Cuando las cosas cuestan, hemos de ver la mano de Dios, que nos va acompañando con su mirada amorosa.
«Partió de allí y se fue a su ciudad, y le seguían sus discípulos. Llegado el sábado, se puso a enseñar en la sinagoga, y muchos de los oyentes, admirados, decían: ¿De dónde sabe éste estas cosas? ¿Y qué sabiduría es la que se le ha dado y estos milagros que se hacen por sus manos? ¿No es éste el artesano, el hijo de María, y hermano de Santiago y de José y de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanas no viven aquí entre nosotros? Y se escandalizaban de él. Y les decía Jesús: No hay profeta menospreciado sino en su propia patria, entre sus parientes y en su casa. Y no podía hacer allí ningún milagro; solamente sanó a unos pocos enfermos imponiéndoles las manos. Y se asombraba por causa de la incredulidad de ellos. Y recorría las aldeas de los contornos enseñando.» (Marcos 6, 1-6)
1. Jesús hablaba “en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada: -¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le han enseñado? Y esos milagros de sus manos?” Tus paisanos no te conocen, Jesús: saben de ti, pero no de tu alma… y siguen diciendo: «¿No es éste el artesano, el hijo de María?» Jesús, eres uno de nosotros, te conocen por tu trabajo… me gustaría saber de ti, de cómo fue tu trabajar bien, tu trato amable con los demás, tu visión positiva ante los problemas, verte cariñoso y con espíritu de servicio…
«En el Evangelio encontraréis que Jesús era conocido como el obrero, el hijo de María: pues también nosotros, con orgullo santo, tenemos que demostrar con los hechos que ¡somos trabajadores!, ¡hombres y mujeres de labor!
”Puesto que hemos de comportarnos siempre como enviados de Dios, debemos tener muy presente que no le servimos con lealtad cuando abandonamos nuestra tarea; cuando no compartimos con los demás el empeño y la abnegación en el cumplimiento de los compromisos profesionales; cuando nos puedan señalar como vagos, informales, frívolos, desordenados, perezosos, inútiles... Porque quien descuida esas obligaciones, en apariencia menos importantes, difícilmente vencerá en las otras de la vida interior, que ciertamente son más costosas» (J. Escrivá, Amigos de Dios 62).
Ser cristiano significa seguirte, Jesús, y también ver cómo trabajas: «El trabajo debe ayudar al hombre a hacerse mejor espiritualmente más maduro, más responsable, para que pueda realizar su vocación sobre la tierra, sea como persona irrepetible, sea en comunidad con los demás, y sobre todo en la comunidad humana fundamental que es la familia» (Juan Pablo II).
Hay cosas que no entiendo: “Jesús, con tan pocos años como ibas a pasar en la tierra, ¿cómo no te dedicaste a resolver los problemas del mundo -hambre, guerras, injusticias, sufrimientos- en lugar de pasar prácticamente toda tu vida trabajando como artesano en una pequeña aldea de Galilea?” (Pablo Cardona). Puede ser que nos dejas a nosotros para continuar tu obra, pues sigues con tu Espíritu en el mundo, en nuestras almas… aunque veo que yo tengo impaciencia, y tengo que aprender de tu paciencia…
Tampoco entiendo que los tuyos no te aceptaran, Jesús, y siento tu tristeza cuando tuviste que decirles: “-No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa”. Un alma sensible como la tuya, sufre mucho los desprecios, y sobre todo la falta de fe, que hizo que no pudieras ayudarles: “No pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de fe. Y recorría los pueblos de alrededor enseñando”. Fuiste a otros sitios porque los de Nazaret, ese pequeño pueblo que llevas en el corazón, que no es importante en el Antiguo Testamento, quisieron lanzarte desde lo alto de un monte, que llaman hoy del Precipicio. Allí ha celebrado la Santa Misa Benedicto XVI. Y se ha repetido un poco lo que le hicieron los nazarenos a Jesús, porque fueron robadas casi todas las hostias antes de ser consagradas y miles de personas no pudieron comulgar en la Misa del Papa. La extrañeza y el posterior rechazo de sus paisanos basándose en el origen humilde y conocido de Jesús, tiene un cierto tono de insulto. Cuando un semita recuerda sólo a la madre de un hombre, y no al padre, intenta ofenderlo, como un hombre insignificante sin pasado ni porvenir.
En nuestro tiempo muchos también te rechazan, Jesús, y quiero recordar: “Cristo es todo para nosotros: Si quieres curar una herida, Él es médico; si estás ardiendo de fiebre, es fuente; si estás oprimido por la iniquidad, es justicia; si tienes necesidad de ayuda, es fuerza; si tienes miedo de la muerte, es vida; si deseas el cielo, es camino; si huyes de las tinieblas, es luz; si buscas comida, es alimento” (San Ambrosio). Es bonito pensar que somos de tu pueblo, Jesús, pues el mundo es ya Nazaret; más aún: de tu familia, hijos de Dios, de María, hermanos tuyos, pues la familia que ha formado se llama Iglesia, los bautizados somos hermanos y rezamos juntos el padrenuestro y vamos a Misa a unirnos contigo resucitado a Dios Padre, a hacer lo que tú nos pides para salvar al mundo, continuar la obra que quedó por completar, la libertad de los que están encadenados en sufrimientos y pecados: pues pienso que no cambiaste todo por un misterio insondable, pero intuyo que continúas en la tierra con nuestras vidas, para completar tu obra. ¡Señor, ven a vivir en mi corazón!
