sábado, 8 de noviembre de 2014

Domingo semana 32 de tiempo ordinario; ciclo A

Domingo de la semana 32 de tiempo ordinario; ciclo A

Meditaciones de la semana
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«Entonces el Reino de los Cielos será semejante a diez vírgenes, que tomando sus lámparas salieron a recibir al esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco prudentes; pero las necias, al tomar sus lámparas, no llevaron consigo aceite; las prudentes, en cambio, junto con las lámparas llevaron aceite en sus alcuzas. Como tardase en venir el esposo les entró sueño a todas y se durmieron. A medianoche se oyó vocear: ¡Ya está ahí el esposo! ¡Salid a su encuentro! Entonces se levantaron todas aquellas vírgenes y aderezaron sus lámparas. Y las necias dijeron a las prudentes: Dadnos de vuestro aceite porque nuestras lámparas se apagan. Pero las prudentes les respondieron: Mejor es que vayáis a quienes lo venden y compréis, no sea que no alcance para vosotras y nosotras. Mientras fueron a comprarlo vino el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él a las bodas y se cerró la puerta. Luego llegaron las otras vírgenes diciendo: ¡Señor, Señor ábrenos! Pero él les respondió: En verdad os digo que no os conozco. Vigilad, pues, porque no sabéis el día ni la hora.» (Mateo 25, 1-13)

1º. Jesús, con esta parábola me alertas una vez más para que esté preparado, para que tenga siempre mi lámpara encendida, mi alma en gracia.
Para preparar mejor a las personas en trance de muerte, has instituido el sacramento de la Unción de los enfermos, que precisamente usa el aceite como materia.
«La Unción de los enfermos acaba por confirmarnos con la muerte y resurrección de Cristo, como el Bautismo había comenzado a hacerlo. Es la última de las sagradas unciones que jalonan toda la vida cristiana; la del Bautismo había sellado en nosotros la vida nueva; la de la Confirmación nos había fortalecido para el combate de esta vida. Esta última unción ofrece al término de nuestra vida terrena un escudo para defenderse en los últimos combates y entrar en la Casa del Padre» CEC.- 1523).
Tengo la responsabilidad de procurar que mis familiares y amigos en trance de muerte puedan recibir este sacramento.
Y si es tu voluntad, dame también a mí la oportunidad de recibirlo.
2º. El Evangelista cuenta que las prudentes han aprovechado el tiempo. Discretamente se aprovisionan del aceite necesario, y están listas, cuando avisan: ¡eh, que es la hora!, «mirad que viene el esposo, salidle al encuentro»: avivan sus lámparas y acuden con gozo a recibirlo.
Pero sigamos el hilo de la parábola. Y la fatuas, ¿qué hacen? A partir de entonces, ya dedican su empeño a disponerse a esperar al Esposo: van a comprar el aceite. Pero se han decidido tarde y, mientras iban, «vino el esposo y las que estaban preparadas entraron con él a las bodas» (..).No es que hayan permanecido inactivas: han intentado algo... Pero escucharon la voz que les responde con dureza: «no os conozco». No supieron o no quisieron prepararse con la solicitud debida, y se olvidaron de tomar la razonable precaución de adquirir a su hora el aceite. Les faltó generosidad para cumplir acabadamente lo poco que tenían encomendado. Quedaban en efecto muchas horas, pero las desaprovecharon.
Pensemos valientemente en nuestra vida. ¿Por qué no encontramos a veces esos minutos, para terminar amorosamente el trabajo que nos atañe y que es el medio de nuestra santificación? ¿Por qué descuidamos las obligaciones familiares? ¿Por qué se mete la precipitación en el momento de rezar de asistir al Santo Sacrificio de la Misa? ¿Por qué nos faltan la serenidad y la calma, para cumplir los deberes del propio estado, y nos entretenemos sin ninguna prisa en ir detrás de los caprichos personales? Me podéis responder: son pequeñeces. Sí, verdaderamente: pero esas pequeñeces son el aceite, nuestro aceite, que mantiene viva la llama y encendida la luz»(Amigos de Dios.- 40-41).
Jesús, ayúdame a aprovechar bien el tiempo que me das, luchando por cumplir con orden el horario que tengo previsto.
El horario debe incluir el tiempo requerido para hacer bien el trabajo, unos momentos al día para mis normas de piedad -oración, misa, rosario, etc.-, y el espacio que se merecen mis obligaciones familiares.
Si lucho por vivir la puntualidad y el orden en el horario, mi horas se multiplicarán.
Y sobre todo, esos vencimientos diarios, aunque son pequeñeces, serán el aceite que mantiene viva la llama de mi vida interior.
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Tiempo ordinario. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.

