Sábado de la semana 16 de tiempo ordinario
Junto al trigo, hay cizaña, en el mundo y nuestro corazón, pero con la paciencia y acogiendo el amor de Dios, daremos buen fruto
«Les propuso otra parábola: El Reino de los Cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo. Pero, mientras dormían los hombres, vino su enemigo, sembró cizaña en medio del trigo, y se fue. Cuando brotó la hierba y echó espiga, entonces apareció también la cizaña. Los siervos del amo acudieron a decirle: Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿Cómo es que tiene cizaña? El les dijo: Algún enemigo lo hizo. Le respondieron los siervos: ¿Quieres que vayamos y la arranquemos? Pero él les respondió: No, no sea que, al arrancar la cizaña, arranquéis junto con ella el trigo. Dejad que crezcan ambas hasta la siega. Y al tiempo de la siega diré a los segadores: arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla; el trigo, en cambio, almacenadlo en mi granero» (Mateo 13, 24-30).
1. “Salió el sembrador a sembrar…” Parece retratarse con esta parábola –actual hoy como nunca– a la perfección la actitud de bastantes en nuestro tiempo, que la simiente de amor que trajo Jesús a la tierra caiga en el camino, o se lo coman los pájaros, o quede ahogado por el egoísmo o el miedo...
La impaciencia de los hombres es la que nos pierde: -Los obreros agrícolas proponen al propietario arrancar la cizaña. No, les responde: "Dejad crecer juntos la cizaña y el trigo... por si acaso al escardar la cizaña arrancáis con ella el trigo. Dios se ha reservado el "juicio" para el final de los tiempos: hasta la siega. Mientras tanto ¡los hombres no tenemos derecho a juzgar! Sí, es verdad, nos cuesta admitir el estado actual del mundo: tenemos constantemente la tentación de restaurar el orden en el mundo antes del tiempo fijado por Dios.
Jesús, veo como dices que en el mundo hay trigo y cizaña. Por desgracia, a veces tomamos como normal lo que no es, desde el crimen del aborto a otras muchas visiones de la educación distorsionada por la falta de libertad de unas modas que no dan paz, tirar por la borda tanta cosa buena de la tradición de siglos… Critica Isaías: “se ha embotado el corazón de este pueblo, han hecho duros sus oídos, y han cerrado sus ojos; no sea que vean con los ojos, y oigan con los oídos, y entiendan con el corazón y se conviertan”. Dejarse seducir por el poder o la riqueza impide que germine la palabra, hace incapaz para ver a los demás. No da igual si no me ocupo de unos padres mayores, si atiendo bien el trabajo, si me ocupo de ser solidario con los que puedo ayudar…cuando hacemos el bien nos hacemos buenos, y somos felices.
Hoy se extiende la idea de que el egoísmo no es malo, que es una opción, que la libertad es hacer lo que quiera. Sí, pero es una pobre libertad esclava del egoísmo, y lleva a la tristeza. Y según como sea nuestro corazón podremos o no acoger la simiente divina y dar fruto. Queremos controlar, y al no poder tenemos miedo al sufrimiento, a darnos, nos vienen ganas de reservarnos y de reservar dinero y cosas, queremos una hegemonía sobre los demás. Es como si quisiéramos ser dioses, en lugar de fiarnos de Dios.
Jesús, quiero entrar en tu lógica de amor, pues no hay cosa más bonita, arte más grande, que colaborar en esta siembra divina: “No perdamos nunca de vista que no hay fruto, si antes no hay siembra: es preciso -por tanto- esparcir generosamente la Palabra de Dios, hacer que los hombres conozcan a Cristo y que, conociéndole, tengan hambre de él. El labriego sabe esperar meses tras meses hasta ver despuntar la simiente, hasta la recolección” (S. Josemaría Escrivá). Y es esta paciencia la que nos impulsa a ser comprensivos con los demás, persuadidos de que las almas, como el buen vino, se mejoran con el tiempo. Hemos de ayudar a cada alma pero sin forzarla, respetando su libertad, pues cada uno es dueño de su destino. En cualquier caso, no somos la simiente sino el brazo que se convierte en instrumento del Sembrador, como decía S. Agustín: “Nosotros somos simples braceros, porque Dios es quien siembra”, o también S. Pio X: “Debemos recordar siempre que los hombres no son más que instrumentos, de los que Dios se sirve para la salvación de las almas, y hay que procurar que estos instrumentos estén en buen estado para que Dios pueda utilizarlos”.
De algún modo, Señor, nos dices que la condición, para el sembrador-apóstol, es: “convencernos de que, para fructificar, la semilla ha de enterrarse y morir. Luego se levanta el tallo y surge la espiga. De la espiga, el pan, que será convertido por Dios en Cuerpo de Cristo. De esa forma nos volvemos a reunir en Jesús, que fue nuestro sembrador. Porque el pan es uno, y aunque seamos muchos, somos un solo cuerpo, pues todos participamos de ese único pan (...). La gracia de Dios no te falta. Por lo tanto, si correspondes, debes estar seguro. / El triunfo depende de ti: tu fortaleza y tu empuje unidos a esa gracia son razón más que suficiente para darte el optimismo de quien tiene segura la victoria” (S. Josemaría).
