Domingo IV del Tiempo ordinario, ciclo B: Jesús es el profeta que nos trae la Palabra de Dios, para poderla hacer vida en nosotros y participar de esta nueva Vida
Deuteronomio 18,15-20: Habló Moisés al pueblo diciendo: El Señor, tu Dios, te suscitará un profeta como yo, de entre tus hermanos. A él le escucharéis. Es lo que pediste al Señor, tu Dios, en el Horeb, el día de la asamblea: «No quiero volver a escuchar la voz del Señor, mi Dios, ni quiero ver más ese terrible incendio; no quiero morir.»
El Señor me respondió: «Tienen razón; suscitaré un profeta de entre sus hermanos, como tú. Pondré mis palabras en su boca y les dirá lo que yo le mande. A quien no escuche las palabras que pronuncie en mi nombre, yo le pediré cuentas. Y el profeta que tenga la arrogancia de decir en mi nombre lo que yo no le haya mandado, o hable en nombre de dioses extranjeros, es reo de muerte..»
Salmo 94,1-2.6-7.8-9: R/. Ojalá escuchéis hoy su voz; no endurezcáis vuestros corazones.
Venid, aclamemos al Señor, / demos vítores a la Roca que nos salva; / entremos en su presencia dándole gracias, / vitoreándole al son de instrumentos.
Entrad, postrémonos por tierra, / bendiciendo al Señor, creador nuestro. / Porque él es nuestro Dios / y nosotros su pueblo, / el rebaño que él guía.
Ojalá escuchéis hoy su voz: / «No endurezcáis el corazón como en Meribá, / como el día de Masá en el desierto: / cuando vuestros padres me pusieron a prueba / y me tentaron, aunque habían visto mis obras.»
Primera carta del Apóstol San Pablo a los Corintios 7,32-35. Hermanos: Quiero que os ahorréis preocupaciones: el célibe se preocupa de los asuntos del Señor, buscando contentar al Señor; en cambio, el casado se preocupa de los asuntos del mundo, buscando contentar a su mujer, y anda dividido. Lo mismo, la mujer sin marido y la soltera se preocupan de los asuntos del Señor, consagrándose a ellos en cuerpo y alma; en cambio, la casada se preocupa de los asuntos del mundo, buscando contentar a su marido. Os digo todo esto para vuestro bien, no para poneros una trampa, sino para induciros a una cosa noble y al trato con el Señor sin preocupaciones.
Evangelio según San Marcos 1,21-28: Llegó Jesús a Cafarnaún y, cuando el sábado siguiente fue a la sinagoga a enseñar, se quedaron asombrados de su enseñanza, porque no enseñaba como los letrados, sino con autoridad. Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo, y se puso a gritar: «¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios». Jesús lo increpó: «Cállate y sal de él». El espíritu inmundo se retorció y, dando un grito muy fuerte, salió. Todos se preguntaron estupefactos: «¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundo les manda y le obedecen». Su fama se extendió en seguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea.
Comentario: 1. Dt 18, 15-20: Después de haber hablado sobre el rey y sobre el sacerdote, pasa a hablar sobre el profeta. Este tema está introducido por una prescripción que prohíbe a Israel recurrir a la adivinación, como lo hacen los paganos (Dt 18,9-14). En efecto, para los hebreos el único medio de conocer la voluntad de Dios será recurriendo a los profetas (vv. 15-20). El pasaje termina enunciando los criterios que permiten reconocer al verdadero profeta (Dt 18,21-22). El Dt difiere de otros documentos del Pentateuco cuando presenta a Moisés como profeta (vv. 15.18; cf. Dt 34,10-12). La mediación profética es subrayada, en una época en que la realeza y el sacerdocio pasan por una grave crisis y en la que los profetas son los únicos que proclaman la voluntad de Dios, el regreso a las fuentes de la Ley y la constitución de un pueblo en torno a la Palabra. El profeta es más sensible a las instancias nuevas, a los casos imprevistos. Su Dios es un Dios del cambio, de la novedad, y tiene el poder de transformar sus palabras en actos: Moisés es realmente un profeta, y el autor, que escribe probablemente en el tiempo de los grandes profetas de Israel, sabe lo que dice cuando considera a Moisés como de mayor importancia que ellos (cf. Dt 34,10). Habrá que esperar la llegada de Jesús (Hch 3,33; 7,37) para encontrar un profeta más importante que Moisés, que libre la palabra del sacerdocio y del político para hacerla presencia activa de Dios en el seno de la realidad más cotidiana (Maertens-Frisque).
"Pediste al Señor tu Dios: "No quiero volver a escuchar la voz del Señor, mi Dios". A la hora de la teofanía del Sinaí, ante los truenos, los relámpagos y el terrible incendio, el pueblo se asustó y dijo a Moisés: "No quiero volver a escuchar la voz del Señor, mi Dios; no quiero morir" (Ex 20,18-19). "En diversas ocasiones y de muchas maneras Dios antiguamente había hablado a los padres por boca de los profetas; pero ahora, en estos días que son los últimos, nos ha hablado a nosotros en la persona del Hijo" (Hb 12,1-2) leíamos por Navidad. En él "se ha revelado el amor de Dios que quiere salvar a todos los hombres (...); la bondad de Dios, nuestro salvador, y el amor que tiene a los hombres" (Tt 2,11; 3,4). El pueblo esperaba un Profeta como Moisés (cf Jn 1,21). Pero la realidad sobrepasa la profecía. Nosotros vemos a Dios y le escuchamos en Jesús (J. Totosaus).
2. Sal 94: Jesús quiso revivir el tiempo del desierto, lugar de la prueba, lugar de la tentación y del desafío a Dios ("Meribá y Masá" Éx 17,1-7; Núm 20,1-13). Durante 40 días, evocando los 40 años de la larga peregrinación en el desierto, Jesús fue tentado. Y las tres formas concretas de esta tentación eran precisamente las mismas del pueblo de Israel: la tentación del hambre, la tentación de los ídolos, la tentación de los signos milagrosos. Un día u otro, son las tentaciones de cualquier hombre. "Durante 40 años esa generación me ha decepcionado". Esta palabra "generación", tomada en sentido peyorativo (como si se dijera "ralea"), la utilizó Jesús con el mismo sentido condenatorio de este salmo. "¿Por qué esta generación pide un signo? No se dará ningún signo a esta generación" (Mc 8,12). "Generación mala y adúltera que pide un signo" (Mt 12,39). "Generación incrédula, ¿hasta cuándo estaré con vosotros?" (Mc 9,19). "El rebaño guiado por su mano". Este tema del "pastor", Jesús lo utilizó también: "Yo soy el buen pastor"... (Jn 10). "Viendo las muchedumbres, se llenó de compasión hacia ellas porque las veía como ovejas sin pastor" (Mt 9,36). La imagen de la "roca" es la roca sólida que Jesús utilizó varias veces. "El hombre que escucha la palabra de Dios se parece a quien construye su casa sobre la roca" (Mt 7,24). Hoy renovamos con alegría la invitación: “venid, entrad, cantemos con alegría, aclamemos”. "¡Nadie es una isla!" Después de largos siglos de individualismo, el mundo actual redescubre los valores comunitarios. El gran anonimato de las ciudades causa una soledad que por contraste, hace desear "estar con" los demás. La liturgia actual se esfuerza por valorizar la participación comunitaria. Nunca deberíamos olvidar que si la Iglesia nos convoca a la misma hora, en el mismo lugar, no es para hacer una oración individual (por indispensable que ella sea, pero en horas distintas), sino para una oración "juntos": ¡venid, entrad, cantad con alegría, aclamad, cantad! Esto explica, por qué los monjes de madrugada, se invitan unos a otros a la alabanza común. Dejémonos llevar por la oración de los demás. No seamos de aquellos que rechazan esta invitación y se encierran en su aislamiento piadoso. Inclinaos, prosternaos. En oriente hay quizá más conciencia de lo sagado, necesidad de prosternarse, de adorar. ¿Hemos acaso olvidado en Occidente, este gesto casi universal de las religiones? Hay que hacerlo, para experimentar toda la carga afectiva: "Dime ante quién te inclinas"... "Dime a quién reconoces superior a ti"... Lo sabemos muy bien, un gesto es más verdadero y comprometedor que una palabra. Pero por desgracia, nuestra cultura occidental nos ha desencarnado... Pese a la célebre advertencia de Pascal: "Quien quiere hacer el ángel, hace la bestia".
La Alianza:... "El es nuestro Dios, nosotros somos su pueblo"... "¿Lo escucharemos?" "La Alianza", anillo recíproco que llevan los esposos, símbolo corporal de pertenencia mutua. Palabra clave de la Biblia. Audacia extraordinaria del hombre religioso que imagina su relación con Dios en términos de desposorio. Aventura extraordinaria de Dios, totalmente otro, que se une amorosamente a un pueblo, a pobres humanos. Esto garantiza vivir la fe como una relación de amor. Pero ilumina también el estado del matrimonio, haciendo de él un "sacramento" de fe. Los valores esenciales del amor humano son también valores fundamentales de la fe. "No me abandones, no me abandones" dice la canción, exigencia de fidelidad. "Escúchame, escúchame pues", forma concreta que toma el amor. "Tú me has defraudado, has cerrado tu corazón", el amor es también fuente de sufrimiento y decepciones . El pecado como "infidelidad", negación a escuchar". El "tú" de reproche que aparece al final del salmo: es el signo de un amor herido. Tal es, efectivamente, la verdadera dimensión del pecado. Se reduce considerablemente el mal cuando se limita a la simple transgresión de una ley, cuando se sitúa en relación a un mandamiento. Cuando se queda al nivel de lo permitido y lo prohibido. Para el hombre religioso, la moral no es solamente un sistema de normas de funcionamiento de la sociedad humana, es uno de los elementos de la relación con Dios. El mal "alcanza" a Dios,"frustra" a Dios. En lugar de acusar a Dios, de lanzarle "un desafío", por el problema del mal existente en el mundo, debemos comprender que el mal es contrario al plan de Dios, que El es el primero que sufre, como un artesano que ve desbaratarse su obra, como un esposo ridiculizado.
Hoy. La Iglesia nos propone recitar este salmo cada mañana, esto no es mera casualidad. La invitación a la alegre alabanza del comienzo, es una invitación diaria. La advertencia severa de resistir a la tentación, es también una invitación positiva: Hoy... todo es posible. El pasado es pasado... El mal de ayer se acabó. Una nueva jornada comienza (Noel Quesson). "Ojalá escuchéis hoy su voz" (Sal 94,8). El salmo, del cual se ha tomado la Palabra de vida, nos recuerda que nosotros somos el pueblo de Dios y que él nos quiere guiar, como hace un pastor con su rebaño, para introducirnos en la tierra prometida. El, que nos ha pensado desde siempre, sabe cómo tenemos que caminar para vivir en plenitud, para alcanzar nuestro verdadero ser. En su amor nos sugiere qué hacer, qué no hacer y nos señala el camino a seguir. Dios nos habla como a amigos porque quiere introducirnos en la comunión con Él. Si uno escucha su voz -dice nuestro salmo en su conclusión-, entrará en el "reposo" de Dios, es decir, en la tierra prometida, en la alegría del Paraíso. Jesús es el buen pastor al que hemos de escuchar su voy… Dios le hace sentir su voz a cada uno. Nos lo recuerda el Concilio Vaticano II: "En lo más profundo de su conciencia el hombre descubre la existencia de una ley que él no se dicta a sí mismo pero a la cual debe obedecer y, cuya voz, lo llama siempre que debe amar y practicar el bien y que debe evitar el mal; cuando es necesario le dice claramente a los sentidos del alma: haz esto, evita aquello. En realidad el hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazón…" ¿Qué tenemos que hacer cuando Dios habla a nuestro corazón? Simplemente tenemos que ponernos a la escucha de su Palabra sabiendo que, en el lenguaje bíblico, escuchar significa adherir enteramente, obedecer, adecuarse a lo que se nos dice. Es como dejarse tomar de la mano y hacerse guiar por Dios. Podemos confiarnos a Él como un niño que se abandona en los brazos de la madre y se deja llevar por ella. El cristiano es una persona guiada por el Espíritu Santo. "Ojalá escuchéis hoy su voz"… Enseguida después de estas palabras el salmo continua: "No endurezcáis el corazón". También Jesús ha hablado muchas veces de la dureza del corazón. Se puede oponer resistencia a Dios, uno puede cerrarse a Él y negarse a escuchar su voz. El corazón duro no se deja plasmar. A veces no se trata ni siquiera de mala voluntad. Es que cuesta reconocer "esa voz" en medio de muchas otras voces que resuenan dentro. Muchas veces el corazón está contaminado de demasiados ruidos ensordecedores: son inclinaciones desordenadas que conducen al pecado, la mentalidad de este mundo que se opone al proyecto de Dios, las modas, los "slogan" publicitarios. Sabemos lo fácil que resulta confundir las propias opiniones, los propios deseos con la voz del Espíritu en nosotros y lo fácil que es, por consiguiente, caer en caprichos y en lo subjetivo. Nunca tengo que olvidar que la Realidad está dentro de mí. Tengo que hacer callar todo en mí para descubrir la voz de Dios. Y tengo que extraer esa voz como se rescata un diamante del barro: limpiarla, sacarla a relucir y dejarse guiar por ella. Entonces también podré ser guía para otros, porque esa voz sutil de Dios que empuja e ilumina, esa linfa que sube del fondo del alma, es sabiduría, es amor y el amor se debe dar.
“Ojalá escuchéis hoy su voz"… ¿Cómo afinar la sensibilidad sobrenatural y la intuición evangélica para estar en condiciones de percibir las sugerencias de esa voz? Antes que nada, es necesario reevangelizarse constantemente acudiendo a la Palabra de Dios, leyendo, meditando, viviendo el Evangelio, para ir adquiriendo, cada vez más, una mentalidad evangélica. Aprenderemos a reconocer la voz de Dios dentro de nosotros en la medida en que aprendamos a conocerla de los labios de Jesús, Palabra de Dios hecha hombre. Y esto se lo puede pedir con la oración. Luego deberemos dejar vivir al Resucitado en nosotros, renegando a nosotros mismos, haciéndole la guerra al egoísmo, al "hombre viejo" que está siempre al acecho. Esto requiere una gran inmediatez a decir que no a todo lo que va contra la voluntad de Dios y a decirle sí a todo lo que Él quiera; no a nosotros mismos en el momento de la tentación, cortando de inmediato con sus insinuaciones y sí a las tareas que Él nos ha confiado, sí al amor hacia todos los prójimos, sí a las pruebas y a las dificultades que encontramos. Podemos, finalmente, identificar más fácilmente la voz de Dios si tenemos al Resucitado en medio de nosotros, es decir, si amamos hasta la reciprocidad, creando en todas partes oasis de comunión, de fraternidad. Jesús en medio de nosotros es como el altavoz que amplifica la voz de Dios dentro de cada uno, haciéndola escuchar más claramente. También el apóstol Pablo enseña que el amor cristiano, vivido en la comunidad, se enriquece siempre más en conciencia y en todo tipo de discernimiento, ayudándonos a reconocer siempre lo mejor. Entonces nuestra vida estará como entre dos fuegos: Dios en nosotros y Dios en medio de nosotros. En este horno divino nos formamos y nos entrenamos a escuchar y seguir a Jesús. Una vida guiada en todo lo posible por el Espíritu Santo resulta hermosa: tiene sabor, tiene vigor, tiene mordiente, es auténtica y luminosa (Chiara Lubich).
Hablando con niños sobre los Evangelios de la Misa de estos días, veíamos que Dios pone pistas en nuestro corazón, como en la búsqueda de un tesoro o –salvando las distancias- las películtas tipo “Piratas del Caribe”, las pistas que ofrece Dios son para seguirlas y luchar en estos puntos, y vencer en una pelea en algún punto (sonreír ante las dificultades, evitar discusiones con sentido del humor, acabar un trabajo hasta los últimos detalles…) y así, después de una batalla se nos muestra otra pista, para seguir adelante esta aventura del amor, en la medida que hacemos oración facilitamos la labor del Señor para intuir esta pista, y al cumplirla se nos ofrece la siguiente pista, cada vez más interesante pues nos aproxima más a la meta que es participar de los sentimiento del corazón de Jesús.
También nos ayuda la oración para ver esa voz divina en las circunstancias de nuestro hoy. Por ejemplo, en un mundo en crisis económica, el que nos falten algunas cosas puede suponer un revulsivo para no caer en la esclavitud del tener. Es una oportunidad de oro para que todos nos eduquemos sin la idea de que las cosas se pueden conseguir de forma inmediata y sin esfuerzo, que cuando se rompe algo se repone enseguida comprándolo nuevo, sin ni siquiera considerar arreglarlo, que con dinero se compra todo o casi todo... a veces se comenta lo deprimida que está la gente en estos países del primer mundo y cómo cuesta renunciar a lo más superfluo de lo superfluo (ir a esquiar, estudiar fuera, blanquearse los dientes, cambiar de coche o de ordenador, la segunda residencia, la empleada doméstica fija, las extraescolares de los niños...). Mientras, en sitios más pobres de América, África o Asia se nota la providencia divina más cercana, y se valora más lo poco que se tiene, hay una alegría de vivir…, que ya sabemos que no está en el tener sino en el amar.
3. 1 Cor 7,32-35: el celibato por el Reino. A ejemplo de Jesús, san Pablo también quiso poder entregarse totalmente a Dios y anunciar su mensaje; e invita a otros a hacer lo mismo. El hombre ha sido creado en cuerpo y espíritu con vistas al matrimonio (Gén 1,27.31). Y sin embargo, hay hombres y mujeres cristianos que con pleno conocimiento y libertad, y con gran alegría, renuncian de por vida al matrimonio. Lo hacen «por amor al Reino de los Cielos» (Mt 19,12). El «celibato» es siempre por motivos divinos, la «virginidad cristiana» es por causa de una vocación apostólica y por tanto fecunda, en la que se vive la paternidad y maternidad de otro modo, no biológico sino espiritual pero no por eso menos profundo. Así habló Jesús: «Hay hombres que se quedan sin casar por causa del Reino de los Cielos. El que puede aceptar esto, que lo acepte» (Mt 19,12). El Apóstol Pablo hace entender que en su tiempo ya había algunos creyentes que vivieron como vírgenes por un tiempo para dedicarse a la oración (1Cor. 7, 5). También dice el Apóstol que el cuerpo no está sólo destinado para la unión sexual, sino también para dar testimonio de Dios: «El cuerpo es para el Señor, y el Señor para el cuerpo. Y así como Dios resucitó al Señor, nos resucitará también a nosotros por su poder... ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo?» (1 Cor 6,13-15). Y en el texto de hoy Pablo habla de la virginidad como un estado mejor que el matrimonio, porque este estado de vida expresa más claramente la entrega total al Señor. Esto no es un mandato del Señor, dice Pablo (1 Cor 7, 25), sino una llamada personal de Dios, un carisma o un don del Espíritu Santo (1 Cor 7,7) y, como dice Jesús, esto no todos lo pueden entender. La virginidad es un signo del mundo que vendrá. Los que permanecen vírgenes en este mundo están despegando de este mundo (1 Cor 7,27) y esperan al Esposo y al Reino que ya vienen, según la parábola de las diez vírgenes (Mt 25,10). Su vida, su virginidad, es un «signo permanente» del mundo que vendrá, es signo visible del estado de resurrección, de la nueva creación, del mundo futuro donde no habrá matrimonio, y donde seremos semejantes a los ángeles y a los hijos de Dios (Lc 20,35-36).
El ejemplo de Jesús es iluminante para nuestra vida: no se casó, no tuvo hijos, no hizo una fortuna. El, que nada poseía, trajo al mundo tesoros que no destruyen ni el moho ni la polilla. El, que no tuvo mujer, ni hijos, era hermano de todos y entregó su vida por todos. Además, Jesús invitó a sus discípulos a seguirlo hasta lo último. Al joven rico, no le pidió solamente que cumpliera los mandamientos de la ley; le pidió un despojo total para seguirlo: «Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dalo a los pobres, y entonces tendrás riquezas en el cielo; luego ven y sígueme» (Mt 19,21). «Todos los que han dejado sus casas, o sus hermanos o hermanas, o padre, o madre, o esposa, o hijos, o bienes terrenos, por causa mía, recibirán la vida eterna» (Mt 19,29). María, la Madre de Jesús, es la única mujer del Nuevo Testamento a quien se aplica, casi como un título de honor, el nombre de «virgen» (Lc 1,27; Mt 1,23). Por su deseo de guardar su virginidad (Lc 1,34), María asumía la suerte de las mujeres sin hijos, pero lo que en otro tiempo era humillación iba a convertirse para ella en una bendición (Lc 1, 48). Desde antes de su concepción virginal, María tenía la intención de reservarse para Dios. En María apareció en plenitud la virginidad cristiana.
El Apóstol Pablo, un hombre apasionado por predicar el mensaje de la salvación, no quiso, como los predicadores de su tiempo, ir acompañado de una esposa (1 Cor 9,4-12). Además Pablo invitó a otros a seguir este estado de vida y dice: «Yo personalmente quisiera que todos fueran como yo» (1 Cor 7,7). El Apóstol vio que su vida como célibe le daba mayor disponibilidad de tiempo y una mayor libertad para la predicación. Vio que el celibato le daba más tiempo para el servicio de Dios y de sus hermanos (1 Cor 7,35). Seguramente los apóstoles y muchos discípulos siguieron esta forma de vida; recordamos las palabras de Pedro: «Señor, nosotros hemos dejado todo lo que teníamos y te hemos seguido» (Mt 19,27). ¿Cuál es el motivo fundamental para optar por una vida sin casarse? Después de todo, podemos decir que el celibato religioso brota de una experiencia muy especial de Dios. El no casarse en sentido evangélico es fruto de una profunda fe y de una experiencia de que Dios entra en la vida del hombre o de la mujer. Es el Dios vivo, que deja huellas en una persona. Es el Dios, Padre de Jesucristo, que ha seducido a algunas personas de tal manera, que ellos dejan todo atrás y van como enamorados detrás de Jesús. El hombre célibe religioso es una persona «seducida por Dios»: «Tú me sedujiste, Señor, y yo me dejé seducir» (Jer 20,7). Desde el momento que llega Dios a la vida del religioso todo cambia. El hombre religioso deja todo atrás, aun el amor humano, porque simplemente ha llegado el Amor. Dios vuelve a ser el «único amor», es como si de improviso aparece el sol y se apagan las estrellas... Dice la Escritura: «Tú eres mi bien, la parte de mi herencia, mi copa. Me ha tocado en suerte la mejor parte, que Dios mismo me escogió» (Salmo 16, 5-6)… Dios como «amor». Con su oración y su silencio, esas almas quieren llegar a la fuente de todo amor que Dios ha manifestado en su Hijo Jesucristo. Quieren permanecer en celibato a fin de estar más disponibles para servir a sus hermanos y para entregarse totalmente al amor de Cristo. No hay nada más bello, nada más profundo, nada más perfecto que Cristo. He aquí el último núcleo de una vida célibe por el Reino de los Cielos.
No optan por un camino de egoísmo, ni tampoco desprecian la sexualidad o el matrimonio. No hacen un compromiso de «desamor», sino radicalismo en el amor: en su experiencia de amor descubren por in-tuición una dimensión más abierta y reclama un amor absoluto en toda su vida. Sin estos «especialistas de Dios», el mundo sería más pobre. Pero esto no todos lo pueden entender. Por algo dijo Jesús: «El que pueda entender que entienda» (Mt 19,12: Miguel Jordá. Sobre la virginidad y realización persona ver mi artículo http://www.churchforum.com/virginidad-realizacion-personal.htm; he escrito también sobre el celibato sacerdotal en http://es.catholic.net/sacerdotes/222/1091/articulo.php?id=2392 y también sus bases teológicas en http://es.catholic.net/escritoresactuales/542/1263/articulo.php?id=14285).
4. Mc 1, 21-28 (par.: Lc 4, 31-37): Siempre me ha interrogado la vida y el amor de Jesús en todo. Se acercaban a Él porque transmitía vida y acogía a todos. Nadie se marchaba de su lado sin haber experimentado de una u otra manera que era amado de Dios, de una forma única e irrepetible. Pero lo que más me ha impresionado siempre ha sido que Jesús no enseñaba como los demás, enseñaba con autoridad. ¿Qué significa esta autoridad? Jesús siempre era sugerente y no imponía nada que uno no pudiese aceptar libremente. «Si quieres...», le dijo al joven rico. He llegado a la conclusión de que la autoridad de Jesús se fundamentaba en que estaba detrás de ella la coherencia de su vida. Jesús enseñaba con autoridad porque todo lo que decía lo vivía. Su autoridad era su amor incondicional, la entrega total y absoluta de su vida. Nada le desautorizaba, porque lo que decía lo vivía, y en lo que mandaba estaba detrás la explicación con su ejemplo. Era coherente y veraz en todo, ésta era la autoridad que causa asombro. Enseñar con autoridad al estilo de Jesús es no un autoritarismo que no sabe de comprensión con las personas y que tiene mucho de amor propio. Enseñar con autoridad es la coherencia de que quienes le conocían decían de Él: «He ahí un hombre que lo que enseña lo vive y, sobre todo, que, antes de nada, enseña con su ejemplo de vida». ¡Qué distinto nuestro mundo de tanta palabrería y de tan poco hacer. De acciones sin contenido. De charlatanes sin cumplir casi con nada! Me quedo con Jesús, con su autoridad, la única que sigue siendo creíble, que brota de una vida auténtica, que se moja el primero. Autoridad, porque no decía, ni enseñaba nada que no estuviera explicado con su vida. Precisamente porque en la situación que hoy vivimos hay tanta inflación de palabras, por eso, hay tanto autoritarismo y tan poca autoridad, al estilo de Jesús. Nos falta vida y nos sobran palabras. Sólo con asomarse un poquito a nuestro querido, maltrecho y pequeño mundo, nos damos cuenta de ello (Francisco Cerro Chaves).
