lunes, 10 de junio de 2019

Martes semana 19 de tiempo ordinario; año impar

Martes de la semana 10 de tiempo ordinario; año impar

La sal desvirtuada
Vosotros sois la sal de la tierra. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres. Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte. Ni tampoco se enciende una lámpara y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5,13 – 16).
I. El Señor dice a sus discípulos que son la sal de la tierra; realizan en el mundo lo que la sal en los alimentos: los preserva de la corrupción y los hace agradables y sabrosos al paladar. Pero la sal se puede desvirtuar o corromper. Entonces es un estorbo. Es, junto al pecado, lo más triste que le puede ocurrir a un cristiano: estar para dar luz a muchos y ser oscuridad; ser un indicador del camino y estar tirado en el suelo; estar puesto para ser fortaleza de muchos y no tener sino debilidad.
La tibieza es una enfermedad del alma que afecta a la inteligencia y a la voluntad, y deja al cristiano sin fuerza apostólica y con una interioridad triste y empobrecida. Comienza esta enfermedad por una voluntad debilitada, a causa de frecuentes faltas y dejaciones culpables; entonces la inteligencia no ve con claridad a Cristo en el horizonte de su vida: queda lejano por tanto descuido en detalles de amor. La vida interior va sufriendo un cambio profundo: no tiene ya como centro a Jesucristo; las prácticas de piedad quedan vacías de contenido, sin alma y sin amor. Se hacen por rutina o costumbre, no por amor.
En este estado se pierde la prontitud y la alegría en lo que a Dios se refiere, que son características de un alma enamorada. Un cristiano tibio «está de vuelta», es un «alma cansada» en el empeño por mejorar; Cristo está desdibujado en el horizonte de su vida. El alma ve al Señor, en todo caso, como una figura lejana, inconcreta, de rasgos poco definidos, quizá indiferente; y ya no realiza las afirmaciones de generosidad de otros tiempos: se conforma con menos.
Santo Tomás señala como característico de este estado «una cierta tristeza, por la que el hombre se vuelve tardo para realizar actos espirituales a causa del esfuerzo que comportan». Las normas de piedad y de devoción son más una carga mal soportada que un motor que empuja y ayuda a vencer las dificultades.
Son muchos los cristianos sumidos en la tibieza, existe mucha sal desvirtuada. Pensemos hoy en la oración si caminamos nosotros con la firmeza que Jesús nos pide, si cuidamos la oración como el tesoro que permite que la vida interior no se pare, si alimentamos nuestro amor. Pensemos si, ante las flaquezas y faltas de correspondencia a la gracia, nacen con prontitud los actos de contrición que reparan la brecha que había abierto el enemigo.
II. No se puede confundir el estado del alma tibia con la aridez en los actos de piedad producida a veces por el cansancio o la enfermedad, o por la pérdida del entusiasmo sensible. En estos casos, a pesar de la sequedad, la voluntad está firme en el bien. El alma sabe que se encamina directamente a Cristo, aunque esté pasando por un pedregal en el que no encuentra una sola fuente y las piedras dañan sus piernas. Pero sabe dónde está la cima, y se dirige derechamente allí, a pesar del cansancio y de la sed y del mal terreno que pisa.
En la aridez, aunque el alma no tenga ningún sentimiento y parezca trabajoso el trato con Dios, permanece la verdadera devoción, que Santo Tomás de Aquino define como la «voluntad decidida para entregarse a todo lo que pertenece al servicio de Dios». Esta «voluntad decidida» se vuelve débil en el estado de tibieza: tengo contra ti -dice el Señor- que has perdido el fervor de la primera caridad, que has aflojado, que ya no me quieres como antes. La persona que mantiene con empeño la oración aun en época de aridez, de falta de sentimientos, se encuentra aquí como quien saca agua de un pozo, cubo a cubo: una jaculatoria y otra, un acto de desagravio... Es trabajoso y cuesta esfuerzo, pero saca agua. En la tibieza, por el contrario, la imaginación anda suelta, no se rechazan con empeño las distracciones voluntarias y prácticamente se abandona la oración con la excusa de que no se saca fruto de ella. Sin embargo, el verdadero trato con Dios, aun con aridez, si así el Señor lo permite, siempre está lleno de frutos, en cualquier circunstancia, si existe una voluntad recta y decidida de estar con Él.
