Corpus Christi; ciclo B
Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II
Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica
Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica
(Ex 24,3-8) "Haremos todo lo que dice el Señor"
(Hb 9,11-15)"Cristo ha venido como sumo sacerdote de los bienes definitivos"
(Mc 14,12-16) "Tomad, esto es mi cuerpo"
(Hb 9,11-15)"Cristo ha venido como sumo sacerdote de los bienes definitivos"
(Mc 14,12-16) "Tomad, esto es mi cuerpo"
Homilía en la Misa celebrada en Módena (Italia) (4-VI-1988)
--- La solemnidad del Corpus Christi
--- Acción de gracia por la Eucaristía
--- Cristo, pan vivo, alimento para la peregrinación terrena
--- Acción de gracia por la Eucaristía
--- Cristo, pan vivo, alimento para la peregrinación terrena
--- La solemnidad del Corpus Christi
“Glorifica al Señor Jerusalén” (cf. Sal 147,12). Ésta es la batalla en la que resuena un eco del Salmo del Antiguo Testamento, llamada dirigida a Jerusalén, a Sión, convertida en lugar sagrado para los hijos y las hijas de Israel cuando se establecieron en la tierra de la promesa. En este lugar ellos adoraban al Dios de la Alianza, que les había hecho salir del país de Egipto, de la condición de esclavos (cf. Ex 8,14). En este lugar daban gracias por el don de la Revelación, por el don de la intimidad con Dios, por la Palabra del Dios vivo y por la alianza. Daban también gracias por los dones de la tierra, de los que gozaban año tras año y día tras día.
“Glorifica al Señor, Jerusalén,/ alaba a tu Dios, Sión que... anuncia su palabra a Jacob,/ sus decretos y mandatos a Israel.../ Ha puesto paz en tus fronteras/ te sacia con flor de harina” (Sal 146,12-13.19.14).
La liturgia dirige hoy esta llamada a la Iglesia; a la Iglesia en todo lugar donde se celebra la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo (Corpus Christi).
--- Acción de gracia por la Eucaristía
La Iglesia hoy da las gracias por la Eucaristía. Da las gracias por el Santísimo Sacramento de la nueva y eterna Alianza igual que los hijos y las hijas de Sión y del Jerusalén han agradecido el don de la Antigua Alianza.
La Iglesia da las gracias por la Eucaristía, el don más grande otorgado por Dios en Cristo, mediante la cruz y la resurrección: mediante el misterio pascual.
La Iglesia da las gracias por el don del Jueves Santo, por el don de la última Cena. Da las gracias por “el pan que partimos”, por “la copa de bendición que bendecimos” (cf. 1 Cor 10,16-17). Realmente este pan es “comunión con el Cuerpo de Cristo” (cf. ib.).
La Iglesia da gracias, pues, por el sacramento que incesantemente, sea en los días de fiesta, sea en otros días, nos da a Cristo, como Él ha querido darse a Sí mismo a los Apóstoles y a todos aquellos que, siguiendo su testimonio, han acogido la Palabra de vida.
La Iglesia da gracias por Cristo convertido en “el pan vivo”. Quien “come de este pan, vivirá para siempre” (cf. Jn 6,51). La Iglesia da gracias por el Alimento y la Bebida de la vida divina, de la vida eterna. En esto está la plenitud de la vida para el hombre: la plenitud de la vida humana en Dios.
“Si no coméis la Carne del Hijo del hombre y no bebéis su Sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi Carne y bebe mi Sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día” (Jn 6,53-54). Ésta es la peregrinación humana a través de la vida temporal marcada por la necesidad de morir, para alcanzar hasta los últimos destinos del hombre en Dios, el mundo invisible, más real que el visible.
Precisamente por esto, la fiesta anual de la Eucaristía que la Iglesia celebra hoy contiene en su liturgia tantas referencias a la peregrinación del pueblo de la Antigua Alianza en el desierto.
Moisés dice a su pueblo: “No sea que te olvides del Señor tu Dios que te sacó del Egipto, de la esclavitud, que te hizo recorrer aquel desierto... que sacó agua para ti de una roca de pedernal, que te alimentó en el desierto con un maná” (Dt 8,14-16).
“Acuérdate del camino que el Señor tu Dios te ha hecho recorrer... para ponerte a prueba y conocer tus intenciones... para enseñarte que no sólo de pan vive el hombre, sino de todo cuanto sale de la boca de Dios” (Dt 8,2-3).
Sus palabras van dirigidas a Israel, al pueblo de la Antigua Alianza. Si, no obstante, la liturgia de la solemnidad de hoy nos las refiere, esto significa que estas palabras se dirigen también a nosotros, al pueblo de la Nueva Alianza, a la Iglesia.
“No olvidéis...” ...Dios está cerca de los que le buscan con sincero corazón. Él sigue a todo hombre que sufre interiormente en el contexto de la indiferencia... Continuad buscando a Dios, aunque no lo hayáis encontrado. Sólo en Él es posible descubrir la respuesta exhaustiva a todos los interrogantes últimos de la existencia: sólo de Él deriva la inspiración profunda que ha animado la cultura de la que vivís.