Jesús habla como quien tiene autoridad, porque es consciente de que en él y en su mensaje la Ley y los Profetas adquieren plenitud de sentido. Él es el Hijo a quien el Padre le ha entregado todas las cosas (Mt 11, 27). Por eso su palabra es poderosa para ordenar a los demonios y someterlos a su voluntad (v. 27), para perdonar los pecados que sólo Dios puede perdonar (2, 10), para curar enfermos y resucitar a los muertos. Por eso habla con autoridad y dispone de la Ley: "Habéis oído que se dijo... pero yo os digo" (Mt 5, 21ss; cf. Mt 7, 29). Jesús no rechaza el título de "Santo de Dios"; pero impone silencio al espíritu inmundo porque no ha llegado el momento de manifestarse públicamente como Mesías y, sobre todo, porque no admite sobre él ninguna influencia. El nombre de Jesús, lo que él es, sólo deben pronunciarlo aquellos que reconocen su autoridad y la confiesan en la obediencia de la fe. Según la concepción religiosa popular, el conocimiento del nombre y su pronunciación ejercía un dominio mágico sobre la persona que lo llevaba. Esta concepción subyace en nuestro texto, en el que la autoridad de Jesús se opone abiertamente al poder de los demonios y los vence (“Eucaristía 1982”; escribí sobre la autoridad de Jesús en http://www.es.catholic.net/educadorescatolicos/693/2138/articulo.php?id=26843).
Aquello es nuevo. "Nuevo" de la novedad de Dios, algo que te regenera, te renueva y rejuvenece. Lo viejo se purifica. Novedad, "ruptura", discontinuidad con lo que precede, con lo que dicen los demás, con lo que eres. Llamada de Dios nueva, sorprendente, inesperada; pero después de haberla oído, la encuentras dentro de ti; era lo que estabas esperando, quizás sin saberlo siquiera... La enseñanza de los escribas (los teólogos, los biblistas y los juristas de la época) sacaban su propia autoridad de las Escrituras y de la tradición de los antiguos, o bien se hacía aceptar remitiendo a la autoridad de algún maestro célebre; su autoridad no residía en la enseñanza misma. Pero no era así la palabra de Jesús: era un anuncio que llevaba consigo su propia fuerza, clara y transparente; un anuncio que te pone frente a tus contradicciones, con una evidencia que te penetra y te desconcierta. No remite a otra cosa. Frente a ella no hay que pensar en pruebas o falta de pruebas. Si te pones a buscar pruebas, es que no te rindes ante la luz. Si se te ofrece alguna prueba, ¿de qué serviría? La pondrías en discusión. Más aún, la enseñanza de Jesús es autoritaria, porque no es solamente palabra, sino gesto. Es una palabra poderosa que libera y que cura (Bruno Maggioni).
sábado, 28 de enero de 2012
jueves, 26 de enero de 2012
Jueves de la 3ª semana, año par: el Señor promete a David un linaje real, perenne: profecía de la Iglesia. Jesús es la Luz para el mundo, y nosotros s
Segundo libro de Samuel 7, 18-19. 24-29. Después que Natán habló a David, el rey fue a presentarse ante el Señor y dijo: -«¿Quién soy yo, mi Señor, y qué es mi familia, para que me hayas hecho llegar hasta aquí? ¡Y, por si fuera poco para ti, mi Señor, has hecho a la casa de tu siervo una promesa para el futuro, mientras existan hombres, mi Señor! Has establecido a tu pueblo Israel como pueblo tuyo para siempre, y tú, Señor, eres su Dios. Ahora, pues, Señor Dios, mantén siempre la promesa que has hecho a tu siervo y su familia, cumple tu palabra. Que tu nombre sea siempre famoso. Que digan: "¡El Señor de los ejércitos es Dios de Israel!" Y que la casa de tu siervo David permanezca en tu presencia. Tú, Señor de los ejércitos, Dios de Israel, has hecho a tu siervo esta revelación: "Te edificaré una casa"; por eso tu siervo se ha atrevido a dirigirte esta plegaria. Ahora, mi Señor, tú eres el Dios verdadero, tus palabras son de fiar, y has hecho esta promesa a tu siervo. Dígnate, pues, bendecir a la casa de tu siervo, para que esté siempre en tu presencia; ya que tú, mi Señor, lo has dicho, sea siempre bendita la casa de tu siervo.»
Salmo responsorial 131, 1-2. 3-5. 11. 12. 13-14. R. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre.
Señor, tenle en cuenta a David todos sus afanes: cómo juró al Señor e hizo voto al Fuerte de Jacob.
«No entraré bajo el techo de mi casa, no subiré al lecho de mi descanso, no daré sueño a mis ojos, ni reposo a mis párpados, hasta que encuentre un lugar para el Señor, una morada para el Fuerte de Jacob.»
El Señor ha jurado a David una promesa que no retractara: «A uno de tu linaje pondré sobre tu trono.»
«Si tus hijos guardan mi alianza y los mandatos que les enseño, también sus hijos, por siempre, se sentarán sobre tu trono.»
Porque el Señor ha elegido a Sión, ha deseado vivir en ella: «Ésta es mi mansión por siempre, aquí viviré, porque la deseo.»
Evangelio Marcos 4,21-25: En aquel tiempo, Jesús decía a la gente: «¿Acaso se trae la lámpara para ponerla debajo del celemín o debajo del lecho? ¿No es para ponerla sobre el candelero? Pues nada hay oculto si no es para que sea manifestado; nada ha sucedido en secreto, sino para que venga a ser descubierto. Quien tenga oídos para oír, que oiga».
Les decía también: «Atended a lo que escucháis. Con la medida con que midáis, se os medirá y aun con creces. Porque al que tiene se le dará, y al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará».
Comentario: 1. 2Sam 7,18-19.24-29. Si ayer leíamos las palabras del profeta anunciando la fidelidad de Dios para con David y su descendencia, hoy escuchamos una hermosa oración de David, llena de humildad y confianza. David muestra aquí su profundo sentido religioso, dando gracias a Dios, reconociendo su iniciativa y pidiéndole que le siga bendiciendo a él y a su familia. Lo que quiere el rey es que todos hablen bien de Dios, que reconozcan la grandeza y la fidelidad de Dios: «que tu nombre sea siempre famoso y que la casa de David permanezca en tu presencia».
Ojalá tuviéramos nosotros siempre estos sentimientos, reconociendo la actuación salvadora de Dios: «¿quién soy yo, mi Señor, para que me hayas hecho llegar hasta aquí?», «tú eres el Dios verdadero, tus palabras son de fiar», «dígnate bendecir a la casa de tu siervo, para que esté siempre en tu presencia». ¿Son nuestros los éxitos que podamos tener? ¿son mérito nuestro los talentos que hemos recibido? Como David, deberíamos dar gracias a Dios porque todo nos lo da gratis. Y sentir la preocupación de que su nombre sea conocido en todo el mundo. Que la gloria sea de Dios y no nuestra.
-Cuando David se enteró por Nathán de las promesas divinas, fue a presentarse "ante el Señor" y le dijo... De nuevo el tema "ante el Señor". David es un hombre de Fe. Se mantiene "delante de Dios". El profeta acaba de cumplir su promesa; rechazo del Templo, anuncio de un descendiente «que será un Hijo para Dios». Inmediatamente David estalla de alegría, y de su corazón, brota una oración de acción de gracias -eucaristía = dar gracias. Ayúdanos, Señor, a nosotros también, a saber interpretar los acontecimientos... ayúdanos a orar partiendo de las alegrías que nos llegan... Te alabo, Señor, por... (evocar las alegrías del día de hoy).
-¿Quién soy yo, Señor, y qué es mi "casa", para que me hayas hecho llegar hasta aquí? Humildad. David repite, en el fondo, la Palabra que Dios le había dirigido. Le ha recordado la pobreza de su origen de pastorcillo. David, a su vez, incorpora a la oración esa Palabra de Dios.
-Ahora, Señor, guarda siempre la promesa que has hecho a tu servidor y a su casa, y obra tal como has dicho. Repetir la Palabra de Dios. Pero en sumisión profunda a la voluntad divina. Ciertamente, en esto, David podía equivocarse gravemente si imaginaba que su dinastía conservaría, humanamente, siempre el poder, y que las herencias y las transmisiones de poder se llevarían a cabo sin problemas. De hecho, la promesa de Dios no se cumplió materialmente: tres hijos de David. Ammón, Absalón y Adonías, morirán por la espada. desgarrándose los unos a los otros. Y a partir de la segunda generación, con los hijos de Salomón la dinastía davídica se dividirá en dos reinos rivales antes de desaparecer. A través de las promesas humanas era pues preciso entender una promesa divina: el verdadero descendiente de David no es Salomón, sino Jesús... ¡Pero después de cuántos fracasos humanos! y de una realeza sin gloria humana.
-Luego, ¿tú eres rey? dijo Pilato.-Tú lo dices soy rey... Pero mi reino no es de este mundo... (Jn 18,36-37). Dios trastorna nuestras concepciones demasiado estrechas. Su reino no es como cabría esperarlo. Hay que contemplar en silencio, y dejarse llevar: "Hágase tu voluntad, venga a nosotros tu Reino".Creo, Señor, que tu Reino está «ya aquí», que tu reino está cerca. Confío en Ti, Señor, a pesar de todas las apariencias contrarias.
-Señor mío, Tú eres Dios, tus palabras son verdad... La oración debería terminar siempre con esa confesión. El rey David reconoce la soberanía de Dios. No busca imponer a Dios «sus» propias voluntades. Después de haber expuesto «sus» deseos, se somete a lo contrario.
-Vuestro Padre sabe de qué tenéis necesidad (Mt 6,8) Así hablaba Jesús... siguiendo a David, su antepasado. Nos es conveniente haber meditado, hoy, sobre la «oración de David» y haber admirado su alma, porque mañana meditaremos sobre el pecado de David: el justo que llegará a ser criminal (Noel Quesson).
Ciertamente Dios no procede como proceden los hombres. A pesar de las miserias de David, puesto que supo humillarse y pedir perdón, Dios no le retiró su favor; más aún lo bendijo extendiendo sus promesas a sus descendientes. Dios nos conoce hasta lo más profundo de nuestro corazón. Ante Él están patentes nuestras obras y hasta los más recónditos de nuestros pensamientos. Él sabe que somos frágiles; por eso, cuando nos ve caídos espera nuestro retorno como un Padre amoroso, siempre dispuesto a perdonarnos. Pero esto no puede llevarnos a convertirnos en unos malvados pensando que finalmente Dios nos perdonará, sino a vivir vigilantes para no alejarnos de Dios. Manifestemos continuamente nuestro amor a Dios pidiéndole que nos fortalezca para permanecer fieles a su voluntad. Cuando Dios nos contemple siempre dispuestos a escuchar su Palabra y a ponerla en práctica, derramará su bendición sobre nosotros, nos llenará de su Espíritu y nos contemplará como a sus hijos amados, a quienes bendecirá con la más grande de las gracias que pidiéramos esperar: participar de su vida eternamente unidos a su Hijo que, para conducirnos a la vida eterna, dio su vida por nosotros. ¿Cómo no vivir agradecidos con Dios cuando conociendo nuestra vida Él nos ha amado y nos ha llamado para que seamos sus hijos? ¿Quiénes somos nosotros ante Dios? ¿Qué significamos para Él? Si Él nos amó primero, sea bendito por siempre.
2. Sal 131. Si Dios bendice a Sión por amor a David su siervo, Dios nos bendice a nosotros por amor a Jesús, su Hijo, en quien Dios cumplió las promesas hechas a David. Trabajemos constantemente conforme a los bienes que de Dios hemos recibido. Que nuestra apertura a la vida de la gracia y a dejarnos guiar por el Espíritu Santo nos ayude a llegar a ser una digna morada de Dios. Esa morada que no es construida con manos humanas, ni con materiales de este mundo, pues es Dios mismo quien la construye mediante su Amor que derrama en nuestros corazones. Cuando en verdad el amor sea lo único que rija nuestra existencia, entonces Dios podrá reinar en nuestra propia vida y seremos descendencia, linaje de Dios; entonces sabremos que en verdad estamos llamados a permanecer eternamente ante Dios, pues Dios, que nos amó primero, concede la salvación a quienes le aman y le viven fieles.
3.- Mc 4,21-25. Otras dos parábolas o comparaciones de Jesús nos ayudan a entender cómo es el Reino que él quiere instaurar. La del candil, que está pensado para que ilumine, no para que quede escondido. Es él, Cristo Jesús, y su Reino, lo primero que no quedará oculto, sino aparecerá como manifestación de Dios. El que dijo «yo soy la Luz».
La de la medida: la misma medida que utilicemos será usada para nosotros y con creces. Los que acojan en si mismos la semilla de la Palabra se verán llenos, generosamente llenos, de los dones de Dios. Sobre todo al final de los tiempos experimentarán cómo Dios recompensa con el ciento por uno lo que hayan hecho.
Esto tiene también aplicación a lo que se espera de nosotros, los seguidores de Cristo. Si él es la Luz y su Reino debe aparecer en el candelero para que todos puedan verlo, también a nosotros nos dijo: «vosotros sois la luz del mundo» y quiso que ilumináramos a los demás, comunicándoles su luz. Creer en Cristo es aceptar en nosotros su luz y a la vez comunicar con nuestras palabras y nuestras obras esa misma luz a una humanidad que anda siempre a oscuras. Pero ¿somos en verdad luz? ¿iluminamos, comunicamos fe y esperanza a los que nos están cerca? ¿somos signos y sacramentos del Reino en nuestra familia o comunidad o sociedad? ¿o somos opacos, «malos conductores» de la luz y de la alegría de Cristo?
En la celebración del Bautismo, y luego en su anual renovación en la Vigilia Pascual, la vela de cada uno, encendida del Cirio Pascual, es un hermoso símbolo de la luz que es Cristo, que se nos comunica a nosotros y que se espera que luego se difunda a través nuestro a los demás. No podemos esconderla. Tenemos que dar la cara y testimoniar nuestra fe en Cristo (J. Aldazábal).
* Nadie enciende un candil y lo tapa con una vasija o lo mete debajo de la cama; lo pone en el candelero para los que entren tengan luz (dice también Lucas 8, 16-18). Quien sigue a Cristo –quien enciende un candil- no sólo ha de trabajar por su propia santificación, sino también por la de los demás. Vosotros sois la luz del mundo (Mateo 5, 14) dice en otra ocasión el Señor a sus discípulos. “Jesús nos explica el secreto del Reino. Incluso utiliza una cierta ironía para mostrarnos que la “energía” interna que tiene la Palabra de Dios —la propia de Él—, la fuerza expansiva que debe extenderse por todo el mundo, es como una luz, y que esta luz no puede ponerse «debajo del celemín o debajo del lecho» (Mc 4,21). ¿Qué pretendería decir Jesús con estas palabras? ¿No es el Señor esa luz a la que hace referencia? ¿Por qué ahora nos lo dice a nosotros?
Si, esos hemos de ser los “hijos de Dios. -Portadores de la única llama capaz de iluminar los caminos terrenos de las almas, del único fulgor, en el que nunca podrán darse oscuridades, penumbras ni sombras. / -El Señor se sirve de nosotros como antorchas, para que esa luz ilumine... De nosotros depende que muchos no permanezcan en tinieblas, sino que anden por senderos que llevan hasta la vida eterna” (S. Josemaría Escrivá). Y “¿acaso podemos imaginarnos la estupidez humana que sería colocar la vela encendida debajo de la cama? ¡Cristianos con la luz apagada o con la luz encendida con la prohibición de iluminar! Esto sucede cuando no ponemos al servicio de la fe la plenitud de nuestros conocimientos y de nuestro amor. ¡Cuán antinatural resulta el repliegue egoísta sobre nosotros mismos, reduciendo nuestra vida al marco de nuestros intereses personales! ¡Vivir bajo la cama! Ridícula y trágicamente inmóviles: “autistas” del espíritu.
El Evangelio —todo lo contrario— es un santo arrebato de Amor apasionado que quiere comunicarse, que necesita “decirse”, que lleva en sí una exigencia de crecimiento personal, de madurez interior, y de servicio a los otros. «Si dices: ¡Basta!, estás muerto», dice san Agustín. Y san Josemaría: «Señor: que tenga peso y medida en todo..., menos en el Amor».
«‘Quien tenga oídos para oír, que oiga’. Les decía también: ‘Atended a lo que escucháis’» (Mc 4,23-24). Pero, ¿qué quiere decir escuchar?; ¿qué hemos de escuchar? Es la gran pregunta que nos hemos de hacer. Es el acto de sinceridad hacia Dios que nos exige saber realmente qué queremos hacer. Y para saberlo hay que escuchar: es necesario estar atento a las insinuaciones de Dios. Hay que introducirse en el diálogo con Él. Y la conversación pone fin a las “matemáticas de la medida”: «Con la medida con que midáis, se os medirá y aun con creces. Porque al que tiene se le dará, y al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará» (Mc 4,24-25). Los intereses acumulados de Dios nuestro Señor son imprevisibles y extraordinarios. Ésta es una manera de excitar nuestra generosidad” (Àngel Caldas).
** Celebrábamos estos días la luz que Jesús ha traído al mundo, en la fiesta de la Presentación de Jesús al Templo (2 de febrero); esta “luz para las naciones”, es decir para todos los hombres, es la de Jesús, de la que participamos nosotros. Sin esta luz de Cristo, el mundo está a oscuras, se vuelve difícil y poco habitable. Hemos de llevar esta luz, ser portadores de la luz de la filiación divina, para iluminar el ambiente en el que vivimos. "El trabajo profesional -sea el que sea- se convierte en un candelero que ilumina a vuestros colegas y amigos (…) la santificación del trabajo ordinario constituye como el quicio de la verdadera espiritualidad para los que -inmersos en las realidades temporales- estamos decididos a tratar a Dios" (San Josemaría), a ejemplo de Jesús queremos iluminar con esa labor bien hecha: desde el comienzo de su vida pública conocen al Señor como el artesano, el Hijo de María (Marcos 6, 3). Y a la hora de los milagros la multitud exclama: ¡Todo lo hizo bien! Lo grande y lo pequeño. Luz para los demás es tener prestigio profesional, y para ello es necesario cuidar la formación continua de la propia actividad u oficio, y sin apenas darse cuenta el cristiano estará mostrando cómo la doctrina de Cristo se hace realidad en medio del mundo, en una vida corriente. Todos tienen derecho a nuestro buen ejemplo.
En nuestra actuación, lo que más se valora es el buen carácter, ese cúmulo de virtudes humanas. La doctrina de Cristo se ha difundido a impulsos de la gracia y no a fuerza de medios humanos. Pero la acción apostólica edificada sobre una vida sin virtudes humanas, sin valía profesional, sería hipocresía y ocasión de desprecio por parte de los que queremos acercar al Señor. San Pablo escribe a los primeros cristianos de Filipo y les exhorta a vivir como luceros en medio del mundo.
Para llevar la luz de Cristo también hemos de practicar las normas de la convivencia, que deben ser fruto de la caridad y no solamente por costumbre o conveniencia. Todo esto es parte de la luz divina que hemos de llevar a los demás con nuestra vida (cf. "Hablar con Dios" de Francisco Fernández). Todas estas virtudes naturales constituyen en el hombre el terreno bien dispuesto para que, con la ayuda de la gracia, arraiguen y crezcan las sobrenaturales, porque el comportamiento humano recto, las disposiciones nobles y honradas, son el punto de apoyo y el cimiento del edificio sobrenatural. Aunque la gracia puede transformar por sí misma a las personas, lo normal es que requiera las virtudes humanas; la virtud cardinal de la fortaleza no puede arraigar en alguien que no se vence en pequeños hábitos de comodidad o de pereza, que siempre está preocupado del calor y del frío. Que se deja llevar por los estados de ánimo siempre cambiantes y que siempre está pendiente de sí mismo y de su comodidad. El Señor nos quiere con una personalidad bien definida, resultado del aprecio que tenemos por todo lo que Él nos ha dado y del empeño que ponemos para cultivar estos dones personales.
Si contemplamos al Señor, podemos ver en Él la plenitud de todo lo humano noble y recto: esa es la luz que irradia mediante el ejemplo. En Jesús tenemos el ideal humano y divino al que nos debemos parecer. Él quiere que practiquemos todas las virtudes naturales: el optimismo, la generosidad el orden la reciedumbre, la alegría, la cordialidad, la sinceridad, la veracidad; que seamos sencillos, leales, diligentes, comprensivos, equilibrados. Recordemos que el Señor extrañó las muestras de cortesía y de urbanidad, y echó de menos la gratitud de los leprosos a los que había curado.
El cristiano en medio del mundo es como una ciudad construida en lo alto de un monte, como la luz sobre el candelero. Y lo humano es lo primero que se ve y es lo que primero atrae. Por eso, las virtudes propias de la persona, se convierten en instrumento de la gracia para acercar a otros a Dios: el prestigio profesional, la amistad, la sencillez, la cordialidad ..., pueden disponer a las almas a oír con atención el mensaje de Cristo. Muchos apreciarán la vida sobrenatural cuando la vean hecha realidad en una conducta plenamente humana.
Pensemos también en la luz que han dado las madres cristianas, que han enseñado en la intimidad a sus hijos con palabras expresivas, pero sobre todo con la “luz” de su buen ejemplo. También han sembrado con la típica cordura popular y evangélica, comprimida en muchos refranes, llenos de sabiduría y de fe a la vez. Uno de ellos es éste: «Iluminar y no difuminar».
Este es el sentido de la moral cristiana. Nuestro examen de conciencia al final del día puede compararse al tendero que repasa la caja para ver el fruto de su trabajo. No empieza preguntando: —¿Cuánto he perdido? Sino que más bien: —¿Qué he ganado? Es decir, ¿qué luces he dado a los demás? Esto es lo que da una vida llena. —Quiero proporcionar más luz y disminuir el humo del fuego de mi amor.
“La Iglesia —y, como una parte viva de la Iglesia, la Obra— está llamada a reflejar la luz que recibe constantemente de Cristo y a difundirla sobre el mundo. Jesucristo lo enseñó a todos los cristianos: vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en lo alto de un monte; ni se enciende una luz para ponerla debajo de un celemín, sino sobre un candelero para que alumbre a todos los de la casa. Alumbre así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre, que está en los cielos (Mt 5, 14-16)” (Javier Echevarría).
«Al escuchar estas palabras de Jesús —comenta Benedicto XVI—, nosotros, los miembros de la Iglesia, no podemos por menos de notar toda la insuficiencia de nuestra condición humana, marcada por el pecado. La Iglesia es santa, pero está formada por hombres y mujeres con sus límites y sus errores. Es Cristo, sólo Él, quien donándonos el Espíritu Santo puede transformar nuestra miseria y renovarnos constantemente. Él es la luz de las naciones, lumen gentium, que quiso iluminar el mundo mediante su Iglesia (cfr. Const. dogm. Lumen gentium, n. 1). / ¿Cómo sucederá eso?, nos preguntamos también nosotros con las palabras que la Virgen dirigió al arcángel Gabriel. Precisamente Ella, la Madre de Cristo y de la Iglesia, nos da la respuesta: con su ejemplo de total disponibilidad a la voluntad de Dios —fiat mihi secundum verbum tuum (Lc 1, 38)—. Ella nos enseña a ser "epifanía" del Señor con la apertura del corazón a la fuerza de la gracia y con la adhesión fiel a la palabra de su Hijo, luz del mundo y meta final de la historia».
La unión con Cristo en la Cruz es imprescindible para ejecutar fielmente y con optimismo este programa apostólico. No se puede seguir a Jesús sin negarse a sí mismo (cfr. Lc 9, 23), sin cultivar el espíritu de mortificación, sin la componente habitual de obras concretas de penitencia. Lo señalaba el Santo Padre, meses atrás, al anunciar la celebración de un año dedicado a San Pablo en el bimilenario de su nacimiento. Puntualizaba que los frutos del Apóstol de los gentiles «no se deben atribuir a una brillante retórica o a refinadas estrategias apologéticas y misioneras. El éxito de su apostolado depende, sobre todo, de su compromiso personal al anunciar el Evangelio con total entrega a Cristo; entrega que no temía peligros, dificultades ni persecuciones: "Ni la muerte ni la vida —escribió a los Romanos—, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni las potestades ni la altura ni la profundidad, ni otra criatura alguna, podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro" (Rm 8, 38-39). / De aquí podemos sacar una lección muy importante para todos los cristianos. La acción de la Iglesia sólo es creíble y eficaz en la medida en que quienes forman parte de ella están dispuestos a pagar personalmente su fidelidad a Cristo, en cualquier circunstancia. Donde falta esta disponibilidad, falta el argumento decisivo de la verdad, del que la Iglesia misma depende». Y al contemplar la oscuridad del mundo, la necesidad de esta luz, decía también: «¡cuántos, también en nuestro tiempo, buscan a Dios, buscan a Jesús y a su Iglesia, buscan la misericordia divina, y esperan un "signo" que toque su mente y su corazón! Hoy, como entonces, el evangelista nos recuerda que el único "signo" es Jesús elevado en la cruz: Jesús muerto y resucitado es el signo absolutamente suficiente. En Él podemos comprender la verdad de la vida y obtener la salvación. Éste es el anuncio central de la Iglesia, que no cambia a lo largo de los siglos. Por tanto, la fe cristiana no es ideología, sino encuentro personal con Cristo crucificado y resucitado. De esta experiencia, que es individual y comunitaria, surge un nuevo modo de pensar y de actuar: como testimonian los santos, nace una existencia marcada por el amor».
*** Por último, llevar la luz de Jesús es también participar de sus sentimientos, de su comprensión y misericordia, de ese pensar primero en los demás, olvidarnos de nosotros mismos, perdonar: “Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso. No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados. Perdonad y seréis perdonados; dad y se os dará; echarán en vuestro regazo una buena medida, apretada, colmada, rebosante: porque con la misma medida con que midáis se os medirá”. Del modo que midamos se nos medirá. El Señor nos quiere con locura pero sólo pueda albergar su amor el que ensancha su corazón para acogerlo. ¿Cómo podemos hacer esto? Con el amor a los demás. Le pedimos a nuestra Madre del Cielo ser también misericordiosos: María, Estrella de la mañana, Virgen del amanecer que precede a la Luz del Sol-Jesús, nos guía y da la mano; acudimos a tu omnipotencia suplicante para obtener esa misericordia divina, con ella tendremos esta luz para darla a los demás y con ello ensanchar nuestro corazón para participar plenamente de esta Luz divina. «¡Oh Virgen dichosa! Es imposible que se pierda aquel en quien tú has puesto tu mirada» (San Anselmo).
Después de la parábola del sembrador, y su explicación al grupito de los íntimos, escucharemos otras parábolas. Ahora sabemos muy bien que no se trata de historietas infantiles sino que por el contrario, son "palabras misteriosas" que solo se dejan penetrar por los que tienen un corazón verdaderamente disponible. Señor, abre nuestros corazones a tu misterio.