Hemos de recordar ahora, en la presencia de Dios, que la verdadera piedad no es cuestión de sentimiento, aunque los afectos sensibles son buenos y pueden ser de gran ayuda en la oración, y en toda la vida interior, porque son parte importante de la naturaleza humana, tal como Dios la creó. Pero no deben ocupar el primer lugar en la piedad; no son la parte principal de nuestras relaciones con el Señor. El sentimiento es ayuda y nada más, porque la esencia de la piedad no es el sentimiento, sino la voluntad decidida de servir a Dios, con independencia de los estados del ánimo, ¡tan cambiante!, y de cualquier otra circunstancia. En la piedad no debemos dejarnos llevar por el sentimiento sino por la inteligencia, iluminada y ayudada por la fe. «Guiarme por el sentimiento es dar la dirección de la casa al criado y hacer abdicar al dueño. No es malo el sentimiento, sino la importancia que se le señala...».
La tibieza es estéril, la sal desvirtuada no vale sino para tirarla fuera y que la pisotee la gente. Por el contrario, la aridez puede ser señal positiva de que el Señor desea purificar a ese alma.
III. Los hombres podemos ser causa de alegría o de tristeza, luz u oscuridad, fuente de paz o de inquietud, fermento que esponja o peso muerto que retrasa el camino de otros. Nuestro paso por la tierra no es indiferente: ayudamos a otros a encontrar a Cristo o los separamos de Él; enriquecemos o empobrecemos. Y nos encontramos a tantos amigos, compañeros de profesión, familiares, vecinos..., que parecen ir como ciegos detrás de los bienes materiales, que los alejan del verdadero Bien, Jesucristo. Van como perdidos. Y para que el guía de ciegos no sea también ciego no basta saber de oídas, por referencias; para ayudar a quienes tratamos no basta un vago y superficial conocimiento del camino. Es necesario andarlo, conocer los obstáculos... Es preciso tener vida interior, trato personal diario con Jesús, ir conociendo cada vez con más profundidad su doctrina, luchar con empeño por superar los propios defectos. El apostolado nace de un gran amor a Cristo.
Los primeros cristianos fueron verdadera sal de la tierra, y preservaron de la corrupción a personas e instituciones, a la sociedad entera. ¿Qué ha ocurrido en muchas naciones para que los cristianos den esa triste impresión de incapacidad para frenar la ola de corrupción que irrumpe contra la familia, la escuela, las instituciones...? Porque la fe sigue siendo la misma. Y Cristo vive entre nosotros como antes, y su poder sigue siendo infinito, divino. «Sólo la tibieza de tantos miles, millones de cristianos, explica que podamos ofrecer al mundo el espectáculo de una cristiandad que consiente en su propio seno que se propale todo tipo de herejías y barbaridades. La tibieza quita la fuerza y la fortaleza de la fe y es amiga, en lo personal y lo colectivo, de las componendas y de los caminos cómodos». Existen muchas realidades, en el terreno personal y en el público, que se hacen difíciles de explicar si no tenemos en cuenta que la fe se ha dormido en muchos que tenían que estar bien despiertos, vigilantes y atentos; y el amor se ha apagado en tantos y tantos. En muchos ambientes, lo «normal cristiano» es lo tibio y mediocre. En los primeros cristianos lo «normal» era lo «heroico de cada día» y, cuando se presentaba, el martirio: la entrega de la propia vida en defensa de su fe.
Cuando el amor se enfría y la fe se adormece, la sal se desvirtúa y ya no sirve para nada, es un verdadero estorbo, ¡Qué pena si un cristiano fuera un estorbo! La tibieza es con frecuencia la causa de la ineficacia apostólica, pues entonces lo poco que se realiza se convierte en una tarea sin garbo humano ni sobrenatural, sin espíritu de sacrificio. Una fe apagada y con poco amor ni convence ni encuentra la palabra oportuna que arrastra a los demás a un trato más profundo e íntimo con Cristo.
