Viernes de la semana 23 de tiempo ordinario; año par
Para poder ayudar a otros en la misión que nos pide el Señor, hemos de mejorar en primer lugar nosotros mismos
“En aquel tiempo, dijo Jesús a los discípulos una parábola: -«¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? Un discípulo no es más que su maestro, sí bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro. ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: "Hermano, déjame que te saque la mota del ojo", sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano»” (Lucas 6,39-42).
1. Jesús, sigues con tus parábolas: -“¿Puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán ambos en el hoyo?” Nos equivocamos muchas veces, pues la inteligencia está influenciada por la emotividad, por tantas cosas que absolutizan un aspecto de la verdad. Por eso nos animas a tener los ojos muy abiertos, a no dejarnos engañar. Se señala la incapacidad de hacer de guía de otros, cuando uno está desorientado: ese afán puede esconder cierta tendencia de dominio, la ayuda a un necesitado puede esconder entonces ganas de ser como dueño de su destino…
Jesús, tú eres el maestro verdadero, y no has querido juzgar a los demás, sino que les ayudas; les ofreces lo que tienes. Este ejemplo del maestro se debe convertir en norma de conducta para todos los creyentes.
-“¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo, y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?” Muchas veces echamos la culpa a los demás, de algo que nosotros fallamos los primeros. La autocrítica es muy importante, la sencillez, y algo muy bonito que es la vulnerabilidad: mostrarnos como somos, con defectos, no intentar disimularnos. Esto hace más atractiva esa humanidad del cristiano, de quien se sabe con los méritos de Cristo aunque sea miserable.
Es muy grande la tendencia a dominar a los demás, querer hacerlos a nuestra medida, que piensen según la verdad que “yo tengo”… pero nadie es dueño de los otros, ni de la verdad… muchas veces la autoridad intenta imponer el criterio a los súbditos; sometidos así “a los que mandan”. Jesús, ayúdanos a entender el modo de salir de estos egoísmos, con la lógica del amor (edic Marova).
-“¿Cómo te permites decirle a tu hermano: "Hermano, déjame que te saque la mota del ojo", sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo...? ¡Te equivocas! Sácate primero la viga de tu ojo.” Echamos la culpa a los gobiernos de la corrupción, pero fácilmente nos quedamos con un dinero que no nos toca, sin darnos cuenta de que la justicia social es la suma de pequeñas justicias personales. Así los padres echan la culpa a los profesores de la deficiente educación de sus hijos, y estos a los padres, y así muchas cosas… «Cuando nos veamos precisados a reprender a otros, pensemos primero si alguna vez hemos cometido aquella falta que vamos a reprender; y si no la hemos cometido, pensemos que somos hombres y que hemos podido cometerla. O si la hemos cometido en otro tiempo, aun que ahora no la cometamos. Y entonces tengamos presente la común fragilidad para que la misericordia, y no el rencor, preceda a aquella corrección» (San Agustín).
-“Sácate primero la viga de tu ojo, entonces verás claro y podrás sacar la mota del ojo de tu hermano”. La "revisión de vida" es un ejercicio espiritual eminentemente evangélico: se trata de reconsiderarse a sí mismo, de revisar, de repasar la propia vía y los propios compromisos. Señor, haznos lúcidos y clarividentes; así podremos intentar ayudar a nuestros hermanos a ver también más claro (Noel Quesson).
¡Qué fácilmente vemos los defectos de nuestros hermanos, y qué capacidad tenemos de disimular los nuestros! Eso se llama ser hipócritas. Hablaba un sufí oriental que de joven quería cambiar el mundo, y fracasó; luego pensó cambiar a los que estaban más cerca de él, solo ellos… y también fracasó. Por fin, ya mayor, pensó en cambiar él mismo… por donde tenía que haber comenzado desde el principio. Pero yo añadiría que así es como podemos ayudar a los de alrededor, y cambiar el mundo, cuando hacemos la revolución en nuestro interior, y llenos de esperanza vamos llevando a otros corazones ese mismo afán de mejora. No hay más maestro que Jesús, y como instrumentos suyos podemos ser maestros, si sabemos que nunca hemos acabado de aprender nosotros. Jesús, te pido que cuando vea fallos en los demás, piense: "y yo seguramente tengo fallos mayores y los demás no me los echan en cara continuamente, sino que disimulan: ¿por qué tengo tantas ganas de ser juez y fiscal de mis hermanos?". Ayúdame, Jesús, a mirarme en el espejo de tu vida, en tu Palabra, que me vaya orientando día tras día (J. Aldazábal).