-¿Acaso se trae la lámpara para ponerla debajo de un celemín o bajo la cama? ¿No es para ponerla sobre un candelero? Jesús, observador de lo real. Ha visto, mil veces a su madre en la casa encendiendo la lámpara al anochecer, para colocarla, no bajo la cama, donde resultaría inútil, sino en el centro de la sala, sobre un candelero a fin de que ilumine lo más posible. A través de este simple gesto familiar, ya bello humanamente, Jesús ha visto un "símbolo". Cada realidad material evoca para El lo invisible. La Palabra de Dios no está hecha para ser guardada "para sí; no se la recibe verdaderamente si no se está decidido a comunicarla. Y he aquí todavía un sumergirse en la profundidad de la persona de Jesús: a través de esta rápida imagen se sugiere toda una orientación del pensamiento... Replegarse en sí mismo es impensable para Jesús. El egoísmo, incluso el por así decirlo espiritual, que consistiría en "cuidar de la propia almita", es condenado formalmente: toda vida cristiana que se repliega en sí misma en lugar de irradiar no es la querida por Jesús. ¡Señor, ten piedad de nosotros!
-Porque nada hay oculto sino para ser descubierto, y no hay nada escondido sino para que venga a la luz. Hay que dejarse captar por el Dios "escondido", descubrir su "secreto" ... y luego hacerse servidor de ese Dios, trabajando para que "se le descubra". ¡Ah no! Jesús no se ha propuesto ser de antemano oscuro. Las explicaciones de la parábola del sembrador podrían dejarlo entender cuando decía: "¡mirando, miran y no ven!" Jesús sin embargo parece decirnos: no tengo que tomarme por un hombre absurdo, como el que enciende la lámpara para ponerla bajo el celemín. ¡No! dice: vengo a comunicaros el amor que Dios siente por los hombres, y lo digo en vuestra lengua, y no en "no sé qué lengua incomprensible". Se trata ciertamente de un gran secreto, pero de un secreto para ser desvelado a plena luz. Y vosotros, no guardéis tampoco para vosotros mismos vuestros descubrimientos, ¡compartidlos! ¡Es una exigencia esencial hablar la lengua de los demás, y ser lo más claro posible para hablar de lo Indecible!
-Prestad atención a lo que oís: Con la medida con que midiereis se os medirá y se os dará por añadidura. Pues al que tiene se le dará, y al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado. Jesús, ha observado también en eso a los comerciantes de su tiempo cuando están midiendo el trigo, o la sal, con un celemín o un recipiente: se tasa más o menos... se llena hasta el borde o se procura dejar un pequeño margen a fin de mejorar la economía. Y Jesús nos revela su temperamento: "lanzaos plenamente, tasad, colmad". Y aplica este símbolo al hecho de escuchar la Palabra de Dios. No olvidemos que estamos al principio del evangelio. Jesús desea que sus oyentes se llenen de esta Palabra, sin perder nada de ella. ¿Qué avidez siento? ¿Soy de los que enseguida dicen: "basta"... o de los que dicen: "¡más!"... La medida de amar, es amar sin medida... (Noel Quesson).
El Hijo de Dios hecho hombre es la luz que el Padre Dios encendió para que iluminara nuestras tinieblas. Y esa Luz Divina ha brillado entre nosotros mediante sus buenas obras. Por medio del anuncio del Evangelio, por medio del perdón de nuestros pecados, por medio de los milagros, de las curaciones, de la expulsión del Demonio, pero sobre todo por medio de su Misterio Pascual, Dios ha venido como una luz ante la cual no puede resistir el dominio del mal, ni la oscuridad del pecado, ni el dominio de los injustos. La luz que brilla es porque en verdad disipa las tinieblas; una luz que no alumbra, sino que se oculta debajo de las cobardías será cómplice de las maldades que han dominado muchos corazones. Dios nos quiere como luz; como luz brillante, como luz fuerte que no se apaga ante las amenazas, ni ante los vientos contrarios, ni ante la entrega de la propia vida por creer en Cristo y, desde Él, amar al prójimo. Dios nos llama para que colaboremos en la disipación de todo aquello que ha oscurecido el camino de los hombres; vivamos fieles a la vocación que de Dios hemos recibido. Si lo damos todo con tal de hacer llegar la vida, el amor, la paz y la misericordia de Dios a los demás, esa misma medida la utilizará Dios cuando, al final de nuestra existencia en este mundo, nos llame para que estemos con Él eternamente.
¿Y cuál es la medida de amor que Dios ha usado para nosotros? Contemplemos a Cristo muerto y resucitado por nosotros. En Él conocemos el amor que Dios nos ha tenido. Al reunirnos para celebrar el Memorial de su Pascua Cristo nos ilumina intensamente con su Palabra y convierte a su Iglesia en luz para todas las naciones; y para que siempre brillemos con la Luz que nos viene de Él, nos alimenta constantemente con su Cuerpo entregado por nosotros y con su Sangre derramada para el perdón de nuestros pecados para que nos seamos una luz débil ni opacada por nuestros pecados. Siendo portadores de Cristo debemos ser un signo claro de su amor para todos los hombres. Por eso, al celebrar la Eucaristía, hacemos nuestro el compromiso de dejar que el Señor nos convierta en un signo claro, nítido, brillante de su amor en el mundo.
Quienes participamos de la Eucaristía no podemos pasarnos la vida como destructores de nuestro prójimo. No podemos vivir una fe intimista, de santidad personalista. Dios nos ha llenado de su propia vida haciéndonos hijos suyos para que nos manifestemos sin cobardías, sino con la fuerza y valentía que nos vienen del mismo Dios. Por eso, quienes formamos la Iglesia debemos ser los primeros en luchar por la paz; los que estemos dispuestos a dar voz a los desvalidos y que son injustamente tratados; los primeros en trabajar por una auténtica justicia social. Si sólo profesamos nuestra fe en los templos y después vivimos como ateos no tenemos derecho a volver a Dios para escucharlo sólo por costumbre y para volver, malamente, a vivir hipócritamente un fe que, aparentemente decimos tener en los templos y en la vida privada, pero que nos da miedo hacerla patente en los diversos ambientes en que se desarrolla nuestra vida. Los cristianos somos los responsables de que el mundo sea cada vez más justo, más recto, más fraterno. ¿Seremos capaces de permitirle al Espíritu de Dios que realice su obra de salvación en el mundo por medio nuestro?
Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de vivir como un signo vivo, creíble y valiente del Reino de Dios entre nosotros. Amén (www.homiliacatolica.com).
Salmo responsorial 131, 1-2. 3-5. 11. 12. 13-14. R. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre.
Señor, tenle en cuenta a David todos sus afanes: cómo juró al Señor e hizo voto al Fuerte de Jacob.
«No entraré bajo el techo de mi casa, no subiré al lecho de mi descanso, no daré sueño a mis ojos, ni reposo a mis párpados, hasta que encuentre un lugar para el Señor, una morada para el Fuerte de Jacob.»
El Señor ha jurado a David una promesa que no retractara: «A uno de tu linaje pondré sobre tu trono.»
«Si tus hijos guardan mi alianza y los mandatos que les enseño, también sus hijos, por siempre, se sentarán sobre tu trono.»
Porque el Señor ha elegido a Sión, ha deseado vivir en ella: «Ésta es mi mansión por siempre, aquí viviré, porque la deseo.»
Evangelio Marcos 4,21-25: En aquel tiempo, Jesús decía a la gente: «¿Acaso se trae la lámpara para ponerla debajo del celemín o debajo del lecho? ¿No es para ponerla sobre el candelero? Pues nada hay oculto si no es para que sea manifestado; nada ha sucedido en secreto, sino para que venga a ser descubierto. Quien tenga oídos para oír, que oiga».
Les decía también: «Atended a lo que escucháis. Con la medida con que midáis, se os medirá y aun con creces. Porque al que tiene se le dará, y al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará».
Comentario: 1. 2Sam 7,18-19.24-29. Si ayer leíamos las palabras del profeta anunciando la fidelidad de Dios para con David y su descendencia, hoy escuchamos una hermosa oración de David, llena de humildad y confianza. David muestra aquí su profundo sentido religioso, dando gracias a Dios, reconociendo su iniciativa y pidiéndole que le siga bendiciendo a él y a su familia. Lo que quiere el rey es que todos hablen bien de Dios, que reconozcan la grandeza y la fidelidad de Dios: «que tu nombre sea siempre famoso y que la casa de David permanezca en tu presencia».
Ojalá tuviéramos nosotros siempre estos sentimientos, reconociendo la actuación salvadora de Dios: «¿quién soy yo, mi Señor, para que me hayas hecho llegar hasta aquí?», «tú eres el Dios verdadero, tus palabras son de fiar», «dígnate bendecir a la casa de tu siervo, para que esté siempre en tu presencia». ¿Son nuestros los éxitos que podamos tener? ¿son mérito nuestro los talentos que hemos recibido? Como David, deberíamos dar gracias a Dios porque todo nos lo da gratis. Y sentir la preocupación de que su nombre sea conocido en todo el mundo. Que la gloria sea de Dios y no nuestra.
-Cuando David se enteró por Nathán de las promesas divinas, fue a presentarse "ante el Señor" y le dijo... De nuevo el tema "ante el Señor". David es un hombre de Fe. Se mantiene "delante de Dios". El profeta acaba de cumplir su promesa; rechazo del Templo, anuncio de un descendiente «que será un Hijo para Dios». Inmediatamente David estalla de alegría, y de su corazón, brota una oración de acción de gracias -eucaristía = dar gracias. Ayúdanos, Señor, a nosotros también, a saber interpretar los acontecimientos... ayúdanos a orar partiendo de las alegrías que nos llegan... Te alabo, Señor, por... (evocar las alegrías del día de hoy).
-¿Quién soy yo, Señor, y qué es mi "casa", para que me hayas hecho llegar hasta aquí? Humildad. David repite, en el fondo, la Palabra que Dios le había dirigido. Le ha recordado la pobreza de su origen de pastorcillo. David, a su vez, incorpora a la oración esa Palabra de Dios.
-Ahora, Señor, guarda siempre la promesa que has hecho a tu servidor y a su casa, y obra tal como has dicho. Repetir la Palabra de Dios. Pero en sumisión profunda a la voluntad divina. Ciertamente, en esto, David podía equivocarse gravemente si imaginaba que su dinastía conservaría, humanamente, siempre el poder, y que las herencias y las transmisiones de poder se llevarían a cabo sin problemas. De hecho, la promesa de Dios no se cumplió materialmente: tres hijos de David. Ammón, Absalón y Adonías, morirán por la espada. desgarrándose los unos a los otros. Y a partir de la segunda generación, con los hijos de Salomón la dinastía davídica se dividirá en dos reinos rivales antes de desaparecer. A través de las promesas humanas era pues preciso entender una promesa divina: el verdadero descendiente de David no es Salomón, sino Jesús... ¡Pero después de cuántos fracasos humanos! y de una realeza sin gloria humana.
-Luego, ¿tú eres rey? dijo Pilato.-Tú lo dices soy rey... Pero mi reino no es de este mundo... (Jn 18,36-37). Dios trastorna nuestras concepciones demasiado estrechas. Su reino no es como cabría esperarlo. Hay que contemplar en silencio, y dejarse llevar: "Hágase tu voluntad, venga a nosotros tu Reino".Creo, Señor, que tu Reino está «ya aquí», que tu reino está cerca. Confío en Ti, Señor, a pesar de todas las apariencias contrarias.
-Señor mío, Tú eres Dios, tus palabras son verdad... La oración debería terminar siempre con esa confesión. El rey David reconoce la soberanía de Dios. No busca imponer a Dios «sus» propias voluntades. Después de haber expuesto «sus» deseos, se somete a lo contrario.
-Vuestro Padre sabe de qué tenéis necesidad (Mt 6,8) Así hablaba Jesús... siguiendo a David, su antepasado. Nos es conveniente haber meditado, hoy, sobre la «oración de David» y haber admirado su alma, porque mañana meditaremos sobre el pecado de David: el justo que llegará a ser criminal (Noel Quesson).
Ciertamente Dios no procede como proceden los hombres. A pesar de las miserias de David, puesto que supo humillarse y pedir perdón, Dios no le retiró su favor; más aún lo bendijo extendiendo sus promesas a sus descendientes. Dios nos conoce hasta lo más profundo de nuestro corazón. Ante Él están patentes nuestras obras y hasta los más recónditos de nuestros pensamientos. Él sabe que somos frágiles; por eso, cuando nos ve caídos espera nuestro retorno como un Padre amoroso, siempre dispuesto a perdonarnos. Pero esto no puede llevarnos a convertirnos en unos malvados pensando que finalmente Dios nos perdonará, sino a vivir vigilantes para no alejarnos de Dios. Manifestemos continuamente nuestro amor a Dios pidiéndole que nos fortalezca para permanecer fieles a su voluntad. Cuando Dios nos contemple siempre dispuestos a escuchar su Palabra y a ponerla en práctica, derramará su bendición sobre nosotros, nos llenará de su Espíritu y nos contemplará como a sus hijos amados, a quienes bendecirá con la más grande de las gracias que pidiéramos esperar: participar de su vida eternamente unidos a su Hijo que, para conducirnos a la vida eterna, dio su vida por nosotros. ¿Cómo no vivir agradecidos con Dios cuando conociendo nuestra vida Él nos ha amado y nos ha llamado para que seamos sus hijos? ¿Quiénes somos nosotros ante Dios? ¿Qué significamos para Él? Si Él nos amó primero, sea bendito por siempre.
2. Sal 131. Si Dios bendice a Sión por amor a David su siervo, Dios nos bendice a nosotros por amor a Jesús, su Hijo, en quien Dios cumplió las promesas hechas a David. Trabajemos constantemente conforme a los bienes que de Dios hemos recibido. Que nuestra apertura a la vida de la gracia y a dejarnos guiar por el Espíritu Santo nos ayude a llegar a ser una digna morada de Dios. Esa morada que no es construida con manos humanas, ni con materiales de este mundo, pues es Dios mismo quien la construye mediante su Amor que derrama en nuestros corazones. Cuando en verdad el amor sea lo único que rija nuestra existencia, entonces Dios podrá reinar en nuestra propia vida y seremos descendencia, linaje de Dios; entonces sabremos que en verdad estamos llamados a permanecer eternamente ante Dios, pues Dios, que nos amó primero, concede la salvación a quienes le aman y le viven fieles.
3.- Mc 4,21-25. Otras dos parábolas o comparaciones de Jesús nos ayudan a entender cómo es el Reino que él quiere instaurar. La del candil, que está pensado para que ilumine, no para que quede escondido. Es él, Cristo Jesús, y su Reino, lo primero que no quedará oculto, sino aparecerá como manifestación de Dios. El que dijo «yo soy la Luz».
La de la medida: la misma medida que utilicemos será usada para nosotros y con creces. Los que acojan en si mismos la semilla de la Palabra se verán llenos, generosamente llenos, de los dones de Dios. Sobre todo al final de los tiempos experimentarán cómo Dios recompensa con el ciento por uno lo que hayan hecho.
Esto tiene también aplicación a lo que se espera de nosotros, los seguidores de Cristo. Si él es la Luz y su Reino debe aparecer en el candelero para que todos puedan verlo, también a nosotros nos dijo: «vosotros sois la luz del mundo» y quiso que ilumináramos a los demás, comunicándoles su luz. Creer en Cristo es aceptar en nosotros su luz y a la vez comunicar con nuestras palabras y nuestras obras esa misma luz a una humanidad que anda siempre a oscuras. Pero ¿somos en verdad luz? ¿iluminamos, comunicamos fe y esperanza a los que nos están cerca? ¿somos signos y sacramentos del Reino en nuestra familia o comunidad o sociedad? ¿o somos opacos, «malos conductores» de la luz y de la alegría de Cristo?
En la celebración del Bautismo, y luego en su anual renovación en la Vigilia Pascual, la vela de cada uno, encendida del Cirio Pascual, es un hermoso símbolo de la luz que es Cristo, que se nos comunica a nosotros y que se espera que luego se difunda a través nuestro a los demás. No podemos esconderla. Tenemos que dar la cara y testimoniar nuestra fe en Cristo (J. Aldazábal).
* Nadie enciende un candil y lo tapa con una vasija o lo mete debajo de la cama; lo pone en el candelero para los que entren tengan luz (dice también Lucas 8, 16-18). Quien sigue a Cristo –quien enciende un candil- no sólo ha de trabajar por su propia santificación, sino también por la de los demás. Vosotros sois la luz del mundo (Mateo 5, 14) dice en otra ocasión el Señor a sus discípulos. “Jesús nos explica el secreto del Reino. Incluso utiliza una cierta ironía para mostrarnos que la “energía” interna que tiene la Palabra de Dios —la propia de Él—, la fuerza expansiva que debe extenderse por todo el mundo, es como una luz, y que esta luz no puede ponerse «debajo del celemín o debajo del lecho» (Mc 4,21). ¿Qué pretendería decir Jesús con estas palabras? ¿No es el Señor esa luz a la que hace referencia? ¿Por qué ahora nos lo dice a nosotros?
Si, esos hemos de ser los “hijos de Dios. -Portadores de la única llama capaz de iluminar los caminos terrenos de las almas, del único fulgor, en el que nunca podrán darse oscuridades, penumbras ni sombras. / -El Señor se sirve de nosotros como antorchas, para que esa luz ilumine... De nosotros depende que muchos no permanezcan en tinieblas, sino que anden por senderos que llevan hasta la vida eterna” (S. Josemaría Escrivá). Y “¿acaso podemos imaginarnos la estupidez humana que sería colocar la vela encendida debajo de la cama? ¡Cristianos con la luz apagada o con la luz encendida con la prohibición de iluminar! Esto sucede cuando no ponemos al servicio de la fe la plenitud de nuestros conocimientos y de nuestro amor. ¡Cuán antinatural resulta el repliegue egoísta sobre nosotros mismos, reduciendo nuestra vida al marco de nuestros intereses personales! ¡Vivir bajo la cama! Ridícula y trágicamente inmóviles: “autistas” del espíritu.
El Evangelio —todo lo contrario— es un santo arrebato de Amor apasionado que quiere comunicarse, que necesita “decirse”, que lleva en sí una exigencia de crecimiento personal, de madurez interior, y de servicio a los otros. «Si dices: ¡Basta!, estás muerto», dice san Agustín. Y san Josemaría: «Señor: que tenga peso y medida en todo..., menos en el Amor».
«‘Quien tenga oídos para oír, que oiga’. Les decía también: ‘Atended a lo que escucháis’» (Mc 4,23-24). Pero, ¿qué quiere decir escuchar?; ¿qué hemos de escuchar? Es la gran pregunta que nos hemos de hacer. Es el acto de sinceridad hacia Dios que nos exige saber realmente qué queremos hacer. Y para saberlo hay que escuchar: es necesario estar atento a las insinuaciones de Dios. Hay que introducirse en el diálogo con Él. Y la conversación pone fin a las “matemáticas de la medida”: «Con la medida con que midáis, se os medirá y aun con creces. Porque al que tiene se le dará, y al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará» (Mc 4,24-25). Los intereses acumulados de Dios nuestro Señor son imprevisibles y extraordinarios. Ésta es una manera de excitar nuestra generosidad” (Àngel Caldas).
** Celebrábamos estos días la luz que Jesús ha traído al mundo, en la fiesta de la Presentación de Jesús al Templo (2 de febrero); esta “luz para las naciones”, es decir para todos los hombres, es la de Jesús, de la que participamos nosotros. Sin esta luz de Cristo, el mundo está a oscuras, se vuelve difícil y poco habitable. Hemos de llevar esta luz, ser portadores de la luz de la filiación divina, para iluminar el ambiente en el que vivimos. "El trabajo profesional -sea el que sea- se convierte en un candelero que ilumina a vuestros colegas y amigos (…) la santificación del trabajo ordinario constituye como el quicio de la verdadera espiritualidad para los que -inmersos en las realidades temporales- estamos decididos a tratar a Dios" (San Josemaría), a ejemplo de Jesús queremos iluminar con esa labor bien hecha: desde el comienzo de su vida pública conocen al Señor como el artesano, el Hijo de María (Marcos 6, 3). Y a la hora de los milagros la multitud exclama: ¡Todo lo hizo bien! Lo grande y lo pequeño. Luz para los demás es tener prestigio profesional, y para ello es necesario cuidar la formación continua de la propia actividad u oficio, y sin apenas darse cuenta el cristiano estará mostrando cómo la doctrina de Cristo se hace realidad en medio del mundo, en una vida corriente. Todos tienen derecho a nuestro buen ejemplo.
En nuestra actuación, lo que más se valora es el buen carácter, ese cúmulo de virtudes humanas. La doctrina de Cristo se ha difundido a impulsos de la gracia y no a fuerza de medios humanos. Pero la acción apostólica edificada sobre una vida sin virtudes humanas, sin valía profesional, sería hipocresía y ocasión de desprecio por parte de los que queremos acercar al Señor. San Pablo escribe a los primeros cristianos de Filipo y les exhorta a vivir como luceros en medio del mundo.
Para llevar la luz de Cristo también hemos de practicar las normas de la convivencia, que deben ser fruto de la caridad y no solamente por costumbre o conveniencia. Todo esto es parte de la luz divina que hemos de llevar a los demás con nuestra vida (cf. "Hablar con Dios" de Francisco Fernández). Todas estas virtudes naturales constituyen en el hombre el terreno bien dispuesto para que, con la ayuda de la gracia, arraiguen y crezcan las sobrenaturales, porque el comportamiento humano recto, las disposiciones nobles y honradas, son el punto de apoyo y el cimiento del edificio sobrenatural. Aunque la gracia puede transformar por sí misma a las personas, lo normal es que requiera las virtudes humanas; la virtud cardinal de la fortaleza no puede arraigar en alguien que no se vence en pequeños hábitos de comodidad o de pereza, que siempre está preocupado del calor y del frío. Que se deja llevar por los estados de ánimo siempre cambiantes y que siempre está pendiente de sí mismo y de su comodidad. El Señor nos quiere con una personalidad bien definida, resultado del aprecio que tenemos por todo lo que Él nos ha dado y del empeño que ponemos para cultivar estos dones personales.
Si contemplamos al Señor, podemos ver en Él la plenitud de todo lo humano noble y recto: esa es la luz que irradia mediante el ejemplo. En Jesús tenemos el ideal humano y divino al que nos debemos parecer. Él quiere que practiquemos todas las virtudes naturales: el optimismo, la generosidad el orden la reciedumbre, la alegría, la cordialidad, la sinceridad, la veracidad; que seamos sencillos, leales, diligentes, comprensivos, equilibrados. Recordemos que el Señor extrañó las muestras de cortesía y de urbanidad, y echó de menos la gratitud de los leprosos a los que había curado.
El cristiano en medio del mundo es como una ciudad construida en lo alto de un monte, como la luz sobre el candelero. Y lo humano es lo primero que se ve y es lo que primero atrae. Por eso, las virtudes propias de la persona, se convierten en instrumento de la gracia para acercar a otros a Dios: el prestigio profesional, la amistad, la sencillez, la cordialidad ..., pueden disponer a las almas a oír con atención el mensaje de Cristo. Muchos apreciarán la vida sobrenatural cuando la vean hecha realidad en una conducta plenamente humana.
Pensemos también en la luz que han dado las madres cristianas, que han enseñado en la intimidad a sus hijos con palabras expresivas, pero sobre todo con la “luz” de su buen ejemplo. También han sembrado con la típica cordura popular y evangélica, comprimida en muchos refranes, llenos de sabiduría y de fe a la vez. Uno de ellos es éste: «Iluminar y no difuminar».
Este es el sentido de la moral cristiana. Nuestro examen de conciencia al final del día puede compararse al tendero que repasa la caja para ver el fruto de su trabajo. No empieza preguntando: —¿Cuánto he perdido? Sino que más bien: —¿Qué he ganado? Es decir, ¿qué luces he dado a los demás? Esto es lo que da una vida llena. —Quiero proporcionar más luz y disminuir el humo del fuego de mi amor.
“La Iglesia —y, como una parte viva de la Iglesia, la Obra— está llamada a reflejar la luz que recibe constantemente de Cristo y a difundirla sobre el mundo. Jesucristo lo enseñó a todos los cristianos: vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en lo alto de un monte; ni se enciende una luz para ponerla debajo de un celemín, sino sobre un candelero para que alumbre a todos los de la casa. Alumbre así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre, que está en los cielos (Mt 5, 14-16)” (Javier Echevarría).
«Al escuchar estas palabras de Jesús —comenta Benedicto XVI—, nosotros, los miembros de la Iglesia, no podemos por menos de notar toda la insuficiencia de nuestra condición humana, marcada por el pecado. La Iglesia es santa, pero está formada por hombres y mujeres con sus límites y sus errores. Es Cristo, sólo Él, quien donándonos el Espíritu Santo puede transformar nuestra miseria y renovarnos constantemente. Él es la luz de las naciones, lumen gentium, que quiso iluminar el mundo mediante su Iglesia (cfr. Const. dogm. Lumen gentium, n. 1). / ¿Cómo sucederá eso?, nos preguntamos también nosotros con las palabras que la Virgen dirigió al arcángel Gabriel. Precisamente Ella, la Madre de Cristo y de la Iglesia, nos da la respuesta: con su ejemplo de total disponibilidad a la voluntad de Dios —fiat mihi secundum verbum tuum (Lc 1, 38)—. Ella nos enseña a ser "epifanía" del Señor con la apertura del corazón a la fuerza de la gracia y con la adhesión fiel a la palabra de su Hijo, luz del mundo y meta final de la historia».
La unión con Cristo en la Cruz es imprescindible para ejecutar fielmente y con optimismo este programa apostólico. No se puede seguir a Jesús sin negarse a sí mismo (cfr. Lc 9, 23), sin cultivar el espíritu de mortificación, sin la componente habitual de obras concretas de penitencia. Lo señalaba el Santo Padre, meses atrás, al anunciar la celebración de un año dedicado a San Pablo en el bimilenario de su nacimiento. Puntualizaba que los frutos del Apóstol de los gentiles «no se deben atribuir a una brillante retórica o a refinadas estrategias apologéticas y misioneras. El éxito de su apostolado depende, sobre todo, de su compromiso personal al anunciar el Evangelio con total entrega a Cristo; entrega que no temía peligros, dificultades ni persecuciones: "Ni la muerte ni la vida —escribió a los Romanos—, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni las potestades ni la altura ni la profundidad, ni otra criatura alguna, podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro" (Rm 8, 38-39). / De aquí podemos sacar una lección muy importante para todos los cristianos. La acción de la Iglesia sólo es creíble y eficaz en la medida en que quienes forman parte de ella están dispuestos a pagar personalmente su fidelidad a Cristo, en cualquier circunstancia. Donde falta esta disponibilidad, falta el argumento decisivo de la verdad, del que la Iglesia misma depende». Y al contemplar la oscuridad del mundo, la necesidad de esta luz, decía también: «¡cuántos, también en nuestro tiempo, buscan a Dios, buscan a Jesús y a su Iglesia, buscan la misericordia divina, y esperan un "signo" que toque su mente y su corazón! Hoy, como entonces, el evangelista nos recuerda que el único "signo" es Jesús elevado en la cruz: Jesús muerto y resucitado es el signo absolutamente suficiente. En Él podemos comprender la verdad de la vida y obtener la salvación. Éste es el anuncio central de la Iglesia, que no cambia a lo largo de los siglos. Por tanto, la fe cristiana no es ideología, sino encuentro personal con Cristo crucificado y resucitado. De esta experiencia, que es individual y comunitaria, surge un nuevo modo de pensar y de actuar: como testimonian los santos, nace una existencia marcada por el amor».
