martes, 23 de agosto de 2016

Miércoles semana 21 de tiempo ordinario; año par

Miércoles de la semana 21 de tiempo ordinario; año par

Jesús nos pide vivir en la verdad, acomodar la vida a lo que se dice, y vivir honradamente del trabajo
“En aquel tiempo, habló Jesús diciendo: -«¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que os parecéis a los sepulcros encalados! Por fuera tienen buena apariencia, pero por dentro están llenos de huesos y podredumbre; lo mismo vosotros: por fuera parecéis justos, pero por dentro estáis repletos de hipocresía y crímenes. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que edificáis sepulcros a los profetas y ornamentáis los mausoleos de los justos, diciendo: "Si hubiéramos vivido en tiempo de nuestros padres, no habríamos sido cómplices suyos en el asesinato de los profetas"! Con esto atestiguáis en contra vuestra, que sois hijos de los que asesinaron a los profetas. ¡Colmad también vosotros la medida de vuestros padres!» (Mateo 23,27-32).
1. Jesús, continúas recriminando la falsedad con duras palabras:
-“¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que sois semejantes a sepulcros blanqueados!... Se encalaban las tumbas para que fueran muy visibles y no se tocaran por descuido, para quedar “impuro”. La buena apariencia no quita que dentro haya podredumbre. Jesús, sigues castigando la mentira y la maldad con apariencia de bien. Quizá yo también estoy demasiado pendiente del qué dirán de mí, o me dejo llevar por la ambición o la violencia o el interés por el poder. O me considero de los «buenos», los mejores, los perfectos (J. Aldazábal), cuando en realidad sólo Dios juzga, y si no juzgo a los demás tampoco yo seré juzgado.
-“...que por fuera parecen bonitos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia. Así también vosotros, por fuera aparecéis justos ante los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía y de iniquidad”. Jesús, tú eres el único santo, Dios humanado, el único que puede decir estas cosas. Nos recomiendas purificar lo de dentro de la misma manera que se ha embellecido el exterior. Señor, que para el interior de nuestros corazones tengamos el mismo afán de purificación y de hermosura que tenemos para nuestras apariencias.
-“¡Ay de vosotros escribas y fariseos que edificáis los sepulcros de los profetas y adornáis los monumentos de los justos y decís: "Si hubiéramos vivido en el tiempo de nuestros padres, no habríamos colaborado con ellos para derramar la sangre de los profetas."” Una tras la otra, cada generación dice lo mismo: "Si hubiéramos estado allí, lo hubiéramos hecho mejor que vosotros..." "Considerad, vosotros, los adultos, cuán lamentable es la sociedad que nos habéis legado..." "Ah, si nos dierais las responsabilidades, veríais..." ¡Y nos cargamos a nuestros antepasados y nos cargamos a los judíos... y creemos que nosotros no hubiéramos crucificado a Jesús! ¡Resulta una terrible hipocresía creerse mejor que su propio padre, considerarse entre los justos! (Noel Quesson).
-“Con lo cual atestiguáis contra vosotros mismos que sois hijos de los que mataron a los profetas ¡Colmad, también vosotros la medida de vuestros padres!” No sabemos cómo dijiste esas palabras, Señor, o si se escribieron bajo la pena de la destrucción de Jerusalén y enemistad declarada de los fariseos con respecto a la primitiva Iglesia… ayúdame a ver ese sentido misterioso que quieres darme con ellas, para aprovecharlas en mi vida.
2. Pablo acaba su carta saliendo al paso de los que piensan en que si acaba el mundo rápidamente, no hay que trabajar, y les dice que no debe de haber perezosos en la comunidad. La caridad cristiana no puede favorecer a la pereza.
-“Os mandamos en nombre de nuestro Señor Jesucristo que os apartéis de todo hermano que viva en la ociosidad y no según la tradición que de nosotros recibisteis”.
