1. Si ayer hablaba Pedro de la herencia y la esperanza que nos concede Dios en su misericordia, hoy sigue con el tema, pero situándolo como en tres etapas:
- en el pasado, los profetas del AT, inspirados ya por el Espíritu de Jesús, escrutaban el futuro y «predecían la gracia destinada a vosotros», porque «se les reveló que aquello no era para su tiempo, sino para el vuestro»;
- ahora, los predicadores cristianos, también inspirados por el Espíritu, nos anuncian la buena noticia: que en Cristo Jesús, en su muerte y resurrección, se cumple todo lo anunciado antes;
- y todavía queda otra perspectiva, la del futuro: «estad interiormente preparados para la acción, a la expectativa del don que os va a traer la revelación de Jesucristo».
Mientras tanto, el autor de la carta quiere que los cristianos se controlen, que vivan en la obediencia, que no se amolden a los deseos de antes, sino que vivan en santidad, imitando la santidad del mismo Dios: «Seréis santos porque yo soy santo».
b) Los cristianos vivimos entre la memoria y la profecía, entre el ayer y el mañana. Y sobre todo en la vivencia del presente, del hoy, atentos a los valores fundamentales de nuestra salvación, la salvación que nos ofrece Dios por Cristo, la comunión en su vida.
Si miráramos más de dónde venimos y a dónde vamos, viviríamos más lúcidamente nuestro presente. No sólo porque nuestra existencia estaría transida de esperanza, sino también porque asumiríamos con decisión el compromiso de vivir vigilantes, no dormidos ni indolentes, sino con disponibilidad absoluta, guiados por Cristo, con la consigna de no amoldarnos ya a los criterios de este mundo sino a los de Dios.
Cada Eucaristía nos hace ejercitar esta actitud de memoria del pasado, de profecía abierta al futuro y de celebración vivencial del presente: «Cada vez que coméis este pan y bebéis esta copa (hoy), anunciáis la muerte del Señor (ayer) hasta que venga (mañana)» (I Corintios 11,26).
Por eso la Eucaristía, con la luz de la Palabra y la fuerza de la comunión, nos va ayudando a ordenar nuestros pensamientos, a ir creciendo en la unidad interior de toda la persona, en marcha desde el ayer al mañana, viviendo el hoy con serenidad y empeño. La Eucaristía es nuestro mejor «viático», nuestro alimento para el camino.
-Hermanos, sobre esta salvación investigaron e indagaron los profetas que anunciaron la gracia destinada a vosotros... El Espíritu de Cristo estaba presente en ellos. Ahora, por medio de los que os trajeron e1 evangelio, os lo ha comunicado el Espíritu Santo enviado del cielo...
Tanto en el ritual judío como en la celebración cristiana de la vigilia pascual, se lee el pasaje de Éxodo, 12: la comida pascual, el cordero inmolado cuya sangre salva de la esclavitud y de la muerte.
San Pedro, en su homilía «actualiza ese mensaje»: lo que los antiguos profetas anunciaban, ¡sucede «HOY» y se realiza para vosotros! Y Pedro, siguiendo la costumbre de los primeros apóstoles, afirma la continuidad absoluta del Antiguo y del Nuevo Testamento: es el mismo Espíritu el inspirador de los «profetas» antiguos... y el de los «predicadores actuales del evangelio»...
En mi vida, ¿creo yo de veras que el Espíritu está ahí, presente en estas Palabras divinas escritas... y que está presente también en mi corazón para que yo las comprenda? ¿Qué espera de mí el Espíritu?
-Por lo tanto, tened alertado vuestro espíritu como servidores preparados para el servicio. Es por nuestro propio «espíritu» vigilante que podremos captar al «Espíritu».
El cristiano, ante todo es un hombre siempre alerta, siempre atento al Espíritu, disponible, despierto, vivo, vigilante. Y para expresar esto Pedro utiliza espontáneamente una imagen de Jesús que recuerda bien: manteneos bien ceñida la cintura y con vuestras lámparas encendidas, como el servidor siempre pronto a la acción...
Imagen viva, muy simpática. Pero, ¿ocurre siempre así? o, por el contrario: vivimos medio dormidos, aburridos, dejándonos llevar por la pasividad? ¡Ven Señor, mantén mi mente despierta! ¡hazme vigilante, disponible!