El evangelio de hoy nos invita a mirar el mundo y a los otros con la misma mirada de Jesús: una mirada de benevolencia. Los ojos son como un espejo en el que se refleja el mundo. “Si tú me dices: ‘muéstrame a tu Dios’, yo te diré a mi vez: ‘muéstrame tú al hombre que hay en ti’, y yo te mostraré a mi Dios. Muéstrame, por tanto, si los ojos de tu mente ven, y si oyen los oídos de tu corazón… ven a Dios los que son capaces de mirarlo, porque tienen abiertos los ojos del espíritu. Porque todo el mundo tiene ojos, pero algunos los tienen oscurecidos y no ven la luz del sol. Y no porque los ciegos no vean ha de decirse que el sol ha dejado de lucir, sino que esto hay que atribuírselo a sí mismos y a sus propios ojos. De la misma manera, tienes tú los ojos de tu alma oscurecidos a causa de tus pecados y malas acciones” (S. Teófilo de Antioquía).
Hay personas para las que toda la realidad es triste y está sujeta a lamentaciones. Todo va mal; y los "sí, pero..." minan toda razón de esperar. Son aguafiestas… El mundo, como por una especie de mimetismo, toma el color de nuestra mirada. Te pido, Señor, tu benevolencia, corazón bueno, y no ser de los que siempre están con sospechas o piensan que son los carceleros de la libertad de los demás, para tomarlos en la argolla de las condenaciones. No queremos ser de la “cofradía del santo reproche”… decía un slogan: "Los demás ven la vida en negro, nosotros vemos razones para esperar". Eso es la benevolencia cristiana: el amor tiene paciencia, lo excusa todo, lo perdona todo, porque toma como modelo la misericordia de Dios. Nuestra benevolencia no es "ver las cosas de color rosa"; es teologal. Nuestras razones para esperar se arraigan en el ser mismo de Dios, que tiene paciencia, y en su gracia, que no fallará jamás. Dios de paciencia infinita, / sé nuestro maestro: / enséñanos a amar como Tú solo puedes amar. / Danos un corazón misericordioso / y razones para esperar / que nuestro tiempo desembocará en la felicidad eterna (Dios cada día, Sal terrae).
El prestigio que de veras ha de interesarnos es el del amor, del que manan la buena conciencia, la misericordia y solidaridad... Danos, Señor, la gracia de ser sinceros, de reconocer nuestras propias miserias y debilidades antes de descubrir la parte oscura de la vida de nuestros hermanos, y de rectificar nuestra conducta, conforme a la verdad, justicia y caridad.
2. Pablo dio respuestas ágiles y relativas a los problemas que le planteaban los de Corinto: el valor del celibato, las carnes provenientes de templos…
-“Predicar el evangelio no es para mí ningún motivo de gloria, es más bien ¡un deber que me incumbe!” Con humildad, no desea ningún privilegio ni gloria, quien se ve como un «esclavo» que cumple su tarea porque no puede dejar de cumplirla!
-“¡Ay de mí, si no predicara el evangelio!” ¿Soy yo también, o procuro ser, un anuncio vivo del Evangelio?
-“No predico por propia iniciativa; es una misión que me ha sido confiada. ¿Por qué he de recibir yo una recompensa?”¡Es una misión confiada por Dios!
-“Efectivamente, siendo libre con relación a todos, me he hecho esclavo de todos para ganar a los más que pueda”. Es el apostolado concebido como un «servicio» -ministerio significa «servicio». ¿De quién soy servidor?
-“Los atletas se privan de todo por una corona corruptible. Yo golpeo duramente mi cuerpo... y lo esclavizo, no sea que habiendo proclamado el mensaje a los demás, resulte yo mismo descalificado”. La ascesis, el dominio de sí mismo. Útil en muchos deportes... ¡y también en muchos oficios! Indispensable en la vida cristiana. Necesario en la vida apostólica. ¿Continuó siendo un cristiano mediano, comodón? (Noel Quesson).
Pablo se siente libre, pues quién esté aferrado a sus seguridades todavía tiene miedo…
3. Te pedimos, Señor, con el salmista, vivir en tu casa por siempre, “mi alma se consume y anhela los atrios del señor, mi corazón y mi carne retozan por el Dios vivo”. Y así como el gorrión y la golondrina buscan su nido, así “dichosos los que viven en tu casa, alabándote siempre. Dichosos los que encuentran en ti su fuerza al preparar su peregrinación”.