*** Por último, llevar la luz de Jesús es también participar de sus sentimientos, de su comprensión y misericordia, de ese pensar primero en los demás, olvidarnos de nosotros mismos, perdonar: “Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso. No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados. Perdonad y seréis perdonados; dad y se os dará; echarán en vuestro regazo una buena medida, apretada, colmada, rebosante: porque con la misma medida con que midáis se os medirá”. Del modo que midamos se nos medirá. El Señor nos quiere con locura pero sólo pueda albergar su amor el que ensancha su corazón para acogerlo. ¿Cómo podemos hacer esto? Con el amor a los demás. Le pedimos a nuestra Madre del Cielo ser también misericordiosos: María, Estrella de la mañana, Virgen del amanecer que precede a la Luz del Sol-Jesús, nos guía y da la mano; acudimos a tu omnipotencia suplicante para obtener esa misericordia divina, con ella tendremos esta luz para darla a los demás y con ello ensanchar nuestro corazón para participar plenamente de esta Luz divina. «¡Oh Virgen dichosa! Es imposible que se pierda aquel en quien tú has puesto tu mirada» (San Anselmo).
Después de la parábola del sembrador, y su explicación al grupito de los íntimos, escucharemos otras parábolas. Ahora sabemos muy bien que no se trata de historietas infantiles sino que por el contrario, son "palabras misteriosas" que solo se dejan penetrar por los que tienen un corazón verdaderamente disponible. Señor, abre nuestros corazones a tu misterio.
-¿Acaso se trae la lámpara para ponerla debajo de un celemín o bajo la cama? ¿No es para ponerla sobre un candelero? Jesús, observador de lo real. Ha visto, mil veces a su madre en la casa encendiendo la lámpara al anochecer, para colocarla, no bajo la cama, donde resultaría inútil, sino en el centro de la sala, sobre un candelero a fin de que ilumine lo más posible. A través de este simple gesto familiar, ya bello humanamente, Jesús ha visto un "símbolo". Cada realidad material evoca para El lo invisible. La Palabra de Dios no está hecha para ser guardada "para sí; no se la recibe verdaderamente si no se está decidido a comunicarla. Y he aquí todavía un sumergirse en la profundidad de la persona de Jesús: a través de esta rápida imagen se sugiere toda una orientación del pensamiento... Replegarse en sí mismo es impensable para Jesús. El egoísmo, incluso el por así decirlo espiritual, que consistiría en "cuidar de la propia almita", es condenado formalmente: toda vida cristiana que se repliega en sí misma en lugar de irradiar no es la querida por Jesús. ¡Señor, ten piedad de nosotros!
-Porque nada hay oculto sino para ser descubierto, y no hay nada escondido sino para que venga a la luz. Hay que dejarse captar por el Dios "escondido", descubrir su "secreto" ... y luego hacerse servidor de ese Dios, trabajando para que "se le descubra". ¡Ah no! Jesús no se ha propuesto ser de antemano oscuro. Las explicaciones de la parábola del sembrador podrían dejarlo entender cuando decía: "¡mirando, miran y no ven!" Jesús sin embargo parece decirnos: no tengo que tomarme por un hombre absurdo, como el que enciende la lámpara para ponerla bajo el celemín. ¡No! dice: vengo a comunicaros el amor que Dios siente por los hombres, y lo digo en vuestra lengua, y no en "no sé qué lengua incomprensible". Se trata ciertamente de un gran secreto, pero de un secreto para ser desvelado a plena luz. Y vosotros, no guardéis tampoco para vosotros mismos vuestros descubrimientos, ¡compartidlos! ¡Es una exigencia esencial hablar la lengua de los demás, y ser lo más claro posible para hablar de lo Indecible!
-Prestad atención a lo que oís: Con la medida con que midiereis se os medirá y se os dará por añadidura. Pues al que tiene se le dará, y al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado. Jesús, ha observado también en eso a los comerciantes de su tiempo cuando están midiendo el trigo, o la sal, con un celemín o un recipiente: se tasa más o menos... se llena hasta el borde o se procura dejar un pequeño margen a fin de mejorar la economía. Y Jesús nos revela su temperamento: "lanzaos plenamente, tasad, colmad". Y aplica este símbolo al hecho de escuchar la Palabra de Dios. No olvidemos que estamos al principio del evangelio. Jesús desea que sus oyentes se llenen de esta Palabra, sin perder nada de ella. ¿Qué avidez siento? ¿Soy de los que enseguida dicen: "basta"... o de los que dicen: "¡más!"... La medida de amar, es amar sin medida... (Noel Quesson).
El Hijo de Dios hecho hombre es la luz que el Padre Dios encendió para que iluminara nuestras tinieblas. Y esa Luz Divina ha brillado entre nosotros mediante sus buenas obras. Por medio del anuncio del Evangelio, por medio del perdón de nuestros pecados, por medio de los milagros, de las curaciones, de la expulsión del Demonio, pero sobre todo por medio de su Misterio Pascual, Dios ha venido como una luz ante la cual no puede resistir el dominio del mal, ni la oscuridad del pecado, ni el dominio de los injustos. La luz que brilla es porque en verdad disipa las tinieblas; una luz que no alumbra, sino que se oculta debajo de las cobardías será cómplice de las maldades que han dominado muchos corazones. Dios nos quiere como luz; como luz brillante, como luz fuerte que no se apaga ante las amenazas, ni ante los vientos contrarios, ni ante la entrega de la propia vida por creer en Cristo y, desde Él, amar al prójimo. Dios nos llama para que colaboremos en la disipación de todo aquello que ha oscurecido el camino de los hombres; vivamos fieles a la vocación que de Dios hemos recibido. Si lo damos todo con tal de hacer llegar la vida, el amor, la paz y la misericordia de Dios a los demás, esa misma medida la utilizará Dios cuando, al final de nuestra existencia en este mundo, nos llame para que estemos con Él eternamente.
¿Y cuál es la medida de amor que Dios ha usado para nosotros? Contemplemos a Cristo muerto y resucitado por nosotros. En Él conocemos el amor que Dios nos ha tenido. Al reunirnos para celebrar el Memorial de su Pascua Cristo nos ilumina intensamente con su Palabra y convierte a su Iglesia en luz para todas las naciones; y para que siempre brillemos con la Luz que nos viene de Él, nos alimenta constantemente con su Cuerpo entregado por nosotros y con su Sangre derramada para el perdón de nuestros pecados para que nos seamos una luz débil ni opacada por nuestros pecados. Siendo portadores de Cristo debemos ser un signo claro de su amor para todos los hombres. Por eso, al celebrar la Eucaristía, hacemos nuestro el compromiso de dejar que el Señor nos convierta en un signo claro, nítido, brillante de su amor en el mundo.
Quienes participamos de la Eucaristía no podemos pasarnos la vida como destructores de nuestro prójimo. No podemos vivir una fe intimista, de santidad personalista. Dios nos ha llenado de su propia vida haciéndonos hijos suyos para que nos manifestemos sin cobardías, sino con la fuerza y valentía que nos vienen del mismo Dios. Por eso, quienes formamos la Iglesia debemos ser los primeros en luchar por la paz; los que estemos dispuestos a dar voz a los desvalidos y que son injustamente tratados; los primeros en trabajar por una auténtica justicia social. Si sólo profesamos nuestra fe en los templos y después vivimos como ateos no tenemos derecho a volver a Dios para escucharlo sólo por costumbre y para volver, malamente, a vivir hipócritamente un fe que, aparentemente decimos tener en los templos y en la vida privada, pero que nos da miedo hacerla patente en los diversos ambientes en que se desarrolla nuestra vida. Los cristianos somos los responsables de que el mundo sea cada vez más justo, más recto, más fraterno. ¿Seremos capaces de permitirle al Espíritu de Dios que realice su obra de salvación en el mundo por medio nuestro?
Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de vivir como un signo vivo, creíble y valiente del Reino de Dios entre nosotros. Amén (www.homiliacatolica.com).
miércoles, 25 de enero de 2012
Santoral, 25 de Enero: La Conversión de san Pablo, apóstol nos ayuda a considerar tres puntos: la unidad de los cristianos, la evangelización, nuestra
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 22, 3-16. En aquellos días, dijo Pablo al pueblo: -«Yo soy judío, nací en Tarso de Cilicia, pero me crié en esta ciudad; fui alumno de Gamaliel y aprendí hasta el último detalle de la ley de nuestros padres; he servido a Dios con tanto fervor como vosotros mostráis ahora. Yo perseguí a muerte este nuevo camino, metiendo en la cárcel, encadenados, a hombres y mujeres; y son testigos de esto el mismo sumo sacerdote y todos los ancianos. Ellos me dieron cartas para los hermanos de Damasco, y fui allí para traerme presos a Jerusalén a los que encontrase, para que los castigaran. Pero en el viaje, cerca ya de Damasco, hacia mediodía, de repente una gran luz del cielo me envolvió con su resplandor, caí por tierra y oí una voz que me decía: "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?" Yo pregunté: "¿Quién eres, Señor?" Me respondió: "Yo soy Jesús Nazareno, a quien tú persigues." Mis compañeros vieron el resplandor, pero no comprendieron lo que decía la voz. Yo pregunté: "¿Qué debo hacer, Señor?" El Señor me respondió: 'Levántate, sigue hasta Damasco, y allí te dirán lo que tienes que hacer. " Como yo no veía, cegado por el resplandor de aquella luz, mis compañeros me llevaron de la mano a Damasco. Un cierto Ananlas, devoto de la Ley, recomendado por todos los judíos de la ciudad, vino a verme, se puso a mi lado y me dijo: "Saulo, hermano, recobra la vista." Inmediatamente recobré la vista y lo vi. Él me dijo: "El Dios de nuestros padres te ha elegido para que conozcas su voluntad, para que vieras al Justo y oyeras su voz, porque vas a ser su testigo ante todos los hombres, de lo que has visto y oído. Ahora, no pierdas tiempo; levántate, recibe el bautismo que, por la invocación de su nombre, lavará tus pecados."»
Salmo responsorial Sal 116,1.2. R. Id al mundo entero y proclamad el Evangelio.
Alabad al Señor, todas las naciones, aclamadlo, todos los pueblos.
Firme es su misericordia con nosotros, su fidelidad dura por siempre.
Texto del Evangelio (Mc 16,15-18): En aquel tiempo, Jesús se apareció a los once y les dijo: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará. Éstas son las señales que acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien».
Comentario: 1. Hech. 22, 3-16. Una conversión única celebra la Iglesia. Es la conversión de san Pablo. Este acontecimiento suscitó un estremecimiento tal en aquellas primitivas comunidades que no pudieron menos de recordarlo y celebrarlo. Celebraran en última instancia a Dios nuestro Padre que seguía ahora como en los tiempos antiguos haciendo maravillas.
Cómo sería de sorprendente este acontecimiento que lo narran tres veces los Hechos de los Apóstoles y san Pablo mismo hace alusión varias veces al mismo en sus epístolas. ¿Qué había ocurrido?
Que Dios, por medio de Jesucristo, había irrumpido de una manera clamorosa en la vida de san Pablo, yendo éste hacia Damasco, y aquello cambió completamente su vida. La ley, el templo, los sacrificios, el ayuno, el sábado, en suma, todas las instituciones judías, que para Pablo habían sido sumamente importantes, desde este momento pierden relieve. Sólo Dios es absoluto. Sólo Dios Padre manifestado en Cristo Jesús es una realidad a adorar. Después de todo se había manifestado a los hombres, a través de Cristo Jesús, para comunicarles que les quería entrañablemente, y que viviendo en su compañía los humanos, todos, podían vivir más serenamente, aguantar las dificultades más apaciblemente, entregarse a los demás más generosamente, llevar la vida más esperanzadamente, y un día llegar a la patria gloriosamente. Y todo esto conmovidamente se lo dice a los judíos y a los gentiles, predica, escribe, consolida iglesias viejas y funda otras nuevas, se detiene en las comunidades y viaja, comunica este mensaje a la gente sencilla y a los sabios, sufre mil persecuciones y al final es decapitado por Cristo.
San Pablo significa hoy algo para nuestras vidas. Llevó la vida intensamente. Luchó incansablemente por una causa. Para él Cristo era lo más importante. Si nosotros nos pareciéramos a él un poco al menos... de verdad (Patricio García Barriuso: cmfcscolmenar@ctv.es).
Misión de tiempo completo: Festividad de S. Pablo. Finaliza oficialmente la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. Tardamos los humanos en darnos cuenta de que el camino real hacia la plenitud de la unidad pasa por el entendimiento, la convivencia pacífica, la concordia y la conversión de los corazones. Nos sobran dentro de la iglesia fronteras, separatismos, divisiones, reglamentaciones y nos faltan audacias, providencias, carismas, hechos, “vida en abundancia” ¿Acaso puede un padre desoír el grito de sus hijos? Dios nos escucha.
Hoy nos fijamos en Pablo. A lo primero que el Señor llevó a Saulo fue a un desprendimiento radical de lo que antes valoraba como muy importante (Flp 3,7-8) Le condujo a una percepción absolutamente nueva de las cosas y de la realidad, a una iluminación. Ya todo le parece distinto. Todo carece de significado cuando se ha encontrado la perla, el tesoro escondido. Lo que ocurrió a Pablo, fue una revelación del ser de Jesús, que le hizo cambiar de juicio y de actitud sobre lo que él era y hacía: le volvió del revés.
Miremos nuestra vida. La conversión llama a tu puerta ¿quieres abrir? ¿Tienes interés o desinterés por la unidad? ¿Cómo lo manifiestas? Pablo puso toda su vida en manos de Dios ¿Lo haces también tú? (Salvador León).
El anuncio gozoso de la Vida Nueva surgida de la Pascua es la finalidad de la existencia del seguidor y discípulo de Jesús. No existe ningún límite espacial para dicho anuncio al que está ligado la suerte de la humanidad y de toda la creación.
Este horizonte exige que dejemos de lado nuestras preocupaciones particularistas que impiden la realización de dicho anuncio. La suerte de la humanidad y del universo amenazado por la destrucción producida por los egoísmos humanos (hambre, guerra, explotación irracional de la naturaleza, etc.) está ligada a la actuación de los seguidores de Jesús que deben tomar conciencia de la magnitud de su tarea.
Sin embargo, esta lucidez de la comprensión de los problemas que afectan al "mundo" y a la "creación" no debe en ellos convertirse en angustia paralizante que impida llevar a cabo esta misión. La presencia confortante del Resucitado junto a ellos es garantía de la posibilidad de realización de esta misión de la que depende; junto al destino del enviado, el destino de "todo el mundo" y el de "toda la creación".
Esta presencia de Jesús es fuente de coraje frente a los obstáculos humanos y sobrehumanos que puedan surgir en el ánimo del enviado. Ni la resistencia de fuerzas que trascienden la realidad humana ("espíritus malos") ni las amenazas que ponen en peligro la propia integridad física ("serpientes", "veneno") o la de los demás ("enfermos") pueden superar la fuerza y el poder que desde de la Resurrección la Jesús tiende a expandirse sobre toda la realidad (Juan Mateos).
Este proceso de conversión de Pablo se describe en el libro de los Hechos a partir del capítulo 9. Pablo, nacido en Tarso de Cilicia, educado en el rigor de la ley, tardaría tiempo en convencerse de que Dios no hace acepción de personas y acepta a todos por igual. Su actitud de anunciar el evangelio a los judíos en primer lugar, para convertirlos al Evangelio del nazareno, y de aducir su condición de ciudadano romano, apelar al César para no ser juzgado, son señales evidentes del trabajo que le costó a él, que había sido fariseo y estaba convencido del privilegio de Israel, aceptar que, como Jesús, debía acoger a todos por igual y no utilizar privilegio alguno en defensa propia. Solamente cuando llega a Roma y se convence de que «la salvación de Dios se ha destinado también a los paganos», se puede decir que está ya plenamente convertido al mensaje de Jesús.
Mientras no se acepta que Dios es Dios de judíos paganos, que Dios es padre de todos, que no ha preferidos y postergados, sino que todos somos iguales, no se está capacitado para «echar demonios, hablar lenguas nuevas, coger serpientes en la mano sanar a los enfermos», o lo que es igual, para liberar los seres humanos del mal que los aflige, y preservarse a uno mismo de ese mismo mal que nos amenaza. No sólo un pueblo es de Dios: todos los pueblos son de Dios. Él se ha comunicado con todos.
Las Iglesias cristianas concluyen hoy el octavario de oración por la Unidad de las Iglesias. A todos nos tiene que doler, como una vergüenza de familia, la división de los que creemos en Aquel que dijo suspi rando: «¡Que sean uno!». Y esta unión de los cristia nos debemos proyectarla hoy día más allá: la unión religiosa de toda la Humanidad, de todas las religiones: «¡Que siendo distintas, estén unidas!» (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica).
Cristo siempre sale a nuestro encuentro; y lo hace no sólo para salvarnos, sino para convertirnos en testigos suyos. Efectivamente nuestra fe en Él no puede ser guardada cobardemente en nuestro interior. El Señor nos quiere como testigos suyos en el mundo, hasta el último rincón de la tierra, para que proclamemos a todos lo misericordioso que ha sido el Señor para con nosotros, y les ayudemos a encontrarse con Él. Muchas veces tal vez hemos quedado deslumbrados y enceguecidos por las cosas mundanas; sin embargo sólo el Señor puede devolverle el auténtico sentido a nuestra existencia. No podemos conformarnos con el conocimiento que tengamos del Señor por nuestros estudios, pues la ciencia hincha y podríamos anunciar al Señor más con el orgullo de nuestros conocimientos y buscando nuestra propia gloria, que con la sencillez de quien ha vivido y caminado en la presencia del Señor y le anuncia como el único camino de salvación, con la humildad de quien sólo busca glorificarlo para que todos encuentren en Él la salvación, con la cual todos hemos sido beneficiados.
2. Sal 117 (116). Alabemos al Señor, nuestro Dios, pues no sólo ha llamado a la santidad al Pueblo de Israel, sino que ha hecho una llamada universal a la salvación por medio de la fe en Cristo Jesús. Por eso todos estamos llamados a convertirnos en una continua alabanza de nuestro Dios y Padre. Nadie puede decir que no ha sido amado por el Señor, pues Él quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad. Efectivamente Dios no creó a alguien para que se condene; Él nos creó porque grande es su amor hacia nosotros, y nos quiere con Él eternamente libres de odios, de divisiones, de maldad, de pecado; Él nos quiere santos en su presencia como Él es santo. Por eso nuestra vida debe convertirse en una continua alabanza de su Santo Nombre. Y seremos una alabanza del Nombre del Señor cuando ya desde ahora vivamos en paz, como hermanos, reconociéndonos hijos de un mismo Dios y Padre, y preocupándonos de pasar haciendo el bien a todos, especialmente a los más pobres, necesitados, desprotegidos, marginados y desvalidos. Entonces, siendo un signo del amor de Dios para los demás, estaremos colaborando para que, desde nosotros, también ellos experimenten el amor y la misericordia del Señor.
3. Mc. 16, 15-20. *Durante la Semana de oración que se concluye hoy se ha intensificado en las diversas Iglesias y comunidades eclesiales del mundo entero la invocación común al Señor por la unidad de los cristianos, recordaba Benedicto XVI el 25.1.2007: las situaciones de racismo, pobreza, conflicto, explotación, enfermedad y sufrimiento, en las que se encuentran muchas comunidades por ejemplo africanas, por la misma imposibilidad de hacer que se comprendan sus necesidades, suscitan en ellos una fuerte exigencia de escuchar la palabra de Dios y de hablar con valentía. El Evangelio ha de iluminar tantas situaciones humanas, y dar paz a una sociedad llena de conflictos.
Las manifestaciones extraordinarias que hemos leído en el Evangelio de hoy (“hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien”) constituyen una buena nueva, que anuncia la venida del reino de Dios y la curación de la incomunicabilidad y de la división. “Este mensaje se encuentra en toda la predicación y la actividad de Jesús, el cual recorría pueblos, ciudades o aldeas, y en todos los lugares a donde llegaba "colocaban a los enfermos en las plazas y le rogaban que les permitiera tocar siquiera la orla de su vestido; y cuantos le tocaban quedaban sanos" (Mc 6, 56)”.
“Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación”: es muy actual, no sólo en tierras lejanas sino en nuestros territorios multi-étnicos y plurirreligiosos (cf. Mc 7, 31). En diversas ocasiones, S. Pablo nos recuerda, también por experiencia propia, que lo primero es la escucha divina, a través de signos, recuerda aquellas palabras del Maestro: "bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica" (Lc 11, 28); y a Marta, preocupada por muchas cosas, le dice que "una sola cosa es necesaria" (Lc 10, 42). “Y del contexto se deduce que esta única cosa es la escucha obediente de la Palabra… es lo primero en nuestro compromiso ecuménico. / En efecto, no somos nosotros quienes hacemos u organizamos la unidad de la Iglesia. La Iglesia no se hace a sí misma y no vive de sí misma, sino de la palabra creadora que sale de la boca de Dios. Escuchar juntos la palabra de Dios; practicar la ‘lectio’ divina de la Biblia, es decir, la lectura unida a la oración; dejarse sorprender por la novedad de la palabra de Dios, que nunca envejece y nunca se agota; superar nuestra sordera para escuchar las palabras que no coinciden con nuestros prejuicios y nuestras opiniones; escuchar y estudiar, en la comunión de los creyentes de todos los tiempos, todo lo que constituye un camino que es preciso recorrer para alcanzar la unidad en la fe, como respuesta a la escucha de la Palabra. / Quien se pone a la escucha de la palabra de Dios, luego puede y debe hablar y transmitirla a los demás, a los que nunca la han escuchado o a los que la han olvidado y ahogado bajo las espinas de las preocupaciones o de los engaños del mundo (cf. Mt 13, 22)”.
Ante el mandato de proclamar el Evangelio, “debemos preguntarnos: ¿no habrá sucedido que los cristianos nos hemos quedado demasiado mudos?” ¿No nos falta la valentía para hablar y dar testimonio como hicieron los primeros cristianos? Este testimonio lo espera el mundo, y la escucha de Dios implica también la escucha del otro, el diálogo entre las Iglesias y las comunidades eclesiales, instrumento imprescindible de la búsqueda de la unidad: conocerse. "De este diálogo se obtendrá un conocimiento más claro aún de cuál es el verdadero carácter de la Iglesia católica" (Unitatis redintegratio, 9). Hablar correctamente (orthos) y de modo comprensible. La Virgen María es la gran promotora de la realización del ardiente anhelo de unidad de su Hijo divino: "Que todos sean uno..., para que el mundo crea" (Jn 17, 21).
** Veamos ahora la Evangelización que sugiere el texto de hoy: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva». La misión es grande -«Id por todo el mundo»-, pero no faltará el acompañamiento del Señor: «Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). Con nuestra ayuda, como pedimos en la oración colecta de hoy: «Oh Dios, que con la predicación del Apóstol san Pablo llevaste a todos lo pueblos al conocimiento de la verdad, concédenos, al celebrar hoy su conversión, que, siguiendo su ejemplo, caminemos hacia Ti como testigos de tu verdad». Tenemos la responsabilidad de transmitir hasta donde podamos este maravilloso patrimonio.
Pablo pasa de perseguidor a convertido, quizá también nosotros hacemos de "perseguidores": como a san Pablo, tenemos que convertirnos de "perseguidores" a servidores y defensores de Jesucristo (Josep Gassó). La fiesta de la conversión de san Pablo nos lleva a pensar en el ecumenismo de la caridad (punto 1, más arriba); y en el desafío de la “nueva evangelización”, la misión de la Iglesia en una sociedad que ya ha sido evangelizada, pero que, en su camino histórico, se ha alejado de la fe, de tal modo que es necesario un esfuerzo de nuevo anuncio apostólico, como recordaba Alfonso Carrasco. Esta buena nueva va acompañada de la auténtica paz, que tanto necesita nuestro mundo, después de las terribles guerras mundiales del siglo XX y tras haber experimentado los daños enormes causados por variadas ideologías, la idea de progreso utópico ha cambiado en un vacío de ideas, la misma tecnología ha dado armas terribles que nos llenan de miedo por las consecuencias imprevisibles en manos de gobernantes locos. “Una experiencia muy amarga habría enseñado que ni la violencia o la fuerza de las armas, ni el poder político, pueden resolver los graves problemas de los hombres”. La conversión de San Pablo nos indica también que ha de convertirse nuestra sociedad, pues “ninguna ideología ni poder humano responde a los enigmas e interrogantes de la existencia humana, ninguna puede iluminar adecuadamente su camino en la historia, su relación con el mundo, la vida y la muerte, ninguna afirma definitivamente la dignidad de cada uno. En cambio, el hombre puede encontrar en Cristo la clave, el centro y el fin de la historia humana, porque sólo Él manifiesta plenamente el hombre al propio hombre, desvelando la grandeza de su dignidad y vocación (cf. GS 22.24)”.
Para este cambio social es necesario un cambio personal de cada uno de nosotros, “el hombre que quiera comprenderse hasta el fondo a sí mismo … debe … acercarse a Cristo”, nos decía Juan Pablo II, quien nos avisaba también del hombre de hoy que va perdido cuando llevado por una cultura que ha vuelto a cerrarse a Dios, se esfuerza por olvidar o negar a Cristo, su salvación: “La cultura europea da la impresión de ser una apostasía silenciosa por parte del hombre autosuficiente que vive como si Dios no existiera”. Este rechazo perjudica mucho al hombre, aunque progrese materialmente, pues lo envilece en su espíritu, va contra “la dignidad de la persona humana. De esta cultura forma parte también un agnosticismo religiosa cada vez más difuso, vinculado a un relativismo moral y jurídico más profundo, que hunde sus raíces en la pérdida de la verdad sobre el hombre”.
