V
Domingo, ciclo B: Cristo viene a curarnos de toda dolencia, y
darnos el sentido de la vida en el servicio a los demás
“En aquel tiempo, al salir Jesús de la
sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón
estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron. Jesús se acercó, la cogió de la
mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles. Al anochecer,
cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y poseídos. La población
entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y
expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían no les permitía
hablar.
Se levantó de madrugada, se marchó al
descampado y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron y, al
encontrarlo, le dijeron: -Todo el mundo te busca.
Él les respondió: -Vámonos a otra parte, a,
las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he venido.
Así recorrió toda Galilea, predicando en
las sinagogas y expulsando los demonios” (Marcos 1,29-39).
1. Vemos
aquí la evolución espiritual y apostólica de Jesús a lo largo de las primeras
semanas de su ministerio. Después del encuentro con el Bautista, leemos hoy el
relato - vivo y sencillo- de la curación de la suegra de Pedro.
Dos
detalles. El relato está dominado por la expresión "la levantó", que
en el lenguaje del Nuevo Testamento evoca la resurrección de Jesús y la
resurrección bautismal. Jesús entra también hoy en la casa de los enfermos por
el ministerio de los presbíteros que
imponen las manos, ungen y promueven la plegaria de la fe. La narración
-segundo detalle- termina con la mención del "servicio" (en la forma
griega que se utiliza para la acción continua), para expresar el seguimiento y
la actitud del discípulo: la intervención de Jesús es la que nos hace levantarnos
para que emprendamos el camino del servicio (Bruno Maggioni).
El servicio
será para ti, Señor, el elemento central de la actitud moral exigida por Dios
al hombre; tomas el precepto del amor al prójimo de la tradición bíblica, y lo
vinculas al amor a Dios.
Después
de su misión, al día siguiente, mucho antes de amanecer, Jesús se levantó, salió, se fue a un lugar desierto, y allí oraba.
Fueron después Simón y sus amigos a buscarle, y habiéndole hallado le dijeron: "Todos andan buscándote". -Mas Jesús les contestó: "Vamos a otra
parte, a las aldeas próximas para predicar allí, pues para esto he salido".
El servicio va unido hoy al ideal misionero: partir al encuentro de los otros.
Y todo basado en la unión con Dios, la oración, que nos da ese encontrarnos con
nosotros mismos y con los demás.
El
hambre en el mundo también está presente en este Evangelio. Es "demoníaco"
que el modo que muchas veces se piensa (en políticas gubernamentales y
organismos internacionales) en vez de poner más comida en la mesa, es eliminar
comensales con planes antinatalistas.
La
inseguridad, la frustración, la soledad, tantos males de hoy pueden encontrar,
incluso a nivel psico-somático, una
fuente de recuperación en el avanzar sereno y fiel por los caminos del
Evangelio. La angustia de la muerte, la
más fuerte de las angustias, encuentra respuesta en Jesús. Lo vemos en la
primera lectura:
2. La existencia
humana según el libro sapiencial de Job (como el de Jonás, describe una leyenda
hecha probablemente a partir de un personaje real, muy anterior) es una vida de
desencanto y una triste suerte. A lo único que puede aspirar el hombre es a que
pase pronto: “Habló Job diciendo: El
hombre está en la tierra cumpliendo un servicio, sus días son los de un
jornalero. Como el esclavo, suspira por la sombra, como el jornalero, aguarda
el salario”. Los existencialistas agnósticos nos hablan mucho de esto en la
literatura (Iván Karamazov) como en la filosofía (Sartre, Camus...).
Pero
Job, hombre acosado por todos los males (ha perdido sus bienes, ha perdido sus
hijos, ha perdido la salud) rodeado de oscuridades, y sin entender a Dios,
mantiene la fe. Hacia el s. V a. J.C., cuando se escribe, todavía se tenían
ideas muy vagas e imprecisas sobre la vida más allá de la muerte. Sin la
esperanza de la resurrección, todo es muy pobre: “Mi herencia son meses baldíos, me asignan noches de fatiga; al
acostarme pienso: ¿cuándo me levantaré? Se alarga la noche y me harto de dar
vueltas hasta el alba. Mis días corren más que la lanzadera y se consumen sin
esperanza. Recuerdo que mi vida es un soplo, y que mis ojos no verán más la
dicha”. Job se siente abandonado no solamente de los hombres sino también
de Dios, como en el salmo: "¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has
abandonado?" El dolor de Job es de orden metafísico y existencial.