Pidamos fervientemente al Señor esa fuerza para reaccionar. Seremos sal de la tierra si mantenemos diariamente un trato personal con el Señor, si nos acercamos cada vez con más fe y amor a la Sagrada Eucaristía. El amor ha sido, y es, el motor de la vida de los santos. Es la razón de ser de toda vida entregada a Dios. El amor da alas para superar cualquier obstáculo personal o del ambiente. El amor nos hace inconmovibles ante las contrariedades. La tibieza se detiene ante la más pequeña dificultad (una carta que debemos escribir, una llamada, una visita, una conversación, la carencia de algunos medios...): hace una montaña de un grano de arena. El amor de Dios, por el contrario, hace un grano de arena de una montaña, transforma el alma, le da nuevas luces y le abre horizontes nuevos, la hace capaz de más altos empeños y de capacidades desconocidas. El amor no regatea esfuerzos, ni le falta la alegría al llevarlos a cabo.
Al terminar nuestra meditación, acudamos confiadamente a la Santísima Virgen, modelo perfecto de la correspondencia amorosa a la vocación cristiana, para que aparte eficazmente de nuestra alma toda sombra de tibieza. Y le pedimos también a los Angeles Custodios que nos hagan ser diligentes en el servicio de Dios.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
San Bernabé, apóstol

Modelo de apóstol, hombre de bien y de fe
Id proclamando que el Reino de los Cielos está cerca.  Curad enfermos, resucitad muertos, purificad leprosos, expulsad demonios. Gratis lo recibisteis; dadlo gratis. No os procuréis oro, ni plata, ni calderilla en vuestras fajas; ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón; porque el obrero merece su sustento. «En la ciudad o pueblo en que entréis, informaos de quién hay en él digno, y quedaos allí hasta que salgáis. Al entrar en la casa, saludadla. Si la casa es digna, llegue a ella vuestra paz; mas si no es digna, vuestra paz se vuelva a vosotros” (Mateo 10,7-13).
1. Jesús, acabas de elegir a doce discípulos que representan al nuevo Israel. Los envías al mundo dándoles unas recomendaciones previas: que se limiten, por el momento, a las ovejas de Israel, esto es, a remediar los males del pueblo que atraviesa una situación grave de abandono y descuido por parte de los pastores o maestros. Que ha llegado el reino de Dios debe notarse porque la gente comienza a liberarse, gracias a ellos, de la enfermedad (dolor físico), de la muerte (que acaba con toda vida), de la lepra (que separa de Dios y de los seres humanos) y de los demonios (símbolo de la ideología opresora que esclaviza al ser humano por dentro). Enseñas de lo que tú nos das con tu vida, Jesús. Nada del dios-dinero…, les prohíbes procurarse oro, plata o monedas, esto es, dinero como base de seguridad. Ni llevar dos túnicas (imagen de riqueza), ni bastón (símbolo de violencia). Y que no anden cambiando de casa para mejorar su situación. Pobres, por elección y convicción, deben confiar en que no les faltará el sustento necesario. Será la solidaridad de los otros la que remedie su carencia.
La misión es camino. Exige moverse de un lugar a otro, avanzar, superar obstáculos y no dejarse vencer por el cansancio o el rechazo de los seres humanos. Los Apóstoles deben confiar absolutamente en la gracia que poseen y que anuncian. Esta es su mayor fuerza: no apoyarse en ninguna seguridad humana para anunciar el mensaje de Dios, ir desprovistos de todo, confiando sólo en la fuerza del mensaje que llevan y abandonados totalmente a la providencia divina. Jesús, les pide además que “cuando lleguen a algún pueblo, averigüen quién hay en él digno de recibirlos y se queden hasta que se vayan”. Los evangelizadores deben estar dispuestos a recibir. Su pobreza no está sólo en el no poseer, sino en el depender de lo que los otros les ofrezcan. Aparecen como desprovistos de todo y necesitados de todo, cuando, en realidad, llevan consigo la mayor riqueza: el don del reino. De esta forma enseñan a los demás la actitud fundamental para acoger el don de Dios: la pobreza, la confianza y el abandono (Servicio Bíblico Latinoamericano; en mercaba.org).