Tu Reino, Jesús, ha de construirse aquí abajo; no hay que evadirse de la condición terrestre… se construye por medio de la obediencia hasta la muerte en la cruz, una obediencia que restituye al sufrimiento y a la muerte su verdad. Contigo, Jesús, todos los valores humanos cobran su autenticidad. El hombre está en condiciones de trabajar por la verdadera humanización de la tierra (Maertens-Frisque).
-“Si alguno no quiere trabajar, ¡que tampoco coma!” Esta era la consigna que daba Pablo. Tantos hombres y mujeres que trabajan, sin saberlo quizá, cumplen así la "voluntad de Dios". Te ofrezco, Señor, la vida de todos los trabajadores. Atiende muy particularmente a los que tienen un trabajo penoso... a los que están en paro... a aquellos a quienes no alcanza lo que ganan para cubrir las necesidades cotidianas...
-“Ya sabéis vosotros cómo debéis imitarnos. Estando entre vosotros no hemos vivido en la ociosidad, ni comimos de balde el pan de nadie, sino que en la fatiga y el cansancio día y noche trabajamos para no ser una carga a ninguno de vosotros”. San Pablo era tejedor. Ganaba su vida con su trabajo.
-“Ciertamente teníamos derecho a ello pero así os dimos en nosotros un modelo a imitar”. Pablo no ignora que Jesús había dicho a los apóstoles que "el obrero merece su salario" (Mateo 10,10), para afirmar que la comunidad debía atender las necesidades de aquellos que ocupaban todo su tiempo en evangelizar. Pero él, Pablo, quiere ser una excepción, para "dar ejemplo del trabajo asalariado normal". Esto subraya toda la dignidad y el valor de ese trabajo.
-“Que el Señor dé la paz, os conceda la paz, en todo tiempo y en todos los ordenes”. Los griegos se saludaban deseándose "la alegría": "regocíjate". Los romanos se deseaban la "salud", ¡salve! Los judíos se saludaban deseándose "la paz": shalom, dicen todavía hoy. Es el saludo que Pablo usa.
La paz en todo tiempo y en todos los órdenes, de parte de Dios.
-“Y que el Señor esté con todos vosotros”. Este deseo se nos repite en todas las misas. Es una hermosa expresión (Noel Quesson).
3. Quiero pedirte, Señor, trabajar unido a ti, con el Salmo: “dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos. Comerás del fruto de tu trabajo, serás dichoso, te irá bien.” Sé que el trabajo bien hecho da ese sentido de plenitud que viene de hacer tu voluntad, Señor, tu bendición: “ésta es la bendición del hombre que teme al Señor. Que el Señor te bendiga desde Sión, que veas la prosperidad de Jerusalén todos los días de tu vida”.
Llucià Pou Sabaté
San Bartolomé, apóstol

Bartolomé descubre en Jesús la respuesta a las inquietudes de su corazón, la Verdad que buscaba.
En aquel tiempo, Felipe encuentra a Natanael y le dice: -«Aquel de quien escribieron Moisés en la Ley y los profetas, lo hemos encontrado: Jesús, hijo de José, de Nazaret.» Natanael le replicó: -«¿De Nazaret puede salir algo bueno?» Felipe le contestó: -«Ven y verás.» Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: -«Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño.» Natanael le contesta: -«¿De qué me conoces?» Jesús le responde: -«Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi.» Natanael respondió: -«Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel.» Jesús le contestó: -« ¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores.» Y le añadió: -«Yo os aseguro: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre» (Juan 1,45-51).
1. Hoy celebramos la fiesta del apóstol san Bartolomé. El evangelista san Juan relata su primer encuentro con el Señor con tanta viveza que nos resulta fácil meternos en la escena. Son diálogos de corazones jóvenes, directos, francos... ¡divinos!
