Lunes de la semana 8 de tiempo ordinario; año par
El joven rico
«Cuando salía para ponerse en camino, vino uno corriendo y arrodillado ante él, le preguntó: Maestro bueno, ¿qué he de hacer para conseguir la vida eterna? Jesús le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino uno, Dios. Ya conoces los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no dirás falso testimonio, no defraudarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre. Él respondió: Maestro, todo esto lo he guardado desde mi adolescencia. Y Jesús, fijando en él su mirada, se prendó de él y le dijo: Una cosa te falta: anda, vende cuanto tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en el Cielo; luego ven y sígueme. Pero él, afligido por estas palabras, se marchó triste, pues tenía muchos bienes.» (Marcos 10, 17-22)
I. Nosotros hemos de preguntarle a Cristo como el joven rico del Evangelio (Mateo 19, 20) de la Misa: ¿Qué me falta aún? . Y El Señor tiene una respuesta personal para cada uno, la única respuesta válida. El Señor nos ve ahora y siempre, como vio al joven rico, con amor hondo, de predilección. Cuando aquel joven escuchó la respuesta de Jesús a entregarse por completo, se retiró entristecido. Los planes de Dios no siempre coinciden con los nuestros, con aquellos que hemos forjado en la imaginación. Los proyectos divinos siempre pasan por el desprendimiento de aquello que nos ata. Dios nos llama a todos a la santidad, a la generosidad, al desprendimiento, y nos dice: ven y sígueme. No cabe la mediocridad ante la invitación de Cristo; Él no quiere discípulos de “media entrega”, con condicionamientos. Y nosotros le decimos: “Señor, no tengo otro fin en la vida que buscarte, amarte y servirte... Todos los demás objetivos de mi existencia a esto se encaminan. No quiero nada que me separe de Ti”
II. El amor exige esfuerzo y compromiso personal para cumplir la voluntad de Dios. Significa sacrificio y disciplina, pero significa también alegría y realización humana. La llamada del Señor a seguirle de cerca exige una actitud de respuesta continua, porque Él, en sus diferentes llamamientos, pide una correspondencia dócil y generosa a lo largo de la existencia. ¿Qué me falta aún, Señor? Seamos sinceros: quien tiene verdaderos deseos de saber, llega a conocer con claridad los caminos de Dios. “La palabra de Dios puede llegar con el huracán o con la brisa” (1 Reyes 19, 22). Pero para seguirla debemos estar desprendidos de toda atadura: sólo Cristo Importa. Todo lo demás, en Él y por Él.
III. El Señor vio con pena que el joven se alejaba de Él; el Espíritu Santo nos revela el motivo de aquel rechazo a la gracia: tenía muchos bienes, y estaba muy apegado a ellos. Hoy podemos examinar valientemente en la oración dónde tenemos puesto el corazón: si nos empeñamos en andar desprendidos de los bienes de la tierra, o si sufrimos cuando padecemos necesidad; si reaccionamos con rapidez ante un detalle que manifieste aburguesamiento y comodidad; si somos parcos en las necesidades personales, si frenamos la tendencia a gastar, si evitamos los gastos superfluos, si no nos creamos falsas necesidades, si llevamos con alegría las incomodidades o la falta de medios... Sólo así viviremos con la alegría y la libertad necesaria para ser discípulos del Señor en medio del mundo.
II. El amor exige esfuerzo y compromiso personal para cumplir la voluntad de Dios. Significa sacrificio y disciplina, pero significa también alegría y realización humana. La llamada del Señor a seguirle de cerca exige una actitud de respuesta continua, porque Él, en sus diferentes llamamientos, pide una correspondencia dócil y generosa a lo largo de la existencia. ¿Qué me falta aún, Señor? Seamos sinceros: quien tiene verdaderos deseos de saber, llega a conocer con claridad los caminos de Dios. “La palabra de Dios puede llegar con el huracán o con la brisa” (1 Reyes 19, 22). Pero para seguirla debemos estar desprendidos de toda atadura: sólo Cristo Importa. Todo lo demás, en Él y por Él.
III. El Señor vio con pena que el joven se alejaba de Él; el Espíritu Santo nos revela el motivo de aquel rechazo a la gracia: tenía muchos bienes, y estaba muy apegado a ellos. Hoy podemos examinar valientemente en la oración dónde tenemos puesto el corazón: si nos empeñamos en andar desprendidos de los bienes de la tierra, o si sufrimos cuando padecemos necesidad; si reaccionamos con rapidez ante un detalle que manifieste aburguesamiento y comodidad; si somos parcos en las necesidades personales, si frenamos la tendencia a gastar, si evitamos los gastos superfluos, si no nos creamos falsas necesidades, si llevamos con alegría las incomodidades o la falta de medios... Sólo así viviremos con la alegría y la libertad necesaria para ser discípulos del Señor en medio del mundo.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
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