jueves, 18 de enero de 2024

2ª semana, viernes (par): vemos la teología de la llamada; nuestra llamada divina es fruto del amor gratuito de Dios, de sus misteriosos designios de misericordia

2ª semana, viernes (par): vemos la teología de la llamada; nuestra llamada divina es fruto del amor gratuito de Dios, de sus misteriosos designios de misericordia

A. Lecturas:

   1. I Samuel 24,3-21. Entonces reunió a tres mil hombres seleccionados entre todo Israel y partió en busca de David y sus hombres, hacia las Peñas de las Cabras salvajes. Al llegar a los corrales de ovejas que están junto al camino, donde había una cueva, Saúl entró a hacer sus necesidades. En el fondo de la cueva, estaban sentados David y sus hombres. Ellos le dijeron: "Este es el día en que el Señor te dice: 'Yo pongo a tu enemigo en tus manos; tú lo tratarás como mejor te parezca'". Entonces David se levantó y cortó sigilosamente el borde del manto de Saúl. Pero después le remordió la conciencia, por haber cortado el borde del manto de Saúl, y dijo a sus hombres: "¡Dios me libre de hacer semejante cosa a mi señor, el ungido del Señor! ¡No extenderé mi mano contra él, porque es el ungido del Señor!". Con estas palabras, David retuvo a sus hombres y no dejó que se abalanzaran sobre Saúl. Así Saúl abandonó la cueva y siguió su camino. Después de esto, David se levantó, salió de la cueva y gritó detrás de Saúl: "¡Mi señor, el rey!". Saúl miró hacia atrás, y David, inclinándose con el rostro en tierra, se postró y le dijo: "¿Por qué haces caso a los rumores de la gente, cuando dicen que David busca tu ruina? Hoy has visto con tus propios ojos que el Señor te puso en mis manos dentro de la cueva. Aquí se habló de matarte, pero yo tuve compasión de ti y dije: 'No extenderé mi mano contra mi señor, porque es el ungido del Señor'. ¡Mira, padre mío, sí, mira en mi mano el borde de tu manto! Si yo corté el borde de tu manto y no te maté, tienes que comprender que no hay en mí ni perfidia ni rebeldía, y que no he pecado contra ti. ¡Eres tú el que me acechas para quitarme la vida! Que el Señor juzgue entre tú y yo, y que él me vengue de ti. Pero mi mano no se alzará contra ti. 'La maldad engendra maldad', dice el viejo refrán. Pero yo no alzaré mi mano contra ti. ¿Detrás de quién ha salido el rey de Israel? ¿A quién estás persiguiendo? ¡A un perro muerto! ¡A una pulga!. ¡Que el Señor sea el árbitro y juzgue entre tú y yo; que él examine y defienda mi causa, y me haga justicia, librándome de tu mano!". Cuando David terminó de dirigir estas palabras a Saúl, este exclamó: "¿No es esa tu voz, hijo mío, David?", y prorrumpió en sollozos. Luego dijo a David: "La justicia está de tu parte, no de la mía. Porque tú me has tratado bien y yo te he tratado mal. Hoy sí que has demostrado tu bondad para conmigo, porque el Señor me puso en tus manos y tú no me mataste. Cuando alguien encuentra a su enemigo, ¿lo deja seguir su camino tranquilamente? ¡Que el Señor te recompense por el bien que me has hecho hoy! Ahora sé muy bien que tú serás rey y que la realeza sobre Israel se mantendrá firme en tus manos.

   2. Salmo 57,2-4.6.11. Ten piedad de mí, Dios mío, ten piedad, porque mi alma se refugia en ti; yo me refugio a la sombra de tus alas hasta que pase la desgracia.

   Invocaré a Dios, el Altísimo, al Dios que lo hace todo por mí: él me enviará la salvación desde el cielo y humillará a los que me atacan. ¡Que Dios envíe su amor y su fidelidad!

   ¡Levántate, Dios, por encima del cielo, y que tu gloria cubra toda la tierra! porque tu misericordia se eleva hasta el cielo, y que tu gloria cubra toda la tierra!