Jesús encuentra a Felipe casualmente y le dice «sígueme». Poco después,Felipe, entusiasmado por el encuentro con Jesucristo, busca a su amigo Natanael para comunicarle que —por fin— han encontrado a quien Moisés y los profetas esperaban: «Jesús el hijo de José, el de Nazaret»La contestación que recibe no es entusiasta, sino escéptica: «¿De Nazaret puede haber cosa buena?». En casi todo el mundo ocurre algo parecido. Es corriente que en cada ciudad, en cada pueblo se piense que de la ciudad, del pueblo vecino no puede salir nada que valga la pena... allí son casi todos ineptos...
Pero Felipe no se desanima. Y, como son amigos, no da más explicaciones, sino dice: «Ven y lo verás». Va, y su primer encuentro con Jesús es el momento de su vocación. Lo que aparentemente es una casualidad, en los planes de Dios estaba largamente preparado. Para Jesús, Natanael no es un desconocido: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi» (Jn 1,48). ¿De qué higuera? Quizá era un lugar preferido de Natanael a donde solía dirigirse cuando quería descansar, pensar, estar solo... Aunque siempre bajo la amorosa mirada de Dios. Como todos los hombres, en todo momento. Pero para darse cuenta de este amor infinito de Dios a cada uno, para ser consciente de que está a mi puerta y llama necesito una voz externa, un amigo, un “Felipe” que me diga: «Ven y verás». Alguien que me lleve al camino que san Josemaría describe así: Buscar a Cristo; encontrar a Cristo; amar a Cristo (Christoph Bockamp).
Jesús retrata a la perfección su personalidad atractiva en muy pocas palabras ante todos: Aquí tenéis a un verdadero israelita en quien no hay doblez. Y, a continuación, en respuesta a la natural extrañeza del futuro apóstol, dice Jesús de modo implícito el motivo de su infinita sabiduría. Manifiesta abiertamente que sus capacidades son sobrenaturales: Antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi. A partir de ese momento, y para el resto de su vida, no hubo ya para Bartolomé otro interés que servir a la causa de Jesús. La condición divina, de quien había podido conocerle por dentro y también su quehacer de unos momentos antes, debía ser, en justicia, confesada. Su hombría de bien le impulsa a no callar: Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel. Lo demás, en la vida de san Bartolomé, fue una consecuencia lógica de quien, en efecto, no tiene doblez. Este apóstol procuró ser coherente en lo sucesivo con lo que tuvo ocasión de comprobar, con la asistencia eficaz de Felipe: que Jesús de Nazaret era el Cristo prometido por Dios como Salvador del mundo. Y ese mismo Hijo Dios lo admitía entre los suyos. Dios encarnado contaba con su colaboración y le prometía contemplar y participar en su gloria sobrenatural.
Ante la figura sencilla, franca y recia de Natanael, consecuente con sus convicciones por mucho que se deba rectificar: humilde, ¿qué conclusiones, que propósitos nos brotan en el silencio sincero de nuestra meditación? Posiblemente debemos aprender también de este apóstol su fe. Una fe en la divinidad de Jesucristo que se desborda en confesión pública y en conducta de vida leal a Quien se le ha manifestado de modo tan gratuito y le ha enriquecido para siempre. La promesa de Jesús: “veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo de el Hombre”, es, desde luego, un animante estímulo para siempre, capaz de hacer reemprender el trabajo apostólico en momentos de aridez, o cuando una pesada soledad parece agostar las joviales energías de otro tiempo (Paco Artime).
Pienso que la meditación de Natanael en la higuera está en relación con la pregunta sobre la felicidad: quería saber qué hacer con su vida, qué era lo que llena de verdad. Quizá pensaba: “si hay algo, Dios mío, mándame un signo. Y Jesús le hace referencia a esas preguntas, “ya te vi…” Entonces, exclama con ilusión y fuera de sí: "Rabbi, Tú eres el Hijo de Dios, Tú eres el Rey de Israel", y todo porque el Maestro le había dicho que lo había visto debajo de la higuera.
