viernes, 13 de febrero de 2015

Sábado semana 5ª de tiempo ordinario; año impar

Sábado de la semana 5 de tiempo ordinario; año impar

Aunque tengamos pecados, siempre está Dios dispuesto a perdonarnos, atiende nuestras necesidades espirituales y corporales, cuando nos confiamos a Él. Jesús nos da alimento multiplicando los panes y atiende nuestras necesidades espirituales y corporales, cuando nos confiamos a Él
Uno de aquellos días, como había mucha gente y no tenían qué comer, Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: «Me da lástima de esta gente; llevan ya tres días conmigo y no tienen qué comer, y, si los despido a sus casas en ayunas, se van a desmayar por el camino. Además, algunos han venido desde lejos.» Le replicaron sus discípulos: «¿Y de dónde se puede sacar pan, aquí, en despoblado, para que se queden satisfechos?» Él les preguntó: «¿Cuántos panes tenéis?» Ellos contestaron: «Siete.» Mandó que la gente se sentara en el suelo, tomó los siete panes, pronunció la acción de gracias, los partió y los fue dando a sus discípulos para que los sirvieran. Ellos los sirvieron a la gente. Tenían también unos cuantos peces; Jesús los bendijo, y mandó que los sirvieran también. La gente comió hasta quedar satisfecha, y de los trozos que sobraron llenaron siete canastas; eran unos cuatro mil. Jesús los despidió, luego se embarcó con sus discipulos y se fue a la región de Dalmanuta” (Marcos 8,1-10).
1. –“Por aquellos días, hallándose rodeado de una gran muchedumbre que no tenía qué comer, llamó a los discípulos”... La escena que se contará es una "segunda multiplicación de los panes". Pero aquí todos los detalles son empleados por Marcos para mostrarnos que la "mesa de Jesús" está abierta a todos, incluidos los paganos. Si la primera fue en territorio judío para judíos, ahora estamos en pleno territorio de la Decápolis. En la primera se nos dice que Jesús "bendijo" los panes, término familiar a los judíos ("eu-logein" en griego), aquí Jesús "da gracias", término familiar a los paganos ("eu-caristein" en griego). El evangelio de ayer era un anuncio del bautismo. El de hoy nos orienta hacia la Eucaristía. Jesús está siempre presente, con los mismos gestos.
-“Quedan "doce cestas"” palabra usada sobre todo por los judíos ("Doce" es la cifra de las "doce tribus de Israel"... -La primera comunidad "judeo-cristiana" estaba organizada alrededor de los "doce", como los "doce patriarcas" del primer pueblo de Israel.) / Quedan "siete canastas", palabra usada sobre todo por los griegos (Siete" es la cifra de los "siete  diáconos" que organizaron la primera comunidad helenística -suceso extremadamente importante para introducir a los paganos en la Iglesia y darles la impresión de estar a la misma mesa: Hch 6.)
-“Dando gracias, los partió”... Es una comida "de acción de gracias" -eucaristía en griego- La alusión es muy clara. Esta relación no puede pasar desapercibida a un lector cristiano: allí también, los primeros oyentes de Marcos se reconocían... el rito esencial de su comunidad era la "cena del Señor". ¿Qué es la misa para mí, hoy? (Noel Quesson).