Muchas personas volvían a la Iglesia, cuando se hacían mayores y reflexionaban sobre los misterios de la vida y de la muerte. Pero hoy mucha gente de países de tradición cristiana ya no “van” a la iglesia, y no conocen el camino para ir, por tanto no podrán “volver” porque no han ido nunca. Otros pueblos que han pasado por la dominación comunista tienen también problemas de falta de formación. La indiferencia religiosa generalizada también tiene el problema de la ignorancia, pues muchos creen saber qué es el cristianismo, pero realmente no lo conocen. Quizá también porque lo que hemos enseñado era poco convincente, como vulgarmente se dice quizás han querido hacerles comulgar con ruedas de molino, es decir han mostrado un moralismo muy fuerte, mucha exigencia para ser cristiano, sin mostrar la belleza del por qué de esa moral cristiana. También habría que revisar las motivaciones de esos límites, que en cuanto a casuística cambian con el tiempo, y en cuanto a la subjetividad muchas veces depende también de la conciencia de las personas, y no habrá que concretar tanto una exigencia desde fuera. Es decir, habrá que poner más atención a la primeros 5 mandamientos del decálogo, pues son más importantes porque en ello se despliega el amor de Dios en sus diversas formas (también el amor a las personas, que son sagradas), para luego –como consecuencia- vivir los bienes terrenales que radican en las personas y que por tanto son también importantes, es decir la segunda serie de los mandamientos.
Por tanto, no hay que presentar la vida cristiana como un sistema moral más o menos anticuado y defendido por una institución jerárquica, sino de acercarnos al acontecimiento cristiano en su ser auténtico, como lugar de vida y esperanza. La cercanía de Dios constituye así una cierta experiencia, una cierta presencia que de Él tenemos ya en esta vida: presencia de Cristo en los sacramentos y en la oración y en la Iglesia; presencia que encontramos en las personas, a través de ellas se trasluce ese amor de Jesús y su mensaje; por ellas intuimos qué es la plenitud de vida. El amor de Dios acogido en nuestro corazón da alegría, nos llena de su luz la compañía de Jesús, que ilumina todo de modo que va adquiriendo sentido incluso lo que antes no tenía ninguno. Ahora ya nada es un obstáculo definitivo, el despertar de la esperanza sabe transformar las dificultades en oportunidades. Ante la esclavitud de las reglas del mundo, la libertad cristiana va empapando de ternura de la acogida y del perdón las relaciones humanas, la mirada profunda y afectuosa sobre la propia persona y el propio destino. La misericordia de Dios se vierte en el mundo y en la historia, y vemos que la dignidad y el destino de la persona depende en gran parte de ese amor, que el mundo lo que necesita de verdad es la misericordia y la esperanza.
Naturalmente, esta experiencia de la cercanía del Reino viene por la fe, la manifestación del Padre, del que nace todo bien. En estas primeras semanas del tiempo ordinario, la predicación de Jesús va centrada en el anuncio del Reino, lo estamos viendo día a día. Aparece como liberación de todo lo que oprime al hombre; victoria sobre todo pecado y sobre el Maligno, sobre la muerte.
“La nueva evangelización es, ante todo, el anuncio de nuevo del amor de Dios y de la victoria de Jesucristo; y ello, ahora como siempre, en medio de un mundo cuya tentación es afirmar la propia suficiencia para vivir sin necesidad de la relación con Dios, es pretender construir y conducir la historia humana a su cumplimiento a partir del propio poder humano, que parece hacerse cada vez más articulado e imponente”.
La conversión de San Pablo nos recuerda la necesidad de la conversión del corazón, una “metanoia”, que el anuncio del Evangelio que lleva a la apertura del corazón con su inteligencia y su amor libre, y con ello la aceptación del amor de Dios. Todo ello conlleva paulatinamente, en unos casos, o también en forma súbita y radical, un cambio profundo de la mente y del corazón del hombre. En el fondo se trata de una apertura, de pasar de vivir encerrado en uno mismo, o a lo sumo una apertura parcial, pero con inquietud por el bienestar y cierto poder y control de las circunstancias de la propia existencia y el ambiente en el que uno se mueve, a una apertura a la trascendencia. Pasar así del ambiente dominante de individualismo y consiguiente soledad, de la adoración de los ídolos –mundo, orgullo-poder, carne-gusto-placer- a una Vida de amor; pasar de la “cultura de la muerte”, a un “cultura fecunda” en profundidad. La prueba de ir por buen camino es la felicidad, que es algo no medible por las palabras que uno pronuncia sino por la alegría que desprende la mirada. La entrega verdadera a Dios da felicidad. Lo que una madre busca en su hijo es que esté contento, y Dios igual: no es religión una visión triste de la vida. Esto no significa que no se sufra, como anunció el Señor a San Pablo, que le tocaría sufrir mucho, pero la cruz es inseparable del amor, como su contrapunto, nos guste o no. Mejor acostumbrarse. Como tampoco hay que querer entender todos los planes divinos, siempre habrá más cosas en Él que no entendamos, en ese caso el corazón si entiende, que hay que seguir confiando, amando, y la esperanza da paz.
Estamos en un mundo complejo, y al abandonar la referencia a Dios, la trascendencia, el hombre pierde el punto central de referencia, queda inmerso en la inmanencia, y absolutiza algunos aspectos, porque pierde la visión de conjunto. El nihilismo, indiferencia en sus formas de relativismo o agnosticismo, la visión negativa o catastrofista, y las formas de ideologizar el egoísmo en el capitalismo, la envidia en el comunismo o ciertas formas de socialismo, las distintas dictaduras de la moda dominante… todo ello hace del hombre moderno un ser complejo, perdido, necesitado especialmente de misericordia, de salvación.
*** Hoy celebramos la conversión de san Pablo: esa transformación que cambia la vida de un hombre. El convertido pasa de las tinieblas a la luz. Ve, comprende, se decide. Dios se le hace manifiesto. Es como un despertar. La expansión de la Iglesia estuvo ligada a este apóstol, como también el esclarecimiento de la doctrina. Él atacó los primeros cristianos (unos quinientos vieron a Jesús resucitado, luego de la Pentecostés fueron miles). Juan y Pedro son encarcelados y azotados. Esteban es muerto a pedradas. Saulo quizá conocía a Esteban, y aprobó su muerte, pero la oración de Esteban conseguiría gracias para su amigo (más datos, en Act. 26, 10-11). Después de convertido dirá San Pablo a los Efesios que Dios nos ha escogido desde antes de la creación del mundo. Parece como un rasgo de buen humor de Dios: llama al judío más celoso para llevar la fe a los no judíos, al más anti-cristiano para ser apóstol de Cristo. Vuelve ciego a uno que no veía por dentro, para que abra los ojos de su corazón y cuando vea pueda volver a ver por fuera. El ciego que veía pasa a no ver para no estar ciego, y con su ceguera ver, para después dejar de estar ciego y poder hacer ver a los demás: “para esto me manifiesto a ti, para constituirte ministro y testigo, así de las cosas que de mí viste como de las que verás, yendo a los gentiles, a los cuales yo te envío, para abrirles los ojos, a fin de que se conviertan de las tinieblas a la luz, y del poder de Satanás a Dios, a fin de que reciban la remisión de los pecados y la herencia de los santificados por la fe en mí" (Act 26, 16-18); y en otro lugar lo resume así: "anda, que yo te enviaré a lejanas naciones" (Act 22,2). Es bonito oírle contar al cabo de los años el cambio de su vida: "todas las cosas estimo ser pérdida, comparadas con la eminencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quién dí al traste con todas, y las tengo por basura, a fin de ganarme a Cristo"(Fil. 3,8-9) o bien "doy gracias al que me dio fuerzas, a Cristo Jesús, Señor nuestro, porque me consideró digno de su confianza, poniéndome en su servicio, a mí que fui blasfemo y perseguidor insolente; más halló misericordia porque obré con ignorancia en mi infidelidad, sobreabundó la gracia de nuestro Señor con la fe y la caridad que está en Cristo Jesús" (1 Tim 1,12). Pablo fue haciendo memoria sobre su conversión ahí profundiza en la revelación y el misterio de la Iglesia. Entiende que aquel “¿por qué me persigues?” se refiere Jesús a su cuerpo, que al perseguir a los cristianos le persigue a Él, que Jesús está en los cristianos como en su cuerpo. Ve muchas cosas al ir repensando en su vida, ve que su vocación le lleva a descubrir el sentido divino de su vida, el por qué de su existencia, para los demás, como misión. Que sepamos cada uno hacer memoria de esos dones divinos, esta cierta experiencia de Dios que vamos teniendo en la vida, para descubrir nuestra vocación.
Pablo quería, como lo más precioso de su vida, a su religión judía. Cuando pensaba que esta fe quedaba destruida por una "secta", el cristianismo naciente, trató de purificar de ese supuesto mal a su pueblo; pero Dios lo llenó de luz y descubrió que Jesucristo no era la gran traición sino la gran respuesta a las antiguas promesas. Entonces orientó toda su energía a mostrar que la fe judía alcanza su plenitud en Jesús, así los mismos judíos le hicieran sufrir lo indecible tanto en su cuerpo como en su alma. Por eso decimos que esa expresión del comienzo de la primera lectura de hoy, "yo soy judío" resume bien la búsqueda y el horizonte fascinante de la vida del apóstol más conocido: san Pablo.
Un perseguidor perseguido. Pablo perseguía a los seguidores de Cristo y Cristo le dice: "Yo soy Jesús Nazareno, a quien tú persigues" (Hch 22,8). De aquí aprendemos o repasamos dos cosas. Primero: lo que se hace a uno de los humildes hermanos de Cristo, a Cristo mismo se le hace (cf. Mt 25,40.45). Segundo: nadie persigue a Cristo sin que Cristo le persiga.
En efecto, comenta Pablo en su Carta a los Filipenses: "sigo adelante, a fin de poder alcanzar aquello para lo cual también fui alcanzado por Cristo Jesús" (Flp 3,12). Es posible que hubiera odio, soberbia o vanidad en la manera como Pablo perseguía a Jesús; de lo que si estamos seguros es de cuánto amor, cuánta paciencia y cuánta mansedumbre abundaron en el modo como Jesús persiguió y conquistó a Pablo.
Ahora bien, Jesús está en sus seguidores y no se puede perseguirlos sin perseguirlo a él. Mas también está en ellos para guiar. Son uno con él en el padecer, pero también en el reinar (cf. Rom 8,17). Y por eso el Señor no da todas las instrucciones sino que envía a Pablo a que sea discípulo de los mismos a los que iba a encadenar y a que aprenda de aquellos a quienes hasta ahora ha despreciado. ¿No es magnífica la pedagogía de Dios?
"Vas a ser testigo". Ananías esclarece no sólo los ojos del cuerpo sino sobre todo los de la mente de Pablo: el sentido de aquel resplandor, de camino a Damasco, es colmar de luz a este hombre que así es ya un testigo de la luz. Y por eso le dice: "vas a ser testigo" (Hch 22,15): porque has visto, harás ver; porque has oído, vas a hablar.
Ananías invita al converso a darse prisa. Lo mejor que se le puede decir a un alma de fuego y un carácter ardiente como el de este Pablo. ¡Y qué bien cumplió ese sencillo encargo! "No pierdas tiempo; no te detengas" le dijo Ananías aquella vez, y eso hizo nuestro amado apóstol: ya nunca se detuvo. Fervoroso, como antes era en propagar el error y sembrar el terror, ahora propaga el Evangelio y siembra amor divino, sin darse nunca por satisfecho, pues bien escribió: " Hermanos, yo mismo no considero haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando lo que queda atrás y extendiéndome a lo que está delante, prosigo hacia la meta para obtener el premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús" (Flp 3,13-14).
Hoy, la Iglesia celebra la fiesta de la Conversión de san Pablo, apóstol. El breve fragmento del Evangelio según san Marcos recoge una parte del discurso acerca de la misión que confiere el Señor resucitado. Con la exhortación a predicar por todo el mundo va unida la tesis de que la fe y el bautismo son requisitos necesarios para la salvación: «El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará» (Mc 16,16). Además, Cristo garantiza que a los predicadores se les dará la facultad de hacer prodigios o milagros que habrán de apoyar y confirmar su predicación misionera (cf. Mc 17,18). La misión es grande —«Id por todo el mundo»—, pero no faltará el acompañamiento del Señor: «Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20).
La oración colecta de hoy, propia de la fiesta, nos dice: «Oh Dios, que con la predicación del Apóstol san Pablo llevaste a todos lo pueblos al conocimiento de la verdad, concédenos, al celebrar hoy su conversión, que, siguiendo su ejemplo, caminemos hacia Ti como testigos de tu verdad». Una verdad que Dios nos ha concedido conocer y que tantas y tantas almas desearían poseer: tenemos la responsabilidad de transmitir hasta donde podamos este maravilloso patrimonio.
La Conversión de san Pablo es un gran acontecimiento: él pasa de perseguidor a convertido, es decir, a servidor y defensor de la causa de Cristo. Muchas veces, quizá, también nosotros mismos hacemos de “perseguidores”: como a san Pablo, tenemos que convertirnos de “perseguidores” a servidores y defensores de Jesucristo.
Con Santa María, reconozcamos que el Altísimo también se ha fijado en nosotros y nos ha escogido para participar de la misión sacerdotal y redentora de su Hijo divino: Regina apostolorum, Reina de los apóstoles, ¡ruega por nosotros!; haznos valientes para dar testimonio de nuestra fe cristiana en el mundo que nos toca vivir (Josep Gassó Lécera).
La fiesta de la “Conversión de san Pablo”, nos recuerda el gran mandamiento de Jesús de evangelizar, pero al mismo tiempo, el hecho de que no se pude dar lo que no se tiene. Si hoy en el mundo se vive un paganismo práctico, que lleva a la violencia, al robo, al atropello de los valores humanos, a la corrupción, etc., es porque falta en muchos de los cristianos una conversión profunda. Sin embargo, usando las palabras del apóstol, nos ponemos a pensar: ¿pero, cómo creerán, si no hay quien les anuncie? Y cuando se les anuncia, ¿cómo creerán si la vida de los que predican no es conforme a lo que predican? Un sólo hombre comprometido y tocado profundamente por el amor de Dios, recorrió todo el mundo conocido, hablando de Aquel que había cambiado su vida… Fue así como el mundo pagano se convirtió a la luz y al amor de Cristo. Déjate tocar por el amor de Dios, y responde con generosidad siendo portador del amor de Dios en tu casa, tu empresa, o tu escuela… Recuerda que Dios te necesita (Ernesto María Caro).
Antes de subir al cielo, después de resucitar de entre los muertos, el Señor envió a los suyos a predicar el Evangelio por todo el mundo a toda creatura. Nada ni nadie puede quedar fuera de la obra salvadora que el Señor ha realizado en favor nuestro. Aquel que quiera encasillar la salvación en un grupo estará equivocado, pues la Iglesia debe acoger en su seno a todo hombre de buena voluntad que se decida a creer en Cristo Jesús. Por eso, los que ya hemos hecho nuestra esta fe debemos ser los primeros en experimentar el amor de Dios, pues Él nos ha llamado para que estemos con Él y para que seamos testigos suyos hasta el último confín del mundo. El Señor nos envía como aquellos que han de continuar su obra liberadora en el mundo. Pero no podemos quedarnos en una lucha por la libertad meramente externa; no podemos conformarnos con liberar a nuestros hermanos de la pobreza, o con darle voz a los desvalidos e injustamente tratados. Mientras no colaboremos para que se den a luz nuevos hijos de Dios, libres de la esclavitud al autor del pecado y de la muerte, habremos fallado en el cumplimiento de la Misión salvadora que el Señor nos ha confiado.
Hoy venimos a esta Celebración Eucarística para encontrarnos personalmente con el Señor, que se acerca a nosotros por medio de signos demasiado frágiles y sencillos. Él preside esta celebración por medio del Ministro; Él está en todos y cada uno de nosotros, que creemos en Él y, unidos a Cristo, Cabeza de la Iglesia, formamos su Cuerpo. Él nos dirige su Palabra salvadora, para que no sólo la escuchemos, sino para que la pongamos en práctica; y así, por obra del Espíritu Santo, esa Palabra vaya tomando cuerpo en nosotros para que seamos realmente testigos del Señor. Él se convierte en nuestro Pan de vida para que, entrando en comunión de vida con Él, sean nuestros su Espíritu y su Vida. Así el Señor abre nuestros ojos para que sepamos contemplarlo no sólo bajo los signos sacramentales, sino también en nuestro hermano, en el cual amamos y servimos al mismo Cristo. Aprovechemos, pues, este momento de Gracia del Señor.
Si nos amamos los unos a los otros entonces permanecemos en el amor de Dios. No sólo hemos de proclamar el Evangelio del Señor con los labios. Toda nuestra vida debe convertirse en un anuncio de la Buena Nueva, pues desde nuestra propia existencia los demás no sólo han de escuchar el Evangelio, sino que han de experimentar el amor salvador del Señor. Jesucristo está presente entre nosotros por medio de todos aquellos que creen en Él. Lo que les hagamos a ellos a Cristo mismo se lo hacemos. Al final el Señor nos dará la vida eterna poniendo como condición el amor que le hayamos manifestado en nuestros hermanos. Seamos, pues, portadores de Cristo. Que nadie quede excluido de recibir el anuncio del Evangelio. Que todos escuchen el mensaje de salvación y todos, sin excepción, experimenten el amor de Dios desde aquellos que nos gloriamos en tenerlo como Señor y Salvador nuestro. No hagamos de la Iglesia un grupo cerrado e inútil. Dios nos quiere a todos unidos como hermanos, formando un sólo cuerpo en torno a Cristo, Cabeza de la misma Iglesia. El que se cierre en un grupo, por muy santo que lo parezcan sus miembros, jamás podrá decir que es la Iglesia del Señor, pues ni siquiera será un miembro de la misma en razón de vivir separado de todos aquellos que han sido llamados a participar de la vida divina.
Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de trabajar constantemente, tanto con nuestras palabras, como con nuestras obras y nuestro testimonio personal y comunitario, en atraer a todos hacia Cristo, para que el mundo entero pueda encontrar en Él el camino que nos una como hermanos, y nos conduzca a la Gloria eterna a la diestra de Dios Padre. Amén (Homiliacatolica.com).
Salmo responsorial Sal 116,1.2. R. Id al mundo entero y proclamad el Evangelio.
Alabad al Señor, todas las naciones, aclamadlo, todos los pueblos.
Firme es su misericordia con nosotros, su fidelidad dura por siempre.
Texto del Evangelio (Mc 16,15-18): En aquel tiempo, Jesús se apareció a los once y les dijo: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará. Éstas son las señales que acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien».
Comentario: 1. Hech. 22, 3-16. Una conversión única celebra la Iglesia. Es la conversión de san Pablo. Este acontecimiento suscitó un estremecimiento tal en aquellas primitivas comunidades que no pudieron menos de recordarlo y celebrarlo. Celebraran en última instancia a Dios nuestro Padre que seguía ahora como en los tiempos antiguos haciendo maravillas.
Cómo sería de sorprendente este acontecimiento que lo narran tres veces los Hechos de los Apóstoles y san Pablo mismo hace alusión varias veces al mismo en sus epístolas. ¿Qué había ocurrido?
Que Dios, por medio de Jesucristo, había irrumpido de una manera clamorosa en la vida de san Pablo, yendo éste hacia Damasco, y aquello cambió completamente su vida. La ley, el templo, los sacrificios, el ayuno, el sábado, en suma, todas las instituciones judías, que para Pablo habían sido sumamente importantes, desde este momento pierden relieve. Sólo Dios es absoluto. Sólo Dios Padre manifestado en Cristo Jesús es una realidad a adorar. Después de todo se había manifestado a los hombres, a través de Cristo Jesús, para comunicarles que les quería entrañablemente, y que viviendo en su compañía los humanos, todos, podían vivir más serenamente, aguantar las dificultades más apaciblemente, entregarse a los demás más generosamente, llevar la vida más esperanzadamente, y un día llegar a la patria gloriosamente. Y todo esto conmovidamente se lo dice a los judíos y a los gentiles, predica, escribe, consolida iglesias viejas y funda otras nuevas, se detiene en las comunidades y viaja, comunica este mensaje a la gente sencilla y a los sabios, sufre mil persecuciones y al final es decapitado por Cristo.
San Pablo significa hoy algo para nuestras vidas. Llevó la vida intensamente. Luchó incansablemente por una causa. Para él Cristo era lo más importante. Si nosotros nos pareciéramos a él un poco al menos... de verdad (Patricio García Barriuso: cmfcscolmenar@ctv.es).
Misión de tiempo completo: Festividad de S. Pablo. Finaliza oficialmente la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. Tardamos los humanos en darnos cuenta de que el camino real hacia la plenitud de la unidad pasa por el entendimiento, la convivencia pacífica, la concordia y la conversión de los corazones. Nos sobran dentro de la iglesia fronteras, separatismos, divisiones, reglamentaciones y nos faltan audacias, providencias, carismas, hechos, “vida en abundancia” ¿Acaso puede un padre desoír el grito de sus hijos? Dios nos escucha.
Hoy nos fijamos en Pablo. A lo primero que el Señor llevó a Saulo fue a un desprendimiento radical de lo que antes valoraba como muy importante (Flp 3,7-8) Le condujo a una percepción absolutamente nueva de las cosas y de la realidad, a una iluminación. Ya todo le parece distinto. Todo carece de significado cuando se ha encontrado la perla, el tesoro escondido. Lo que ocurrió a Pablo, fue una revelación del ser de Jesús, que le hizo cambiar de juicio y de actitud sobre lo que él era y hacía: le volvió del revés.
Miremos nuestra vida. La conversión llama a tu puerta ¿quieres abrir? ¿Tienes interés o desinterés por la unidad? ¿Cómo lo manifiestas? Pablo puso toda su vida en manos de Dios ¿Lo haces también tú? (Salvador León).
El anuncio gozoso de la Vida Nueva surgida de la Pascua es la finalidad de la existencia del seguidor y discípulo de Jesús. No existe ningún límite espacial para dicho anuncio al que está ligado la suerte de la humanidad y de toda la creación.
Este horizonte exige que dejemos de lado nuestras preocupaciones particularistas que impiden la realización de dicho anuncio. La suerte de la humanidad y del universo amenazado por la destrucción producida por los egoísmos humanos (hambre, guerra, explotación irracional de la naturaleza, etc.) está ligada a la actuación de los seguidores de Jesús que deben tomar conciencia de la magnitud de su tarea.
Sin embargo, esta lucidez de la comprensión de los problemas que afectan al "mundo" y a la "creación" no debe en ellos convertirse en angustia paralizante que impida llevar a cabo esta misión. La presencia confortante del Resucitado junto a ellos es garantía de la posibilidad de realización de esta misión de la que depende; junto al destino del enviado, el destino de "todo el mundo" y el de "toda la creación".
Esta presencia de Jesús es fuente de coraje frente a los obstáculos humanos y sobrehumanos que puedan surgir en el ánimo del enviado. Ni la resistencia de fuerzas que trascienden la realidad humana ("espíritus malos") ni las amenazas que ponen en peligro la propia integridad física ("serpientes", "veneno") o la de los demás ("enfermos") pueden superar la fuerza y el poder que desde de la Resurrección la Jesús tiende a expandirse sobre toda la realidad (Juan Mateos).
Este proceso de conversión de Pablo se describe en el libro de los Hechos a partir del capítulo 9. Pablo, nacido en Tarso de Cilicia, educado en el rigor de la ley, tardaría tiempo en convencerse de que Dios no hace acepción de personas y acepta a todos por igual. Su actitud de anunciar el evangelio a los judíos en primer lugar, para convertirlos al Evangelio del nazareno, y de aducir su condición de ciudadano romano, apelar al César para no ser juzgado, son señales evidentes del trabajo que le costó a él, que había sido fariseo y estaba convencido del privilegio de Israel, aceptar que, como Jesús, debía acoger a todos por igual y no utilizar privilegio alguno en defensa propia. Solamente cuando llega a Roma y se convence de que «la salvación de Dios se ha destinado también a los paganos», se puede decir que está ya plenamente convertido al mensaje de Jesús.
Mientras no se acepta que Dios es Dios de judíos paganos, que Dios es padre de todos, que no ha preferidos y postergados, sino que todos somos iguales, no se está capacitado para «echar demonios, hablar lenguas nuevas, coger serpientes en la mano sanar a los enfermos», o lo que es igual, para liberar los seres humanos del mal que los aflige, y preservarse a uno mismo de ese mismo mal que nos amenaza. No sólo un pueblo es de Dios: todos los pueblos son de Dios. Él se ha comunicado con todos.
Las Iglesias cristianas concluyen hoy el octavario de oración por la Unidad de las Iglesias. A todos nos tiene que doler, como una vergüenza de familia, la división de los que creemos en Aquel que dijo suspi rando: «¡Que sean uno!». Y esta unión de los cristia nos debemos proyectarla hoy día más allá: la unión religiosa de toda la Humanidad, de todas las religiones: «¡Que siendo distintas, estén unidas!» (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica).
Cristo siempre sale a nuestro encuentro; y lo hace no sólo para salvarnos, sino para convertirnos en testigos suyos. Efectivamente nuestra fe en Él no puede ser guardada cobardemente en nuestro interior. El Señor nos quiere como testigos suyos en el mundo, hasta el último rincón de la tierra, para que proclamemos a todos lo misericordioso que ha sido el Señor para con nosotros, y les ayudemos a encontrarse con Él. Muchas veces tal vez hemos quedado deslumbrados y enceguecidos por las cosas mundanas; sin embargo sólo el Señor puede devolverle el auténtico sentido a nuestra existencia. No podemos conformarnos con el conocimiento que tengamos del Señor por nuestros estudios, pues la ciencia hincha y podríamos anunciar al Señor más con el orgullo de nuestros conocimientos y buscando nuestra propia gloria, que con la sencillez de quien ha vivido y caminado en la presencia del Señor y le anuncia como el único camino de salvación, con la humildad de quien sólo busca glorificarlo para que todos encuentren en Él la salvación, con la cual todos hemos sido beneficiados.