Hechos  11: 21 – 26: 21  La mano del Señor estaba con ellos, y un crecido número recibió la fe y se convirtió al Señor.  22  La noticia de esto llegó a oídos de la Iglesia de Jerusalén y enviaron a Bernabé a Antioquía.  23  Cuando llegó y vio la gracia de Dios se alegró y exhortaba a todos a permanecer, con corazón firme, unidos al Señor,  24  porque era un hombre bueno, lleno de Espíritu Santo y de fe. Y una considerable multitud se agregó al Señor.  25  Partió para Tarso en busca de Saulo,  26  y en cuanto le encontró, le llevó a Antioquía. Estuvieron juntos durante un año entero en la Iglesia y adoctrinaron a una gran muchedumbre. En Antioquía fue donde, por primera vez, los discípulos recibieron el nombre de «cristianos».
Salmo  98: 1 - 6 :  1 Cantad a Yahvé un canto nuevo, porque ha hecho maravillas; victoria le ha dado su diestra y su brazo santo.  2  Yahvé ha dado a conocer su salvación, a los ojos de las naciones ha revelado su justicia;  3  se ha acordado de su amor y su lealtad para con la casa de Israel. Todos los confines de la tierra han visto la salvación de nuestro Dios.  4  ¡Aclamad a Yahvé, toda la tierra, estallad, gritad de gozo y salmodiad!  5  Salmodiad para Yahvé con la cítara, con la cítara y al son de la salmodia;  6  con las trompetas y al son del cuerno aclamad ante la faz del rey Yahvé. 
2. Hoy celebramos al apóstol José, «a quien los Apóstoles dieron el sobrenombre de Bernabé, que significa “hijo de la consolación”». Desde el principio fue generoso: «Tenía un campo, lo vendió, trajo el dinero y lo puso a los pies de los Apóstoles» (Hch 4,36-37). Llevó a san Pablo a los Apóstoles, cuando todos le tenían miedo, y con él abrió el apostolado a todos los pueblos. Primero, en Antioquía, donde «exhortaba a todos a permanecer en el Señor con un corazón firme, porque era un hombre bueno, lleno de fe y del Espíritu Santo. Y una gran muchedumbre se adhirió al Señor» (Hch 11,23-24). Su celo apostólico fue ejemplar, poniendo en práctica el mandato del Maestro: «Id proclamando que el Reino de los Cielos está cerca» (Mt 10,7).
«Separad a Pablo y Bernabé, para una tarea que les tengo asignada» (Hch 13,2), proclamó el Espíritu Santo: fueron a Chipre y Asia Menor, y sufrieron mucho por el Señor. Tuvieron también sus diferencias y se separaron por motivo de Marcos, que les abandonó a mitad de viaje, y Pablo ya no lo aceptaba en el siguiente; pero Bernabé supo confiar en él y veremos luego a Marcos como un gran colaborador de Pedro y Pablo. Aprendamos a no catalogar a la gente para siempre, que «las almas, como el buen vino, se mejoran con el tiempo» (San Josemaría), cuando se las sostiene con la confianza y se las quiere, ya que «nadie puede ser conocido sino cuando se le ama» (San Agustín). Cuando veamos que alguien flaquea o retrocede, perseveremos como Bernabé, sobrenombre que significa también “hombre esforzado”, y “el que anima y entusiasma”. Son características de las que hoy estamos necesitados. Por eso acudimos al Señor con las palabras de la colecta: «Concédenos anunciar fielmente con la palabra y con las obras el Evangelio que él [Bernabé] proclamó con valentía».
Bernabé, “justo” (persona íntegra y fiel a los mandamientos del Señor), “lleno del Espíritu Santo y fe”, es colocado en el ámbito de la nueva alianza presentándolo como alguien dócil a la acción de Dios en la obra de expansión del evangelio. El Espíritu Santo, en efecto, actuará eficazmente por mediación de Bernabé en la predicación del evangelio a los paganos. Cuando Bernabé llega a Antioquía se llena de alegría “al ver lo que había realizado la gracia de Dios” (Hch 11,23). Y “una considerable multitud se unió al Señor” (Hch 11,24).