Jesús, compadecido de la muchedumbre que le sigue para escuchar su palabra sin acordarse ni de comer, provee con un milagro para que coman todos. Con siete panes y unos peces da de comer a cuatro mil personas y sobran siete cestos de fragmentos. Había mucha gente, se nos dice en otro sitio que la gente buscaba a Jesús con la intención de hacerlo rey (Jn 6,15). Jesús no quiere un liderazgo, por desgracia había mucho farsante entonces, como Flavio Josefo, por ejemplo, escribe: "Había individuos falaces e impostores que bajo la apariencia de una inspiración divina promovían revueltas y agitaciones, inducían a la gente a realizar actos de fanatismo religioso y la llevaban al desierto, como si Dios tuviera que mostrarles allí los signos de su inminente libertad" (De bello judaico2, 259). Bajo esta luz adquiere especial importancia la indicación de que Jesús "obligó" a los discípulos a alejarse y de que él, después de haber despedido a la gente, se retiró a rezar a la montaña (6, 46). Jesús no quiere fomentar las esperanzas de la gente (que expresan la misma tentación con que se enfrentó en el desierto), sino que se aleja de ellas, encontrando en la oración la claridad de su camino mesiánico hacia la cruz y el ánimo para recorrerlo (Bruno Maggioni).
"Me da lástima de esta gente", dice Jesús. Hermanos, nuestro Dios es un Dios compasivo. ¡No nos engañemos! El amor que se hace piedad y compasión tiene una fuerza que no es la de nuestras compasiones humanas, ni tampoco la de esas compasiones impotentes que suscitan el sarcasmo de nuestros contemporáneos. El amor no se define por la lástima, sino por la admiración. Cuando Dios dice: "me da lástima", no hay en él ninguna condescendencia, ninguna afectación intolerable, sino, más bien, esta revelación inaudita: Dios es un enamorado. "¿Es que puede una madre olvidarse de su criatura? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré" (Is 49,15). Dios está apasionado, Dios está loco. Como un enamorado, porque ama, lo deja todo: su tranquilidad, su reputación, su renombre.¿Qué puede ver de bueno en nosotros? ¿Cómo puede hacer de nuestra tierra agotada, ingrata, pervertida o sublevada el objeto de semejante amor? ¿Qué pudo obligar al Hijo a tomar la cruz? "Me da lástima esta gente". Y Dios rompe su propio cuerpo, para saciar con él a esta tierra que ni siquiera conoce el hambre que padece.
Dios se tiende sobre el leño del Gólgota, para así levantar a una humanidad que aún no ha llegado a ver agotado su deseo. "Me da lástima de esta gente". Sólo Dios puede decir con verdad estas palabras, porque sólo él admira suficientemente a nuestra tierra. Sólo él puede conocer lo que esa frase significa, porque sólo él conoce al hombre tal y como lo soñaba él al atardecer del día sexto. Sólo Dios puede repetirla sin condescendencia, porque sólo él puede hacer lo necesario para que se convierta en realidad aquel sueño olvidado. "Me da lástima de esta gente". Sólo Dios tiene derecho a pronunciar estas palabras, por haber pagado un alto precio para que la lástima se trocara en purificación. "Tomad y comed: esto es mi cuerpo entregado por vosotros y por todos los hombres" (Dios cada día, Sal terrae).
-“Recogieron siete canastas de los mendrugos sobrantes”. En las dos multiplicaciones de panes hay abundancia, y de sobra.
2. Después del pecado de  Adán y Eva, Dios pide cuentas y cada uno de los protagonistas se defiende,  se esconde, echa la culpa al otro. El hombre casi se atreve a echar las  culpas al mismo Dios: «La mujer que me diste como compañera...». El  castigo que Dios les anuncia parece como una justificación «a posteriori» de  unas características naturales de cada uno, que no se saben explicar de otro  modo: la serpiente que se arrastra por la tierra, la mujer que da a luz con  dolor y el hombre que trabaja con el sudor de su frente. También el pudor  que de repente empiezan a sentir parece como un signo de que algo no  funciona en la armonía sexual de antes. La expulsión del paraíso siempre  quedará como un «recuerdo mítico» y un ideal a conseguir en el futuro.  Pero ya aparece, junto al castigo, la palabra de esperanza: Dios anuncia  «enemistades entre la descendencia de la mujer y la de la serpiente: ella te  herirá en la cabeza».