Llucià Pou Sabaté
Santísimo Nombre de María
VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI A MUNICH, ALTÖTTING Y RATISBONA
(9-14 DE SEPTIEMBRE DE 2006)
(9-14 DE SEPTIEMBRE DE 2006)
SANTA MISA EN LA EXPLANADA DE ISLING
HOMILÍA DEL SANTO PADRE
Ratisbona, martes 12 de septiembre de 2006
"El que cree nunca está solo". Permitidme repetir una vez más el lema de estos días y expresar mi alegría porque podemos verlo realizado aquí: la fe nos reúne y nos regala una fiesta. Nos da la alegría en Dios, la alegría por la creación y por estar juntos. Sé que esta fiesta ha requerido mucho empeño y mucho trabajo previo. Por las noticias de los periódicos he podido conocer un poco cuántas personas han dedicado su tiempo y sus fuerzas para preparar esta explanada de un modo tan digno; gracias a ellos está la cruz aquí, sobre la colina, como signo de Dios para la paz del mundo; los caminos de entrada y de salida están libres; la seguridad y el orden están garantizados; se han preparado alojamientos, etc.
No podía imaginar —e incluso ahora lo sé sólo sucintamente— cuánto trabajo, hasta los mínimos detalles, ha sido necesario para que pudiéramos reunirnos todos hoy aquí. Por todo ello quiero decir sencillamente: "¡Gracias de todo corazón!". Que el Señor os lo pague todo y que la alegría que ahora podemos experimentar gracias a vuestra preparación vuelva centuplicada a cada uno de vosotros.
Me conmovió conocer cuántas personas, especialmente de las escuelas profesionales de Weiden y Amberg, así como empresas y particulares, hombres y mujeres, han colaborado para embellecer mi casa y mi jardín. Me emociona tanta bondad, y también en este caso quiero decir solamente un humilde "¡gracias!" por este esfuerzo. No habéis hecho todo esto por un hombre, por mi pobre persona; en definitiva, lo habéis hecho por la solidaridad de la fe, impulsados por el amor a Cristo y a la Iglesia. Todo esto es un signo de verdadera humanidad, que brota de haber sido tocados por Jesucristo.
Nos hemos reunido para una fiesta de la fe. Ahora, sin embargo, surge la pregunta: ¿Pero qué es lo que creemos en realidad? ¿Qué significa creer? ¿Puede existir todavía, de hecho, algo así en el mundo moderno? Viendo las grandes "Sumas" de teología redactadas en la Edad Media o pensando en la cantidad de libros escritos cada día a favor o contra la fe, podemos sentir la tentación de desalentarnos y pensar que todo esto es demasiado complicado. Al final, por ver los árboles, ya no se ve el bosque.
Es verdad: la visión de la fe abarca el cielo y la tierra; el pasado, el presente, el futuro, la eternidad; por ello no se puede agotar jamás. Ahora bien, en su núcleo es muy sencilla. El Señor mismo habló de ella con el Padre diciendo: "Has revelado estas cosas a los pequeños, a los que son capaces de ver con el corazón" (cf. Mt 11, 25). La Iglesia, por su parte, nos ofrece una pequeña "Suma", en la cual se expresa todo lo esencial: es el así llamado "Credo de los Apóstoles". Se divide normalmente en doce artículos, como el número de los Apóstoles, y habla de Dios, creador y principio de todas las cosas; de Cristo y de su obra de la salvación, hasta la resurrección de los muertos y la vida eterna. Pero en su concepción de fondo, el Credo sólo se compone de tres partes principales y, según su historia, no es sino una amplificación de la fórmula bautismal, que el Señor resucitado entregó a los discípulos para todos los tiempos cuando les dijo: "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28, 19).
Esta visión demuestra dos cosas: en primer lugar, que la fe es sencilla. Creemos en Dios, principio y fin de la vida humana. En el Dios que entra en relación con nosotros, los seres humanos; que es nuestro origen y nuestro futuro. Así, la fe es al mismo tiempo esperanza, es la certeza de que tenemos un futuro y de que no caeremos en el vacío. Y la fe es amor, porque el amor de Dios quiere "contagiarnos". Esto es lo primero: nosotros simplemente creemos en Dios, y esto lleva consigo también la esperanza y el amor.