2. Sal 117 (116). Alabemos al Señor, nuestro Dios, pues no sólo ha llamado a la santidad al Pueblo de Israel, sino que ha hecho una llamada universal a la salvación por medio de la fe en Cristo Jesús. Por eso todos estamos llamados a convertirnos en una continua alabanza de nuestro Dios y Padre. Nadie puede decir que no ha sido amado por el Señor, pues Él quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad. Efectivamente Dios no creó a alguien para que se condene; Él nos creó porque grande es su amor hacia nosotros, y nos quiere con Él eternamente libres de odios, de divisiones, de maldad, de pecado; Él nos quiere santos en su presencia como Él es santo. Por eso nuestra vida debe convertirse en una continua alabanza de su Santo Nombre. Y seremos una alabanza del Nombre del Señor cuando ya desde ahora vivamos en paz, como hermanos, reconociéndonos hijos de un mismo Dios y Padre, y preocupándonos de pasar haciendo el bien a todos, especialmente a los más pobres, necesitados, desprotegidos, marginados y desvalidos. Entonces, siendo un signo del amor de Dios para los demás, estaremos colaborando para que, desde nosotros, también ellos experimenten el amor y la misericordia del Señor.
3. Mc. 16, 15-20. *Durante la Semana de oración que se concluye hoy se ha intensificado en las diversas Iglesias y comunidades eclesiales del mundo entero la invocación común al Señor por la unidad de los cristianos, recordaba Benedicto XVI el 25.1.2007: las situaciones de racismo, pobreza, conflicto, explotación, enfermedad y sufrimiento, en las que se encuentran muchas comunidades por ejemplo africanas, por la misma imposibilidad de hacer que se comprendan sus necesidades, suscitan en ellos una fuerte exigencia de escuchar la palabra de Dios y de hablar con valentía. El Evangelio ha de iluminar tantas situaciones humanas, y dar paz a una sociedad llena de conflictos.
Las manifestaciones extraordinarias que hemos leído en el Evangelio de hoy (“hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien”) constituyen una buena nueva, que anuncia la venida del reino de Dios y la curación de la incomunicabilidad y de la división. “Este mensaje se encuentra en toda la predicación y la actividad de Jesús, el cual recorría pueblos, ciudades o aldeas, y en todos los lugares a donde llegaba "colocaban a los enfermos en las plazas y le rogaban que les permitiera tocar siquiera la orla de su vestido; y cuantos le tocaban quedaban sanos" (Mc 6, 56)”.
“Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación”: es muy actual, no sólo en tierras lejanas sino en nuestros territorios multi-étnicos y plurirreligiosos (cf. Mc 7, 31). En diversas ocasiones, S. Pablo nos recuerda, también por experiencia propia, que lo primero es la escucha divina, a través de signos, recuerda aquellas palabras del Maestro: "bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica" (Lc 11, 28); y a Marta, preocupada por muchas cosas, le dice que "una sola cosa es necesaria" (Lc 10, 42). “Y del contexto se deduce que esta única cosa es la escucha obediente de la Palabra… es lo primero en nuestro compromiso ecuménico. / En efecto, no somos nosotros quienes hacemos u organizamos la unidad de la Iglesia. La Iglesia no se hace a sí misma y no vive de sí misma, sino de la palabra creadora que sale de la boca de Dios. Escuchar juntos la palabra de Dios; practicar la ‘lectio’ divina de la Biblia, es decir, la lectura unida a la oración; dejarse sorprender por la novedad de la palabra de Dios, que nunca envejece y nunca se agota; superar nuestra sordera para escuchar las palabras que no coinciden con nuestros prejuicios y nuestras opiniones; escuchar y estudiar, en la comunión de los creyentes de todos los tiempos, todo lo que constituye un camino que es preciso recorrer para alcanzar la unidad en la fe, como respuesta a la escucha de la Palabra. / Quien se pone a la escucha de la palabra de Dios, luego puede y debe hablar y transmitirla a los demás, a los que nunca la han escuchado o a los que la han olvidado y ahogado bajo las espinas de las preocupaciones o de los engaños del mundo (cf. Mt 13, 22)”.
Ante el mandato de proclamar el Evangelio, “debemos preguntarnos: ¿no habrá sucedido que los cristianos nos hemos quedado demasiado mudos?” ¿No nos falta la valentía para hablar y dar testimonio como hicieron los primeros cristianos? Este testimonio lo espera el mundo, y la escucha de Dios implica también la escucha del otro, el diálogo entre las Iglesias y las comunidades eclesiales, instrumento imprescindible de la búsqueda de la unidad: conocerse. "De este diálogo se obtendrá un conocimiento más claro aún de cuál es el verdadero carácter de la Iglesia católica" (Unitatis redintegratio, 9). Hablar correctamente (orthos) y de modo comprensible. La Virgen María es la gran promotora de la realización del ardiente anhelo de unidad de su Hijo divino: "Que todos sean uno..., para que el mundo crea" (Jn 17, 21).
** Veamos ahora la Evangelización que sugiere el texto de hoy: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva». La misión es grande -«Id por todo el mundo»-, pero no faltará el acompañamiento del Señor: «Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). Con nuestra ayuda, como pedimos en la oración colecta de hoy: «Oh Dios, que con la predicación del Apóstol san Pablo llevaste a todos lo pueblos al conocimiento de la verdad, concédenos, al celebrar hoy su conversión, que, siguiendo su ejemplo, caminemos hacia Ti como testigos de tu verdad». Tenemos la responsabilidad de transmitir hasta donde podamos este maravilloso patrimonio.
Pablo pasa de perseguidor a convertido, quizá también nosotros hacemos de "perseguidores": como a san Pablo, tenemos que convertirnos de "perseguidores" a servidores y defensores de Jesucristo (Josep Gassó). La fiesta de la conversión de san Pablo nos lleva a pensar en el ecumenismo de la caridad (punto 1, más arriba); y en el desafío de la “nueva evangelización”, la misión de la Iglesia en una sociedad que ya ha sido evangelizada, pero que, en su camino histórico, se ha alejado de la fe, de tal modo que es necesario un esfuerzo de nuevo anuncio apostólico, como recordaba Alfonso Carrasco. Esta buena nueva va acompañada de la auténtica paz, que tanto necesita nuestro mundo, después de las terribles guerras mundiales del siglo XX y tras haber experimentado los daños enormes causados por variadas ideologías, la idea de progreso utópico ha cambiado en un vacío de ideas, la misma tecnología ha dado armas terribles que nos llenan de miedo por las consecuencias imprevisibles en manos de gobernantes locos. “Una experiencia muy amarga habría enseñado que ni la violencia o la fuerza de las armas, ni el poder político, pueden resolver los graves problemas de los hombres”. La conversión de San Pablo nos indica también que ha de convertirse nuestra sociedad, pues “ninguna ideología ni poder humano responde a los enigmas e interrogantes de la existencia humana, ninguna puede iluminar adecuadamente su camino en la historia, su relación con el mundo, la vida y la muerte, ninguna afirma definitivamente la dignidad de cada uno. En cambio, el hombre puede encontrar en Cristo la clave, el centro y el fin de la historia humana, porque sólo Él manifiesta plenamente el hombre al propio hombre, desvelando la grandeza de su dignidad y vocación (cf. GS 22.24)”.
Para este cambio social es necesario un cambio personal de cada uno de nosotros, “el hombre que quiera comprenderse hasta el fondo a sí mismo … debe … acercarse a Cristo”, nos decía Juan Pablo II, quien nos avisaba también del hombre de hoy que va perdido cuando llevado por una cultura que ha vuelto a cerrarse a Dios, se esfuerza por olvidar o negar a Cristo, su salvación: “La cultura europea da la impresión de ser una apostasía silenciosa por parte del hombre autosuficiente que vive como si Dios no existiera”. Este rechazo perjudica mucho al hombre, aunque progrese materialmente, pues lo envilece en su espíritu, va contra “la dignidad de la persona humana. De esta cultura forma parte también un agnosticismo religiosa cada vez más difuso, vinculado a un relativismo moral y jurídico más profundo, que hunde sus raíces en la pérdida de la verdad sobre el hombre”.
Muchas personas volvían a la Iglesia, cuando se hacían mayores y reflexionaban sobre los misterios de la vida y de la muerte. Pero hoy mucha gente de países de tradición cristiana ya no “van” a la iglesia, y no conocen el camino para ir, por tanto no podrán “volver” porque no han ido nunca. Otros pueblos que han pasado por la dominación comunista tienen también problemas de falta de formación. La indiferencia religiosa generalizada también tiene el problema de la ignorancia, pues muchos creen saber qué es el cristianismo, pero realmente no lo conocen. Quizá también porque lo que hemos enseñado era poco convincente, como vulgarmente se dice quizás han querido hacerles comulgar con ruedas de molino, es decir han mostrado un moralismo muy fuerte, mucha exigencia para ser cristiano, sin mostrar la belleza del por qué de esa moral cristiana. También habría que revisar las motivaciones de esos límites, que en cuanto a casuística cambian con el tiempo, y en cuanto a la subjetividad muchas veces depende también de la conciencia de las personas, y no habrá que concretar tanto una exigencia desde fuera. Es decir, habrá que poner más atención a la primeros 5 mandamientos del decálogo, pues son más importantes porque en ello se despliega el amor de Dios en sus diversas formas (también el amor a las personas, que son sagradas), para luego –como consecuencia- vivir los bienes terrenales que radican en las personas y que por tanto son también importantes, es decir la segunda serie de los mandamientos.
Por tanto, no hay que presentar la vida cristiana como un sistema moral más o menos anticuado y defendido por una institución jerárquica, sino de acercarnos al acontecimiento cristiano en su ser auténtico, como lugar de vida y esperanza. La cercanía de Dios constituye así una cierta experiencia, una cierta presencia que de Él tenemos ya en esta vida: presencia de Cristo en los sacramentos y en la oración y en la Iglesia; presencia que encontramos en las personas, a través de ellas se trasluce ese amor de Jesús y su mensaje; por ellas intuimos qué es la plenitud de vida. El amor de Dios acogido en nuestro corazón da alegría, nos llena de su luz la compañía de Jesús, que ilumina todo de modo que va adquiriendo sentido incluso lo que antes no tenía ninguno. Ahora ya nada es un obstáculo definitivo, el despertar de la esperanza sabe transformar las dificultades en oportunidades. Ante la esclavitud de las reglas del mundo, la libertad cristiana va empapando de ternura de la acogida y del perdón las relaciones humanas, la mirada profunda y afectuosa sobre la propia persona y el propio destino. La misericordia de Dios se vierte en el mundo y en la historia, y vemos que la dignidad y el destino de la persona depende en gran parte de ese amor, que el mundo lo que necesita de verdad es la misericordia y la esperanza.
Naturalmente, esta experiencia de la cercanía del Reino viene por la fe, la manifestación del Padre, del que nace todo bien. En estas primeras semanas del tiempo ordinario, la predicación de Jesús va centrada en el anuncio del Reino, lo estamos viendo día a día. Aparece como liberación de todo lo que oprime al hombre; victoria sobre todo pecado y sobre el Maligno, sobre la muerte.
“La nueva evangelización es, ante todo, el anuncio de nuevo del amor de Dios y de la victoria de Jesucristo; y ello, ahora como siempre, en medio de un mundo cuya tentación es afirmar la propia suficiencia para vivir sin necesidad de la relación con Dios, es pretender construir y conducir la historia humana a su cumplimiento a partir del propio poder humano, que parece hacerse cada vez más articulado e imponente”.
La conversión de San Pablo nos recuerda la necesidad de la conversión del corazón, una “metanoia”, que el anuncio del Evangelio que lleva a la apertura del corazón con su inteligencia y su amor libre, y con ello la aceptación del amor de Dios. Todo ello conlleva paulatinamente, en unos casos, o también en forma súbita y radical, un cambio profundo de la mente y del corazón del hombre. En el fondo se trata de una apertura, de pasar de vivir encerrado en uno mismo, o a lo sumo una apertura parcial, pero con inquietud por el bienestar y cierto poder y control de las circunstancias de la propia existencia y el ambiente en el que uno se mueve, a una apertura a la trascendencia. Pasar así del ambiente dominante de individualismo y consiguiente soledad, de la adoración de los ídolos –mundo, orgullo-poder, carne-gusto-placer- a una Vida de amor; pasar de la “cultura de la muerte”, a un “cultura fecunda” en profundidad. La prueba de ir por buen camino es la felicidad, que es algo no medible por las palabras que uno pronuncia sino por la alegría que desprende la mirada. La entrega verdadera a Dios da felicidad. Lo que una madre busca en su hijo es que esté contento, y Dios igual: no es religión una visión triste de la vida. Esto no significa que no se sufra, como anunció el Señor a San Pablo, que le tocaría sufrir mucho, pero la cruz es inseparable del amor, como su contrapunto, nos guste o no. Mejor acostumbrarse. Como tampoco hay que querer entender todos los planes divinos, siempre habrá más cosas en Él que no entendamos, en ese caso el corazón si entiende, que hay que seguir confiando, amando, y la esperanza da paz.
Estamos en un mundo complejo, y al abandonar la referencia a Dios, la trascendencia, el hombre pierde el punto central de referencia, queda inmerso en la inmanencia, y absolutiza algunos aspectos, porque pierde la visión de conjunto. El nihilismo, indiferencia en sus formas de relativismo o agnosticismo, la visión negativa o catastrofista, y las formas de ideologizar el egoísmo en el capitalismo, la envidia en el comunismo o ciertas formas de socialismo, las distintas dictaduras de la moda dominante… todo ello hace del hombre moderno un ser complejo, perdido, necesitado especialmente de misericordia, de salvación.
*** Hoy celebramos la conversión de san Pablo: esa transformación que cambia la vida de un hombre. El convertido pasa de las tinieblas a la luz. Ve, comprende, se decide. Dios se le hace manifiesto. Es como un despertar. La expansión de la Iglesia estuvo ligada a este apóstol, como también el esclarecimiento de la doctrina. Él atacó los primeros cristianos (unos quinientos vieron a Jesús resucitado, luego de la Pentecostés fueron miles). Juan y Pedro son encarcelados y azotados. Esteban es muerto a pedradas. Saulo quizá conocía a Esteban, y aprobó su muerte, pero la oración de Esteban conseguiría gracias para su amigo (más datos, en Act. 26, 10-11). Después de convertido dirá San Pablo a los Efesios que Dios nos ha escogido desde antes de la creación del mundo. Parece como un rasgo de buen humor de Dios: llama al judío más celoso para llevar la fe a los no judíos, al más anti-cristiano para ser apóstol de Cristo. Vuelve ciego a uno que no veía por dentro, para que abra los ojos de su corazón y cuando vea pueda volver a ver por fuera. El ciego que veía pasa a no ver para no estar ciego, y con su ceguera ver, para después dejar de estar ciego y poder hacer ver a los demás: “para esto me manifiesto a ti, para constituirte ministro y testigo, así de las cosas que de mí viste como de las que verás, yendo a los gentiles, a los cuales yo te envío, para abrirles los ojos, a fin de que se conviertan de las tinieblas a la luz, y del poder de Satanás a Dios, a fin de que reciban la remisión de los pecados y la herencia de los santificados por la fe en mí" (Act 26, 16-18); y en otro lugar lo resume así: "anda, que yo te enviaré a lejanas naciones" (Act 22,2). Es bonito oírle contar al cabo de los años el cambio de su vida: "todas las cosas estimo ser pérdida, comparadas con la eminencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quién dí al traste con todas, y las tengo por basura, a fin de ganarme a Cristo"(Fil. 3,8-9) o bien "doy gracias al que me dio fuerzas, a Cristo Jesús, Señor nuestro, porque me consideró digno de su confianza, poniéndome en su servicio, a mí que fui blasfemo y perseguidor insolente; más halló misericordia porque obré con ignorancia en mi infidelidad, sobreabundó la gracia de nuestro Señor con la fe y la caridad que está en Cristo Jesús" (1 Tim 1,12). Pablo fue haciendo memoria sobre su conversión ahí profundiza en la revelación y el misterio de la Iglesia. Entiende que aquel “¿por qué me persigues?” se refiere Jesús a su cuerpo, que al perseguir a los cristianos le persigue a Él, que Jesús está en los cristianos como en su cuerpo. Ve muchas cosas al ir repensando en su vida, ve que su vocación le lleva a descubrir el sentido divino de su vida, el por qué de su existencia, para los demás, como misión. Que sepamos cada uno hacer memoria de esos dones divinos, esta cierta experiencia de Dios que vamos teniendo en la vida, para descubrir nuestra vocación.
Pablo quería, como lo más precioso de su vida, a su religión judía. Cuando pensaba que esta fe quedaba destruida por una "secta", el cristianismo naciente, trató de purificar de ese supuesto mal a su pueblo; pero Dios lo llenó de luz y descubrió que Jesucristo no era la gran traición sino la gran respuesta a las antiguas promesas. Entonces orientó toda su energía a mostrar que la fe judía alcanza su plenitud en Jesús, así los mismos judíos le hicieran sufrir lo indecible tanto en su cuerpo como en su alma. Por eso decimos que esa expresión del comienzo de la primera lectura de hoy, "yo soy judío" resume bien la búsqueda y el horizonte fascinante de la vida del apóstol más conocido: san Pablo.
Un perseguidor perseguido. Pablo perseguía a los seguidores de Cristo y Cristo le dice: "Yo soy Jesús Nazareno, a quien tú persigues" (Hch 22,8). De aquí aprendemos o repasamos dos cosas. Primero: lo que se hace a uno de los humildes hermanos de Cristo, a Cristo mismo se le hace (cf. Mt 25,40.45). Segundo: nadie persigue a Cristo sin que Cristo le persiga.
En efecto, comenta Pablo en su Carta a los Filipenses: "sigo adelante, a fin de poder alcanzar aquello para lo cual también fui alcanzado por Cristo Jesús" (Flp 3,12). Es posible que hubiera odio, soberbia o vanidad en la manera como Pablo perseguía a Jesús; de lo que si estamos seguros es de cuánto amor, cuánta paciencia y cuánta mansedumbre abundaron en el modo como Jesús persiguió y conquistó a Pablo.
Ahora bien, Jesús está en sus seguidores y no se puede perseguirlos sin perseguirlo a él. Mas también está en ellos para guiar. Son uno con él en el padecer, pero también en el reinar (cf. Rom 8,17). Y por eso el Señor no da todas las instrucciones sino que envía a Pablo a que sea discípulo de los mismos a los que iba a encadenar y a que aprenda de aquellos a quienes hasta ahora ha despreciado. ¿No es magnífica la pedagogía de Dios?
"Vas a ser testigo". Ananías esclarece no sólo los ojos del cuerpo sino sobre todo los de la mente de Pablo: el sentido de aquel resplandor, de camino a Damasco, es colmar de luz a este hombre que así es ya un testigo de la luz. Y por eso le dice: "vas a ser testigo" (Hch 22,15): porque has visto, harás ver; porque has oído, vas a hablar.
Ananías invita al converso a darse prisa. Lo mejor que se le puede decir a un alma de fuego y un carácter ardiente como el de este Pablo. ¡Y qué bien cumplió ese sencillo encargo! "No pierdas tiempo; no te detengas" le dijo Ananías aquella vez, y eso hizo nuestro amado apóstol: ya nunca se detuvo. Fervoroso, como antes era en propagar el error y sembrar el terror, ahora propaga el Evangelio y siembra amor divino, sin darse nunca por satisfecho, pues bien escribió: " Hermanos, yo mismo no considero haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando lo que queda atrás y extendiéndome a lo que está delante, prosigo hacia la meta para obtener el premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús" (Flp 3,13-14).
Hoy, la Iglesia celebra la fiesta de la Conversión de san Pablo, apóstol. El breve fragmento del Evangelio según san Marcos recoge una parte del discurso acerca de la misión que confiere el Señor resucitado. Con la exhortación a predicar por todo el mundo va unida la tesis de que la fe y el bautismo son requisitos necesarios para la salvación: «El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará» (Mc 16,16). Además, Cristo garantiza que a los predicadores se les dará la facultad de hacer prodigios o milagros que habrán de apoyar y confirmar su predicación misionera (cf. Mc 17,18). La misión es grande —«Id por todo el mundo»—, pero no faltará el acompañamiento del Señor: «Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20).
La oración colecta de hoy, propia de la fiesta, nos dice: «Oh Dios, que con la predicación del Apóstol san Pablo llevaste a todos lo pueblos al conocimiento de la verdad, concédenos, al celebrar hoy su conversión, que, siguiendo su ejemplo, caminemos hacia Ti como testigos de tu verdad». Una verdad que Dios nos ha concedido conocer y que tantas y tantas almas desearían poseer: tenemos la responsabilidad de transmitir hasta donde podamos este maravilloso patrimonio.
La Conversión de san Pablo es un gran acontecimiento: él pasa de perseguidor a convertido, es decir, a servidor y defensor de la causa de Cristo. Muchas veces, quizá, también nosotros mismos hacemos de “perseguidores”: como a san Pablo, tenemos que convertirnos de “perseguidores” a servidores y defensores de Jesucristo.
Con Santa María, reconozcamos que el Altísimo también se ha fijado en nosotros y nos ha escogido para participar de la misión sacerdotal y redentora de su Hijo divino: Regina apostolorum, Reina de los apóstoles, ¡ruega por nosotros!; haznos valientes para dar testimonio de nuestra fe cristiana en el mundo que nos toca vivir (Josep Gassó Lécera).
La fiesta de la “Conversión de san Pablo”, nos recuerda el gran mandamiento de Jesús de evangelizar, pero al mismo tiempo, el hecho de que no se pude dar lo que no se tiene. Si hoy en el mundo se vive un paganismo práctico, que lleva a la violencia, al robo, al atropello de los valores humanos, a la corrupción, etc., es porque falta en muchos de los cristianos una conversión profunda. Sin embargo, usando las palabras del apóstol, nos ponemos a pensar: ¿pero, cómo creerán, si no hay quien les anuncie? Y cuando se les anuncia, ¿cómo creerán si la vida de los que predican no es conforme a lo que predican? Un sólo hombre comprometido y tocado profundamente por el amor de Dios, recorrió todo el mundo conocido, hablando de Aquel que había cambiado su vida… Fue así como el mundo pagano se convirtió a la luz y al amor de Cristo. Déjate tocar por el amor de Dios, y responde con generosidad siendo portador del amor de Dios en tu casa, tu empresa, o tu escuela… Recuerda que Dios te necesita (Ernesto María Caro).
Antes de subir al cielo, después de resucitar de entre los muertos, el Señor envió a los suyos a predicar el Evangelio por todo el mundo a toda creatura. Nada ni nadie puede quedar fuera de la obra salvadora que el Señor ha realizado en favor nuestro. Aquel que quiera encasillar la salvación en un grupo estará equivocado, pues la Iglesia debe acoger en su seno a todo hombre de buena voluntad que se decida a creer en Cristo Jesús. Por eso, los que ya hemos hecho nuestra esta fe debemos ser los primeros en experimentar el amor de Dios, pues Él nos ha llamado para que estemos con Él y para que seamos testigos suyos hasta el último confín del mundo. El Señor nos envía como aquellos que han de continuar su obra liberadora en el mundo. Pero no podemos quedarnos en una lucha por la libertad meramente externa; no podemos conformarnos con liberar a nuestros hermanos de la pobreza, o con darle voz a los desvalidos e injustamente tratados. Mientras no colaboremos para que se den a luz nuevos hijos de Dios, libres de la esclavitud al autor del pecado y de la muerte, habremos fallado en el cumplimiento de la Misión salvadora que el Señor nos ha confiado.
Hoy venimos a esta Celebración Eucarística para encontrarnos personalmente con el Señor, que se acerca a nosotros por medio de signos demasiado frágiles y sencillos. Él preside esta celebración por medio del Ministro; Él está en todos y cada uno de nosotros, que creemos en Él y, unidos a Cristo, Cabeza de la Iglesia, formamos su Cuerpo. Él nos dirige su Palabra salvadora, para que no sólo la escuchemos, sino para que la pongamos en práctica; y así, por obra del Espíritu Santo, esa Palabra vaya tomando cuerpo en nosotros para que seamos realmente testigos del Señor. Él se convierte en nuestro Pan de vida para que, entrando en comunión de vida con Él, sean nuestros su Espíritu y su Vida. Así el Señor abre nuestros ojos para que sepamos contemplarlo no sólo bajo los signos sacramentales, sino también en nuestro hermano, en el cual amamos y servimos al mismo Cristo. Aprovechemos, pues, este momento de Gracia del Señor.
Si nos amamos los unos a los otros entonces permanecemos en el amor de Dios. No sólo hemos de proclamar el Evangelio del Señor con los labios. Toda nuestra vida debe convertirse en un anuncio de la Buena Nueva, pues desde nuestra propia existencia los demás no sólo han de escuchar el Evangelio, sino que han de experimentar el amor salvador del Señor. Jesucristo está presente entre nosotros por medio de todos aquellos que creen en Él. Lo que les hagamos a ellos a Cristo mismo se lo hacemos. Al final el Señor nos dará la vida eterna poniendo como condición el amor que le hayamos manifestado en nuestros hermanos. Seamos, pues, portadores de Cristo. Que nadie quede excluido de recibir el anuncio del Evangelio. Que todos escuchen el mensaje de salvación y todos, sin excepción, experimenten el amor de Dios desde aquellos que nos gloriamos en tenerlo como Señor y Salvador nuestro. No hagamos de la Iglesia un grupo cerrado e inútil. Dios nos quiere a todos unidos como hermanos, formando un sólo cuerpo en torno a Cristo, Cabeza de la misma Iglesia. El que se cierre en un grupo, por muy santo que lo parezcan sus miembros, jamás podrá decir que es la Iglesia del Señor, pues ni siquiera será un miembro de la misma en razón de vivir separado de todos aquellos que han sido llamados a participar de la vida divina.
Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de trabajar constantemente, tanto con nuestras palabras, como con nuestras obras y nuestro testimonio personal y comunitario, en atraer a todos hacia Cristo, para que el mundo entero pueda encontrar en Él el camino que nos una como hermanos, y nos conduzca a la Gloria eterna a la diestra de Dios Padre. Amén (Homiliacatolica.com).
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Unidad de los cristianos
martes, 24 de enero de 2012
Martes 3º, año par: Jerusalén, la ciudad de paz, se llena de fiesta en torno al Arca de la Alianza. Jesús inaugura la nueva Alianza, la familia de los
II Samuel 6,12-15,17-19. Cuando informaron a David: "El Señor ha bendecido a la familia de Obededóm y todos sus bienes a causa del Arca de Dios", David partió e hizo subir el Arca de Dios desde la casa de Obededóm a la Ciudad de David, con gran alegría. Los que transportaban el Arca del Señor avanzaron seis pasos, y él sacrificó un buey y un ternero cebado. David, que sólo llevaba ceñido un efod de lino, iba danzando con todas sus fuerzas delante del Señor. Así, David y toda la casa de Israel subieron el Arca del Señor en medio de aclamaciones y al sonido de trompetas. Luego introdujeron el Arca del Señor y la instalaron en su sitio, en medio de la carpa que David había levantado para ella, y David ofreció holocaustos y sacrificios de comunión delante del Señor. Cuando David terminó de ofrecer el holocausto y los sacrificios de comunión, bendijo al pueblo en nombre del Señor de los ejércitos. Después repartió a todo el pueblo, a toda la multitud de Israel, hombres y mujeres, una hogaza de pan, un pastel de dátiles y uno de pasas de uva por persona. Luego todo el pueblo se fue, cada uno a su casa.