¿Por
qué el dolor? El tema es complejo, sobre todo cuando nos quedamos desconcertados...
quizá recordamos cuando no sabíamos nadar y no hacíamos pie, en aguas
profundas: los pulmones se disparan, perdemos el aliento ante la sorpresa… así
nos sentimos a veces, desconcertados por situaciones que no nos esperábamos,
que nos parecen injustas, y ese desconcierto impiden pensar, nos hace sumir en
un pozo en el que se hace de pronto la luz. En aquella dificultad hay
concertado un encuentro con Dios, que al mismo tiempo prepara para otras
pruebas posteriores: un desgarramiento interior –sacrificio- suele ser un
preludio del éxtasis, en la sinfonía de la vida, y al mismo tiempo es eso un
camino para reforzarse para lo que vendrá… Desnudez del alma que se une a Dios,
fortaleza que ya nada tiene de humano, santuario donde se da el Encuentro... El
tiempo nos da muchas respuestas, vemos que el dolor ennoblece a las personas y
las sensibiliza, las hace solidarias, al punto de olvidar su propio dolor y
conmoverse por el ajeno... Aprendemos a valorar las cosas importantes que están
cercanas, y no desear lo que está lejano…
El
silencio de Dios ante tanto mal es un silencio que habla en todas las páginas
de la Escritura Santa, de la fe de la Iglesia, que habla en Jesús colgado en la
Cruz, que sufre callando, que sintió “eso” en su vida, y murió para con su
dolor dar sentido al nuestro. Este Dios vivo nos deja rastros a su paso por la
historia, como los montañeros que dejan marcas en el camino por donde pasan,
hay unos mensajes que nos llegan como en una botella a la playa, en medio del
mar de dolor, mensajes que se pueden oír en cierta forma, cuando tenemos el
oído y corazón preparado. Son pistas que nos hablan de confiar, de amar, de que
ante nosotros se abren dos puertas, la del absurdo (el sin-sentido) y la del
misterio (la fe): abandonarnos en las manos de Dios es el camino que da paz,
aunque no está exento de dolor, pero éste adquiere un sentido. Y sobre todo es
Jesús en la Cruz que en tres horas de agonía nos muestra un libro abierto,
hasta exclamar aquel “¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?” Él,
sin perder la conciencia de que aquello acabaría en la muerte, cuando se siente
abandonado incluso por Dios, se abandona totalmente en los brazos de Dios, y se
produce el milagro: pudo proclamar aquel grito desgarrador por el que decretó
que “todo está consumado”; así, con la entrega de su vida la muerte ha sido
vencida, ya no es una puerta a la desesperación sino hacia el amor del cielo,
la agonía se convirtió en victoria y podemos unirnos, por el sufrimiento, al
suyo y a su Vida. Es ya un canto a la esperanza, a la resurrección, pues el
dolor no se convierte en el ladrón que nos roba los placeres que hay en la
vida, sino un camino que nos habla de que la muerte es la puerta abierta para
el gozo sin fin que es el cielo. "El
Señor sana los corazones destrozados, venda sus heridas", y le pedimos
con el salmista: Señor, dame tu luz y tu salvación.
3. “¡Ay de mi si no evangelizara!”, dirá
san Pablo: "el hecho de predicar no
es para mí motivo de soberbia. No tengo más remedio", y la paga es el
hecho mismo de dar a conocer el Evangelio, anunciándolo de balde, eso nos llena
y hace felices.
La
carne sacrificada y el escándalo de los pusilánimes es el tema que plantea San
Pablo para ver que podemos renunciar al ejercicio de la misma libertad, para
beneficio de los demás. Es un ejemplo de sabiduría, de hacerse condescendiente
con los que nos rodean: “siendo del todo
libre, me hago siervo de todos”: predicar el Evangelio quiere decir hacerse
“siervo de todos para ganar a algunos,
sea como sea”. Y es que el servicio es la suprema forma de vivir: “Me he hecho débil con los débiles, para
ganar a los débiles; me he hecho todo para todos para ganar, como sea, a algunos.
Y hago todo esto por el Evangelio, para participar yo también de sus bienes”.
Llucià
Pou Sabaté
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