«Entonces, después de despedir a las multitudes, entró en la casa. Y se acercaron sus discípulos y le dijeron: Explícanos la parábola de la cizaña del campo. El les respondió: El que siembra la buena semilla es el Hijo del Hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del Reino; la cizaña son los hijos del Maligno. Él enemigo que la sembró es el diablo; la siega es el fin del mundo; los segadores son los ángeles. Del mismo modo que se retine la cizaña y se quema en el fuego, así será al fin del mundo. El Hijo del Hombre enviará a sus ángeles y apartarán de su Reino a todos los que causan escándalo y obran la maldad, y los arrojarán en el horno del fuego. Allí será el llanto y rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. Quien tenga oídos, que oiga.» (Mateo 13, 36-43)
1º. Jesús, qué fácil era para los apóstoles hablar a solas contigo, preguntarte cualquier cosa, aunque filera una tontería.
Tal es la familiaridad que tienen contigo, que no se avergüenzan de reconocer que no entendieron la parábola que acababas de contar: explícanos la parábola.
Por ser cristiano, yo también soy uno de los apóstoles, uno de esos pocos que pueden tener un trato íntimo, personal, contigo.
Jesús, necesito ese trato personal contigo, si quiero ser cristiano, apóstol.
Necesito preguntarte tantas cosas...
Sobre todo, necesito preguntarte una y otra vez: ¿qué quieres que haga por Ti?;
¿en dónde me necesitas?;
¿cómo quieres que haga esto o aquello?;
¿estás contento de cómo aprovecho el tiempo, de cómo sirvo a los demás, de cómo vivo la virtudes cristianas, de cómo trato a tu madre -mi madre- Santa Maria?
Jesús, no puedes ser más claro: «todos los que causan escándalo y obran la maldad» serán arrojados en el «horno de fuego», en el infierno.
El infierno no es un cuento para asustar a los niños, sino una realidad que me debe mover a ser mejor y a hacer más apostolado.
La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad.
Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del infierno, «el fuego eterno».
La pena principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira. (CEC.-1035).
2º. «Está claro: el campo es fértil y la simiente es buena; el Señor del campo ha lanzado a voleo la semilla en el momento propicio y con arte consumada; además, ha organizado una vigilancia para proteger la siembra reciente. Si después aparece la cizaña, es porque no ha habido correspondencia, porque los hombres los cristianos especialmente se han dormido, y han permitido que el enemigo se acercara.
Cuando los servidores irresponsables preguntan al Señor por qué ha crecido la cizaña en su campo, la explicación salta a los ojos: ¡ha sido el enemigo! Nosotros, los cristianos que debíamos estar vigilantes, para que las cosas buenas puestas por el Creador en el mundo se desarrollaran al servicio de la verdad y del bien, nos hemos dormido -¡triste pereza ese sueño!-, mientras el enemigo y todos los que le sirven se movían sin cesar Ya veis cómo ha crecido la cizaña: ¡qué siembra tan abundante y en todas partes! (...)
Dentro de todo este campo de Dios, que es la tierra, que es heredad de Cristo, ha brotado cizaña, ¡abundancia de cizaña! No podemos dejarnos engañar por el mito del progreso perenne e irreversible. El progreso rectamente ordenado es bueno, y Dios lo quiere. Pero se pondera más ese otro falso progreso, que ciega los ojos a tanta gente, porque con frecuencia no percibe que la humanidad, en algunos de sus pasos, vuelve atrás y pierde lo que antes había conquistado» (Es Cristo que pasa.-123).
Jesús, la parábola de la cizaña me tiene que ayudar a mantenerme despierto, vigilante, para que la cizaña no penetre en mi vida.
Además, como cristiano, me debo preocupar de que la cizaña no crezca en la sociedad en la que vivo.
Los cristianos no pueden desentenderse del ambiente, las costumbres y las leyes que influyen en la cultura de cada sociedad.
Porque la cultura es el campo en el que crece la semilla, y una cultura materialista llena de cizaña puede ahogar la siembra buena.
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Tiempo ordinario. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.
No hay comentarios:
Publicar un comentario