La segunda constatación es la siguiente: el Credo no es un conjunto de afirmaciones, no es una teoría. Está, precisamente, anclado en el acontecimiento del bautismo, un acontecimiento de encuentro entre Dios y el hombre. Dios, en el misterio del bautismo, se inclina hacia el hombre; sale a nuestro encuentro y así también nos acerca los unos a los otros. Porque el bautismo significa que Jesucristo, por decirlo así, nos adopta como hermanos y hermanas suyos, acogiéndonos así como hijos en la familia de Dios. Por consiguiente, de este modo hace de todos nosotros una gran familia en la comunidad universal de la Iglesia. Sí, el que cree nunca está solo. Dios nos sale al encuentro.
Encaminémonos también nosotros hacia Dios, pues así nos acercaremos los unos a los otros. En la medida de nuestras posibilidades, no dejemos solo a ninguno de los hijos de Dios.
Encaminémonos también nosotros hacia Dios, pues así nos acercaremos los unos a los otros. En la medida de nuestras posibilidades, no dejemos solo a ninguno de los hijos de Dios.
Creemos en Dios. Esta es nuestra opción fundamental. Pero, nos preguntamos de nuevo: ¿es posible esto aún hoy? ¿Es algo razonable? Desde la Ilustración, al menos una parte de la ciencia se dedica con empeño a buscar una explicación del mundo en la que Dios sería superfluo. Y si eso fuera así, Dios sería inútil también para nuestra vida. Pero cada vez que parecía que este intento había tenido éxito, inevitablemente resultaba evidente que las cuentas no cuadran. Las cuentas sobre el hombre, sin Dios, no cuadran; y las cuentas sobre el mundo, sobre todo el universo, sin él no cuadran. En resumidas cuentas, quedan dos alternativas: ¿Qué hay en el origen? La Razón creadora, el Espíritu creador que obra todo y suscita el desarrollo, o la Irracionalidad que, carente de toda razón, produce extrañamente un cosmos ordenado de modo matemático, así como el hombre y su razón. Esta, sin embargo, no sería más que un resultado casual de la evolución y, por tanto, en el fondo, también algo irracional.
Los cristianos decimos: "Creo en Dios Padre, Creador del cielo y de la tierra", creo en el Espíritu Creador. Creemos que en el origen está el Verbo eterno, la Razón y no la Irracionalidad. Con esta fe no tenemos necesidad de escondernos, no debemos tener miedo de encontrarnos con ella en un callejón sin salida. Nos alegra poder conocer a Dios. Y tratamos de hacer ver también a los demás la racionalidad de la fe, como san Pedro exhortaba explícitamente, en su primera carta (cf. 1 P 3, 15), a los cristianos de su tiempo, y también a nosotros.
Creemos en Dios. Lo afirman las partes principales del Credo y lo subraya sobre todo su primera parte. Pero ahora surge inmediatamente la segunda pregunta: ¿en qué Dios? Pues bien, creemos precisamente en el Dios que es Espíritu Creador, Razón creadora, del que proviene todo y del que provenimos también nosotros.
La segunda parte del Credo nos dice algo más. Esta Razón creadora es Bondad. Es Amor. Tiene un rostro. Dios no nos deja andar a tientas en la oscuridad. Se ha manifestado como hombre. Es tan grande que se puede permitir hacerse muy pequeño. "El que me ha visto a mí, ha visto al Padre", dice Jesús (Jn 14, 9). Dios ha asumido un rostro humano. Nos ama hasta el punto de dejarse clavar por nosotros en la cruz, para llevar los sufrimientos de la humanidad hasta el corazón de Dios. Hoy, que conocemos las patologías y las enfermedades mortales de la religión y de la razón, las destrucciones de la imagen de Dios a causa del odio y del fanatismo, es importante decir con claridad en qué Dios creemos y profesar con convicción este rostro humano de Dios. Sólo esto nos impide tener miedo a Dios, un sentimiento que en definitiva es la raíz del ateísmo moderno. Sólo este Dios nos salva del miedo del mundo y de la ansiedad ante el vacío de la propia vida. Sólo mirando a Jesucristo, nuestro gozo en Dios alcanza su plenitud, se hace gozo redimido. Durante esta solemne celebración de la Eucaristía dirijamos nuestra mirada al Señor, que está aquí ante nosotros clavado en la cruz, y pidámosle el gran gozo que él prometió a sus discípulos en el momento de su despedida (cf. Jn 16, 24).