   3. Marcos 3,13-19: "En aquel tiempo, Jesús subió al monte y llamó a los que Él quiso; y vinieron donde Él. Instituyó Doce, para que estuvieran con Él, y para enviarlos a predicar con poder de expulsar los demonios. Instituyó a los Doce y puso a Simón el nombre de Pedro; a Santiago el de Zebedeo y a Juan, el hermano de Santiago, a quienes puso por nombre Boanerges, es decir, hijos del trueno; a Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el de Alfeo, Tadeo, Simón el Cananeo y Judas Iscariote, el mismo que le entregó".

B. Comentario:

   1. David perdona la vida a su perseguidor Saúl, que entra casualmente en una cueva en la que no sabe que están David y los suyos. Saúl, víctima de su temperamento inestable, se deja recomer de los celos y, en una operación militar en toda regla, persigue a David, que se ve obligado a convertirse en jefe de guerrilleros. Ya había intentado eliminarle en varias ocasiones, que no hemos leído en esta selección de lecturas de la Misa. El relato pone de relieve la grandeza de corazón de David y además el respeto que siente por el ungido de Dios, perdonando a su enemigo, a pesar de que los suyos le incitan a acabar con él casi en nombre de Dios. Una vez más aparece el carácter voluble de Saúl que, llorando, reconoce su propia falta y llega a aceptar a David como el futuro rey.

   La envidia y los celos no dejan vivir a Saúl, y podríamos decir que son causa de su caída. Amargarse cuando otros tienen mejores cualidades que nosotros es causa de nuestra caída. David es imagen de Jesús que perdona en la cruz a los que le matan.

   "Con tres mil hombres persigue Saúl a David". Un día, por casualidad, para hacer sus necesidades, Saúl entra en una cueva donde está escondido David. Este podría vengarse porque se encuentra en estado de legítima defensa, y es la guerrilla: se contenta con cortarle una punta del manto. David no se deja llevar por la violencia ni el odio. Sabe ser generoso con su perseguidor. David vive ya un valor evangélico esencial. "Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores". «Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odian.» Sí, Señor, ésta será mi oración del día de hoy. Que la fuerza del evangelio del perdón penetre nuestro duro mundo... los hombres se dañan, se odian, se desprecian, se envidian... por doquier hay heridas abiertas... Por doquier el perdón es la única solución, la del evangelio, la de David. Yo mismo, ¿a quién debo perdonar hoy?

   -"Tus ojos han visto que el Señor te ha puesto en mis manos en la cueva, pero no he querido matarte, te he perdonado". Además del perdón, hay aquí otro valor evangélico también esencial: el respeto a la vida. Ante su adversario que quiere su muerte, David se niega a matarle. El respeto a la vida es patrimonio de la humanidad. Pero ha sido preciso que Cristo nos revelara toda su profundidad. Saúl es visto como ungido del Señor, y David lo respeta. Podríamos decir que toda vida es sagrada, preciosa, «tiene un precio».

   -"Saúl declaró: Tú eres más justo que yo, porque tú me favoreces y yo te hago daño... Ahora sé que reinarás sobre Israel". También Jesús conoció la tentación de la venganza, cuando Pedro le ofreció su espada, y hubiera sido legítimo que se defendiera. Si Jesús se entregó a sus verdugos, si no tuvo una palabra para defenderse de los que le ultrajaban, si a todos perdonó, fue porque no dejó de «ver a los hombres con la mirada de su Padre». En el más pobre, en el más sucio y descuidado, en el más inhumano, en el más pecador, Jesús veía siempre a «un ser amado de Dios». Es ésta una moral nueva, que apunta ya en el corazón de David, el antepasado del Mesías. «Sed misericordiosos, como vuestro Padre celestial es misericordioso». Imitar a Dios. ¡Qué empresa! Jesús en su persona, «derribó el odio y la enemistad» (Ef 2,14; Noel Quesson).

   2. "Ten piedad de mí, Dios mío… porque mi alma se refugia en ti; yo me refugio a la sombra de tus alas hasta que pase la desgracia". La fe es confiado abandono y alabanza: "En la medida en que la gloria de Dios se extiende sobre la tierra, aumentada por la fe de los que son salvados, las potencias celestiales, exultando por nuestra salvación, alaban a Dios" (San Gregorio de Nisa). Pedimos a Dios: que "tu misericordia se eleva hasta el cielo, y que tu gloria cubra toda la tierra!"