La desilusión y la desconfianza se han instalado en ese corazón ya un poco seco y pasota del hombre moderno. Él estaba harto de respuestas falsas, quizá hastiado de no encontrar sentido a la vida había hecho una petición al cielo, desesperado, había pedido una señal: “si hay algo serio, si hay un sentido a todo esto, que alguien me diga algo y haga referencia a este momento de la higuera”… Y tú, Jesús, le dices: "Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi".
"Has de ver cosas mayores" (Jn 1,50). Jesús le anuncia que aquella primera experiencia se va a multiplicar. Es como si le dijese: si dejas a Dios de veras entrar en tu corazón, todo lo que anhelabas, esperabas, deseabas, se convertirá en realidad. Y es que Dios es mucho más de lo que el hombre puede imaginarse. Queremos nosotros también proclamar como el apóstol: "Rabbí, Tú eres el Hijo de Dios".
Te pido, Señor, tener contigo una relación mucho más personal, cercana e íntima. Que mi oración sea más viva. Que mi fe sea fruto de esta experiencia personal contigo. Te pido ser verdaderos hombres de fe, en quienes no haya doblez. Eso es lo que espera Dios de nosotros, que decimos haber depositado en Él nuestra fe y nuestra confianza. Jesús conoce hasta lo más profundo de nuestro ser. Ante sus ojos nada hay oculto. Pero el que Él nos conozca y nos ame no tendrá para nosotros ningún significado si no aceptamos ese amor que nos tiene, y si no nos dejamos conducir por Él(Homiliacatolica.com).
2. El Apocalipsis nos muestra la Jerusalén futura, escatológica, ciudad-virgen-esposa, que baja del cielo para celebrar sus bodas divinas con el Cordero. Es un anticipo de la victoria definitiva de Cristo, resucitado y glorioso, sobre todas las potencias del mal. Las doce puertas en la muralla, los doce nombres sobre ellas, los doce basamentos de la muralla, los doce nombres de los basamentos, nos están hablando del pueblo de Israel, por una parte, y del nuevo pueblo de Dios, la Iglesia de Cristo, edificada "sobre el cimiento de los apóstoles". Doce puertas, doce ángeles, doce tribus, doce apóstoles.
En honor al apóstol Bartolomé, leemos las maravillosas características de esta ciudad divina, donde no habrá templo alguno: "porque el Señor, el Dios Todopoderoso, y el Cordero, es su santuario". Se realizará plenamente aquello de que "en Dios vivimos, nos movemos y existimos" (Hch 17,28), sin necesidad de ningún intermediario. Y la luz que es símbolo de la verdad, la justicia y la paz, no provendrá de otra fuente distinta del mismo Dios y del Cordero.
La memoria de los apóstoles nos habla de nuestra propia vocación. También nosotros fuimos llamados por Cristo, alguien nos lo presentó o nos introdujo en su presencia, o simplemente fuimos llamados: "sígueme". Y a nosotros también, como a cada uno de los apóstoles, nos ha sido confiada una misión en la Iglesia. Según nuestras capacidades, según nuestras responsabilidades. No podemos dejar que nuestra vocación se duerma inactiva en cualquier rincón de nuestra vida. Confesemos a Jesús como lo hizo el apóstol Natanael-Bartolomé, y abracémonos a nuestra responsabilidad de testimoniar y anunciar el mensaje cristiano (Juan Mateos).
Cuando sea la consumación entonces se llevará a efecto el Matrimonio eterno del Cordero con la Novia, la Ciudad Santa que descenderá del cielo, resplandeciente con la Gloria de Dios. Será algo totalmente nuevo; hacia esa ciudad, de sólidos cimientos, se encamina la Iglesia como peregrina por este mundo.
