martes, 22 de mayo de 2018

Miércoles semana 7 de T.O, año par

Miércoles de la semana 7 de tiempo ordinario; año par

Unidad y diversidad en el apostolado
«Juan le dijo: Maestro, hemos visto a uno expulsando demonios en tu nombre y se lo hemos prohibido, porque no viene con nosotros. Jesús le contestó: No se lo prohibáis, pues no hay nadie que haga un milagro en mi nombre y pueda a continuación hablar mal de mí: el que no está contra nosotros, está con nosotros.»(Marcos 9, 38-40)
I. “Muchas son las formas de apostolado –proclama el Concilio Vaticano II- con las que los seglares edifican a la Iglesia y santifican al mundo, animándolo en Cristo” (CONCILIO VATICANO II, Apostolicam actuositatem) La única condición es “estar con Cristo”, con su Iglesia, enseñar su doctrina, amarle con obras. El espíritu cristiano ha de llevarnos a fomentar una actitud abierta ante formas apostólicas diversas, a poner empeño  en comprenderlas, aunque sean muy distintas a nuestro modo de ser o de pensar, y alegrarnos sinceramente de su existencia, entre otras razones, porque la viña es inmensa y los obreros, pocos (Mateo 9, 37).  No podemos vivir la fe y tener al mismo tiempo una mentalidad como de partido único. Nadie que trabaje con rectitud de intención estorba en el campo del Señor. Importa mucho que, entendiendo bien la unidad en la Iglesia, Cristo sea anunciado de modos bien diversos.

II. La doctrina de la Iglesia debe llegar a todas las gentes, y muchos lugares que fueron cristianos necesitan ser evangelizados de nuevo. En todos podemos sembrar la doctrina de Cristo, separando con delicadeza extrema los espinos que harían infructuosa la semilla: “no excluimos a nadie, no apartamos ninguna alma de nuestro amor a Jesucristo” (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Carta). El cristiano es, por vocación, un hombre abierto a los demás, con capacidad para entenderse con personas bien diferentes por su cultura, edad o carácter. El trato con Jesús en la oración nos lleva a tener un corazón grande en el que caben las gentes más próximas y las más lejanas, sin mentalidades estrechas y cortas que no son de Cristo.

III. La diversidad, lejos de quebrantar la unidad de la Iglesia, representa su condición fundamental. Hemos de pedir al  Señor advertir y saber armonizar de modo práctico estas realidades sobrenaturales en la edificación del Cuerpo Místico de Cristo: unidad en la verdad y en la caridad; y simultáneamente, reconocer para todos en la Iglesia la variedad pluriforme en espiritualidades, en enfoques teológicos, en acciones pastorales, en iniciativas apostólicas. La doctrina del Señor nos mueve no sólo a respetar la legítima variedad de caracteres, de gustos, de enfoques en lo opinable, en lo temporal, sino a fomentarla de modo activo. Así, todos los cristianos unidos en Cristo, en su amor y en su doctrina, fieles cada uno a la vocación recibida, seremos sal y luz, brasa encendida, verdaderos discípulos de Cristo.

Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.

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