2. El profeta Ezequiel siente ese desprecio hacia ti, Señor, y tu paciencia en no contestar mal por mal, sino que eres fiel en el amor: “el espíritu entró en mí, me puso en pie y oí que me decía: -Hijo de Adán, yo te envío a los israelitas, a un pueblo rebelde que se ha rebelado contra mí. Sus padres y ellos me han ofendido hasta el presente día. También los hijos son testarudos y obstinados; a ellos te envío para que les digas: "Esto dice el Señor". Ellos, te hagan caso o no te hagan caso (pues son un pueblo rebelde), sabrán que hubo un profeta en medio de ellos.” Tú eres el enviado, y la fuerza de tu espíritu también nos acompaña a nosotros: “No soy yo, diría Pablo, es Cristo que vive en mí”. Dios escoge lo pequeño de este mundo y dice: "Yo te envío". Es la Misión: la vocación, el profeta, el sacerdocio, todos llamados a ser santos en medio del mundo, a hacer apostolado…
El Salmista canta: “Nuestros ojos están en el Señor, esperando su misericordia. / A ti levanto mis ojos, a ti que habitas en el cielo. Como están los ojos de los esclavos fijos en las manos de sus señores. / Como están los ojos de la esclava fijos en las manos de su señora, así están nuestros ojos en el Señor, Dios nuestro, esperando su misericordia. / Misericordia, Señor, misericordia, que estamos saciados de desprecios; nuestra alma está saciada del sarcasmo de los satisfechos, del desprecio de los orgullosos”. ¡Qué bonita es esta oración muda y perseverante! Los únicos que hablan son los ojos... Como los ojos de un niño, que miran fijamente a su madre, en actitud suplicante, así Jesús nos dices que levantemos los ojos al cielo para orar "Padre Nuestro, que estás en los cielos...". Es lo que tú hacías, levantar los ojos al Padre, proclamabas: “Hacia Ti, Señor, elevo mi alma”. En ninguna parte como en los ojos está el alma. Nuestros ojos hablan. Nos pueden servir para la oración... Mirar una imagen, un crucifijo, el sagrario... Y dejarse también mirar por Él, sin miedo, sin vergüenza de cómo somos, abiertos el alma y el corazón de par en par. ¡Qué descanso, poder abrirse totalmente en Su Presencia, con todos nuestros fallos también! Los ojos, espejo del alma, miran a Dios, que nos mira con toda su ternura y bondad. Como el niño que antes de meter los dedos en el enchufe mira a su madre y ve que no se puede hacer, así quiero mirarte, Señor, para saber durante el día qué hacer, quiero ir contigo, Jesús. Quiero vivir en la presencia de Dios las cosas pequeñas que me toca hacer en cada momento, así todo será grande si lo hago contigo. Además, qué fácil visitarte, porque tenemos el sagrario más o menos cerca y puedo venir siempre que quiera. Y si no puedes, cierra los ojos, imagina que estás ante el sagrario de tu parroquia, de la iglesia que más te guste… arrodíllate con el alma y en silencio adora a tu Señor. Él llenará tu alma de paz.
3. San Pablo decía a los Corintios: “para que no tenga soberbia, me han metido una espina en la carne… para que no sea soberbio. Tres veces le he pedido al Señor verme libre de esa espina y me ha respondido: "Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad". Por eso, muy a gusto presumo de mis debilidades, porque así residirá en mí la fuerza de Cristo. Por eso vivo contento en medio de mis debilidades, de los insultos, las privaciones, las persecuciones y las dificultades sufridas por Cristo. Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte”. Las cosas a veces cuestan, claro, pero así nos hacemos más resistentes. Las plantas más aromáticas están en los lugares ariscos, en lo alto de las montañas; ahí también los árboles son más fuertes, en los sitios más escarpados… La virtud se forja en la debilidad. En la tentación se despierta y se robustece tu fe; crece y se hace más sobrenatural tu esperanza; y tu amor –el amor de Dios que es el que te hace resistir valerosamente y no consentir– se manifiesta de modo efectivo y afectivo. Como la tentación más fuerte es el desánimo -pensar que no podemos, que no hay nada que hacer- el Señor le dice a san Pablo que basta luchar, que el premio lo da Dios cuando Él quiere. Que lo importante es que nunca perdamos la confianza, que no nos desmoralicemos: el Señor -y sus ángeles- cuando se aparecen suelen decir siempre: soy Yo, no temas.
Abre todavía más los ojos de tu alma: el Señor permite la tentación y se sirve de ella providencialmente para purificarme, para hacerme santo, para desligarme mejor de las cosas de la tierra, para llevarme a donde Él quiere y por donde Él quiere, para hacerme vivir la felicidad que nace del esfuerzo, y para darme madurez, comprensión y eficacia en mi trabajo apostólico con las almas, y... sobre todo para hacerme humilde, muy humilde. Que así sea. Amén. Te lo pido por intercesión de mi madre santa María.
Llucià Pou Sabaté
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