La Gaudium et spes 39 dice, al hablar de la Tierra nueva y el Cielo nuevo: “Ignoramos el tiempo en que se hará la consumación de la tierra y de la humanidad. Tampoco conocemos de qué manera se transformará el universo. La figura de este mundo, afeada por el pecado, pasa, pero Dios nos enseña que nos prepara una nueva morada y una nueva tierra donde habita la justicia, y cuya bienaventuranza es capaz de saciar y rebasar todos los anhelos de paz que surgen en el corazón humano. Entonces, vencida la muerte, los hijos de Dios resucitarán en Cristo, y lo que fue sembrado bajo el signo de la debilidad y de la corrupción, se revestirá de incorruptibilidad, y, permaneciendo la caridad y sus obras, se verán libres de la servidumbre de la vanidad todas las criaturas, que Dios creó pensando en el hombre.
Se nos advierte que de nada le sirve al hombre ganar todo el mundo si se pierde a sí mismo. No obstante, la espera de una tierra nueva no debe amortiguar, sino más bien aliviar, la preocupación de perfeccionar esta tierra, donde crece el cuerpo de la nueva familia humana, el cual puede de alguna manera anticipar un vislumbre del siglo nuevo. Por ello, aunque hay que distinguir cuidadosamente progreso temporal y crecimiento del reino de Cristo, sin embargo, el primero, en cuanto puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa en gran medida al reino de Dios. Pues los bienes de la dignidad humana, la unión fraterna y la libertad; en una palabra, todos los frutos excelentes de la naturaleza y de nuestro esfuerzo, después de haberlos propagado por la tierra en el Espíritu del Señor y de acuerdo con su mandato, volveremos a encontrarlos limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados, cuando Cristo entregue al Padre el reino eterno y universal: "reino de verdad y de vida; reino de santidad y gracia; reino de justicia, de amor y de paz". El Reino está ya misteriosamente presente en nuestra tierra; cuando venga el Señor, se consumará su perfección”.
3. El Salmo 145(144) canta que quien ha experimentado el amor de Dios no puede sino convertirse en testigo alegre del mismo para toda la humanidad. La Iglesia de Cristo proclama las maravillas de su Señor porque Él la amó y se entregó por ella para purificarla de todos sus pecados. Aun cuando a veces nos sucedan algunos acontecimientos incomprensibles, tal vez incluso dolorosos, el Señor jamás nos abandonará, sino que estará siempre a nuestro lado como poderoso protector, pues Él es nuestro Padre, lleno de amor y de ternura por nosotros: Que todas tus criaturas te den gracias, Señor, que te bendigan tus fieles; que proclamen la gloria de tu reinado, que hablen de tus hazañas”.
Explicando tus hazañas a los hombres, la gloria y la majestad de tu reinado. Tu reinado es un reinado perpetuo, tu gobierno va de edad en edad.
El Señor es justo en todos sus caminos, es bondadoso en todas sus acciones; cerca está el Señor de los que lo invocan, de los que lo invocan sinceramente”.
El tema central de este salmo es la providencia amorosa de Dios sobre los que sufren y sobre todas las criaturas y la universalidad del reinado de Dios mediante su bondad, que recoge especialmente la liturgia de hoy y que se realiza especialmente en la persona de Jesús y la Parusía, como hemos leído en el Ap. Comenta S. Juan de la Cruz: “para alcanzar las peticiones que tenemos en nuestro corazón, no hay mejor medio que poner la fuerza de nuestra oración en aquella cosa que es más gusto de Dios; porque entonces no sólo dará lo que le pedimos, que es la salvación, sino aun lo que Él ve que nos conviene y nos es bueno, aunque no se lo pidamos, según lo da bien a entender David en un salmo (144, 18), diciendo: Cerca está el Señor de los que le llaman en la verdad, que le piden las cosas que son de más altas veras, como son las de la salvación; porque de éstos dice luego (Ps 144,19): La voluntad de los que le temen cumplirá, y sus ruegos oirá, y salvarlos ha.Porque es Dios guarda de los que bien le quieren. Y así, este estar tan cerca que aquí dice David, no es otra cosa que estar a satisfacerlos y concederlos aun lo que no les pasa por pensamiento pedir”.
Llucià Pou Sabaté

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