-Poned toda vuestra esperanza en la gracia que se os procurará mediante la revelación de Jesucristo. No hay ninguna razón para hundirse en el pesimismo. Pedro no habla de desesperanza sino de esperanza perfecta. El mundo no se dirige hacia la nada o la perdición, sino ¡hacia la "revelación de Jesucristo"!
Pedro recuerda. Había visto y oído a Jesús en Palestina. Vivía en la esperanza de volver a verle. Y trataba de comunicar esa esperanza a sus oyentes. En griego la palabra «revelación» es el término «apocalipsis», «levantar el velo que cubre una cosa». Sí, Señor Jesús, Tú estás ahí, presente, pero escondido bajo un velo. Un día ese velo se rasgará y te veré. Haz que te encuentre HOY en mi vida y en mi oración. Y ¡que la espera de tu encuentro, cara a cara, al final de mi vida, ilumine de esperanza y de alegría cada uno de mis días en la tierra!
-No os amoldéis a las apetencias de antes, del tiempo de vuestra ignorancia. Más bien así como el que os ha llamado es santo, así también vosotros sed santos en toda vuestra conducta.
¡Solamente esto! He ahí la espiritualidad aconsejada a esos recién bautizados que están escuchando a Pedro: ¡el ideal es muy alto! Imitar a Dios. En eso también Pedro repite lo que había oído decir a Jesús: sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto. La gracia de mi bautismo es una llamada a la perfección. Pedir el bautismo para un niño es lanzarlo a esa maravillosa aventura, de ser ¡un «hombre perfecto»! (Noel Quesson).
2. “Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas: su diestra le ha dado la victoria, su santo brazo.
El Señor da a conocer su victoria, revela a las naciones su justicia: se acordó de su misericordia y su fidelidad en favor de la casa de Israel.
Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios. Aclamad al Señor, tierra entera; gritad, vitoread, tocad” (Salmo 97,1.2-4): presenta una perspectiva de salvación universal referida a los últimos tiempos, similar a la que encontramos en algunos pasajes del libro de Isaías. Anuncia la obra redentora de Cristo, como recuerda San Pablo: toda la creación participa en la alegría de la salvación final.
3. Ayer el joven rico se marchó triste, sin decidirse a seguir a Jesús. Hoy Pedro, que sí le ha seguido, se lo recuerda: «Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido». El resto ya se sobreentiende (y Mateo lo explícita en su evangelio): ¿qué recibiremos en cambio?
La respuesta de Jesús es esperanzadora y misteriosa a la vez: «Recibirá en este tiempo cien veces más y en la edad futura vida eterna». No se trata de cantidades aritméticas y tantos por ciento. La respuesta se refiere a la nueva familia que se crea en torno a Jesús: dejamos un hermano y encontramos cien. Ya habla Jesús cuáles eran los lazos de esta nueva familia: «¿Quién es mi madre y mis hermanos? Quien cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre» (Mc 3,34s).
En el fondo de la interpelación de Pedro está su concepto político e interesado del mesianismo, un concepto todavía muy poco maduro. ¿Pregunta acaso una madre cuánto le van a pagar por su trabajo? ¿pone un amigo precio a un favor? ¿pasó factura Jesús por su entrega en la cruz? Los discípulos buscan puestos de honor, recompensas humanas, soluciones económicas y políticas. Jesús y su Espíritu les irán ayudando a madurar en su fe, hasta que después de la Pascua se entreguen también ellos gratuita y generosamente al servicio de Cristo Jesús y de la comunidad, hasta su muerte.
Una experiencia de ese ciento por uno que promete Jesús la tienen tantos cristianos laicos que desde su condición en la sociedad entregan sus mejores energías a trabajar por el Reino de Dios. Ya saben lo que es la generosidad de Dios en este mundo, a la vez que esperan en el otro la vida eterna prometida al siervo bueno y fiel.
De un modo especial esta experiencia la tienen los que han abrazado la vida religiosa o el ministerio ordenado dentro de la comunidad como estado permanente de vida. Han entrado en la dinámica de este otro género de familia y parentesco: los hermanos y los hijos los cuentan por centenares y miles. No han formado familia propia, pero no por eso han dejado de amar: al contrario, están más plenamente disponibles para todos, movidos de un amor universal, no por una paga a corto plazo.