Salmo 24: 7–10 7 ¡Puertas, levantad vuestros dinteles, alzaos, portones antiguos, para que entre el rey de la gloria!
8 ¿Quién es ese rey de gloria? Yahveh, el fuerte, el valiente, Yahveh, valiente en la batalla.
9 ¡Puertas, levantad vuestros dinteles, alzaos, portones antiguos, para que entre el rey de la gloria!
10 ¿Quién es ese rey de gloria? Yahveh Sebaot, él es el rey de gloria.
Texto del Evangelio (Mc 3,31-35): En aquel tiempo, llegan la madre y los hermanos de Jesús, y quedándose fuera, le envían a llamar. Estaba mucha gente sentada a su alrededor. Le dicen: «¡Oye!, tu madre, tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan». Él les responde: «¿Quién es mi madre y mis hermanos?». Y mirando en torno a los que estaban sentados en corro, a su alrededor, dice: «Éstos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre».
Comentario: 1. 2S 6, 12b-15.17-19. David es hábil político, además de persona creyente. Ayer vimos que conquistó Jerusalén y estableció allí la capital de su reino. Ahora da un paso adelante: la hace también capital religiosa.
Hasta entonces Jerusalén, ciudad pagana, no tenía ninguna tradición religiosa para los israelitas, como podía tenerla por ejemplo Silo. David traslada solemnemente el Arca de la Alianza a su ciudad. Todavía no hay Templo -lo construirá su hijo Salomón- pero la presencia del Arca va a ser punto de referencia para la consolidación política y religiosa del pueblo.
La fiesta que organiza con tal ocasión -danzando él mismo ante el Arca- es muy simpática y de alguna manera significa el fin de la época nómada del pueblo. El Arca, en la Tienda del encuentro, había sido el símbolo de la cercanía de Dios para con su pueblo en el periodo de su larga travesía por el desierto. Ahora se estabiliza tanto el pueblo como la presencia de Dios con ellos.
A pesar de que Dios está presente en todas partes y podemos rezarle también fuera de nuestras iglesias, necesitamos lugares de oración. que nos ayuden también psicológicamente en nuestros momentos de culto y de reunión ante Dios.
Aunque en todo momento de nuestra vida podamos establecer contacto con Dios, la iglesia o la capilla, como lugar de reunión y de celebración, nos favorece en nuestro encuentro con Dios. El altar, en el que somos invitados a celebrar el memorial de Cristo y participar en su Cuerpo y Sangre; el lugar de la Palabra, desde el que se nos proclama la lectura bíblica; y luego el sagrario, donde se reserva el Pan eucarístico sobre todo para los enfermos: son para nosotros, con mucha más razón que el Arca para los israelitas, gozosos puntos de referencia que nos recuerdan la continua presencia de Cristo Jesús en nuestra vida. Todos los signos de aprecio y veneración serán pocos para agradecerle este don. David nos recuerda también con su actuación que necesitamos la fiesta, la expresión total -espiritual y corpórea- de nuestra pertenencia a la comunidad de fe y de nuestra relación con Dios. Por eso nos resulta aleccionadora la fiesta que él organizó, con elementos que continúan siendo válidos en la expresión de la fe: procesiones, oraciones, sacrificios, cantos, música, danza cúltica, comida festiva.
Necesitamos expresar exteriormente el aprecio que sentimos en el interior. A veces con formas litúrgicas y oficiales. Otras, con manifestaciones de religiosidad popular, también legítimas, y a veces más eficaces y comunicativas. Lo importante es rendir a Dios nuestro mejor culto y dar a nuestra vida una conciencia mayor de pertenencia a la comunidad cristiana y un tono más alegre de fiesta y comunión.
David hace introducir "el Arca de la Alianza" en Jerusalén. Al mandar transferir el Arca a Jerusalén, David actúa una vez más con fines políticos: la antigua ciudad neutra jebusea, admirablemente situada entre los dos reinos, pasa a ser su capital política... pero David quiere que sea también su capital religiosa, a fin de conferir al poder real y a la unidad que simboliza, unos cimientos más profundos, más sagrados. ¡Jerusalén! ¡Ciudad santa! No puede decirse que Dios esté más presente en ella que en otra parte... ¿Y sin embargo?... ¡Jerusalén! La ciudad de Dios: el símbolo mismo de la voluntad de Dios de estar «presente» en la humanidad, de implantarse, de encarnarse, de «plantar su tienda entre nosotros». ¡Jerusalén! Es allá -en esa ciudad que David escogió- que Tú, Señor, instituirás la comida de la Cena para simbolizar tu presencia entre nosotros... Es allí, la ciudad, en que Tú elegirás para morir y para resucitar. A través de la elección histórica de David, no podemos dejar de pensar que la humanidad entera tiene, en lo sucesivo, una capital, un símbolo de su unidad: ese lugar, esa colina donde una cruz fue plantada... esa roca, esa tumba donde reposó el cuerpo de Jesús... ese punto de gravedad de la humanidad, ese momento en el que cambió de sentido la historia cuando la muerte fue vencida, ahí mismo por primera vez. ¡Jerusalén! cuyo nombre significa "Ciudad de paz". Jerusalén, ciudad constantemente desgarrada, y que permanece como signo de la búsqueda de la humanidad: vivir juntos... vivir con Dios...
-Durante la procesión del Arca, David «danzaba» y daba vueltas con todas sus fuerzas «ante el Señor». David, rey y jefe político, es también el jefe religioso: organiza la liturgia, se entrega con todo su ser, cuerpo y alma. Canta y danza: sabemos que él compuso muchos de los salmos. Es una religión la suya exuberante y entusiasta.
-Toda la casa de Israel acompañaba el Arca con «aclamaciones» y resonar de cuernos... Se ofrecieron holocaustos y sacrificios de comunión... Luego se hizo una distribución a todo el pueblo: para cada uno, una torta de pan, un pastel de dátiles y un pan de pasas... ¡Qué religión tan alegre y comunitaria tenían nuestros antepasados! ¡Qué fiesta! divina y humana a la vez: la danza, el arte, los gritos, el banquete. Tenemos mucho que redescubrir en ese sentido. Nuestras liturgias han llegado a ser demasiado silenciosas, demasiado pasivas, demasiado «cada uno para sí». Basta comparar la escena tan viva que se nos describe el día del traslado del Arca a Jerusalén, con nuestras misas del domingo, tan a menudo apagadas y tristes. Quizá la juventud actual, sacudiendo un poco nuestras costumbres, nos ayudará a reencontrar una «fiesta», una religión «alegre».
Mi religión, ¿es una fiesta para mí?, ¿una dicha?, ¿una alegría?
Mi fe, ¿es una buena noticia? y el evangelio ¿un maravilloso mensaje?
¿Soy de los que no abren la boca en la iglesia, de los que se aíslan? o bien ¿me esfuerzo en cantar, en aclamar, en participar en la liturgia?
-Delante del Señor... en presencia del Señor... Es uno de los temas de esos pasajes de la Escritura. Vivir «delante» de Dios. David "danza" delante de Dios. Es toda mi vida la que se juega «delante de Ti, Señor» (Noel Quesson).
La lectura de ayer contaba dos hechos muy importantes: la unción de David como rey de todo Israel y la conquista de Jerusalén. La de hoy describe el traslado a Jerusalén del arca de la alianza. Si al elegir Jerusalén como residencia suya había hecho de ella la capital política, al instalar allí el arca la convierte en capital religiosa. La capital política, en una antigua ciudad jebusea situada en la frontera entre el territorio de las tribus del norte y las del sur, quiere quedarse por encima de la animadversión entre los dos grupos rivales; la capital religiosa, a más de heredar antiquísimas tradiciones sagradas (cf Gn 14), será enriquecida con la posesión del arca y superará en importancia a todos los santuarios israelitas, sobre todo con la edificación del templo de Salomón y más todavía con la reforma religiosa de Josías, que hizo de ella el único lugar donde se podrían ofrecer legítimos sacrificios. A partir de David, el tema de la ciudad santa se une, como un nuevo artículo de fe, como objeto de promesas y fuente de esperanzas (y una vez destruida, como tema de oración), al conjunto de tradiciones religiosas de Israel. A Jerusalén subirá Jesús a morir y resucitar, en Jerusalén nacerá la Iglesia, desde Jerusalén se esparcirá el evangelio a todas las naciones, y con la visión de la nueva Jerusalén que baja del cielo se cierra la Biblia (Ap 21).
Este capítulo procede de la historia del arca de la alianza, que habíamos comenzado a leer en 1 Sm 4-6 (sábado de la semana XII y domingo XIII), aunque la redacción es de otro estilo. Hallamos en la narración del traslado aquella conjunción de los valores humanos de David con una sensibilidad religiosa profunda y sincera y, al mismo tiempo, un gran talento político. Raramente se encuentran, así en la historia sagrada como en la profana, estas tres dimensiones en tan alto grado.
El arca había sido el signo de la presencia de Yahvé en medio de su pueblo cuando hacía camino por el desierto. Es el recuerdo de la alianza lo que ha de dar unidad política y religiosa al pueblo escogido. El templo será construido fundamentalmente como santuario del arca, ante la cual se ofrecerán los sacrificios prescritos y será invocado y santificado el nombre de Dios. La santidad de Dios se manifiesta, como en las religiones más primitivas, en forma de terror sagrado. No es imposible que Ozá, habiendo tocado el arca, muriese, cuando todavía en nuestros días, en África, hay quien muere literalmente de terror por el conjuro de un brujo. David mismo tiene miedo y renuncia a instalar el arca en su casa (9).
La sensibilidad religiosa de David se revela en el entusiasmo con que danza ante el arca, bien distinto de Mical, que le desprecia por haberse quitado las prendas reales para danzar. El hecho de que David tenga muchos hijos, pero ninguno de Mical, será interpretado como un premio para David, un castigo para ella y rechazo para la casa de su padre, Saúl, condenada a la extinción (H. Raguer).
Jerusalén es elevada a ciudad sagrada porque el Señor ha llegado a morar en ella. En medio de cantos, holocaustos y danzar rituales llega el Señor de los ejércitos para habitar en medio de su pueblo santo. Cuando llegue la plenitud de los tiempos el Verbo se hará carne y plantará su tienda de campaña en medio de las nuestras. Más aún: Él hará su morada en nuestros corazones, y hará que toda nuestra vida se convierta en una continua ofrenda de alabanza a nuestro Dios y Padre. Dios nos ha consagrado por medio del Bautismo. Tratemos de ser una digna morada del Señor, de tal forma que manifestemos con nuestras buenas obras que realmente el Señor está con nosotros. No nos conformemos con disfrutar de la presencia del Señor en nuestro interior. Procuremos ser un signo de su amor para cuantos nos traten sabiendo compartir con ellos los dones que Dios nos ha dado; y no sólo los bienes materiales, sino el Don de la Vida y del Espíritu, que Dios quiere que llegue a todos para que todos seamos hijos suyos y nos convirtamos en una digna morada de su Espíritu.
2. Sal. 23. No sólo abramos las puertas del Templo al Señor; abrámosle, especialmente, las puertas de nuestro corazón. Abramos las puertas de nuestra vida al Redentor que se acerca a nosotros para hacer su morada en nuestros corazones. Pero no sólo hemos de abrirle al Señor nuestro corazón; sabiendo que Él está con nosotros, sepamos escuchar su Palabra y vivir conforme a sus enseñanzas. Así, llevando una vida intachable en su presencia, cuando Él vuelva glorioso al final de los tiempos, Él mismo nos abrirá las puertas de las moradas eternas para que disfrutemos eternamente del Gozo de nuestro Dios y Padre. A Él sea dado todo honor y toda gloria ahora y siempre y por infinitos siglos de los siglos.
3.- Mc 3, 31-35 (cf Lc 8,19-21, martes de la semana 26). 3. Sorprende la distancia que toma Jesús con respecto a su familia. En el Nuevo Testamento se inaugura un nuevo concepto de familia, los que creen en Jesús, como Hijo de Dios vivo: estos forman la familia de Jesús: los doce Apóstoles y muchos otros discípulos como Marta, María y Lázaro… lo que leemos hoy vamos a ponerlo en relación con el gran amor que Jesús tiene a su madre, a José y a su gente. Porque no podemos ver un texto en solitario, y mucho más cuando “golpea” sobre un aspecto, cuando lo subraya con contundencia; el contexto –es decir, el tono general de los otros textos- y sobretodo la tradición apostólica, dan "el espíritu" que late tras estos sentimientos de Jesús, que toma distancia sobre su ligazón con su familia de sangre, queriéndolos mucho, para establecer una intimidad nueva en su familia digamos “apostólica”. Esto nos sitúa en un contexto de Iglesia como familia, donde las comunidades, instituciones por así decir, pueden tener vida en familia, sentirse en Jesús familia. Dentro de este sentido de familia, un caso especial es el de aquellos que viven en celibato. Al igual que los que se unen en matrimonio y forman una familia nueva, que deja a un segundo lugar la familia de la que surgieron, en el sentido de que la prioritaria es la que forman, también la tradición sobre virginidad y celibato va en esta línea de “injertarse” en la persona, en la conciencia de Jesús, una vocación en vistas al Reino de Dios, y razona con motivos estrictamente sobrenaturales. Establece una libertad para estar con “el Cordero dondequiera que vaya”, o como dice San Pablo: "el célibe se ocupa de los asuntos del Señor…, mientras que el casado de los asuntos del mundo… y está dividido" (1 Cor 7). El sentido esponsal de todo cristiano con Jesús se ve aquí reforzado en un sentido de familia, esas personas forman una familia, a imagen de la que está formando Jesús.
Nos preguntamos con frecuencia si le costaría a Jesús poner distancia ante tanto sufrimiento como se encontró en su ministerio. Me decía hace poco una madre, sobre el tema del dolor y el amor: “precisamente hace 17 anos perdí a mi única hija, duele mucho porque uno la amaba tanto, y ahora no poder verla mas…, pero la gracias de la aceptación la tuve siempre y lo mismo mi hija, ahí aprendimos lo que es la muerte, no se entiende que un Dios bueno lo permita si no es para que de eso saque también un bien. Ya sabemos por qué no hay que tener miedo de la muerte, sino al contrario, es el encuentro con Dios, al fin no tener ya sufrimientos de la enfermedad, solo gozo... Le digo a Jesús que continúo siendo mama, y Él me entiende, sé que un día veré a mi hija, que en el cielo estaré con los míos. Todo ese dolor me ha hecho aprender a amar a Dios por sobre todo, y mi vida es otra, vivo para hacer su voluntad”. Esa persona se dedica con más intensidad a los hijos de los demás, participa de un ambiente apostólico donde puede vivir la maternidad, de otro modo. Conmueve ver las muchas experiencias que podríamos añadir a ésta, de esta familia que hoy nos muestra el Evangelio, en la que la oración de las madres la sostienen. Lo podemos repetir: principalmente son la oración de esas madres las que sostienen la Iglesia (junto a los que sufren y los niños), pues saben de amor y de sufrimiento, de Cruz y de la vida de Jesús, que también pasó por esto, que tuvo que tomar distancia ante su familia, provocarles dolor con su muerte... para tomar el dolor de todos, y curarnos.
Volviendo al principio, cuando veamos curiosa la reacción de Jesús en algunos pasajes, pero hemos de aprender del sentido profundo de sus hechos para descubrir su relación con el Reino que está instaurando, esa nueva creación, el mundo de la gracia, la Redención. Nuestra mirada no ha de ser la del que piensa que Jesús se equivoca, sino la de quien ve en Él la verdad, y nosotros somos aprendices de esa Verdad, que es Camino a la Vida. En la respuesta de Jesús, por tanto, no hay ningún rechazo hacia sus familiares. Jesús ha renunciado a una dependencia de ellos: “no por frialdad de sentimientos o por menosprecio de los vínculos familiares, sino porque pertenece completamente a Dios Padre. Jesucristo ha realizado personalmente en Él mismo aquello que justamente pide a sus discípulos.
En lugar de su familia de la tierra, Jesús ha escogido una familia espiritual. Echa una mirada sobre los hombres sentados a su alrededor y les dice: «Éstos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre» (Mc 3,34-35). San Marcos, en otros lugares de su Evangelio, refiere otras de esas miradas de Jesús a su alrededor.
¿Es que Jesús nos quiere decir que sólo son sus parientes los que escuchan con atención su palabra? ¡No! No son sus parientes aquellos que escuchan su palabra, sino aquellos que escuchan y cumplen la voluntad de Dios: éstos son su hermano, su hermana, su madre.
Lo que Jesús hace es una exhortación a aquellos que se encuentran allí sentados —y a todos— a entrar en comunión con Él mediante el cumplimiento de la voluntad divina. Pero, a la vez, vemos en sus palabras una alabanza a su madre, Maria, la siempre bienaventurada por haber creído” (Josep Gassó).
Acaba el capítulo tercero de Marcos con este breve episodio que tiene como protagonistas, esta vez en un contexto diferente del anterior, a sus familiares. Los «hermanos» en el lenguaje hebreo son también los primos y tíos y demás familiares. Esta vez sí se dice que estaba su madre. Las palabras de Jesús, que parecen como una respuesta a las dificultades de sus familiares que leíamos anteayer, nos suenan algo duras. Pero ciertamente no desautorizan a su madre ni a sus parientes. Lo que hace es aprovechar la ocasión para decir cuál es su visión de la nueva comunidad que se está reuniendo en torno a él. La nueva familia no va a tener como valores determinantes ni los lazos de sangre ni los de la raza. No serán tanto los descendientes raciales de Abraham, sino los que imitan su fe: «El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre».
Nosotros, como personas que creemos y seguimos a Cristo, pertenecemos a su familia. Esto nos llena de alegría. Por eso podemos decir con confianza la oración que Jesús nos enseñó: «Padre nuestro». Somos hijos y somos hermanos. Hemos entrado en la comunidad nueva del Reino.
En ella nos alegramos también de que esté la Virgen María, la Madre de Jesús. Si de alguien se puede decir que «ha cumplido la voluntad de Dios» es de ella, la que respondió al ángel enviado de Dios: «Hágase en mi según tu Palabra». Ella es la mujer creyente, la totalmente disponible ante Dios.
Incluso antes que su maternidad física, tuvo María de Nazaret este otro parentesco que aquí anuncia Cristo, el de la fe. Como decían los Santos Padres, ella acogió antes al Hijo de Dios en su mente por medio de la fe que en su seno por su maternidad.
Por eso es María para nosotros buena maestra, porque fue la mejor discípula en la escuela de Jesús. Y nos señala el camino de la vida cristiana: escuchar la Palabra, meditarla en el corazón y llevarla a la práctica (J. Aldazábal).
Marcos va a relatar más adelante (Mc 4,1-9) la parábola de la semilla que cae en diferentes terrenos. Pero ya de antemano la ilustra diciéndonos que la familia de Jesús no fue necesariamente el terreno ideal. La fe no se confunde con el contexto sociológico; no se reduce a sentimientos humanos, aun cuando estos sean fraternos o familiares (Maertens-Frisque). ¡Otra vez la tribu! "Te buscan", le dicen a Jesús. Este grupo de parientes trae a la memoria el recuerdo de esas camarillas siempre dispuestas a incautarse de Dios en provecho propio. "Te buscan". Pues bien, ¡perderán el tiempo! "¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?". La respuesta más obvia no tendría en cuenta al Reino, que hace saltar todas las realidades. "Estos son mi madre y mis hermanos", dice Jesús mirando a los que están a su alrededor escuchándole. Así, en el Reino, la fraternidad cristiana no se funda en los vínculos de carne y sangre, sino en un espíritu común: hacer la voluntad del Padre. (...) "El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre". Llevarán el nombre de Jesús los que vivan en su corazón lo que fue para él la razón de ser de su vida: "En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros". No sólo se trata de ser partidarios de un hombre admirable, ni de hacer nuestra una norma de vida de gran elevación: se trata de ser "los de Jesús". Los discípulos no lo serán de verdad hasta que, el día de Pentecostés, reciban plenamente el Espíritu del Hijo. "Aquí estoy para hacer tu voluntad!": ésta es la norma de vida del cristiano y, más aún, la oración del Espíritu que se nos dio el día del bautismo (“Dios cada día”, de San Terrae).
Marcos, después del altercado con los escribas "venidos de Jerusalén", reemprende el relato comenzado en el versículo 21 y que leímos el sábado último: "su familia vino para llevárselo, pues afirmaban: "Está fuera de sí."
-Jesús entra en una casa, y la muchedumbre acude. La "muchedumbre" está siempre ahí.
-Vinieron su madre y sus hermanos, y desde fuera le mandaron llamar. Su madre es María. La conocemos bien. Por Lucas y Mateo sabemos qué actitud ejemplar de Fe, de búsqueda espiritual ha tenido siempre a lo largo de todos los acontecimientos y circunstancias de la infancia de Jesús. Pero tratemos de ponernos, momentáneamente, en la actitud de los primeros lectores de Marcos, que no tenían aún los evangelios de Lucas ni de Mateo. Procuremos olvidar lo que sabemos por los otros evangelios. Es la primera vez que oímos hablar de ¡"su madre"! Es el primer pasaje de Marcos que evoca a María. ¡Y es para decirnos "esto" de ella! Verdaderamente ¡el evangelista no busca adornar su narración! Si su relato saliera de su imaginación, de su admiración, no hubiera escrito esto. Autenticidad algo áspera del evangelio según San Marcos. Son cosas difíciles de decir y que no se inventan. ¡La familia de Jesús no comprende! Y quiere recuperarlo.
-"Ahí fuera están tu madre y tus hermanos que te buscan." Jesús les respondió: "¿Quién es mi madre? y ¿quién son mis hermanos?" El verdadero parentesco de Jesús no es lo que se piensa ni lo que aparenta. Para Jesús los lazos de la sangre, los lazos familiares, los lazos sociales no son lo primero, son indispensables y reales, pero no es lícito encerrarse en ellos. ¡Su familia no lo comprende! Pero su pueblo, ¡tampoco! Su medio social más natural, Nazaret, será el que más lo rechazará (Mc 6, 1-6).
-Y echando una mirada sobre los que estaban sentados en derredor suyo... Marcos utiliza a menudo esta fórmula: la mirada de Jesús. Trataré de imaginar esa mirada... y de rezar a partir de ella.
-Dijo: "He aquí mi madre y mis hermanos. Quien hiciere la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre." He aquí un "sumergirse" absolutamente sorprendente en el corazón de Jesús. Tiene un corazón universal... grande como el mundo: abierto a toda la humanidad. Se siente hermano de todo aquel que "hace la voluntad de Dios". Esta familia es amplia y grande. ¡No! No se le encerrará en su familia humana inmediata. ¡El replegarse en sí mismo es contrario, al modo de ser de Jesús! Las únicas fronteras de su familia son el horizonte del mundo entero. ¿Todo hombre es mi hermano, mi hermana, mi madre, también para mí? La fidelidad a la "voluntad del Padre" ¿es lo primero para mí? Por esta razón, ¡María es doblemente su madre! La verdadera grandeza de su madre, no es haberle dado su sangre, sino el hecho de ser "la humilde esclava de Dios", como nos lo enseñará Lucas cuando escribirá su evangelio, algunos años después. Pero esto nos lo ha dicho ya Marcos, aquí de un modo enigmático. Señor, ayúdanos a vivir nuestros lazos familiares como un primer aprendizaje y un primer lazo de amor... sin encerrarnos en círculo alguno (Noel Quesson).
Jesús es el Hijo amado del Padre por su fidelidad total a su Voluntad. Jesús mismo diría: mi alimento es hacer la voluntad de Aquel que me envió. Todo aquel que, unido a Cristo, haga la voluntad del Padre Dios, será considerado de la familia de Dios. Por eso, junto con María, debemos aprender a decir: Hágase en mi según tu Palabra. No basta escuchar la Palabra de Dios, sino hay que ponerla en práctica. Dios quiere hacer su obra de salvación en nosotros; si tenemos la apertura suficiente al Espíritu de Dios en nosotros, Dios hará de nosotros sus hijos amados, pues su amor llegará en nosotros a su plenitud. No nos quedemos como discípulos sentados a los pies de Jesús, vayamos y demos testimonio de Él en nuestra vida diaria; con eso estaremos dando a conocer que en verdad Dios ha hecho su morada en nosotros y que nosotros lo tenemos por Padre.
Mediante la Eucaristía nosotros entramos en una Alianza de comunión con Cristo. Así participamos de la misma Vida que el Hijo recibe del Padre y somos hechos hijos de Dios. Mediante esta obra de salvación que celebramos como un Memorial de la Pascua de Cristo, Él nos hace entender cuánto nos ama. Nosotros no sólo le ofrecemos un sacrificio agradable, pues al permanecer en comunión de vida con Cristo, cuando lo ofrecemos al Padre nosotros mismos nos ofrecemos junto con Él. Por eso al celebrar la Eucaristía estamos adquiriendo un compromiso: consagrarle todo a Dios, de tal forma que nuestra vida, nuestra historia, nuestro mundo, lleguen, por medio nuestro, a la presencia de Dios libres de todo lo que oscurece en ellos la presencia del Señor. Así, no sólo somos santificados, sino que Dios nos convierte en instrumentos de su salvación para todos los pueblos. Venimos ante Él trayendo el fruto del trabajo que nos confió, y volvemos al mundo, impulsados por el Espíritu Santo, para seguir trabajando por un mundo más justo, más fraterno, más capaz de manifestar que el Reino de Dios se va haciendo realidad entre nosotros.
Por eso no basta con participar de la Eucaristía para decir que somos de la familia divina. Es necesario que cumplamos la voluntad de Dios. Y la voluntad de Dios consiste en que creamos en Aquel que Él nos envió. Y creer en Jesús no es sólo profesar con los labios que es nuestro Dios y nuestro Señor. Hay que creerle a Jesús, de tal forma que hagamos vida en nosotros su obra de salvación. Su Palabra ha de ser sembrada en nosotros y no puede caer en un terreno malo e infecundo, sino que, por la obra de santificación que realice el Espíritu Santo en nosotros, ha de producir abundantes frutos de buenas obras. Entonces nosotros, a imagen de Jesucristo, pasaremos haciendo el bien a todos.
Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de vivir con la apertura suficiente para dejarnos conducir por el Espíritu Santo, para que haciendo en todo la voluntad de Dios, unidos a Cristo, en Él nos convirtamos en los hijos amados del Padre. Amén www.homiliacatolica.com).
Salmo 24: 7–10 7 ¡Puertas, levantad vuestros dinteles, alzaos, portones antiguos, para que entre el rey de la gloria!
8 ¿Quién es ese rey de gloria? Yahveh, el fuerte, el valiente, Yahveh, valiente en la batalla.
9 ¡Puertas, levantad vuestros dinteles, alzaos, portones antiguos, para que entre el rey de la gloria!
10 ¿Quién es ese rey de gloria? Yahveh Sebaot, él es el rey de gloria.
Texto del Evangelio (Mc 3,31-35): En aquel tiempo, llegan la madre y los hermanos de Jesús, y quedándose fuera, le envían a llamar. Estaba mucha gente sentada a su alrededor. Le dicen: «¡Oye!, tu madre, tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan». Él les responde: «¿Quién es mi madre y mis hermanos?». Y mirando en torno a los que estaban sentados en corro, a su alrededor, dice: «Éstos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre».
Comentario: 1. 2S 6, 12b-15.17-19. David es hábil político, además de persona creyente. Ayer vimos que conquistó Jerusalén y estableció allí la capital de su reino. Ahora da un paso adelante: la hace también capital religiosa.
Hasta entonces Jerusalén, ciudad pagana, no tenía ninguna tradición religiosa para los israelitas, como podía tenerla por ejemplo Silo. David traslada solemnemente el Arca de la Alianza a su ciudad. Todavía no hay Templo -lo construirá su hijo Salomón- pero la presencia del Arca va a ser punto de referencia para la consolidación política y religiosa del pueblo.
La fiesta que organiza con tal ocasión -danzando él mismo ante el Arca- es muy simpática y de alguna manera significa el fin de la época nómada del pueblo. El Arca, en la Tienda del encuentro, había sido el símbolo de la cercanía de Dios para con su pueblo en el periodo de su larga travesía por el desierto. Ahora se estabiliza tanto el pueblo como la presencia de Dios con ellos.
A pesar de que Dios está presente en todas partes y podemos rezarle también fuera de nuestras iglesias, necesitamos lugares de oración. que nos ayuden también psicológicamente en nuestros momentos de culto y de reunión ante Dios.
Aunque en todo momento de nuestra vida podamos establecer contacto con Dios, la iglesia o la capilla, como lugar de reunión y de celebración, nos favorece en nuestro encuentro con Dios. El altar, en el que somos invitados a celebrar el memorial de Cristo y participar en su Cuerpo y Sangre; el lugar de la Palabra, desde el que se nos proclama la lectura bíblica; y luego el sagrario, donde se reserva el Pan eucarístico sobre todo para los enfermos: son para nosotros, con mucha más razón que el Arca para los israelitas, gozosos puntos de referencia que nos recuerdan la continua presencia de Cristo Jesús en nuestra vida. Todos los signos de aprecio y veneración serán pocos para agradecerle este don. David nos recuerda también con su actuación que necesitamos la fiesta, la expresión total -espiritual y corpórea- de nuestra pertenencia a la comunidad de fe y de nuestra relación con Dios. Por eso nos resulta aleccionadora la fiesta que él organizó, con elementos que continúan siendo válidos en la expresión de la fe: procesiones, oraciones, sacrificios, cantos, música, danza cúltica, comida festiva.
Necesitamos expresar exteriormente el aprecio que sentimos en el interior. A veces con formas litúrgicas y oficiales. Otras, con manifestaciones de religiosidad popular, también legítimas, y a veces más eficaces y comunicativas. Lo importante es rendir a Dios nuestro mejor culto y dar a nuestra vida una conciencia mayor de pertenencia a la comunidad cristiana y un tono más alegre de fiesta y comunión.
David hace introducir "el Arca de la Alianza" en Jerusalén. Al mandar transferir el Arca a Jerusalén, David actúa una vez más con fines políticos: la antigua ciudad neutra jebusea, admirablemente situada entre los dos reinos, pasa a ser su capital política... pero David quiere que sea también su capital religiosa, a fin de conferir al poder real y a la unidad que simboliza, unos cimientos más profundos, más sagrados. ¡Jerusalén! ¡Ciudad santa! No puede decirse que Dios esté más presente en ella que en otra parte... ¿Y sin embargo?... ¡Jerusalén! La ciudad de Dios: el símbolo mismo de la voluntad de Dios de estar «presente» en la humanidad, de implantarse, de encarnarse, de «plantar su tienda entre nosotros». ¡Jerusalén! Es allá -en esa ciudad que David escogió- que Tú, Señor, instituirás la comida de la Cena para simbolizar tu presencia entre nosotros... Es allí, la ciudad, en que Tú elegirás para morir y para resucitar. A través de la elección histórica de David, no podemos dejar de pensar que la humanidad entera tiene, en lo sucesivo, una capital, un símbolo de su unidad: ese lugar, esa colina donde una cruz fue plantada... esa roca, esa tumba donde reposó el cuerpo de Jesús... ese punto de gravedad de la humanidad, ese momento en el que cambió de sentido la historia cuando la muerte fue vencida, ahí mismo por primera vez. ¡Jerusalén! cuyo nombre significa "Ciudad de paz". Jerusalén, ciudad constantemente desgarrada, y que permanece como signo de la búsqueda de la humanidad: vivir juntos... vivir con Dios...
-Durante la procesión del Arca, David «danzaba» y daba vueltas con todas sus fuerzas «ante el Señor». David, rey y jefe político, es también el jefe religioso: organiza la liturgia, se entrega con todo su ser, cuerpo y alma. Canta y danza: sabemos que él compuso muchos de los salmos. Es una religión la suya exuberante y entusiasta.
-Toda la casa de Israel acompañaba el Arca con «aclamaciones» y resonar de cuernos... Se ofrecieron holocaustos y sacrificios de comunión... Luego se hizo una distribución a todo el pueblo: para cada uno, una torta de pan, un pastel de dátiles y un pan de pasas... ¡Qué religión tan alegre y comunitaria tenían nuestros antepasados! ¡Qué fiesta! divina y humana a la vez: la danza, el arte, los gritos, el banquete. Tenemos mucho que redescubrir en ese sentido. Nuestras liturgias han llegado a ser demasiado silenciosas, demasiado pasivas, demasiado «cada uno para sí». Basta comparar la escena tan viva que se nos describe el día del traslado del Arca a Jerusalén, con nuestras misas del domingo, tan a menudo apagadas y tristes. Quizá la juventud actual, sacudiendo un poco nuestras costumbres, nos ayudará a reencontrar una «fiesta», una religión «alegre».
Mi religión, ¿es una fiesta para mí?, ¿una dicha?, ¿una alegría?
Mi fe, ¿es una buena noticia? y el evangelio ¿un maravilloso mensaje?
¿Soy de los que no abren la boca en la iglesia, de los que se aíslan? o bien ¿me esfuerzo en cantar, en aclamar, en participar en la liturgia?
-Delante del Señor... en presencia del Señor... Es uno de los temas de esos pasajes de la Escritura. Vivir «delante» de Dios. David "danza" delante de Dios. Es toda mi vida la que se juega «delante de Ti, Señor» (Noel Quesson).
La lectura de ayer contaba dos hechos muy importantes: la unción de David como rey de todo Israel y la conquista de Jerusalén. La de hoy describe el traslado a Jerusalén del arca de la alianza. Si al elegir Jerusalén como residencia suya había hecho de ella la capital política, al instalar allí el arca la convierte en capital religiosa. La capital política, en una antigua ciudad jebusea situada en la frontera entre el territorio de las tribus del norte y las del sur, quiere quedarse por encima de la animadversión entre los dos grupos rivales; la capital religiosa, a más de heredar antiquísimas tradiciones sagradas (cf Gn 14), será enriquecida con la posesión del arca y superará en importancia a todos los santuarios israelitas, sobre todo con la edificación del templo de Salomón y más todavía con la reforma religiosa de Josías, que hizo de ella el único lugar donde se podrían ofrecer legítimos sacrificios. A partir de David, el tema de la ciudad santa se une, como un nuevo artículo de fe, como objeto de promesas y fuente de esperanzas (y una vez destruida, como tema de oración), al conjunto de tradiciones religiosas de Israel. A Jerusalén subirá Jesús a morir y resucitar, en Jerusalén nacerá la Iglesia, desde Jerusalén se esparcirá el evangelio a todas las naciones, y con la visión de la nueva Jerusalén que baja del cielo se cierra la Biblia (Ap 21).
Este capítulo procede de la historia del arca de la alianza, que habíamos comenzado a leer en 1 Sm 4-6 (sábado de la semana XII y domingo XIII), aunque la redacción es de otro estilo. Hallamos en la narración del traslado aquella conjunción de los valores humanos de David con una sensibilidad religiosa profunda y sincera y, al mismo tiempo, un gran talento político. Raramente se encuentran, así en la historia sagrada como en la profana, estas tres dimensiones en tan alto grado.
El arca había sido el signo de la presencia de Yahvé en medio de su pueblo cuando hacía camino por el desierto. Es el recuerdo de la alianza lo que ha de dar unidad política y religiosa al pueblo escogido. El templo será construido fundamentalmente como santuario del arca, ante la cual se ofrecerán los sacrificios prescritos y será invocado y santificado el nombre de Dios. La santidad de Dios se manifiesta, como en las religiones más primitivas, en forma de terror sagrado. No es imposible que Ozá, habiendo tocado el arca, muriese, cuando todavía en nuestros días, en África, hay quien muere literalmente de terror por el conjuro de un brujo. David mismo tiene miedo y renuncia a instalar el arca en su casa (9).
La sensibilidad religiosa de David se revela en el entusiasmo con que danza ante el arca, bien distinto de Mical, que le desprecia por haberse quitado las prendas reales para danzar. El hecho de que David tenga muchos hijos, pero ninguno de Mical, será interpretado como un premio para David, un castigo para ella y rechazo para la casa de su padre, Saúl, condenada a la extinción (H. Raguer).
Jerusalén es elevada a ciudad sagrada porque el Señor ha llegado a morar en ella. En medio de cantos, holocaustos y danzar rituales llega el Señor de los ejércitos para habitar en medio de su pueblo santo. Cuando llegue la plenitud de los tiempos el Verbo se hará carne y plantará su tienda de campaña en medio de las nuestras. Más aún: Él hará su morada en nuestros corazones, y hará que toda nuestra vida se convierta en una continua ofrenda de alabanza a nuestro Dios y Padre. Dios nos ha consagrado por medio del Bautismo. Tratemos de ser una digna morada del Señor, de tal forma que manifestemos con nuestras buenas obras que realmente el Señor está con nosotros. No nos conformemos con disfrutar de la presencia del Señor en nuestro interior. Procuremos ser un signo de su amor para cuantos nos traten sabiendo compartir con ellos los dones que Dios nos ha dado; y no sólo los bienes materiales, sino el Don de la Vida y del Espíritu, que Dios quiere que llegue a todos para que todos seamos hijos suyos y nos convirtamos en una digna morada de su Espíritu.
2. Sal. 23. No sólo abramos las puertas del Templo al Señor; abrámosle, especialmente, las puertas de nuestro corazón. Abramos las puertas de nuestra vida al Redentor que se acerca a nosotros para hacer su morada en nuestros corazones. Pero no sólo hemos de abrirle al Señor nuestro corazón; sabiendo que Él está con nosotros, sepamos escuchar su Palabra y vivir conforme a sus enseñanzas. Así, llevando una vida intachable en su presencia, cuando Él vuelva glorioso al final de los tiempos, Él mismo nos abrirá las puertas de las moradas eternas para que disfrutemos eternamente del Gozo de nuestro Dios y Padre. A Él sea dado todo honor y toda gloria ahora y siempre y por infinitos siglos de los siglos.
3.- Mc 3, 31-35 (cf Lc 8,19-21, martes de la semana 26). 3. Sorprende la distancia que toma Jesús con respecto a su familia. En el Nuevo Testamento se inaugura un nuevo concepto de familia, los que creen en Jesús, como Hijo de Dios vivo: estos forman la familia de Jesús: los doce Apóstoles y muchos otros discípulos como Marta, María y Lázaro… lo que leemos hoy vamos a ponerlo en relación con el gran amor que Jesús tiene a su madre, a José y a su gente. Porque no podemos ver un texto en solitario, y mucho más cuando “golpea” sobre un aspecto, cuando lo subraya con contundencia; el contexto –es decir, el tono general de los otros textos- y sobretodo la tradición apostólica, dan "el espíritu" que late tras estos sentimientos de Jesús, que toma distancia sobre su ligazón con su familia de sangre, queriéndolos mucho, para establecer una intimidad nueva en su familia digamos “apostólica”. Esto nos sitúa en un contexto de Iglesia como familia, donde las comunidades, instituciones por así decir, pueden tener vida en familia, sentirse en Jesús familia. Dentro de este sentido de familia, un caso especial es el de aquellos que viven en celibato. Al igual que los que se unen en matrimonio y forman una familia nueva, que deja a un segundo lugar la familia de la que surgieron, en el sentido de que la prioritaria es la que forman, también la tradición sobre virginidad y celibato va en esta línea de “injertarse” en la persona, en la conciencia de Jesús, una vocación en vistas al Reino de Dios, y razona con motivos estrictamente sobrenaturales. Establece una libertad para estar con “el Cordero dondequiera que vaya”, o como dice San Pablo: "el célibe se ocupa de los asuntos del Señor…, mientras que el casado de los asuntos del mundo… y está dividido" (1 Cor 7). El sentido esponsal de todo cristiano con Jesús se ve aquí reforzado en un sentido de familia, esas personas forman una familia, a imagen de la que está formando Jesús.
Nos preguntamos con frecuencia si le costaría a Jesús poner distancia ante tanto sufrimiento como se encontró en su ministerio. Me decía hace poco una madre, sobre el tema del dolor y el amor: “precisamente hace 17 anos perdí a mi única hija, duele mucho porque uno la amaba tanto, y ahora no poder verla mas…, pero la gracias de la aceptación la tuve siempre y lo mismo mi hija, ahí aprendimos lo que es la muerte, no se entiende que un Dios bueno lo permita si no es para que de eso saque también un bien. Ya sabemos por qué no hay que tener miedo de la muerte, sino al contrario, es el encuentro con Dios, al fin no tener ya sufrimientos de la enfermedad, solo gozo... Le digo a Jesús que continúo siendo mama, y Él me entiende, sé que un día veré a mi hija, que en el cielo estaré con los míos. Todo ese dolor me ha hecho aprender a amar a Dios por sobre todo, y mi vida es otra, vivo para hacer su voluntad”. Esa persona se dedica con más intensidad a los hijos de los demás, participa de un ambiente apostólico donde puede vivir la maternidad, de otro modo. Conmueve ver las muchas experiencias que podríamos añadir a ésta, de esta familia que hoy nos muestra el Evangelio, en la que la oración de las madres la sostienen. Lo podemos repetir: principalmente son la oración de esas madres las que sostienen la Iglesia (junto a los que sufren y los niños), pues saben de amor y de sufrimiento, de Cruz y de la vida de Jesús, que también pasó por esto, que tuvo que tomar distancia ante su familia, provocarles dolor con su muerte... para tomar el dolor de todos, y curarnos.
Volviendo al principio, cuando veamos curiosa la reacción de Jesús en algunos pasajes, pero hemos de aprender del sentido profundo de sus hechos para descubrir su relación con el Reino que está instaurando, esa nueva creación, el mundo de la gracia, la Redención. Nuestra mirada no ha de ser la del que piensa que Jesús se equivoca, sino la de quien ve en Él la verdad, y nosotros somos aprendices de esa Verdad, que es Camino a la Vida. En la respuesta de Jesús, por tanto, no hay ningún rechazo hacia sus familiares. Jesús ha renunciado a una dependencia de ellos: “no por frialdad de sentimientos o por menosprecio de los vínculos familiares, sino porque pertenece completamente a Dios Padre. Jesucristo ha realizado personalmente en Él mismo aquello que justamente pide a sus discípulos.
En lugar de su familia de la tierra, Jesús ha escogido una familia espiritual. Echa una mirada sobre los hombres sentados a su alrededor y les dice: «Éstos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre» (Mc 3,34-35). San Marcos, en otros lugares de su Evangelio, refiere otras de esas miradas de Jesús a su alrededor.
¿Es que Jesús nos quiere decir que sólo son sus parientes los que escuchan con atención su palabra? ¡No! No son sus parientes aquellos que escuchan su palabra, sino aquellos que escuchan y cumplen la voluntad de Dios: éstos son su hermano, su hermana, su madre.
Lo que Jesús hace es una exhortación a aquellos que se encuentran allí sentados —y a todos— a entrar en comunión con Él mediante el cumplimiento de la voluntad divina. Pero, a la vez, vemos en sus palabras una alabanza a su madre, Maria, la siempre bienaventurada por haber creído” (Josep Gassó).
Acaba el capítulo tercero de Marcos con este breve episodio que tiene como protagonistas, esta vez en un contexto diferente del anterior, a sus familiares. Los «hermanos» en el lenguaje hebreo son también los primos y tíos y demás familiares. Esta vez sí se dice que estaba su madre. Las palabras de Jesús, que parecen como una respuesta a las dificultades de sus familiares que leíamos anteayer, nos suenan algo duras. Pero ciertamente no desautorizan a su madre ni a sus parientes. Lo que hace es aprovechar la ocasión para decir cuál es su visión de la nueva comunidad que se está reuniendo en torno a él. La nueva familia no va a tener como valores determinantes ni los lazos de sangre ni los de la raza. No serán tanto los descendientes raciales de Abraham, sino los que imitan su fe: «El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre».
Nosotros, como personas que creemos y seguimos a Cristo, pertenecemos a su familia. Esto nos llena de alegría. Por eso podemos decir con confianza la oración que Jesús nos enseñó: «Padre nuestro». Somos hijos y somos hermanos. Hemos entrado en la comunidad nueva del Reino.
En ella nos alegramos también de que esté la Virgen María, la Madre de Jesús. Si de alguien se puede decir que «ha cumplido la voluntad de Dios» es de ella, la que respondió al ángel enviado de Dios: «Hágase en mi según tu Palabra». Ella es la mujer creyente, la totalmente disponible ante Dios.
Incluso antes que su maternidad física, tuvo María de Nazaret este otro parentesco que aquí anuncia Cristo, el de la fe. Como decían los Santos Padres, ella acogió antes al Hijo de Dios en su mente por medio de la fe que en su seno por su maternidad.
Por eso es María para nosotros buena maestra, porque fue la mejor discípula en la escuela de Jesús. Y nos señala el camino de la vida cristiana: escuchar la Palabra, meditarla en el corazón y llevarla a la práctica (J. Aldazábal).
Marcos va a relatar más adelante (Mc 4,1-9) la parábola de la semilla que cae en diferentes terrenos. Pero ya de antemano la ilustra diciéndonos que la familia de Jesús no fue necesariamente el terreno ideal. La fe no se confunde con el contexto sociológico; no se reduce a sentimientos humanos, aun cuando estos sean fraternos o familiares (Maertens-Frisque). ¡Otra vez la tribu! "Te buscan", le dicen a Jesús. Este grupo de parientes trae a la memoria el recuerdo de esas camarillas siempre dispuestas a incautarse de Dios en provecho propio. "Te buscan". Pues bien, ¡perderán el tiempo! "¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?". La respuesta más obvia no tendría en cuenta al Reino, que hace saltar todas las realidades. "Estos son mi madre y mis hermanos", dice Jesús mirando a los que están a su alrededor escuchándole. Así, en el Reino, la fraternidad cristiana no se funda en los vínculos de carne y sangre, sino en un espíritu común: hacer la voluntad del Padre. (...) "El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre". Llevarán el nombre de Jesús los que vivan en su corazón lo que fue para él la razón de ser de su vida: "En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros". No sólo se trata de ser partidarios de un hombre admirable, ni de hacer nuestra una norma de vida de gran elevación: se trata de ser "los de Jesús". Los discípulos no lo serán de verdad hasta que, el día de Pentecostés, reciban plenamente el Espíritu del Hijo. "Aquí estoy para hacer tu voluntad!": ésta es la norma de vida del cristiano y, más aún, la oración del Espíritu que se nos dio el día del bautismo (“Dios cada día”, de San Terrae).
Marcos, después del altercado con los escribas "venidos de Jerusalén", reemprende el relato comenzado en el versículo 21 y que leímos el sábado último: "su familia vino para llevárselo, pues afirmaban: "Está fuera de sí."
-Jesús entra en una casa, y la muchedumbre acude. La "muchedumbre" está siempre ahí.
-Vinieron su madre y sus hermanos, y desde fuera le mandaron llamar. Su madre es María. La conocemos bien. Por Lucas y Mateo sabemos qué actitud ejemplar de Fe, de búsqueda espiritual ha tenido siempre a lo largo de todos los acontecimientos y circunstancias de la infancia de Jesús. Pero tratemos de ponernos, momentáneamente, en la actitud de los primeros lectores de Marcos, que no tenían aún los evangelios de Lucas ni de Mateo. Procuremos olvidar lo que sabemos por los otros evangelios. Es la primera vez que oímos hablar de ¡"su madre"! Es el primer pasaje de Marcos que evoca a María. ¡Y es para decirnos "esto" de ella! Verdaderamente ¡el evangelista no busca adornar su narración! Si su relato saliera de su imaginación, de su admiración, no hubiera escrito esto. Autenticidad algo áspera del evangelio según San Marcos. Son cosas difíciles de decir y que no se inventan. ¡La familia de Jesús no comprende! Y quiere recuperarlo.
-"Ahí fuera están tu madre y tus hermanos que te buscan." Jesús les respondió: "¿Quién es mi madre? y ¿quién son mis hermanos?" El verdadero parentesco de Jesús no es lo que se piensa ni lo que aparenta. Para Jesús los lazos de la sangre, los lazos familiares, los lazos sociales no son lo primero, son indispensables y reales, pero no es lícito encerrarse en ellos. ¡Su familia no lo comprende! Pero su pueblo, ¡tampoco! Su medio social más natural, Nazaret, será el que más lo rechazará (Mc 6, 1-6).
-Y echando una mirada sobre los que estaban sentados en derredor suyo... Marcos utiliza a menudo esta fórmula: la mirada de Jesús. Trataré de imaginar esa mirada... y de rezar a partir de ella.
-Dijo: "He aquí mi madre y mis hermanos. Quien hiciere la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre." He aquí un "sumergirse" absolutamente sorprendente en el corazón de Jesús. Tiene un corazón universal... grande como el mundo: abierto a toda la humanidad. Se siente hermano de todo aquel que "hace la voluntad de Dios". Esta familia es amplia y grande. ¡No! No se le encerrará en su familia humana inmediata. ¡El replegarse en sí mismo es contrario, al modo de ser de Jesús! Las únicas fronteras de su familia son el horizonte del mundo entero. ¿Todo hombre es mi hermano, mi hermana, mi madre, también para mí? La fidelidad a la "voluntad del Padre" ¿es lo primero para mí? Por esta razón, ¡María es doblemente su madre! La verdadera grandeza de su madre, no es haberle dado su sangre, sino el hecho de ser "la humilde esclava de Dios", como nos lo enseñará Lucas cuando escribirá su evangelio, algunos años después. Pero esto nos lo ha dicho ya Marcos, aquí de un modo enigmático. Señor, ayúdanos a vivir nuestros lazos familiares como un primer aprendizaje y un primer lazo de amor... sin encerrarnos en círculo alguno (Noel Quesson).
Jesús es el Hijo amado del Padre por su fidelidad total a su Voluntad. Jesús mismo diría: mi alimento es hacer la voluntad de Aquel que me envió. Todo aquel que, unido a Cristo, haga la voluntad del Padre Dios, será considerado de la familia de Dios. Por eso, junto con María, debemos aprender a decir: Hágase en mi según tu Palabra. No basta escuchar la Palabra de Dios, sino hay que ponerla en práctica. Dios quiere hacer su obra de salvación en nosotros; si tenemos la apertura suficiente al Espíritu de Dios en nosotros, Dios hará de nosotros sus hijos amados, pues su amor llegará en nosotros a su plenitud. No nos quedemos como discípulos sentados a los pies de Jesús, vayamos y demos testimonio de Él en nuestra vida diaria; con eso estaremos dando a conocer que en verdad Dios ha hecho su morada en nosotros y que nosotros lo tenemos por Padre.
Mediante la Eucaristía nosotros entramos en una Alianza de comunión con Cristo. Así participamos de la misma Vida que el Hijo recibe del Padre y somos hechos hijos de Dios. Mediante esta obra de salvación que celebramos como un Memorial de la Pascua de Cristo, Él nos hace entender cuánto nos ama. Nosotros no sólo le ofrecemos un sacrificio agradable, pues al permanecer en comunión de vida con Cristo, cuando lo ofrecemos al Padre nosotros mismos nos ofrecemos junto con Él. Por eso al celebrar la Eucaristía estamos adquiriendo un compromiso: consagrarle todo a Dios, de tal forma que nuestra vida, nuestra historia, nuestro mundo, lleguen, por medio nuestro, a la presencia de Dios libres de todo lo que oscurece en ellos la presencia del Señor. Así, no sólo somos santificados, sino que Dios nos convierte en instrumentos de su salvación para todos los pueblos. Venimos ante Él trayendo el fruto del trabajo que nos confió, y volvemos al mundo, impulsados por el Espíritu Santo, para seguir trabajando por un mundo más justo, más fraterno, más capaz de manifestar que el Reino de Dios se va haciendo realidad entre nosotros.
Por eso no basta con participar de la Eucaristía para decir que somos de la familia divina. Es necesario que cumplamos la voluntad de Dios. Y la voluntad de Dios consiste en que creamos en Aquel que Él nos envió. Y creer en Jesús no es sólo profesar con los labios que es nuestro Dios y nuestro Señor. Hay que creerle a Jesús, de tal forma que hagamos vida en nosotros su obra de salvación. Su Palabra ha de ser sembrada en nosotros y no puede caer en un terreno malo e infecundo, sino que, por la obra de santificación que realice el Espíritu Santo en nosotros, ha de producir abundantes frutos de buenas obras. Entonces nosotros, a imagen de Jesucristo, pasaremos haciendo el bien a todos.
Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de vivir con la apertura suficiente para dejarnos conducir por el Espíritu Santo, para que haciendo en todo la voluntad de Dios, unidos a Cristo, en Él nos convirtamos en los hijos amados del Padre. Amén www.homiliacatolica.com).
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