Navidad, 1 de Enero: Santa María, Madre de Dios (Fin de la octava), la mujer del sí, estrella del año nuevo
Texto del Evangelio (Lc 2,16-21): En aquel tiempo, los pastores fueron a toda prisa, y encontraron a María y a José, y al Niño acostado en el pesebre. Al verlo, dieron a conocer lo que les habían dicho acerca de aquel Niño; y todos los que lo oyeron se maravillaban de lo que los pastores les decían. María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón. Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho. Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidarle, se le dio el nombre de Jesús, el que le dio el ángel antes de ser concebido en el seno.
Comentario: 1. Dios escogió para Jesús una Madre, inmaculada, la más perfecta: pues Jesús como todos los hombres necesita una Madre, desde el nacimiento hasta la muerte ella le acompaña, a los pies de la Cruz nos la dará a nosotros aunque ya en Nazaret intuyó esta misión, ahí ya estábamos en su corazón. Por eso, es hoy la fiesta de la Madre de Jesús y Madre nuestra. Ella, de un modo solemne en la cruz, unió su sacrificio al de su hijo y engendró con dolor, junto a la muerte de su hijo, la vida de la Iglesia. Hace un acto inmenso de generosidad, y abrió sus entrañas a los hijos en el Hijo, para que seamos hijos suyos. Jesús, al acabar su obra nos dejó su testamento, junto al memorial de la Eucaristía que ahí se hacía sacrificio, le dice a Joan, un adolescente de pocos años: “aquí te dejo mi madre, que en adelante es tuya”, de algún modo le está diciendo “porque tú has de ser yo, otro Cristo a la tierra, ahora muero pero resucito y quiero vivir contigo”. Juan la acogió como Madre, y nosotros también queremos acogerla, y vivir también con Cristo, en Cristo, por Cristo… La Virgen María nos enseñará cómo ser buenos hijos de Dios, de la Iglesia, siendo hijos suyos. La dedicación materna de Jesús, sus ternuras y delicadezas, ahora irán dedicadas a Juan, a los apóstoles y los primeros cristianos, y a todos nosotros, es una madre que nos quiere como a su único hijo, pues esto tiene el amor de madre, que no disminuye con el número de los hijos. En nosotros ve a Jesús, este es el gran misterio: que ahora era madre de todos los creyentes, de todos los hombres, madre espiritual, nos engendra a la vida de fe y nos lleva a hacer la voluntad de Dios, y al cielo.
Jesús dijo que quien hace la voluntad de Dios, éste está salvado. María, modelo de fidelidad al cumplimiento de la voluntad divina, que está siempre contenta de estar dónde le toca, a sabiendas de que es allá donde la quiere el Señor, nos enseña a nosotros a no angustiarnos por nada, a hacerlo todo por amor. Ella, la obediente, la que dice "hágase en mí según tu palabra" nos enseña con sus mociones a responder también en los momentos de la vida a lo que el Espíritu Santo nos comunica, atentos a sus mociones. Ella, la que está a la escucha de las mociones divinas, nos ayuda a vaciarnos también del yo para llenarnos de Dios, olvidándonos de nosotros mismos y estando contentos con el que el Señor quiere. Ella, la esclava del Señor, nos dice con los hechos que vive para amar, para cumplir la voluntad de Dios, como rezamos en el padrenuestro. Para conocer lo que Dios nos pide, es necesario escuchar como ella, podemos decir que la persona humana es una criatura que está a la escucha: necesitamos rezar, conocer el Evangelio, dedicar cada día unos minutos a las practicas de piedad que nos hacen llegar hasta Dios, escuchar esta voz del Espíritu Santo que podemos oír si tenemos un corazón bien dispuesto. Debemos dedicar también un tiempo a la formación, a conocer a Dios y lo que nos ha dicho, y así podremos también nosotros decir "Señor, ¿qué quieres que haga?" María en Belén, a los pies de la Cruz, siempre junto a su Hijo, nos muestra la fortaleza fruto de renunciar al egoísmo de pensar en uno mismo y así poder dedicarse a hacer felices a los otras, esta disposición de decidirse a ser san santos.
