martes, 30 de enero de 2024

31 de enero SAN JUAN BOSCO, patrón de los educadores

31 de enero SAN JUAN BOSCO, patrón de los educadores

Don Bosco cuidó de los jóvenes en toda su vida; fundador de los salesianos y de una educación basada en la amabilidad y una piedad asentada en la alegría. Nació en 185 en un pueblo de Turín, hijo de campesinos italianos, y con 9 años un sueño marcará su vida: veía a algunos niños que decían palabrotas «y yo me lancé hacia ellos golpeándoles con mis puños». Entonces «apareció un personaje que me dijo: "No con puños, sino con amabilidad, vencerás a estos muchachos"». Más tarde, ya joven sacerdote, verá que muchos niños de la calle acababan en la cárcel, y comenzó a acoger a alguno, y cuando ya eran muchos puso esa obra en manos de un santo patrono que no era rigorista sino que tenía una espiritualidad amable y tierna, afín a su modo de orientar a los jóvenes: San Francisco de Sales; hoy son conocidos como los salesianos. Organizó talleres de sastrería, encuadernación, imprenta o zapatería, etc.

«Él le dio una vuelta al mundo de la educación incluyendo elementos de cultura popular, como el teatro, el deporte, los trucos de magia o la música», explica el salesiano Javier Valiente: y unió «una espiritualidad de lo cotidiano que engancha mucho a los jóvenes, un espíritu de familia, un sentido de alegría». Su discípulo santo Domingo Savio decía: «Hacemos consistir la santidad en estar siempre alegres; eso «lo había mamado de Don Bosco e hizo que muchos discípulos de su escuela fueran después santos canonizados por la Iglesia».

Murió un 31 de enero, fecha en la que le recuerda la liturgia, diciendo a sus muchachos: «Quereos como hermanos, haced el bien a todos. Os espero en el Paraíso». En 1934 es canonizado por el Papa Pío XI.

El Papa Francisco decía en su fiesta cómo se preocupó de los jóvenes pobres: "estuvo cerca de ellos, con la vivacidad de ellos. Les hizo jugar, les formó un grupo, como hermanos, fue, caminó con ellos, sintió con ellos, vio con ellos, lloró con ellos y así les sacó adelante". Esto le ocasionó contrariedades, el chismorreo: "ese cura está en la calle con esos chicos maleducados que con el balón me rompen el cristal de la ventana". Don Bosco vivió todo con alegría. Vivió lo que predicó: "Uno solo es mi deseo: que sean felices en el tiempo y en la eternidad".

Fue la Madre de Dios, María Auxiliadora, que desde su primer sueño le indicó que mirara en dirección hacia donde estaban los muchachos. Juan volteó y lo que vio lo dejó atónito: ya no estaban los niños, sino un grupo numeroso de animales salvajes, pero que empezaban a transformarse paulatinamente en mansos corderitos. En ese preciso momento, la Virgen se le acercó y le susurró al oído: "A su tiempo lo comprenderás todo".

Continuó teniendo, al tiempo que educaba a los niños, frecuentes sueños y visiones, todo ello iba enfocándole en su misión, que puede resumirse en: religión y razón, paz y paciencia; amor y piedad; oración y recreo.

Una de esas visiones ocurrió en 1886 poco antes de su llegada en tren a Barcelona, oyó una voz que repetía "Tibi dabo", "Tibi dabo"..., durante su estancia en la ciudad, le piden que haga en la montaña "Tibidabo" un templo al Sagrado Corazón de Jesús, que domina la ciudad desde entonces. Fue una de sus últimas fundaciones.

En sus Cartas vemos su empeño: «los jóvenes fueron siempre el objeto de mi solicitud y mi trabajo». Pide a los educadores que "nunca olvidéis que hacéis las veces de padres de nuestros amados jóvenes, por quienes trabajé siempre con amor". Y añade: "¡Cuántas veces, hijos míos, durante mi vida,ya bastante prolongada, he tenido ocasión de convencerme de esta gran verdad! Es más fácil enojarse que aguantar, amenazar al niño que persuadirlo; añadiré incluso que, para nuestra impaciencia y soberbia, resulta más cómodo castigar a los rebeldes que corregirlos, soportándolos con firmeza y suavidad a la vez (…) Miremos como a hijos a aquellos sobre los cuales debemos ejercer alguna autoridad. Pongámonos a su servicio, a imitación de Jesús, el cual vino para obedecer y no para mandar, y avergoncémonos de todo lo que pueda tener incluso apariencia de dominio; si algún dominio ejercemos sobre ellos, ha de ser para servirlos mejor".

Cómo se ve distinta a una persona que obra mal, si la miramos desde el juicio desconsiderado del "inquisidor", o desde el corazón de su madre: y así se comportó Jesús: "también con los pecadores se comportaba con benignidad y con una amigable familiaridad, de tal modo que era motivo de admiración para unos, de escándalo para otros, pero también ocasión de que muchos concibieran la esperanza de alcanzar el perdón de Dios. Por esto, nos mandó que fuésemos mansos y humildes de corazón.

Son hijos nuestros, y por esto, cuando corrijamos sus errores, hemos de deponer toda ira o, por lo menos, dominarla de tal manera como si la hubiéramos extinguido totalmente", sigue diciendo don Bosco. Pide para ellos "comprensión en el presente y esperanza en el futuro, como conviene a unos padres de verdad, que se preocupan sinceramente de la corrección y enmienda de sus hijos". Y para calmar el mal genio, aconseja: "en los casos más graves, es mejor rogar a Dios con humildad que arrojar un torrente de palabras, ya que éstas ofenden a los que las escuchan, sin que sirvan de provecho alguno a los culpables".

Llucià Pou Sabaté

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