Al robar a Dios el conocimiento del bien y del  mal, es decir, al no referirse a nadie mayor que él para juzgar de las cosas  y de las personas, el hombre introduce la maldición en el mundo, puesto  que no admite otro dios que su yo y su egoísmo. Las cosas no tendrán ya la  bondad que Dios les hubiera conferido, sino la que el hombre les atribuye. Aunque semejante a dios, el hombre no tiene, sin  embargo, acceso a la vida divina, capaz de transformar el mal y la muerte.  Por mucho que se haya acercado a Dios, el hombre no puede liberarse del  ridículo: conoce el bien y el mal, la vida y la muerte, pero no puede ser más  que un juguete zarandeado entre los límites de esos dos binomios, puesto  que carece del poder que Dios posee para dominarlos.  Así, la muerte, que es sencillamente la condición natural del hombre,  se nos presenta al mismo tiempo como obra de la cólera de Dios. El drama  del hombre, en efecto, no está tanto en morir, sino en morir sabiendo que  hay un medio de no morir, que hay alguien que era antes que él naciera y  que será después de su muerte. Y todo eso porque la inteligencia del  hombre puede hacerse una idea de lo eterno y que la muerte no es ya tan  sólo un fenómeno natural, sino que se convierte también en un castigo: reduce violentamente al hombre al interior de sus propios límites;  restablece el equilibrio entre Dios y el hombre, un equilibrio que el hombre,  una vez que ya posee un conocimiento de la eternidad, trata continuamente  de romper con sus pretensiones de autosuficiencia.  Solo Jesucristo ha podido conocer el bien y el mal y pasar de la vida a  a muerte a la manera de Dios, que triunfa de la muerte con su propia vida  que nadie puede arrebatarle y que vence al mal a base de un perdón sin  límites. A los hombres que experimentan, después de Adán, la muerte y la  vida, el bien y el mal, les ofrece la Eucaristía el fruto del árbol de la vida que Adán no pudo recoger, con el fin de que un poco de vida divina  en ellos les permita justificar el mal y vencer a la muerte (Maertens- Frisque).
3. Lo que hay de malo en el mundo no se debe a  Dios, sino al desorden del pecado que hemos introducido nosotros en su  plan. Ha habido ruptura, la armonía y el equilibrio ya no funcionan: ahora  tenemos miedo de Dios, no nos entendemos los unos con los otros (nos  echamos la culpa mutuamente) y somos expulsados del jardín. Queríamos  ser como dioses y conocerlo todo, y nos despertamos con los ojos abiertos,  sí, pero para vernos desnudos y débiles. Por eso rezamos con humildad con el salmista: “Antes que los montes fuesen engendrados, antes  que naciesen tierra y orbe, desde siempre hasta siempre tú eres Dios. Tú  al polvo reduces a los hombres, diciendo: «¡Tornad, hijos de Adán!» Porque mil años a tus ojos son como el ayer, que ya pasó, como una vigilia  de la noche. Tú los sumerges en un sueño”, confesamos que somos  caducos: “a la mañana serán como  hierba que brota; por la mañana brota y florece, por la tarde se amustia y  se seca.”
La lectura de esta primera  página tan dolorosa de la humanidad nos debería enseñar sabiduría:“¡Enseñanos a contar nuestros días, para que entre la sabiduría  en nuestro corazón!¡Vuelve, Yahveh! ¿Hasta cuándo? Ten piedad de tus  siervos”. Es la esperanza de Dios proclamada en el Edén y  sabemos que la victoria de Cristo sobre el mal ya ha sucedido en la Pascua  y que nosotros estamos llamados a participar en ella. Por eso podemos  decir con el salmo: «Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en  generación... Ten compasión de tus siervos».
Llucià Pou Sabaté