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La Dedicación de la Basílica de Letrán

«En aquel tiempo, se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: - Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre. Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: "el celo de tu casa me devora". Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: - ¿Qué signos nos muestras para obrar así? Jesús con testó: -Destruid este templo, y en tres días lo levan taré. Los judíos replicaron: Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días? Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la' Escritura y a la Palabra que había dicho Jesús». (Juan 2,13-22)
1º. Jesús, cuando entras en el templo te enojas al ver el mercado que se había organizado con los animales que debían sacrificarse según la ley.
Lo que debía ser un lugar de encuentro con Dios, se ha convertido en un negocio económico.
La misma caridad perfecta que ayer te hacía llorar sobre la cuidad de Jerusalén, te mueve hoy a enfadarte santamente con aquellos mercaderes: «derribó las mesas de los cambistas y los puestos de los que vendían palomas»
Jesús, ¡cómo reaccionarían los que estaban en el templo!
Aquellos pobres cambistas estarían aterrados.
Los sacerdotes, escribas y jefes del pueblo no pueden aguantar más y quieren acabar contigo.
¿No hubiera sido más prudente no decir nada y dejar las cosas tal como estaban?
Eso no hubiera sido prudencia, sino cobardía.
Las cosas no se pueden dejar como están, cuando están mal.
Y menos, cuando ofenden seriamente a Dios.
«Mi casa será casa de oración.»
Jesús, con este acto de celo divino me muestras la importancia de tratar santamente las cosas santas.
Debo tratar con respeto todos los templos, pues son un lugar de encuentro con Dios.
En especial, he de tratar con veneración las iglesias católicas, donde Tú mismo estás realmente presente en la Sagrada Eucaristía.
Allí, junto al Sagrario, es el mejor lugar para hacer oración.
«La iglesia, casa de Dios, es el lugar propio de la oración litúrgica de la comunidad parroquial. Es también el lugar privilegiado para la adoración de la presencia real de Cristo en el Santísimo Sacramento. La elección de un lugar favorable no es indiferente para la verdad de la oración» (CEC.-2691).
2º. «Detente a considerar la ira santa del Maestro, cuando ve que, en el Templo de Jerusalén, maltratan las cosas de su Padre.
¡Qué lección, para que nunca te quedes indiferente, ni seas cobarde, cuando no tratan respetuosamente lo que es de Dios! (Forja.-546).
Jesús, no me puedo quedar indiferente cuando a mi alrededor no tratan respetuosamente lo que es de Dios.
Protestar ante esos abusos no es soberbia o intransigencia, sino caridad, que significa amor delicado a mi Padre Dios y a todo lo que le pertenece.
En especial, no puedo callarme ante faltas de respeto en lo que se refiere al culto de Dios y a la Santa Misa.
Con paciencia, pero también con entereza, he de tratar de que no se convierta en otra cosa lo que es el Santo Sacrifico de la Misa.
Jesús, tampoco me puedo callar ante el abuso de los recursos naturales, pues toda la creación te pertenece.
Es una actitud cristiana -de buen hijo de Dios- defender la naturaleza, sabiendo que la has creado para el uso -pero no el abuso- del hombre.
De manera especial, he de defender los derechos de la persona, elemento central de la creación.
Y el primer derecho de la persona es el derecho a la vida: desde la concepción hasta la muerte.
Por ello, no me puedo callar -si soy cristiano- ante estructuras y sociedades que promueven el aborto o la eutanasia.
Finalmente, Jesús, no me puedo quedar indiferente ante mi propia vida espiritual.
Mi alma en gracia es templo del Espíritu Santo, casa especial de Dios; y no puedo convertirla en «cueva de ladrones.»
Ayúdame a tratar con delicadeza al Espíritu Santo, sin permitir que mi alma se enturbie con cualquier pecado aunque sea pequeño.
Y si, a pesar de todo, se me meten en el alma sentimientos y pasiones que no se corresponden con mi condición de templo de Dios, que sepa purificarme con la penitencia, con decisión, como hiciste Tú en la casa de tu Padre.
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Tiempo ordinario. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.

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