A quienes ya creen recomiendo: No sofoquéis la esperanza que viene de Cristo; no olvidéis que la vida tiene una prospectiva abierta a la inmortalidad y, precisamente por estar destinada a lo eterno, jamás puede destruirse, por nadie y bajo ninguna razón: la vida que cada uno posee, la del que va a nacer, la del que crece, la del que envejece, la del que está próximo a morir.
En este “no olvides” se contiene algo penetrante.
No olvides. El mundo no es para ninguno de nosotros “una morada eterna”. No se puede vivir en él como si fuese para nosotros “todo”, como si Dios no existiese; como si Él mismo no fuese nuestro fin, como si su reino no fuese el último destino y la vocación definitiva del hombre. No se puede existir sobre esta tierra como si ella no fuese para nosotros sólo un tiempo y un lugar de peregrinación.
--- Cristo, pan vivo, alimento para la peregrinación terrena
“El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él” (Jn 5,56).
No se puede vivir en este mundo sin poner nuestra morada en Cristo.
No se puede vivir sin Eucaristía.
No se puede vivir fuera de la “dimensión” de la Eucaristía. Ésta es la “dimensión” de la vida de Dios injertada en el terreno de nuestra humanidad.
Cristo dice: “Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado, y yo vivo por el Padre, del mismo modo el que me come vivirá por mí” (Jn 6,57). Acojamos esta invitación de Cristo. Vivamos por Él. Fuera de Él no hay vida verdadera. Sólo el Padre “tiene la vida”. Fuera de Dios, todo lo creado pasa, muere. Sólo Él es vida.
Y el Hijo, “que vive por el Padre”, nos trae -pese a la caducidad del mundo, pese a la necesidad de morir- la Vida que está en Él. Nos da esta Vida. La comparte con nosotros.
El Sacramento de este don, de esta vida, es la Eucaristía: “el pan bajado del cielo”. No es como el que nuestros padres han comido en el desierto y han muerto. “Si uno come de este pan vivirá para siempre” (Jn 6,49-51).
DP-78 1988
Jesús encargó a sus discípulos que prepararan la Cena Pascual. Con este rito los israelitas recordaban un acontecimiento pasado inolvidable: la liberación de la esclavitud sufrida en Egipto y el pacto de la alianza de Dios con su pueblo al que alude la 1ª Lectura de hoy. Con esta cena no se recordaba un acontecimiento pasado simplemente, sino que lo actualizaban y revivían. Al bendecir en esa Cena el pan y el vino transformándolo en su Cuerpo y su Sangre, Jesús instituye la Eucaristía como memorial perenne de su Pasión, Muerte y Resurrección, que engloba también nuestra liberación de la esclavitud del pecado y de la muerte.
“Cuando presentó a sus discípulos el cuerpo para ser comido y la sangre para ser bebida, enseña S. Gregorio De Nisa, ya estaba inmolado en forma inefable e invisible el cuerpo según el beneplácito de quien había establecido el misterio (...) Pues tenía la potestad de entregar su alma por sí mismo y retomarla cuando quisiese (Cf Jn 10,18), tenía la potestad como hacedor de los siglos, de hacer el tiempo conforme a sus obras y no esclavizar sus obras al tiempo”.
Hoy es un día de acción de gracias y de honda y cristiana alegría. Durante muchos años el Señor alimentó con el maná a su pueblo peregrinante por el desierto. La Sagrada Eucaristía es también el viático para el largo peregrinaje de nuestra vida hacia la tierra prometida, el Cielo. Hoy se ofrece a nuestra contemplación el Cuerpo y la Sangre de Jesús que recuerda la increíble manifestación de amor que supone la muerte en la cruz por nosotros. Aunque celebremos una vez al año esta solemnidad, la Iglesia la proclama todos los días en todos los rincones del mundo; y hoy también, en muchas ciudades y pueblos, se vive la antiquísima costumbre de llevar en procesión por las calles a Jesús Sacramentado, “rompiendo el silencio misterioso que circunda a la Eucaristía y tributarle un triunfo que sobrepasa el muro de las iglesias para invadir las calles de las ciudades e infundir en toda la comunidad humana el sentido y la alegría de la presencia de Cristo, silencioso y vivo acompañante del hombre peregrino por los senderos del tiempo y de la tierra” (Pablo VI).
La fe en la presencia real de Cristo en la Eucaristía, llevó a la devoción a Jesús Sacramentado fuera de la Misa. En los primeros siglos de la Iglesia se conservaban las Sagradas Especies para poder llevar la Comunión a los enfermos y a los que, por confesar su fe, estaban en prisión en trance de sufrir martirio. Con el paso del tiempo, el amor al Señor que se quiso quedar con nosotros condujo a tratar con la máxima reverencia su Cuerpo y su Sangre y a darle un culto público: bendición con el Santísimo, procesiones, visitas al Sagrario, adoración y velas nocturnas, comuniones espirituales y actos de reparación, etc. Un modo de valorar y ser sensibles a este gesto de amor de quien murió por mí y por su Iglesia (Cf Gal 2,20), y por todo el mundo (Cf Col 1,20).