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San Cirilo, monje y San Metodio, obispo

«Después de esto, designó el Señor a otros setenta y dos, los envió de dos en dos delante de él a toda ciudad y lugar a donde él había de ir. Y les decía: «La mies es mucha, pero los obreros pocos. Rogad, pues, al señor de la mies que envíe obreros a su mies. íd: he aquí que yo os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa ni alforja ni sandalias, y no saludéis a nadie por el camino. En la casa en que entréis decid primero: "Paz a esta casa". Y si allí hubiera algún hijo de paz, descansará sobre él vuestra paz; de lo contrario, retornará a vosotros. Permaneced en la misma casa comiendo y bebiendo de lo que tengan, pues el que trabaja es merecedor de su salario. No vayáis de casa en casa. Y en aquella ciudad donde entréis y os reciban, comed lo que os pongan; curad a los enfermos que haya en ella. Y decidles: "El Reino de Dios está cerca de vosotros». (Lucas 10,1-9)

1º. Jesús, te apoyas en estos setenta y dos discípulos para que te preparen el terreno en toda ciudad a donde ibas a ir.
Estos discípulos te han seguido en tus últimos viajes y han aprendido la buena nueva directamente de tus labios.
Ahora, cuando los necesitas, allí están, dispuestos a lo que haga falta.
Estos son los que han respondido con generosidad a tu llamada; los que no se han excusado con falsas necesidades o dificultades.
Jesús, aunque son un buen número -setenta y dos- te parecen pocos: «la mies es mucha, pero los obreros pocos».
Después de dos mil años, ¡aún queda tanto por hacer!
Países enteros que se llaman cristianos y que no conocen de Ti más que una oscura sombra de tu rostro.
Y países inmensos aún por cristianizar.
Realmente «los obreros son pocos».
¿Qué puedo hacer yo, Jesús, ante este panorama?
Para empezar, no excusarme yo el primero, preguntándote en la intimidad de mi oración: ¿qué lugar tengo en esta gran misión de anunciar la buena nueva del Evangelio?, ¿dónde te puedo servir mejor en esta mies  -en este campo- que es el mundo?
Y luego, he de rezar más: «Rogad, pues, al señor de la mies que envíe obreros a su mies».
Dios mío, llama más gente a que te sirva en esta batalla de paz, en esta siembra de amor.
«Nado hay más frío que un cristiano despreocupado de la salvación ajena. No puedes aducir tu pobreza como pretexto. La que dio sus monedas te acusará. El mismo Pedro dijo: No tengo oro ni plata. Y Pablo era tan pobre que muchas veces padecía hambre y carecía de lo necesario para vivir; Tú no puedes pretextar tu humilde origen: ellos eran también personas humildes, de modesta condición. Ni la ignorancia te servirá de excuso: ellos eran todos hombres sin letras. Seas esclavo o fugitivo, puedes cumplir lo que de ti depende. Tal fue Onésimo, y mira cuál fue su vocación. No aduzcas la enfermedad como pretexto, Timoteo estaba sometido a frecuentes achaques. Cada uno puede ser útil a su prójimo, si quiere hacer lo que puede» San Juan Crisóstomo).
2º. Tienes obligación de llegarte a los que te rodean, de sacudirles de su modorra, de abrir horizontes diferentes y amplios a su existencia aburguesada y egoísta, de complicarles santamente la vida, de hacer que se olviden de si mismos y que comprendan los problemas de los demás.
Si no, no eres buen hermano de tus hermanos los hombres, que están necesitados de ese «gaudium cum pace»  de esta alegría y esta paz, que quizá no conocen o han olvidado» (Forja 900).
Jesús, como a esos setenta y dos discípulos, también hoy llamas a los cristianos -a mí- y nos envías«como corderos en medio de lobos».
En un mundo de luchas egoístas y comportamiento oportunista -que en vez de hombres produce lobos hambrientos- Tú me muestras otro modelo: Tú mismo, que eres «el cordero de Dios».
El mundo de lobos está dominado por la astucia, la desconfianza y la traición.
Por el contrario, tu mundo es un mundo de paz: «paz a esta casa.»
Jesús, si quiero ser hijo de Dios, he de ser «hijo de paz»; promotor del entendimiento y del perdón,hermano de mis hermanos los hombres.
Ésta es precisamente la tarea del apóstol a la que me llamas: abrir horizontes diferentes y amplios a la existencia aburguesada y egoísta de los que me rodean.
Y para ello, el primero que debe cambiar soy yo, olvidándome de mí mismo para atender los problemas de los demás.

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