2. María es la mujer del “sí”. Con ella la Iglesia –que nació en su regazo- aprende a decir “sí”. Jesús en la Cruz llama varias veces “Mujer” a su madre, cuando da inicio a este linaje nuevo, de los servidores de Dios, y es modelo de humildad para nosotros, de no inquietarnos por buscar el éxito o padecer un fracaso: hemos de aprender de ella a hacer todo con calma, por amor: "hágase en mí según tu palabra" es su perenne respuesta a Dios, en cada momento de la vida, a cumplir lo que el Espíritu Santo le comunica, siempre atenta a sus mociones. En eso está la santidad, dejarse llevar por ese Espíritu presente en nosotros: la Virgen María nos enseña a escucharle, en las incidencias de cada día. Por ejemplo, olvidándonos de competir y pensar en compartir, no pensar en nosotros mismos sino en los demás; no inquietarnos con lo que no tenemos sino estar contentos con el que el Señor nos manda o al menos permite. Es modelo de la oración perfecta: “hágase tu voluntad…”
¿Y cómo saber cuál es para nosotros la voluntad de Dios? Es necesario hacer lo que la Virgen: escuchar. Podemos definir la persona como la criatura que está a la escucha: de los demás, de lo alto. Para tener un corazón bien dispuesto es necesario rezar, conocer el Evangelio, dedicar un tiempo a la formación, preguntar también nosotros: "Señor, ¿que quieres que haga?" También el apóstol adolescente es ejemplo de la fortaleza que es fruto de renunciar al egoísmo y darse a los demás.
La historia de María es una vida del “sí” al amor y sacrificio, sin hundirse ante la falta de medios (económicos, tener que ir de un lugar a otro, conocer el frío y las amenazas de muerte desde el nacimiento de Jesús; falta de estabilidad y seguridad…), su existencia tenía más problemas que la nuestra, y a pesar de todo es inmensamente feliz, sabe que está con Jesús, que es lo importante: es modelo para que sepamos acompañar a Jesús en nuestra vida, estar contentos donde nos toca, sufriendo a veces pero sin desfallecer, sin resentimientos que son ausencia de amor, con mucha confianza en Dios. El trato con María nos dará su compañía y parecernos a ella, para llevar con alegría una situación que se hace dura, una enfermedad, dificultad familiar, una pena de alguien que se ama, y que no tiene una solución fácil: ella nos hace ver ese algo divino y positivo en todo, pues de todo sacará Dios fuerza para el bien.
3. María, la estrella del año nuevo. Empieza el año con la solemnidad de la Maternidad de la Virgen María. "Qué cielo mas azul aquella noche! / Parece que se vea el infinito, / el Infinito sin velos, / más allá de la luna y de las estrellas. // La luna y las estrellas brillan tan claro / en el azul infinito de la noche santa, / que el alma se encanta / allá..." (Joan Maragall). “Maria” significa entre otras acepciones "estrella de la mañana" en lengua hebrea: recuerda la estrella que daba orientación a los navegantes, porque conocieran el camino en la oscuridad de la noche. Así la estrella guía a los Magos, y nosotros queremos seguir nuestra estrella hasta llegar a Jesús…
Cuentan que había millones de estrellas en el cielo, estrellas de todo los colores: blancas, plateadas, rojas, azules, doradas. Un día, inquietas, se acercaron a san Gabriel –que es su jefe- y le propusieron: "- nos gustaría vivir en la Tierra, convivir con las personas." -"Sea", respondió. Se dice que aquella noche hubo una fantástica lluvia de estrellas. Algunas se acurrucaron en las torres de las iglesias, otras fueron a jugar y correr junto con las luciérnagas por los campos, otras se mezclaron con los juguetes de los niños. La Tierra quedó, entonces, maravillosamente iluminada. Pero con el correr del tiempo, las estrellas decidieron abandonar a los hombres y volver al cielo, dejando a la tierra oscura y triste. "-¿Por qué habéis vuelto?", preguntó Gabriel, a medida que ellas iban llegando al cielo. "-Nos fue imposible permanecer en la Tierra, allí hay mucha miseria, mucha violencia, demasiadas injusticias". Les contestó Gabriel: "-Claro. La Tierra es el lugar de lo transitorio, de aquello que cae, de aquel que yerra, de aquel que muere. Nada es perfecto. El Cielo es el lugar de lo inmutable, de lo eterno, de la perfección." Después de que había llegado gran cantidad de estrellas, Gabriel, que sabe muchas matemáticas, las dijo: "-Falta una estrella... ¿dónde estará?". Un ángel que estaba cerca replicó: "-Hay una estrella que quiso quedarse entre los hombres. Descubrió que su lugar es exactamente donde existe la imperfección, donde hay límites, donde las cosas no van bien, donde hay dolor. Es la Esperanza, la estrella verde. La única estrella de ese color." Y cuando miraron para la tierra, la estrella no estaba sola: la Tierra estaba nuevamente iluminada porque había una estrella verde en el corazón de cada persona. Porque el único sentimiento que el hombre tiene y el cielo no necesita retener es la Esperanza, ella es propia de la persona humana, de aquel que yerra, de aquel que no es perfecto, de aquel que no sabe cómo puede conocer el porvenir.