La segunda parte del Credo concluye con la perspectiva del Juicio final, y la tercera parte con la de la resurrección de los muertos. Juicio: ¿se nos quiere infundir de nuevo el miedo con esta palabra? Pero, ¿acaso no deseamos todos que un día se haga justicia a todos los condenados injustamente, a cuantos han sufrido a lo largo de la vida y han muerto después de una vida llena de dolor? ¿Acaso no queremos todos que el exceso de injusticia y sufrimiento, que vemos en la historia, al final desaparezca; que todos en definitiva puedan gozar, que todo cobre sentido?
Este triunfo de la justicia, esta unión de tantos fragmentos de historia que parecen carecer de sentido, integrándose en un todo en el que dominen la verdad y el amor, es lo que se entiende con el concepto de Juicio del mundo. La fe no quiere infundirnos miedo; pero quiere llamarnos a la responsabilidad. No debemos desperdiciar nuestra vida, ni abusar de ella; tampoco debemos conservarla sólo para nosotros mismos. Ante la injusticia no debemos permanecer indiferentes, siendo conniventes o incluso cómplices. Debemos percibir nuestra misión en la historia y tratar de corresponder a ella. No se trata de miedo, sino de responsabilidad; se necesita responsabilidad y preocupación por nuestra salvación y por la salvación de todo el mundo. Cada uno debe contribuir a esto. Pero cuando la responsabilidad y la preocupación tiendan a convertirse en miedo, recordemos las palabras de san Juan: "Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo" (1 Jn 2, 1). "En caso de que nos condene nuestra conciencia, Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo" (1 Jn 3, 20).
Celebramos hoy la fiesta del "Nombre de María". A quienes llevan este nombre —mi mamá y mi hermana lo llevaban, como ha recordado el Obispo— quisiera expresarles mi más cordial felicitación por su onomástico. María, la Madre del Señor, recibió del pueblo fiel el título de "Abogada", pues es nuestra abogada ante Dios. Desde las bodas de Caná la conocemos como la mujer benigna, llena de solicitud materna y de amor, la mujer que percibe las necesidades ajenas y, para ayudar, las lleva ante el Señor.
Hoy hemos escuchado en el evangelio cómo el Señor la entrega como Madre al discípulo predilecto y, en él, a todos nosotros. En todas las épocas los cristianos han acogido con gratitud este testamento de Jesús, y junto a la Madre han encontrado siempre la seguridad y la confiada esperanza que nos llenan de gozo en Dios y en nuestra fe en él.
Acojamos también nosotros a María como la estrella de nuestra vida, que nos introduce en la gran familia de Dios. Sí, el que cree nunca está solo. Amén.
Acojamos también nosotros a María como la estrella de nuestra vida, que nos introduce en la gran familia de Dios. Sí, el que cree nunca está solo. Amén.
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“Venid a mí, los que me amáis, y saciaos de mis frutos; mi nombre es más dulce que la miel, y mi herencia, mejor que los panales” (Eclesiástico 24,20).
El 12 de septiembre se celebra la memoria del Santísimo Nombre de María. San Buenaventura, dirigiéndose a la Virgen, dice: “Dichoso el que ama tu nombre santo, pues es fuente de gracia que refresca el alma sedienta y la hace fecunda en frutos de justicia”.
Los cristianos glorificamos al Padre, ante todo, por el “Nombre de Jesús”, el Verbo encarnado, el Salvador: “le pondrás por nombre Jesús”, dice el ángel a María (Lucas 1,31). En Jesús se nos ha revelado y se nos ha dado en la carne el Nombre de Dios Santo (cf Catecismo 2812). En la Carta a los Filipenses se afirma que el Padre concedió a Jesús el “nombre que está sobre todo nombre”, el nombre de Dios, “para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos” (Filipenses 2,9-10).
Dios también es glorificado por el “Nombre de María”, por la persona y por la misión de la Madre del Redentor. Su nombre es celebrado por la Liturgia como glorioso y santo, como maternal y providente.
