficacia humana que nosotros queramos darle. Por eso el Evangelizador debe ser consciente de que es un colaborador de Dios y no el dueño que pueda manipular a su arbitrio la salvación. A pesar de que pareciera muy poco lo que pudiéramos hacer a favor del Reino, el Señor hará que germine, que crezca y que llene, incluso, toda la tierra para dar cobijo, resguardo, salvación, perdón, a todas las personas. Aprendamos a trabajar por el Evangelio sin querer violentar los caminos de Dios. Aprendamos a escuchar al Señor y a llevar su mensaje de salvación orando para que el Señor haga que su Palabra rinda abundantes frutos de salvación en aquellos que sean evangelizados. Entonces nosotros desapareceremos, y sólo el Señor recibirá la gloria que merece por el gran amor que nos ha tenido.
El Señor nos ha convocado en torno a Él en esta celebración Eucarística. Dios nos quiere a nosotros, quiere que entremos en Alianza de amor con Él. Antes que nada nosotros debemos ser los primeros en apropiarnos la conversión y la salvación que Dios nos ofrece. Si queremos que la Palabra de Dios llegue a los demás no sólo como información, sino como testimonio de vida, debemos tener la apertura suficiente al Don de Dios en nosotros. Al entrar en comunión de vida con el Señor Él quiere hacernos signos de su amor para cuantos nos traten. Es verdad que somos pecadores, pues ante Dios ¿quién podría mantenerse en pie? Pero Dios jamás ha dejado de amarnos. Por librarnos del pecado y de la muerte nos envió a su propio Hijo que murió clavado en una cruz para que fuésemos recibidos como hijos en la casa del Padre; y mediante su gloriosa resurrección nos dio nueva vida para que ya no vivamos para nosotros mismos, sino para Aquel que por nosotros murió y resucitó.
Vivamos plenamente nuestra comunión de vida con Cristo para que ya no seamos signos de maldad ni de muerte, sino de amor, de gracia y de vida. No importa lo que hayamos sido en el pasado. Por muy pecadores que hayamos sido Dios siempre está dispuesto a perdonar a quien vuelva a Él arrepentido, no sólo a pedirle perdón sino con la disposición de iniciar un nuevo camino a impulsos del Espíritu Santo que Dios ha derramado en nuestros corazones. No cerremos nuestro corazón a este día de gracia que Dios nos concede. Esforcémonos por conocer al Señor, experimentemos su amor misericordioso en nosotros y permitamos que su vida, la que Él sembró mediante su Misterio Pascual en nosotros, produzca abundancia de frutos de buenas obras. Por eso las esperanzas de los hombres no pueden verse truncadas por aquellos que esperan de la Iglesia un poco más de paz, de alegría, de seguridad para sus vidas. Seamos el signo de Cristo que sale al encuentro del hombre para perdonarlo, para tenderle la mano en sus necesidades y para guiarle por el camino del bien hasta encontrarse con Dios como Padre.
Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber escuchar con fidelidad la Palabra de Dios para que, haciéndola nuestra, podamos cumplirla con gran amor manifestando así que la Palabra de Dios es fecunda en quien la recibe con fe, con amor y con una gran esperanza de darle un nuevo rumbo a la vida. Amén (www.homiliacatolica.com).
 
 
 

Domingo 5º, ciclo C: el Señor nos llama porque Él es bueno, y aunque nos creamos que somos malos, Él nos pide que no tengamos miedo, ya se encarga de