Unos y otros saben también que sigue siendo verdad una palabra muy breve pero muy realista que Marcos ha añadido a la lista de las ventajas: «con persecuciones». Jesús promete la vida eterna, después, y ya desde ahora una gran satisfacción. Pero no asegura el éxito y la felicidad y el aplauso de todos. En todo caso, la felicidad del que se sacrifica por los demás. Lo que sí promete es la cruz y las persecuciones. Una cruz que estaba incluida también en su programa mesiánico y que varias veces ha asegurado que les tocará llevar también a sus discípulos. Lo que vale cuesta. A la Pascua salvadora se llega por el vía crucis del Viernes Santo. El amor muchas veces supone sacrificio. Pero vale la pena (J. Aldazábal).
-Aquí Pedro, tomando la palabra dijo a Jesús: "Bien ves que nosotros hemos dejado todas las cosas y te hemos seguido." Jesús ha pedido al joven rico que lo venda todo y lo siga. Pedro se alegra de hacer resaltar inmediatamente lo que ellos han hecho. Quizá haya algo de vanagloria en esa intervención de Pedro... pero sus palabras son también la expresión de una infinita generosidad.
-Jesús declaró: "En verdad os digo: Nadie, que por amor de mí y del Evangelio haya dejado... De paso, notamos de nuevo la exorbitante pretensión de Jesús. La persona que dice esto es o un desequilibrado mental o un hombre verdaderamente extraordinario. Ahora bien, Jesús a lo largo de su vida ha probado ser inteligente, equilibrado, humilde, estar sano. Hay pues que admitir que tenía una conciencia lúcida y precisa del papel que iba a desempeñar en la historia de la humanidad. Sí, millones de hombres y de mujeres, desde dos mil años, lo han dejado todo "por su causa". ¿En qué me afecta esta cuestión? ¿Qué plegaria me sugiere?
-Una casa, hermanos, hermanas, un padre, una madre, hijos o un país... ¡No es por desprecio a estas cosas, tan buenas en sí, por lo que uno las deja! No es por falta de amor. Jesús ha repetido una y otra vez que hay que amar a sus hermanos, a su padre, a su madre... Hay pues aquí una motivación escondida y poderosa: para abandonar cosas tan grandes, hay que hacerlo por algo que es mucho más grande aún. ¿Qué sentido doy a mis renuncias? ¿Tengo yo una actitud meramente negativa? o bien ¿hago una opción, una elección que sobrepasa todo esto?
-Sin que reciba, ya en este tiempo, el céntuplo... Renunciar a muchas cosas, por amor a Jesús, no es renunciar a la felicidad. Jesús promete a aquellos que le seguirán que serán personas colmadas, ya aquí abajo. Se recibe cien veces más de lo que se abandona, dice Jesús.
-Casas, hermanos, hermanas, madres, hijos, tierras, con algunas persecuciones... Comparad la lista de las cosas abandonadas y de las que se centuplican. En un punto hay falta: no se reciben cien "padres", pues el Padre sigue siendo único... En un punto hay aumento: ¡se reciben "persecuciones" al céntuplo! La felicidad prometida, ese céntuplo prometido, esta plenitud de relaciones de amor... no se adquieren sin sufrimientos y sin persecuciones.
-Y la vida eterna en el mundo venidero. En definitiva, para el que cree que la "vida eterna" no es charlatanería, es verdad que es mucho más lo que se gana que lo que se renuncia.
-Muchos de los primeros serán los últimos, y los últimos serán los primeros. Nuestro mundo está falseado. ¡Hay que invertir los valores para ver acertadamente! (Noel Quesson).
Jesús exige romper con estas estructuras que generan apegos para vivir los principios de una nueva vida que lleva a sus seguidores a que descubran que donde se deja uno (posesiones), se recibe ciento y se construye una nueva familia, amplia y extensa que no está unida por los vínculos de la sangre y de la carne, sino por la comunión con el proyecto del Reino, donde se deben compartir los bienes de la tierra en solidaridad y comunión fraterna. De esta forma, la ruptura (dejar el modo viejo de vivir: el egoísmo y la acumulación) se vuelve para Jesús en un principio nuevo de vida porque, paradójicamente, la donación total se convierte en espacio de abundancia de bienes y familia (servicio bíblico latinoamericano). Centuplicado. Todos los verdaderos pobres son ricos. "¿No os parece rico, exclama S. Ambrosio, el que tiene la paz del alma, la tranquilidad y el reposo, el que nada desea, no se turba por nada, no se disgusta por las cosas que tiene desde largo tiempo, y no las busca nuevas?".
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