María es nuestra esperanza, la que nos guía a Jesús, que nos ha dado en el pesebre. No obliga, nos muestra el camino, respeta nuestra libertad, como hace la estrella, ilumina. Este es el modelo para toda educación, tanto la de los padres con los hijos, la de los miembros de la Iglesia en su apostolado, o como ciudadanos a nivel social y cultural: no se trata sólo de transmitir conocimientos, sino vida, dar luz, ser un referente –estrella- en un mundo de gente que no sabe hacia dónde ir, que necesita maestros. Con qué alegría nos dice un amigo: “quiero contarte esta pena, sólo puedo explicártelo a ti, que me inspiras confianza”. Y estos guías necesitan luz, dar del calor que tienen; Maria nos trae a Jesús que nos quiere dar luz y calor, nos llena de optimismo y esperanza que va más allá de lo que vemos, que a veces puede parecernos algo negro, que nos proyecta hacia lo que no vemos; nos habla de que si Dios se ha hecho Niño, es posible un mundo mejor, en el que reine la alegría. Que siempre hay un punto en lo más profundo del alma –¡la estrella verde!- que emana la luz y el calor de Belén, que nos llena y nunca nos deja sentirnos vacíos, que es fuente inagotable de ilusiones y proyectos. Porque Jesús entra dentro de la Historia, es solidario con todo lo nuestro, y nunca nos sentiremos solos: “Si las estrellas bajan para mirarte, / detrás de cada estrella / camina un ángel” (Luis Rosales).
“El pesebre” es un canto a al esperanza: hay también ahí una velada alusión a la Eucaristía, María lo ha puesto, de algún modo hay –cuenta Manel Valls- un “encuentro”, de los pastores con Jesús, como lo tenemos nosotros en la fe. “Sólo este “encuentro”, el cual ha comportado un “ver con los propios ojos”, y en cierta manera un “tocar”, hace capaces a los pastores de llegar a ser testigos de la Buena Nueva, verdaderos evangelizadores que pueden dar «a conocer lo que les habían dicho acerca de aquel Niño» (Lc 2,17). Se nos señala aquí un primer fruto del “encuentro” con Cristo: «Todos los que lo oyeron se maravillaban» (Lc 2,18). Hemos de pedir la gracia de saber suscitar este “maravillamiento”, esta admiración en aquellos a quienes anunciamos el Evangelio.
Hay todavía un segundo fruto de este encuentro: «Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto» (Lc 2,20). La adoración del Niño les llena el corazón de entusiasmo por comunicar lo que han visto y oído, y la comunicación de lo que han visto y oído los conduce hasta la plegaria de alabanza y de acción de gracias, a la glorificación del Señor. María, maestra de contemplación —«guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón» (Lc 2,19)— nos da Jesús, cuyo nombre significa “Dios salva”. Su nombre es también nuestra Paz. ¡Acojamos en el corazón este sagrado y dulcísimo Nombre y tengámoslo frecuentemente en nuestros labios!”.
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