   3. Hoy, el Evangelio condensa la teología de la vocación cristiana: el Señor elige a los que quiere para estar con Él y enviarlos a ser apóstoles: "En aquel tiempo, Jesús subió al monte y llamó a los que Él quiso".

   En primer lugar, los elige: "antes de la creación del mundo, nos ha destinado a ser santos" (Ef 1,4). Nos ama en Cristo, y en Él nos modela dándonos las cualidades para ser hijos suyos. Sólo en vistas a la vocación se entienden nuestras cualidades; la vocación es el "papel" que nos ha dado en la redención. Es en el descubrimiento del íntimo "por qué" de mi existencia cuando me siento plenamente "yo", cuando vivo mi vocación.

   ¿Y para qué nos ha llamado? "…y vinieron donde Él. Instituyó Doce, para que estuvieran con Él". Para estar con Él. Esta llamada implica correspondencia: «Un día —no quiero generalizar, abre tu corazón al Señor y cuéntale tu historia—, quizá un amigo, un cristiano corriente igual a ti, te descubrió un panorama profundo y nuevo, siendo al mismo tiempo viejo como el Evangelio. Te sugirió la posibilidad de empeñarte seriamente en seguir a Cristo, en ser apóstol de apóstoles. Tal vez perdiste entonces la tranquilidad y no la recuperaste, convertida en paz, hasta que libremente, porque te dio la gana —que es la razón más sobrenatural—, respondiste que sí a Dios. Y vino la alegría, recia, constante, que sólo desaparece cuando te apartas de El» (San Josemaría).

   Es don, pero también tarea: santidad mediante la oración y los sacramentos, y, además, la lucha personal. «Todos los fieles de cualquier estado y condición de vida están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad, santidad que, aún en la sociedad terrena, promueve un modo más humano de vivir» (Concilio Vaticano II).

   Así, podemos sentir la misión apostólica: llevar a Cristo a los demás; tenerlo y llevarlo. Hoy podemos considerar más atentamente la llamada, y afinar en algún detalle de nuestra respuesta de amor.

   Santa Teresa del Niño Jesús dice sobre el misterio de la vocación: "No voy a hacer otra cosa sino: comenzar a cantar lo que he de repetir eternamente -¡¡¡las misericordias del Señor!!! (cf Sal 88,1)...Abriendo el Santo Evangelio, mis ojos han topado con estas palabras: "habiendo subido Jesús a un monte, llamó a sí a los que quiso; y ellos acudieron a él" (Mc 3,13) He aquí, en verdad, el misterio de mi vocación, de toda mi vida, y el misterio, sobre todo, de los privilegios que Jesús ha dispensado a mi alma... El no llama a los que son dignos, sino a los que le place, o como dice san Pablo: "Dios tiene compasión de quien quiere y usa de misericordia con quien quiere ser misericordioso. No es, pues, obra ni del que quiere ni del que corre, sino de Dios, que usa de misericordia" (Rm 9,15-16).

   "Durante mucho tiempo estuve preguntándome a mí misma por qué Dios tenía preferencias, por qué no todas las almas recibían las gracias con igual medida. Me maravillaba al verle prodigar favores extraordinarios a santos que le habían ofendido, como san Pablo, san Agustín, y a los que él forzaba, por decirlo así, a recibir sus gracias; o bien, al leer la vida de los santos a los que nuestro Señor se complació en acariciar desde la cuna hasta el sepulcro, apartando de su camino todo lo que pudiera serles obstáculo para elevarse a él... Jesús se dignó instruirme acerca de este misterio. Puso ante mis ojos el libro de la naturaleza, y comprendí que todas las flores creadas por él son bellas, que el brillo de la rosa y la blancura de la azucena no le quitan a la diminuta violeta su aroma ni a la margarita su encantadora sencillez... Jesús ha querido crear santos grandes, que pueden compararse a las azucenas y a las rosas; pero ha creado también otros más pequeños, y éstos han de contentarse con ser margaritas o violetas, destinadas a recrearle los ojos a Dios cuando mira al suelo. La perfección consiste en hacer su voluntad, en ser lo que él quiere que seamos".

Llucià Pou Sabaté

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