En la Eucaristía, oculto a los sentidos pero no a la fe, está el Señor “mirándonos como a través de celosías” (Cant 2,9). No ha querido esperar al encuentro definitivo allá en el Cielo y nos ha dejado un anticipo de esa figura que un día contemplaremos con gozo y sin velos: “Esta es la vida eterna: que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo a quien Tú has enviado” (Juan 17, 3).
"Después del tradicional cordero, terminada la cena, fue dado el Cuerpo del Señor a los discípulos; todo a todos, todo a cada uno"
Ex 24,3-8: "Ésta es la sangre de la alianza que hace el Señor con vosotros"
Sal 115,12-13.15-16bc.17-18: "Alzaré la copa de la salvación, invocando el nombre del Señor"
Hb 9,11-15: "La sangre de Cristo podría purificar nuestra conciencia"
Mc 14,12-16.22-26: "Esto es mi Cuerpo. Ésta es mi Sangre"
Sal 115,12-13.15-16bc.17-18: "Alzaré la copa de la salvación, invocando el nombre del Señor"
Hb 9,11-15: "La sangre de Cristo podría purificar nuestra conciencia"
Mc 14,12-16.22-26: "Esto es mi Cuerpo. Ésta es mi Sangre"
El pueblo de Dios encontrará en la Ley la oportunidad de responder a la iniciativa salvadora de Yavé, y todo se sellará con la aspersión de la sangre sacrificial. Simboliza la vida de Dios de la que todos participan. En el rito de Bendición de la Pascua, se rememoraba la Alianza sinaítica. Esa misma plegaria, en labios de Cristo, adquirirá una dimensión nueva. No sólo en las palabras, sino sobre todo en el contenido: la Alianza será a partir de ahora Nueva y Eterna.
En los Sinópticos, la Pascua es el marco de la institución de la Eucaristía. Este Sacramento es, pues, la actualización y renovación de la Pascua de Jesucristo. Todo el proyecto salvador de Dios en Cristo, lo expresa la Iglesia celebrando este Sacramento.
Resulta curioso advertir que, a medida que en nuestra sociedad se abandona el espíritu de sacrificio, de renuncia, de esfuerzo por conseguir cualquier cosa, se desvirtúe y diluya el carácter sacrificial de la Muerte de Cristo y de la misma Eucaristía. Destacamos, _y hacemos muy bien_ la condición de "banquete de fraternidad". Pero nunca se debe contraponer un elemento a otro.
— "El Señor, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el fin. Sabiendo que había llegado la hora de partir de este mundo para retornar a su Padre, en el transcurso de una cena, les lavó los pies y les dio el mandamiento del amor (Jn 13,1-17). Para dejarles una prenda de este amor, para no alejarse nunca de los suyos y hacerles partícipes de su Pascua, instituyó la Eucaristía como memorial de su muerte y de su resurrección y ordenó a sus apóstoles celebrarlo hasta su retorno, «constituyéndoles entonces sacerdotes del Nuevo Testamento»" (1337; cf. 1338-1344).
— El memorial sacrificial de Cristo y de su Cuerpo, que es la Iglesia:
"La Eucaristía es el memorial de la Pascua de Cristo, la actualización y la ofrenda sacramental de su único sacrificio, en la liturgia de la Iglesia que es su Cuerpo. En todas las plegarias eucarísticas encontramos, tras las palabras de la institución, una oración llamada anámnesis o memorial" (1362; cf. 1363-1372).
— Los frutos de la comunión:
"Lo que el alimento material produce en nuestra vida corporal, la comunión lo realiza de manera admirable en nuestra vida espiritual. La comunión con la Carne de Cristo resucitado, vivificada por el Espíritu Santo y vivificante (PO 5), conserva, acrecienta y renueva la vida de gracia recibida en el Bautismo. Este crecimiento de la vida cristiana necesita ser alimentado por la comunión eucarística, pan de nuestra peregrinación, hasta el momento de la muerte, cuando nos sea dada como viático" (1392; cf. 1393-1401).
— "Si vosotros mismos sois Cuerpo y miembros de Cristo, sois el sacramento que es puesto sobre la mesa del Señor, y recibís este sacramento vuestro. Respondéis «Amén» (es decir, «sí», «es verdad») a lo que recibís, con lo que, respondiendo, lo reafirmáis. Oyes decir «el Cuerpo de Cristo», y respondes «amén». Por lo tanto, sé tú verdadero miembro de Cristo para que tu «amén» sea también verdadero" (San Agustín, serm. 272) (1396).
"¡Buen Pastor, Pan Verdadero!, Señor Jesús, ten misericordia de nosotros. Danos de comer y mira por nosotros. Haz que veamos la felicidad eterna".
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