El beato Ramón Llull, en su obra Blanquerna, cuenta la historia de un monje que sólo tenía por oficio dirigir, tres veces al día, una salutación a Nuestra Señora: “¡Ave, María! Salúdate tu siervo de parte de los ángeles y de los patriarcas y los profetas y los mártires y los confesores y las vírgenes, y salúdate por todos los santos de la gloria. ¡Ave, María! Saludos te traigo de todos los cristianos, justos y pecadores […] ¡Ave, María! Saludos te traigo de los sarracenos, judíos, griegos, mongoles, tártaros, búlgaros […] Todos ellos y muchos otros infieles te saludan por ministerio mío, cuyo procurador soy…". Ojalá que, al invocar el Santo Nombre de María, también nosotros nos hagamos procuradores de los demás hombres, para que Ella sea la estrella luminosa que nos guíe a todos.
Oración
Oh Dios, cuyo Hijo, al expirar en la cruz, quiso que la Virgen María, elegida por él como Madre suya, fuese en adelante nuestra Madre, concédenos a quienes recurrimos a su protección ser confortados por la invocación de su santo nombre. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Guillermo Juan Morado.
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MARÍA, EL NOMBRE DE LA VIRGEN
“Y el nombre de la Virgen era María”, nos dirá el Evangelio. En la Sagrada Escritura y en la liturgia el nombre tiene un sentido más profundo que el usual en el lenguaje de nuestros días. Es la expresión de la personalidad del que lo lleva, de la misión que Dios le encomienda al nacer, la razón de ser de su vida.
El nombre de la Madre de Dios no fue escogido al azar. Fue traído del cielo. Todos los siglos han invocado el nombre de María con el mayor respeto, confianza y amor... Si los nombres de personajes bíblicos juegan papel tan importante en el drama de nuestra redención y están llenos de sentido, ¡cuánto más el de María!... Madre del Salvador, tenía que ser el más simbólico y representativo de su tarea en mundo y eternidad. El más dulce y suave, y, al mismo tiempo, el más bello de cuantos nombres se han pronunciado en la tierra después del de Jesús. Sólo para los nombres de María y Jesús ha establecido la liturgia una fiesta especial en su calendario.
España se anticipó en solicitar y obtener de la Santa Sede la celebración de la fiesta del Dulce Nombre de María. Nuestros cruzados, después de ocho siglos de Reconquista, apenas descubierta América, pidieron su celebración en 1513. Cuenca fue la primera diócesis que la solemnizó.
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“Y el nombre de la Virgen era María”, nos dirá el Evangelio. En la Sagrada Escritura y en la liturgia el nombre tiene un sentido más profundo que el usual en el lenguaje de nuestros días. Es la expresión de la personalidad del que lo lleva, de la misión que Dios le encomienda al nacer, la razón de ser de su vida.
El nombre de la Madre de Dios no fue escogido al azar. Todos los siglos han invocado el nombre de María con el mayor respeto, confianza y amor... Si los nombres de personajes bíblicos juegan un papel tan importante en el drama de nuestra redención y están llenos de sentido, ¡cuánto más el de María!... la Madre del Salvador, tenía que ser el más simbólico y representativo de su tarea en el mundo y en la eternidad. El más dulce y suave, y, al mismo tiempo, el más bello de cuantos nombres se han pronunciado en la tierra después del de Jesús. Sólo para los nombres de María y Jesús ha establecido la liturgia una fiesta especial en su calendario.
España, fue la primera en solicitar y obtener de la Santa Sede autorización para celebrar la fiesta del Santísimo Nombre de Maria. Y esto acaeció el año 1513. Cuenca fue la diócesis que primeramente solemnizó dicha fiesta, siguiendo su ejemplo, en seguida, las demás, porque el amor a la Virgen Maria es efusivo y prende con facilidad en terrenos de sincera devoción.
Fue el papa Inocencio XI, quien decretó, el 25 de noviembre del año 1683, que toda la Iglesia celebrara solemnemente la fiesta del Santísimo nombre de Maria.
San Bernardo de Claraval en una oración dice así: No apartes tu mirada del resplandor de esta estrella, si no quieres sucumbir entre las olas del mundo. Cuando soplen vientos de tentaciones o te abatan tribulaciones, mira a la estrella, invoca a María. Cuando olas furiosas de soberbia, ambición o envidia amenacen tragarte, mira a la estrella, invoca a María. Si la ira, avaricia o impureza quieren hundir la nave de tu alma, mira a la estrella, llama a María. Si, desesperado por la multitud de tus pecados, anegado por tus miserias, empiezas a desconfiar de tu salvación, piensa en María. En los peligros, en los sufrimientos, en tus trabajos y luchas, piensa en María, invoca a María. Que su nombre no se aleje de tu corazón ni se separe de tus labios».