Dichoso el hombre de bien que vive en servicio a los demás. Su nombre será una bendición. Bernabé fue uno de esos personajes. Personas como él caen bien en cualquier comunidad humana y de creyentes. Recordemos algo de él. Era chipriota, levita, propietario de campos que vendió para ayudar a la comunidad de Jerusalén (Hch 4, 36). Fue mediador en la presentación de Pablo en Jerusalén (Hch 9,27). Tenía la confianza del grupo y era buen dialogante en cuestiones disputadas. Por eso fue el elegido para dirigir a la comunidad de Antioquía en su seguimiento de Cristo. ¡Con qué gusto formaba él parte muy activa entre profetas y doctores de Antioquía, y cómo era correspondido por la comunidad! Él y san Pablo promovieron la primera gran empresa evangelizadora del cristianismo.
¿Queremos imitar su ejemplo? Para ello, seamos instrumentos de paz en armonía, diálogo, comprensión, audacia. En el siglo XXI son muchos los problemas que van surgiendo, incluso en el interior de las comunidades creyentes, igual que sucedía en Antioquía. Andamos muy necesitados de amor, celo apostólico, capacidad de comprensión, sentido de participación, comunicación fraterna, clarificación de las cuestiones en espíritu evangélico.
San Bernabé, compañero de correrías apostólicas de San Pablo, durante buena parte de sus idas y venidas, estableciendo, adoctrinando y confirmando en la fe las primeras comunidades de cristianos, se había destacado pronto como un discípulo generoso y de celo ardiente. Desde los primeros días de andadura de la Iglesia, Bernabé se manifestó como un cristiano comprometido, que no sólo asentía a la enseñanza de Jesús trasmitida por los Apóstoles, sino que, en coherencia con su fe y con la nueva vida en Dios que había descubierto –el Evangelio de Jesucristo– pone todo lo propio al servicio de ese ideal. Tiene total confianza de los Apóstoles, y la veremos cuando introduce a san Pablo después de convertirse en la comunión con la Iglesia, venciendo desconfianzas pues había perseguido atrozmente a los discípulos. Su vida será una permanente aventura, para toda la gloria de Dios. Confianza en Dios y olvido de sí podrían ser los soportes que mantienen la vida del apóstol. Bernabé es ejemplo de disponibilidad. Te pedimos, Señor, que sepamos redescubrir esa perla de gran valor, que nos lleve a empeñar cualquier otra riqueza por conseguirla.
3. Cantamos un cántico nuevo en el Salmo, y Orígenes interpreta el «cántico nuevo» del salmo como una celebración anticipada de la novedad cristiana del Redentor crucificado. Por eso, sigamos su comentario, que entrelaza el cántico del salmista con el anuncio evangélico: «Cántico nuevo es el Hijo de Dios que fue crucificado, algo hasta entonces inaudito. Una realidad nueva debe tener un cántico nuevo. "Cantad al Señor un cántico nuevo". En realidad, el que sufrió la pasión es un hombre; pero vosotros cantad al Señor. Sufrió la pasión como hombre, pero salvó como Dios». Prosigue Orígenes: Cristo «hizo milagros en medio de los judíos: curó paralíticos, limpió leprosos, resucitó muertos. Pero también otros profetas lo hicieron. Multiplicó unos pocos panes en un número enorme, y dio de comer a un pueblo innumerable. Pero también Eliseo lo hizo. Entonces, ¿qué hizo de nuevo para merecer un cántico nuevo? ¿Queréis saber lo que hizo de nuevo? Dios murió como hombre, para que los hombres tuvieran la vida; el Hijo de Dios fue crucificado, para elevarnos hasta el cielo».
 Llucià Pou Sabaté

SAN BERNABE, Apóstol (Siglo I)
Nació en la Isla de Chipre, era Judío de la tribu de Leví.
Su nombre original era José. Los apóstoles le cambiaron por el de Bernabé, que según San Lucas significa "el esforzado", "el que anima y entusiasma".
Los Hechos de los Apóstoles nos narra que Bernabé vendió su finca y entregó todo el dinero a los Apóstoles para distribuir entre los pobres. (Hch,4)
Fue un gran colaborador de San Pablo quién a su regresó a Jerusalén, tres años después de su conversión, recibió de Bernabé el apoyo ante los demás Apóstoles que sospechaban de él.