Sigue este santo: «El Señor sembró en tu alma buena simiente. Y se valió -para esa siembra de vida eterna- del medio poderoso de la oración”, y luego de comentar la ayuda que presta el acompañamiento espiritual en descobrir la voluntad de Dios que en la oración nos habla, sigue: ”-Pero, con ingenua sorpresa, has descubierto que el enemigo ha sembrado cizaña en tu alma. Y que la continúa sembrando, mientras tú duermes cómodamente y aflojas en tu vida interior”, y todo lo malo quiere “ahogar el grano de trigo bueno que recibiste...
”-Arráncalas de una vez! Te basta la gracia de Dios. No temas que dejen un hueco, una herida... El Señor pondrá ahí nueva semilla suya: amor de Dios, caridad fraterna, ansias de apostolado... Y, pasado el tiempo, no permanecerá ni el mínimo rastro de la cizaña: si ahora, que estás a tiempo, la extirpas de raíz; y mejor si no duermes y vigilas de noche tu campo» (Surco 677).
Ante el mal que veo en el mundo, en mi alma, quiero aprender a tener tu paciencia, Señor. Y el secreto de tu paciencia está en tu amor, que invita al diálogo (Maertens-Frisque).
Dios es más paciente: soporta la cizaña y soporta el daño que la cizaña causa al buen grano. Revelación de la infinita misericordia de Dios para con todos nosotros. Destruir la cizaña hubiera hecho daño también a una parte de la cosecha:
-Al tiempo de la siega diré a los segadores: Quemad la cizaña... el trigo almacenadlo en mi granero. El lento trabajo de Dios lo tiene todo previsto, todo se dirige hacia un bien, y quiero creer, Señor, otorgarte mi confianza. Te pido una sólida, bondad y paciencia: respetar el modo de ser de los demás, querer a los pecadores como también lo soy yo, y aun a los mismos malos, por la parte de bien que hay en ellos y que Dios ve mejor que nosotros.
Habituarse a ver lo "bueno" que existe en la humanidad, y no ver la cizaña en el campo. Los pecadores, todos disponen del tiempo necesario para convertirse. ¡Gracias, Señor! Y nadie tiene el derecho de atribuirse una prerrogativa divina juzgando a los demás. El Reino de Dios crece lentamente, y hasta el final no veremos los frutos que habremos dado en el campo del Padre (Noel Quesson).
2. Jeremías se enfrenta al culto formalista del templo de Jerusalén (año 608), y por ello será detenido con la acusación de blasfemia, algo parecido a lo que pasará con Jesús.
-“Emprended el buen camino, rectificad vuestra conducta, y Yo habitaré con vosotros en este lugar. No fieis en palabras engañosas diciendo: «¡Es el Templo del Señor, el Templo del Señor, el Templo del Señor!»” No valen las excusas ni los ritos sino la conversión de corazón.
-“Si emprendéis el buen camino, si rectificáis vuestra conducta, si realmente hacéis justicia tanto a unos como a otros y no oprimís al forastero, al huérfano y a la viuda, si no corréis en pos de dioses extranjeros...” El formalismo no salva, sino tener un buen corazón, aunque otras cosas «estén de moda». Hoy día se habla poco de la moral, sin embargo todo el Evangelio, y aquí el profeta, nos habla de una vida moral auténtica según la buena conciencia: respetar los bienes del prójimo, respetar la vida, respetar la sexualidad, respetar la verdad... lo que San Pablo llamará «culto espiritual».
Jesús tomará las palabras de Jeremías: “-¿Esta Casa que lleva mi nombre, se ha convertido, a vuestros ojos, en cueva de ladrones?” Sólo entonces el culto adquiere todo su valor, en el núcleo de la existencia (Noel Quesson).
3. En el salmo (83) nos abandonamos en manos de Dios: “Mi alma se consume y anhela / los atrios del Señor, / mi corazón y mi carne / retozan por el Dios vivo”. Y es que en el Señor encontramos la paz, por ejemplo al hacer oración.
“Hasta el gorrión ha encontrado una casa; / y la golondrina, un nido / donde colocar sus polluelos: / tus altares, Señor de los ejércitos, / Rey mío y Dios mío”. En el trato con Dios, nos sentimos en casa aun en medio de los vaivenes y penalidades de la vida, podemos abandonarnos en Él.
“Dichosos los que viven en tu casa, / alabándote siempre. / Dichosos los que encuentran en ti su fuerza; / caminan de baluarte en baluarte.
Vale más un día en tus atrios / que mil en mi casa, / y prefiero el umbral de la casa de Dios / a vivir con los malvados.” Y es que la esperanza nos lleva al cielo, a que esta vida ya sea un cielo por la caridad, por la fe y la esperanza.
Llucià Pou Sabaté
 
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