Deliciosamente narra sor María Jesús de Ágreda, en su Mística Ciudad de Dios, la escena en la cual la Santísima Trinidad, determina dar a la "Niña Reina" un nombre. Y dice que los ángeles oyeron la voz del Padre Eterno, que anunciaba: "María se ha de llamar nuestra electa y este nombre ha de ser maravilloso y magnífico. Los que la invoquen con afecto devoto, recibirán copiosísimas gracias; los que la estimen y pronuncien con reverencia, serán consolados y vivificados; y todos hallarán en él remedio de sus dolencias, tesoros con que enriquecerse, luz para que los encamine a la vida eterna".
«Dios te salve, María...» Es tu santo, el de todos tus hijos. Recibe nuestra felicitación emocionada, llena de confianza en el poder de tu nombre santísimo. Unámonos a la Iglesia y con ella alegrémonos venerando el nombre de María para merecer llegar a las eternas alegrías del cielo.
La Virgen en sus distintas advocaciones, coronada de estrellas o atravesada de espadas dolorosas, resume en su culto los amores de la Península Ibérica. Creció bajo su manto, desde las montañas de Covadonga al iniciar la gran cruzada de Occidente, hasta terminarla invocando su nombre en aguas de Lepanto. La carabela de Colón descubriendo América, la prodigiosa de Magallanes dando la primera vuelta al mundo, bordarán también entre los pliegues de sus velas henchidas al viento, el dulce nombre de María, Reina y Auxilio de los cristianos.
Después de la derrota de Lepanto, los turcos se retiran hacia el interior de Persia. Cien años más tarde, con inesperado coraje, reaccionan y ponen sitio a Viena. Alborea límpido y radiante el sol del 12 de septiembre de 1663. El ejército cruzado ‑sólo unos miles de hombres‑ se consagra a María. El rey polaco Juan Sobieski ayuda la misa con brazos en cruz. Sus guerreros le imitan. Después de comulgar, tras breve oración, se levanta y exclama lleno de fe: ¡Marchemos bajo la poderosa protección de la Virgen Santa María!»
Se lanzan al ataque de los sitiadores. Una tormenta de granizo cae inesperada y violenta sobre el campamento turco. Antes de anochecer, el prodigio se ha realizado. La victoria sonríe a las fuerzas cristianas que se habían lanzado al combate invocando el nombre de María, vencedora en cien batallas. Inocencio XI extiende a toda la iglesia la festividad del dulce y santísimo nombre de María para conmemorar este triunfo de la Virgen.
«Y el nombre de la Virgen era María»... Preguntas: «¿quién eres?»> Con suavidad te responde: «Yo, como una viña, di aroma fragante. Mis flores y frutos son bellos y abundantes. Soy la madre del amor hermoso, del temor, de la santa esperaza. Tengo la gracia del camino y de la verdad. En mí está la esperanza de la vida» (cf. Si 24, 16‑21).
ESTRELLA, LUZ, DULZURA
María, Estrella del mar. En las tormentas de la vida, cuando la galerna ruge y encrespa olas, cuando la navecilla del alma está a punto de naufragar: Dios te salve, María, Estrella del mar.
María, Esperanza. Eso significa también su nombre arco iris de ilusión y anhelo que une el cielo con la tierra. «Feliz el que ama tu santo nombre ‑grita San Buenaventura , pues es fuente de gracia que refresca el alma sedienta y la hace fecunda en frutos de justicia».
Está llena de luz y transparencia. Sostiene en sus brazos a la luz del mundo (cf. Jn 8, 12). Irradia pureza. El nombre de María indica castidad, apunta Pedro Crisólogo. Azucenas y jazmines, nardos y lirios, embalsaman el ambiente con la fragancia de sus perfumes. Pero María, iluminada y pura, nos embriaga con el aroma de su virginidad incontaminada. Nos invita a todos: ,Venid a mí los que me amáis, saciaos de mis frutos. Mi recuerdo es más dulce que la. miel, mi heredad mejor que los panales» (Si 24, 19‑20).
María, mar amargo, simboliza asimismo su nombre. Asociada a la redención dolorosa de Cristo, su corazón es mar de amargura inundado de sufrimientos. Pide reparación y amor aún hoy, en Fátima y Lourdes. Dios te salve María, mar amargo de dolores. Angustia de madre, que ve con tristeza que sus hijos se condenan...