No cuenta entre los doce elegidos por Nuestro Señor Jesucristo, pero probablemente fue uno de los setenta discípulos mencionados en el Evangelio. Bernabé es considerado Apóstol por los primeros Padres de la Iglesia y también por San Lucas, por la misión especial que le confió el Espíritu Santo.
Los Apóstoles lo apreciaban mucho por ser "un buen hombre, lleno de fe y del Espíritu Santo" (Hechos 11,24), por eso lo eligieron para la evangelización de Antioquía.
Con sus prédicas aumentaron los convertidos.
Se fue a Tarso, y se asoció con Pablo, Juntos obtuvieron un éxito extraordinario. Regresaron a Antioquía, donde permanecieron por un año. Antioquía se convirtió en el gran centro de evangelización y donde por primera vez se le llamó Cristianos a los seguidores de la doctrina de Cristo.
Volvieron a Jerusalén enviados por los Cristianos de la floreciente iglesia de Antioquía, con una colecta para los que estaban pasando hambre en Judea.
El Espíritu habló por medio de los maestros y profetas que adoraban a Dios: "Separad a Pablo y Bernabé, para una tarea que les tengo asignada".
Después de ayuno y oración Pablo y Bernabé recibieron la misión y la imposición de manos. Partieron acompañados de Juan Marcos, primo de Bernabé, futuro evangelista, a predicar a otros lugares, entre estos Chipre, la patria de Bernabé. Allí convirtieron al procónsul romano Sergio Paulo, de quien Saulo tomó el nombre para predicar entre los gentiles.
Fueron luego a Perga en Pamfilia, donde se inició el mas peligroso viaje misionero. Juan Marcos no estaba muy decidido y les abandonó, regresando solo a Jerusalén
Luego prosiguieron su viaje misionero por las ciudades y naciones del Asia Menor.
En Iconium, capital de Licaonia, estuvieron a punto de morir apedreados por la multitud. Se refugiaron en Listra, donde el Señor por medio de San Pablo curó milagrosamente a un paralítico y por esa razón los habitantes paganos dijeron que los dioses los habían visitado, haciendo lo imposible evitaron que la población ofreciera sacrificios en honor a ellos y por eso se pasaron al otro extremo y lanzaron piedras contra San Pablo y lo dejaron maltrecho.
Tras una breve estancia en Derne, donde muchos se convirtieron, los dos Apóstoles volvieron a las ciudades que habían visitado previamente, para confirmar a los convertidos y para ordenar presbíteros. Recordaban que "es necesario pasar por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios" (Hch 14, 22). Después de completar la primera misión regresaron a Antioquía de Siria.
Poco después, algunos de los Judíos Cristianos, contrarios a las opiniones de Pablo y Bernabé, exigían que los nuevos cristianos, a parte de ser bautizados sean circuncidados. A raíz de eso, se convocó al Concilio de Jerusalén. Se declaró entonces que los gentiles convertidos estaban exentos del deber de la circuncisión.
Ante el segundo viaje misionero surgió un conflicto entre Pablo y Bernabé. Bernabé quería llevar a su primo Juan Marcos y Pablo se oponía por haberles abandonado en la mitad del primer viaje (por miedo a tantas dificultades).  Decidieron separarse. San Pablo se fue a su proyectado viaje con Silas y Bernabé partió a Chipre con Juan Marcos.
Mas tarde se volvieron a encontrar como amigos misionando en Corinto (1 Co. 9, 5-6), por lo que se deduce que Bernabé aún vivía y trabajaba en los años 56 o 57 P.C. Posteriormente San Pablo invita a Juan Marcos a unirse a él, cuando estaba preso en Roma, cosa que nos indica que Bernabé ya había muerto alrededor del año 60 o 61. Otros dicen que era predicador en Alejandría y Roma y primer obispo de Milán.
Escritos apócrifos hablan de un viaje a Roma y de su martirio, hacia el año 70, en Salamina, por mano de los Judíos de la diáspora que lo lapidaron. Tertuliano afirma que Bernabé escribió la Epístola a los Hebreos, otros creen que escribió en Alejandría la Epístola de Bernabé. En realidad, lo que se sabe de el es lo que aparece en el Nuevo Testamento.
Fuente Bibliográfica: Vidas de los Santos de Butler, Vol. II.

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