Domingo 5º, ciclo C: el Señor nos llama porque Él es bueno, y aunque nos creamos que somos malos, Él nos pide que no tengamos miedo, ya se encarga de hacernos buenos, sólo nos pide buena voluntad.
1. Isaías dice: “vi al Señor sentado sobre un trono alto y excelso: la orla de su manto llenaba el templo. Y vi serafines en pie junto a él. Y se gritaban uno a otro diciendo: -¡Santo, santo, santo, el Señor de los Ejércitos, la tierra está llena de su gloria!” Una vez un niño me dijo: “yo he visto a mi ángel” y le contesté: “¡qué suerte tienes, porque yo no lo he visto nunca…” pues nuestro profeta se asustó: “estaba lleno de humo. Yo dije: -¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey y Señor de los Ejércitos. Y voló hacia mí uno de los serafines, con un ascua en la mano, que había cogido del altar con unas tenazas; la aplicó a mi boca y me dijo: -Mira: esto ha tocado tus labios, ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado”. Y ya se animó a hacer de profeta, a ser amigo de Dios y ayudar a los demás: “Entonces escuché la voz del Señor, que decía: -¿A quién mandaré? ¿Quién irá por mí? Contesté: -Aquí estoy, mándame”. Este año de rezar por los sacerdotes hemos de pedir que muchos escuchen la voz de Dios, que digan “¡aquí estoy, mándame!”… cuando vamos a Misa, en la liturgia, la Iglesia de la tierra se une a la del cielo, y podemos conectar con nuestro verdadero Templo que es Jesús que está a la derecha del Padre hablando de nosotros que es lo que le gusta, y nosotros seguimos con miedos: "¡Ay de mí!", cuando lo que él quiere es que le pidamos cosas con el Padre nuestro, y que al cantar el "Santo" pensemos que estamos también ahí…
2. El Salmo reza: “delante de los ángeles tocaré para ti, Señor”. Es bueno tocar la guitarra o la flauta… y cantar al Señor, y saber que nos escuchan los ángeles. Sobre todo cuando vamos a rezar a la iglesia, tener el respeto de comportarnos con gran cuidado de estar para Dios y no para jugar o hablar con el de al lado: “Te doy gracias, Señor, de todo corazón; delante de los ángeles tañeré para ti, me postraré hacia tu santuario. Daré gracias a tu nombre por tu misericordia y tu lealtad. Cuando te invoqué, me escuchaste… canten los caminos del Señor, porque la gloria del Señor es grande…” ¡La gloria del Padre! Es lo que rezaba Jesús, y también nosotros: "Santificado sea tu nombre, venga tu reino". "Que vuestra luz brille ante los hombres, para que viendo vuestras buenas obras, den gloria a vuestro Padre que está en los cielos". Adorar es muy importante, porque nos carga las pilas de amor, nos da vitaminas para luchar, de “buen rollo” y confianza: “Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos”. El Señor tiene unos planes muy buenos para cada uno, estamos en buenas manos: Tú me has dado deseos de cosas grandes; concédeme que esos deseos se hagan realidad. No me falles, Señor…
3. San Pablo cuenta su vocación, recuerda “que Cristo murió por nuestros pecados… resucitó” y es muy bonito ver cómo han vivido las apariciones de Jesús con cuerpo glorioso: “se le apareció a Cefas y más tarde a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos juntos, la mayoría de los cuales viven todavía, otros han muerto; después se le apareció a Santiago, después a todos los Apóstoles; por último, como a un aborto, se me apareció también a mí”. Y “esto es lo que predicamos; esto es lo que habéis creído”. Hoy también hay muchos que no creen, que piensan que no hay resurrección: qué pena, porque no tienen esperanza, no saben que después de la muerte está el cielo… hemos de hacer como S. Pablo, abrirnos al don de Jesús que nos llama en el camino de la vida, que está a nuestro lado, a pensar de que nos veamos poca cosa, lo importante es que Él nos ama.
4. Es lo que nos dicen las lecturas de hoy, también el Evangelio: nos cuenta que “la gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la Palabra de Dios” y en el lago de Genesaret estaban lavando las redes Simón con otros, y subió y “desde la barca, sentado, enseñaba a la gente. Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: -Rema mar adentro y echad las redes para pescar”. Como el mar era donde habitaban los miedos y cosas malas, significa que no tengamos miedo, porque con Jesús no nos pasará nada malo. “Simón contestó: -Maestro nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes”. Esto son las malas experiencias, y la fe nos lleva a volver a repetir las cosas sin desanimarnos, porque así nos volvemos fuertes.
Algunas veces, cuando escuchamos la palabra del Señor, tratamos de utilizar nuestro intelecto para descifrar su voluntad, cuando en realidad Dios solo nos pide obediencia y fe en él. Debemos ejercitar nuestra fe, que mueve montañas, pero conscientes de que es Dios quien al final logra moverlas. Cuando todo parezca ir mal... sólo EMPUJA! Cuando estés agotado por el trabajo... sólo EMPUJA! Cuando la gente no se comporte de la manera que te parece que debería... sólo EMPUJA! Cuando la gente simplemente no te comprenda... sólo EMPUJA! Cuando te sientas agotado y sin fuerzas... sólo EMPUJA! Hay rocas imposibles de mover o de cambiar. Tal vez ESA no es nuestra misión.
Pedro y los demás, “puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan grande, que reventaba la red. Hicieron señas a los socios de la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Se acercaron ellos y llenaron las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús, diciendo: -Apártate de mí, Señor, que soy un pecador”. También nosotros podemos sentirnos pecadores, pero queremos amar a Jesús, que ha nacido para mí la noche de Navidad, ha muerto por mí en la Cruz, ha resucitado para mí en la Pascua, y me acompaña con el Espíritu Santo en los sacramentos, en la Iglesia, en los demás, y me quiere con Él para siempre en el cielo… y si me llama me da la fuerza, las vitaminas, los alimentos, para seguirle, aunque a veces me desanime, me entre miedo: “Y es que el asombro se había apoderado de él y de los que estaban con él, al ver la redada de peces que habían cogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zedebeo, que eran compañeros de Simón. Jesús dijo a Simón: -No temas: desde ahora, serás pescador de hombres”. Jesús me dice que no tenga miedo, que hay sufrimiento, cruz, pero que la cosa acaba bien, que vale la pena responder como los apóstoles: “Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron”.  Y así podremos decir con la Virgen María: me llamarán feliz, pues ha hecho maravillas conmigo Aquél que es todopoderoso. Amén.