«María, nombre cargado de divinas dulzuras» (San Alfonso de Ligorio, ‑ 1 de agosto). «Puede el Altísimo fabricar un mundo mayor, extender un cielo más espacioso ‑exclama Conrado de Sajonia‑, pero una madre mejor y más excelente no puede hacerla»». Años antes, San Anselmo (‑‑ 21 de abril), prorrumpía lleno de admiración: «Nada hay igual a ti, de cuanto existe, o está sobre ti o debajo de ti. Sobre ti, sólo Dios. Debajo de ti, cuanto no es Dios>.
«Dios te salve, María...» San Bernardo (.‑ 20 de agosto), entusiasmado al mirarla, siente su corazón arrebatarse en amor. Cantaba un día la Salve con sus monjes en un anochecer misterioso. Llenos de melancolía y esperanza, los cistercienses despiden el día rodeando a la Virgen. Al llegar a la petición final ‑‑‑después de este destierro, muéstranos a jesús, fruto bendito de tu vientre‑, Bernardo sigue solo balbuceando lleno de Júbilo, loco de amor: <«¡Oh clementísima, oh piadosísima, oh dulce Virgen María...!»
MIRA A LA ESTRELLA, INVOCA A MARÍA
Estrella de los mares. Ave, Maris stella», le canta la Iglesia. La estrella irradia luz sin corromperse. De María nace Jesús sin mancillar su pureza virginal. Ni el rayo de luz disminuye la claridad de la estrella, ni el Hijo de la Virgen marchita su integridad. María es la noble y brillante estrella que baña en su luz todo el orbe. Su resplandor ilumina la tierra. Enardece corazones, florecen virtudes, se amortiguan pasiones y se ahogan los vicios.
Estrella de los mares. Ave, Maris stella», le canta la Iglesia. La estrella irradia luz sin corromperse. De María nace Jesús sin mancillar su pureza virginal. Ni el rayo de luz disminuye la claridad de la estrella, ni el Hijo de la Virgen marchita su integridad. María es la noble y brillante estrella que baña en su luz todo el orbe. Su resplandor ilumina la tierra. Enardece corazones, florecen virtudes, se amortiguan pasiones y se ahogan los vicios.
Es la estrella bella y hermosa reluciendo en las tinieblas del mundo y marcándonos la ruta del cielo. «<Mi recuerdo durará por los siglos. El que me come, tendrá más hambre; el que me bebe, tendrá más sed. El que me escucha, no se avergonzará. El que trabaja conmigo, no pecará. Los que me den a conocer, tendrán la vida eterna» (cf. Si 24, 20‑22).
San Bernardo nos dice en este día del Santísimo y Dulce Nombre de María: ,No apartes tu mirada del resplandor de esta estrella, si no quieres sucumbir entre las olas del mundo. Cuando soplen vientos de tentaciones o te abatan tribulaciones, mira a la estrella, invoca a María. Cuando olas furiosas de soberbia, ambición o envidia amenacen tragarte, mira a la estrella, invoca a María. Si la ira, avaricia o impureza quieren hundir la nave de tu alma, mira a la estrella, llama a María. Si, desesperado por la multitud de tus pecados, anegado por tus miserias, empiezas a desconfiar de tu salvación, piensa en María. En los peligros, en los sufrimientos, en tus trabajos y luchas, piensa en María, invoca a María. Que su nombre no se aleje de tu corazón ni se separe de tus labios».
«Dios te salve, María...» Es tu santo, el de todos tus hijos. Recibe nuestra felicitación emocionada, llena de confianza en el poder de tu nombre santísimo. Unámonos a la Iglesia y con ella alegrémonos venerando el nombre de María para merecer llegar a las eternas alegrías del cielo.
El Santísimo y Dulce Nombre de María será para nosotros emblema de victoria. Así ella va delante señalando luminosa el camino... Nos apropiamos las palabras de San Bernardo que continúan su segunda homilía de la Anunciación. <,,Siguiéndola a ella, no te desviarás. Rogándola, serás fuerte. Mirándola, no te equivocarás. Agarrándote, no caerás. Siendo ella protectora, no temerás. Capitana, no te fatigarás. Siendo propicia, llegarás».
Padre Tomás Morales, s. j.
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