Martes de la semana 8 de tiempo ordinario; año par
Generosidad y desprendimiento
«Comenzó Pedro a decirle: Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. Jesús respondió: En verdad os digo que no hay nadie que habiendo dejado casa, hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o campos por mí y por el Evangelio, no reciba en esta vida cien veces más en casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y campos, con persecuciones; y, en el siglo venidero, la vida eterna. Porque muchos primeros serán últimos, y muchos últimos serán primeros.»(Marcos 10, 28-31)
I. Después del encuentro con el joven rico que considerábamos ayer, Pedro le dice a Jesús: Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido (Marcos 10, 28-31). Nosotros, como los Apóstoles, hemos dejado lo que el Señor nos ha ido pidiendo, cada uno según su vocación, y tenemos el firme empeño de romper cualquier atadura que nos impida correr tras Cristo y seguirle. Hoy renovamos este deseo considerando las palabras de San Pablo: Todo lo tengo por basura, con tal de ganar a Cristo (Filipenses 3, 8). Ninguna cosa tiene valor en comparación con Cristo. El Señor exige la virtud de la pobreza a todos sus discípulos, de cualquier tiempo y en cualquier situación de la vida. También pide la austeridad real y efectiva en la posesión y uso de los bienes materiales, y ello incluye “mucha generosidad, innumerables sacrificios y un esfuerzo sin descanso” (Pablo VI, Populorum progressio). Por lo tanto es necesario aprender a vivir de modo práctico esta virtud en la vida corriente de todos los días.
II. Lo hemos dejado todo... Hemos experimentado que el desprendimiento efectivo de los bienes lleva consigo la liberación de un peso considerable: como el soldado que se despoja de todo lo que le estorba al entrar en combate para estar más ágil. Estamos en el mundo como quienes nada tenemos, pero todo lo poseemos (San Pablo, 2 Corintios 6, 10) Saboreamos así un señorío sobre las cosas que nos rodean. Las palabras de Cristo: recibirán en esta vida cien veces más, y en el siglo venidero, la vida eterna, nos dan seguridad y rebasan con creces toda la felicidad que el mundo puede dar. El Señor nos quiere felices también aquí en la tierra: quienes le siguen con generosidad obtienen, ya en esta vida, un gozo y una paz que superan con mucho las alegrías y consuelos humanos.
III. Vale la pena seguir al Señor, serle fieles en todo momento, darlo todo por Él, ser generosos sin medida: vale la pena, vale la pena, vale la pena. Quien es fiel a Cristo tiene prometido el Cielo para siempre. Oirá la voz del Señor, a quien ha procurado servir aquí en la tierra, que le dice: Ven, bendito de mi Padre, al Cielo que tenía preparado desde la creación del mundo (Mateo 25, 34). Pidamos a Nuestra Madre que nos consiga disposiciones firmes de desprendimiento y generosidad como Ella supo hacerlo para que podamos contagiar alrededor un clima alegre de amor a la pobreza cristiana.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
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